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Beatriz de Nazaret. Los siete modos de amor.
Al cuidado de Blanca Garí de Aguilera.

Beatriz de Nazaret.
Los siete modos de amor.

Al cuidado de Blanca Garí de Aguilera.


Introducción y edición crítica. Siete modos de amor (Español)

Estudio biográfico. Beatriz de Nazaret (1200- 29 de agosto de 1268)

A principios de los años setenta del siglo XIII, un capellán, confesor del monasterio cisterciense de Nazaret, emprendió la tarea de escribir en latín la vida de una de las prioras. Se llamaba Beatriz y había fallecido muy pocos años antes. Para llevarla a cabo, el anónimo confesor había recibido de manos de las monjas del monasterio los escritos en neerlandés de esta mujer a la que él nunca conoció personalmente. Entre estos escritos figuraba en primer lugar un diario espiritual que abarcaba los veinte años de su vida anteriores a su llegada a Nazaret, pero también algunas notas tardías de cuando ya era priora del monasterio y finalmente un breve tratado místico titulado “Los siete modos de Amor”. De estas obras, de cuya existencia nos informa él mismo en el prólogo, sólo el tratado ha llegado hasta nosotros; parece, en cambio, que el diario y las notas se perdieron pronto, o que tal vez se hicieron, misteriosamente, desaparecer. Para escribir su biografía, el anónimo capellán dispuso también de la información de las monjas que la conocieron, en especial de aquella que le había sucedido en el cargo de priora, su propia hermana Cristina. Con todo ello el capellán de Nazaret escribió su “Vita Beatricis”.

Por el sabemos que Beatriz nació en Tienen, a veinte kilómetros de Lovaina, probablemente en primavera del año 1200. Sexta hija de una próspera familia burguesa, recibió desde pequeña una formación muy sólida. Al principio fue su madre quien, proyectando mandarla en el futuro a una escuela, la instruyó en las disciplinas escolares, de forma que “a la edad de cinco años podía recitar el salterio de David 1 ”. De su madre, que murió pronto, la “Vita Beatricis” habla poco y, aunque señala su importante papel en la infancia de Beatriz, ni siquiera nos dice su nombre; el biógrafo se extiende en cambio sobre la figura del padre, Bartolomé, cuya vida irá siempre estrechamente asociada a la de la hija. “Hombre rico y piadoso” del que a su vez poseemos una “Vita”, Bartolomé fue el fundador de los tres conventos cistercienses en los que sucesivamente vivirá Beatriz y en los que ingresará él mismo, como hermano laico, junto con toda su progenie, exceptuando dos hijos que entraron en otras órdenes. La primera de las tres fundaciones fue Bloemendaal (Florival) en 1210, la segunda Maagdendaal (Vallis Virginibus) junto a Tienen, en 1221, y finalmente la tercera Nazaret, cerca de Lier, en 1236. Muerta la madre cuando Beatriz contaba con siete años, su padre, Bartolomé, la envió a vivir a una comunidad de beguinas en la cercana ciudad de Zoutleeuw, allí -dice la “ Vida ”- fue instruida por ellas “formándola en las buenas costumbres, enseñándole con ejemplos y adornándola con virtudes” al tiempo que asistía a una escuela mixta de la ciudad en la que fue encomendada a “maestros de las artes liberales para que avanzara más rápidamente en las disciplinas escolares en las que, como hemos dicho, fue iniciada por su madre 2 ”. Después de un año regresa a casa y al poco ingresa como “ oblata ” (donada) en el monasterio cisterciense de Bloemendaal del que su padre era entonces administrador. Con diez años prosigue su formación en el “trivium y quadrivium” e inicia, al parecer, una vida de duras prácticas ascéticas. A la edad de quince años pide hacerse novicia y finalmente, con el acuerdo de la comunidad, profesa como tal en Bloemendaal en abril de 1216. Poco después es enviada por la abadesa a la comunidad cisterciense de Rameya (La Ramée) para aprender el oficio de copista y en particular el arte de la confección de libros litúrgicos de coro. En ese monasterio, famoso por el trabajo de sus miniaturistas, no sólo aprende Beatriz, de la mano de Ida de Lovaina, el arte de escribir y copiar manuscritos, sino que al mismo tiempo desarrolla una estrechísima amistad con Ida de Nivelles 3. Ida, que antes de profesar en el Císter, había sido seis años beguina en Nivelles, la ciudad de María de Ognies, era poco mayor que Beatriz, pero famosa ya entonces a causa de sus progresos espirituales y experiencias místicas. De su mano Beatriz se inicia en la contemplación y en los primeros días de enero de 1217 tiene su primera experiencia mística. Poco después la abadesa la llama de nuevo a Bloemandaal y nunca más volverá a ver a Ida, pero la amistad y la confianza mutua se mantendrán a través de una correspondencia que por desgracia no conservamos. En 1221 Beatriz, su padre y sus tres hermanos han sido trasladados a la nueva fundación de Maagdendaal. En el nuevo monasterio profesa como monja y es consagrada virgen por el obispo cuando cuenta aproximadamente con 25 años de edad. Finalmente, después de que su padre funde el último de los tres monasterios, el de Nazaret, se traslada a él en 1236, donde primero ejerce dos años como maestra de novicias y después, elegida priora, ocupará ese cargo hasta su muerte en 1268.

La Vita Beatricis, es decir, la vida latina que conservamos, elaborada teóricamente en base a escritos de la propia Beatriz, nos proporciona una cronología y un marco de referencia en el que encuadrar a la priora de Nazaret. A través de ella sabemos más cosas de Beatriz que de la mayor parte de las otras escritoras místicas de su época. Pero al mismo tiempo, la obra invita a la prudencia. La Vita Beatricis es, según su autor, meramente una traducción. Sin embargo, al leerla, quedan pocas dudas de que, al menos en parte, los primitivos textos autobiográficos en neerlandés escritos por Beatriz se han convertido en manos del "traductor" en un documento hagiográfico, en una biografía espiritual modelada al modo de las “ Vitae ” de las mujeres santas de Brabante escritas en la primera mitad del siglo XIII. El propio sacerdote, excusando su falta de pericia en el género, es decir, en el de las "vidas de santos", nos ofrece en el prólogo la clave para leer con cautela su texto: “Aunque he leído las hazañas de varios santos en narraciones históricas escritas por otros, no he alcanzado aún el nivel de ese discurso. Consecuentemente, no confiando en mis propias fuerzas me he dedicado hasta ahora más a maravillarme de la belleza de la elocuencia ajena que a imitar el vigor del experimento con mis aún débiles y titubeantes inicios. No te maravilles pues, oh lector, si a lo largo de mi historia aparecen cosas inadecuadas que quedan incluidas en ella; percibirás que escribo empujado sólo por el precepto de la caridad aunque no esté familiarizado con la composición y no haya limado la rusticidad de mi balbuciente lengua [...] Pero si alguien me reta a que pruebe las cosas que voy a decir y, cual curioso investigador, me pide un testigo de la verdad, responderé con toda simplicidad que soy sólo el traductor de este texto, no el autor. Por mi parte he añadido o cambiado muy poco; más bien he dado sólo un colorido latino al texto en vulgar que me fue dado en forma de notas de diario 4 ”.

De forma aún más abierta, se dirige al final de su libro a sus “amadas señoras y hermanas en Cristo ” -es decir, la priora y demás monjas de Nazaret que le han encargado el trabajo- y les confiesa que el objetivo de su obra es pedagógico, por lo que les exhorta diciendo: “vosotras que habéis merecido tener a esta santa mujer carnalmente presente y haber grabado en vuestras memorias para siempre, según se ha de creer, las obras de caridad que os fueron manifestadas por tanto tiempo, grabad también los ejemplos de virtud en vuestra conducta, para que seáis sus seguidoras y discípulas 5 ”; pero, sigue el capellán, la obra no está destinada a uso exclusivo del convento sino a difundir la fama de su antigua priora, y es por ello que el temor a que la excesiva profundidad de los escritos de Beatriz impidiera a muchos su correcta comprensión, le ha llevado a cambiar y omitir bastantes cosas: “y te amonesto a ti lector, rogándote y pidiéndote que leas cuidadosamente esta obra para que tomes de ella el fruto de la edificación. No te quejes de que mi larga narración te produzca fastidio, pues ya dije en mi excusa desde el principio que no procedía de mí sino de otra, y aún he omitido no poco de aquello que hubiera podido impedir al lector comprender a causa de su excesiva profundidad, pues aún si era inteligible para los más perfectos, hubiera resultado más tedioso que edificante y hubiera hecho más daño que bien a aquellos cuyas mentes no están ejercitadas en estas cosas. He escogido así un camino intermedio, haciendo lo que he podido para que no pareciera que omito las muchas cosas que en su libro Beatriz, santa, dice con sutilísimo razonamiento sobre el amor de Dios y del prójimo [...] He tocado con brevedad en el extenso e interminable material, de forma que en pocas palabras pueda dar a los sabios - a los cuales bastará con que toque algunos puntos- la ocasión de penetrar en los grandes misterios del amor, y he satisfecho a los melindrosos con un amable y breve compendio6 ”.

Tras la retórica de estas líneas, el capellán y confesor de Nazaret deja traslucir tanto su admiración por la priora del monasterio, de la que se propone escribir su vida y demostrar su santidad, como también su miedo. ¿Miedo a qué? No lo sabemos, pero podemos quizás imaginárnoslo. Es miedo a la incomprensión, a la mala interpretación de unos escritos que formulan con gran audacia ideas nuevas en lengua materna. La abadesa y las otras monjas han puesto en sus manos esos textos, al parecer, en torno a 1275, unos siete años después de la muerte de Beatriz. En esa época las polémicas surgidas en relación a la nueva espiritualidad femenina están en plena efervescencia y posiblemente le asustan. El ambiente se ha venido enrareciendo. Tres décadas antes, Robert Le Bougre, ejerciendo como inquisidor de la diócesis de Cambrai, a la que pertenece Nazaret, había iniciado los primeros procesos y condenas, de los que ya habla Hadewijch de Amberes en sus escritos. En 1272 Alberto Magno ha escrito un tratado escolástico sobre la llamada herejía del Ries, en la que muchas "mujeres religiosas" abrazan teorías panteístas y traducen sus experiencias místicas de Cristo en tonos de dudosa ortodoxia. De 1273 datan los informes preparatorios del Concilio de Lyon que se ha celebrado un año más tarde, en 1274; en esos informes se habla con escándalo de las "mujeres religiosas", y uno en concreto, el del obispo de Tournai, junto a Cambrai, condena explícitamente los escritos en lengua vulgar que circulan entre ellas. Pocos años más tarde las beguinas de todo Brabante parecen los suficientemente amenazadas para que el duque juzgue necesario ponerlas bajo su protección directa; muchas fundaciones, no lo olvidemos, acogen a mujeres de la nobleza. Con seguridad en el monasterio de Nazaret no podían ignorarse todas estas cosas. El capellán las sabía, probablemente también las monjas. Los escritos en neerlandés de la priora, celosamente guardados por ellas, representaban un peligro. Se los dieron a su confesor para que los vertiera al latín y éste lo hizo. Tradujo sí, pero tradujo transformando la audacia en ortodoxia perfectamente adecuada a los modelos de santidad femenina consagrados por Teodorich ya en el siglo XII y, sobre todo, por Jacques de Vitry, Thomas de Cantimpré y tantos otros en la primera mitad del siglo XIII. Con los textos de Beatriz escribió una Vida. Reypens, como también De Gank, piensa que después de hacerlo hizo desaparecer sus fuentes, las destruyó; probablemente, añade De Ganck, con el consentimiento de las monjas7. ¿Por qué se conservó el tratado de Los siete modos de Amor ? No lo sabemos. En todo caso, el colorido latino del texto del capellán transforma con seguridad la voz de la priora neerlandesa, la simplifica, la adecua a los modelos institucionales de santidad femenina y la hace aceptable y comprensible para muchos. A pesar de ello, no necesariamente la enmudece. Detrás de la hagiografía existe un personaje real, una mujer que otras fuentes documentan como monja de los tres conventos cistercienses y que además escribió a ciencia cierta cuando menos un tratado sobre la experiencia mística. Por ello, aunque la estructura de la biografía repite la de la Vida de Lutgarda de Tomas de Cantimpré y aunque las prácticas ascéticas del primer libro recuerdan con excesiva frecuencia y literalidad la “ Vida ” del hermano lego de Villiers, Arnulfo, al mismo tiempo otros pasajes, especialmente los capítulos doctrinales del segundo y tercer libro, revelan la autoría de Beatriz y su talento de maestra 8.

