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Palabras de las alumnas

La política de las mujeres

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JÚLIA GARCÍA HERNÀNDEZ

La política de las mujeres

  • La docencia libre de DUODA. Máster en Estudios de la Diferencia sexual
  • Me gustaría partir de mi experiencia en el máster de Duoda para reflexionar acerca de mi recorrido en el proceso de docencia libre que compartió con nosotras María Milagros Rivera en el diálogo magistral del Seminario de este año.

    Desde mi hogar, mi cuarto propio, busco palabras mías y otras prestadas para expresarme. Mi experiencia era, antes de llegar aquí, la de una mujer joven feminista que reivindicaba sus derechos en confrontación con el patriarcado. Llevaba años agotada. Frustrada con la que sentía una imposición masculina en todos los ámbitos. Ese neutro que no me representaba y que buscaba a través de la lucha, el debate o la polémica. Ese pensamiento de la izquierda que siempre defendí y que me constreñía obligándome a ser sin libertad. Mi ser mujer era un peso pesado.

    Al llegar a este máster me sentí, como muchas compañeras, perdida. Me resonaban palabras. Escuchaba cómo había cambiado la vida a alumnas anteriores y sentía que yo quería lo mismo. Poco a poco fui descubriendo una verdad que me había sido oculta siempre. Mediante el acompañamiento de las profesoras fui abriéndome a algo nuevo. Descifrar la genealogía femenina que me precede y reconocerla fue el inicio del camino hacia mi propia libertad. Dar sentido y reconocimiento a mis antecesoras de la mano de las profesoras de Duoda, componiendo dicha genealogía y partiendo de la escucha compartida fue el segundo paso. De ahí vi la necesidad de hacer palabra mi experiencia, como mujer. Sin miedos.
    Entiendo que partir de mí implica dos procesos: el primero que es hablar desde mi experiencia y el segundo, más complejo, hablar de valores absolutos, políticos partiendo de nosotras pero sin ser nosotras el sujeto. Para lograr entenderlo buscaba ejemplos cercanos a mí. Por ejemplo el amor. Puedo escribir sobre mi experiencia en primera persona y de ahí hacer política desde mi libertad hablando del Amor como algo absoluto que todos los seres humanos compartimos y nos identificamos con él. Poco a poco, y de la mano de las profesoras, en concreto de María Milagros Rivera, Carmen Yago y Elena Álvarez, empecé a abrirme a lo otro, a sentir mi capacidad de apertura que proviene de mi ser mujer (capacidad de ser dos).

    Poco a poco fui siendo consciente cuando tomaba el sexo masculino como medida. Entendiendo que ni el hombre es la medida de la mujer ni la mujer del hombre y que de ahí nace la apertura a lo infinito de cada quien. Fuí dejando de tomar el patriarcado como medida. Mi búsqueda hacia el infinito propio fue, y es todavía, un proceso lento. Pero me he asomado a él y no lo abandono. En una ocasión, María Milagros Rivera me dio medida pidiéndome que considerase si existía un sesgo en mi mirada cuando sentía rabia al no observar la misma presencia pública de mujeres que de hombres en el arte, cine y demás. Entendí que me costaba prescindir del principio de igualdad. Simone Weil ya lo vió y murió en el año 1943. Debía cambiar la colocación simbólica. Mis profesoras me han mostrado que, en realidad, hay mucha presencia pública de lo femenino libre, hoy y en el pasado. Se trata de reconocerlo, amarlo y traerlo a la lengua que hablamos, dondequiera que estemos. Rodeando las trampas. Hay más libertad simbólica que la que una se toma. Ahí está el final del patriarcado.

