La diferencia de ser mujer

Investigación y enseñanza de la historia

Área: Temas

La práctica de la paz: María de Castilla, reina de AragónNúria Jornet Benito.

Introducción

Los libros ordinarios de historia dicen que las guerras han sido una constante en la historia de sucesión y de luchas por el poder. O, en otras palabras, la guerra y el conflicto han estado siempre en primera línea de la interpretación histórica tradicional. En todas las épocas, sin embargo, muchas mujeres han desarrollado prácticas de paz como una vía propia para resolver los conflictos y en general las relaciones entre criaturas humanas más allá de las que marcan las relaciones de poder. Y más aún, podemos cuestionarnos también el sentido falsamente universal del enunciado “los normandos combatieron contra los sarracenos”, que olvida a las mujeres: ¿qué hacían las normandas y las sarracenas cuando sus compañeros luchaban? ¿Quién creaba y mantenía la vida?

Desde una mirada que recupera estas prácticas de mediación femenina y las dota de significación política y contenido simbólico, reencontraremos y releeremos los gestos de una reina de la Corona de Aragón, María de Castilla, que en su tiempo se esforzó en encontrar una solución pacífica a las continuas luchas que enfrentaban su reino de adopción, la Corona de Aragón, y su linaje de origen reinante en Castilla.

El documento que presentamos, una carta firmada por la soberana dirigida al Consejo de Ciento barcelonés informando de la tregua conseguida entre los dos reinos, forma parte de otras acciones más directas que llevó a cabo, como la de acampar en medio del campo de batalla en señal de paz, como punto radical de ruptura y de desplazamiento, a la manera de los contemporáneos “escudos humanos”, trágicamente personalizados en Rachel Corrie, voluntaria muerta por los tanques del ejército de Israel.

María, la mediación del conflicto

María de Castilla ejerció un significativo papel de intermediaria entre los distintos conflictos que estallaron en la corona catalana, y en especial, durante el tiempo en que ejerció de lugarteniente del reino, primero entre 1420 y 1423, y después de manera continuada desde 1432, con la definitiva partida de su esposo hacia tierras italianas.

Ferran Soldevila, en una clásica aproximación a la figura de la reinaMaría, señala el constante interés de la soberana en la política de paz y concordia entre los reinos de Castilla y Cataluña, unidos por vínculos de parentesco. Una voluntad pacificadora entre ambos reinos que, según el mismo historiador, secundaría la acción que ya emprendió su suegra, la reina Leonor de Alburquerque, y que es valorada y asumida por la propia soberana. Así, en una carta fechada en Tortosa el año 1434, en pleno conflicto bélico, María escribe que: [...] fuese la cosa que más deseábamos en este mundo después de la paz con Castilla (Archivo de la Corona de Aragón, Registro de Cancillería 2975, fol. 5 v.). En su testamento alude al gran deseo que la había conducido a poner paz y amistad entre los reinos de Aragón, Castilla y Navarra. Soldevila cree incluso que esta “obra pacificadora constante”, “fue un duro golpe para su salud”, ya delicada.

Este papel mediador fue advertido también por sus contemporáneos. El capellán de su esposo escribía que bien fue cosa digna de meter tales actos en libro y memoria para los que después vendrán, como dicha señora reina concordó al rey de Castilla y al rey de Aragón (Dietario del capellán de Alfonso IV. Ms. de la Biblioteca del Patriarca de Valencia, fol. 66 v.). En la concordia de Valladolid (1453) entre el rey de Castilla y el Príncipe de Viana, de una parte, y los reyes de Aragón y Navarra, de la otra, se le otorga un papel importante a la reina.

Desde el inicio del conflicto entre Castilla y Cataluña en el año 1429, María desarrolló distintas acciones de pacificación y mediación. De este mismo año es su ida a Castilla, donde consiguió una tregua en la guerra por cinco años. En 1435, la reina se dirige de nuevo a Soria, donde llega el 10 de noviembre, y, como testimonia la carta que comentamos, fechada cinco días después, consigue una nueva tregua de seis meses. El día 19 marcha de Castilla, con la intención de convocar Cortes en Monzón donde gestionar y resolver la también crítica situación de su esposo, embarcado en la aventura italiana de Nápoles y hecho prisionero el 5 de agosto de 1435, después de la derrota naval de Ponça.

Más allá de la guerra, la capacidad femenina de hacer vivible la vida cotidiana

La historiografía corriente, desde los parámetros de la historia androcéntrica, ha estudiado el papel de la dama de la corte de una reina como María, en términos de “poder informal”, que se extiende al ámbito de lo privado, oponiéndolo al ámbito público y político de la acción masculina. Un papel que abrazaría básicamente la gestión de las alianzas matrimoniales y la acción pacificadora.

