LA VANGUARDIA - 07/06/2001
FALACIAS POLÍTICAS

  DR. RAMÓN VALLS

Catedrático de Filosofía y Síndic de Greuges de la Universitat de Barcelona

En política hay pocas evidencias. Por eso, al político no le queda más remedio que echar mano de la retórica para convencernos de cosas muy discutibles que él prefiere no discutir. Hay que empujarlo sin embargo al debate franco descubriendo los trucos de su oficio, o sea, las falacias más frecuentes de su discurso. He aquí una muestra.

Recurso a los grandes principios. Dice, por ejemplo, el político: Hay que reducir el paro, educar en valores cívicos, garantizar las pensiones o acabar con el terrorismo. Claro que sí, pero ¿cómo? Nos larga una disertación sobre lo que nadie duda, pero no dice una sola palabra sobre los medios que piensa emplear para alcanzar esos fines.

El disolvente universal. Ahora el engaño va en dirección contraria. Parte de un problema concreto y lo generaliza. La violencia doméstica, por ejemplo. Oímos entonces que el ser humano es en sí mismo violento o que siempre y en todas partes ha habido maridos que han matado a sus mujeres. Resulta así que el drama de cada día, convertido en algo tan general, es evidentemente inabordable. Nos lo ha disuelto.

Apelación a la ciencia. Al científico le gusta oficiar de oráculo. Por eso es muy útil al político. Éste cita muy a gusto un informe de la Universidad X que avala las medidas que él ha tomado. Cállese pues quien disienta. Si el político prohibe un fármaco, supongamos, explicará que según la ciencia el remedio no ha sido aún suficientemente experimentado. Pero otro científico aconseja quizá un uso cauteloso del fármaco en enfermos bien informados que lo acepten. En síntesis, la ciencia, porque se mueve entre probabilidades, es poco dogmática. Puede aportar una razón para apoyar a quien paga el informe, pero puede también aconsejar hacer otra cosa. In extremis, el político siempre podrá decir que el experimento o la encuesta que trae su adversario descansan sobre una muestra deficiente o que la metodología empleada no fue la más moderna. Es así porque la ciencia auténtica es muy distinta de la superstición cientista y no zanja por sí misma ningún problema ético, político o jurídico.

El caso aislado. Truco muy útil en las calamidades. Por ejemplo, para exorcizar vacas posesas. Basándose en que el primer caso de lo que sea es siempre un caso aislado, el político invoca la prudencia. Retardará todo lo que pueda el conocimiento del segundo caso, y mientras tanto sabremos que ha encargado un laboratorio modernísimo que aún no funciona. Al fin, bien alejado el segundo caso del primero, tendremos dos casos... aislados. Es notable al respecto el esfuerzo de algunos para convertir doscientos asesinatos en doscientos casos aislados.

La conciencia tranquila. Tal vez el dinero ha desaparecido de la caja y el periodista interroga al responsable. Responde entonces que él tiene la conciencia tranquila. Bien, piensa uno, pero nadie había preguntado por el gusano de tu conciencia, sino por el dinero. Dinos pues donde está y explica las razones de la transferencia, políticas por supuesto.

Hay más: ¿Quién no ha oído que a pesar de todo lo ya hecho, la enseñanza pública o la limpieza de las calles, supongamos, es aún mejorable? Y el político asegura a continuación que seguirá trabajando. Como los futbolistas, vaya ¿Con parecido resultado? Otra: Eso que ahora dices contra mí, tú más lo hiciste cuando estabas en el poder ¿Es que una mala acción justifica otra?.

De momento basta. Y recuérdese que Aristóteles escribió un librito llamado Argumentos sofísticos. Pues eso.


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Última actualización: 19/03/02