Aquí están los textos de esta sección

Textos de la Era de la Perla

Presentación de la Revista DUODA

Revista DUODA 62 La naturaleza se declara sobrenatural

Texto en formato PDF

CAROLINA MORALES MORALES

Revista DUODA 62 La naturaleza se declara sobrenatural

El 27 de octubre de 2022 tuvo lugar, en el Seminario de Filosofía de la Facultad de Filosofía, Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona, la presentación del número 62 de la revista “DUODA. Estudios de la Diferencia Sexual” que tiene como tema monográfico “La naturaleza se declara sobrenatural” Intervinieron Isabel Ribera Domene, Mariana Abreu Olvera, Carolina Morales Morales y Valeria Soto Gómez.

Ver la presentación en YouTube

Ofrecemos aquí el texto de Carolina Morales Morales


Quisiera empezar dando las gracias a Laura Mercader por la invitación. Confieso que me siento inmensamente afortunada por estar hoy aquí con vosotras para presentar el número 62 de la Revista Duoda, que tiene como tema monográfico “La naturaleza se declara sobrenatural”. También quisiera dar las gracias a María Isabel Ribera Domene, por su mediación y escucha amorosa, en todas estas semanas previas al acto, que desde la distancia me acompañó con su generosidad y amabilidad en todo el momento. Gracias también a Gloria Luis Peralvo, por su sonrisa que ilumina y el cariño de siempre en el día de las pruebas técnicas. También agradecer, a mi compañera Valeria, por la posibilidad de este encuentro en esta presentación. Por último, dar las gracias a mi compañera Mariana, con quien he podido ir hilando nuestros sentires en una relación sin fin.

Mientras empiezo a escribir estas primeras líneas, llueve en Santiago. Dejo la taza de té sobre la mesa del escritorio y por la ventana del salón contemplo la lluvia que cae. Hace unos días que finalicé la lectura de este monográfico, entonces dejé que las palabras hicieran su trabajo y la lectura me guió hacia lugares que me han devuelto a un paisaje conocido.

Nací en Foz de Iguazú, una ciudad de Brasil, localizada en la frontera entre Paraguay y Argentina. Soy hija de una madre y de un padre paraguayo, que tuvieron que migrar a otro país en busca de una vida mejor. La historia de tantas mujeres y de tantos hombres.

Yguazú es una palabra guaraní que significa: agua grande. Y, es agua y guazú, grande. La abundancia de las aguas que con su flujo transforma el movimiento. En la ciudad que me vio nacer, se encuentran las famosas Cataratas del Iguazú. Un paisaje sobrenatural que nació de la confluencia entre el río Paraná y el río Yguazú.

La historia de las Cataratas es la historia de un amor, el de Naipí y Tarobá, -una historia de la cosmogonía guaraní-, que sufrió con el orden de la espada, que todo lo que corta es para romper la armonía simbólica de la diosa-madre. Con el orden de la espada, la vida queda apartada y la muerte la suplanta, de ahí la imposibilidad que tuvieron Naipí y Tarobá de estar juntos.

Tuve la suerte de haber crecido en el seno de una familia generosa y acogedora, donde nunca nadie dejó de tener un lugar para dormir y un sitio en la mesa. Mi casa de la infancia siempre estuvo habitada por primas y primos, amigos y amigas, que venían a pasar una breve o larga temporada con nosotros. Hoy sé que eso ha sido posible porque tanto mi madre como mi padre tienen sus raíces en el campo y el campo siempre tiene el paisaje ancho y el horizonte infinito.

En el movimiento de las aguas de las Cataratas, aguas que confluyen del encuentro de dos ríos, veo la calidez de mi madre, que siempre tuvo una palabra reconfortante para decir. Veo su mediación amorosa, que acoge y acaricia mi mano y otras manos, que sostiene todo lo que toca.

También veo a mi abuela Blasia, ella que fue una niña de la guerra, que como tantas otras aprendió que hay que agarrarse con fuerza a la vida, que me enseñó con su historia que cada mujer mueve su camino hacia algún lugar. Mi abuela fue una mujer con mucha autoridad fuera y dentro de su casa.

