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Un  Cuarto Propio traducido en femenino es otro libro

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VIRGINIA WOOLF. UN CUARTO PROPIO_1

Un Cuarto Propio traducido en femenino es otro libro

Un cuarto propio, prólogo, traducción y notas de María-Milagros Rivera Garretas. Madrid, Sabina editorial, 2018. 137 págs. 14 €


Porque, si somos mujeres, miramos el pasado a través de nuestras madres. Es inútil buscar ayuda en los grandes escritores, por más que una pueda buscar en ellos placer. Lamb, Browne, Thackeray, Newman, Sterne, Dickens, De Quincey –quien sea–, jamás han ayudado a una mujer, aunque ella haya aprendido de ellos algún truco y lo haya adaptado a su uso.
El peso, el paso, la zancada de la mente de un hombre son demasiado distintos de los de la suya, para que ella pueda sacar de él algo sustancial con éxito. El simio es demasiado distante para ser imitable.
(Un cuarto propio, pág. 98)

Participarán:

  • Helena Casas Perpinyà, doctoranda de la UB e investigadora de Duoda
  • Elizabeth Uribe Pinillos, conferenciante e investigadora de Duoda
  • María-Milagros Rivera Garretas, traductora del libro

  • Jueves 21 de junio de 2018 a las 19:30
    Llibreria Pròleg, Sant Pere Més Alt, 46, Barcelona

    Helena Casas Perpinyà

    Cuando el libro y la traducción se adaptan al cuerpo

    Para mí es muy importante poder presentar hoy esta traducción de María-Milagros Rivera y decir algunas de mis palabras. Es importante por dos motivos. En primer lugar, porque el libro que hoy nos ocupa es una fuente de inspiración para la libertad femenina. Lo es porque deja fuera de juego la epistemología de la objetivización y con ella también el poder de los hombres, y no lo hace enfrentándose a ellos, eso no le sirve a la autora. Virginia Woolf encuentra en las mujeres una grandeza libre que le basta para escribir y remitirse a su público femenino, para que también lo haga.
    En segundo lugar, tener en las manos la reedición corregida de esta traducción es una oportunidad para mi generación de feministas; una generación que, en mi opinión, está buscando las palabras para decirse en libertad, una vez rotas las barreras del simbólico patriarcal. Es importante, pues esta traducción no esconde lo femenino del texto: una autoría femenina dirigida a un público femenino. Es bien cierto pues que este libro traducido en femenino es otro libro.

    Parece una evidencia que un libro como el de Un cuarto propio de Virginia Woolf deba ser traducido en femenino; un libro en el que la autora habla con lucidez sobre la diferencia sexual y la importancia de las genealogías femeninas para las mujeres, escritoras o no.
    Pero a veces hay evidencias que se pierden en lo simbólico, o mejor dicho, no consiguen traspasar las barreras de dicho simbólico y se quedan ahí, sin trascendencia en la escritura y en la traducción. Seguramente por falta de vinculación entre palabras y experiencia, una conexión indispensable para que la vida ‒ una vida vivida en un cuerpo sexuado‒ esté presente en el sentido de lo que se dice.
    De las evidencias dijo María Zambrano que eran “la verdad en forma asimilable por la vida ”. Así pues la evidencia, y sigo citando a Zambrano, “no es una verdad nueva, sino una forma que toma algo que ya se sabía y que ahora penetra en la vida moldeándola”. Cuando la experiencia no penetra en la escritura se abandona la raíz, el origen, las genealogías. Eso lo sabe bien Virginia Woolf, quien no encontró respuestas en los libros de los hombres. Cuando la raíz no está, esa raíz que se encuentra partiendo de una misma con la madre, la evidencia de lo femenino se cancela y en su lugar se instaura un masculino universal, supuestamente neutro, un invento del patriarcado para confundir la diferencia sexual a través de la igualdad, es decir, igualando fraudulentamente la mujer al hombre.

    No es nada fácil escribir y traducir desde la experiencia. No es nada fácil, al menos para mí, que he estudiado tantos años en la Universidad y lo sigo haciendo. El conocimiento académico veta la experiencia como fuente e inspiración del saber acusándola de subjetividad. En su lugar opta por la neutralidad, una neutralidad inexistente y absurda, sobre todo absurda, porque no forma parte de la vida.
    Virginia Woolf no fue a la Universidad y supo que tampoco era en esa Universidad, una sede de hombres enfadados con las mujeres, donde ella podría encontrar la verdad que andaba buscando. La verdad ¿sobre qué? Pues entiendo que es la verdad decible por una misma que hay en las relaciones de los sexos, la verdad decible en las propias palabras sobre la política sexual, fundamento primero de la política. Como dice Luisa Muraro, sobre la verdad de las mujeres, “tan solo estamos en condiciones de reconocer y hacer reconocer que “las mujeres dicen la verdad”, ni más ni menos, sin preocuparnos de todo lo que de escandaloso tiene esta fórmula para los oídos bien educados ”.

