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Textos de la Era de la Perla

Presentación de la Revista DUODA

Revista DUODA 59. Ser Hija de Una Mujer: Madre sólo hay una

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ADRIANA ALONSO SÁMANO

Revista DUODA 59. Ser Hija de Una Mujer: Madre sólo hay una

El 25 de febrero de 2021 tuvo lugar la presentación online del número 59 de la revista “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual”. Intervinieron Isabel Ribera Domene, Tatiana Rodríguez Wehrmeister, Adriana Alonso Sámano y Remei Arnaus Morral. Este número, que tiene como tema monográfico “Ser madre ser hija. Experiencias de libertad femenina”, recoge las ponencias y coloquios del XV Diálogo Magistral y del XXXI Seminario Público Internacional, celebrados los días 8 y 9 de mayo de 2020.

Ofrecemos aquí el texto de Adriana Alonso Sámano


Deseo agradecer a mi madre por acompañarme en la escritura de este texto.
A mi Maestra María-Milagros Rivera Garretas, por su confianza y por ser la principal fuente de inspiración evidentemente en mi escritura, gracias a su sentir original y sus palabras.
A Isabel Ribera Domene, por acompañarme afectuosamente en el proceso fértil de la escritura de la experiencia.
A mis amigas por su cariño, Andrea Franulic, Lorena Sánchez y Ana Silva.


Desde el lugar auténtico de la política de las mujeres, que siempre ha sido nuestra casa, como recuerdan Lia Cigarini y Laura Mercader, desde la casa materna que siempre será mi casa y mi cuerpo, desde mi casa que siempre será la casa de mi madre, desde mi ombligo y lengua materna de hija, siempre hija de una madre y nieta de una abuela, mujeres singulares y únicas en el mundo.

Cuando se presentó el XXXI Seminario Público Internacional de DUODA, en mayo de 2020: Ser madre, ser hija. Experiencias de libertad femenina, me conecté en la madrugada para escuchar las misteriosas obras de las autoras, hora complicada, pero a la que asistí, cercana a la que mi madre me trajo al mundo, hora difícil e irrevocable, reveladora como la madrugada y a la que no podía faltar. Sabía intuitivamente que encontraría señales vitales de las raíces siempre maternas, presentes en la oscuridad lúcida de mis entrañas, que han germinado en mí desde que se presentó el Seminario hace 9 meses, caminos de sangre, venas y savia, de la experiencia hacía el vínculo original de la vida y la libertad femenina de cada mujer: la relación creadora Madre-Hija. Un camino para reconocer también las heridas y sombras que me acompañan, para liberarlas. Fiel a mis raíces y desde mí misma, superando el miedo a escribir, gracias a la autoridad que reconozco a mi madre, a las mujeres y a mis maestras, que me traen el infinito, desde su experiencia, de la relación primera con la madre.

La primera vez que vi la viñeta de la gran humorista de la diferencia sexual, Pat Carra: El primer día de clases, donde una hija de la mano de su madre, llorando dice: ¡Quiero a mi mamá! Y la mamá llorando grita: ¡Quiero a la maestra! Nos reconocí a mí y a mi madre inmediatamente en ella, me provocó una gran risa de las entrañas que hizo un vuelco simbólico profundo, fue un alivio por lo nuevo que me revelaba de la relación con mi madre: ¡Que mi mamá necesitaba a la maestra! ¡Y yo también!, yo que sólo deseaba desesperadamente estar con mi madre, por el terror que me provocaba sentirme fuera o lejos de su protección y medida. Me trajo la experiencia traumática de mi primer día de clases en la primaria: lloré como nunca, nos colocaron en salones oscuros y nos obligaron a rezar el Padre Nuestro, que yo no conocía, el desorden del padre me afectó severamente.

Hace poco tiempo, murió mi maestra más querida de primaria, María del Carmen Tamés, muy amada por las niñas y niños, porque ella sabía traer la medida y las prácticas de la madre a la relación educativa afectiva y efectiva. Me sentía feliz de entrar a su espacio, yo que tanto miedo tenía de ir a la escuela; con ella no me sentía abandonada de la medida materna, me sentía dentro del horizonte de la madre, en sus prácticas, sus cantos, sus juegos, su risa, su infinito amor. La maestra Carmen sabía traer la medida de la madre a mi vida, en el salón de clases, sin sustituir a mi madre, más bien reconociéndole toda la autoridad y continuando amorosamente con su obra, como bien señala la Maestra María-Milagros Rivera en su libro: El amor es el signo. Educar como educan las madres. Ella conocía a nuestras madres y las apreciaba. Ella generaba con sus alumnas y alumnos relaciones únicas basadas en la confianza y el cuidadoso afecto. Me parece que reconocía el misterio único y sagrado de cada criatura, su singularidad, su infinito propio.

Qué vitales referentes resultaron para mí de niña las mujeres que sabían dar medida original, femenina y materna al mundo y sus relaciones. Viene siempre a mí la inspiración de la autoridad inmensa y medida materna que traía al mundo y a cada una de sus relaciones, con un amor fuera de este mundo, mi Tía Abuela Francisca. Durante la meditación para la escritura de este trabajo, venía a mí su voz que siempre decía: Madre sólo hay una. Mi tía reconocía y celebraba en mí y en cada criatura que amaba, su esencia única, mágica, dispar y singular. Amaba infinitamente, reconocía y cuidaba a su madre, como a nadie y se orientaba por su medida.

