¿Una solución a nuestros problemas? De ONIX a MARC

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Xavier Agenjo Bullón
Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos
Director de Proyectos de la Fundación Ignacio Larramendi
 

Godby, Carol Jean. 2010. Mapping ONIX to MARC. Report and crosswalk produced by OCLC Research. Available online at <http://www.oclc.org/research/publications/library/2010/2010-14.pdf >(report) and <http://www.oclc.org/research/publications/library/2010/2010-14a.xls> (crosswalk).

Aunque no hacía falta la eficaz colaboración, más que de los docentes, de los enseñantes de documentación, lo cierto es que el trabajo catalográfico no está muy bien visto. Es francamente poco cool. Sin embargo, no cabe duda de que crear registros bibliográficos es algo imprescindible para que las bibliotecas funcionen correctamente. De alguna manera tiene el pobre lector que acceder a alguna clave que le permita el acceso a la información o al material bibliográfico que busca, e incluso puede encontrarse con sugerencias que satisfagan, al menos parcialmente, su interés inicial por una obra concreta. Y no es ese, desde luego, el único escenario que cabe imaginarse. Está claro, por lo tanto, que cuanto mejor sea la descripción bibliográfica, más amplios los puntos de acceso, mejor conectados unos registros con otros, unos campos con otros, más abiertos sean los sistemas, se disponga de resúmenes, y así hasta el grado que queramos imaginar, la biblioteca cumplirá la labor esencial que Ranganathan fijó y que no es otra que ahorrarle tiempo al lector.

Sé que hay algunos teóricos de la Biblioteconomía, de la Documentación y, sobre todo, de la Infonomía que consideran que todo esto es punto menos que ridículo y que otras cuestiones de carácter epistemológico deben ocupar su tiempo. Sin embargo, hay un hecho que no cabe soslayar: disponer de esos registros bibliográficos de calidad lleva un coste. Y un coste verdaderamente considerable. No basta con dividir el sueldo de un catalogador por las catalogaciones que produce, sino que hay que indicar una enorme cantidad de costes ocultos que habitualmente no se tienen presentes en las instituciones públicas, pero que desde luego conforman el presupuesto global de las mismas: el mantenimiento del edificio, los servicios básicos de electricidad, la imprescindible seguridad, la calefacción (y el aire acondicionado además), los seguros sociales, por no hablar del propio coste del material bibliográfico que se adquiere. Siempre resulta sorprendente averiguar cuánto cuesta que un registro bibliográfico pueda consultarse a través de un OPAC. Y obsérvese que sólo estamos hablando de uno de los cuatro procesos básicos, pues ni la selección, ni la adquisición, ni la preservación, por no hablar de la información bibliográfica se imputan aquí, cuando claramente debería hacerse. Además, y a pesar de la sencillez que debería suponer mantener un repositorio Open Access Iniciative (OAI), suele haber un coste añadido puesto que el registro Dublin Core se crea ex novo como si no pudiera extraerse fácilmente del registro MARC. Y así sucesivamente.

Por ello, no resulta extraño que muchos bibliotecarios, sobre todo aquellos que han debido lidiar con partidas presupuestarias o presupuestos generales hayan pensado en utilizar, al menos en parte, la información bibliográfica que, al menos en España, se proporciona una y otra vez. Por ejemplo, al cumplimentar el formulario para obtener el número de Depósito Legal, o el necesario para recabar el ISBN, e incluso los datos, que en algunas instituciones tripiten probos funcionarios del Instituto Nacional de Estadística (INE). No puedo por menos que recordar una visita con Alicia Girón a mediados de los años 80 que tenía como propósito digitalizar el M5 de aquella época para utilizarlo al menos como precatalogación, ya que por lo menos el nombre del autor, el título del libro, la editorial, eran datos que iban a estar bien. Y no puedo por menos de recordarlo porque hace apenas unas semanas que, veinte años después, que no son nada, y acompañado de Francisca Hernández Carrascal, visité la Federación del Gremio de Editores de España (FGEE) para hablar de la reutilización bibliotecaria de la base de datos DILVE. Parece que la cosa es posible.

Y si es posible es porque los editores están utilizando un formato denominado ONIX que puede mapearse fácilmente (de hecho yo conozco un programa que lo hace) al formato MARC. De ahí podrá haber tantos nombres como catalogación cooperativas, compartida, derivada, tantos nombres como escasas realidades, pues no hay más que ver las fantásticas tasas de duplicados de las bases de datos de las bibliotecas públicas de España o de REBIUN, que son de una o dos magnitudes.