    Y entonces yo me pregunto ¿cómo una traducción que no contemple lo femenino libre, que no lo signifique a través de la lengua y de las palabras, puede ayudar a Virginia Woolf y a sus lectoras y lectores a comprender esta verdad? La respuesta está clara, pues sin que la evidencia de la escritura femenina trascienda, la verdad permanecerá en lo falso de lo neutro masculino, es decir, en lo falso masculino universal.
    Virginia Woolf no encontró verdades para ella en los libros de los hombres que, sin más título que el de ser hombres, discutían entre ellos sobre los animales más discutidos del universo, o sea las mujeres.

    Yo soy historiadora y leer a las mujeres que nos han precedido ha sido, y sigue siendo todavía, un camino de apertura al simbólico femenino. Se trata, para mí, de desaprender a camuflar mi experiencia y dejar así de exigir respuestas preconcebidas a las mujeres de la historia. En una ocasión traduje por deseo las cartas de unas mujeres del siglo VIII y me di cuenta que no existía otra mediación que mi saber y mi experiencia para poner en mi lengua materna las palabras de estas mujeres. Fue una tarea muy difícil, Milagros lo sabe, una tarea que va mucho más allá de las propias cartas, pues en la traducción, si es buena, hay concordancia entre el sentido de las palabras y la experiencia de quien las traduce.

    A veces, es difícil, citando a Virginia Woolf, “aceptar el hecho de que los guisantes sean verdes y los canarios, amarillos .” Todo depende de lo que seamos capaces de percibir y cómo de fatigoso suponga que ciertos “disparates” trasciendan en nuestro simbólico. La palabra disparate, como escribió María-Milagros Rivera, es una alteración de desbarate, “desconcierto”, y, cito “esta es la sustancia de sentido que transmite: un despropósito que desbarata el pensamiento concertado y acomodado ”. Esta es la capacidad que Virginia Woolf ha llamado “la libertad de pensar las cosas en sí mismas”. Pensarlas y decirlas supone haber encontrado las palabras para nombrarlas. Así pues, yo me pregunto, ¿es posible traducir un texto como este sin primero haber pensado en libertad el sentido libre de la diferencia sexual? Podemos encontrar la respuesta en la misma obra que María-Milagros Rivera ha traducido: “hubiera sido total y absolutamente imposible que una mujer escribiese las obras de Shakespeare, en tiempos de Shakespeare ”. Virginia Woolf se refiere aquí a las condiciones sociales y económicas que sometían a las mujeres y que les impedían disfrutar de su cuarto propio. Aun así, sabemos que una mujer no hubiera nunca escrito las obras de Shakespeare, porque no era Shakespeare. Del mismo modo, no puede traducirse una experiencia que en la lengua materna no ha sido todavía nombrada. Las barreras simbólicas son entonces demasiado fuertes.
    Sin Marlowe, o sin esos poetas olvidados, dice Virginia Woolf, Shakespeare no hubiera podido escribir, como tampoco hubieran podido hacerlo Jane Austen, las Brontë y George Eliot sin predecesoras referentes. El hecho de traducir el libro de Virginia Woolf teniendo en cuenta el sentido libre de la diferencia sexual es, precisamente, lo que hizo la autora remitiéndose a la genealogía femenina de escritoras: partir del origen y hacerlo desde la espina dorsal, como llama Virginia Woolf a lo que yo he comprendido como el alma y el cuerpo de la escritora.
    Este es un ejercicio complicado, porque se trata de esquivar el patriarcado. “¡Qué difícil tuvo que ser para ellas no menearse ni hacia la derecha ni hacia la izquierda! ” Dice Virginia Woolf, sobre las escritoras. Este no menearse tiene que ver con la grandeza femenina, un modo de sentir y estar en el mundo tan grande que diluye en nada el precepto de la pobreza femenina sin ni siquiera remitirse a él. Es aquí, en este cuarto propio, en una “colocación simbólica libre”, como dice María Milagros, el lugar desde el que Virginia Woolf se dirige a su público femenino: “ganad quinientas al año con vuestro talento ”. Escribamos nuestras verdades, hagámoslas decibles en cada vida y según la experiencia de cada una, signifiquémoslas también en la traducción de cada texto en el que una mujer de gran saber habló desde la libertad, esa libertad a la que Lia Cigarini descubrió como libertad femenina.

    El libro, como dice Virginia Woolf, tiene que adaptarse de algún modo al cuerpo. La traducción, por tanto, no debe nunca olvidarse de él. Y puedo decir que en esta traducción María-Milagros Rivera ha escrito y traducido, otra vez, con él.


