ÀNGELS GALLARDO
BARCELONA
• La técnica permite el cambio de cara, pero su repercusión ética
cuestiona que sea legalizado
• El receptor del tejido facial necesitaría una intensa preparación
psicológica, dice un experto
Descartada la posibilidad de que algún día se trasplante un cerebro
humano, la incorporación de una cara ajena, que sustituya los rasgos que
han identificado al individuo receptor, se ha convertido en el límite
definitivo de este tipo de cirugía. La técnica quirúrgica está a punto
de superar, si no lo ha hecho ya, los riesgos vasculares que implicaría
un trasplante del tejido facial completo, aseguran los responsables
sanitarios. Lo que mantiene la imposibilidad legal de intentar este
trasplante en España, y en el resto de la UE, no es una barrera técnica,
sino ética.
"No tengo dudas de que ya es posible, y hay cirujanos preparados para
hacerlo, pero antes de autorizar un trasplante de cara deberemos valorar
si vamos a mejorar la salud del receptor o le crearemos un problema",
afirma Jordi Vilardell, director de la Organització Catalana de
Trasplantaments, adscrita a Sanitat. "La incógnita del resultado, y el
hecho de que el estado de la cara no es un factor que ponga en peligro
la vida, son elementos que frenarán que se llegue a permitir", añade
Vilardell.
Un eventual trasplante de cara se aplicaría, siempre, a personas que han
sufrido la destrucción facial por un traumatismo: un quemado, las
secuelas de un cáncer, una herida de bala o una malformación congénita.
No se aceptarían razones estéticas.
"Está en juego la identidad psicológica del enfermo --advierte Vilardell--.
El receptor de una cara ajena no sólo debería ser informado, sino que
sería imprescindible estar seguros de que ha entendido el significado
del cambio facial. Creo que necesitaría una preparación extraordinaria
para que, al despertar de la anestesia, no se rechazara a sí mismo".
EL ENVEJECIMIENTO
La necesidad de aceptar una nueva identidad al mirarse al espejo no
sería un problema insalvable, a juicio de María Casado, directora del
Observatori de Bioètica de Catalunya. "Si los riesgos técnicos están
superados, y no se trata de hacer ciencia ficción, creo que un
trasplante de cara sería positivo", afirma. "No estamos hablando de una
mejora estética, sino de reparar situaciones muy graves, por ejemplo,
las de aquellas mujeres a las que les rociaron la cara con ácido y se
convirtieron en casi un monstruo".
Casado considera que todos los seres humanos se enfrentan constantemente
a crisis de identidad. "A medida que envejeces, te sorprendes viendo que
ya no eres aquella adolescente ideal", asegura. "Si alguien sufre un
trauma importante, siempre le será más beneficioso recibir el tejido
facial de otro que llevar una máscara. El riesgo de rechazar su
identidad existe, pero es superable".
IRRECONOCIBLE
El anonimato del donante no se vería alterado en el caso de un
trasplante de cara, opina el doctor Vilardell. "Nadie asociaría dos
caras por más que su tejido muscular fuera el mismo. No existen dos
estructuras óseas idénticas. Nunca sería reconocible".
Lo que no hay que olvidar, añade, es la tendencia de los receptores de
órganos a establecer una relación especial con el donante, al que no han
conocido. "Crean fantasías sobre la persona que les ha salvado la vida y
sienten una gratitud infinita hacia ella", explica Vilardell. "Con
frecuencia, ponen la mano en el órgano recibido, imaginando cómo sería
su donante. No sé qué sucederá en el caso de la cara", añade. El
receptor de un trasplante de mano en Holanda, recuerda, la ha repudiado.
OPINIÓN // EL APUNTE
Piel y personalidad
JOSEP EGOZCUE
CATEDRÁTICO DE BIOLOGÍA CELULAR (UB)
Trasplantar una cara no es colocar la de un cadáver a otra persona, sino
usar músculos, huesos y piel para reparar un rostro deformado por un
accidente o un cáncer. El trasplante es posible, pero se le oponen
razones médicas y psicológicas. Médicamente, el probable rechazo debido
al exceso de piel utilizada es solucionable. Los psicólogos plantean la
dificultad de aceptar una cara distinta a la propia. Pero pregunten a
los pacientes --y no a los psicólogos-- si prefieren su cara desfigurada
o una nueva. Incluso con riesgo de rechazo, porque la personalidad no
reside en el rostro.
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