Siempre la sentí como una mujer salvaje y misteriosa. Yo la encontraba fascinante. Ella amaba su propio exilio y, como aprendí escuchando a Antonietta Potente, el exilio es siempre una posibilidad de habitar este mundo y otros mundos.

Recuerdo que en el patio de su casa había varios árboles de mango. Ella cultivaba su propio huerto y cuidaba de sus animales de una manera armoniosa. Su huerto no tenía nada que ver con esos huertos de diseño que se han puesto tanto de moda. En su huerto, todo lo que ella plantaba crecía libremente. Su casa olía a leña, pero en Navidad olía a flor de coco.

De ahí, pienso que las semillas silvestres habitan mi almacorporal y que por más que haya vivido toda mi vida en la ciudad siempre me empujaron al deseo de vivir cerca de la naturaleza, alejada del tiempo de Cronos, que nos consume y devora.

Siento que la lectura de los textos que componen este monográfico y que, en palabras de Laura Mercader, se orientan a devolver el misterio a la naturaleza, no son una simple coincidencia. Cada lectura me hizo recorrer un hilo de colores que me devolvió la posibilidad de regresar a aquellas tardes en el patio de la casa de mi abuela, bajo la sombra de un árbol de mango y también a la belleza de las aguas fértiles de las Cataratas del Yguazú.

A través de cada lectura, sentí la agitación de mi almacorporal, una mujer que siente la agitación de su alma sabe que el almacorporal es inseparable, porque siempre dice la verdad. Y la verdad de las mujeres pasa por la vida del alma, escribió María Zambrano.

La fidelidad a una misma trae consigo la práctica de la encarnación en sí, que posibilita llenar el mundo con otras palabras. Palabras que tienen encarnadura y generan en la otra la posibilidad de un encuentro. Solo en el sentir femenino hay abundancia. De ahí, el recuerdo de mi genealogía femenina acompaña mi escritura, que invoca la memoria de mis ancestras.

La poeta en lengua materna, Adriana Alonso, me emociona al escribir: “La naturaleza existe en tanto que experiencia femenina, fiel a sí misma, significándose original y libremente”. A medida que leía su texto, sentía la presencia de mis ancestras, mujeres que, con los recursos que tenían, fueron fuente inagotable de creación y de lengua materna. Mujeres que han reconocido la autoridad de la otra y que han creado un simbólico libre, porque sentían, igual que la poeta, desde sus entrañas, que las raíces maternas siempre vienen antes.

La maestra Chiara Zamboni escribe sobre la experiencia de lo divino en la naturaleza. Me resuenan sus palabras mientras contemplo desde la ventana de mi salón, la lluvia que cae: “Lo divino de la naturaleza no está presente en la experiencia que vivimos de manera inmediata, no pensada”. Recuerdo un Haiku que leí hace poco, que escribió un niño mexicano: La lluvia cae/cuando besa la tierra/siembra su aroma. La lluvia está vinculada con lo femenino, tiene el don de nutrir y también de purificar. La lluvia limpia todo lo que toca.

Valeria Sonna propone una lectura de un extracto de Timeo, deteniéndose en el ocultamiento del nacimiento. En Timeo, Platón pretende dar una explicación del universo como un todo negando a la madre que siempre viene antes. Un todo que está apoyado por el orden de la espada. La espada que mutila y usurpa el origen materno, que es fuente de vida. El orden de la espada arrebata el parto y construye un relato favorable a la cultura patriarcal, para así actuar como tutores de la sexualidad femenina, como escribe Valeria.

La fragmentación del nacimiento en Timeo es una imposibilidad a cada mujer. La violencia hermenéutica niega el origen, que borra la precedencia natural de la mujer y la madre “tanto en lo relativo al ser como en lo relativo al decir”, como escribe María-Milagros Rivera Garretas en El placer femenino es clitórico. Recuerdo el malestar que sentía cada vez que leía los textos que hablaban sobre el origen y que ocultaba el nacimiento, pero era incapaz de nombrarlo porque no tenía el vocabulario político. Fue gracias al pensamiento de la diferencia que pude hacer epifanía de la realidad. De mi realidad sexuada.

