La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

Área: Temas

La vida y la no vida: pestes y mortandades, María-Milagros Rivera Garretas.
    Documentos:
  • Memorias. Leonor López de Córdoba.

MemoriasflechaLeonor López de Córdoba.

Fragmento
Signatura

A. Córdoba. Archivo Municipal. Perg. s. XV. (Perdido).

B. Córdoba. Archivo de la Casa del Bailío. Papel. (Perdido).

C. Córdoba, Archivo Municipal. Papel. (Perdido).

D. Córdoba. Archivo Histórico de Viana, leg. 157, exp. 7. Papel, 5 fols. Copia de 1733. (De C).

E. Madrid. Real Academia de la Historia, sig. 9-5445, fols. 363r-373v. Papel. Antes de 1760. (De A).

F. Madrid. Real Academia de la Historia, sig. 9-5747, fols. 66r-81v. Papel. Segunda mitad del siglo XVIII. (De A, copiando E).

G. Sevilla. Institución Colombina, Ms. 59-5-31 (ant. 63-9-73), fols. 195r-203r. Papel. Copia de 1778. (De un oficio del escribano de Córdoba Francisco de León [León, Francisco de]).

H. Córdoba. Biblioteca Pública Provincial, Ms. 107 (1). Papel. Siglo XIX. (De E y F).

Transcribo de E, completándolo con G.

Ediciones

José María Montoto, Reflexiones sobre un documento antiguo, “El Ateneo de Sevilla”, 16 (15 de julio de 1875), 209-214.

Marqués de la Fuensanta del Valle, Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, Impremta de Miguel Ginesta, 1883, 33-44.

Teodomiro y Rafael Ramírez de Arellano, Colección de documentos inéditos, raros y curiosos para la historia de Córdoba, 2 volúmenes en 1, Córdoba, 1885, 150-164.

Adolfo de Castro, Memorias de una dama del siglo XIV y XV (de 1363 a 1412), doña Leonor López de Córdoba, “La España Moderna”, 14-163 (julio 1902), 120-146.

Reynaldo Ayerbe-Chaux, Las Memorias de doña Leonor López de Córdoba, “Journal of Hispanic Philology”, 2 (1977), 11-33 (de G); y Leonor López de Còrdoba. Memorie, texto, introd., anotaciones y trad. italiana a cuidado de Lia Vozzo Mendia, Turín, Pratiche Editrice, 1992, 44-67, (de G).

Ramón Menéndez Pidal, Crestomatía del español medieval, II, Madrid, Gredos, 1966, 522-525 (fragmentos de las eds.).

Carmen Juan Llovera, Doña Leonor López de Córdoba (1362-1430). Relato autobiográfico de una mujer cordobesa escrito hacia 1400, “Boletín de la Real Academia de Córdoba”, 117, (1989), 257-270 (fragmentos).

Versión a la lengua castellana actual
María-Milagros Rivera Garretas, “Egregias señoras. Nobles y burguesas que escriben”, en Anna Caballé, ed., La vida escrita por las mujeres, 1: Por mi alma os digo. De la Edad Media a la Ilustración, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003, 33-41. (De E, completada con G).
Traducciones
(Al inglés) Amy K. Kamisky [Kaminsky, Amy K.] y Elaine D. Johnson, “To Restore Honor and Fortune: the Autobiography of Leonor López de Córdoba”, a Domna C. Stanton, ed., The Female Autograph, Nova York, New York Literary Forum, 1984, 70-80; Kathleen Lacey [Lacey, Kathleen], “The Memorias of Doña Leonor López de Córdoba”, en Elizabeth A. Petroff, Medieval Women’s Visionary Literature, Nova York, Oxford University Press, 1986, 329-334. Al italiano, Lia Vozzo Mendia a Leonor López de Córdoba, Memorie, 43-67.
Regesto
Leonor López de Córdoba, que entre 1404 y 1412 sería valida de la reina regente de Castilla, narra en sus Memorias –la primera autobiografía conocida en lengua castellana- la epidemia de peste que afectó a la ciudad de Córdoba entre marzo y junio de 1400, las medidas que ella tomó para sustraerse al contagio y la muerte de su hijo mayor Juan Fernández de Hinestrosa, de doce años.
Versión