La lectura de la Vita Beatricis ha de hacerse por tanto desde una doble perspectiva: por un lado teniendo en cuenta el tejido hagiográfico sobre el que está compuesta y que muchas veces ahoga, encorseta la voz que pudiera haber tras ella, pero se debe leer también, por otro lado, acertando a indagar allí donde la experiencia y el mundo personal de Beatriz rasgan el velo de la hagiografía, allí donde por encima de su adecuación a los modelos de santidad, la voz de la monja cisterciense se deja oír a través de los tres libros que componen el texto latino. A calibrar con exactitud esa distancia existente entre la priora de Nazaret y la santa diseñada por el capellán del monasterio, entre la autobiografía y la biografía, entre la palabra de Beatriz y el eco de ella en su Vida latina, acude en nuestro auxilio un documento extraordinario: el tratado místico de Los siete modos de Amor , que, a diferencia de sus otros escritos, el azar ha querido conservar en su versión original neerlandesa, tal como un día lo escribiera la propia Beatriz. El capellán de Nazaret utiliza el tratado, como utiliza sus otros textos, para componer su obra y lo traduce al final del tercer libro integrándolo en la vida de la santa y transformado algunos aspectos fundamentales de su contenido. La comparación de ambas versiones, la neerlandesa y la latina, nos ofrece así una posibilidad insólita de contrastar la escritura femenina y la elaboración que los hombres, sacerdotes y directores espirituales, hicieron de ella. El diálogo entre la biografía conservada y la autobiografía pérdida culmina así en los dos textos del tratado, el neerlandés y el latino, que nos proporcionan la clave para aproximarnos al pensamiento y experiencia de esa mujer. Guardando cautelosamente ese equilibrio podemos acercarnos a ella intentando al menos descubrirla en cuatro aspectos fundamentales de su vida: en primer lugar la adecuación de Beatriz al contexto de la espiritualidad de la primera mitad del siglo XIII y a las nuevas formas de religiosidad femenina; en segundo su amistad con Ida de Nivelles y el camino mistagógico en que ella la introduce; en tercero sus experiencias visionarias; y finalmente su mística del amor tal como aparece en ambas versiones del tratado.

Beatriz fue una monja cisterciense. La espiritualidad del Císter en general y las formas que ésta adquiere en el norte de Europa, encabezada por los monasterios de Villiers y Aulne y su protección sobre las casas femeninas, fueron el marco de su formación religiosa y de su vida 9. Su contacto con las beguinas, aún si breve, confirma los lazos que unieron estrechamente a principios del siglo la espiritualidad beguinal y cisterciense en toda la Lotaringia. El capellán que rescribe su vida, interpreta el personaje de Beatriz en ese ambiente. Por eso ordena los datos que posee, los distribuye en tres libros que se corresponden, cada uno de ellos con un "estado" dentro de una dinámica clásica de progreso espiritual: “status inchoantium” o de iniciación, “status proficientium” o de progreso y “status perfectionis” o de perfección. En cada uno de ellos, Beatriz es interpretada según los pasos de una espiritualidad que comparte los parámetros de su orden y de su época.

En el libro primero se describe la infancia, su estancia con las beguinas, el periodo de Bloemendaal, su paso por Rameya y su consagración en Maagdendaal. En el centro de la iniciación se encuentran por un lado las durísimas prácticas ascéticas que coinciden paso a paso con las descritas para muchas de las “mulieres religiosae”, monjas o beguinas, así como para algunos hermanos laicos y monjes de su tiempo. Ciertamente detrás de esas prácticas hay un modelo, eso no significa, sin embargo, que Beatriz no las haya realizado: la penitencia y austeridad en el vestir y en el comer que llevan a la enfermedad y a la santa anorexia parecen convertirse en un lugar común de la religiosidad de muchas de estas mujeres y nada demuestra que Beatriz no se adaptara a ellas, y sin embargo, el hecho de que no exista mención alguna de ellas en su tratado, y que el biógrafo recurra a estereotipos casi literales para describirlas, nos permite plantear como hipótesis que ella misma no las incluyó en su diario y que, si llegó a realizarlas, no les dio en cualquier caso el peso que tienen para su biógrafo10.

También centrales en el primer libro son, por un lado, la meditación sobre la Vida y Pasión de Cristo y, por otro, las prácticas confesionales. Ambas pertenecen de nuevo a prácticas comunes en la nueva espiritualidad. Sobre la primera, la Vida describe sus contenidos y sus técnicas “En sus meditaciones acostumbraba a recapitular en orden lo que hizo Cristo de niño cuando nació, los milagros que obró en su juventud, el oprobio, burla, flagelación, cruz y muerte sufridas con viril fortaleza en su Oasión, y lo que poderosamente llevó a cabo tras su muerte abriendo las puertas del infierno y arrancando a los suyos de las tinieblas; llevando su meditación hasta la gloria de la ascensión del Señor, allí acostumbraba a detenerse [...] Y en todos los oficios del coro, día y noche, en devota y celosa meditación, mantenía en su mente aquella parte de la pasión de nuestro Señor que él sufrió en aquella hora11 ”. Las imágenes y visualizaciones son, una vez más como para tantas beguinas y monjas, el punto de partida de la meditación: “Y en adelante, durante cinco años seguidos tuvo la imagen mental de la Pasión de nuestro Señor tan firmemente grabada en su memoria que casi nunca dejaba esta dulce meditación 12 ”.

Pero junto a las prácticas meditativas, con no menos énfasis el biógrafo señala el cultivo minucioso de las prácticas asociadas al sacramento de la confesión y a la Eucaristía. El autoconocimiento, el autoescrutinio sistemático, la búsqueda del "hombre interior" y la contrición son un tema recurrente del primer libro y en buena parte también del segundo: con frecuencia Beatriz “examinó sus acciones exteriores y su comportamiento interior, y encontró en sí misma muchas cosas que necesitaban corrección [...] Y hacía esto, no movida por un impulso singular, sino de forma ordenada, una cosa después de otra13 ”. Pero, contra todo pronóstico, y alejándose con ello de la estructura habitual de las Vidas de su tiempo, el peso indudable del examen de conciencia y de la práctica de poner en palabras las propias obras, no se corresponde con la presencia en la Vida de Beatriz de la figura de un confesor singular, de un director espiritual que la conduzca en su progreso religioso. La práctica de la confesión sacramental frecuente y su asociación a la Eucaristía, ampliamente difundidas ya en el siglo XIII en medios religiosos tras los decretos del IV Concilio de Letrán, están naturalmente presentes, pero la importancia de la figura del confesor se difumina en Beatriz al punto de adoptar en determinados momentos una actitud abiertamente "contricionista": tras su regreso de Rameya y de un periodo de crisis del que el biógrafo dice que ella dejó minucioso relato, Beatriz: “se abstuvo durante unos días de recibir el sacramento del cuerpo y sangre del Señor; … y sucedió que una de las monjas, con una relación especialmente familiar e íntima con ella, vino un día a ella inesperadamente, por inspiración divina, y comenzó con bastante insistencia a amonestarla y presionarla para que comulgara el sacramento que vivifica [...] Beatriz temió primero seguir su consejo sin suficiente respeto por tan gran misterio, pues no se había preparado para él a través del remedio de la confesión -no había ido a confesar sus faltas en una semana- la otra monja le insistió y no quiso dejar de presionarla hasta que dio su consentimiento de recibir el misterio salvífico del cuerpo de Nuestro Señor en aquel mismo momento. No había tiempo para demoras, aproximándose la hora la virgen del Señor no podía ni prepararse con la ayuda de la confesión, ni refugiarse en la retirada. Se volvió por completo hacia el Señor con temor del corazón y conciencia, y urgentemente empezó a pedir perdón por sus faltas ante el Señor, fuente de gracia. Y así avanzando lentamente hacia el altar con corazón temeroso, antes de llegar a recibir la santa Eucaristía, se abrieron las cataratas de su rostro y abundantes lágrimas empezaron a manar de sus ojos, plenas de consuelo y dulzura 14 ”.

Ya en el segundo libro la descripción del examen de conciencia se convierte en aún más detenida y sistemática: Beatriz, en la oración de maitines “repasaba en su mente, con viva memoria, uno por uno todos sus defectos y faltas cometidas por deleite, consentimiento, pensamiento y obra. Juzgándose a sí misma por su bajeza, cada día presentaba al Señor su corazón humilde y contrito15 ” y después de las vísperas, tal como solía hacer María de Ognies, Beatriz “acostumbraba a reconsiderar con ojo agudo y atento como había observado todo esto durante el día, y si por caso hallaba que en algo había fallado por exceso u omisión se acusaba a sí misma duramente por lo que había hecho y ofrecía inmediata satisfacción al Todopoderoso por ello16 ”. Para el capellán la práctica de la confesión va así estrechamente unida al autoconocimiento al que ella se aplica durante toda su vida: “Su espíritu se iluminó rápidamente y los ojos de su corazón se abrieron, y le fue concedido obtener de la verdadera fuente de la gracia el conocimiento de sí misma que buscaba. Con los ojos del conocimiento de sí misma ahora abiertos, se aplicó en primer lugar a indagar en sus actos externos y en sus hábitos, y después a escudriñar las profundidades de su corazón con aguda y sutil consideración17 ”.

