EL PERIÓDICO - LOS SÁBADOS, CIENCIA - 05/10/2002

Malaria y mal aire farmacéutico

  DR. JOSEP EGOZCUE

Catedrático de Biología Celular (UAB)

La erradicación de la pandemia no depende del genoma del mosquito y del parásito que la transmiten, ahora descifrado, sino de si las multinacionales invertirán más para hallar un fármaco

La malaria (mala aria, enfermedad del aire malo) o paludismo (enfermedad de los pantanos) es un gravísimo proceso que afecta a personas que viven cerca de aguas estancadas en las que, en climas cálidos, pueden reproducirse los mosquitos del género Anopheles, transmisores del parásito que provoca este cuadro patológico, un protozoo del género Plasmodium. La enfermedad se conoce de tan antiguo que figura en los textos griegos de Hipócrates, y su erradicación en los países desarrollados no se ha conseguido hasta hace relativamente pocos años.

Los primeros intentos de tratamiento de la malaria se llevaron a cabo con la quina, corteza del quino, importada de Perú por los conquistadores españoles, que observaron que los indígenas la utilizaban para paliar los efectos de la enfermedad, y de la que más tarde se obtendría la quinina. El uso de medicamentos más modernos ha representado un avance parcial, junto con el empleo de insecticidas, pero el problema persiste por la aparición de cepas del parásito resistentes a la medicación, y de mosquitos resistentes a los insecticidas, y también porque no hay una lucha masiva contra el proceso. Las vacunas, como la del conocido doctor Patarroyo, tan ampliamente publicitadas en los medios de comunicación, han resultado ineficaces. Y los elogiables intentos de terapia combinada, como los utilizados por el Departamento de Medicina Tropical del Hospital Clínico de Barcelona, insuficientes.

En muchos países de América, Asia y especialmente África, la malaria es una de las epidemias más mortíferas que existen en la actualidad. Los muertos que produce cada año, más de un millón de personas, especialmente niños, son una lacra que el mundo civilizado no ha podido, pero especialmente no ha querido eliminar. El problema radica en que las multinacionales farmacéuticas (de capital privado) no están interesadas en desarrollar fármacos para países y enfermos que no pueden pagarlos. En cambio, los científicos (que en este caso trabajan con dinero público) sí se han aplicado en desvelar la secuencia del genoma, tanto del mosquito como del parásito, para intentar encontrar estrategias que permitan frenar, reducir y, finalmente, eliminar la epidemia. Entre ellos se cuentan los doctores Guigó y Abril, del Centre de Regulació Genòmica de Barcelona, que ya participaron con sus programas informáticos en la secuenciación del genoma humano.

El problema reside ahora en que conocer la secuencia de un genoma no significa saber cómo funciona, ni siquiera en el caso de este mosquito y de este parásito, de los que se conocen ya las funciones de diversos genes, importantes en el ciclo infeccioso. Pero, como ha indicado honradamente el doctor Gardner, director de la investigación, conocer el genoma no significa saber cómo tratar la enfermedad. Prueba de ello es que se han propuesto diversas estrategias preventivas o curativas, de las cuales ninguna resulta mínimamente convincente, lo que indica que los especialistas no saben muy bien cómo enfrentarse al complejo proceso involucrado en esta enfermedad.

Dejando aparte el valor científico de los hallazgos, existe una posible solución al problema de la malaria que es relativamente simple: multiplicar por 10 la inversión anual que se dedica a su prevención y erradicación. El desarrollo de la ciencia es importante, pero más importantes son las vidas humanas. Que en pleno siglo XXI el mundo supuestamente civilizado no consiga solucionar problemas tan sencillos como la malaria (con una inversión irrisoria si se compara con los gastos de investigación militar), el sida (que se encuentra en un buen camino, gracias a la aplicación de la suspensión de patentes por razones de emergencia en países como África del Sur, Brasil o China), o la terapia regenerativa (que tan sólo depende de decisiones administrativas que permitan el uso de células madre embrionarias) hacen que, a menudo, debamos avergonzarnos de nuestra condición de miembros de la especie humana.

 


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Última actualización: 12/09/03