29. En este tiempo, llegó una epidemia muy cruel de peste. Y mi señora no se quería ir de la ciudad; y yo le pedí que me dejara huir con mis hijitos, que no se me muriesen. Y a ella no le agradó, pero me dio permiso. Y yo me marché de Córdoba y me fui, con mis hijos, a Santaella. Y el huérfano que yo había criado vivía en Santaella; y me aposenté en su casa. Y todos los vecinos de la villa se alegraron mucho de mi llegada y me recibieron agasajándome mucho, porque habían sido criados del señor mi padre; y, por eso, me dieron la mejor casa que había en el lugar, que era la de Fernando Alonso Mediabarba.

30. Y, sin que sospecháramos nada, entró mi señoratía con sus hijas. Y yo me aparté a un local pequeño; y sus hijas, mis primas, no se entendían nunca conmigo porque su madre me trataba tan bien. Y a partir de entonces pasé tantas amarguras que no se podrían escribir.

31. Y llegó allí la peste. Y, por eso, mi señora partió con su gente hacia Aguilar; y me llevó consigo, aunque era demasiado para sus hijas, porque su madre me quería mucho y me tenía muy en cuenta. Y yo había enviado a Écija a aquel huérfano que había criado. La noche en que llegamos a Aguilar, vino de Écija el chico con dos bultos en la garganta y tres carbuncos en el rostro, con fiebre muy alta. Y estaba allí don Alfonso Fernández, mi primo, con su mujer y toda su casa. Y, aunque todas ellas eran mis sobrinas y mis amigas, vinieron a mí en cuanto supieron que mi criado venía de esa manera. Me dijeron: Vuestro criado Alonso viene con la peste y, si don Alfonso Fernández lo ve, se maravillará mucho, estando con semejante enfermedad.

32. Y el dolor que le llegó a mi corazón, bien lo podéis entender quienes oigáis esta historia; y que yo me sintiera humillada y amarga. Y, dándome cuenta de que por mí había entrado en aquella casa una enfermedad tan grave, mandé llamar a un criado del señor maestre, mi padre, que se llamaba Miguel de Santaella, y le rogué que llevara aquel chico a su casa. Y el desdichado tuvo miedo y dijo: Señora ¿cómo le voy a llevar con la peste, para que me mate? Y le dije: Hijo, no lo quiera Dios. Y él, con vergüenza de mí, se lo llevó. Y, por mis pecados, las trece personas que lo velaron de noche, todas murieron.

33. Y yo hacía una oración que había oído que hacía una monja ante un crucifijo; parece que ella era muy devota de Jesucristo. Y se dice que, después de oír los maitines, se iba ante un crucifijo y rezaba de rodillas siete mil veces: Piadoso hijo de la Virgen, vénzate la piedad. Y que, una noche, estando la monja cerca, que en donde ella estaba oyó que el crucifijo le respondía diciendo: Piadoso me llamaste, piadoso te seré.

34. Y yo, que tenía mucha devoción en estas palabras, rezaba esa oración todas las noches rogando a Dios que me quisiese librar a mí y a mis hijos; o que, si alguno se tuviera que llevar, se llevase el mayor porque era muy enfermizo. Y quiso Dios que, una noche, no encontraba quien velase aquel chico enfermo porque habían muerto todos los que hasta entonces le habían velado. Y vino a mí ese hijo mío, que le llamaban Juan Fernández de Hinestrosa como su abuelo, que tenía doce años y cuatro meses, y me dijo: Señora, no hay quien vele a Alonso esta noche. Y le dije: Veladlo vos, por amor de Dios. Y me respondió: Señora, ahora que han muerto otros, ¿queréis que me mate a mí? Y yo le dije: Por la caridad que yo hago, Dios tendrá piedad de mí. Y mi hijo, por no salirse de mi mandato, fue a velarle; y, por mis pecados, aquella noche le dio la peste, y al otro día le enterré. Y el enfermo vivió después, habiendo muerto todos los que he dicho.