Pero si el autoexamen y la confesión detallada y frecuente ocupan, como el primero, también el segundo de los libros, el contenido de éste, que el biógrafo define como el "estado de progreso", se aleja marcadamente de los estereotipos hagiográficos para acertar a dibujar, aun si velado por una narrativa biográfica, una doctrina. El periodo abarcado por el segundo libro coincide con la mayor parte de los años transcurridos en Maagdendaal, pero la descripción de datos y prácticas religiosas se desplaza a un segundo plano y una serie de pequeños tratados espirituales ocupan en cambio el lugar central. Para J.Van Mierlo se trataría de la traducción, e inclusión en la vida, de textos independientes de la priora 18, mientras que para K.Ruh estos tratados representan en buena parte las auténticas enseñanzas de Beatriz19. En especial, se trata de los cinco capítulos centrales de este segundo libro: En el primero de ellos, titulado por el biógrafo “Las dos celdas” que ella estableció en su corazón, se narra como Beatriz instituyó en su propio corazón dos celdas en las cuales situó, en la inferior sus pecados y negligencias y en la superior, en cambio, cuanto había de bueno en ella por naturaleza o gracia. El segundo de los tratados describe “Los cinco espejos de su corazón ”, el primer espejo Dios como juez, el segundo la villanía de la tierra, el tercero el amor al prójimo, el cuarto la imagen del crucificado en cuya contemplación, su alma, “deshecha en el fuego de la compasión como la cera ante la llama, fluye totalmente al interior del caliz de las heridas de Cristo 20 ”, el quinto espejo, por fin, es la muerte y el juicio final. El tercer y cuarto tratados titulados respectivamente “Del monasterio espiritual que ella estableció en su corazón ” y “De las dos custodias de su monasterio: humildad y obediencia ”, establecen las jerarquías que gobiernan su comportamiento: la razón, la providencia y el amor en el primero, la humildad y la obediencia en el segundo. Finalmente el quinto tratado “El jardín frondoso de su corazón ” representa el vergel de las virtudes. No sólo por sus títulos y su constante insistencia en la alegorización del corazón, sino también por su contenido, estos cinco capítulos de la Vida se hallan impregnados de la espiritualidad cisterciense y beguinal del siglo XIII. Y, sin embargo, la formulación de los mismos como experiencias puestas en primera persona en Beatriz y su asociación directa a la cotidianeidad de sus comportamientos bien pudiera ser, como sucederá de hecho en Los siete Modos de Amor , una adaptación del biógrafo de los escritos de la priora.

El tercer libro describe el estado de perfección y en él ocupan un lugar central sus experiencias visionarias y de unión mística, que el primer y segundo libro ya mencionaban. El libro abarca el final de la estancia de Beatriz en Maagdendaal y la fundación y traslado a Nazaret, momento en el que, al parecer, se interrumpe la autobiografía que el capellán utiliza como fuente. Pero en este tercer libro se incluyen también la descripción de los años de Nazaret, en los que ejerce como maestra de novicias y, sobre todo, como priora, y el relato de su muerte. Para este amplio periodo de tiempo el biógrafo dispone, según dice, de algunas notas tardías de Beatriz, de las informaciones de las propias monjas y, sobre todo, del tratado de “Los siete modos” que traduce íntegramente.

Según este tercer libro, todavía en Maagdendaal, Beatriz, que quiere comprender sus visiones, se dedica al estudio de la Santísima Trinidad, “usando libros sobre la Santísima Trinidad, una copia de los cuales retenía consigo21 ”. La frase es significativa, pues señala la accesibilidad en los monasterios cistercienses a obras de contenido teológico y recuerda al mismo tiempo el útil oficio de copista aprendido en Rameya. Al parecer, Beatriz aún lo ejerce; de hecho poco más tarde, ante el eminente traslado a la fundación de Nazaret, será ella quien copie todos los libros del coro para el nuevo monasterio.

Un episodio, que tiene lugar también en los últimos años de Maagdendaal, llama la atención poderosamente. Beatriz, que es venerada y reverenciada por todos y especialmente por su comunidad, “preguntaba frecuentemente al Señor con el apóstol qué podía hacer para complacer a la gracia divina, e indagando en el interior de sí misma día y noche finalmente fijó y asentó el consejo de su corazón: tal como el Señor de misericordia, para redimirla a ella, sufrió las humillaciones de la Pasión en su cuerpo con la mente tranquila, así a su vez Beatriz quería sufrir afrentas por él [...] y no encontrando manera más fácil para seguir el deseo de su corazón finalmente dio su entero consentimiento a esta idea: se fingiría loca y así, despreciada por todos los que la vieran, se aferraría con mayor perfección a los pasos de Cristo, conformándose totalmente a la abyección e indignidad22 ”. El biógrafo duda. Incómodo con lo que él mismo acaba de explicar en unos párrafos en los que resuena con fuerza el modelo de los "locos de Dios", los santos locos del desierto, corrige de inmediato ¿lo hizo también Beatriz? Sea como fuere, la Vida latina cuenta que no llegó a fingirse loca, que dudando en el fondo de su corazón sobre lo que iba a hacer, “en su perplejidad anheló el consejo de un hombre sabio y acudió a cierto hombre venerable, llamado Henry” -nombre así trasmitido en la Vida latina-“, famoso en santidad y discreción, en cuyo íntimo consejo se había acostumbrado a refugiarse en los asuntos difíciles23 ”. Henry, que vivía en Tienen, llegó meses más tarde y en su conversación le desaconsejó la idea, inspirada a su parecer en el amor, pero peligrosa, si no para ella sí para su prójimo. Beatriz al momento desistió de la locura.

He aquí la única mención seria en toda la Vida de una dirección espiritual masculina, de un consejero que guía los pasos y decisiones de la futura priora, y ni siquiera aquí sabemos si encarna la figura de un confesor. No es, sin embargo, la única persona a la que Beatriz se confió ni la única a la que consultó en sus decisiones y en sus dudas. Junto al “hombre que vivía en Tienen”, en el papel de consejera y directora espiritual aparece, a lo largo de los dos primeros libros y hasta su muerte al principio del tercero, la figura de una mujer: * Ida de Nivelles, la maestra “de gran autoridad y reputación24 ”, que un día, allá por 1217, Beatriz conoció en el monasterio de Rameya. Así cuenta la Vida el decisivo encuentro entre ambas mujeres: “En Rameya, encontró [Beatriz] a la venerable Ida de Nivelles, una mujer de gran mérito y monja de aquel lugar, de la que, quien quiera leer u oír el relato de sus milagros obrados maravillosamente por la gracia de Dios durante su vida, podrá aprender en su Libro de la Vida cuánto mérito ganó a los ojos de Dios. Y fue a esta santa mujer a la que la devota niña se unió inseparablemente con un lazo de amor [...] Ida de Nivelles supo por revelación del Espíritu Santo que nuestra Beatriz sería tomada por Nuestro Señor como especial esposa [...]Por ello Ida se entregó totalmente al servicio de Beatriz y se dedicó por completo a ella, formándola con toda solicitud, agradecida Beatriz retornó esos servicios lo mejor que pudo, amando a Ida como a una madre, siguiéndola como a una guía y estimándola como a una querida nodriza, seducida cada día por su dulce discurso e instruída cuidadosamente por su palabra y su ejemplo25 ”.

Pero Ida no sólo la guió en el camino espiritual durante su estancia en Rameya. De regreso a Bloemendaal y años después en Maagdendaal, acudió de diversas formas a su compañía y su consejo. En la etapa de crisis descrita, Beatriz escribe a Ida a través de un mensajero: “Beatriz” -cuenta la Vida - “hizo un claro relato de sus recientes turbaciones y de las causas a Ida de Nivelles, en cuyo patrocinio confiaba de todo corazón, y le prometió fielmente corregir sus precedentes negligencias con la ayuda de Dios. Como una suplicante sierva de Cristo le rogó a Ida que obtuviera para ella con sus rezos la gracia divina”, y es el perdón de Dios que Ida le asegura en su respuesta el que la conduce de nuevo a la Eucaristía y con ella al sacramento de la confesión: “Renovada por la respuesta de esta santa mujer, Beatriz empezó en seguida a preparar con todas sus fuerzas la vasija de su corazón [...]y habiendo renovado la casa de su conciencia lo mejor posible, el domingo siguiente Beatriz, con humilde corazón, recibió el sacramento vivificador de la Eucaristía26 ”. La amistad entre ambas mujeres no aparece sólo mencionada en la Vida de Beatriz, la de Ida también habla de ella, relata entre otras cosas la ceremonia de consagración de Beatriz de manos de un obispo en Maagdendaal a mediados de los años veinte, al parecer Ida presenció la ceremonia en espíritu. Años más tarde, todavía en Maagdendaal, un mensajero trajo a Beatriz la noticia de la muerte de Ida de Nivelles “desolada por esta noticia, la sierva de Dios, Beatriz, engendró gran dolor en su corazón por la pérdida 27 ”. Nada más dirá después la Vida sobre ella.

¿Qué le había enseñado Ida? Responder a esta pregunta es entrar en el campo de la experiencia mística y visionaria. La Vita Beatricis no abunda en ello y, sin embargo, los relatos que aparecen tienen una especial fuerza y significado. El primer libro narra una sóla experiencia, la primera, que se produce justamente como resultado directo de sus progresos espirituales junto a Ida. Tras meses de instrucción en Rameya, cuenta la Vita, Beatriz comenzó a desear ardientemente que Ida rogara a Dios para que le concediera gracias especiales. El biógrafo construye el diálogo en primera persona y hace decir a la novicia: “ Señora os pido que con vuestras plegarias al Señor de compasión os esforcéis en obtener para mí que quiera reforzarme permitiéndome gustar y participar en las gracias especiales cuya dulzura sólo permite que experimenten en este mundo sus sirvientes elegidos y especiales”. Entonces respondió Ida: “Prepárate para el día de la Natividad del Señor en el que el Señor llenará irresistiblemente el deseo de tu corazón, concediéndote la gracia que pides28 ”. Y así fue como Beatriz, no el día de Navidad, sino unos días más tarde, en los primeros días de enero de 1217, tuvo su primera experiencia mística. La Vida la describe en estos términos: “No habían pasado aún aquellos días, es decir, las octavas que siguen a la Natividad, cuando complugo al Señor en su gracia perfeccionar la obra de su amor en Beatriz, su devota sierva. Sucedió un día en que ella se hallaba presente con las demás monjas en el coro cantando completas en el crepúsculo, como exige ese tiempo. Sentada durante la salmodia, se aquietó un poco de todo ruido exterior, y con gran esfuerzo elevó su corazón al Señor. A su mente vino el texto de la antífona que la Santa Iglesia acostumbra a cantar en esos días ensalzando el amor de Dios. Esta es la antífona: 'Por el gran amor con el que Dios nos ama, envió a su Hijo a semejanza de la carne pecadora para salvar a todos'. Examinando cuidadosamente las palabras de esta antífona e indagando en la gran materia que contienen estas alabanzas, Beatriz, con devota meditación, alabanza, acción de gracias y humildad siguió al Hijo en su ascensión a la presencia del Padre. Cuando llegó allí en meditación y no pudo ascender más, volvió a su mente de nuevo el responsorio cantado en tiempo de Pascua: 'Y David con los cantores tocaba la cítara en la casa de Señor'. Meditando estas palabras con gran atención y rumiándolas cuidadosamente, arrebatada en éxtasis, partió de allí. No corporalmente sino intelectualmente, no con los ojos de la carne sino con los de la mente vio la divina y sublime Trinidad brillando maravillosamente en la belleza de todo su esplendor y en la omnipotencia de su eterna excelencia. Y vio a David con los cantores de la suprema Jerusalén alabando con el salterio y la cítara magníficamente la majestad de la divina potencia 29 ”.

La liturgia mueve el corazón y lo lleva a la meditación, a la que sigue la experiencia. La visión de la Jerusalén celeste y del esplendor trinitario parte directamente de las palabras e imágenes bíblicas, que en el interior de la experiencia visionaria empujan a la comprensión; es, pues, una iluminación. Tras ella Beatriz permanece en el coro como dormida hasta que las otras monjas le hacen volver en sí y la llevan a la cama desecha en lágrimas. Ida, con algunas otras monjas, acude a verla. Reaparece aquí el motivo de la locura aparente, que no es tal sólo para Ida: “Cuando Beatriz vio que el grupo se aproximaba, llena de gratitud, estalló en carcajadas, pues no podía en modo alguno soportar su presencia con corazón tolerante, sino que le parecía que su corazón iba a estallar en trozos por exceso de gratitud si la venerable Ida se acercaba un poco más. Para que esta gran locura que experimentaba en su corazón no siguiera siendo vista por todas las otras monjas, Beatriz empezó a desear, sin sonidos ni palabras, que la lámpara que iluminaba el dormitorio se apagase, para que al menos lo inmoderado de su risa no fuera visto por ellas” ( Vida I,11,57-58). La desmesura de su llanto y de su risa, incomprensible para muchas, guarda el secreto compartido con su maestra.

