LA VANGUARDIA - OPINIÓN - 04/11/01

El último tabú en nuestras sociedades modernas

  JESÚS BUXÓ I REY, Catedrática de Antropología Social de la Universidad de Barcelona

Sorprende que, siendo la muerte un aspecto tan decisivo de la historia de nuestras vidas y un punto culminante del simbolismo ritual en todas las culturas, sea ahora una temática encubierta que, sin embargo, transita constantemente entre toda suerte de eufemismos y espectacularidad en los medios de comunicación. La razón de este encubrimiento hay que buscarla en que la muerte ha pasado a ser el último tabú en nuestras sociedades y, virtualmente, uno de los objetivos tácitos más importantes en la reconfiguración de los viejos mitos y la manipulación ideológica de la eterna juventud y el progreso. En efecto, la muerte forma parte del origen sexual de la vida humana, la reproducción no es por división celular indefinida, sino por la fusión aleatoria de células del sexo opuesto, de ahí que la condición de la vida sea la muerte. La superficialidad y el trasiego mediático del simbolismo sexual ha descentrado su primacía en la reflexión social de Occidente y ahora es la muerte la que ocupa los espacios de control sobre la propia corporalidad, la enfermedad, la accidentalidad viaria, así como los discursos del riesgo, sea ecológico o biotecnológico.

Hasta hace relativamente poco el tema sobre el cual se centraba la sanción moral y la represión ideológica era la sexualidad, y la apertura democrática se ha vehiculado mediante la ruptura de eufemismos, la erotización de la moda y ya no digamos el discurso publicitario que no repara en sexualizar toda realidad imaginable desde colonias hasta coches. Ahora, ante la preocupación y la incertidumbre que generan los cambios globales y los avances en ciencia y tecnología, el debate intelectual, político y social se sitúa en los desequilibrios y la desclasificación de las categorías de vida y muerte, y se desplaza del peligro al riesgo, esto es, no como algo que adviene, el morirse de mortalidad, sino como resultado de la construcción de nuevas realidades biotecnológicas. De ahí que crezcan las normas de control en forma de legislación, protección e intimidad sobre situaciones sociales como el aborto, la eutanasia, el suicidio asistido, la donación de óvulos, la reproducción asistida, la clonación. Normativas que no constituyen mecanismos de aprendizaje social y por ello no ayudan a descargar el ambiente social de miedos y actitudes ambiguas.

Desde siempre los seres humanos han pensado la muerte para explicar la vida, entender la ausencia, resolver el dolor, reorganizarse socialmente; de ahí que la muerte también esté presente en las elaboraciones simbólicas de los rituales relativos a las crisis de adaptación, cambios de edad y de estatus. La muerte es parte integral del ciclo de vida, pero su carácter impredecible y misterioso genera en la conciencia humana una gran ansiedad tanatofóbica. Las sociedades humanas han tenido que resolver la muerte psicológicamente por medio de la única arma real, potente y eficaz que posee el ser humano: el simbolismo. Al no representar estrictamente la realidad, el simbolismo constituye una fuerza trascendente y crea una realidad cultural que explica la muerte de diversas maneras.

Todas las culturas enseñan a elaborar con imágenes y emociones el temor a la disolución de la identidad personal, desde la experiencia primigenia del chamanismo hasta los relatos tibetanos del Bardo Todol, "El libro de los muertos" del antiguo Egipto, los misterios de Eleusis y el "Ars moriendi". El simbolismo ritual de la muerte ayuda a entender esotéricamente el proceso de la vida como un viaje de gran valor iniciático en busca de uno mismo ya que las pruebas y los combates no sólo ayudan a superar las penalidades de la vida, sino también a conquistar los miedos. Y en todo descenso o entierro, siendo la tierra el símbolo de la madre, se representa la vuelta al claustro materno y el renacimiento. Así, morir es nacer.

En unas culturas integran la muerte en una interacción animista entre los seres humanos, los espíritus y las cosas materiales; en otras, se explica como la culminación de un proceso, siendo el triunfo de la muerte la negación de la vida material y, a la vez, la apertura a la vida espiritual. Y, aun en otras, la muerte es una metamorfosis que culmina en la reintegración al proceso de vida mediante la propia reencarnación o el renacimiento a través de la descendencia.