35. Y doña Teresa, mujer de don Alfonso Fernández, mi primo, se enojó muchísimo porque moría mi hijo en esa circunstancia en su casa; y, con la muerte en la boca, mandaba que le sacaran de ella. Y yo estaba tan traspasada de pesar que no podía hablar de la humillación que me hacían aquellos señores. Y el triste de mi hijo decía: Decidle a mi señora doña Teresa que no me mande echar, que ahora saldrá mi alma hacia el cielo. Y esa noche falleció. Y se le enterró en Santa María de la Coronada, que está fuera de la villa, porque doña Teresa me tenía manía, y yo no sabía por qué, y mandó que no le enterraran dentro de la villa.

36. Y así, cuando lo llevaron a enterrar, fui yo con él. Y, cuando iba por las calles con mi hijo, las gentes salían dando alaridos, apiadadas de mí. Y decían: Salid, señores, y veréis la más desventurada, desamparada y más maldita mujer del mundo, con gritos que traspasaban los cielos. Y como los de aquel lugar eran todos crianza y hechura del señor mi padre, aunque sabían que les pesaba a sus señores, hicieron gran llanto conmigo, como si fuera su señora.

37. Esa noche, cuando volví de enterrar a mi hijo, enseguida me dijeron que regresase a Córdoba. Yo acudí a mi señoratía para ver si me lo mandaba ella. Ella me dijo: Sobrina señora, no puedo dejar de hacer lo que he prometido a mi nuera y a mis hijas, porque se han puesto todas de acuerdo; y me han afligido tanto para que os aparte de mí, que se lo he otorgado; y no sé en qué le habéis enojado a mi nuera doña Teresa, que os tiene tan mala idea. Y yo le dije, con muchas lágrimas: Señora, no me salve Dios si lo he merecido. Y así me vine a Córdoba, a mis casas.

Transcripción

29. En este tiempo, vino una pestilencia mui cruel. Y mi señora no quería salir de la ciudad; e yo demandele merced fuir con mis hijuelos, que no se me muriesen. Y a ella no le plugo, mas diome licencia. Y yo partime de Córdova y fuime a Santaella con mis hijos. Y el huérfano que yo crié vivía en Santaella; y aposenteme en su casa. Y todos los vecinos de la villa se holgaron mucho de mi ida y recibiéronme con mucho agasajo porque habían sido criados de el señor mi padre; y, assí, me dieron la mejor casa que había en el lugar, que era la de Fernando Alonso Mediabarba.

30. Y, estando sin sospecha, entró mi señoratía con sus hijas. E yo aparteme a una quadra pequeña. Y sus hijas, mis primas, nunca //371 estaban bien conmigo por el bien que me hazía su madre. Y dende allí pasé tantas amarguras que no se podían escribir.

31. Y vino allí pestilencia. E assí se partió mi señora con su gente para Aguilar; y llebome consigo, aunque asaz [para sus hijas porque] su madre me quería mucho y hazía grande cuenta de mí. E yo había embiado aquel huérfano que crié a Ézija. La noche que llegamos a Aguilar, entró de Ézija el mozo con dos landres en la garganta y tres carboncos en el rostro, con mui grande calentura. Y que estava allí don Alfonso Fernández, mi primo, e su muger e toda su casa. Y, aunque todas ellas eran mis sobrinas y mis amigas, vinieron a mí, en sabiendo que mi criado venía assí. Dixéronme: Vuestro criado Alonso viene con pestilencia y, si don Alfonso Fernández lo ve, hará maravillas, estando con tal enfermedad.

32. Y el dolor que a mi corazón llegó, bien lo podéis entender quien esta historia oiere; y que yo venía corrida y // amarga. Y, en pensar que por mí había entrado tan gran dolencia en aquella casa, hize llamar un criado de el señor mi padre el maestre, que se llamaba Miguel de Santaella, e roguele que llevase aquel mozo a su casa. Y el cuitado hubo miedo y dixo: Señora ¿cómo lo llebaré con pestilencia que me mate? Y díxele: Hijo, no quiera Dios. Y él, con vergüenza de mí, llebolo. Y, por mis pecados, treze personas que de noche lo velavan, todos murieron.

