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Textos de la Era de la Perla

Presentación de la Revista DUODA

Revista DUODA 58 -La envidia de las mujeres

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ILSE BARAHONA MICHEL

Revista DUODA 58 -La envidia de las mujeres

El 22 de octubre de 2020 tuvo lugar la presentación online del número 58 de la revista “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual”, que tiene como tema monográfico “La envidia de las mujeres”. Intervinieron Isabel Ribera Domene, Andrea Franulic Depix, Ilse Barahona Michel y Susanna Pruna Francesch.

Ofrecemos aquí el texto de Ilse Barahona Michel

Buenas noches, muchas gracias por invitarme a presentar la revista DUODA 58, con la escritura de tan importantes autoras. Agradezco a mis profesoras Laura Mercader Amigó, María Milagros Rivera Garretas por acogerme, gracias a Isabel Ribera por presentarme, saludo a Andrea Franulic Depix y a su Susana Pruna que me acompañan esta noche en la presentación de la revista.


Después de conocer el pensamiento de la Diferencia Sexual, el año transcurrido en el Máster, en el que he aprendido a escribir desde las entrañas, a posicionarme en primera persona y a hablar desde mi verdad, espacio desde donde voy a expresarme esta noche, leer la revista Duoda 58 me ha provocado diversas sensaciones, he viajado en el tiempo, he traído a la mente y a la útera circunstancias mías y de mujeres cercanas de quien pude conocer sus historias, consciente de que existe la envidia entre nosotras, como resultado de ser el producto de la socialización en un desorden patriarcal que nos ha asignado a asumir un valor secundario.

Esta noche quiero comenzar presentándome y presentando mi genealogía femenina: soy Ilse, madre de Mariana, soy la hija de María Rosario, soy la nieta de Lía y de Bertha, soy la ahijada de Ana, he crecido en una familia rodeada de varias hermanas mujeres, también he crecido en un mundo principalmente femenino en una escuela para niñas; mis espacios eran limpios, con jarrones llenos de flores, manteles tejidos a ganchillos y plantas cuidadas. Este universo repleto de mujeres en el que yo perfectamente encajaba, en el que todo se nombraba en femenino y en el que circulaba la autoridad femenina, antes de llegar a DUODA lo había cuestionado fuertemente, decía que yo no había crecido en un mundo real, que se me había privado de la convivencia de un mundo ancho y ajeno; a la vez, recuerdo que cuando visitaba espacios educativos con hombres, me parecían un mundo paralelo, brutal, con sitios desordenados, violentos, con maneras hostiles, espacios que ahora puedo nombrarlos como desmadres, es decir espacios ausentes de madre.

Solo después de conocer y reconocerle autoridad al orden simbólico de la madre, agradecer a la madre por el “don recibido” sostengo que tuve la suerte de crecer en espacios en los que circulaba la autoridad femenina.
Siguiendo el consejo de Candela Valle, de ser la señora de mi vida, voy a comenzar diciendo que me reconozco, como parte del desorden simbólico en el que también he crecido, que he padecido a causa de la envidia en mis relaciones entre mujeres. Me dijeron y también dije, como lo decíamos en mi mundo rodeado de chicas, que sentíamos “envidia, pero de la buena”, eso se decía amablemente como acto de reconocimiento cuando había algo que admirábamos en la otra. O solíamos decir de forma hostil que “qué suerte que tienen las que no se bañan”, frase de adolescente envidiosa, con la cual se mostraba el desprecio del más de la otra cuando se consideraba inmerecido lo que la otra tenía o injusto lo que había obtenido. En todas estas circunstancias había formas pasiva – agresiva de relacionarnos mediados por la envidia, sin embargo, no estaba bien visto envidiar, y por lo tanto se convertía en algo rotundamente innombrable, aprendimos a reprimir, a callar; o en el extremo he escuchado de muchas mujeres que su alternativa de solución al sentirse envidiadas era la no relación entre mujeres, la decisión de relacionarse amistosamente solo con hombres.