    Elizabeth Uribe Pinillos

    Un cuarto propio, traducción sexuada, autora María-Milagros Rivera Garretas

    Tengo el privilegio y el placer de presentar a dos de mis amigas preferidas. La verdad es que tengo muchas… pero Virginia Woolf y María-Milagros Rivera Garretas, ocupan un lugar de privilegio a lo largo de mi vida. Gracias a Milagros, a la relación de muchos años que tengo con ella, a la confianza otorgada para presentar su traducción sexuada de Un cuarto propio de Virginia Woolf.

    Presentamos hoy, en este espacio de Pròleg, esta nueva edición de “Un cuarto propio” hecha por Sabina editorial. Gracias Angels Grasses y Núria Mongrós por acogernos en este maravilloso lugar.

    Gracias a cada una, cada uno de quienes estáis hoy aquí, acompañándonos.

    En el año 2002, Icaria editorial le pide a María-Milagros que traduzca de manera sexuada “Un cuarto propio” de Virginia Woolf. Encargo que acogió -como siempre acoge algo- con amor, con responsabilidad y con la excelencia que tiene todo lo que ella realiza.

    Hablaré de la obra Un cuarto propio, de su autora y de la obra de traducción hecha por Milagros. En el orden inverso al que he mencionado.

    La traducción sexuada
    No se trata simplemente de feminizar aquellos fragmentos donde Virginia, como dice Milagros, habla de sí misma o de las mujeres, que también, sino de darle más juego a todo el trabajo simbólico realizado por ella y del cual era, ha sido y es una de las maestras.

    A lo largo de seis capítulos la autora nos relata cómo no puede entregar -en su conferencia sobre las mujeres y la novela- pepitas de verdad, en cuanto la relación entre los sexos, es un tema polémico. Ofrece en cambio algunas conclusiones: una mujer para poder ser escritora necesita tener un cuarto propio y unos ingresos propios, 500 libras esterlinas en 1928 para ser independiente, simbólica y económicamente hablando.

    La traducción con la que María-Milagros nos obsequia tiene la virtud de trabajar finamente los hilos que unen en la novela la vida y la no vida como bien insiste Virginia Woolf, en esta misma obra.

    Virginia en el Primer capítulo nos relata cómo va transgrediendo “sin querer queriendo” , convenciones. Caminar por el prado, entrar en una biblioteca sin la compañía de un hombre o de una autorización… entrar a una iglesia sin cumplir ciertos requerimientos. Luego, nos muestra con su maestría cómo lo que una come, el entorno y el ambiente en que se desenvuelve inciden en cómo una vive el mundo y en cómo una, puede o no, realizar sus sueños.

    ¿Por qué un sexo es tan pobre? ¿Por qué un sexo tiene tan excelentes espacios de formación? Espacios alimentados con fondos y dineros que, a lo largo de los siglos, han venido nutriendo las arcas primero y luego las paredes y los espacios de sus colegios y universidades. ¿Por qué unos han viajado, vivido grandes, pequeñas experiencias? Y ¿por qué otras han vivido solamente lo sucedido en las casas, en sus hogares? ¿Por qué ellas se han consagrado a criar hijas, hijos y no a amasar fortunas?

    En el Segundo capítulo Virginia nos relata sorprendida, la enorme cantidad de libros consagrados a las mujeres y escritos por hombres cuyo mérito, en muchos de ellos, consiste en no ser mujer. A medida que va leyendo descubre que él está enojado y que poco a poco, ella también se enoja. Es la ira el sentimiento que descubre en los hombres y la necesidad, la de sentirse superiores a las mujeres. Al leer la prensa constata que Inglaterra está bajo el dominio del patriarcado.

    “Durante todos estos siglos, las mujeres han servido de espejos dotados del
    mágico y delicioso poder de reflejar la figura del hombre al doble de su
    tamaño natural. Sin este poder, la tierra sería todavía, probablemente,
    ciénaga y jungla”.

    Sí, las mujeres han sido espejos esenciales a toda acción violenta y heroica. Y continua Virginia: “..Si ella comienza a decir la verdad, la figura del espejo se encoge.” Es esencial la función del espejo para la vitalidad, la seguridad, la confianza que tanta importancia han tenido en la vida privada y profesional junto a los obstáculos tan curiosos que se producen, dice, en el margen de la mente privada.

    “De las dos cosas –el derecho al voto y el dinero-, el dinero, debo admitirlo, me pareció con mucho la más importante”.

    Según ella, entre la obtención del voto y el dinero recibido de una herencia, le pareció más importante el dinero. Éste le permite dejar de hacer lo que no quería hacer y, sobre todo, la exime del inmenso riesgo de perder ese don único: su alma que podría perecer con ella.

    En el capítulo Tres indaga sobre las condiciones en que vivían las mujeres en la Inglaterra de Isabel I, en los tiempos de la dinastía de los Estuardo.