En el segundo libro las visiones en sueños, y las visiones y audiciones en el coro, se repiten con mayor frecuencia. Su tema central es la promesa de la unión mística que se manifiesta ya en algunas experiencias: “De pronto, cuando el sermón aún no había acabado, su espiritu interior comenzó a verse maravillosamente tomado y colmado por el espíritu divino. La unión fue tan indisoluble y la conexión tan intensa que su alma, activa en todo su cuerpo, difundió de inmediato esta sensación del abrazo interior por todos los miembros de su cuerpo. Su entera humanidad comenzó a experimentar externamente el poder de esta unión que, en esta visitación, su espíritu gustaba interiormente [...] y de repente oyó la voz divina dirigiéndose a su alma, y comprendió que el Señor le decía estas palabras en un susurro: ' [...] por último te prometo que nunca nos separaremos uno de otro, sino que permaneceremos unidos, el amor y la fidelidad perpetuamente confirmados entre nosotros30 ”.

Con especial intensidad, el ardor del amor se manifiesta en una de estas experiencias. Sucedió en Maagdendaal, en el año de 1232. También aquí el punto de partida fue la liturgia a la que, en esta ocasión, Beatriz asiste enferma desde los escalones del coro “Tras permanecer un rato allí en paz de corazón y dulzura de la mente, al irrumpir el canto del Aleluya, el Señor de eterna misericordia atravesó de pronto su alma con el fuego de su amor con una lanza ardiente, y con la gran fuerza de la embestida la penetró como con una espada llameante. Y la voz del Señor alcanzó clamorosa su alma, dándole a conocer por indicios seguros que había sido especialmente escogida entre cuantos habitan en este mundo mortal y que había escrito su nombre con su mano clementísima en el Libro de la Vida junto a los de los escogidos que ya reinan en la patria celeste recreándose en eterna beatitud o los que aún soportan en este siglo presiones y tribulaciones 31 ”. La convergencia simbólica del dardo del amor y la lanza, que penetra su alma como penetró en la Pasión el costado de Cristo, anuncian a Beatriz al mismo tiempo su unión amorosa, esposa elegida del Cantar, y su lugar entre los perfectos que han seguido los pasos del Hijo.

En el libro tercero de la Vida las visiones se transforman. Sus contenidos son más didácticos y permiten pensar, tal vez, en una mayor elaboración del escriba, en base a la teología victorina y cisterciense32. La razón de esa "elaboración" tal vez cabe buscarla en los primitivos escritos neerlandeses que sustentan su narración. El capellán de Nazaret, cuando aborda los años del priorato de Beatriz, es decir, la tercera fase de la Vida que denomina “status perfectionis”, ya no posee un diario en el que apoyarse para narrar sus experiencias, sino, como mucho, unas notas tardías y las informaciones de las monjas, pues el tratado de los Siete modos evita todo discurso visionario. Con todo, dos visiones de este tercer libro tienen especial fuerza y significación. En la primera, Beatriz contempla la salida del Hijo del Padre en forma de una poderosa corriente, un río que se despliega en múltiples arroyos y torrentes: “he aquí que en éxtasis fue raptada sublimemente y su espíritu fue elevado por el espíritu divino a una admirable visión. Vio y contempló al Padre eterno y todopoderoso que hacía salir de sí un gran río, que aquí y allá se ramificaba en riachuelos y torrentes que ofrecían a los que querían aproximarse a ellos el agua que brota de la vida eterna 33 ”. Beatriz bebió de ellos y súbitamente comprendió su significado: la corriente que partía del Padre era Cristo, los arroyos eran los estigmas de Cristo y los torrentes los dones de su gracia. La segunda de las dos visiones tuvo lugar cuando ya Beatriz llevaba mucho tiempo ocupando el cargo de priora. Un día oyó a una de las monjas leer que San Bernardo había dicho que son muchos los que sufren tormentos por Cristo, pero pocos son los que se aman a sí mismos perfectamente a causa de Cristo. Meditando sobre estas palabras, “ raptada en éxtasis, Beatriz vio toda la maquinaria de este mundo a sus pies en forma de una rueda o esfera, y ella estaba encima, y fijó sus ojos de contemplación en la incomprensible esencia de la divinidad, contemplando maravillosamente con el ojo de su mente al supremo, increado, eterno y verdadero Dios y Señor en la substancia de su majestad. Se hallaba tan apropiadamente situada en medio, entre Dios y el hombre, que, inferior a Dios pero superior al mundo entero, despreciaba todas las cosas terrenales colocadas a sus pies, y se hallaba unida a la suprema esencia divina por un abrazo de amor. En esta unión, por la que ahora era un sólo espíritu con Dios, conoció que había llegado a esa prístina pureza y libertad de espíritu, a ese amor en el que fue creada en los orígenes. Y su espíritu se fundió casi totalmente en el espíritu divino, y comprendió que por unos momentos había alcanzado la más alta divinidad y se había hecho celeste 34 ”. El regreso a la pureza, libertad y amor de los orígenes, la unión de amor que hace de ella un ser celeste recuerdan con fuerza algunas de las frases de la propia Beatriz en su tratado. La divinización del alma se inscribe con toda su fuerza en estas líneas. ¿La experimentó la priora de Nazaret? ¿Cual es, una vez más, la distancia entre la voz del capellán y la de la monja? Los siete modos de Amor acuden aquí a ofrecernos un intento de respuesta.

“Hay siete modos de amor que vienen de lo más alto y retornan de nuevo hasta lo más elevado” (Siete modos, líneas 1-3). Así se abre el pequeño tratado que Beatriz escribió, con toda probabilidad, en su etapa de Nazaret (1236-1268) y que el autor de la biografía integra al final de su Vida . Desde el comienzo, la poderosa voz de la priora, su estilo breve y concentrado y la sobriedad de sus palabras, se transforman en el suntuoso verbo latino del traductor. La formulación perfecta del lazo neoplatónico de la salida y regreso a Dios, enunciado, de forma tradicional y original al mismo tiempo, en la frase que encabeza el tratado, se transmuta en un itinerario espiritual concreto: el de Beatriz. Así traduce el biógrafo: “Estos pues son los siete grados o estados de amor, siete en número, a través de los que ella mereció alcanzar a su amado, no a pasos regulares, sino ora caminando a pie, ora corriendo veloz, o incluso volando con ágiles alas. Y pasando por el exilio de esta vida mortal, aprehendió presencialmente el supremo e increado bien, que durante su vida sólo buscó como en un espejo y en un vago reflejo35 ”. En su tratado Beatriz habla en tercera persona. Despliega en un vertiginoso calidoscopio las distintas facetas de un prisma que revela los modos del Amor. Su traductor en cambio encarna esa revelación, la transforma en etapas, grados, escalones de una experiencia de vida desplegada linealmente hacia la perfección, una experiencia que imprime en el cuerpo de Beatriz los signos visibles de su santidad 36.

Los siete modos de Amor no son una propiamente una escalera, ni un itinerario lineal que despliega las etapas de una vida. Y, sin embargo son un itinerario, hay en ellos una jerarquía, pues "los diferentes estados y grados de la experiencia del Amor quieren ser significados como divergentes y diversos estados y experiencias del alma y del corazón" pero al mismo tiempo: "psicológicamente podría ser perfectamente que los diferentes grados no tengan lugar sucesivamente sino mezclados sin distinción: un calidoscopio de la experiencia de Amor"37. El biógrafo de Beatriz de Nazaret no lo entendió así, para él Los siete modos de Amor son la expresión directa y literal de la vida de la priora desplegada a lo largo del tiempo en Bloemendaal, en Maagdendaal, en Nazaret. Una vida que realiza en signos externos y visibles para todos la experiencia mística. Pues la santificación femenina ocurre para él, y para su siglo, en y a través del cuerpo de mujer.

La Vita Beatricis hizo que la priora de Nazaret no cayera en el olvido, pero en cambio, canceló su autoría. Siglos más tarde, su figura ejemplar era aún venerada y, siguiendo siempre los pasos de la Vida, emerge en el siglo XVII en la obra hagiográfica de Christoph Henríquez. Encarnando un modelo de santidad su memoria se había salvado, pero no así la de sus escritos. El 1895, en la colección de textos neerlandeses titulada Sermones de Limburg, junto a fragmentos de la obra de la beguina Hadewijch de Amberes y de otros autores flamencos, se publica de forma anónima Los siete modos de Amor. Sólo en 1925 R.P. Reypens reconoce en esta obra la redacción original del tratado que el capellán de Nazaret en 1275 incluyó en la Vida 38.

La historia viviente

A principios de la década de los noventa descubrí a Margarita Porete (y a Luisa Muraro) en una conferencia de Luisa Muraro en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona. De la conferencia no recuerdo nada salvo que fue nombrada una mujer de Hainaut, llamada Margarita, que había escrito un libro y muerto por su causa. Hay ocasiones en que las cosas se saben con el corazón más que con la mente; y yo supe en aquel momento que allí había algo decisivo para mí. Ese fue mi primer contacto con la mística medieval. Le siguió un cambio radical de mis líneas de investigación, y la lectura, traducción al español y edición del Espejo de las almas simples de Margarita Porete, que se publicó por primera vez en el año 1995.

Yo hablaba por entonces mucho de Margarita y también de otras mujeres que, como descubrí, habían escrito sobre sus experiencias espirituales en los últimos siglos de la Edad Media. Me sorprendía que nadie me hubiera hablado antes de ellas; a penas sí recordaba haber oído, cuando estudiaba historia en los setenta, mencionar a Hildegarda. Introduje a estas autoras en el aula y en mis conversaciones con el alumnado y también con mis amistades. Un día me sugirieron que escribiera un libro. No quise hacerlo sola. De ahí nació La mirada interior un libro escrito junto con Victoria Cirlot dedicado a ocho escritoras místicas de la Edad Media. Una de ellas era Beatriz de Nazaret.

La figura de esta monja cisterciense de la primera mitad del siglo XIII me interesó especialmente. Me llamó la atención sobre todo el fuerte contraste entre el pequeño tratado que conservamos de ella y la vida escrita tras su muerte por un capellán del monasterio, elaborada, en el decir del autor, sobre la base de obras de ella. Quise acercarme bien, minuciosamente, al texto de este tratado. Para mí, acercarme a un texto es en primer término traducirlo, ponerlo en palabras de mi propia lengua. Tenía por entonces un amigo que sabía lo suficiente para ayudarme en las dificultades del neerlandés medieval, Alejandro Pérez Vidal. El revisó el texto que publiqué entonces y que hoy presento con las pocas modificaciones a las que me han llevado la experiencia de los años y los nuevos conocimientos.

Beatriz se merece más estudios de los que ha recibido, aun si no puede decirse que sean pocos. En todo caso, darla a conocer en español, con los límites de quien no es una especialista en ella, me ha parecido un objetivo suficiente como para proponer la inclusión de los Siete modos de amor en la Biblioteca Virtual de Investigación.

