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Els sabers de la vida

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ASUN LÓPEZ CARRETERO

Els sabers de la vida

En estos días de confinamiento - ¡qué palabra tan rara! – esta expresión me sonaba extraña y he ido a buscarla al diccionario. “Pena por la que el condenado es obligado a vivir temporalmente, en un lugar distinto de su domicilio” (Diccionario de la RAE) ¡¡Ya decía yo que me sonaba a castigo!! Es curiosa la palabra y su poca adecuación a como vivo la situación actual.
Estos días - no confinada, sino habitando en mi domicilio- he conectado con muchas vivencias que me han llevado al agradecimiento profundo a la genealogía de mujeres que me precedieron tanto en el ámbito familiar-personal como político. Todas estas experiencias han conformado mi estar en el mundo.
Recuerdo a mi madre, cuando velaba todas las enfermedades que - sin dejar una- tuve en mi infancia. Largas noches sin dormir mientras la fiebre subía. Y luego, poco a poco, a medida que iba recuperando el hambre: caldos humeantes, batidos de fruta. Ella sabía en todo momento qué hacer y, aunque consultaba al médico (entonces eran siempre en masculino), ella era la que decidía sobre mi salud y lo que convenía para recuperarla.
Mi madre y mi padre tuvieron que viajar. Mi abuela materna no dudó en quedarse conmigo y con mi hermana, enfermas de tosferina. Estoy hablando de unas épocas en que la infancia necesitaba de muchos cuidados para crecer sana.
El cuidado y los saberes de la vida - es decir, aquellos que son esenciales para crecer por dentro y por fuera- estaban incorporados de forma habitual en la cotidianidad. Mi madre siempre estaba atenta a las explicaciones que escuchaba de la medicina, pero ella siempre mantenía su criterio y su responsabilidad para cuidarme.
Durante estos días hemos podido recuperar algo de esos “saberes de la vida” que cultivaron y siguen cultivando tantas mujeres y algunos hombres ante la emergencia del virus. Saberes que habían quedado en cierto modo secuestrados por la tecnología de las evidencias atravesada por una visión patriarcal y neoliberal de la medicina. Atrapada a veces por las pruebas y más pruebas que en cierto modo han sustituido a la relación con las personas. Y también interceptados por cuestiones relacionadas con los negocios de las farmacéuticas.
Estos días hemos tenido que rescatar la humildad del no saber, una puerta abierta a prestar atención a lo que sucede, a las personas en su singularidad. Y a apostar por la vida, estando atentas y atentos a la evolución de cada enfermo y enferma.
No había protocolos, no había medicinas que atendieran a esa enfermedad que nos ha sorprendido y nos ha puesto en ese filo tan delicado de la vida y la muerte. Y ahí se han producido algunos gestos poco habituales.
Las enfermeras -que siempre están en primera línea y que en su mayoría son mujeres- han protagonizado en singular, con nombres y apellidos, sus testimonios. Uno de los pacientes que estuvieron en la UCI explicaba que esperaba con emoción las cinco veces en que entraba la enfermera y que, con sus atenciones y cuidados, le insuflaba la fuerza para seguir adelante.
En cierto modo estos días las jerarquías han desaparecido y han estado presentes tanto los conductores de ambulancias o las enfermeras como las doctoras en primera persona dando sus testimonios.
También ha sido importante superar las barreras de las “especializaciones” para que codo con codo, las y los profesionales rompieran sus fronteras y colaboraran para atender a las personas.
Desde un punto de vista de la política institucional tenemos una sanidad pública que es un tesoro. Pero lo es, sobre todo, gracias a las mujeres y algunos hombres que están ahí asumiendo la política primera, la política de estar ahí en presencia yendo más allá de los saberes técnicos (que tienen su valor) y encarnando la lengua materna, la que acoge a cada criatura para atenderla, cuidarla y sanarla. Esa atención y cuidado en lengua materna que sabe que sostener la vida es siempre un camino a reinventar cada vez.
También hemos visto otras caras más duras, falta de recursos, hospitales repletos, turnos increíbles, falta de medidas higiénicas y de protección para ellas y ellos, pero en eso no entraré ahora.
Me ha llegado, también, el testimonio de maestras y maestros que añoran a las criaturas, que saben que la presencia y la relación educativa son insustituibles. Que sienten en sus entrañas no poder despedirse de ellas, ya que pasarán de curso. Que añoran sus caras, su olor, sus voces, sus risas, sus miedos. En definitiva, que saben que el encuentro en presencia es de un valor que no tiene parámetros para ser encapsulado.
Ellas y ellos continúan la labor de las madres (o quien por ellas) y crean un espacio de seguridad y de acompañamiento a la vida que es también un tesoro a cuidar. Gracias también a ellas y ellos.
Por último, quiero agradecer a la política de las mujeres en primera persona que me ha iluminado y me ha abierto la mirada a la grandeza femenina.
Dentro de unos 15 días se celebrará el Seminario de Primavera de Duoda, que este año no será presencial, pero seguro que muchas mujeres llevaremos ese encuentro en nuestro interior.
Cierro este texto con una buena noticia, el Seminario se realizará de forma virtual ,es una gran alegría.
Barcelona, 17 de abril 2020

Universitat de Barcelona
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