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Textos de la Era de la Perla

Presentación de la Revista DUODA

Revista DUODA 56 El último Sottosopra:razón para no desfallecer

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ELENA ÁLVAREZ GALLEGO

Revista DUODA 56 El último Sottosopra:razón para no desfallecer

Presentación en la librería Mujeres y compañía. Madrid, 7 noviembre 2019.

Siempre me he sentido feminista, desde muy niña, aunque no conociera en aquel entonces la palabra “feminismo”. Al terminar la carrera de periodismo, mi tía, que es profesora en la Complutense y que está dentro del Instituto de Investigaciones Feministas, me habló de un postgrado de experta en comunicación y género que ofertaba el Instituto de la Mujer. Sin saber muy bien dónde me metía no lo dudé un segundo y me inscribí: me dieron una beca y comencé el curso muy ilusionada. El primer día la charla introductoria la dio Ana Mañeru Méndez, entonces Jefa de Área del Departamento de Educación del Instituto de la Mujer, que a su vez estaba en el pensamiento de la diferencia sexual. Fue la primera vez que escuché algo sobre dicho pensamiento, ya que lo que yo conocía en ese momento como “feminismo” tenía más que ver con la igualdad. El curso duró de manera intensiva tres meses y al terminarlo ya iba por ahí definiéndome abiertamente como feminista, casi en el plan de conocer a alguien por primera vez y decir: “Hola, qué tal, me llamo Elena y soy feminista”; más de uno salió huyendo.

Cuando terminé los estudios de doctorado al año siguiente de haber acabado el postgrado me acordaba de Ana Mañeru y de lo que me interesó lo que nos contó, así que me presenté para ser becaria suya en el Instituto de la Mujer. La Diosa me sonrió y entré de becaria, además de construir una gran amistad con Ana. En nuestras reuniones semanales de “jefa-becaria” compartimos muchas cosas que no tenían que ver con el trabajo en sí, entre ellas escritos que fue compartiendo conmigo. Recuerdo que el primer libro que me prestó fue No creas tener derechos (1987), de la Librería de Mujeres de Milán. Fue un texto tremendamente revelador para mí, ya que desmontó varias de las creencias que había aprendido cual papagayo de la filosofía occidental masculina y de esa parte del feminismo de la igualdad que copia lo que dijeron ese tipo de filósofos. El segundo libro que me dejó fue La cultura patas arriba: selección de la revista Sottosopra 1973-1996 (2005), y ahí fue cuando tuve contacto con el Sottosopra por primera vez. Parafraseando el título de esta obra, diré que dejó patas arriba algunos temas vitales que creía tener controladísimos; fue de nuevo una revelación. En el libro estaba el último Sottosopra de aquel momento, “El final del patriarcado. Ha ocurrido y no por casualidad”, que se publicó en 1996. Hubo un antes y un después para mí tras la lectura de “El final del patriarcado”: la parte de mí a la que el patriarcado nunca pudo llegar fue consciente por primera vez de que existía, incolonizable. Al poco tiempo, en el 2009, salió otro nuevo Sottosopra, “Imagínate que el trabajo”, el cual me resultó muy interesante, aunque quizá no fue tan revelador, ya que el trabajo es una cuestión con la que tengo una relación bastante problemática, y quizá no la dejó calar en mí como debería.

Hace unos meses, en el último número de la revista Duoda, apareció traducido al castellano el último Sottosopra, que salió en septiembre de 2018. Se llama: “Cambios de civilización. Puntos de vista y de referencia”. Tiene cinco artículos preciosos, sobre el movimiento #MeToo, el trabajo, la prostitución, el vientre de alquiler y de nuevo la prostitución (un fragmento del libro de Rachel Moran Paid for. My Journey Through Prostitution (2013)). Como el asunto del trabajo no es precisamente lo mío, me centraré en comentar algo de los otros tres, que me parecen realmente importantes respecto a lo que está ocurriendo actualmente dentro del feminismo.

Todas las feministas tenemos días en los que vislumbramos el presente y el futuro con optimismo y otros en los que nos parece que a pesar de haber existido siempre la libertad femenina el mundo va cada vez peor en relación a las mujeres. Con el movimiento #MeToo he sentido una gran positividad dentro de mí, una energía que me ha arrastrado a decirme en voz alta lo siguiente: “¡La lucha feminista merece la pena!, ¡las cosas están cambiando para mejor!”. Hace unos años hubiera sido impensable que a Woody Allen no le distribuyeran una película por la acusación que hizo su hija respecto a una agresión sexual que perpetró contra ella cuando tenía siete años. Nadie su hubiera imaginado que Havery Weinsten (el productor más poderoso de Hollywood) pudiera caer en desgracia y se enfrentara a cárcel por haber violado y acosado sexualmente a muchísimas actrices, aunque fuera vox populi dentro del gremio. La palabra de las mujeres y de las niñas y niños abusados empieza a no ser cuestionada por norma. Es un gran paso, algo definitivo que desmonta desde la raíz el discurso patriarcal. Como suele hacer cuando le hieren de muerte, el patriarcado se está defendiendo como gato panza arriba: hemos podido ver cómo desde distintos sectores se ha intentado deslegitimar al movimiento #MeToo. Incluso mujeres que se llaman a sí mismas “feministas” han entrado al trapo. Me vienen a la mente las francesas que firmaron aquel manifiesto en contra por considerar al movimiento puritano (entre las que estaba Catherine Deneuve) o la misma Margaret Atwood, que publicó un artículo en prensa afirmando que la iniciativa era un peligro para los hombres porque no se respetaba su presunción de inocencia. Afortunadamente, a pesar de todas estas revanchas machistas, el poso que nos queda es esperanzador, porque sabemos que estamos derribando uno de los pilares fundamentales del patriarcado y que no van a poder repararlo.