1 Beatrijs van Tienen, 1200-1268. De vroegste mystieke autobiografie. (Vita Beatricis. De Autobiografie van de Beatrijs van Tienen o.cist. 1200-1268. In de Latijnse bewerking van de anonieme biechtvader der abdij van Nazareth) te Lier voor het eerst volledig en kritisch vitgegeven door Prof. Dr.L.Reypens S.J. Lid van het Ruusbroec Genootschap, Vitgave van Het Ruusbroec-Genootscap, Antwerpen 1964, libro I, capítulo 2, sección 19. Traducción al inglés : The Life of Beatrice of Nazareth 1200-1268,Translated and annotated by Roger De Ganck, assisted by John Baptist Hasbrouck OCSO, Cistercian Publications, Kalamazoo, Michigan, 1991

2 Vida I, 3, 21

3 Ida de Nivelles. Nacida hacia 1190 en Nivelles, Bélgica, fue begina y luego monja cisterciense en el monasterio de Rameya o La Ramée. Famosa por su mística de la compasión, por sus experiencias espirituales y por sus visiones, no se conserva de ella ningún escrito, pero sí una “Vida”. Le unió a Beatriz, según atestiguan las vidas de ambas, una relación de magisterio y una profunda amistad. Murió el 11 de diciembre de 1231.

4 Vida prólogo, 2-4

5 Vida III, 17, 273

6 Vida III, 17, 275

7 Reypens De Gank

8 Ruh

9 H.Vekeman 1985

10 A.Hollywood

11 Vida I, 8, 42

12 Vida I, 15, 72

13 Vida I, 9, 46

14 Vida I, 13, 66

15 Vida II, 11, 127

16 Vida 11,129

17 Vida II, 10,120

18 Van Mierlo

19 Ruh

20 Vida II,6,109

21 Vida III,7,213

22 Vida III,6,209

23 Vida III,6,211

24 Vida I,10,50

25 Vida I,50,10

26 Vida I,14,67

27 Vida III,1,188

28 Vida I,10,51

29 Vida I,11,55

30 Vida II,17,162

31 Vida II 9,170

32 Ruh

33 Vida III,7,215

34 Vida III,11,236

35 Vida III,14,246

36 Amy Hollywood, The Soul as Virgin Wife. Mechthild of Magdeburg, Marguerite Porete and Meister Eckhart, University of Notre Dame Press, Notre Dame Indiana 1995

37 A.M.Haas, , Beatrijs van Nazareth (um 1200-1268), en Geistliches Mittelalter Universitätsverlag, Friburgo, Suiza, 1984, págs.395-397 pág.396

38 Siete modos: Beatrijs van Nazareth, Seven manieren van minne, edición crítica de Leonce Reypens y Jozef Van Mierlo, Leuvense studiën en tekstuitgaven 12, Lovaina 1926


Los siete modos de amor (Español)

Los siete modos de amor

Hay siete modos de amor que vienen de lo más alto y retornan de nuevo hasta lo más elevado.


El primero es un deseo activo de amor

Debe reinar en el corazón por largo tiempo antes de vencer todo obstáculo, obrar con fuerza y vigilancia y crecer en él ardientemente. Este modo es un deseo que viene ciertamente del propio amor. El alma buena, que desea seguir fielmente a nuestro Señor y amarlo verazmente, es empujada a alcanzar y vivir en la pureza, en la nobleza y en la libertad en la que el Creador la hizo a su imagen y semejanza, y eso debe ser amado y conservado por encima de todo. Es por esa vía por la que quiere encaminar toda su vida, obrar, crecer, elevarse hacia un amor más alto, hacia un conocimiento de Dios más íntimo, hasta alcanzar la perfección para la que ha sido hecha, y a la que es llamada por Dios. A ello se aplica día y noche, y se dedica por completo. Ese es su ruego, su empeño y su súplica dirigida a Dios. Ese es todo su pensamiento: ¿cómo llegar ahí y cómo acercarse más íntimamente al amor, asemejarse a él por el adorno de todas las virtudes, y por toda la pureza de la más alta nobleza de amor? Esta alma examina a menudo seriamente lo que ella es y lo que debería ser, lo que tiene y lo que le falta a su deseo. Y con todo su celo, con gran anhelo y con todo el ingenio del que es capaz se esfuerza por guardarse y apartarse de cuanto pudiera serle obstáculo o estorbo en este asunto. Su corazón no descansa ni ceja jamás de buscar, reclamar, aprender, atrayendo hacia sí y guardando consigo cuanto pueda ayudarle a avanzar en el amor. Tal es el mayor empeño del alma colocada en este estado; en el que debe obrar y trabajar mucho para obtener de Dios, por su celo y su fe, el poder servir al amor sin que se lo impidan las faltas pasadas, con una conciencia conciencia libre, una mente pura, una inteligencia clara. Ese deseo de tan gran pureza y de una nobleza tal, proviene sin duda del amor y no del temor. Pues el temor nos hace obrar o padecer, tomar o dejar las cosas por miedo a la cólera de nuestro Señor y al juicio de ese juez justo, o a los castigos eternos, o a las penas temporales. Pero sólo el amor obra y se esfuerza por la pureza, por la alta y suprema nobleza, tal como es él en esencia, posesión y fruición. Y el amor enseña esta obra a aquellos que se entregan a él.


Segundo modo de amor

A veces [el alma] tiene otro modo de amor, en el que emprende la tarea de servir a nuestro Señor de manera totalmente gratuita, sólo con + amor, sin un porqué, sin recompensa de gracia o gloria; como una noble doncella que se emplea al servicio de su señor por puro amor, sin ningún salario, satisfecha de servirle y de que él se deje servir. De este modo quiere servir con amor al amor, amando sin medida, por encima de toda medida y por encima de todo sentido y razón humanos, con toda fidelidad. En este estado, ella arde de tal modo en deseo, tan presta a servir, tan dispuesta a sufrir, tan dulce en la penuria, tan alegre en la tristeza [que] con todo su ser no quiere sino complacerle a él. Hacer o sufrir lo que sea en servicio y honra de amor, eso es lo que le place y lo que le basta.


Tercer modo de amor

A veces el alma buena alcanza otro modo de amor que lleva consigo grandes penas y tormentos. Es decir, quiere satisfacer a amor y contentarlo en todo honor, en todo servicio, en toda obediencia y sumisión de amor. En ocasiones este deseo sacude con violencia el alma que, con pasión, se esfuerza por hacerlo todo, alcanzar toda virtud, sufrir o soportar todo y cumplir todas sus obras en el amor, sin medida ni consideración. En este modo está dispuesta a todo servicio, pronta e intrépida en las penas y la labor. Pero haga lo que haga permanece insatisfecha. Y este es entre todos su mayor dolor, no poder satisfacer a amor como desearía y encontrarse siempre en deuda con amor. Sabe bien que eso sobrepasa toda fuerza humana y está por encima de sus propios poderes, pues lo que desea es imposible y es en verdad irrealizable para las criaturas. Pues ella quiere hacer, por sí sola, tanto como todos los seres humanos juntos sobre la tierra y los espíritus en el cielo, como todos los seres creados de lo alto y lo bajo, y mucho más, para servir, honrar y amar al amor según su dignidad. Y lo que no alcanza con sus obras quiere suplirlo con una voluntad perfecta y un poderoso deseo. Pero ni siquiera eso la satisface. Sabe bien que el cumplimiento de tales deseos excede en mucho sus fuerzas y está por encima de todo sentido y de toda razón humanas y, sin embargo, no consigue moderarse, contenerse, tranquilizarse. Hace lo puede: rinde al amor gracias y alabanzas, obra y trabaja para amor y se ofrece por entero al amor, y todo lo que hace lo hace en amor. En todo esto no hay reposo para ella, pues le causa gran dolor haber de desear lo que no puede conseguir. Le es necesario permanecer en tormento del corazón y habitar en la pesadumbre. Y así le parece que muere viviendo y muriendo sufre el infierno. Toda su vida es infernal, y no es sino desgracia y aflicción por el horror de los espantosos deseos que no puede ni satisfacer, ni aplacar o apaciguar. Le es necesario permanecer en este tormento hasta el momento en que nuestro Señor la consuele y la lleve a otro modo de amor y deseo, hacia un conocimiento más íntimo de sí mismo. Sólo entonces puede actuar según lo que le es dado por nuestro Señor.


Cuarto modo de amor

nuestro Señor acostumbra a procurar otros modos de amor, ya en grandes delicias, ya en grandes penas. De ello quiero hablar ahora. En algunos momentos hace que el amor despierte suavemente en el alma y se eleve radiante y conmueva el corazón sin acción alguna de naturaleza humana. Entonces el corazón es tocado por tan tierno amor, atraído en el amor por tal deseo, tomado por amor con tanta fuerza, subyugado por amor tan impetuosamente, y tan íntimamente estrechado en el abrazo de amor que [el alma] es conquistada totalmente por amor. Experimenta así una gran intimidad con Dios, una iluminación intelectiva, un goce maravilloso, una noble libertad, un dulce embeleso, un gran dominio del fuerte amor y una desbordada plenitud de satisfacción cumplida. Y siente entonces todos sus sentidos santificados en amor y su voluntad transformada en amor, y tan profundamente se sumerge y es absorbida en el abismo de amor que ella misma ya no es sino amor. La belleza de amor la hace bella, la fuerza de amor la subyuga, la dulzura de amor la absorbe, la grandeza de amor la sumerge, la nobleza de amor la estrecha, la pureza de amor la atavía, la altura de amor la eleva y la une a sí misma, de forma que ha de ser toda amor y sólo amor puede ejercer. Cuando siente esta sobreabundancia de delicias y esta plenitud del corazón, su espíritu se abisma por entero en amor, su cuerpo desfallece, su corazón se disuelve y sus fuerzas le abandonan. Tan por completo dominada por amor, apenas puede sostenerse y a menudo pierde el uso de sus miembros y sentidos. Tal y como una copa llena desborda y se derrama al mínimo movimiento, así en ella, conmovida y abrumada por la plenitud de su corazón, sin querer, desborda.


El quinto modo de amor

Sucede a veces que amor se despierta en el alma como una tempestad, con gran estrépito y gran furor y parece como si el corazón fuera a quebrarse por la fuerza del asalto y el alma hubiera de salir de sí misma en la entrega al amor y en su irrupción. Es arrastrada entonces en el deseo de amor y el cumplimiento de sus obras, grandes y puras, y quiere satisfacer al amor en sus todas sus exigencias. O bien quiere reposarse en el dulce abrazo de amor, en la deliciosa bienaventuranza y en la posesión de todo bien, de modo que su corazón y todos sus sentidos lo desean, lo buscan con celo y lo reclaman con pasión. Cuando se halla en este estado, [el alma] se encuentra tan fuerte de espíritu, abraza tantas cosas en su corazón, siente tal fortaleza en su cuerpo, es tan ágil en sus actos, tan activa interior y exteriormente, que todo en ella, según le parece, es ocupación y trabajo, al mismo tiempo que su cuerpo permanece en calma. Se siente no obstante arrastrada desde el interior, arrebatada por el amor, presa de la impaciencia y de las múltiples penas de una profunda insatisfacción. Ora es la propia experiencia de amor lo que la hace sufrir, sin un porqué, ora el deseo de esos bienes que reclama o la insuficiencia de la fruición de amor. A instantes el amor pierde en ella hasta tal punto la medida, brota con una tal vehemencia y agita el corazón con tal fuerza y tan furiosamente, que éste parece herido por todos lados y sus heridas no cesan de renovarse, cada día con dolor más amargo y con nueva intensidad. Y le parece que sus venas se rompen, que su sangre se derrama, que su médula se marchita: sus huesos desfallecen, su pecho arde, su garganta se seca, su rostro y todos sus miembros sienten el calor interior y el furor de amor. Otras veces es como una flecha que atraviesa su corazón hasta la garganta y más allá hasta el cerebro, y le hace perder el sentido, o como un fuego devorador que atrae cuanto puede consumir; tal es la violencia con la que experimenta el alma en su interior la acción de amor, implacable, sin medida, apoderándose de todo y devorándolo todo. Así es atormentada y su corazón es herido y desfallecen sus fuerzas. Pero el alma es alimentada, su amor es amamantado y su espíritu arrebatado por encima de sí mismo. Pues el amor está tan por encima de toda capacidad de comprensión, que no se lo puede aprehender. Y de ese sufrimiento desea a veces deshacer el lazo, quebrar la unión de amor. Pero ese lazo la estrecha tan de cerca, la inmensidad de amor la sujeta de tal manera, que no puede mantener medida ni razón, no puede atender al buen sentido, ni moderarse, ni esperar sabiamente. Pues cuanto más recibe de lo alto, más reclama; cuanto más le es revelado, más la empuja el deseo de acercarse a la luz de la verdad, la pureza, la nobleza y la fruición del amor. Y atraída y estimulada siempre con más intensidad, nada la satisface o la calma. Lo que más la aflige y la atormenta es lo que más la cura y la consuela; lo que más profundamente la hiere es su única salud.


