Conclusiones.


La actitud ante la muerte voluntaria es evidente que ha ido cambiando a lo largo de la historia, de acuerdo con las concepciones ideológicas y religiosas de cada momento y lugar. En la sociedad española hasta hace muy pocos años, por la influencia ejercida por la Iglesia y el franquismo, la única interpretación admitida sobre el derecho a la vida, era el deber que teníamos todos de conservarla, por encima de cualquier otra consideración.

En muy pocos años la sociedad en general y la española en particular ha experimentado una gran transformación, hasta el punto que, hoy la mayoría aboga por el reconocimiento del derecho a gestionar su propia vida, lo ideal sería poder decidir el como y el cuando. Hoy nadie quiere sufrir y todos nos rebelamos ante la perspectiva de una larga agonía.

Es evidente que se han producido grandes avances en la protección de los derechos humanos y la dignidad de los enfermos terminales como son los derechos que derivan de una muerte digna, a los cuidados paliativos, a la autodeterminación en el tratamiento a seguir, y a la protección contra abusos. Todo esto está muy bien, pero no es suficiente con que todos estos derechos estén legislados, es preciso que exista la voluntad de aplicarlos y para ello es necesario asignar mayores dotaciones presupuestarias.

Los cuidados paliativos son la mejor medicina para determinado tipo de enfermedad y enfermos, hoy solo pueden acceder a ellos, básicamente los enfermos terminales de cáncer de determinadas zonas. Los cuidados paliativos, a pesar de ser perfectamente válidos y necesarios para determinado tipo de situaciones, no son la panacea, puesto que existen otro tipo de enfermedades y enfermos que por razones distintas al dolor y aún no encontrándose próximos a la muerte, pueden desear poner fin a su vida, ya que no quieren vivir una vida que ellos no consideran digna.

Para poder garantizar el total derecho de autodeterminación del paciente ya sea mediante la manifestación personal directa o por medio del testamento vital es preciso que se regularice tanto la eutanasia activa como el suicidio asistido, lo que permitirá proteger tanto a la persona que ayuda a morir al enfermo como a éste de posibles abusos.

Esperemos que este nuevo gobierno, que en su sesión de investidura ha manifestado su interés en la defensa de los derechos de los ciudadanos ante cualquier otro derecho, como puede ser el de los pueblos, se implique en el debate sobre la eutanasia, sepa escuchar la opinión mayoritaria y regularice esta necesidad existente.

Abordar el tema de la eutanasia no me ha sido fácil, puesto que, muchas de las referencias analizadas, me han hecho recordar de forma muy viva, experiencias y conductas, tanto propias o de familiares próximos, como de personal sanitario, en los momentos en que hemos tenido que enfrentarnos a enfermedades graves y dolorosas de seres muy queridos.

Para finalizar, quiero hacer mía la frase de Bob Dent (primera persona que en Australia hizo uso de la legislación que permitía la eutanasia) "Si usted no está de acuerdo con la eutanasia voluntaria, entonces no la use, pero por favor no me niegue el derecho".

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