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Texts de l'Era de la Perla

Ser universitàries avui

CHIARA ZAMBONI

SOBRE LA UNIVERSITAT I LES SEVES NECESSITATS

CHIARA ZAMBONI

Sobre la universidad y sus necesidades.*

“La reforma de la enseñanza, que ha separado una etapa inicial de tres años de primer ciclo de otros dos de especialidad y que ha introducido créditos y módulos breves, ha modificado radicalmente la universidad, tanto su imagen como la metafísica en la que se desenvuelve. La transformación se ve en los efectos que ha provocado”.

Hablo de ello sobre todo a partir de las facultades de Humanidades, que conozco mejor, ya que doy clase en una licenciatura en filosofía en la Universidad de Verona. Empiezo por la fragmentación de las asignaturas, que han sido desmanteladas en una miríada de módulos breves o brevísimos de 40, 20 y 10 horas. Esto ha modificado en su raíz la relación entre estudiantes y docentes. Dando clase, se sabe por experiencia que para crear una relación viva con los alumnos hace falta tiempo. En el muerde y corre de los módulos, esto resulta imposible. Así se pierde lo que constituye el lado implícito y más importante de la enseñanza: al lado de la transmisión de conocimientos, se enseña también un cierto modo de acercarse a los textos, de leer, de decir, de razonar, de hacer preguntas y de dejar que hable la experiencia subjetiva. Para esto hace falta una relación que se haya logrado crear mediante la confianza. Se trata de un estilo que las alumnas y los alumnos solo obtienen así y que solo hasta cierto punto es posible explicar con palabras.
Además de esto, el alumnado necesita tener tiempo de “rumiar” lo que ha aprendido. Nutrirse de ello. Hacerlo suyo. Meditar. Y esto requiere tiempo. Un tiempo que el ritmo trepidante de las asignaturas cortísimas seguidas inmediatamente de exámenes, no deja en absoluto.

El fordismo aplicado a la cultura
Ha sido sobre todo el ciclo de tres años el que se ha resentido ante esta disgregación del vínculo entre alumnado y profesorado. El vínculo se recompone en la especialización de dos años, porque los estudiantes son pocos y porque cambia completamente el espíritu de la enseñanza, que ya no es informativo sino casi artesanal, parecido al de los antiguos talleres-tienda en los que se aprendía un oficio. Se perfila así una separación formativa entre quien cursa solo el primer ciclo y quien hace también la especialización o segundo ciclo. Es una separación entre una cultura fundada en el consumo de informaciones desligadas las unas de las otras, no orientada y simplificada en pastillas, y una cultura que intenta recuperar la antigua relación entre maestro y discípulo en la enseñanza de un oficio en toda su complejidad, ya se trate de filosofía, de ingeniería o de física. Una separación, por tanto, entre una cultura de información, que es en realidad una no-cultura, y una cultura compleja que nace del hecho de que son pocos quienes se matriculan y la relación docente se vuelve más cercana. En resumen, una forma nueva de discriminación de clase más en sus efectos que en sus causas.

La introducción de créditos para calcular el valor de un examen ha llevado a ese mecanismo perverso: los créditos se fijan según las horas de trabajo que se supone que hace un estudiante medio. ¿Cuántas horas de trabajo para estudiar la crítica de la razón pura de Kant? ¿Más o menos que Speculum de Luce Irigaray? Naturalmente los estudiantes son muy distintos entre sí a la hora de estudiar, pero esto no les importa a los reformistas en busca de criterios únicos. Lo que impresiona más es el criterio de horas de trabajo que recuerda a los obreros en la cadena de montaje o, más actualizado, del teletrabajo. Es el fordismo aplicado a la cultura. Ni siquiera el postfordismo, más flexible y dúctil. Una idea de trabajo calculado y pagado por horas, que tiene que mantener un cierto ritmo. La universidad se convierte en una fábrica. La idea serpentina de trabajo, economía, técnicas de comunicación y ejecutivos dirigentes se ha plasmado en el lenguaje impuesto por el ministerio para redactar cualquier papel relacionado con la didáctica. Ha desaparecido la idea de ética del trabajo, criticable pero todavía dependiente de la subjetividad, sustituida por la obligación al trabajo objetivo y cuantificable en sus tiempos y en sus productos.