Más allá, sin embargo, de una falsa dicotomía entre lo “público” y lo “privado”, sería necesario situar en primera línea de la escena histórica estas prácticas de mediación femenina, marcándolas con la clave de la diferencia sexual. Esta práctica de mediación en el conflicto se ligaría a la capacidad de las mujeres para la relación, para la apertura a aquello distinto, para hacer más humana la convivencia. En palabras de Milagros Rivera, “un talento, un arte civilizador más (mucho más) de mujeres que de hombres” y que se inscribiría en lo que algunas historiadoras han denominado también prácticas de creación y recreación de la vida y de la convivencia humanas. Esto es, el papel de las mujeres a lo largo de la historia a la hora de hacer más visible la vida y que se traduce en ámbitos diversos: desde la socialización de los niños, a la cura de los enfermos, pasando por la alimentación del grupo, etc. Una medida que tiene en cuenta la vida humana y que es una “puntada” más a la obra materna de la civilización, un tejido donde a menudo es necesario el entredós (trozo de ropa que une dos telas antes autónomas); esto es, el trabajo de la mediación, la práctica del conflicto.

Esta capacidad femenina de hacer habitable el mundo, que Luisa Muraro denomina “capacidad de hacer política primera”, es necesario resituarla en primera línea, no infravalorarla “por nuestro temor de parecer ridículas o de ser despreciadas”.Virginia Woolf, justamente en sus Pensamientos de paz durante una incursión aérea, para refutar la opinión a menudo extendida entre las mujeres que éstas no participaban en política, daba valor a “otras mesas”, a parte de las militares o de las conferencias, como por ejemplo la “mesa del te”. Dotar de significado a estas prácticas, de fuerza y autoridad, será también sacarlas de la “gratuidad funcional y la disponibilidad” en que habitualmente las situamos, en palabras de Diana Sartori.

La acción pacificadora inscrita en un “continuum” materno

En el caso de María de Castilla, la acción pacificadora se sitúa en la corte, una corte escrita en femenino, donde la fuerza de las relaciones y vínculos entre mujeres hace más palpable aún estas prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humanas, dentro de las cuales hemos situado la mediación y la práctica del conflicto.

Desde esta perspectiva, estas prácticas forman parte también de un “continuum”, de una genealogía femenina, y resultan ser un referente de sentido compartido por toda mujer, de distintas clases sociales y en momentos históricos diferentes. Mujeres contemporáneas de la reinaMaría: Martha de Armagnac, duquesa de Girona entre 1373 y 1378, que trabajó activamente por la paz en el conflicto entre el rey de Aragón y el infante del reino de Mallorca; Blanca de Navarra, casada con Felipe VI de Francia, que se dedicó a conseguir la paz entre este reino y el de su linaje de origen, el reino de Navarra. O siglos más tarde, Margarita de Austria, la cual, convertida en gobernadora de los Países Bajos en nombre de su sobrino, el emperador Carlos V, avanzó en el acercamiento con el reino francés. Es determinante su intervención en el tratado de paz de 1529, que significativamente ha pasado a la historia con el nombre de “Paz de las Damas”.

Son acciones ligadas muy a menudo a las relaciones de parentesco o a la más radical necesidad de no destruir la obra materna, la cultura del nacimiento, tal como lo denomina la filósofa Adriana Cavarero, opuesta a la filosofía de la muerte, de la destrucción de los cuerpos, de la guerra. En este sentido, toma valor el gesto de dos madres históricas que se convierten en mediadoras de vida en las luchas que enfrentaron a sus hijos: Leonor de Aquitania en el conflicto entre Ricardo Corazón de León y su hermano, Juan sin Tierra; Jogelun, madre de Gengis Khan, el cual se enfrentaba a su propio hermano.

María, la capacidad de hacer simbólico

Según la Crónica de Juan II, poco después del conflicto establecido entre el reino de Castilla y el de Aragón, la reinaMaría se desplazó a Castilla “a jornadas, no de reina, mas de trotero”, pidió una tienda al Condestable, Álvaro de Luna y la hizo plantar en medio del campo donde se iba a desarrollar la batalla (Crónica de Juan II, año XXIII, cap. XIV).

María, con este gesto radical, inventa nuevos métodos que se alejan de la lógica del poder y de las relaciones de fuerza, bien palpables en un contexto bélico. En este sentido, podemos trazar paralelismos con el proyecto de Simone Weil durante la Segunda Guerra mundial, cuando pensó en un cuerpo de enfermeras que se lanzarían en paracaídas sobre la zona de combate más cruenta, con el objetivo de curar los heridos (“Proyecto para la formación de enfermeras en primera línea de frente”). La filósofa francesa estaba convencida de que eran necesarias acciones como éstas, la fuerza simbólica de las cuales iba más allá o eran más importantes que su concreta eficacia.

