¿Si el sistema de la comunicación científica no funciona, por qué no cambiamos el sistema?

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Lluís Anglada 
Director del Àrea de Ciència Oberta
Consorci de Serveis Universitaris de Catalunya (CSUC)


Future of scholarly publishing and scholarly communication: report of the Expert Group to the European Commission (2019). Luxembourg: Publications Office of the European Union. 57 p. ISBN 978-92-79-97238-6. Disponible en: <https://publications.europa.eu/en/publication-detail/-/publication/464477b3-2559-11e9-8d04-01aa75ed71a1>. [Consulta: 03/03/2019].


La sabiduría popular es bastante universal al afirmar que cuando las cosas van (o más o menos van), mejor no tocarlas o no tocarlas mucho. Si la sabiduría popular es tan unánime en este precepto, ¿por qué el mundo de la investigación se empeña en cambiar de arriba abajo el sistema de la comunicación científica? Pues la respuesta es simple: porque las cosas no van bien.

¿Y qué es lo que va mal o lo que va peor en la comunicación científica? De la lectura del informe, yo llego a la conclusión de que básicamente son dos cosas:

  • el sistema de comunicación científica que no es un bien público, es decir su acceso (el acceso a «leer» sus resultados) está restringido a los pocos que han podido pagar el coste a las revistas
     
  • el sistema de comunicación científica no evoluciona debido a que está sustentando una función que aparece en la segunda mitad del siglo XX y que es la evaluación

El informe que reseñamos ha sido redactado por un conjunto pequeño y selecto de expertos (entre los que se puede destacar Jean-Claude Guédon, Michael Jubba, o Mikael Laakso). Ha sido publicado por la Dirección General para Investigación e Innovación de la Comisión Europea (CE) con el fin de «apoyar los desarrollos políticos de la CE hacia la Ciencia Abierta». El informe puede ser leído en su totalidad o sólo las siete páginas que ocupa un resumen ejecutivo, suficientemente explícito y claro.

Acertadamente los redactores del informe no han querido centrarlo en los desarrollos tecnológicos que están afectando y modificando diferentes aspectos del sistema de comunicación científica. Si de lo que se trata es de cambiar el sistema para hacerlo más eficiente y mejor, lo primero es saber qué quiere conseguir este sistema (qué funciones tiene) y bajo qué premisas o principios se quiere que el sistema funcione. Si no sabemos qué queremos y en qué condiciones, puede pasarnos como aquel que tiró el niño por el desagüe junto con el agua sucia de lavarlo.

El informe tiene seis capítulos: el primeero sobre el contexto de la comunicación científica, el segundo donde se exponen las funciones clave y los principios que deben regir el sistema de la comunicación científica, el tercero sobre las barreras que el sistema tiene para reformarse, el cuarto sobre los roles y responsabilidades de los principales agentes del sistema, el quinto con recomendaciones a cada uno de los agentes para hacer el cambio y un sexto con algunas reflexiones finales.

El capítulo primero expone los principales cambios que ha habido en el mundo de la edición científica desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el día de hoy. Como era de esperar, se habla de los cambios (abundantes y de profundidad) que comportó que la información pasara a ser digital y estar en la red y que tienen lugar a partir de la década anterior al cambio de siglo. De todos modos, es mucho más significativo que se destaque como hecho determinante la aparición en los años 70 del siglo XX los «Citation Index», una herramienta diseñada con intenciones bibliográficas por Eugene Garfield que hoy es conocida, sobre todo, por haber permitido desarrollar una métrica que el tiempo ha demostrado tener efectos perversos: el journal impact factor.

Llegados aquí, el grupo de expertos hace un inteligente paso atrás para (capítulo 2) recordar las funciones que debe cumplir el sistema y desarrollar un conjunto de principios bajo los que éste debería funcionar.1 Las funciones clave que se le ha dado al sistema de la comunicación científica han sido la de registro o atribución de autoría, certificación de veracidad, diseminación y preservación. Lo más innovador del enfoque es que los autores consideran que el sistema, en las últimas décadas, está cumpliendo, como quinta función, la de permitir la evaluación de los científicos y de las instituciones científicas. Esta nueva función sería la que pervertiría el sistema y actuaría como freno a su renovación.

Si de lo que se trata es de cambiar el sistema, bueno es que sepamos no sólo qué queremos que el sistema haga (funciones) sino también cómo lo tiene que hacer. Uno de los aspectos más interesantes e innovadores del estudio es la propuesta que hace de diez principios que son los que deberían caracterizar el funcionamiento de la comunicación científica. Estos son:

  • maximizar el acceso
  • maximizar la usabilidad
  • incluir todo tipo de contribuciones
  • en una infraestructura distribuida y abierta
  • equitativo, diverso e inclusivo
  • que contribuya a la comunidad
  • que fomente la investigación de alta calidad e íntegra
  • que facilite la evaluación
  • que promueva la flexibilidad y la innovación
  • que sea coste-efectivo

En el capítulo tercero se examinan las principales anomalías o defectos del actual sistema de comunicación científica. Esto se hace contrastando la realidad actual con cada uno de los diez principios mencionados anteriormente y que son los que deberían regir el sistema. Así, por ejemplo, el sistema actual de acceso a los outputs de investigación a través de las suscripciones a las revistas sería contrario al principio de maximizar el acceso ya que éste no es posible para quien está fuera del «terreno vallado» de las suscripciones. En este capítulo se vuelve a insistir en una idea bastante central del informe: que no se podrá reformar el sistema de comunicación si al mismo tiempo no se reforma el de evaluación.

El capítulo cuarto repasa las funciones y responsabilidades de cada uno de los agentes del sistema. Estos serían: los propios investigadores, las universidades y centros de investigación, las agencias de financiación y de política investigadora, las editoriales, y un quinto grupo de otros. Sólo destacar aquí que el informe señala adecuadamente que la tensión del sistema proviene del choque entre dos principios que lo sustentan: la comunicación y la reputación. Mientras la primera se basa en la cooperación, la segunda lo hace en la competencia, y las dos operan sobre el mismo sistema.

Finalmente, el quinto capítulo hace recomendaciones a cada uno de los cinco grupos mencionados sobre cómo avanzar hacia este nuevo sistema de comunicación científica. Las recomendaciones son –no podría ser de otro modo– muy genéricas excepto en cuanto a acelerar la transición hacia el acceso abierto, que es el objetivo que se propone como tal a todos los grupos. A destacar, también, que el informe atribuye la principal fuerza para hacer el cambio a las agencias de financiación (no debe ser casual que el informe haya aparecido en pleno del gran debate suscitado por el Plan S).

El informe termina con un capítulo de reflexiones finales que sintetizan muy bien el contenido del documento sin añadir nada nuevo. En este sentido, este capítulo se puede leer de forma bastante independiente del resto. Quien lo haga encontrará bien argumentada y desarrollada lo que creo que es la idea central del informe: que el sistema actual no sólo sustenta la comunicación científica sino también la evaluación de los científicos, y que este segundo rol –espurio– impide que el sistema evolucione hasta donde hoy podría llegar gracias a la realidad tecnológica actual.


1 Para los interesados en el tema, recomiendo el libro Revistas científicas: situación actual y retos de futuro publicado en 2018 por la Universidad de Barcelona bajo la coordinación de Ernest Abadal y reseñado en este Blok por Lluís Codina.