LA VANGUARDIA - 05/02/2001
DIÁLOGO BLANDO, DIÁLOGO DURO

  DR. RAMÓN VALLS

Catedrático de Filosofía y Síndic de Greuges de la Universitat de Barcelona

Desde que Gemma Nierga se saltara el guión de lo políticamente correcto y pidiera a los políticos que hablaran, las demandas de diálogo han abundado tanto que nadie se atreve a decir que él no quiere dialogar. No sería, digamos, éticamente correcto. Pero todos olvidaron pronto que aquella petición (ustedes que pueden, hablen) venía después de dar por sentado que Ernest Lluch habría hablado incluso con los que le mataron (y ellos le habrían rematado, pienso yo). Se pedía, por tanto (parece), que los políticos restantes hicieran lo que él ya no podía hacer, o sea, iniciar el diálogo con el núcleo duro del problema. Simplificando: Todo el mundo quiere (¿?) dialogar, pero nadie con los mismos. El PP (con reticencias) con el PSOE, el PSOE (con reservas) con el PNV, el PNV (con disimulos) con ETA. Y los llamados catalanes con todos y con ninguno (porque con las manos vacías poco se puede negociar). Mientras tanto no faltan los que piden que antes se aclare de qué se debe hablar y con quién. Suma y sigue de sangre, confusión e ineficacia. Ya no sabemos, ni tan siquiera, con que bandera hay que amortajar a Lluch, puesto que (según parece) sólo queda disponible la del Ayuntamiento de San Sebastián. El asunto es muy grave por sus dos extremos, por la violencia que llega hasta la muerte y por la ineficacia para atajarla. Y si hasta aquí he puesto demasiados paréntesis no es para hacer gracia, sino para dejar claro que pisamos un campo sembrado de minas en el que no se puede entrar sin la precaución de los matices.

En esta situación no podemos ser ingenuos. Y lo somos, cuando afirmamos que hablando se entiende la gente, porque no es verdad. Hablar enreda muchas veces los pleitos porque el lenguaje no sólo manifiesta sino que también oculta, disfraza, agrede y blinda. Pero además, hay intereses contrapuestos que la buena voluntad no puede componer como si se tratara de las piezas de un puzzle. Los intereses reales siempre son de alguien y son, por tanto, particulares. El bien común, tan invocado como objetivo de las buenas voluntades, es sólo un horizonte ideal que deja pendiente a quien beneficiaría ese bien común. ¿A toda la humanidad presente y futura? Si hay conflicto ¿beneficiaría también a los del otro bando? Un ejemplo, para que se entienda: ¿Hay aquí y ahora un bien común a tiendas y grandes superficies? Como vió Isaias Berlin, nada nos asegura que los intereses contrapuestos sean conciliables. Más bien lo contrario. Llamo pues blando al diálogo que confía en dos buenas voluntades que sentándose con paciencia podrían llegar a un acuerdo. Este diálogo es moralizante y, en política, estéril.

El diálogo político, si es realista es siempre duro. Quien observa el reparto de subvenciones o la concesión de licencias puede incluso llegar a pensar con Carl Schmitt que las categorías fundamentales de la política son amigo/enemigo. En cualquier caso, lo que me hacen los etarras es guerra, aunque yo la crea muy injusta y cruel. Y cuando hay guerra de verdad, las dos partes sólo se sentarán a hablar si han empezado a temer que no la pueden ganar. Supuesto sin embargo que al comienzo del diálogo sólo hay pistolas encima de la mesa, habrá que añadir entonces alguna oferta tentadora que dé cuerpo a las ventajas de la paz. Quien nada ofrece hace el ridículo. Claro que cualquier oferta implicará un sacrificio, por lo menos parcial, de los propios intereses, pero de lo que se trata es de pérdidas y ganancias.

Los beneficios que se esperan de la paz han de superar la carga de la guerra ya insoportable. Si no, seguiremos inmovilizados por las mieles falsamente morales del diálogo blando. Finalmente, si quien ha de hacerlo, se decide a dialogar, aprenda también a callar. Cero de publicidad, porque la necesidad de contentar a la clientela impide la franca dureza del diálogo realista.


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Última actualización: 19/03/02