    Creo que aún me queda mucho camino por recorrer pero la necesidad de libertad femenina que me ha despertado este máster es una necesidad como mujer. Un libro que me abrió los ojos por muchos motivos fue No creas tener derechos. Al acabarlo me vi inmersa en una cuestión fundamental que antes no me había planteado. En el texto habla de la libertad sexual ante el aborto. Pero parte de otro lugar. Antes siempre había vivido esa libertad sexual posicionándome a favor o en contra pero he aprendido que de esa forma dejamos de ser libres para estar a un lado u otro del patriarcado. En el libro se cuestiona el conocimiento del propio cuerpo y partir de nosotras a nivel sexual en vez de seguir perpetuando las relaciones sexuales estándares desde una mirada masculina. Cambiar el paradigma es un trabajo profundo pero increíblemente valioso y enriquecedor. Sentía que debía madurar las palabras que iban despertándome algo dentro. Poco a poco iba escuchando a mi propio deseo, a mi propia pasión. Buscando un lugar en mí donde colocar todo lo que me iba resonando.

    Mi cambio interior fue haciendo mella en mi vida en la escuela. Mi trabajo como maestra fue abriéndose para dar paso a pequeñas dosis de libertad. Sin tentación al amiguismo. Sin medidas políticamente correctas. La libertad se enseña con libertad, decían las beguinas, y entendí que se enseña libertad dando clase con libertad. Sin comparar niños con niñas. Dándoles espacio a ser. Eso sí, sin abandonar el trabajo de mediación sobre todo en la violencia contra las mujeres. Un caso concreto que he vivido este curso ha sido mi cambio de mirada en ese dejar ser de cada quien. En el proceso de cambio metodológico que estamos implantando en nuestra escuela existe un punto importante en referencia al espacio exterior. Observamos que los deportes expansivos como el fútbol o el básquet o cualquier otro, ocupa todo el patio. En la mayoría de ocasiones esos deportes son practicados por niños, dejando a las niñas arrinconadas en los laterales de la pista. En un primer lugar mi sensación fue de injusticia. En una segunda observación, haciendo partícipes a las alumnas, detecté que muchas de las niñas prefieren tener espacios de acogida. Espacios tranquilos. Espacios en grupos pequeños. Espacios en los que hablar y moverse con tranquilidad. Así que no es cuestión de incorporar a las niñas al espacio común, es darles espacio a su modo. Respetando sus deseos. Teniendo en cuenta sus necesidades propias, desde su infinito propio. Por tanto decidimos darles espacio en aulas como la biblioteca o los porches del patio haciendo de ellos espacios confortables y tranquilos donde se sintieran cómodas. Feminizar la escuela consiste en traer el orden simbólico de la madre al aula. Así como la lengua materna. La lengua del amor. Fundar la escuela en relación. Sin individualismos. El uso de la lengua es indispensable como bien dijo María Milagros Rivera en el diálogo magistral de hace unas semanas.

