La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

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MemoriasLeonor López de Córdoba.

Fragmento
Signatura

A. Córdoba. Archivo Municipal. Perg. s. XV. (Perdido).

B. Córdoba. Archivo de la Casa del Bailío. Papel. (Perdido).

C. Córdoba, Archivo Municipal. Papel. (Perdido).

D. Córdoba. Archivo Histórico de Viana, leg. 157, exp. 7. Papel, 5 fols. Copia de 1733. (De C).

E. Madrid. Real Academia de la Historia, sig. 9-5445, fols. 363r-373v. Papel. Antes de 1760. (De A).

F. Madrid. Real Academia de la Historia, sig. 9-5747, fols. 66r-81v. Papel. Segunda mitad del siglo XVIII. (De A, copiando E).

G. Sevilla. Institución Colombina, Ms. 59-5-31 (ant. 63-9-73), fols. 195r-203r. Papel. Copia de 1778. (De un oficio del escribano de Córdoba Francisco de León [León, Francisco de]).

H. Córdoba. Biblioteca Pública Provincial, Ms. 107 (1). Papel. Siglo XIX. (De E y F).

Transcribo de E, completándolo con G.

Ediciones

José María Montoto, Reflexiones sobre un documento antiguo, “El Ateneo de Sevilla”, 16 (15 de julio de 1875), 209-214.

Marqués de la Fuensanta del Valle, Colección de documentos inéditos para la historia de España, Madrid, Impremta de Miguel Ginesta, 1883, 33-44.

Teodomiro y Rafael Ramírez de Arellano, Colección de documentos inéditos, raros y curiosos para la historia de Córdoba, 2 volúmenes en 1, Córdoba, 1885, 150-164.

Adolfo de Castro, Memorias de una dama del siglo XIV y XV (de 1363 a 1412), doña Leonor López de Córdoba, “La España Moderna”, 14-163 (julio 1902), 120-146.

Reynaldo Ayerbe-Chaux, Las Memorias de doña Leonor López de Córdoba, “Journal of Hispanic Philology”, 2 (1977), 11-33 (de G); y Leonor López de Còrdoba. Memorie, texto, introd., anotaciones y trad. italiana a cuidado de Lia Vozzo Mendia, Turín, Pratiche Editrice, 1992, 44-67, (de G).

Ramón Menéndez Pidal, Crestomatía del español medieval, II, Madrid, Gredos, 1966, 522-525 (fragmentos de las eds.).

Carmen Juan Llovera, Doña Leonor López de Córdoba (1362-1430). Relato autobiográfico de una mujer cordobesa escrito hacia 1400, “Boletín de la Real Academia de Córdoba”, 117, (1989), 257-270 (fragmentos).

Versión a la lengua castellana actual
María-Milagros Rivera Garretas, “Egregias señoras. Nobles y burguesas que escriben”, en Anna Caballé, ed., La vida escrita por las mujeres, 1: Por mi alma os digo. De la Edad Media a la Ilustración, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003, 33-41. (De E, completada con G).
Traducciones
(Al inglés) Amy K. Kamisky [Kaminsky, Amy K.] y Elaine D. Johnson, “To Restore Honor and Fortune: the Autobiography of Leonor López de Córdoba”, a Domna C. Stanton, ed., The Female Autograph, Nova York, New York Literary Forum, 1984, 70-80; Kathleen Lacey [Lacey, Kathleen], “The Memorias of Doña Leonor López de Córdoba”, en Elizabeth A. Petroff, Medieval Women’s Visionary Literature, Nova York, Oxford University Press, 1986, 329-334. Al italiano, Lia Vozzo Mendia a Leonor López de Córdoba, Memorie, 43-67.
Regesto
Leonor López de Córdoba, que entre 1404 y 1412 sería valida de la reina regente de Castilla, narra en sus Memorias –la primera autobiografía conocida en lengua castellana- la epidemia de peste que afectó a la ciudad de Córdoba entre marzo y junio de 1400, las medidas que ella tomó para sustraerse al contagio y la muerte de su hijo mayor Juan Fernández de Hinestrosa, de doce años.
Versión