Fragmentos de competencias

La fragmentación de la universidad es, pues, visible en la composición de los más disparatados y brevísimos módulos de química, biología, sociología o filosofía teórica, que va al compás del despedazamiento de las ofertas en el mercado de la información: programas trienales, especialización, máster, perfeccionamiento, estancia fuera, doctorados, tanto que uno no sabe cómo reccapezzarsi y necesitaría una guía. No solo: las facultades, para poder afrontarlo, han aumentado los contratos a docentes de fuera de la universidad. Lo cual es muy positivo para intercambiar con otros contextos de producción del saber, pero ha aumentado todavía más la fragmentación.

Yo creo que esto no ha salido por casualidad de la cabeza de los legisladores. Se está intentando, no solo en la universidad, dislocar, descentrar y deconstruir centros orgánicos de producción de saber y de otras cosas, para que gobiernen más de cerca, unos pocos. Encima, en esta gran fragmentación son pocos los que tienen la información para llegar a una visión de conjunto y, por tanto, son pocos los que gobiernan la complejidad. En consecuencia, se trata de que la mayoría se quede en su pequeño fragmento de competencias y deje el gobierno de la situación a quien tiene la información de todos los sectores fragmentados. Esto no ha sucedido solo en la universidad: por todas partes, donde había centros orgánicos, históricos y sedimentados de saber, ha habido en los últimos años intentos de segregarlos mediante la descentralización y la fragmentación para concentrar las decisiones en las manos de unos pocos.

Desorientación
¿Cómo viven estas modificaciones las mujeres y los hombres que trabajan conmigo en la universidad? Con un sufrimiento subterráneo, que raras veces llega al umbral de la conciencia y que capto en comportamientos automáticos, en desorientación. Los hombres más conscientes se retiran a una soledad espiritual amarga. Otros se ponen a entrar en contienda para gobernar lo gobernable. Algunas mujeres reelaboran la ajenidad, otras toman una posición más de servicio.

Las juntas de facultad ya no son espacios de debate sobre la orientación de fondo de la enseñanza y la investigación. Se han convertido en instrumentos con los que los rectores? Informan de las decisiones del ministerio e intentan que el profesorado las cumpla. La resistencia que oponen algunos docentes es interpretada por todos únicamente como un modo de retrasar una tendencia considerada inevitable. Como diques/barreras/represas inútiles en un río crecido (que se desborda). Ya no hay pensamiento de la universidad.

Quien trabaja en las escuelas reconocerá estos procesos como el pan de cada día de su experiencia. Lo sé porque me reúno con regularidad con profesorado de la escuela en un seminario en la Universidad de Verona para intercambiar el sentido político del propio trabajo docente. Con la precisa intención de tener una mirada más amplia ante la realidad y sus procesos de modificación partiendo de nuestras experiencias.

En este seminario hemos hablado de la sensación difusa de infelicidad. De que se percibe una aceleración de los tiempos de trabajo a causa de la rincorsa de la realidad fragmentada y de la prestación que se pide. Del deseo de encerrarse en la enseñanza con el alumnado como único lugar sensato que queda, sin darse cuenta de que también este se ha modificado profundamente. Hemos llegado a la idea de que un trabajo sin pensamiento que lo acompañe y que permita poner en palabras los descubrimientos según se van haciendo a partir de la experiencia, las contradicciones, las impasse, es un trabajo muy parecido a la esclavitud. Un trabajo solo para reproducir nuestra vida, para sobrevivir, pero sin trascendencia. Por otra parte, han sido progresivamente cancelados los lugares adecuados y el tiempo para poder pensar en lo que hacemos.

¿Qué hacer? Criticar estos procesos teniendo lo más posible una visión de conjunto es algo bueno y justo. Pero insuficiente. El camino que veo en este momento de gran desorden es el de entender en qué cosas dependemos de lo real y hacer de ellas una palanca política. Está ciertamente la necesidad de tener tiempo para pensar en lo que hacemos. La necesidad de entender qué significa enseñar, hacer cultura, hacer investigación en intercambio con mujeres y hombres que tenemos cerca. Tanto en la escuela como en la universidad. La necesidad de entender qué desean las alumnas y los alumnos, sabiendo que sus deseos son distintos de los nuestros. La necesidad de que la institución nos ayude en nuestro recorrido.

Reflexionar sobre las necesidades significa aceptar que nos falta algo esencial y al mismo tiempo dependemos del intercambio con los demás para entender verdaderamente cómo orientarnos. Es el sufrimiento lo que nos da a entender esa carencia. Es el amor a la realidad lo que nos lleva a entender la necesidad de relacionarnos con los demás. Esta reflexión ya es un primer paso político.

* Traducido del italiano por María-Milagros Rivera Garretas. Publicado en http//:www.libreriadelledonne.it

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