El sexto [modo] de amor

Cuando la esposa del Señor se ha alzado y ha avanzado en santidad, experimenta entonces otro modo de amor con un conocimiento más íntimo y elevado. Siente que amor ha triunfado en su interior sobre sus oponentes, que ha colmado sus insuficiencias, que ha dominado sus sentidos, ornado su naturaleza, dilatado y exaltado su ser, tomándolo totalmente sin resistencia; y así posee su corazón en seguridad para obrar libremente o reposarse en la fruición. En este estado todo es poco para el alma , y todo cuanto pertenece a amor es fácil de hacer o de dejar de hacer, de sufrir o de cargar y le resulta dulce ejercerse en el amor. Experimenta entonces una potencia divina, una pureza límpida, una suavidad espiritual, una libertad ferviente, un sabio discernimiento, una dulce igualdad con nuestro Señor y un conocimiento íntimo de Dios. Entonces es semejante a un ama de casa que ha arreglado su casa, la ha dispuesto sabiamente y bellamente la ha ordenado, la custodia con cuidado y obra con discreción. Mete y saca, hace o evita hacer según su agrado. Así sucede con esta alma: ella es amor, y amor reina en ella, poderoso y soberano, en la acción y en el reposo, en lo que emprende o en lo que evita hacer, en las cosas exteriores e interiores, según su voluntad. Y como el pez que nada a lo largo y ancho del río o reposa en sus profundidades, como el pájaro que vuela audaz en las alturas celestes, así siente ella que vaga su espíritu libremente en lo alto y lo profundo, y a lo largo y ancho de amor. El poder del amor ha requerido y conducido a esta alma, la ha guardado y protegido, le ha dado la prudencia y la sabiduría, la dulzura y la fuerza de amor. Pero este poder el amor lo ha mantenido oculto al alma hasta el momento en el que ha ascendido a nuevas alturas y se ha convertido en dueña de sí misma, de forma que amor reina en ella incontestable. Entonces amor la ha hecho tan audaz que no teme ni hombre ni demonio, ni ángel ni santo, ni a Dios mismo, en lo que hace o deja de hacer, en la actividad y en el reposo. Y siente bien entonces que el amor está en ella tan despierto y tan activo cuando su cuerpo está en reposo como cuando se emplea en múltiples obras. Sabe y siente que ni trabajo ni sufrimiento importan al amor cuando reina en el alma. Pero los que quieren alcanzarlo deben buscarlo en el temor y seguirlo en la fe, ejercerse con ardor y no ahorrarse esfuerzos ni dolores, y soportar con paciencia oprobio y desprecio. No hay cosa pequeña que estas almas no hayan de tener por grande, hasta que el amor victorioso obre en ellas sus obras soberanas, haga pequeñas las grandes cosas, facilite toda labor, dulcifique toda pena, y las libere de toda deuda. Esto es libertad de conciencia, dulzura de corazón, sabiduría de los sentidos, nobleza del alma, elevación de espíritu y comienzo de la vida eterna. Es una vida angélica ya en este mundo, a la que sigue la vida eterna. ¡Que Dios en su bondad se digne a concedérnosla a todos!


El séptimo modo de amor

El alma bienaventurada conoce todavía un séptimo modo de amor sublime, que opera en ella interiormente un singular trabajo: es atraída por amor por encima de su humanidad, por encima de la razón y de los sentidos humanos, por encima de toda obra de nuestro corazón; atraída por el mero amor eterno en la eternidad del amor, en la ininteligibilidad, en la anchura y altura inaccesibles y en el profundo abismo de la Deidad que es todo en todo y que permanece incognoscible por encima de todo, inmutable, todo ser, todo poder, todo inteligencia, todo obra soberana. [El alma] se abisma entonces tan tiernamente en el amor, y es atraída con tanta fuerza por el deseo, que su corazón estremecido se consume y no puede contener interiormente el aliento, su alma fluye fuera de sí y se desvanece en amor, su espíritu enloquece en el fuerza del deseo, todos sus sentidos tienden hacia la fruición de amor en la que quieren establecerse. Eso es lo que exige de Dios con insistencia, lo que busca en Dios con ardiente corazón; no puede sino quererlo, pues el amor no le deja respiro ni reposo, ni paz de ningún tipo. Amor la exalta y la rebaja, la atrae a sí y luego la atormenta, le da muerte y le da vida, la sana y la hiere de nuevo, la hace enloquecer y de nuevo la vuelve sabia. De este modo la atrae al estado más alto. Y es así como, elevada en espíritu por encima del tiempo, en la eternidad, por encima de los dones de amor, está fuera del tiempo, por encima de todos los modos humanos de amar y, en su deseo de trascendencia, por encima de su propia naturaleza. He ahí todo su ser y toda su voluntad, su deseo y su amor: establecerse en la certeza de la verdad y en la pura claridad, en la alta nobleza y en la belleza deliciosa, en dulce asociación con estos espíritus superiores que fluyen en oleadas de amor mientras conocen a su amor y lo poseen claramente en la fruición. Su voluntad permanece allá arriba, errante entre los espíritus celestes, especialmente con los ardientes Serafines. En la gran Deidad y en la altísima Trinidad está su amable reposo y su deleitosa morada. Busca a su Amado en su majestad, le sigue y lo contempla con el corazón y el espíritu. Lo conoce, le ama, lo desea de tal modo que no ve ni santo, ni ser humano, ni ángel, ni criatura alguna, sino sólo en ese amor común por el que ama todo en Él. Sólo a él ha escogido en el amor, por encima de todo, en el fondo de todo y en todo; con toda la pasión de su corazón y con toda la fuerza de su espíritu desea verlo, poseerlo, alcanzar su fruición. Por ello la tierra es para ella un gran exilio, dura prisión, tormento cruel. Desprecia el mundo y la tierra le disgusta; nada de lo terreno puede deleitarla ni satisfacerla y es gran pena para el alma deber vivir lejos y extranjera en todo lugar. Su exilio no puede olvidarlo, su deseo no la apacigua, su anhelo la atormenta penosamente. Experimenta pasión y martirio, sin medida ni piedad. Siente pues una gran ansiedad por verse liberada de este exilio y descargada de los lazos del cuerpo y repite sin cesar con ardiente corazón las palabras del Apóstol: “Cupio dissolvi et esse cum Christo”, es decir, querría ser desligada y permanecer con Cristo ( Carta a los Filipenses 1,23 ). Así anhela el alma con violento deseo y dolorosa impaciencia ser liberada y permanecer con Cristo, no por hastío de esta vida, ni por temor a las penas por venir, sino que es en virtud de un amor santo, amor eterno, por lo que desea ardiente y vehementemente alcanzar el país de la eternidad, la gloria de la fruición. Su anhelo es tan profundo e intenso, su impaciencia tan dura y pesada, la pena que soporta tan indecible, que el deseo la atormenta. Le es necesario vivir en la esperanza, y esa misma esperanza le lleva a sufrir y penar. ¡Ah, santos deseos de amor, qué fuerza cobráis en un alma amante!, es una pasión bienaventurada, un agudo tormento, un dolor constante, una muerte terrible y una vida muriendo. El alma no puede ni subir allá arriba ni sentirse en paz ni permanecer aquí abajo. No puede soportar pensar en Él de tanto que lo desea y el pensamiento de estar privada de Él le llena de dolor. Por ello debe vivir en gran tormento. Y así [el alma] ni puede ni quiere ser consolada, como dice el Profeta: “Renuit consolari anima mea”, es decir, mi alma rechaza el consuelo ( Salmos, [76]-77, 3 ). Sí, lo rechaza a menudo de Dios mismo y de las criaturas, pues todo consuelo que recibe, sólo hace crecer su amor, la atrae a un estado más alto y renueva su deseo de fruición y hace que le resulte aun más intolerable este exilio. Permanece pues desapaciguada, desconsolada a pesar de los dones que puede recibir, mientras se halla privada de la presencia del Amado. Es vida de arduos trabajos esta en la que el alma rechaza todo consuelo y no admite tregua en su búsqueda. El amor la ha llamado y la ha conducido, le ha mostrado sus caminos en los que ella ha permanecido fielmente en duras penas, pesados trabajos, con ardiente pesadumbre y poderosos deseos, gran paciencia y gran impaciencia, en las dulzuras y dolores y numerosos tormentos, en la búsqueda y en la súplica, en la escasez y la abundancia, en la subida y la suspensión, en la persecución y el seguimiento, en la necesidad y en la inquietud, en la angustia y la preocupación, en la zozobra y en la desolación, en la inmensa fe y a menudo también en grandes dudas. En la alegría o el dolor está dispuesta a cargarlo todo. En la muerte o en la vida quiere entregarse al amor. Soporta en su corazón sufrimientos inmensos y, sólo por amor, quiere alcanzar su región. Cuando ha conocido todo esto, la gloria es su único refugio. Pues ésta es la obra de amor: desear la unión más íntima y el estado más alto, donde más el alma se entrega al amor. [El alma] no cesa pues de buscar el amor, querría conocerlo y gozarlo siempre, pero eso es algo imposible en este exilio, por ello quiere emigrar hacia el país en el que ha cimentado su morada y fijado su deseo, allí donde reposa en el amor. Pues sabe bien que es allí donde cesará todo obstáculo y el Amado la abrazará tiernamente. Contemplará apasionadamente al que tan tiernamente ha amado; poseerá en salvación eterna al que tan fielmente ha servido; gozará en plenitud de aquel que por amor tan a menudo ha abrazado en su alma. Entrará así en la alegría de su Señor, como dice san Agustín: “Qui in te intrat, intrat in gaudium Domini sui et cetera”, es decir, aquel que entra en ti entra en el gozo de su Señor y no temerá más, sino que será bienaventurado en el soberano Bien ( Conf. II, 10,18 , Mt,25,21 ). Entonces el alma se unirá a su esposo y será un solo espíritu con él, en una confianza indisoluble y en un eterno amor. Los que en el tiempo de la gracia lo han practicado gozarán de él en la gloria eterna, donde nada nos ocupará sino la alabanza y el amor. ¡Dios quiera conducirnos allí a todos! Amen.


Seven manieren van minne (Neerlandés medio)

Seven manieren van minne

Seuen manieren sijn van minnen die comen vten hoegsten ende werken werder ten ouersten.