33. E yo facía una oración que había oído que hazía una monja ante un cruzifijo; parece que ella era mui devota de Jesuchristo. Et dis que, después que había oído maitines, veníase ante un cruzifijo y rezaba derrodillas siete mil veces: Piadoso fijo de la Virgen, vénzate piedad. Y que una noche, estando la monja cerca, donde ella estaba que oyó cómo le respondió el cruzifixo e dixo: Piadoso me llamaste, piadoso te seré.

34. E yo, habiendo grande devoción con estas palabras, rezaba cada noche esta oración rogando a Dios me quisiese //372 librar a mí y a mis fijos; o, si alguno hobiese de llevar, llevase el mayor porque era mui doliente. E plogo a Dios que una noche no fallaba quien velase aquel mozo doliente porque habían muerto todos los que hasta entonces le habían velado. E vino a mí aquel mi fijo, que le decían Juan Fernández de Henestrosa como su abuelo, que era de edad de doze años y quatro meses, y díxome: Señora, no hay quien vele a Alonso esta noche. E dígele: Veladlo vos, por amor de Dios. Y respondiome: Señora, agora que han muerto otros ¿queréis que me mate a mí? E yo dígele: Por la charidad que yo lo hago, Dios habrá piedad de mí. Y mi hijo, por no salir de mi mandato, lo fue a velar; e, por mis pecados, aquella noche le dio la pestilencia, y otro día le enterré. Y el enfermo vivió después, habiendo muerto todos los dichos.

35. E doña Theresa, muger de don Alfonso Fernández, mi primo, hubo mui gran enojo porque moría mi hijo por tal ocación en su casa; y, la muerte en la voca, lo mandava sa-//car de ella. E yo estaba tan traspasada de pesar que no podía hablar de el corrimiento que aquellos señores me hazían. Y el triste de mi fijo decía: Decid a mi señora doña Theresa que no me haga echar, que agora saldrá mi ánima para el cielo. Y esa noche falleció. Y se enterró en Santa María la Coronada, [que es] fuera de la villa, [porque doña Theresa me tenía mala intención, y no sabía por qué, y mandó que no lo soterrasen dentro de la villa].

36. Y assí, quando lo llebaban a enterrar, fui yo con él. Y quando iba por las calles con mi hijo, las gentes salían dando alaridos, amancilladas de mí. Y decían: Salid, señores, y veréis la más desventurada, desamparada e más maldita muger de el mundo, con los gritos que los cielos traspasaban. E como los de aquel lugar, todos eran crianza y hechura de el señor mi padre, aunque sabían que les pesaba a sus señores, hizieron grande llanto conmigo, como si fuera su señora.

37. Esta noche, como vine de soterrar a mi hijo, luego me digeron que me viniese a Córdova. Y yo llegué a mi señoratía, por ver si me lo mandaba ella. Ella me //373 dixo: Sobrina señora, no puedo dexar de hazer lo que a mi nuera y a mis fijas he prometido, porque son hechas en uno; y en tanto me han aflixido [que os] parta de mí que se lo hobe otorgado, y es lo no sé qué enojo hecistes a mi nuera doña Theresa que tan mala intención hos tiene. E yo le dige con muchas lágrimas: Señora, Dios no me salve si merecí por qué. Y assí víneme a mis casas a Córdova.

Temas: La vida y la no vida: pestes y mortandades

Autoras

María-Milagros Rivera Garretas
María-Milagros Rivera Garretas

Nació en Bilbao, bajo el signo de Sagitario, en 1947. Tiene una hija nacida en Barcelona en 1975. Es catedrática de Historia Medieval y una de las fundadoras de la revista y del Centro de Investigación en Estudios de las Mujeres Duoda de la Universidad de Barcelona, que ha dirigido entre 1991 y 2001. También contribuyó a fundar en 1991 la Llibreria Pròleg, la librería de mujeres de Barcelona, y, en 2002, la Fundación Entredós de Madrid.