Así también, en la adolescencia y en la vida adulta, recuerdo haber padecido verdaderos divorcios emocionales por la ruptura con amistades envidiosas con mujeres a las que amaba, duelos largos y dolorosos, sin nunca poder nombrar a la envidia como causante del malestar, poner en palabras al mal que padecíamos y así sanarlo, repararlo.
Entre la dinámica de este mal entre mujeres, he comprobado que, en las relaciones duales entre la mujer envidiosa y la mujer envidiada, se establecen relaciones de dependencia, el más de la otra que se admira y por lo tanto se envidia y la mantiene a su lado, es decir “aquello que no soy y quisiera serlo, y que me mantiene a lado de la mujer que envidio”. A su vez la mujer envidiada, al saberse, intuirse envidiada se alimenta de ella y toma un espacio de superioridad, desembocando en relaciones ambivalentes de amistad y enemistad, entonces transcurren incluso historias largas de amistad en esta dinámica destructiva, relaciones que no promueven crecimiento para ninguna de las dos.

Como lo menciona Chiara Zamboni, muchas veces incurrimos en la idealización a mujeres a las que las miramos como a semi – diosas, de las que admiramos su perfección en su ser, en su modelo a seguir, entonces les demandamos coherencia absoluta, no les admitimos errores y pasamos rápidamente del amor a la decepción de manera abrupta, sin derecho a la réplica de la otra, cancelamos toda relación sin darnos cuenta que fue la envidia que operó en nuestra objetividad al idealizar a esa mujer en esa relación ambivalente entre “aquello que admiro de ti, es en realidad aquello que envidio”. Se demanda perfección y como ésta no es posible porque nadie es perfecta, se pasa a la desacreditación que muchas veces se vuelve pública y se entra en una vorágine de versiones de lo sucedido, y como resultado a este desorden se rompe con la alteridad.

Como bálsamo a muchas circunstancias, el feminismo en mi vida ha venido como curandera, como sanadora, me ha enseñado a ver el más de la otra, me ha enseñado que es válido nombrar al mundo en femenino, me ha ayudado a construir mi genealogía femenina que solo es posible reconociendo a la madre como máxima autoridad en relación de alteridad. Para sanarnos de la envidia es necesario aprender a reconocer el más de la madre, sin esencialismos, sin todo aquello que el desorden patriarcal ha dicho sobre lo que es ser buena o mala madre, agradecerle el don de la vida, el don de la palabra, como acto político y no como acto moral.

Para esto es necesario tomar a la madre como arquetipo en nuestras vidas, reconocer lo que la relación materna ha hecho florecer en mí, dejar de demandarle, de requerirla, saciar el hambre de madre a partir de generarnos lo que ella no pudo darnos ya sea por incapacidad, por ignorancia, porque tampoco lo recibió de su madre o porque quizás era lo único que podía entregar. Este movimiento de alma hace que dejemos en paz a nuestra madre, a parar los reproches que tengamos hacia ella, y lo que necesité de mi madre cuando fui niña me lo doy yo misma como adulta.

Este reconocimiento se convierte en un acto político liberador, sanar la relación con la madre para sanar la envidia que amarga las relaciones entre mujeres, empezar reconociendo el más de la madre, reconocer mi más y así reconocer el más de la otra mujer y reconocerle autoridad.

Así mismo reflexiono sobre la necesidad del acto político de construir genealogía femenina en nuestro diario vivir, es urgente que tengamos mujeres a quienes admirar, sin esencialismos, en un acto político que implica decisión y voluntad; dándonos a la tarea de observar a nuestro alrededor a cuántas mujeres reconocemos autoridad, decidirnos a leer a mujeres en nuestras disciplinas de estudio, observar cuántos de nuestros libros están escritos por mujeres y lo más importante cuestionarnos si estamos dispuestas a escuchar su punto de vista, preguntarnos a cuántas mujeres cantantes y artistas volcamos nuestra atención, preguntarnos si sabemos realmente las historias de las ancestras de nuestra familia y de nuestra cultura, y si no sabemos nada sobre ellas darnos a la tarea de conocerlas, de apreciarlas, de entenderlas y admirarlas.

En suma, reconocerle el más de la madre, aprender a mirarnos hacia adentro para reconocer nuestro más, conferirnos credibilidad, además de otorgar admiración a la obra de las vidas de muchas mujeres permite adquirir autoridad propia, reconocimiento de autoridad entre mujeres, y así hacer que la autoridad femenina circule en el mundo y celebrar la alegría de ser mujer.

Muchas gracias.

Universidad de Barcelona
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