29. En este tiempo, llegó una epidemia muy cruel de peste. Y mi señora no se quería ir de la ciudad; y yo le pedí que me dejara huir con mis hijitos, que no se me muriesen. Y a ella no le agradó, pero me dio permiso. Y yo me marché de Córdoba y me fui, con mis hijos, a Santaella. Y el huérfano que yo había criado vivía en Santaella; y me aposenté en su casa. Y todos los vecinos de la villa se alegraron mucho de mi llegada y me recibieron agasajándome mucho, porque habían sido criados del señor mi padre; y, por eso, me dieron la mejor casa que había en el lugar, que era la de Fernando Alonso Mediabarba.

30. Y, sin que sospecháramos nada, entró mi señoratía con sus hijas. Y yo me aparté a un local pequeño; y sus hijas, mis primas, no se entendían nunca conmigo porque su madre me trataba tan bien. Y a partir de entonces pasé tantas amarguras que no se podrían escribir.

31. Y llegó allí la peste. Y, por eso, mi señora partió con su gente hacia Aguilar; y me llevó consigo, aunque era demasiado para sus hijas, porque su madre me quería mucho y me tenía muy en cuenta. Y yo había enviado a Écija a aquel huérfano que había criado. La noche en que llegamos a Aguilar, vino de Écija el chico con dos bultos en la garganta y tres carbuncos en el rostro, con fiebre muy alta. Y estaba allí don Alfonso Fernández, mi primo, con su mujer y toda su casa. Y, aunque todas ellas eran mis sobrinas y mis amigas, vinieron a mí en cuanto supieron que mi criado venía de esa manera. Me dijeron: Vuestro criado Alonso viene con la peste y, si don Alfonso Fernández lo ve, se maravillará mucho, estando con semejante enfermedad.

32. Y el dolor que le llegó a mi corazón, bien lo podéis entender quienes oigáis esta historia; y que yo me sintiera humillada y amarga. Y, dándome cuenta de que por mí había entrado en aquella casa una enfermedad tan grave, mandé llamar a un criado del señor maestre, mi padre, que se llamaba Miguel de Santaella, y le rogué que llevara aquel chico a su casa. Y el desdichado tuvo miedo y dijo: Señora ¿cómo le voy a llevar con la peste, para que me mate? Y le dije: Hijo, no lo quiera Dios. Y él, con vergüenza de mí, se lo llevó. Y, por mis pecados, las trece personas que lo velaron de noche, todas murieron.

33. Y yo hacía una oración que había oído que hacía una monja ante un crucifijo; parece que ella era muy devota de Jesucristo. Y se dice que, después de oír los maitines, se iba ante un crucifijo y rezaba de rodillas siete mil veces: Piadoso hijo de la Virgen, vénzate la piedad. Y que, una noche, estando la monja cerca, que en donde ella estaba oyó que el crucifijo le respondía diciendo: Piadoso me llamaste, piadoso te seré.

34. Y yo, que tenía mucha devoción en estas palabras, rezaba esa oración todas las noches rogando a Dios que me quisiese librar a mí y a mis hijos; o que, si alguno se tuviera que llevar, se llevase el mayor porque era muy enfermizo. Y quiso Dios que, una noche, no encontraba quien velase aquel chico enfermo porque habían muerto todos los que hasta entonces le habían velado. Y vino a mí ese hijo mío, que le llamaban Juan Fernández de Hinestrosa como su abuelo, que tenía doce años y cuatro meses, y me dijo: Señora, no hay quien vele a Alonso esta noche. Y le dije: Veladlo vos, por amor de Dios. Y me respondió: Señora, ahora que han muerto otros, ¿queréis que me mate a mí? Y yo le dije: Por la caridad que yo hago, Dios tendrá piedad de mí. Y mi hijo, por no salirse de mi mandato, fue a velarle; y, por mis pecados, aquella noche le dio la peste, y al otro día le enterré. Y el enfermo vivió después, habiendo muerto todos los que he dicho.

