LA VANGUARDIA - 12/04/02

Reválida sí, reválida no

  

LA PARTICIÓN DEL sistema educativo en público y concertado perpetuará la división entre las dos Españas

RAMÓN VALLS

Catedrático de Filosofía y Síndic de Greuges de la Universidad de Barcelona

Pasada la ley de Universidades, la polvareda sobre la enseñanza se centró primero en la reválida. Comprendo que los alumnos se opusieran porque yo, cada año, deseo gritar con spray que muera el IRPF. Los profesores, hablando en privado, no veían del todo mal la restauración de la reválida. Al fin y al cabo, la educación debe ejercer cierta violencia sobre la naturaleza porque la naturaleza es por su parte reacia a la civilización. Se sigue de ahí que un empujón para que el estudiante estudie nunca está de más. En público, sin embargo, los profesores miraban hacia otra parte porque no querían ver un insulto en la pizarra a la mañana siguiente, y sabiendo además que la reválida podía ser un control indirecto de su trabajo, también era natural que la perspectiva no despertara su entusiasmo. Ellos tampoco querían ser examinados.

En el fragor de la controversia oí a un profesor universitario que, después de pegarse a sí mismo la etiqueta de científico, opinó que lo importante de un sistema educativo no son los exámenes, sino los conocimientos que transmite, cómo lo hace y qué resultados obtiene. Tiene razón, pensé. Tanta como Perogrullo. Pero después recordé que cualquier poder que no se somete a control ajeno se descontrola. La alternativa entre mejorar la manera de enseñar o introducir un examen es falsa. Hay que enseñar bien, por supuesto, pero hay también que presionar y vigilar para que el tinglado educativo no se descontrole.

Ahora la discusión se ha desplazado a asuntos más sustanciales, aunque la reválida siga valiendo como metáfora de la educación entera. El borrador de ley es prolijo, pero después de asumir el aburrimiento de leerlo, veo que contiene un conjunto de vaguedades que apuntan a objetivos indiscutibles, pero que después de los reglamentos que seguirán puede ser que de cobijo a aciertos o disparates. Se verá. Sin embargo, a propósito de financiación y tratando de subvenciones a los centros concertados, he dado con una vaguedad que además es graciosa. Dice que "en la medida de las disponibilidades presupuestarias" las autoridades educativas darán a los concertados (abreviando) lo que pidan. El control, claro, no lo ejercerá una instancia externa, sino el mismo que reparta el dinero.

No puedo decirlo todo. Sin embargo, lo que me parece más importante para el futuro del país es algo que por lo que voy viendo no tiene arreglo. Me refiero a la partición del sistema educativo en público y concertado, que tal como está planteado, perpetuará la división entre las dos Españas. Por un lado, los que no pueden seleccionar ni expulsar. Éstos recogerán inevitablemente lo que los otros no quieran: beneficencia pública. Los otros seguirán con sus filtros más o menos ideológicos o clasistas, y continuarán disponiendo de mecanismos de expulsión según su criterio. Resultado: elites sociales. En Alemania, todos los niños van a la escuela juntos y juntos reciben una enseñanza común. Después se bifurcan, desde luego, porque no todos pueden ni quieren ir a la universidad, pero la base verdaderamente común está puesta. Todos han aprendido juntos que "tiene que haber un orden" y el país es uno a pesar de federalismos y diferencias entre prusianos y bávaros.

No sé si poseer la mayoría absoluta le convence a uno de que tiene la verdad absoluta. Seguramente ya antes estaba convencido. Pero sí sé que quien tiene la mayoría absoluta está bien cierto de que su borrador será verdad legal dentro de pocos días. Puede ser que la señora Castillo, porque lo mandan de arriba, deje que la señora Gil contente autosatisfacciones mediante algún cambio en el borrador. No será porque la mayoría absoluta lo exija, pero la política tiene también necesidades decorativas. Todo eso ¿está bien o mal? Yo sólo digo lo que pasa.


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Última actualización: 15/09/03