Aún así, el paso de ONIX a MARC tiene sus dificultades y sus tecnicismos y justamente el trabajo Mapping ONIX to MARC de Carol Jean Godby (abril 2010) constituye un magnífico repaso de las diversas posibilidades existentes. Eso naturalmente en los Estados Unidos donde impera un elevado grado de racionalidad, pues allí los problemas radican fundamentalmente en el paso de la versión ONIX 2.1 a la versión 3 y la utilización de MARC 21 según Resource Description and Access (RDA) o no, lo que constituye justamente el mayor debate, no en cuanto a su utilización, sino en el ritmo de su implantación. En España la situación es mucho más compleja, pues hay tantos formatos IBERMARC como vendedores de sistemas de información. Aquí no se puede hablar de sabores como en la física, sino que es un auténtico tutti frutti. Tampoco el MARC 21 es todo lo legítimo que debiera, pues la Biblioteca Nacional utiliza uno completamente sui generis y, desde luego, nadie ha adaptado, con una excepción que no puedo nombrar aquí, la actualización número 12 de octubre de 2010 en la que se incluye la totalidad de los campos que proceden del análisis de las RDA.

El trabajo de Carol Godby, que naturalmente no tiene que enfrentarse con estas inefables contradicciones, recoge además, a fecha de abril de 2010, que es cuando se publica el trabajo, ligeramente, pues, anterior a la publicación propiamente dicha de las RDA como de la actualización del MARC ya citado y ese es el único defecto que le encuentro a su trabajo y que, por supuesto, no es culpa suya.

Por el contrario, recoge dos aspectos sumamente interesantes. Por un lado, la inclusión de European Article Number (EAN) tanto en ONIX como en MARC. No debe olvidarse con qué visión de futuro se creó el código de barras, según EAN, pero incluyendo en él el ISBN. Gracias a lo cual y algunas empresas de reconversión así lo hacen, es posible obtener un registro en formato MARC, tras un proceso batch –en diferido–, a partir de la lectura del código de barras de cualquier libro. Y, por otro lado, algo demasiado desconocido en España entre bibliotecarios como son los esfuerzos del Book Industry Study Group (BISC) para la creación de unos Product Metadata Best Practices for Senders que elaborados en 2005 han ido produciendo las distintas versiones del denominado BISAC cuya última edición es de 2010. BISAC son las siglas de Book Industry Standards and Communications.

En un marco ideal con el que más vale que no soñemos se podrían reutilizar fácilmente las descripciones ONIX en las bases de datos bibliográficas en formato MARC, y posteriormente, en un proceso de catalogación cooperativa ahorrar de una manera radical los costes de proceso, lo cual sería una de las mejores y más eficaces medidas de austeridad a las que la crisis nos podría obligar, por aquello de que a la fuerza ahorcan. No puedo evitar decir que soy muy poco optimista, por no decir nada, sobre ello y que antes las bibliotecas reducirán sus compras de material o la actualización de los conocimientos de sus profesionales que emprender tan lógica medida. Sin olvidar que parte del tiempo ahorrado en catalogaciones inútiles que deberían limitarse a meras creaciones de registros de fondos podrían utilizarse en enriquecer las descripciones, mejorar los metadatos, mantener los ficheros de autoridad, y cortando por lo sano la estéril discusión entre encabezamientos de materia y thesauri, crear unos Simple Knowledge Organisation System (SKOS) comparables y compatibles con los de la Library of Congress Subject Headings (LCSH), Repertoire d'autorité-matière encyclopédique et alphabétique unifié (RAMEAU) o el Schlagwortdaten.

En cualquier caso, y si se decidiera seguir la senda de lo que es tan obvio y beneficioso, el trabajo de Carol Jean Godby nos proporciona un magnífico plano para discurrir sin perdernos y con agilidad en ese cruce de caminos entre la información que crean los editores (y los impresores) y los que creamos, recreamos y volvemos a crear, los bibliotecarios. Una traducción de este texto, actualizándolo a lo que yo he llamado el paradigma Biblioteca Digital 2020 y que tuviera presente tanto las RDA como la actualización del MARC, sería un trabajo impagable, pero desde luego claramente cuantificable para la comunidad bibliotecaria del estado español.