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Textos de la Era de la Perla

La violencia de tantos hombres contra las mujeres

La política de lo simbólico vuelve impensable la violencia machista

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MARÍA-MILAGROS RIVERA GARRETAS

La política de lo simbólico vuelve impensable la violencia machista

Hace años, en el artículo Violencia impensable (“El País” Cataluña, 28/01/1998, 7) ponía que “lo que le puede salvar a una mujer del maltrato no es el derecho, que actúa cuando el delito ya ha sido cometido, sino que es un cambio de mentalidad. Es una cuestión del orden simbólico, de revolución simbólica: es que a los hombres con los que ella convive les resulte impensable la violencia contra las mujeres, como les resulta impensable hoy, por ejemplo, el canibalismo, o, cada vez más, les resulta impensable la tortura.” Han pasado veinte años y solo entre ayer y hoy, 3 de marzo de 2017, han sido asesinadas tres mujeres en la Comunidad de Madrid, una lanzada por la ventana (caída, dicen los medios, como en la dictadura) con tres puñaladas en su cuerpo. En febrero los asesinatos en España fueron tantos que asustaron al gobierno durante unas horas. El fracaso de las políticas públicas para detener la violencia masculina contra las mujeres muestra ya a gritos que son políticas sin horizonte simbólico ni sentido alguno.

Las políticas públicas no han fracasado porque hayan hecho poco o mal sino porque los cuerpos no son de su competencia. “Mi cuerpo es mío”, dijimos en el feminismo, y las mujeres, ahora todas, lo seguimos diciendo, convencidas. Es mío porque me lo dio mi madre por gracia y por amor para que lo viva, use y disfrute, inaugurando así otra economía y otra política. El hombre asesina como si el cuerpo de su mujer estuviera a su disposición. Cuando, aterrado, se da cuenta de que no, de que la verdad es otra, se suicida o lo aparenta.

La política de lo simbólico hace que lo sensible sea pensable y decible. Hoy está en el sentir común de casi todas las mujeres y de cada vez más hombres que la violencia machista ha de resultar impensable porque es insensata.

La política de lo simbólico nace en cada mujer y cada hombre que, consciente de que su cuerpo es suyo, empieza por fin a sentir, descifrar y decir libremente el sentido, los sentidos, que tienen para ella o para él su vida, sus deseos, sus relaciones, su hacer, su padecer.

La política de lo simbólico es una práctica. Se hace cuando mi primera pregunta ante cualquier situación es la pregunta por el sentido de lo que está aconteciendo y me interpela: qué sentido tiene esto para mí como mujer, ya que lo soy y me gusta; qué sentido tiene para el hombre que sabe que lo es. No es política de lo simbólico cuando la primera pregunta es por el dinero y sus sumas adyacentes: esto es ideología y partidos y baldíos y guerras. La pregunta por el sentido es la que me acompaña desde el nacimiento, cuando mi madre me enseñó a hablar y, así, me enseñó el mundo y el orden simbólico de la madre al mismo tiempo. Es una práctica que está al alcance de cualquiera.

La política de lo simbólico vuelve la violencia impensable cuando un hombre y otro y otro y otro, y los medios de comunicación, se preguntan por el sentido del maltratar, agredir o matar a una mujer. Que los agresores empiezan a saber que la violencia machista sentido no tiene ni siquiera para ellos, lo prueba la frecuencia con la que se suicidan o autolesionan, castigándose ellos mismos porque se dan cuenta de que su delito no es de la competencia del Estado.

Ahora que los medios de comunicación se han quedado sin palabras para dar las noticias de los asesinatos casi diarios de mujeres por hombres (han añadido, vergonzantemente, que se intenta que la llamada al 016 no deje rastro en tu teléfono, esa que ahora no lo deja en la factura), es el momento de cambiar de política y hacer política de lo simbólico, inventando prácticas que ayuden a tomar conciencia de la importancia de la pregunta por el sentido de la violencia masculina y de cada uno de sus actos. Prácticas como la de llenar el mundo con la memoria de cada mujer asesinada o maltratada, por ejemplo poniendo su nombre a las calles, a los edificios públicos, a las plazas, a los estadios...; presentándolas no como víctimas sino como heroínas de la resistencia contra los muertos vivientes que quedan del patriarcado y, sobre todo, como testimonio y ejemplo de libertad femenina y de la sorprendente dignidad de la mujer maltratada, que persiste en su obra de la civilización también cuando arriesga la vida.

03/03/2017

Universidad de Barcelona
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