    El contraste entre los personajes femeninos de Shakespeare con las mujeres de la vida real a quienes zurraban, es fuerte. En el imaginario, eran de máxima importancia; en la práctica eran del todo insignificantes. Impregnan la poesía pero están ausentes de la historia. Sabemos poco de ellas, pues no escriben ni diarios ni sobre su vida.

    ¿A qué edad se casan? ¿Cómo eran sus casas? ¿Tenían un cuarto propio? ¿Eran ellas la que cocinaban? ¿Tenía criadas? ¿A qué edad fueron madres por término medio? Se trataría de reescribir la historia, añadir un suplemento a la historia. ¿Por qué no escribieron poesía las mujeres de la época de Isabel? ¿Cómo las educaron? ¿Les enseñaron a escribir? ¿Cuántas fueron madres antes de los 21 años? ¿Qué hacían de las 8 de la mañana a las 8 de la noche? Dinero no tenían. Las casaban a los 15 o 16 años. Después fabula con la historia de una hermana de Shakespeare que quería ser escritora. Para decirnos luego que no existió y que el genio no nace entre la clase pobre ni nació entre los sajones ni los bretones.
    La mujer del siglo XVI con talento para la poesía, fue una mujer desdichada en lucha consigo misma.

    ¿Cuál es el estado de ánimo más propicio para el acto de crear? Hasta el siglo XVIII el escritor nunca dijo nada sobre su estado de ánimo. Esto se inició con Rousseau y comienza la literatura de confesión y autoanálisis. Todo estaba en contra para que la obra saliera íntegra y completa de la mente de quien escribe. Las circunstancias materiales están en contra, los perros ladran, la gente habla, y la necesidad de ganar dinero está, la salud se quebrantará y lo más duro: la indiferencia del mundo.

    Para las mujeres, las dificultades eran más formidables. Pensar en tener un cuarto propio era impensable en el siglo XIX a no ser que su familia fuera noble o muy rica.

    Estaría bien, dice, medir los efectos de la disuasión en la mente y ánimo de la artista. En la naturaleza del artista está el preocuparse en exceso de lo que se dice de él. La mente del artista -con el fin de conseguir el prodigioso esfuerzo de liberar total y plenamente la obra que está en él- tiene que ser incandescente, como la mente de Shakespeare. Sus rencores, sus antipatías quedan ocultos.

    En el capítulo Cuatro nos movemos en el tiempo, en 1661, encontramos a Lady Winchilsea, Margaret de New Castle. Nadie la instruyó, se burlaron de ella. La soledad y la libertad le trastornaron los sentidos. Se encerró sola en Welbeck.

    Aphra Behn, mujer de clase media con sentido del humor, vitalidad y valentía, tuvo que trabajar con hombres de igual a igual, ganó lo suficiente para vivir y con ello obtuvo para nosotras la posibilidad de que el espíritu sea libre de escribir lo que le apetezca.

    En el siglo XVIII las mujeres empiezan a ganar dinero: hacen traducciones para salvar a la familia o escriben novelas malas. Es enorme la actividad espiritual desplegada por las mujeres en mitad de este siglo. El dinero dignifica lo que si no se paga, es frívolo. En este siglo ocurrió algo más importante que las cruzadas o la guerra de Crimea: la mujer de clase media comenzó a escribir.

    Las obras maestras, escribe, son el resultado de muchos años de pensar por el cuerpo de la gente.
    Aphra Behn fue quien nos dio a las mujeres el derecho de decir lo que pensamos y que hace posible que Virginia pueda decirles en 1928: ganad 500 libras esterlinas al año con vuestro talento.

    ¿Por qué todas escribieron novelas? Las estaban siempre interrumpiendo, por eso les sería más fácil escribir prosa y novela que la poesía y el teatro; se requiere menos concentración. La formación que en el siglo XIX tenían las mujeres era la observación de caracteres en el análisis de las emociones. Su sensibilidad había sido educada durante siglos por la influencia del cuarto de estar común.

    En este capítulo también aborda la integridad: es la convicción que una, uno, tiene de que lo que dice la novelista o el novelista, es verdad. ¿Cuál es la influencia del miedo, la acritud, la ira, la ignorancia, la opresión, el rencor en ella?

    Virginia ha dicho antes: “Porque si somos mujeres, miramos el pasado a través de nuestras madres”.

    Para ella, es inútil buscar ayuda en los escritores. No había una frase común lista para que la mujer de la época la usara. No había tradición, faltaba instrucción. El libro tiene que adaptarse al cuerpo de la mujer, ser más corto y adecuado para el tipo de descanso que ella requiere. Aquí nos habla de Jane Austen, Emily Brontë, George Eliot.

