La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

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La vida y la no vida: pestes y mortandadesMaría-Milagros Rivera Garretas.

Introducción

La población de Europa ha sufrido epidemias de peste desde su origen hasta el descubrimiento de los antibióticos sintéticos a mediados del siglo XX. En las ciudades se sufría más, por la rapidez mayor del contagio debida a la insalubridad del agua y del aire, y a la concentración humana en ellas. Para defenderse, quienes podían huían a lugares altos y sanos del campo. La epidemia más mortífera fue la Peste Negra de 1348. Se le llamó así porque la enfermedad producía manchas negras en la piel, llamadas carbuncos, que son derrames subcutáneos de sangre que podían ser muy grandes; también salían bultos llamados bubones o landres, de donde deriva el nombre de peste bubónica que también se le da.

Un recuerdo literario de la Peste Negra se conserva en la primera jornada del Decamerón de Giovanni Bocaccio: cuenta en él Boccaccio que este libro –que, en realidad, es una alegoría política muy inteligente y complicada- está formado por los cuentos que inventaron durante diez días para entretenerse mientras esperaban a que pasara la epidemia, un grupo de chicas y chicos jóvenes que habían huido de Florencia al llegar a esta ciudad el contagio de la Peste Negra .

Las epidemias de peste eran transmitidas por ratas que viajaban en los barcos comerciales, por los tejidos, por el contacto con personas enfermas... La muerte era rápida. Pero no toda la gente expuesta moría: algunas y algunos se curaban y, además, había mujeres y hombres que eran inmunes a esta enfermedad.

Al pasar, las pestes dejaban tras de sí poblaciones a veces diezmadas, familias trastocadas, criaturas sin madre, tierras de cultivo abandonadas, relaciones de producción más difíciles... En la segunda mitad del siglo XIV, las epidemias de peste fueron especialmente frecuentes en Europa. A consecuencia de ello, cambió el sentido del tiempo de la propia vida y la relación con la muerte.

El relato de las Memorias de Leonor López de Córdoba

La historiografía corriente ha estudiado, a veces con gran erudición y acierto, las transformaciones socioeconómicas que provocaron en Europa las epidemias de peste, en especial las de los siglos XIV, XV y XVI. Han sido analizados los cambios en la estructura poblacional, en las roturaciones, en la ganadería, en las relaciones de producción, en las luchas sociales, en las rentas señoriales, en las oscilaciones de precios y salarios, en los conocimientos médicos, en la relación con el propio cuerpo y con los cuerpos ajenos... es decir, en la experiencia histórica que cabe dentro del paradigma de lo social.

La fuente histórica extraordinaria que es el relato de las Memorias de Leonor López de Córdoba –una mujer que vivió directamente al menos dos de esas epidemias, sobreviviéndolas sin contagio– no da, sin embargo, apenas datos de carácter socioeconómico típico. Da, en cambio, muchos y muy buenos datos y valoraciones de otro orden de cosas y de relaciones. Otro orden de cosas y de relaciones que algunas hemos llamado prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana. Un orden de cosas y de relaciones que, con las palabras para decirlo,configura el orden simbólico de la madre.

Las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana consisten en la obra materna (cuerpos y relaciones: cuerpos humanos, es decir, que han aprendido de la madre la lengua, o sea lo simbólico, la coincidencia entre las palabras y las cosas) y en todas las actividades vinculadas con: a) la cultura del nacimiento; b) el cuidado de los seres humanos no autónomos del grupo; c) el procesado y distribución de alimentos; d) la socialización de las criaturas; e) las prácticas y hábitos de higiene; f ) el descanso y cobijo; g) las técnicas relacionadas con todas esas tareas. La dimensión divina de estas prácticas la percibió genialmente Simone Weil en un texto de 1943 titulado Las necesidades del alma.

Reconocer y nombrar las prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana en el mundo de hoy y en la historia trae a la luz un gran ámbito de lo real: la obra primera de la civilización, una obra históricamente más femenina que masculina.

La diferencia de ser mujer

De entre los datos y valoraciones históricas que da Leonor López de Córdoba en los fragmentos citados de sus Memorias, destaco dos. En primer lugar, la importancia que tenía para ella la práctica de la relación o contexto relacional en que se movía su vida: las relaciones con sus hijos y su hija, con su tía, con sus primas, con el chico judío –bautizado Alonso- que ella había adoptado de niño cuando la judería de Córdoba fue brutalmente asaltada por los cristianos en 1392, con los antiguos seguidores de su padre el maestre de Calatrava y Alcántara Martín López de Córdoba... Estas relaciones no reciben su sentido de la riqueza o del dinero sino de lo que le den a la vida y a la convivencia: por eso las llamamos relaciones de autoridad, que es distinta del poder.