En mi experiencia de lectura del texto magistral de Lia Cigarini: La relación dual en el movimiento de las mujeres, sentí que hay un vínculo entre la práctica de la relación dual entre mujeres, que remembra y me trae la Unicidad de la relación original con la madre. Siento presentes en: “Las prácticas puestas en juego por el feminismo de los orígenes”, como las nombra y en las que profundiza la autora, las prácticas originarias de la relación con la madre, que devuelven el sentido original de la política de las mujeres. La confianza original en la autoridad femenina y materna, también para mediar conmigo. Entre mí y mí y entre mí y el mundo una mujer, dice Luce Irigaray.

Madre sólo hay una, verdad entrañable que escuché de niña decir a mi tía abuela muchas veces y que viene a mí como un mensaje divino. Precisamente encontré que Luisa Muraro nombra esta verdad popular importantísima que se ha perdido, en su libro: El alma del cuerpo: Contra el útero de alquiler. “Madre no hay más que una”, para revelar, reconocer y nombrar la Unicidad de la madre y de la relación con ella.

Me parece que la Unicidad protege la disparidad, lo que no tiene par, la disparidad sagrada con la madre. La madre no tiene par, por eso: Madre sólo hay una, trae la verdad y precisión de la lengua materna, me trae el cuerpo-espíritu de mi madre, única creadora de mi cuerpo-espíritu, ya sin falsedades ni olvidos, sin obviación, idealización ni sustitución.

Toda criatura es hija de una mujer. No somos “seres humanas”. Somos criaturas maternas.

En mi experiencia de acercamiento a la obra de Wanda Tommasi: Difíciles ganancias de libertad a la sombra de la madre, obra profunda, dolorosa y muy reparadora para mí, la primera vez que la escuché, quedó la sombra, el dolor y el vínculo imprescindible con la madre, con su infinito amor al descubierto.

Gracias al estudio de su texto, he podido reparar en mis propias heridas, reparando en las heridas propias de mi madre y de mi abuela, que están vinculadas como nuestras vidas con un lazo indestructible, heridas por donde pasa la luz.

Me trajo un gran alivio y sentido el relato de Wanda sobre la obra de Marie Cardinal: Las palabras para decirlo, en el momento del camino curativo de Marie, en que entiende la herida de su madre, y dice: “Sé por qué esta mujer lo hizo. Ahora la entiendo”.

Ahora que puedo entenderlas, a mi madre y a mi abuela, con sus heridas propias, puedo liberar la relación del peso de la incomprensión, puedo sentirlas como mujeres de carne y hueso, con traumas y talentos, únicas, corrientes y divinas, creadoras del misterio de la vida, con sus circunstancias propias.

Me conmovió profundamente el relato de Wanda sobre la obra de Isabel Allende: Paula, por la sabiduría femenina y materna profunda, que implica saber traer el espíritu de la hija o de la madre, y saber retraerse, para dejar que la hija o la madre siga su propio camino, incluso en la muerte.

Siento que, al morir, volveré a mi madre. Siento, que la Morera de Mar Serinyà Gou y su madre, trae el soplo milagroso del vínculo imprescindible e indestructible, carnal-espiritual, de la relación Madre-Hija. Más allá de la muerte. Un vínculo inmortal.

Mi experiencia de acercamiento a la obra de la artista Rosario García-Huidobro Munita: Vivir y retratar la relación libre madre e hija, me trajo llanto y mucha alegría, me trae la relación primera con mi madre, rodeadas de lápices de colores y autorretratos, el mundo misterioso que supo transmitirme dibujándome y dibujándose. Me trae la originalidad, ternura y potencia de la creatividad pura en la relación Madre-Hija: Rosario-Abril, en los trazos de colores vivos de la pequeña Abril. Me encanta como Rosario va revelando en su relación madre e hija, en su obra viviente, su preciosa genealogía original de mujeres, magistralmente dibujadas y selladas, hermosamente delineadas y trenzadas con el hilo infinito del femenino libre, de la genealogía de las Diosas Madre.

De mi experiencia de acercamiento a la obra de la artista Mar Serinyà Gou: Mitocondria, el video: Pelando verduras, donde las manos de Mar pelan las verduras como su madre lo hacía, gracias a su profunda pregunta: ¿Tú también puedes sentir a tu madre en tus manos? Me trae la visión misteriosa de las manos de mi madre en mis manos, escribiendo ahora en el teclado, con su belleza dentro de las mías. Siempre digo que mi madre tiene manos de madera preciosa, manos con las que hace el milagro de su creación inmaculada, que también soy yo, su criatura, manos con las que sostiene mi vientre, manos a su vez hechas por las manos de mi abuela. Las manos de mi abuela me traen agua y jabón en el fregadero y pañales de telas blancas inmaculadas, manos sobre la tela de vestidos de flores para mí en su máquina de coser, sobre sus flores siempre frescas, manos agitándose en su danza sensual de vida.

Dice la Maestra María-Milagros Rivera Garretas, refiriéndose a la obra de Mar: “En la tradición artística y filosófica femenina se dice que el alma es como una mano porque está en todas las cosas.”

Mi madre creó un gesto para nosotras, desde que yo era una bebé, un gesto que me transmitía el vínculo sagrado, imprescindible e indestructible con Ella: Ponía su mano en su pecho y decía: Mamá, después ponía su mano en mi pecho y decía: Hija, repetidas veces, como una oración encarnada: Mamá-Hija, Mamá-Hija, Mamá-Hija… Tendida al infinito.

Universidad de Barcelona
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