LA VANGUARDIA - 28/10/2001
LIBERTAD, SEGURIDAD Y POLÍTICA

  DR. RAMÓN VALLS

Catedrático de Filosofía y Síndic de Greuges de la Universitat de Barcelona

Con absoluta certeza sólo sabemos de Ben Laden que cita a Alá con el dedo tieso y que no estaba en los aviones estrellados. El dedo enhiesto es gesto de maestro que riñe y amenaza. Su ausencia de los aviones nos dice que él sigue ahí para enviar a otros a la muerte. Alá, por tanto, alarga el dedo y la vida de Ben Laden para que éste en su nombre reparta temor y muerte. Sabemos que en el nombre de Alá o de cualquier otra divinidad se ha hecho otro tanto repetidamente, pero en este caso la máquina de matar, secuestrada por cierto a las víctimas, mata mucho y puede matar más.

De todas maneras, el caso de Ben Laden no lo podemos contemplar como otros que ya son historia. Su dedo está vivo y no sólo apunta hacia nosotros, sino que dispara. Sabemos muy bien que el avión que se estrella o la espora de ántrax nos puede tocar en cualquier momento. Ni tan siquiera una conversión rápida a la fe verdadera, o sea a la islámica en este caso, nos puede salvar.

Tenemos pues que decidirnos ya. O nos resignamos a morir o nos defendemos, y no precisamente con agua de rosas. En esta situación de urgencia vital, en efecto, pasan a segundo plano las preguntas sobre posibles legitimidades de ataques y defensas, e incluso resulta secundaria la discusión más pueril de "quien fue el primero". No nos perdamos en el embrollo de los que nos explican el Corán porque me temo que tampoco sobre el cristianismo y su historia estamos bien informados. No nos enredemos en si esto es guerra u otra cosa, o si es o no un choque de civilizaciones. Menos aún discutamos ahora sobre religión. Lejos de mí decir que estas cuestiones son triviales, pero la razón científica y filosófica están de acuerdo en que el método para avanzar en los problemas intrincados consiste en abordar lo oscuro desde lo claro. Y lo claro aquí y ahora es de índole práctica. Estamos en peligro físico o, si se quiere, en lo que Hobbes llamó "estado de guerra", anterior a un orden civil compartido. Que debemos desarrollar el derecho internacional o repartir de manera más equitativa la riqueza y la miseria es evidente. Pero en este mismo momento no disponemos de la base política para realizar tales exigencias morales, las cuales son más que morales puesto que, si no las realizamos, es bien posible que en la guerra de todos contra todos acabemos todos bien muertos.

El orden civil y político se inventó precisamente para calmar los inevitables conflictos de pasiones e intereses mediante la aceptación de que alguien imponga regla. Con ella se alcanza incluso la seguridad imprescindible para hacer negocios. Pero la regla salta a pedazos cuando surgen nuevos conflictos que el orden anterior ya no soporta. Estoy citando a Hobbes, a pesar de que su pensamiento no sea políticamente correcto, porque acierta. Démonos cuenta aprisa de que siempre podemos recaer en el estado de guerra porque ningún orden humano goza de eterna firmeza. Es inestable y cede ante nuevas amenazas. Resulta por tanto que cuando surge un conflicto sin ley común que lo regule, hay que asegurar antes que nada un orden político compartido el cual lleva consigo restricciones considerables de la libertad natural. Y sólo después podremos gozar y beneficiarnos de las libertades políticas y económicas que se levantan sobre un suelo de seguridad previa.

Lo dicho no impide que, para nosotros humanos, moral y política se necesiten mutuamente aunque no sean lo mismo. Sin embargo, las confundimos torpemente y somos reacios a admitir que para realizar la moralidad sin ensueños, o sea, para lograr la difícil convivencia en paz, ha de haber primero política. Sólo ella pone orden y estabiliza la situación valiéndose de una ley común que tiene detrás el monopolio de las armas. Libertad y libertades vienen luego. Y las demás consideraciones son moral sin política, o sea, mísero y estéril moralismo.


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Última actualización: 19/03/02