En segundo lugar, destaco su osadía en decidir sobre la vida o la no vida. Me refiero al proceso que lleva a la muerte de su hijo Juan, el cual, como escribe Leonor, “era muy enfermizo”. Ante la necesidad de velar al judío converso Alonso –que es quien ha llevado la peste a Aguilar pero no debe perder el vínculo con las y los vivos porque este vínculo puede ahuyentar a la muerte-, Leonor, autora de vida, administra con estremecedora libertad la vida de quienes de ella dependen: libertad que llamamos, con otras, l ibe r t ad f emenina , porque es libertad relacional. La capacidad de ser dos con que nace una mujer implica que tiene que tomar decisiones fundamentales sobre la vida y la no vida: por ejemplo, cuando libremente aborta o excluye de su experiencia el embarazo y la maternidad. Digo vida y no vida, y no vida o muerte, porque estoy hablando de algo muy distinto de lo que han hecho históricamente más los hombres que las mujeres en las guerras y en los homicidios. Estoy hablando de la decisión de dar o no dar a luz, o de atender o no atender la prosecución de una vida, que es una decisión fundamental y terrible que, históricamente, ha sido y es una decisión más de mujeres que de hombres. Una decisión que se sitúa en un ámbito que está más allá de la ley, no en contra de la ley.

Al ir relatando en sus Memorias lo que le ocurre, Leonor López de Córdoba hizo simbólico. Esto quiere decir que puso libremente en palabras lo que le ocurría, captando y matizando con cuidado, amor a la verdad y fidelidad a sí misma el sentido de los acontecimientos que vivió.

De todo esto no habla un libro de historia corriente sobre las epidemias de peste, ni siquiera los libros que siguen el paradigma de lo social y su aspiración a escribir historia total. No lo hacen, no porque los historiadores sociales olviden que en la historia hay mujeres y niñas, ni tampoco necesariamente porque sean misóginos –como decíamos las feministas en los años setenta y ochenta del siglo XX-, sino porque el paradigma de lo social se le queda pequeño a la experiencia humana femenina.

Indicaciones didácticas

Es útil comparar y contrastar en clase el texto propuesto de Leonor López de Córdoba con el principio de la Primera jornada del Decamerón de Giovanni Boccaccio Boccaccio redacta una descripción objetiva de los hechos y una crítica de la profesionalización de la medicina en el siglo XIV, profesionalización que pasó por su progresiva masculinización, dotación de instancias de poder y significabilidad en dinero; su voz es, por tanto, un buen ejemplo de historia social. El texto de Leonor es ejemplo de historia en primera persona, partiendo de sí, una historia en la que lo más significativo es el contexto relacional en el que viven ella y quienes le rodean; su voz está, por tanto, en el orden simbólico de la madre.

Imágenes
Plano del barrio o collación de Santa María o de la mezquita, de la Ciudad de Córdoba, en la época de Leonor López de Córdoba

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Cristo crucificado (s. XIV). Real Convento de Santa Clara en Astudillo, Palencia

Cristo crucificado (s. XIV). Real Convento de Santa Clara en Astudillo, Palencia

Plano de la Real iglesia conventual de San Pablo de Córdoba

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Sepulcro de Leonor López de Córdoba

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Portada de la capilla de la Trinidad (también llamada de Santo Tomás de Aquino, hoy del Rosario), de la Real iglesia conventual de San Pablo de Córdoba

Portada de la capilla de la Trinidad (también llamada de Santo Tomás de Aquino, hoy del Rosario), de...

Patio del Real convento de Santa Clara (Astudillo, Palencia), fundado por María de Padilla. Siglo XIV

Patio del Real convento de Santa Clara (Astudillo, Palencia), fundado por María de Padilla. Siglo XI...

Sepulcro de Martín López de Córdoba. Capilla de la Trinidad, Real iglesia conventual de San Pablo de Córdoba

Sepulcro de Martín López de Córdoba. Capilla de la Trinidad, Real iglesia conventual de San Pablo de...

Blasón de la familia Hinestrosa

Blasón de la familia Hinestrosa

Capilla de la Trinidad, hoy de Nuestra Señora del Rosario. Real iglesia conventual de San Pablo de Córdoba

Capilla de la Trinidad, hoy de Nuestra Señora del Rosario. Real iglesia conventual de San Pablo de C...

Patio del Real convento de Santa Clara (Astudillo, Palencia), fundado por María de Padilla. Siglo XIV

Patio del Real convento de Santa Clara (Astudillo, Palencia), fundado por María de Padilla. Siglo XI...

Palacio mudéjar de Pedro I y María de Padilla (Astudillo, Palencia). Siglo XIV

Palacio mudéjar de Pedro I y María de Padilla (Astudillo, Palencia). Siglo XIV

Sepulcro de Ruy Gutiérrez de Hinestrosa y de Gutierre de Hinestrosa

Sepulcro de Ruy Gutiérrez de Hinestrosa y de Gutierre de Hinestrosa

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