Hablando de los días malos como feminista, nos encontramos hoy con el incremento de la prostitución, la pornografía y el vientre de alquiler. Esto me produce un gran desasosiego, diría que tristeza en lo profundo. Es doloroso observar que frente a las cosas más machistas y misóginas que puedan existir haya feministas que se posicionen a favor. Feministas que dicen que existe un “trabajo sexual” libre para las mujeres, que se puede hacer un porno “feminista”, que el vientre de alquiler puede realizarse de manera “altruista” respetando al bebé y a la madre... Creo que respecto a estas tres cuestiones vamos hacia atrás, quizá por culpa también del neoliberalismo, ya que en los tres casos lo que subyace es la mercantilización del cuerpo de las mujeres y niñas, y en el del vientre de alquiler también el de las y los bebés.

Cuando mi abuela era joven existía un machismo tradicional flagrante: las mujeres no podían divorciarse, tampoco trabajar si estaban casadas, sus maridos tenían la potestad de matarlas si creían que eran infieles, no podían sacar dinero del banco si no lo firmaba el cónyuge, etc. Sin embargo, no había tantos casos de anorexia ni de operaciones de cirugía estética que ponen en riesgo la vida de las mujeres, y por supuesto la prostitución no alcanzaba el nivel de negocio que ostenta en la actualidad, no digamos ya la pornografía o el vientre de alquiler. La pornografía estaba mal vista, quizá por razones religiosas represivas, pero quizá también por otras buenas razones. El vientre de alquiler ni siquiera se consideraba, menos legislar a favor.

No desearía amargarle el día a la que lea esto (no me gusta regodearme en la miseria femenina), pero no puedo evitar que estos tres temas me preocupen muchísimo, de ahí que tenga que escribir sobre ello. El patriarcado neoliberal se ha metido dentro del movimiento feminista disfrazado de posmodernidad y hay muchas mujeres que no han visto o no han querido ver el disfraz. No es casual que el nuevo Sottosopra se llame “cambios de civilización”, estamos ante un momento clave para la humanidad, de crisis y de colapso del patriarcado y del capitalismo. La extrema derecha más misógina resurge, el libremercado lo quiere engullir todo (y le dejan), la recuperación del medio ambiente comienza a ser una no posibilidad… El único recurso eficaz que tenemos las mujeres para poder rebelarnos contra las fechorías de los banqueros patriarcas es acudir a nuestra genealogía femenina ancestral, la que existía antes del patriarcado, poniendo la relación entre nosotras en primer lugar, plasmando nuestra verdad y compartiéndola con otras, ya sea escribiendo un artículo en la revista Duoda o hablando con la vecina en la cola de la pescadería. Sabemos que el respeto integral hacia las mujeres, niñas y niños no lo encontraremos en las salas judiciales ni en los parlamentos ni en los consejos de administración de las empresas, porque no forman parte de la vida verdadera, la vida del espíritu.

A pesar de lo mal que pintan algunas cosas para las mujeres de todo el mundo, yo me mantengo positiva y sigo creyendo en la libertad femenina que casi todo lo puede. La revolución no ocurrirá fuera, sino dentro de nosotras, de cada una: el patriarcado que moraba en nuestro interior hace tiempo que murió. Tendremos de vez en cuando nuestros dejes machistas al hablar, nos asaltará la inseguridad respecto a nuestros cuerpos por no seguir la norma estética patriarcal, la contradicción sobre nuestro feminismo nos asaltará, pero lo “gordo”, el patriarca al que reconocer toda autoridad, ya murió. Podemos quedarnos con esto y construir desde ahí para no desfallecer y seguir adelante, incorruptibles. Hace poco nos vendían que había prostitutas libres, que los puteros podían ser buena gente, que las personas que no podían tener hijas o hijos biológicos tenían derecho a adquirirlos por encima de todo… Hoy muchas no tragamos con nada de esto, podemos ver más allá del eufemismo neoliberal, de la mentira misógina encubierta. Para mí ese no tragar con el lenguaje patriarcal-capitalista es muy alentador, una gran zancada de la política de las mujeres, algo muy valioso que compartir entre nosotras. Me quedo con eso.

Universidad de Barcelona
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