Die ierste es ene begerte die comt werkende uter minnen.

Si moet lange regneren int herte, eer si al die wedersake wale mach verdriuen, ende si moet met crachte ende met behendicheiden werken ende vromelike toe nemen in dit wesen. Dese maniere es ene begerte die sekerlike compt vter minnen; dat es, dattie goede siele die getrouwelike wilt volgen ende gewaerleke wilt minnen, datsi es getrect in die begerte te vercrigene ende te wesene in die puerheit ende in die vriheit ende in die edelheit, daer si in ghemaket es van haren sceppere na sijn beelde ende na sijn ghelikenesse, dat hart es te minnene ende te huedene. Hier in so begeertsi al hare leuen te leidene ende hier mede te werkene ende te wassene ende te clemmene in meerre hoecheit van minnen ende in naerre kinnesse gods, tote dier volcomenheit daer si toe volmaket es ende gheroepen van gode. Hier na steet si vroech ende spade, ende soe leuert si hare seluen al te male. Ende dit es hare vraginghe ende hare leeringhe ende hare eischinge te gode ende hare peinsinge, hoe si hier toe comen mach ende wie si moghe vercrighen die naheit ter gelijcheit der minnen, in alre sierheit der dogheden ende in alre puerheit der naester edelheit der minnen. Dese siele besuect dicwille erenstelec wat si es, ende watsi wesen soude, ende wat si heeft, ende wat hare begerten ghebrect; ende met al haren nerenste.ende met groter begerten ende met al dier behendicheit datsi mach, so pijnt si hare te huedene ende te scuwene al dat hare commeren mach ende letten te dusgedanen werken. Ende nemmer engherust hare herte noch enghecist van suekene ende van eischene.ende van leerne, ende an hare te treckene ende te behoudene al dat hare helpen mach ende vorderen ter minnen. Dit es die meeste ernst der sielen die hier es gheset ende die hier in moet werken ende seere arbeiden tote dien male datsi met ernste ende met trouwen vercreghen heuet van gode,dasi vorwaert meer sonder lettenisse van verledene met staden moge dienen der minnen met uirer consciencien ende met puren gheest ende claren verstannisse. Dusgedane maniere van begerten van so groter purheit ende edelheit die comt sekerleke uter minnen ende niet van vreesen, want die vreese doet werken ende dogen, doen ende laten, van anxte der abolghen ons heren ende dies ordeels van dien gerechtegen rechtre ofte dier eeweliker wraken ofte der te ganckeleker plagen. Maer die minne es allene werkende ende staende na die purheit ende na die hoecheit ende na die ouerste edelheit, alsi selue es in hare seluen wesende. Ende aldusgedane werc so leert si den ghenen die hars plegen.


Dander maniere der minnen.

Selcstont heeft si oec ene ander maniere van minnen; dat es, datsi ondersteet onsen here te dienne te uergeues, allene met minnen, sonder enich waeromme ende sonder eneghen loen van gratien ofte van glorien. Ende also gelijc alse .i. Ionfrouwe die dient haren here van groter minnen ende sonder loen, ende hare dat genuecht datsi heme moge dienen, ende dat hi dat gedoget datsi hem gediene, also begert si met minnen te dienne der minnen sonder mate ende bouen mate ende bouen menschelike sin ende redene met allen dienste van trouwen. Alse hier in es so es si so bernende in der begerten, so gereet in dienste, so licht in arbeide, so sachte in onghemake, so blide in vernoye, ende met allen dien datsi es, so begert si heme lieue te doene. Ende so es hare dat genuechlec, datsi iet vint te doene ende te dogene in der minnen dienste ende in sijn eere.


Die derde maniere van minnen.

Andre maniere van minnen heeft die goede ziele op selken tijt, daer vele pinen ende weelicheiden ane geleghet; dat es, datsi begheert der minnen genouch te doene ende te volgene in alre eren ende in allen dienste ende in alre ghehorsamheit ende in alre onderdanicheit der minnen. Dese begerte wert onderwilen seere verstoremt in der zielen, ende so begrijpt si met starker begerten alle dinc te doene ende alle dogen te volgene, al te dogene ende te verdragene, ende al hare werke sonder sparen ende sonder mate in der minnen te volgene. In desen so es si harde ghereet in allen dienste ende willich ende onueruaert in arbeide ende in pinen. Nochtan blijftsi onghenuget in al haren werken. Maer bouen al es hare dat die meeste pine,datsi na hare grote begerte niet genouch encan gedoen der minnen, ende dat hare so vele moet ontbliuen in der minnen. Si weet wale dat dit es bouen menscelec werke ende bouen alle hare macht te doene, want datsi beghert, dat es onmogelike ende onwesenlec allen creaturen;dat es, dat si mochte doene allene also vele alse alle menschen van ertrike ende alse alle die geeste van hemelrike ende al dat creature es bouen ende beneden, ende ontelleke vele meer in dienste ende in minnen ende in eren na die werdicheit der minnen. Ende dats hare oec so vele ontbliuet in den werken, dat wilt si eruullen met geheelen wille ende met starker begerten. Maer dat enmach hare niet genueghen. Si kint wale dat dese begerte te eruulne es verre bouen hare macht ende bouen menschelike redene ende bouen alle sinne. Nochtan encan si hare niet gematen noch bedwingen noch gestillen. Si doet al datsi mach. Si danket ende louet der minnen, si werct ende arbeit om minne, si sucht ende begert die minne, si leuert hare seluen al op ter minnen. Al dit engheuet hare geene raste. Ende dat es hare ene grote pine, datsi dat moet begeren datsi niet enmach vercrigen. Ende hier omme moet si bliuen in die weelicheit van herten ende wonen in der ongenuechten. Ende so es hare alse of si al leuende steruet, ende steruende die pine van der hellen gevuelt. Ende al hare leuen es hellechtich ende ongenade ende ongenuechte van der vreeslecheit der anxteliker begerten dier si niet genouch enmach gedoen, noch oec gestillen noch gesaten. In der pinen moet si bliuen tote dien male datse onse here troest ende set in andre maniere van minnen ende van begerten ende in noch naerre kinnesse te heme. Ende dan moet si werken na dien dat hare wert gegeuen van onsen here.


Die vierde maniere van minnen.

Noch pleget onse here ander maniere te gheuene van minnen ende selcstont in groter waelheiden, selcstont in groter welegheiden, daer wi nv af willen. Selcstont gesciet dattie minne sueteleke in der zielen verwecket wert ende blideleke op ersteet, ende datsi hare seluen beruert int herte sonder enich toe doen van menscheliken werken. Ende so wert dan dat herte si morweleke gerenen van minnen, ende so begerleke getrect in minnen, ende soe herteleke beuaen met minnen, ende so starkeleke bedwongen met minnen, ende so liefleke behelst in minnen, datsi altemale verwonnen wert metter minnen. Hier inne ghevuelt si ene grote naheit te gode, ende ene onderstendeleke clarheit, ende ene wonderleke verwentheit, ende ene edele vriheit, ende ene verweende suetheit, ende een groet beduanc van sterker minnen, ende een oueruloedege volheit van groter genouchten. Ende dan ghevuelt si dat al hor sinne sijn geheilicht in der minnen ende hare wille es worden minne, ende datsi so diepe es versonken ende verswolgen int afgront der minnen, ende selue al es worden minne. Die scoenheit der minnen heeftse geten, die cracht der minnen heeftse verteert, die sueticheit der minnen heeftse versonken, die groetheit der minnen heeftse versuolgen, die edelheit der minnen heeftse behelst, die purheit der minnen heeftse ghesiert, ende die hoecheit der minnen heeftse bouen getrect ende in hare geenicht also, datsi altemale der minnen moet wesen ende niet anders dan minnen enmach plegen. Alse aldus hare seluen gevuelt in die oueruloedicheit van waelheit ende in die grote volheit van herten, soe wert hare geest altemale in minnen versinkende.ende hore lichame hare ontsinkende, hare herte versmeltende, ende al hare macht verderuende, ende seere wert si verwonnen met minnen, datsi cumelike hare seluen can gedragenende datsi dicwile ongeweldich wert haerre lede ende al hare sinne. Ende also gelijc alse .i. vat dat vol es, alsment ruret, haesteleke oueruloyt ende vut welt, also wert hi haestelec sere gerenen ende al verwonnen van der groter uolheit hars herten, so datsi dicwile hars ondanx vut moet breken.


Die vifte maniere der minnen.

Selcstont gesciet oec dat die minne in der zielen starkeleke verwecket wertende stormeleke op ersteet met groten geruse ende met groter verwoetheit, alse oft si met gewout therte seere breken ende sele trecken vut hare seluen ende bouen hare seluen, in die ufeninghe van minnen ende int gebreken der minnen. Ende stout wertsi oec getrect in die begerte teruulne die grote werke in die pure werke der minnen, ochte terlangene die menichfoudeghe eischinghen van minnen. Ofte si begert te rustene in die suete behelsingen van minnen ende in die begerleke waelheit ende in die genuechlicheit van hebbinghen, so dat hare herte ende hare sinne dit sijn begerende ende erensteleke sukende ende hertelike meinende. Alsi hier in es, so es si so starc in den geeste, ende vele begripende in therte, ende vromeger an dien lichame, ende spoedegher in den werken, ende seere doende van buten ende van binnen, so dat hare seluen dunct dat al werket ende onledich es, dat an hare es.al es si oec al stille van buten. Met desen so gevuelt si so starc tragenisse van binnen ende so grote verhangenheit van minnen, ende vele ongeduricheiden in der begerten ende menegerande wee van groter ongenuechten. Ofte si gehevuelt weelicheit van groten gevuelne der minnen selue, sonder enich waeromme, ofte van dien datsi sonderlinge eischende es met begerten in der minnen, ofte van ongenuechten der onghebrukelicheit van minnen. Ondertusschen so wert minne so onghemate ende so ouerbrekende in der sielen, alse hare seluen so starkeleke ende so verwoedelike bernt int herte, dat hare dunct dat hare herte menichfoudeleke wert seere gewont, ende dat die wonden dagelix veruerschet werden ende verseert in smerteliker weelicheiden ende in nuer iegenwordicheiden. Ende so dunct hare dat hare adren ontpluken,ende hare bloet verwalt, ende hare march verswijnt, ende hare been vercrencken, ende borst verbernt, ende hare kele verdroget, so dat hare anscijn ende al hare lede gevuelen der hitten van binnen ende des orwoeds van minnen. Si gevuelt oec die wile dat een gescutte geet dicwile dor hare herte toter kele ende vort toten hersenen, alse of si hars sins gemissen soude. Ende also gelijc alse .i. verslendende vier dat al in heme trect ende verteert dat uerwerdegen mach, .alsoe ghevuelt si dattie minne uerwoeddelike binnen hare es werkende sonder sparen ende sonder mate, ende al in hare treckende ende terende. Ende hier mede wertsi sere ghequetst ende hare herte sere gecrenct ende al hare macht verderuet, hare siele wert ghevoedt ende hare minne gheuoestert ende hare geest verhangen; want die minne es so hoghe bouen alle begripelicheit, datsi negeene gebrukelicheit van hare enmach vercrigen. Ende van der weelicheide so begertsi selcstont den bant te brekene, niet de enecheit der minnen te scorne. Metten bande der minnen es si so sere beduongen ende metter onmaten der minnen es si al verwonnen, so datsi ne can gehouden mate na redene noch geuefenen redene met sinne noch sparen met maten noch geduren na vroetheit. So hare meer wert gegeuen van bouen, so si meer es eiscende; ende so hare meer wert uertoent, so si meer uerhangen wert in begerten naerre te comene den lichte der warheit ende der purheit ende der edelheit ende der gebrukelicheit der minnen. Ende altoes wert si meer ende meer getenet ende getrect, ende niet genuget no gesadet. Dat selue dat hare meest ganst ende sacht, ende dat hare sleet die wonden, dat geuet hare.allene ghesunde.