La antropóloga Encarnación López Matarín escribe sobre lo que “antes era decible en el campo”. Encuentro en sus palabras la resonancia de devolver a nuestras genealogías femeninas la verdad que se nos ha ocultado. Que las mujeres han sido y siguen siendo en muchos lugares del mundo las depositarias en mantener el equilibrio natural entre lo que da la tierra fértil y el alimento. Lo que crea cultura, que en la cosmogoníaa índigena guaraní se conoce como el buen vivir. Las mujeres siguen siendo las depositarias de una manera más humana y amorosa de hacer agricultura, incorporando rituales para sanar la tierra, como lo hacen las mujeres guaraní en el Chaco paraguayo o las mujeres agricultoras ecológicas y biodinámicas, las herederas de Core, -como las llama Encarnación en su texto-, y que han devuelto a la genealogía femenina materna la armonía simbólica en el cuidado de la biodiversidad.

La maestra Antonietta Potente se pregunta: ¿Cómo puede la mentalidad patriarcal salvar el mundo? ¿Cómo pueden los seres humanos ser ejemplo para la naturaleza? El hombre en su afán de controlar todos los procesos naturales pretende dominar la naturaleza. Pero la naturaleza que es sobrenatural, “anárquica”, como la define Antonietta, no puede ser un sistema cerrado. No puede el hombre hablar por la naturaleza. El patriarcado siempre ha querido o deseado abarcar la totalidad de la vida de una mujer, pero la mujer siempre ha encontrado una salida para la libertad femenina. Así siento a la naturaleza que se desplaza en caminos misteriosos y sobrenaturales, que, como escribe Antonietta, ni el movimiento ecologista actual puede descubrir.

El proyecto de la artista Clelia Mori, que se titula El misterio (negado) del cuerpo que no calla, me recuerda cuántas veces a lo largo de la vida hemos escuchado o sufrido con las palabras del otro que habla de la menstruación como algo sucio o algo que deberíamos ocultar. Y como escribe la artista, la “sangre de vida no es de muerte, herida o enfermedad, es la Vida” y claro que hay que decirlo y celebrarlo. Tenemos que contarlo, salir de ese lugar que condena a nuestra menstruación al disimulo, al borrado de nuestro cuerpo femenino que celebra la Vida con cada ciclo.

En este momento mientras escribo está orballando en Santiago. La lluvia que cae suave fecunda el campo. La lluvia, en mayor o menor intensidad, posibilita una delicada transformación en la manera cómo percibimos el tiempo y el espacio. Tenemos que estar atentas con nuestra mirada, para ver los trazos de lo divino, como escribe Chiara Zamboni, porque siempre hay un antes y un después de la lluvia.

El aroma de la tierra, los tonos de los paisajes, el verde de la vegetación, la vida animal. Todo cambia tras la lluvia. Y también hay un durante, que nos permite detenernos a contemplar.

Siento que en este monográfico me acompaña la escritura cantada, una escritura que nace de la belleza y del placer femenino, algo que aprendí leyendo a Jane Austen. En sus obras, la naturaleza siempre ha estado presente, en los largos paseos en la campiña inglesa.

La escritura cantada es movimiento. También es música. También es sobrenatural.

Una vez leí en un libro que la esencia más ancestral de la danza en círculo es celebrar la naturaleza. Por eso, a las niñas, con nuestro cuerpo que se obstina en ser, como escribió María Zambrano, formábamos corros en el patio de la escuela, en círculo, con esa magia de sabernos parte del universo, parte de la naturaleza. Y así, con la luz de la risa de las mujeres que hacen parte de este monográfico y de las mujeres que hacen parte de mi vida y que me han devuelto a la grandeza femenina, recuerdo la canción de Rosa Zaragoza: Canto a las mujeres que como las lobas/ bailan y aúllan a la luna /Juntas y salvajes van por las montañas /van en libertad y son hermanas/ recogiendo todos los logros /de nuestras antepasadas /continuando con conciencia /y usando nuevas palabras.

Muchas gracias.

Universidad de Barcelona
Arriba ^