Ha escrito: El priorato, la encomienda y la villa de Uclés en la Edad Media (1174-1310). Formación de un señorío de la Orden de Santiago (Madrid, CSIC, 1985); Textos y espacios de mujeres. Europa, siglos IV-XV (Barcelona, Icaria, 1990 y 1995; trad. alemana, de Barbara Hinger, Orte und Worte von Frauen, Viena, Milena, 1994, y Munich, Deutscher Taschenbuch Verlag, 1997); Nombrar el mundo en femenino. Pensamiento de las mujeres y teoría feminista (Barcelona, Icaria, 2003, 3º ed.; trad. italiana, de Emma Scaramuzza, Nominare il mondo al femminile, Roma, Editori Riuniti, 1998); El cuerpo indispensable. Significados del cuerpo de mujer (Madrid, horas y HORAS, 1996 y 2001); El fraude de la igualdad (Barcelona, Planeta, 1997 y Buenos Aires, Librería de Mujeres, 2002); y Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000 (Barcelona, Icaria, 2001).

Introducción

La población de Europa ha sufrido epidemias de peste desde su origen hasta el descubrimiento de los antibióticos sintéticos a mediados del siglo XX. En las ciudades se sufría más, por la rapidez mayor del contagio debida a la insalubridad del agua y del aire, y a la concentración humana en ellas. Para defenderse, quienes podían huían a lugares altos y sanos del campo. La epidemia más mortífera fue la Peste Negra de 1348. Se le llamó así porque la enfermedad producía manchas negras en la piel, llamadas carbuncos, que son derrames subcutáneos de sangre que podían ser muy grandes; también salían bultos llamados bubones o landres, de donde deriva el nombre de peste bubónica que también se le da.

Un recuerdo literario de la Peste Negra se conserva en la primera jornada del Decamerón de Giovanni Bocaccio: cuenta en él Boccaccio que este libro –que, en realidad, es una alegoría política muy inteligente y complicada- está formado por los cuentos que inventaron durante diez días para entretenerse mientras esperaban a que pasara la epidemia, un grupo de chicas y chicos jóvenes que habían huido de Florencia al llegar a esta ciudad el contagio de la Peste Negra .

Las epidemias de peste eran transmitidas por ratas que viajaban en los barcos comerciales, por los tejidos, por el contacto con personas enfermas... La muerte era rápida. Pero no toda la gente expuesta moría: algunas y algunos se curaban y, además, había mujeres y hombres que eran inmunes a esta enfermedad.

Al pasar, las pestes dejaban tras de sí poblaciones a veces diezmadas, familias trastocadas, criaturas sin madre, tierras de cultivo abandonadas, relaciones de producción más difíciles... En la segunda mitad del siglo XIV, las epidemias de peste fueron especialmente frecuentes en Europa. A consecuencia de ello, cambió el sentido del tiempo de la propia vida y la relación con la muerte.

El relato de las Memorias de Leonor López de Córdoba

La historiografía corriente ha estudiado, a veces con gran erudición y acierto, las transformaciones socioeconómicas que provocaron en Europa las epidemias de peste, en especial las de los siglos XIV, XV y XVI. Han sido analizados los cambios en la estructura poblacional, en las roturaciones, en la ganadería, en las relaciones de producción, en las luchas sociales, en las rentas señoriales, en las oscilaciones de precios y salarios, en los conocimientos médicos, en la relación con el propio cuerpo y con los cuerpos ajenos... es decir, en la experiencia histórica que cabe dentro del paradigma de lo social.

La fuente histórica extraordinaria que es el relato de las Memorias de Leonor López de Córdoba –una mujer que vivió directamente al menos dos de esas epidemias, sobreviviéndolas sin contagio– no da, sin embargo, apenas datos de carácter socioeconómico típico. Da, en cambio, muchos y muy buenos datos y valoraciones de otro orden de cosas y de relaciones. Otro orden de cosas y de relaciones que algunas hemos llamado prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana. Un orden de cosas y de relaciones que, con las palabras para decirlo,configura el orden simbólico de la madre.