La acción de María, con la tienda plantada en medio de la batalla, hace simbólico, y su importancia radica en que muestra un modo distinto de actuar en el mundo, otra medida. En palabras de Chiara Zamboni, “la eficacia de un hecho simbólico es independiente de la cantidad de personas y de lugares donde se está presente [...]. Un símbolo tiene en si un momento divino: un poco de levadura que fructifica dentro del alma humana”.

Indicaciones didácticas

1. Podría iniciarse en clase una reflexión sobre el lugar central de la guerra y del conflicto en la interpretación histórica, que deja a la sombra amplios espacios de vida, de prácticas, de relaciones entre hombres y mujeres, que son mucho más importantes.

2. Introducir en el discurso el movimiento de cambio que parece que se ha producido entre muchos hombres y mujeres, que han entendido que el argumento de la fuerza, que lleva a la guerra y al conflicto, no es inevitable en política. Si entendemos por política, aquella “política primera” de la que nos habla Luisa Muraro en el texto, que gestiona y conserva la convivencia humana. Desde esta medida, “las banderas son y se convierten en palabras, y las palabras son mediación”, como la misma filósofa nos comenta en un artículo de prensa con motivo de la guerra en Irak y de todo el movimiento de paz y de respuesta social. Una respuesta en la que constata una fuerte presencia de mujeres, que aportan a la plaza, al lugar de manifestación, el vínculo necesario entre libertad y vida:

Luisa Muraro, “No son banderas, son palabras”

No son banderas, aunque lleven este nombre, las banderas de la paz que han cambiado el aspecto de las ciudades y también, en el fondo, nuestro modo de habitarlas. Son palabras de un lenguaje finalmente hallado para decir un sentimiento de cercanía o vecindad y comunicarlo, cercanía o vecindad de casa y de humanidad que supera todo tipo de barreras aunque quedándose cerca de sí, sin invadir ni agredir al otro. In extremis, no sé cómo, se ha encontrado un lenguaje para decir algo que parecía perdido: el valor de la convivencia que se abre al intercambio con los demás. Se ha encontrado, imprevisiblemente, sin la ayuda de intelectuales, de políticos, de medios de comunicación, de partidos. Se ha encontrado con ocasión de una guerra que pretendía ser la respuesta de Occidente al trauma del 11 de septiembre. Y que, en cambio, –lo sabemos- es una reacción tremenda y ciega de hombres en déficit de casi todo lo que hace falta en política, empezando por autoridad moral. Por lo que, entre los demás desastres, está también el hecho de que nadie haya estado en posición de ayudar al pueblo de los Estados Unidos a elaborar el sentido de una fragilidad descubierta de la manera más traumática, ayudarle a no vivirla como una humillación y a volver a encaminarse por la vía de la civilización.

¿Nadie? Me equivoco. Ahora están estas banderas del arco iris que han empezado a florecer por las paredes, poco a poco, primero escasas, luego muchas, en ciertas calles muchísimas, en otras todavía pocas y, por eso, más visibles, todas expuestas sin arrogancia, con frecuencia peleando con el viento, que las hace jirones. Y estas banderas mandan un mensaje a los Estados Unidos, aunque no sea mas que desde un país periférico como el nuestro. Dicen que las casas son el cobijo de los cuerpos vivos y de sus cosas, pero un cobijo frágil y expuesto a la violencia, con respecto a la cual ellas ofrecen –y esta es la invención, la novedad, la vía de la civilización- el cobijo simbólico de significar una voluntad de paz.

Está sucediendo algo grande. ¿Durará? se han preguntado algunos comentaristas. No lo sabemos. Pero yo pienso que no volverá a ser como antes, al menos para mí y tantas, tantos como yo. Antes, el campo lo ocupaba un dilema entre las posturas de los pacifistas y de los realistas, estos últimos repitiendo: en política, no se puede estar sin el argumento de la fuerza y, por tanto, sin la posibilidad de la guerra, y los otros replicando: la guerra es siempre un error, la guerra devora todas las razones, incluso las mejores. Como si no hubiera nada más que decir, y así ha sido para muchas y muchos, que no sabíamos qué decir. Ahora, en cambio, lo sabemos: para nosotras y ellos lo que hay no es la guerra/la paz, sino que está este momento histórico enredado de problemas y de amenazas, en el que podemos intentar practicar la paz, no en general sino la paz posible aquí y ahora. ¿Cómo? No sé toda la repuesta, pero sí el comienzo, lo hemos encontrado, es el salir del aislamiento y del mutismo de una convivencia cada vez más alienada, para significar, conjuntamente, nuestra recíproca cercanía y nuestra común vecindad con las mujeres y los hombres golpeados o amenazados por la violencia destructora. Los comentaristas ven la novedad de este movimiento, pero casi no ven que es política, en sentido naciente: es política primera y afecta al tejido del vivir en relación.