    Capítulo Quinto. Las mujeres escriben novelas. Ahora Virginia plantea: “Escribid libros sobre arquitectura, estética, obras de teatro y crítica, historia y biografías, viajes y erudición, de investigación, filosofía, ciencia y economía, novelas. Es posible que se haya agotado el impulso autobiográfico y que ahora la escritura se use como arte.”

    Toma el libro de Mary Carmichael y lee “A Chloe le gustaba Olivia…”.
    “A Chloe le gustaba Olivia. Compartían un laboratorio…”. Esto es un cambio impresionante y esto hace su relación menos personal.

    “Falta dejar testimonio de todas esas vidas infinitamente oscuras…”

    Hay que aprender a reírse, sin amarguras de las vanidades del otro sexo. Porque una o uno no puede ver sin ayuda esa mancha en la nuca del tamaño de un chelín.

    Se trata de escribir como haría una mujer, si escribiera como mujer.

    Para Mary, los hombres ya no eran la facción opuesta…. Tenía una sensibilidad muy amplia, vehemente y libre. Se movía con gran sutileza y curiosidad en una gama de cosas casi desconocidas o no registradas.

    …”Sacaba a la luz cosas ocultas y le hacia a una preguntarse qué falta había hecho esconderlas aún siendo desmañada. Escribía como una mujer pero una mujer que ha olvidado que es mujer. Páginas llenas de esa curiosa cualidad sexual que no llega más que cuando el sexo no es consciente de sí”.

    Mary demostrará que no se limitaba a ser una catadora superficial, sino que había indagado debajo, en lo profundo… ahora es el momento de mostrar sin violencia el significado de todo.

    Dale otro siglo… dale un cuarto propio y 500 libras, déjala que diga lo que quiera y descarte la mitad de lo que ahora pone. Dentro de 100 años más, será poeta.

    Capítulo Sexto. La escena: un taxi, una mujer, un hombre que se suben, alivia la tensión que es pensarlos por separado.

    “…yo he dicho antes que una mujer que escribe piensa a través de sus madres.”
    …”cuando en vez de ser la heredera natural de esta civilización, ella pasa a estar, por el contrario, fuera de ella, ajena y crítica.”

    El estado propicio para crear es donde se fluye y no se reprime nada. Se trata de que los sexos cooperen. En la mente está lo femenino, lo masculino. Una mente grande es andrógina. Esta época es estridente en cuanto al sexo, la culpa la tiene la lucha por el derecho al voto que ha llevado a los hombres a una necesidad de autoafirmación.
    La emoción que inspira la mayoría de libros escritos por hombres no le es comprensible a las mujeres, las deja perplejas. Es una masculinidad no contenida. La poesía debe tener una madre como tiene padre.

    Es fatal para quien escribe pensar en su sexo y quejarse, así como defender una causa. Deja de ser fértil. Lo que toca la escritura lo vuelve fijo y perenne. …El escritor, la escritora tiene la ocasión de vivir más que el resto de la gente en presencia de esa realidad. Es asunto suyo el encontrarla, recogerla y comunicarla al resto de la gente.

    Después de leer una vez con mayor intensidad la realidad, tened un cuarto propio y 500 libras al año. Os pido que viváis en presencia de la realidad una vida vigorizante tanto si puede ser comunicada como si no. De vosotras depende la influencia que podías tener en el mundo.

    “El ser una misma es más importante que todo lo demás. Pensad en las cosas en sí.”

    …”Nosotras hemos tenido entre manos otro trabajo... Hemos dado a luz y criado, lavado y educado, quizá hasta los seis o siete años de edad, los mil seiscientos veintitrés millones de seres humanos que, según las estadísticas, existen en la actualidad, y esto, aunque a algunas las hayan ayudado, lleva su tiempo.“

    En Inglaterra existen al menos dos instituciones universitarias para mujeres desde 1886. Desde 1880 una mujer casada puede ser propietaria legal de sus propios bienes. Y en 1919, le fue concedido el voto. La mayoría de las profesiones fueron abiertas hace ya casi diez años.

    Hay unas dos mil mujeres capaces de ganar de una manera u otra más de 500 libras al año, la excusa de falta de oportunidades, instrucción, estímulo, dinero, tiempo libre ya no sirve. Los economistas nos dicen que la señora Seton fue madre muchas veces.