    Por otro lado, dejé de asistir de forma regular a conferencias políticas feministas en lugares como Ca la Dona o Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona. Me sentí lejos del movimiento feminista de la igualdad. Siempre había defendido la equidad en los cuidados. La política de izquierdas nombra tareas a los cuidados y yo siempre me había considerado de izquierdas, incluso comunista. Paré a observar a mis amigas que son madres. Vi que dar a luz, hacer crecer, amar, enseñar a hablar, era enseñar orden simbólico, enseñar la competencia de estar en el mundo. Así que entendí que ellas no lo consideran tareas. Cuando ellas compartían su experiencia, sí creían injusto que sus compañeros no se hiciesen responsables de la limpieza, la ropa, la cocina pero no del tiempo que pasaban con sus hijos e hijas. Recuerdo el término prácticas de creación y recreación de la vida y la convivencia humana, que me hizo ver de otro modo a mi madre. Una mujer que dedicó toda su vida a cuidarnos, a mí y a mis hermanos. También a mi padre. En ese momento fui capaz de ver más allá, reconociendo sus saberes y su obra materna. Ella creó un hogar donde sustentó la vida. Dar valor a los cuidados y la necesidad de alimento de los seres humanos para la supervivencia es destacar el papel de las mujeres en las economías de sustento y nombrarlas como agentes activas en la culturalización basada en la vida. Y sí, mi relación con mi madre dio un vuelco, sobre todo tras leer El orden simbólico de la madre (Roma, Editori Riuniti, 1991. Madrid, horas y Horas, 1994) de Luisa Muraro. Entender el punto de partida de nuestra existencia como simbólico en nuestra cultura es algo que lo cambia todo. Mi madre pasó a otro lugar en mi vida. Quizá vuelve a donde debió estar siempre. Le debo mi ser, mi palabra, mi voz, mi simbólico. Mi medida. El amor. Y sí, quizá en ocasiones me he sentido distante a ella. Nuestra relación es complicada aunque (y por supuesto) nos queramos y admiremos mutuamente. Siento autoridad respecto a ella y sé que ella hacia a mí. Quizá de distinta manera. Pero ese esperar de la otra, tanto ella de mí como yo de ella desde nuestra propia mirada de necesidad a veces acaba en frustración. Aun así, la miro con otros ojos.
    Otro hecho que también me distanció del feminismo de la igualdad es algo que siempre me ha chirriado: la legalización de la prostitución. Algo ferozmente patriarcal. He participado en debates sobre este tema que no se acababan nunca. Entiendo la legalización de la prostitución como la legalización de la esclavitud. Una profesora del máster me dio medida mostrándome que la prostitución de mujeres es una barrera simbólica ferozmente sostenida. Y sí, así lo entiendo yo también.

    Este máster me ha mostrado la importancia de la toma de conciencia femenina de desear algo que parte de mí, de mis deseos. Pensar en que poseemos un deseo original que ya tenemos en nosotras pero que debemos poner conciencia para dejarlo surgir. Reconocerme y hacerme reconocible es un trayecto que va de la mano con la relación con otras mujeres. En un primer momento dudé acerca de la comunicación online del máster. Pensaba que la distancia física repercutiría en la práctica de la relación. Me equivoqué. La entrega de las profesoras y sus ganas me transformaron. Valoro su desnudez. Su franqueza. Su partir de sí. Mediante la escritura. Fui encontrando mis propias palabras para describir todo lo que me estaba sucediendo. Mis dudas. Los chats se convirtieron en espacios de intercambio de ambiente cálido y cercano. De reconocimiento. Entendí que la escritura femenina parte de sí. Ese sí que es la experiencia vivida en nuestro cuerpo sexuado. Haciendo uso de la palabra. Una palabra que viene de la relación con nuestra madre y el diálogo con ella. Parte de nuestro ser y relacionarnos en el mundo. Personalmente el uso de la escritura me abre horizontes y tiende puentes. Dar palabra a lo que siento en momentos concretos va más allá de las reglas patriarcales limitantes. Escribiendo siento que expando mi infinito propio. Hago y deshago. Soy capaz de dejar fluir mi creatividad, mis conocimientos, mis saberes. En momentos de soledad cojo papel y lápiz y escribo. Después lo leo y reescribo mis palabras. Pongo en orden mis sentimientos, mis vivencias y analizo adónde voy. Mi experiencia de vivir en un cuerpo femenino. Y ahí aparece el segundo, y segundo paso, más complicado creo yo, como ya he dicho anteriormente. Al otro sí. El de afuera. Yo y lo otro.

    Por último decir que este máster me ha enseñado que tenemos frente a nosotras la posibilidad de estar en el mundo del modo en que queramos. Mi estar en la universidad ha cambiado. La autoridad femenina que se genera en este máster genera una grandeza que se contagia. Como sucede con la experiencia de libertad. Y entendí que el significarse mujer es el centro de la docencia de Duoda. Gracias.
    Junio 2017.


    (Júlia Garcia está acabando el programa del Máster en Estudios de la diferencia sexual) www.ub.edu/duoda/web/es/cursos/6

    Universidad de Barcelona
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