Die seste minne.

Alse die bruut ons heren vorder es comen.ende hoger geclommen in merren vromen, so geuult si noch andre maniere van minnen in naerren wesene ende in hogeren bekinne. Si geuult dat die minne verwonnen heft al hare wedersaken binnen hare, ende datsi ghebetert heft die gebrekingen ende ghemeestert heft dat wesen, ende hars selfs altemale sonder wederseggen geweldich es worden, also, datsi therte beseten heeft in sekerheiden ende gebruken mach in rasten ende ufenen moet in vriheiden. Alsi hier in es, soe dunct hare alle dinc wesen clene, ende licht te doene ende te latene, te dogene ende te verdragene, dat behort ter werdicheit der minnen. Ende so es hare sachte hare seluen te ufene in der minnen. Dan so geuult si ene godeleke mogentheit, ende ene clare purheit, ende ene geestelike sutheit, ende ene begerlike vriheit, ende ene onderstedege wijsheit, ende ene sachte effenheit te gode. Ende dan es si gelijc ere husurouwen die hare husce wale heeft begert ende wiseleke besceden ende scone gheordineert ende vorsienlike bescermt ende vroedelike behoedt ende met onderscede werct: ende si doet in ende si doet ute ende si doet ende laet na haren wille. Also gelijc met derre sielen, so es die minne binnen hare geweldelike regnerende ende mogendeleke werkende ende rustende, doende ende latende van buten en de binnen.na haren wille. Ende also gelijc als die visch die swimmet in die wijtheit van der vloet ende rast in die diepheit, ende als die vogel die vlieget in die gerumheit ende in die hoegheit van der locht, also gelijc geuult si haren geest vrieleke wandelende in die diepheit ende in die gerumheit ende in die hoecheit der minnen. Die geweldicheit der minnen heeft die ziele gerect ende geleidt, behuet ende besceremt, ende si heeft hare gegeuen die vroetheit ende die wijsheit, die suetheit ende die starcheit der minnen. Nochtan heftsi hare geweldicheit der zielen uerborgen tote dies male datsi in meerre hoecheit es geclommen ende datsi altemale hars selfs es worden vri ende dattie minne geweldeleker regneert binnen hare. Dan maectse minne so coene ende so vri, datsi en ontsiet noch menschen, noch viant, noch ingel, noch heilegen, noch gode selue, in al haren doene ofte latene, in werkene ofte in rastene. Ende si ghevuelt wale dattie minne es binnen hare alsoe wacker ende also sere werkende in der rasten des lichamen alse in vele werken. Si kent wale ende geuult dattie minne niet engheleget in arbeide noch in pinen in die ghene daer si in regneert. Maer alle die willen comen ter minnen, si moetense sueken met vreesen ende na volgen met trouwen ende ufenen met begerten, ende si ne mogent in sparen in groten arbeide ende in vele pinen ende in onghemake te dogene. Ende alle clene dinc moetensi achten groet tote dien male dat si daer toe comen dattie minne binnen hare regnere, die geweldelike wert der minnen weert, ende die alle dinc clene maket ende alle arbeide sachte, ende alle pine versutet, ende alle scout quijt. Dit es vriheit der conscientien, ende sutheit des herten, ende goetheit der sinne, ende edelheit der sielen, ende hoecheit des geests, ende beginsel des eweliken leuens. Dit es itoe hier een ingelec leuen, ende hier na volght dat ewelec leuen, dat god omme sine goetheit moete ons allen gheuen.


Die.vij. maniere der minnen.

Noch heuet die salege ziele ene maniere van hoger minnen die hare niet luttel geuet van binnen; dat es datsi es getrect bouen menschelicheit in minnen ende bouen mensceliken sin ende redene ende bouen alle die werke ons herten, ende allene es getrect met eweliker minnen in die ewelicheit der minnen, ende in die onbegripelike wijsheit ende die ongerusleke hoecheit, ende in die diepe afgronde der godheit, die es al in alle dinc, ende die onbegripelec bliuet bouen alle dinc, ende die es onwandelec al wesende, al mogende, al begripende, ende al geweldeleke werkende. Hier in es si so moruleke gesonken in minnen ende so sterkeleke getrect in begerten, dat hare herte es sere douende ende ongedurich van binnen, hare ziele vloiende ende doiende van minnen, hare geest uerwoeddelike uerhangen van sterker begerten. Ende hier toe trecken al hare sinne, datsi wilt wesen int gebruken der minnen. Dit eischet si erensteleke te gode ende dit suct si hertelike van gode, ende dit moetsi sere begeren. Want minne enlaetse noch gecissen noch geresten noch in vreden wesen. Minne trectse bouen ende si heltse neder, si versuecse saen ende si queltse weder, si geeft die doot ende brinct dat leuen, si geeft gesunde ende wont dat weder. Si maecse dul ende vroet daer weder. Aldus trect si in hoger wesen. Aldus es si geclommen met geeste bouen den tijt in die ewelicheit der minnen die es sonder tijt, ende si es herheuen bouen menscelike maniere in minnen ende bouen hars selfs nature, in begerten daer bouen te wesene. Dat es hare wesen ende har wille, hare begerte ende hare minne, in die sekere waerheit ende in die pure clarheit, ende in die edele hoecheit.ende in die verwende scoenheit, ende in die suete geselscap van den ouersten geeste die al vloien van oueruloedeger minnen, die sijn int clare bekinnen ende int hebben ende int gebruken hare minnen. Die wile es daer bouen onder die geeste hare begerleke wandelinge, ende meest onder die bernende seraphine. In die grote godheit ende in die hoge drieuuldicheit es hare liefleke rustinge ende hare genuechleke woninge. Si suctene in sire maiesteit, si volget heme daer ende sieten ane met herten ende met geeste, si kintene, si mintene, si begertene so seere, datsi ne can geachten noch heilegen noch menschen noch ingle noch creaturen, dan met gemeenre minnen in heme daer si al mede mint. Ende heme allene heft si vercoren in minnen bouen al ende onder al ende binnen al. Met al der begerlicheit hars herten ende met al der cracht hars geests so begertsi heme te siene ende te hebbene ende te gebrukene. Hieromme es hare ertrike een groet ellende .ende .i. starc geuancnisse ende .i. sware quale. Die werelt uersmaetsi, erderike uerwasset hare, ende datten ertrike behort dat encan hore noch gesuten noch genughen. Ende dat es hare .i. grote pine, datsi so verre moet wesen ende so uremde scinen. Hare ellende enmach si niet vergeten, hare begerte enmach niet gestillet werden, hare uerlancnisse queltse iammerlike, ende hier mede wertsi gepassijt ende getorment bouen mate ende sonder genade. Hier omme es si in groet verlancnisse ende in starke begerte ute desen ellende te werdene verledecht ende van desen lichame ontbonden te sine. Ende so segtsie die wile met sereleken herten, alse die apostelen dede, die seide: “Cupio dissolvi et esse cum Christo”. Dat es: „Ic begere ontbonden te sine ende te wesene met kerste“. Also gelijc es die siele in starke begerten ende in weeleker ongeduricheit uerledicht te werdene ende met kerste te leuene. Niet van uerdriete des iegenwordichs tijts noch van ureesen des toecomens vernoys, maer allene van heiliger minnen ende van eweliker minnen so begertsi niedeleke ende doientleke ende sere verlancleke te comene in dat lantscap der ewelicheit ende in die glorie der gebrukelicheit. Die uerlancnisse es in hare groet ende starc, ende hare ongheduren es swaer ende hart, ende hare pine es ontelleke groet, die si van begerten doget. Nochtan moet si in hopen leuen, ende hope doetse haken ende quellen. Ay heilige begerte der minnen, wie staerc es uwe cracht in der minnen der sielen het es ene salige passie ende .i. scarp torment.ende ene uerlangen quale ende ene mordeleke doet ende steruende leuen. Dar bouen encansi noch niet comen, hier neder enmachsi noch geresten noch geduren, ende om heme te pensene encansi van verlancnessen niet gedragen, ende sijns tonberne gheeft hare van begerten die quale, ende aldus so moet si leuen met groten ongemake. Hier omme eist, datsi noch enmach noch enwilt getroest werden.als die prophete seget: “Renuit consolari anima mea”. Dat es: „mijn ziele ontsegt getroest te sine“. Also ontsegt si allen troest dicwile van gode selue ende van sinen creaturen. Want alle die rasten die hare daer af mogen gescien, dat sterket meer hare minne ende trecket hare begerte in een hoger wesen, ende dat uernuwet hare verlancnisse der minne te plegene ende int gebruken der minnen te wesene ende sonder genuechte in ellenden te leuene. Ende so bliuet si ongesadet ende ongecosteghet in allen ghiften, om datsi noch daruen moet der iegenwordicheit hare minnen. Dit es .i. harde arbeidelec leuen, want si niet getroestet hier enwilt werden, si enhebbe vercreghen datsi suect so ongehermegleke. Minne heftse getrect ende geleidet ende geleret hare wege, ende daer heft si geuolget getrouwelike, dicwile in groten arbeit ende in vele werken, in groter uerlamenissen ende in starker begerten, in menich ongeduren ende in groter ongenuchten, in wee ende in wale.ende in meneghe quale, in sukene ende in eischene ende in deruene ende in hebbene, in climmene ende in hangene, in volgene ende in na langene, in node ende in commere, in doiene ende in uerderuene. In grote trouwe ende in vele ontrouwen, in lief ende in leet so es si in dogene gereet. In doet ende in leuen wilt si der minnen plegen, ende int gevoelen hars herten, dogetsi meneghe smerte, ende om der minnen wille so begertsi dat lantscap te gewinne. Ende alsi hare al in dit elende heft besocht, so es in glorien al hare toe ulocht. Want dar es recht der minnen werc, datsi dat naeste wesen begert, ende datsi meest uolcht den naesten wesene daer si der minnen meest in macht plegen. Hier omme wiltsi altoes der minnen uolghen, minne bekinnen ende minne gebruken. Ende dat enmach hare in dit ellende niet gescien. Daeromme wiltsi te lande wert tiden, daer si hare woninge in heft gesticht, ende daer si met minnen ende met begerten in rest. Daer wert alre lettenisse afgedaen, ende si wert daer liefleke van lieue ontfaen. Daer salsi niedeleke anesien datsi so morwelike heft gemint, ende si salne hebben te haren euweliken vromen, diensi so getrouwelike heft gedient. Ende si sal sijns gebruken met volre genuchten, dien si dicke in hare siele met minnen heft behelset. Ende daer sal si gaen in die bliscap hars heren, also als sinte Augustijn seget: “Qui in te intrat, intrat in gaudium Domini sui et cetera”. Dat es: „o here die in gheet in di hi geet in die bliscap sijns heren“. Ende hine sal heme niet ontsien; maer hi sal hem hebben alre best in den alre besten. Daer wert die siele geenicht met haren brudegome ende wert al een geest met heme in onscedeliker trouwen ende in eweliker minnen. Ende die hem geufent heft in den tijt der gratien, die sal sijns gebruken in eweliker glorien, daermen niet anders ensal plegen daer dan louen ende minnen. Daer moete god ons allen toe bringhen. Amen.

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