El discurso de la nueva feminidad se tradujo en la implantación de un sistema educativo fundamentado en los supuestos de la inferioridad intelectual de las mujeres. Aunque ninguna ley prohibió de forma explícita el que las mujeres se incorporaran a la Enseñanza Superior, ésta se presentó siempre como inadecuada para ellas. A pesar de los cambios que se produjeron hacia finales de los años cincuenta y sobretodo en los sesenta, no varió demasiado la concepción de la finalidad de la educación de las mujeres ya que en ellas, en su sumisión, se situaba la pervivencia del modelo familiar tradicional. La pedagogía española, en la década de los sesenta, todavía instruía a las maestras en una educación diferenciada por sexos, legitimada en supuestas diferencias naturales, señalando como impropios de la mujer los trabajos que requirieran de un esfuerzo intelectual.