35. Y doña Teresa, mujer de don Alfonso Fernández, mi primo, se enojó muchísimo porque moría mi hijo en esa circunstancia en su casa; y, con la muerte en la boca, mandaba que le sacaran de ella. Y yo estaba tan traspasada de pesar que no podía hablar de la humillación que me hacían aquellos señores. Y el triste de mi hijo decía: Decidle a mi señora doña Teresa que no me mande echar, que ahora saldrá mi alma hacia el cielo. Y esa noche falleció. Y se le enterró en Santa María de la Coronada, que está fuera de la villa, porque doña Teresa me tenía manía, y yo no sabía por qué, y mandó que no le enterraran dentro de la villa.

36. Y así, cuando lo llevaron a enterrar, fui yo con él. Y, cuando iba por las calles con mi hijo, las gentes salían dando alaridos, apiadadas de mí. Y decían: Salid, señores, y veréis la más desventurada, desamparada y más maldita mujer del mundo, con gritos que traspasaban los cielos. Y como los de aquel lugar eran todos crianza y hechura del señor mi padre, aunque sabían que les pesaba a sus señores, hicieron gran llanto conmigo, como si fuera su señora.

37. Esa noche, cuando volví de enterrar a mi hijo, enseguida me dijeron que regresase a Córdoba. Yo acudí a mi señoratía para ver si me lo mandaba ella. Ella me dijo: Sobrina señora, no puedo dejar de hacer lo que he prometido a mi nuera y a mis hijas, porque se han puesto todas de acuerdo; y me han afligido tanto para que os aparte de mí, que se lo he otorgado; y no sé en qué le habéis enojado a mi nuera doña Teresa, que os tiene tan mala idea. Y yo le dije, con muchas lágrimas: Señora, no me salve Dios si lo he merecido. Y así me vine a Córdoba, a mis casas.

Transcripción

29. En este tiempo, vino una pestilencia mui cruel. Y mi señora no quería salir de la ciudad; e yo demandele merced fuir con mis hijuelos, que no se me muriesen. Y a ella no le plugo, mas diome licencia. Y yo partime de Córdova y fuime a Santaella con mis hijos. Y el huérfano que yo crié vivía en Santaella; y aposenteme en su casa. Y todos los vecinos de la villa se holgaron mucho de mi ida y recibiéronme con mucho agasajo porque habían sido criados de el señor mi padre; y, assí, me dieron la mejor casa que había en el lugar, que era la de Fernando Alonso Mediabarba.

30. Y, estando sin sospecha, entró mi señoratía con sus hijas. E yo aparteme a una quadra pequeña. Y sus hijas, mis primas, nunca //371 estaban bien conmigo por el bien que me hazía su madre. Y dende allí pasé tantas amarguras que no se podían escribir.

31. Y vino allí pestilencia. E assí se partió mi señora con su gente para Aguilar; y llebome consigo, aunque asaz [para sus hijas porque] su madre me quería mucho y hazía grande cuenta de mí. E yo había embiado aquel huérfano que crié a Ézija. La noche que llegamos a Aguilar, entró de Ézija el mozo con dos landres en la garganta y tres carboncos en el rostro, con mui grande calentura. Y que estava allí don Alfonso Fernández, mi primo, e su muger e toda su casa. Y, aunque todas ellas eran mis sobrinas y mis amigas, vinieron a mí, en sabiendo que mi criado venía assí. Dixéronme: Vuestro criado Alonso viene con pestilencia y, si don Alfonso Fernández lo ve, hará maravillas, estando con tal enfermedad.