Las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana consisten en la obra materna (cuerpos y relaciones: cuerpos humanos, es decir, que han aprendido de la madre la lengua, o sea lo simbólico, la coincidencia entre las palabras y las cosas) y en todas las actividades vinculadas con: a) la cultura del nacimiento; b) el cuidado de los seres humanos no autónomos del grupo; c) el procesado y distribución de alimentos; d) la socialización de las criaturas; e) las prácticas y hábitos de higiene; f ) el descanso y cobijo; g) las técnicas relacionadas con todas esas tareas. La dimensión divina de estas prácticas la percibió genialmente Simone Weil en un texto de 1943 titulado Las necesidades del alma.

Reconocer y nombrar las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana en el mundo de hoy y en la historia trae a la luz un gran ámbito de lo real: la obra primera de la civilización, una obra históricamente más femenina que masculina.

La diferencia de ser mujer

De entre los datos y valoraciones históricas que da Leonor López de Córdoba en los fragmentos citados de sus Memorias, destaco dos. En primer lugar, la importancia que tenía para ella la práctica de la relación o contexto relacional en que se movía su vida: las relaciones con sus hijos y su hija, con su tía, con sus primas, con el chico judío –bautizado Alonso- que ella había adoptado de niño cuando la judería de Córdoba fue brutalmente asaltada por los cristianos en 1392, con los antiguos seguidores de su padre el maestre de Calatrava y Alcántara Martín López de Córdoba... Estas relaciones no reciben su sentido de la riqueza o del dinero sino de lo que le den a la vida y a la convivencia: por eso las llamamos relaciones de autoridad, que es distinta del poder.

En segundo lugar, destaco su osadía en decidir sobre la vida o la no vida. Me refiero al proceso que lleva a la muerte de su hijo Juan, el cual, como escribe Leonor, “era muy enfermizo”. Ante la necesidad de velar al judío converso Alonso –que es quien ha llevado la peste a Aguilar pero no debe perder el vínculo con las y los vivos porque este vínculo puede ahuyentar a la muerte-, Leonor, autora de vida, administra con estremecedora libertad la vida de quienes de ella dependen: libertad que llamamos, con otras, l ibe r t ad f emenina , porque es libertad relacional. La capacidad de ser dos con que nace una mujer implica que tiene que tomar decisiones fundamentales sobre la vida y la no vida: por ejemplo, cuando libremente aborta o excluye de su experiencia el embarazo y la maternidad. Digo vida y no vida, y no vida o muerte, porque estoy hablando de algo muy distinto de lo que han hecho históricamente más los hombres que las mujeres en las guerras y en los homicidios. Estoy hablando de la decisión de dar o no dar a luz, o de atender o no atender la prosecución de una vida, que es una decisión fundamental y terrible que, históricamente, ha sido y es una decisión más de mujeres que de hombres. Una decisión que se sitúa en un ámbito que está más allá de la ley, no en contra de la ley.

Al ir relatando en sus Memorias lo que le ocurre, Leonor López de Córdoba hizo simbólico. Esto quiere decir que puso libremente en palabras lo que le ocurría, captando y matizando con cuidado, amor a la verdad y fidelidad a sí misma el sentido de los acontecimientos que vivió.

De todo esto no habla un libro de historia corriente sobre las epidemias de peste, ni siquiera los libros que siguen el paradigma de lo social y su aspiración a escribir historia total. No lo hacen, no porque los historiadores sociales olviden que en la historia hay mujeres y niñas, ni tampoco necesariamente porque sean misóginos –como decíamos las feministas en los años setenta y ochenta del siglo XX-, sino porque el paradigma de lo social se le queda pequeño a la experiencia humana femenina.

