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HANNAH ARENDT, de Margarethe von Trotta

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MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS

HANNAH ARENDT, de Margarethe von Trotta

La Bonne (La Cuina), Ciclo de cine de Duoda “Significando miradas”. 16 mayo de 2014, 18 h. Marisé Clement.

Hannah Arendt, Margarethe von Trotta (Alemania 2012).

La realizadora alemana Margarethe von Trotta nació en Berlín el 21 de febrero de 1942, en plena Segunda guerra mundial. Estrenó la película Hannah Arendt en 2012, cuando tenía 70 años. Antes había sido madre, actriz y guionista. Su primer largometraje es de 1977, después de separarse de su primer marido; se titula El segundo despertar de Christa Klages. A este le siguieron otros muchos, como Las hermanas alemanas (1981), que es el que a mí más me impresionó en su día, o Locura de mujer (1982) o Visión. Vida de Hildegarda de Bingen (2009). Desde siempre ha sido una realizadora favorita del feminismo, pienso que por lo mucho y bien que ha expresado la amistad entre mujeres y la búsqueda femenina de existencia simbólica de mil maneras, muchas veces mediante el reconocimiento de autoridad a otra mujer.

La película que vamos a ver hoy, titulada Hannah Arendt, es una biografía parcial de esta gran filósofa judía alemana del siglo XX, nacida en Hannover en 1906, que estuvo en el campo de internamiento de Gurs (Francia) del que huyó ayudada por el que sería su marido, Heinrich Blücher, que la conocía de su época de estudiante de Filosofía y alumna de Martin Heidegger. Salió de Alemania en 1933 y más tarde emigró a los Estados Unidos, donde se hizo muy famosa y donde murió en 1975 en la ciudad de Nueva York. Escribió sobre todo de teoría política y de interpretación del presente; se dio a conocer con la obra Los orígenes del totalitarismo, de 1951, en la que estudió el nazismo y el estalinismo, siendo quizás su libro más famoso el titulado La condición humana, publicado por The University of Chicago Press en 1958. La película es una biografía centrada en su libro más polémico, titulado Eichmann en Jerusalén. Sobre la banalidad del mal, un libro publicado en mayo de 1963.

Yo le propuse esta película a Marisé para el ciclo “Significando miradas” porque cuando la vi me llevó a entender la idea de la banalidad del mal como no la había entendido en su día leyendo el libro. Me quedé admirada y agradecida de ver cómo Margarethe von Trotta convierte la filosofía en relato e imagen y, así, hace que la pueda entender cualquiera y, también, que se te quede, que no olvides ya la idea.

Para hacer esta transformación, la realizadora pone el foco de la película en la toma de conciencia de Hannah Arendt: en su toma de conciencia, precisamente, de la banalidad del mal. Una toma de conciencia que le llegó durante el juicio a Adolf Eichmann.

Adolf Eichmann, para quien no lo sepa o no lo recuerde, fue un funcionario del nazismo (jefe de la Sección IV-B-4 de las SS) que en la cadena de mando transmitía y daba las órdenes de meter prisioneros y prisioneras judías, disidentes y de razas no arias en los trenes que les transportarían a los campos de exterminio. Huyó a Argentina al terminar la Segunda guerra mundial y allí fue secuestrado por los servicios secretos de Israel en 1960, fue sometido a juicio en Jerusalén en 1961 por “crímenes contra la humanidad” y ejecutado en 1962. En 1961, Hannah Arendt, que no había podido asistir al proceso de Nüremberg, pidió a la revista norteamericana “The New Yorker” que la mandaran a Jerusalén de enviada especial para poder seguir directamente el proceso y escribir unos cuantos artículos en la revista, artículos que se publicarían entre el 16 de febrero y el 16 de marzo de 1963.

El juicio a Eichmann fue planteado en Jerusalén como un juicio a la historia del nazismo. Hannah Arendt acudió allí para sentir, para dejarse sentir libremente lo que fuera, lo que le viniera, sobre un episodio terrible de la historia del siglo XX que había cambiado su propia vida. Y se dejó sentir.

Al dejarse sentir, le aconteció esa cosa maravillosa que es la toma de conciencia. O sea, vio: vio lo que no había visto antes, lo que nadie veía, lo que nadie podía imaginar, lo inconcebible, lo que no cabía en la cabeza ni siquiera de sus mejores amigos: vio la banalidad del mal. Y es lo que Margarethe von Trotta ha visto y transmite magistralmente en la película. En esto, diría que hay continuidad con su película anterior, Visión. La continuidad está en su entender y dar a entender la visión en un mundo laico, y en su saber evocar y refigurar la experiencia de la visión en una escena que te traspasa.

¿Qué es la banalidad del mal? Israel y Occidente, más o menos enteros pusieron en Adolf Eichmann la culpa del Holocausto y, en su proceso, la expectativa de justicia contra el nazismo y de reconocimiento de la dignidad de sus víctimas. Por eso, la escenificación mediática del proceso celebrado en Jerusalén fue tremenda. Pero Hannah Arendt, mientras escuchaba las respuestas de Eichmann a las acusaciones de los jueces y a los testimonios estremecedores de los supervivientes, se dio cuenta de que ese hombre no era el gran enemigo que quería Israel. Como si el enemigo estuviera en otro sitio y se hubiese vuelto a escapar. El mal se supone satánico, y Eichmann era un hombrecillo cualquiera. No era como lo imaginaban. No daba miedo. No era, en realidad: no era nadie.