32. Y el dolor que a mi corazón llegó, bien lo podéis entender quien esta historia oiere; y que yo venía corrida y // amarga. Y, en pensar que por mí había entrado tan gran dolencia en aquella casa, hize llamar un criado de el señor mi padre el maestre, que se llamaba Miguel de Santaella, e roguele que llevase aquel mozo a su casa. Y el cuitado hubo miedo y dixo: Señora ¿cómo lo llebaré con pestilencia que me mate? Y díxele: Hijo, no quiera Dios. Y él, con vergüenza de mí, llebolo. Y, por mis pecados, treze personas que de noche lo velavan, todos murieron.

33. E yo facía una oración que había oído que hazía una monja ante un cruzifijo; parece que ella era mui devota de Jesuchristo. Et dis que, después que había oído maitines, veníase ante un cruzifijo y rezaba derrodillas siete mil veces: Piadoso fijo de la Virgen, vénzate piedad. Y que una noche, estando la monja cerca, donde ella estaba que oyó cómo le respondió el cruzifixo e dixo: Piadoso me llamaste, piadoso te seré.

34. E yo, habiendo grande devoción con estas palabras, rezaba cada noche esta oración rogando a Dios me quisiese //372 librar a mí y a mis fijos; o, si alguno hobiese de llevar, llevase el mayor porque era mui doliente. E plogo a Dios que una noche no fallaba quien velase aquel mozo doliente porque habían muerto todos los que hasta entonces le habían velado. E vino a mí aquel mi fijo, que le decían Juan Fernández de Henestrosa como su abuelo, que era de edad de doze años y quatro meses, y díxome: Señora, no hay quien vele a Alonso esta noche. E dígele: Veladlo vos, por amor de Dios. Y respondiome: Señora, agora que han muerto otros ¿queréis que me mate a mí? E yo dígele: Por la charidad que yo lo hago, Dios habrá piedad de mí. Y mi hijo, por no salir de mi mandato, lo fue a velar; e, por mis pecados, aquella noche le dio la pestilencia, y otro día le enterré. Y el enfermo vivió después, habiendo muerto todos los dichos.

35. E doña Theresa, muger de don Alfonso Fernández, mi primo, hubo mui gran enojo porque moría mi hijo por tal ocación en su casa; y, la muerte en la voca, lo mandava sa-//car de ella. E yo estaba tan traspasada de pesar que no podía hablar de el corrimiento que aquellos señores me hazían. Y el triste de mi fijo decía: Decid a mi señora doña Theresa que no me haga echar, que agora saldrá mi ánima para el cielo. Y esa noche falleció. Y se enterró en Santa María la Coronada, [que es] fuera de la villa, [porque doña Theresa me tenía mala intención, y no sabía por qué, y mandó que no lo soterrasen dentro de la villa].

36. Y assí, quando lo llebaban a enterrar, fui yo con él. Y quando iba por las calles con mi hijo, las gentes salían dando alaridos, amancilladas de mí. Y decían: Salid, señores, y veréis la más desventurada, desamparada e más maldita muger de el mundo, con los gritos que los cielos traspasaban. E como los de aquel lugar, todos eran crianza y hechura de el señor mi padre, aunque sabían que les pesaba a sus señores, hizieron grande llanto conmigo, como si fuera su señora.

37. Esta noche, como vine de soterrar a mi hijo, luego me digeron que me viniese a Córdova. Y yo llegué a mi señoratía, por ver si me lo mandaba ella. Ella me //373 dixo: Sobrina señora, no puedo dexar de hazer lo que a mi nuera y a mis fijas he prometido, porque son hechas en uno; y en tanto me han aflixido [que os] parta de mí que se lo hobe otorgado, y es lo no sé qué enojo hecistes a mi nuera doña Theresa que tan mala intención hos tiene. E yo le dige con muchas lágrimas: Señora, Dios no me salve si merecí por qué. Y assí víneme a mis casas a Córdova.

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