Indicaciones didácticas

Es útil comparar y contrastar en clase el texto propuesto de Leonor López de Córdoba con el principio de la Primera jornada del Decamerón de Giovanni Boccaccio Boccaccio redacta una descripción objetiva de los hechos y una crítica de la profesionalización de la medicina en el siglo XIV, profesionalización que pasó por su progresiva masculinización, dotación de instancias de poder y significabilidad en dinero; su voz es, por tanto, un buen ejemplo de historia social. El texto de Leonor es ejemplo de historia en primera persona, partiendo de sí, una historia en la que lo más significativo es el contexto relacional en el que viven ella y quienes le rodean; su voz está, por tanto, en el orden simbólico de la madre.

Bibliografía: La vida y la no vida: pestes y mortandades
Sobre la Peste Negra
  • BLANCO, Ángel, La Peste negra. Madrid, Anaya, 1990. La Peste negra, vídeo-casete [VHS], 25 min., Madrid, S.A. de Promociones y Ediciones, 1997.
  • "La Peste nera: dati di una realtà ed elementi di una interpretazione". Atti del XXX Convegno storico internazionale, Spoleto, Centro Italiano di Studi sull’Alto Medioevo, 1994.
Sobre las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana
  • BERTRAN TARRÉS, Maria; CABALLERO NAVAS, Carmen; CABRÉ I PAIRET, Montserrat; RIVERA GARRETAS, María-Milagros y VARGAS MARTÍNEZ, Ana, De dos en dos. Las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana. Madrid, horas y HORAS, 2000.
Sobre el orden simbólico de la madre
  • MURARO, Luisa, El orden simbólico de la madre. Madrid, horas y HORAS, 1994.
  • DIÓTIMA, Il cielo stellato dentro di noi. L’ordine simbolico della madre, Milán, La Tartaruga, 1992.
  • WEIL, Simone, Echar raíces.Traducción de Juan Carlos González Pont y Juan Ramón Capella, Madrid, Trotta, 1996, pp. 23-50.
Sobre el concepto de "autoridad"
  • CIGARINI Lia, "La autoridad femenina. Encuentro con Lia Cigarini". Duoda. Revista de Estudios Feministas, 7, 1994, pp. 55-82.
  • CIGARINI Lia, La política del deseo. La diferencia femenina se hace historia. Prólogo de Ida Dominijanni, traducción de María-Milagros Rivera Garretas, Barcelona, Icaria, 1996.
  • RIVERA GARRETAS, María-Milagros, Mujeres en relación. Feminismo 1970-2000. Barcelona, Icaria, 2001.
Sobre el concepto de "libertad femenina"
  • RIVERA GARRETAS, María Milagros, "La vida de las mujeres: entre la historia social y la historia humana". Medievalisme. Noves perspectives. Lérida, Pagès, 2003.

    Notas al texto

    1. “Y digo, pues, que ya habían los años de la fructífera encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trecientos cuarenta y ocho, cuando en la egregia ciudad de Florencia, bellísima entre todas las de Italia, sobrevino una mortífera peste. La cual, bien por obra de los cuerpos superiores, o por nuestros inicuos actos, fue en virtud de la justa ira de Dios, enviada a los mortales para corregirnos, tras haber comenzado algunos años atrás en las regiones orientales, en las que arrebató innumerable cantidad de vidas y desde donde, sin detenerse en lugar alguno, prosiguió, devastadora, hacia Occidente, extendiéndose de continuo. Y no valían contra ella previsión ni providencia humana alguna, como limpiar la ciudad operarios nombrados al efecto, y prohibirse que ningún enfermo entrase en la población, y darse muchos consejos para conservar la salud, y hacerse, no una, sino muchas veces, humildes rogativas a Dios, en procesiones ordenadas, y de otras maneras, por las personas devotas. En todo caso, lo cierto fue que, al principiar la primavera del año anterior comenzaron a manifestarse, horrible y milagrosamente, los dolorosos efectos de la pestilencia. Mas no obraba como en Oriente, donde el verter sangre por la nariz era signo seguro de muerte inevitable, sino que aquí, al empezar la enfermedad, nacíanles a las hembras y varones, en las ingles o en los sobacos, unas hinchazones que a veces alcanzaban a ser como una manzana común, y otras como un huevo, y otras menores y mayores otras. Daba la gente ordinaria a estos bultos el nombre de bubas. Y, a poco espacio, las mortíferas inflamaciones empezaron a aparecer indistintamente en todas partes del cuerpo; y enseguida los síntomas de la enfermedad se trocaron en manchas negras o lívidas que en brazos, muslos, y demás partes del cuerpo sobrevenían en muchos, ora grandes y diseminadas, ora apretadas y pequeñas. Y así como la buba primitiva era, y seguía siendo, signo certísimo de futura muerte, éranlo también estas manchas. Para curar tal enfermedad no parecían servir ni consejos de médicos ni mérito de medicina alguna, bien porque la naturaleza del mal no lo consintiera, o bien porque a la ignorancia de los medicamentos (cuyo nombre, aparte del de los hombres de ciencia, había, entre hombres y mujeres carentes de todo conocimiento de medicina, héchose grandísimo) se escapase el origen del daño y el modo de atajarlo. Y así, no sólo eran pocos los que curaban, sino que casi todos, a tercer día de la aparición de los supradichos signos, cuando no algo antes o algo después, morían sin fiebre alguna ni otro accidente.” (Giovanni Boccaccio, El Decamerón, trad. Juan G. de Luaces, Barcelona, Plaza y Janés, 1980, 4ª ed., 13-14).