Esas banderas son palabras y las palabras son mediación. El comienzo de la respuesta es, pues, el trabajo de mediación. Trabajo que no se limita y ni siquiera consiste esencialmente en misiones diplomáticas especiales, porque la mediación, como la lengua que hablamos, es un continuum y, sin solución de continuidad, transita de la palabra que se intercambia con la vecina de casa a la posibilidad de un acuerdo resolutivo. Fare pace dove c’è guerra es el título de una reciente publicación de la Librería de mujeres de Milán. Y dice, hablando del 15 de febrero: este “basta para siempre con la guerra” expresado por millones de mujeres y hombres, no se da como un proyecto a colocar en un horizonte futuro, ni queda suspendido en un tiempo ideal, sino que ya está presente en las prácticas cotidianas, en las formas concretas de una política que está orientada a practicar la paz aquí y ahora.

Estoy de acuerdo; solo una cosa querría añadir. En el cambio que Fare pace describe en términos de contexto del actuar pacíficamente, lo que se trasluce como factor de cambio es una presencia libre de mujeres. Debería dar argumentos. Están los números: de la gran mayoría de personas que están en contra de esta guerra, la mayoría más grande son mujeres. Está, además, que los signos de la paz, prohibidos en los edificios públicos del Estado, se mutiplican en los alféizares de las casas, lugares gobernados en el pasado y todavía hoy, preferentemente, por las mujeres. Y está el estilo de las manifestaciones en la calle, que está cambiando. Se atenúa la necesidad reactiva de contraponerse, para hacer sitio al sentido del estar con otros, al compartir proyectos y sentimientos.

El primero que lo notó y lo relacionó con la presencia de mujeres, fue el director de este periódico. Comentando la grandísima manifestación de la CGIL [Confederación general del trabajo], en Roma, recuerdo que escribió: es un gentío enorme, lo cual, de por sí, daría miedo, pero no da miedo, gracias a la gran presencia de mujeres. Ocurre quizá porque a la calle una mujer lleva algo que permanece asociado a la vidadoméstica, no lo sé, pero no lo considero degradante, más bien me parece un modo de rescatar la reclusióndoméstica de tantas mujeres del pasado.

Como se recordará, el Ocho de marzo de este año ha estado dedicado a la lucha por la paz, y algunas feministas han expresado la preocupación de que esto reforzara el estereotipo de la “mujer igual a paz”. A mí me parece que está pasando justo lo contrario, que la asociación forzada entre las mujeres y la paz ya no salta, sustituida por palabras y gestos que hablan de un vínculo entre la libertad y la vida, con demasiada frecuencia ignorado y roto en la historia de los hombres. Vínculo confiado al trabajo de la mediación, como también al gesto de ruptura, nunca el uno sin el otro. Pienso en Moretti saltando al palco de Piazza Navona. Pienso, en este momento, en el Papa, que ha roto con una tradición diplomática de equidistancia, para hacer todo lo que le era posible, sin cálculos de poder. La diferencia de nuestro ser mujeres/hombres se convierte así en un recurso de creatividad política; los hombres son liberados del significado amenazador de su virilidad.

A quienes vivimos en Italia nos toca llevar el peso de ser contados entre quienes apoyan la guerra contra Irak. Sabemos que no es verdad, pero tendremos que demostrarlo y, antes de nada, seguir sabiendo que no es verdad: saberlo en nuestro interior y a nuestro alrededor, en las relaciones con quienes acabarán no queriendo saber ya nada de ello. Lo explica bien una mujer valiente de la ex-Yugoslavia: cuando hay guerra, el lenguaje se militariza por una especie de contaminación tanto más fuerte cuanto menos se quiere saber lo que sucede a nuestro alrededor (Fare pace dove c’è guerra).

A nuestro alrededor, junto con una guerra que no hemos querido, se ha dado un poco de paz, querida, concebida, traída al mundo por mujeres y hombres. Que permanezca entre nosotras y ellos, con su capacidad de ponernos en relación unos con otras, casi un pacto social de una especie nueva y feliz. (Traducción de María-Milagros Rivera Garretas)

3. Conocer diversas experiencias de autoridad y mediación femeninas que extienden en el mundo actual prácticas para la paz: la "Città felice" de Catania, el movimiento de Mujeres de Negro de la exYugoslavia, etc.

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Miniatura de Bernat Martorell

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