    La poeta sigue viva
    …“Vive en nosotras y en mí… Pienso que empezáis a tener el poder de darle esta oportunidad. Porque creo que, si vivimos un siglo más o así -hablo de vida común, que es la vida real, y no las pequeñas vidas separadas que vivimos individualmente- y tenemos cada una quinientas libras al año y cuartos propios, si tenemos la costumbre de la libertad y la valentía de escribir exactamente lo que pensamos… si afrontamos el hecho –pues es un hecho- de que no hay brazo del que colgarse sino que andamos solas y nuestra relación es con el mundo de la realidad y no sólo con el mundo de los hombres y de las mujeres…Ella nacerá derivando su vida de las vidas de las desconocidas que la precedieron… Que ella llegue sin esa preparación, sin ese esfuerzo nuestro, sin la determinación de que cuando vuelva a nacer le será posible vivir y escribir su poesía, no lo podemos esperar, porque sería imposible. Pero yo sostengo que vendrá si trabajamos para ella, y que trabajará así, incluso en la pobreza y la oscuridad, merece la pena.”

    La traductora
    María-Milagros Rivera Garretas nace en Bilbao, bajo el signo de Sagitario, hija de Magdalena, madre de Laura y nieta de Yasmina y Samara. Catedrática de medieval, ha investigado, enseñado y escrito durante treinta años. Directora durante varios períodos de DUODA, Centro de Estudios de la diferencia sexual, directora de más de cien tesis doctorales, de centenares de artículos y libros entre los cuales destacaré de memoria: Textos y espacios de mujeres, El cuerpo indispensable, El fraude de la igualdad, Nombrar el mundo en femenino, La diferencia sexual en la historia. Traductora de obras de las mujeres de la librería de Milán, de Luisa Muraro, Lía Cigarini. En la última década combina la escritura propia de obras de historia para mujeres y hombres de mentalidad joven como Juana, la mal llamada La Loca, y la traducción junto a Ana Mañeru de la obra de Emily Dickinson, La culpa fue del paraíso.

    La autora
    Virginia Woolf, Stephen de soltera. Nacida en Londres bajo el signo de Acuario en 1842, muere en 1941. Escribió entre muchos Fin de Viaje, Noche y Día, Un cuarto propio, Tres Guineas, Al Faro, La señora Dalloway, El cuarto de Jacob, Entre Actos, Orlando, Las olas, Los años. Escritora, crítica literaria, periodista, conferenciante. Escribió biografías como la de Roger Fry, Flush. Trabaja desde la experiencia de las mujeres y ha sido y es maestra para muchas mujeres, lo mismo que María-Milagros Rivera Garretas de muchas mujeres, entre las cuales me cuento.
    Mil gracias a ellas dos, por existir y por todo el legado de su obra y de su vida.

    María-Milagros Rivera Garretas

    Un cuarto propio traducido en femenino es otro libro

    Mi experiencia de traducción del icono espléndido del feminismo que es Un cuarto propio ha ido acompañada de un proceso de toma de conciencia del peso del patriarcado en mí que se dio primero en 2002 y se repitió el año pasado, 2017. En 2002 hice la traducción, que publicó la editorial horas y Horas al año siguiente; en 2017 revisé esa traducción, que ha salido este año 2018 en Sabina editorial. Yo tenía ya en 2002 mucha experiencia en la traducción y en el feminismo de la diferencia sexual y, sin embargo, tuve que tomar conciencia de hasta qué punto es difícil usar, al traducir, una lengua no sexista. Hay en una –en mí– más usos lingüísticos patriarcales inconscientes que los que yo imaginaba. Y esos usos patriarcales están en continua revisión. Por eso, la traducción que presentamos hoy y la publicada en 2003 son la misma y son distintas. Y ambas hacen otro libro, distinto de las traducciones anteriores en lengua castellana. Pongo dos ejemplos. Uno es la primera frase del libro, sobre la que volveré luego. Aquí no me traicionó el inconsciente sino el miedo, un miedo que entonces no supe dilucidar que era patriarcado en mí y consideré prudencia. El segundo es la palabra “prostituta”, que no me gustaba pero no sabía cómo resolver; ahora he puesto “prostituida”, y con naturalidad, porque sé a ciencia cierta que las mujeres no nos prostituimos sino que somos prostituidas a la fuerza ya que, si eso de lo que estamos hablando es libre, no es prostitución. Entre las dos palabras media un abismo, un abismo pequeño pero infinito.

    Un cuarto propio es, creo, la obra más influyente de Virginia Woolf (1882-1941) y la más interesante y conmovedora del pensamiento político del siglo XX. Es una de esas obras que, sin ruido, siguen cambiando vidas de mujeres generación tras generación noventa años después de su primera escritura. Cambiando vidas de mujeres, cambia la vida entera. Cambiando la política de las mujeres, cambia la política entera, como estamos viendo en el presente. Recuerdo de hace unos meses la sala de un teatro de Madrid llenándose todos los días de mujeres, muchas muy jóvenes, que escuchaban emocionadas una selección de textos dramatizados de esta obra, con un éxito que creo que se ha vuelto a repetir esta temporada.

