LA VANGUARDIA - 31/12/2000
UNA CONVIVENCIA BASADA EN LA LIBERTAD

  DR. RAMÓN VALLS

Catedrático de Filosofía y Síndic de Greuges de la Universitat de Barcelona

Que mañana entramos en el siglo XXI y, de paso, en el III milenio, es convención. Ni el calendario astronómico ni el cultural avalan la fecha, porque los siglos no los cuentan las estrellas, ni los cambios sociales ocurren cada cien años justamente. El siglo XIX fue largo porque corrió entre la Revolución francesa y la Guerra mundial I. El XX ha sido corto porque la invención del chip y el descubrimiento del ADN iniciaron la Revolución tecnológica a poca distancia del cambio de coordenadas políticas provocado por la caída del muro de Berlín. Valga pues la fiesta para meditar sobre convenciones.

La primera es la paz. Sólo mediante el pacto escapamos los humanos al conflicto e inauguramos prosperidad y dignidad. Los acuerdos de paz, sin embargo, no son fáciles porque han de sumar al miedo a la muerte alguna esperanza de bienes a los dos lados de la trinchera. Así nacieron las sociedades civilizadas y el derecho internacional, y sólo así avanzaremos hacia la comunidad humana. Decía Keynes que mejor pactan la paz pocos diplomáticos experimentados que muchos nacionalistas, cuando éstos abrigan la falsa idea de que a su pueblo le irá mejor cuanto peor le vaya al vecino.

Hoy los procesos que definen los nuevos tiempos ya están en marcha. Las primeras novedades tecnológicas las tenemos en el plato y en los hospitales, y lo que pueda hacerse mañana, se hará. Por curiosidad científica o por negocio, en laboratorios conocidos o encubiertos, alguien está cambiando nuestra vida y más la cambiará. Eso no hay quien lo pare. Sin embargo, porque navegamos hacia lo desconocido, es lógico preguntar al ojo de la razón hacia qué tierras nos dirigimos. Pero a los que anuncian paraísos o infiernos no hay que hacerles mucho caso porque lo que está por venir no lo saben. Y depende, además, de lo que nosotros mismos (racionales a ratos) hagamos. El futuro no es objeto de ciencia, sino sólo de temores y esperanzas. Y por eso los mares desconocidos se pintaban poblados de monstruos junto a rutas hacia riquezas legendarias. Esperando pues poner la técnica al servicio de los humanos y temiendo al mismo tiempo que cualquier aprendiz de brujo produzca realmente alguna monstruosidad, proyectemos el futuro para disciplinar lo que viene.

La pregunta sobre lo que hay que hacer es, de entrada, político-jurídica porque a la libertad de investigación y experimentación hay que ponerle norma. Dado sin embargo que política y derecho remiten a la ética, la respuesta ha de comprender los valores que debemos llevarnos en el baúl de viaje. De momento, el espacio a compartir está poblado por gentes distintas y guerras, y dentro del pluralismo que no podremos evitar es insensato querer cimentar la paz sobre cualquier clase de moralidad compacta. Por esta razón y porque se precisa un mínimo moral compartido, hemos de propagar democracia y derechos humanos mediante la educación, entendiendo que la democracia política no puede consistir en meras reglas formales o de procedimiento. Tiene su raíz en el valor material o de contenido que es la libertad de todos. Y éste es valor previo a la política que ninguna mayoría formal puede conculcar. En él, en la libertad individual, reside la primera autonomía o soberanía que las otras soberanías políticas han de respetar. Después, sobre esta base, exploremos el federalismo sabiendo que foedus significó tratado o pacto que valía como carta de libertad. Un federalismo puesto al día tendría hoy que valer como instrumento para anudar la soberanía individual a la soberanía política de los grandes espacios. Las soberanías intermedias se legitimarían entonces por representación de la primera y por el pacto constitutivo de la segunda. Remachando en fin que paz y vida son indignas, cuando no respetan por encima el valor libertad.


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Última actualización: 19/03/02