    2. “Y digo, pues, que ya habían los años de la fructífera encarnación del Hijo de Dios llegado al número de mil trecientos cuarenta y ocho, cuando en la egregia ciudad de Florencia, bellísima entre todas las de Italia, sobrevino una mortífera peste. La cual, bien por obra de los cuerpos superiores, o por nuestros inicuos actos, fue en virtud de la justa ira de Dios, enviada a los mortales para corregirnos, tras haber comenzado algunos años atrás en las regiones orientales, en las que arrebató innumerable cantidad de vidas y desde donde, sin detenerse en lugar alguno, prosiguió, devastadora, hacia Occidente, extendiéndose de continuo. Y no valían contra ella previsión ni providencia humana alguna, como limpiar la ciudad operarios nombrados al efecto, y prohibirse que ningún enfermo entrase en la población, y darse muchos consejos para conservar la salud, y hacerse, no una, sino muchas veces, humildes rogativas a Dios, en procesiones ordenadas, y de otras maneras, por las personas devotas. En todo caso, lo cierto fue que, al principiar la primavera del año anterior comenzaron a manifestarse, horrible y milagrosamente, los dolorosos efectos de la pestilencia. Mas no obraba como en Oriente, donde el verter sangre por la nariz era signo seguro de muerte inevitable, sino que aquí, al empezar la enfermedad, nacíanles a las hembras y varones, en las ingles o en los sobacos, unas hinchazones que a veces alcanzaban a ser como una manzana común, y otras como un huevo, y otras menores y mayores otras. Daba la gente ordinaria a estos bultos el nombre de bubas. Y, a poco espacio, las mortíferas inflamaciones empezaron a aparecer indistintamente en todas partes del cuerpo; y enseguida los síntomas de la enfermedad se trocaron en manchas negras o lívidas que en brazos, muslos, y demás partes del cuerpo sobrevenían en muchos, ora grandes y diseminadas, ora apretadas y pequeñas. Y así como la buba primitiva era, y seguía siendo, signo certísimo de futura muerte, éranlo también estas manchas. Para curar tal enfermedad no parecían servir ni consejos de médicos ni mérito de medicina alguna, bien porque la naturaleza del mal no lo consintiera, o bien porque a la ignorancia de los medicamentos (cuyo nombre, aparte del de los hombres de ciencia, había, entre hombres y mujeres carentes de todo conocimiento de medicina, héchose grandísimo) se escapase el origen del daño y el modo de atajarlo. Y así, no sólo eran pocos los que curaban, sino que casi todos, a tercer día de la aparición de los supradichos signos, cuando no algo antes o algo después, morían sin fiebre alguna ni otro accidente.” (Giovanni Boccaccio, El Decamerón, trad. Juan G. de Luaces, Barcelona, Plaza y Janés, 1980, 4ª ed., 13-14).

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