    Un cuarto propio nació de unas conferencias que Virginia Woolf dio en octubre de 1928 en la Universidad de Cambridge, en dos colegios universitarios para mujeres: Girton College y Newnham College. Las conferencias las revisó y las amplió para su publicación por Hogarth Press un año más tarde, en octubre de 1929. El éxito llegó enseguida: tres meses después de la publicación se habían vendido diez mil ejemplares. De la influencia del libro escribió, por ejemplo, Marguerite Duras: “He leído Un cuarto propio de Virginia Woolf, y La Bruja, de Michelet. Ya no tengo ninguna biblioteca. Me he deshecho de ella, de toda idea de biblioteca también. Estos dos libros, es como si hubiera abierto mi propio cuerpo y mi cabeza, y leyera el relato de mi vida en la Edad Media, en los bosques, en las fábricas del siglo XIX. No he encontrado ni a un solo hombre que haya leído a la Woolf. Estamos separados, como dice ella en sus novelas, M.D.” Y Carmen Martín Gaite: “Cuando cerré el libro, tenía la intuición de que un hombre nunca se habría enfrentado de aquella manera con temas similares. ¿Pero en qué consistía esa manera? Para mí misma resultaba difícil justificar aquella intuición y mucho menos convertirla en teoría. Y, sin embargo, la pregunta se me había formulado, arrancaba del libro de Virginia Woolf y quedaba flotando en el aire.”

    ¿Y qué es lo que tiene este libro que resulta tan influyente, tan inspirador y tan demoledor al mismo tiempo? Yo diría que consigue salvar la política de las mujeres cuando está a punto de perecer engullida por la seducción del poder social patriarcal o por el miedo de que el régimen patriarcal de significado se nos caiga encima a las mujeres. Es una revolución comparable con la que hizo Cristina de Pizán cuando escribió La Ciudad de las Damas a principios del siglo XV, o con la que hicieron las trovadoras en el siglo XII, o las muradas medievales que se tapiaban ancladas en lo alto para vivir y escribir sus visiones. Es una revolución que no se enfrenta directamente con el patriarcado sino que da un rodeo, hace un quiebro que le permite triunfar sobre el patriarcado sin derramamiento de sangre, llevando la vida más allá o más acá de lo que hay, sin encallarse en el amargo estar en contra. El quiebro consiste en enfrentarse con las mujeres o con la parte de cada mujer que está sosteniendo el patriarcado. En 1928, eran las mujeres de los partidos políticos, fueran sufragistas conservadoras o socialistas, activistas comunistas o anarquistas, y era también el patriarcado que está en mí, anidado en mayor o menor medida en cada una de nosotras. Mucho del patriarcado anidaba entonces en la lucha por la igualdad de derechos. Virginia Woolf sabía que la igualdad de derechos no era el camino: sabía que hay derechos que no dan libertad porque, como todo el Derecho, están pensados por y para hombres. Sabía que los derechos pueden ser incluso, para la libertad, un obstáculo, una barrera de sentido (Clara Jourdan): promulgando un derecho, codificas y, codificando, limitas las posibilidades de acción.

    ¿Cómo lo hace el libro? Lo hace pensando la experiencia femenina libre y poniéndola en palabras. Esta es la palanca. Así, lo que sale de Un cuarto propio es el salto a una colocación simbólica distinta, libre de todo residuo patriarcal, no “paralizada por emociones sin correspondencia con el lenguaje”, como escribieron las de la Librería de mujeres de Milán de su experiencia del descubrimiento de la libertad femenina, ayudadas también por este libro. Dicho de otra manera, Virginia Woolf propone una toma de conciencia que me libere del patriarcado en mí y me desbloquee la creatividad que tengo como mujer. El residuo patriarcal se presenta como miedo, por ejemplo: miedo de que si dices de verdad tus emociones, tu sentir, el mundo se te caiga encima. Un cuarto propio enseña las palabras para decir esas emociones libres de modo que el mundo no se te caiga encima sino que te transforme a ti desde dentro. La toma de conciencia es eso: ya no eres la misma, ya no te encontrarán donde esperaban encontrarte ni accederás a lo que antes accedías ni pensarás ni dirás lo que antes pensabas y decías. El mundo toma otro color.

    Virginia Woolf lo dice con una alegoría: toda mujer, para ser escritora, o sea, para decir lo que tiene que ser dicho por ella, necesita 500 libras al año y un cuarto propio. Las 500 libras no están por el dinero ganado con un trabajo asalariado sino que, enigmáticamente, son fruto del don y de la magia: una tía lejana le deja un legado, el bolso genera un billete cada vez que ella lo abre para pagar... ¿A qué se refiere? A que las mujeres tenemos nuestra propia productividad, la productividad en vida y en relaciones, una productividad con su propia riqueza y excedente: una productividad no medible en dinero pero que tiene que valer para pagar. El cuarto propio es la independencia simbólica, que deriva de una independencia económica no generada por el dinero. ¿Incomprensible? Sí, pero verdadero. Por eso seguimos leyendo una y otra vez Un cuarto propio. Para ver si acabamos de descifrar el enigma.