Hannah Arendt se dio cuenta de la mediocridad del hombre y de su disparidad con la enormidad de los hechos. Y vio que entremedias de la mediocridad del hombre y la enormidad de los hechos estaba instalado el verdadero enemigo. Un enemigo que era un sistema político burocratizado y jerarquizado (propio y característico de Occidente), enemigo tanto de los vencedores como de los vencidos, y sostenido por ambos, funcional a sus guerras en un oscuro mecanismo de repetición. Vio y escribió que Eichmann no era ni siquiera antisemita; sino que era, simplemente, un hombre incapaz de pensar. Es decir, un hombre que obedecía a la cadena de mando como si no poseyera una conciencia, como si no sintiera. El hombre incapaz de pensar es el burócrata de nuestra cultura política masculina: una cultura política que sigue ignorando la política de las mujeres y el orden simbólico de la madre, que es el orden del pensamiento y de la lengua, del pensar como descifrar lo que se siente, del pensar que ordena. Eichmann era el hombre al que le llegaban los temas, continuaba su tramitación de acuerdo con los procedimientos administrativos, y cumplía órdenes. Lo que pasaba por sus manos no le afectaba ni le quitaba el sueño. A la vez, esto era lo que se esperaba de él. Y no solo en el nazismo. Escribió Hannah Arendt en Eichman en Jerusalén: “Lo que quedó en las mentes de personas como Eichmann no era una ideología racional o coherente sino simplemente la noción de participar en algo histórico, grandioso, único”.

Lo que hace la burocratización jerarquizada de la política (masculina) es deshumanizar: deshumanizar al ser humano. Acostumbrarlo a no pensar sustituyendo el pensamiento por los derechos, es decir, sustituyendo la libertad de pensar sin límites, por el marco limitado de la ley. La libertad de pensar sin límites era llamada, antes del siglo XX, libertad de espíritu. Sin libertad de espíritu, el ser humano, que es un ser simbólico, se siente superfluo: la superfluidez es la sustancia de la deshumanización. Por eso, dice Hannah Arendt, los crímenes nazis fueron delitos contra la humanidad: el primer objetivo de los campos nazis fue precisamente el deshumanizar a sus víctimas.

Hannah Arendt, coherente con su visión de los peligros de la burocratización de la administración de la política, llegó a escribir en uno de sus artículos que en Alemania, los Judenraten o Consejos judíos habían cooperado de hecho con el nazismo. Afirmó que, sin líderes, las comunidades judías, desorganizadas, habrían sufrido malestar y caos, pero habría habido menos víctimas.

En esto, sin decirlo, siguió al feminismo. El feminismo ha sido y es un movimiento sin organización, auténticamente político. Esta es una clave política esencial todavía hoy. La organización, sugiere Hannah Arendt, puede destruir la política.

Como os podéis imaginar, los artículos de Hannah Arendt causaron un escándalo y un revuelo tremendos. No se podían entender y, sobre todo, no se podían acoger: decían algo inconcebible, en el sentido más literal. El dolor era todavía demasiado grande, demasiado profundo, demasiado inexplicable también. La enseñanza que los artículos contenían, no llegaba. No llegaba, por lo mismo por lo que existió Eichmann: porque no llegaba la toma de conciencia política; se seguía en el esquema “vencedores / vencidos”, quedaba deseo de revancha mezclado con el de justicia. Las mujeres, lo femenino libre interpretando el mundo, el “haced las paces” de la madre desde la infancia, no entraban siquiera en juego. No había manera de sexuar la política. Hannah Arendt llegó a decir que no hubo ni una sola crítica de lo que ella realmente había escrito. Algo del escándalo se ha vuelto a repetir en 2012 al estrenarse la película que veremos ahora. Se le acusó a Hannah Arendt de frialdad y dureza, cuando ella lo que buscaba era pensamiento digno de la ocasión, o sea, contingencia y trascendencia juntas.

Por eso, la película que vamos a ver es, en realidad, una escenificación genial de la independencia simbólica de una mujer, de Hannah Arendt, de Margarethe von Trotta, de cualquier mujer. Y del apoyo que obtiene para alcanzarla de la amistad con otra mujer. En este caso, fue la novelista norteamericana Mary McCarthy la que estuvo siempre a su lado y la defendió siempre. En pleno escándalo, escribió en “The Partisan Review” un ensayo en defensa del libro de Hannah Arendt (en 1964).

En una entrevista de 1994 publicada en la revista DUODA, Margarethe von Trotta declaró sobre su propia independencia simbólica, refiriéndose a su experiencia de la convivencia con su primer marido, que era un intelectual: “tenía que dejar aquella prisión, porque allí, de alguna manera, yo no sabía quién era yo, lo que podía hacer sola... Si tú tienes un talento tienes el deber de desarrollarlo, de darle libertad.” Y en una entrevista de 2009 a la revista digital Filmaker magazine, añadía: “Me siento siempre atraída por una mujer que tiene que luchar por su vida propia y por su propia realidad, que tiene que salir de una situación de encarcelamiento, para ser libre. Este es quizás el tema principal de todas mis películas.”

Espero que disfrutéis de esta. Y de su protagonista, la gran actriz Barbara Sukowa.

Universitat de Barcelona
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