LA VANGUARDIA - OPINIÓN - 17/12/01

Parábola de las tres monas

  RAMON VALLS


Sea el día sexto de la creación, o sea, el de la creación del hombre. O, si lo prefieren, el día de la hominización. Anoche la mona A se acostó mona. Mientras dormía, mutó y hoy ha despertado humana. Ha bostezado, se ha sentido un poco rarilla, ha visto que pierde pelo, pero tiene hambre como cuando era mona. Sale, pues, de la cueva en busca de desayuno. Ve que del banano próximo cuelga una banana apetitosa y adelanta hacia ella la mano, ayer zarpa. Ocurre sin embargo que de la cueva contigua sale otra mona con los mismos síntomas y gestos. Mutó también probablemente mientras dormía. La llamaremos mona B. Las dos se miran y rectifican la dirección de su garra. La dirigen ahora hacia la mona vecina y mientras cruzan miradas navajeras pronuncian la primera palabra humana, mismamente como ayer: "Grrr". Y piensan que la cosa pinta mal porque ambas temen por su vida. Ven entonces que por allí cerca pasa la mona C. Tienden un dedo, lo doblan hacia sí y la llaman con un "psst". Le dicen: "Las dos queremos la banana, pero como no queremos morir por ella, di tú qué hacemos y te obedeceremos". El Estado ha sido inventado. La mona C ha sido llamada a poner ley y orden.

Hasta aquí Thomas Hobbes (Leviatán, XVII) pasado a parábola por mí. Orillemos el problema que plantea la comida de la mona C (impuestos) y prosigamos: ¿qué dirá sobre la comida de las monas A y B? Dado que no puede multiplicar la banana, sólo le quedan básicamente dos soluciones, malas las dos, por cierto: decretar la partición de la banana o darla entera (impuestos deducidos) a una de las dos monas, mientras promete confusamente a la otra que ya comerá mañana (si riega el banano). En la primera hipótesis las dos monas se quedan con media hambre, es decir, insatisfechas, y en la segunda, aunque una mona quede contenta de momento, la otra se larga maldiciendo la hora en que pactó la fundación del Estado.

Moraleja: miente el político que promete solucionar el problema de una vez por todas y miente el que pide más tiempo en el cargo para rematar la faena. Mienten porque ningún Estado dispone de la estupenda solución a gusto de todos. El equilibrio más ingenioso y mejor logrado será inestable y pasajero porque siempre contará con hambrientos esperando mesa. El arte del político, en definitiva, consiste en administrar descontentos, ya que sólo puede refrenar el conflicto mediante la alternancia de los que aplauden y los que protestan.

Añadamos que la mona C no es la mona A ni la B. Ella se tiene por mona sabia porque se sienta en un sillón más alto, y como no está dispuesta a que cada día le cuestionen el cargo, se verá obligada a mantener un equilibrio fino entre el consenso siempre precario de los representados y un cierto despotismo que será ilustrado si de verdad busca "el bien del pueblo".

Escribo cosas desagradables porque las creo verdaderas, aunque también es cierto que necesitan el complemento de la moral. No todo son intereses y utilidad. Hay también valores de dignidad y justicia que deben incorporarse a la política. Deben. Eso es precisamente la moral, deberes. Y yo no dudo de que moral y política han de ir juntas, porque, cuando se separan, es fatal la catástrofe. La política es entonces pura y simple continuación maquillada de la guerra de intereses. La cuestión más ardua, sin embargo, sigue en pie: ¿cómo se introducen en la política los deberes que no aportan beneficios o utilidad económica? ¿Sobre qué base material han de apoyarse? Diré algo otro día. Hoy he querido solamente subrayar algo que no podemos olvidar. El chiringuito estatal, legislador y sancionador, nos es necesario sea cual sea su territorio si no queremos despedazarnos a zarpazos los unos a los otros, porque el derecho sigue siendo el mejor invento de la humanidad que, a trancas y barrancas ciertamente, actúa como condición previa para lograr paz y prosperidad.

R. VALLS, profesor de Filosofía


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Última actualización: 12/09/03