    Las palabras, el decir, son muy importantes en este libro. Por eso hablaré un poquito más de la traducción. Veréis, si la podéis leer, que ya empieza de un modo muy distinto del de las traducciones que hay, distinto también de la que yo misma hice en 2002-2003. El libro empieza increpando al público, un público de mujeres, con esta frase: “Pero –diréis– nosotras te pedimos que hablaras de las mujeres y la novela: ¿qué tiene que ver esto con un cuarto propio?” Las traducciones anteriores, incluida la mía publicada en 2003, quitan el “nosotras”, borrando la acción política que está en el origen del texto entero y de las conferencias que lo precedieron: borra que las conferencias las organizaron mujeres para un público de mujeres y para hablar de cuestiones políticas candentes que les interesaban a ellas y querían hablar entre ellas. Borra el feminismo, aunque esto resultará ser una misión imposible. Yo lo hice por miedo de no saber demostrar que todo se había cocido entre mujeres, considerando prudencia lo que en realidad era la falacia patriarcal de la demostración.

    Lo mismo o parecido pasa a lo largo de todo el libro: se borra el género femenino casi cada vez que la lengua inglesa, que tiene un modo propio de expresar la sexuación humana, usa un pronombre personal asexuado en inglés. Yo he usado el femenino y no el masculino para traducir pronombres que en inglés son asexuados. Lo he hecho cuando Virginia Woolf se dirige al público de las conferencias que forman el libro, un público de solo mujeres, o habla de sí misma, de otras mujeres, de personificaciones o de contextos femeninos, algo que, encima, pasa todo el rato, desde el principio hasta el final de la obra. Parece una decisión obvia, pero resulta que no lo es. La tentación del neutro está en nuestras cabezas y, a veces, en nuestros corazones, y gana siempe en caso de duda porque la indoctrinación escolar y académica ha sido larga y terca: es uno de los residuos del patriarcado en mí más difíciles de erradicar. Es difícil porque, y uso a Hannah Arendt para abreviar, “solo me queda la lengua materna”, o sea, es lo único que nunca se pierde, sabiendo que la lengua materna no coincide con las lenguas nacionales. La madre no le dice a su niña “¡qué guapo estás!” Las revoluciones simbólicas son tan potentes que dan miedo.

    Mercedes Bengoechea, especialista en sociolingüística y traducción de la Universidad de Alcalá, en una reseña que hizo hace unos años de las tres traducciones que hay al español de este libro, mostró con un montón de ejemplos hasta qué punto cambia el libro si, en vez de traducir One como Uno cuando Virginia Woolf habla en primera persona o se dirige a su público femenino, se traduce como Una: “la permutación reiterada y constante del pronombre agenérico one en uno masculino” –escribe– “distorsiona el texto entero”. Imaginaos la diferencia de sentir y de emoción entre leer montones de veces a lo largo de todo el libro “Una piensa” (es Virginia la que piensa) y leer “Uno piensa”, como hacen todas las demás traducciones.

    Y para mostrarlo elige, entre otros, el ejemplo siguiente.

    Traduce Jorge Luis Borges:

    “Antes me había ganado la vida mediante [...] las principales ocupaciones accesibles a una mujer antes de 1918. Ustedes no precisan, temo, que les describa en cada uno de sus detalles la dureza de ese trabajo, [...]. El hecho inicial de estar haciendo algo que a uno no le gusta y de hacerlo como un esclavo, con acompañamiento de lisonjas y adulaciones”.

    Traduzco yo:

    “Hasta entonces me había ganado la vida mediante [...] las principales ocupaciones disponibles para las mujeres antes de 1918. Me temo que no hace falta que describa con detalle la dureza del trabajo [...]. Primero, el estar siempre haciendo un trabajo que una no deseaba hacer, y hacerlo como una esclava, halagando y adulando.”

    Puedo decir que, si el hablar como mujer es tenido en cuenta en la traducción de una autora que escriba como mujer, sale un libro distinto, más fiel, mucho más fiel y, también, más sensato, rico, satisfatorio y veraz. Porque la diferencia sexual es una riqueza de la condición humana: nadie nace ni vive en neutro.

    Por tanto, la traducción que nos ofrece hoy Sabina editorial es, con los errores que sin duda tendrá, la única que traduce lo que Virginia Woolf verdaderamente dijo en Un cuarto propio. Es una traducción que proporciona una experiencia de lectura mucho más convincente y un placer mucho más intenso, precisamente porque su uso de la lengua no es sexista sino fiel al hecho de que el mundo es uno y los sexos que lo habitan son dos.

    Muchas gracias.

    Universidad de Barcelona
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