Tan importante como pensar la muerte son los ritos esotéricos y las expresiones funerarias. Todas las acciones rituales relativas a las crisis más importantes de la vida las dramatizamos en forma de muerte. En los ritos tanatomiméticos, el tránsito o la liminaridad implica ejercitar la experiencia de la muerte inducida mediante la alteración de consciencia sea a través de la meditación, las drogas y el trance místico. Conseguir la disolución personal mediante la muerte aparente ayuda a superar el egocentrismo y enseña a ser maestro del propio yo y con ello adquirir conocimiento y liberar miedos. A nivel exotérico, las expresiones funerarias revelan formas de domesticar la muerte propia y de los demás desde la extravagancia de los ritos funerarios, las pompas fúnebres y la estética de la muerte romántica hasta la racionalidad impuesta en las escenas serenas de la muerte en el lecho familiar, las recomendaciones testamentarias sobre la sepultura y los rezos y la transmisión posmórtem de la propiedad. Y entre estética y racionalidad, ante el miedo profundo y la desolación que produce la muerte, el rito mortuorio sirve popularmente para celebrar la vida: se come y se bebe a modo de compensación simbólica para recuperar el equilibrio emocional y el orden social que se ha alterado con la pérdida de un miembro de la comunidad. De ahí la expresión "el muerto al hoyo y el vivo al bollo".

El mundo moderno nos atrapa en una conceptualización de la muerte que sigue anclada ambiguamente entre la ansiedad y la negación por no saber cómo tratar al moribundo y la incertidumbre del después, y que ahora, sin el entorno simbólico de antaño, se diluye en la asepsia de los hospitales y la burocratización de las funerarias. Nunca mejor usada la expresión de "sacarse el muerto de encima", ya que en la higiene médica y funeraria el propósito no es socializar ni trascender la muerte sino ignorarla, porque en un caso constituye un fracaso y en el otro se disfraza rejuveneciendo al cadáver como un logro tecnológico para la perpetuación eterna del yo personal prolongando el ideal de juventud más allá de la vida.

Subyace a este propósito una ideología que concibe la muerte por radical oposición a la vida y en la que concurren en complicidad las ideas de progreso y tecnociencia. Desde la perspectiva del progreso, la muerte es el fin de las posibilidades humanas, la inactividad, la ruptura de un estilo de vida estructurado sobre el dinamismo del conocimiento experto y la economía. Sólo está vivo aquel que produce y consume y la muerte sólo interesa cuando produce dividendos, con lo cual bien cabría decir que la economía es elevada a la categoría de teología. Y en cuanto a las propuestas biotecnológicas, éstas abren otras incertidumbres que siguen activando el imaginario de la corporalidad y ocupando espacios de preocupación normativa sobre el control de las estructuras celulares y moleculares que determinan las características físicas y mentales, y no sólo en el territorio de la mortalidad o la inmortalidad de las transformaciones y las transferencias del cuerpo genético y la identidad personal, sino también en la codificación de la mente humana hecha inmortal mediante la virtualidad del ordenador, así como todas las perversiones que puede conllevar el error informático en su capacidad para matar y resucitar identidades. Por otra parte, la negación, la impersonalidad, la burocratización y el montaje consumista de la muerte nos llevan a una actitud de indiferencia y frialdad hacia la vida misma. De lo cual deriva el vandalismo, la accidentalidad viaria, el terrorismo y el genocidio, que, incluso cuando transitan como noticias sin fin en los medios de comunicación, dejan absolutamente indiferentes a la audiencia de niños y adultos. Sin contar con otras formas de manipulación de la muerte por parte de los sistemas de poder político que acentúan unas muertes y dejan de lado otras.

Entre la comprensión vulgar de la muerte en forma de resignación o esperanza consoladora como paso para una comprensión mayor del más allá y la negación sistemática de su sentido en la vida, se impone una reflexión que nos ayude a conciliar la muerte con la dignidad humana. Pensar la muerte y el morir no nos enfrenta a misterios, sino a problemas de responsabilidad social, cultural y bioética.


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Última actualización: 12/09/03 12:48:44