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X Coloquio Internacional de Geocrítica

DIEZ AÑOS DE CAMBIOS EN EL MUNDO, EN LA GEOGRAFÍA Y EN LAS CIENCIAS SOCIALES, 1999-2008

Barcelona, 26 - 30 de mayo de 2008
Universidad de Barcelona

TRANSICIÓN HACIA UN NUEVO ORDEN GEOPOLÍTICO MUNDIAL EN  EL UMBRAL DEL SIGLO XXI

María Eugenia Urdiales Viedma
Dpto. de Geografía Humana  e Instituto de Geografía Regional
Universidad de Granada
urdiales@ugr.es


Transición hacia un nuevo orden geopolítico mundial en  el umbral del siglo XXI (Resumen)

Históricamente se han sucedido diferentes Órdenes Geopolíticos Mundiales, liderados  en cada periodo por una potencia que establece las normas internacionales aceptadas mayoritariamente por los demás Estados.

Tras el liderazgo británico y después de una primera mitad de siglo XX muy convulsa, en la segunda mitad EEUU confirma su hegemonía y reorganiza el Orden Internacional de la Guerra Fría que se desmorona con la caída del Muro de Berlín. Entonces EE UU  pretende modificar la estructura geopolítica mundial e iniciar un nuevo Orden de carácter unipolar. Esa táctica política se intensifica a partir del cambio de siglo. A pesar de los pocos años transcurridos, los resultados están siendo nefastos para la potencia norteamericana, que va perdiendo su capacidad de liderazgo, cada vez más cuestionada por parte de estados y también de ciudadanos. Paralelamente se van posicionando las diferentes potencias (especialmente China) de cara al próximo Orden Mundial que se avecina.

Palabras clave: Sistema Mundial. Orden Geopolítico. Áreas Centrales. Áreas Periféricas


Towards a new geopolitical order at the beginning of 21th Century (Abstract)

Historically, there have been different World Geopolitical orders, each of them characterized by the leadership of a leading world power that established rules that were widely accepted by the other States.

After the end of the British leadership and a conflictive first half of the 20th century, the USA consolidated their hegemony and reorganized the Cold War International Order that felt with the Berlin Wall in its second half. The USA tried to turn the world geopolitical structure into a unipolar order, a strategy that has been intensified along the new century. In spite of the few years that have passed, the outcome of that strategy seem dreadful for the North American rule, which is losing its leadership capability as a result of the doubts about it raised by both countries and citizens. Meanwhile, other countries, especially China, struggle for a position in the new World order that is coming.

Key words: Mundial system, central areas


A lo largo de las últimas centurias se han sucedido diferentes Órdenes Geopolíticos Mundiales que en cada uno de los periodos históricos vienen a reflejar la estructura y distribución del poder. Cada uno de ellos está liderado por una potencia que establece su hegemonía e impone las normas internacionales a seguir, las cuales son aceptadas y obedecidas mayoritariamente por los demás estados que forman parte del Sistema Mundial (Wallerstein, 1991 y Taylor, 1994). En consecuencia, los órdenes geopolíticos mundiales responden en cada periodo a los cambios históricos acaecidos en la distribución del poder.

El proceso evolutivo de cada uno de estos órdenes sigue por distintas etapas diferenciadas entre sí por las características que presenta en ellos la posición hegemónica del estado o estados que aspiran al liderazgo mundial. En la parte inicial del ciclo, la trayectoria ascendente permite conseguir el triunfo hegemónico de una de las potencias que, de esta forma, se convierte en el Centro del Sistema Mundial. Es entonces cuando aparece consolidado el orden internacional dictado por la gran potencia vencedora y seguido por la mayoría de los estados. A partir de ese punto álgido se pasa a la madurez del orden geopolítico y a continuación se inicia la última parte del ciclo, hasta llegar a la decadencia de la hegemonía, momento en el que se comienza la construcción de una nueva etapa de distribución del poder a escala mundial. Desde una perspectiva territorial se produce una diferenciación espacial en el Sistema Mundial entre el Centro constituido por el estado que determina las reglas de articulación del poder y la Periferia, individualizada como el conjunto de territorios dependientes.

Durante el siglo XIX, el Reino Unido mantuvo dicho liderazgo y dictó las normas internacionales, referidas a las esferas económica, política y social, las cuales fueron asumidas en gran medida por los diferentes estados que constituían el Sistema Internacional. Dicha posición preeminente se resquebraja en los inicios del siglo XX, como resultado de dificultades económicas internas en la metrópoli a los que se unen otros factores externos, fundamentalmente el repliegue del Imperio y el ascenso de dos grandes potencias emergentes (EE UU y Alemania) dispuestas a conseguir el liderazgo mundial.

Orden internacional de la Guerra Fría

Tras las complejas vicisitudes de la primera mitad del siglo XX, marcadas por dos Guerras Mundiales, el Crack de 1929 y la Gran Depresión subsiguiente, EE UU se confirma como el nuevo árbitro del Sistema Mundial, articula las redes de neoimperialismo, acordes a sus prioridades político-económicas y establece las directrices de un nuevo Orden Geopolítico de la Guerra Fría. Desde el punto de vista formal, la nueva potencia hegemónica impulsó la firma de loa Acuerdos de Bretton Woods, la creación del Sistema de Naciones Unidas y el establecimiento del dólar como moneda de cambio en las transacciones internacionales, incluso las realizadas con el bloque socialista.

La primera llamada de atención sobre el liderazgo de EE UU en el Sistema Mundial se produjo a partir de 1971 con el fin del sistema monetario dólar/oro, la  crisis del sistema de Bretton Woods y la frustrada y, por ende, frustrante intervención norteamericana en Vietnam. A todo lo anterior se sumó la recesión económica, incrustada en el sistema internacional desde 1973 (coincidiendo con la guerra del Yom Kippur y la subida espectacular del precio de los hidrocarburos) y que se mantuvo con mayor o menor virulencia durante una década aproximadamente.

En ese contexto y una vez comprometido el liderazgo norteamericano, el gobierno de R. Reagan respondió con una significativa escalada en la carrera armamentística, acompañada de una política financiera muy agresiva, de la que se derivó un claro aumento de la dependencia exterior, perceptible en la presencia en la economía norteamericana de ahorro, capital y crédito de los gobiernos extranjeros. (Arrighi, 2007: 17). Paralelamente, la enorme fuerza de la demanda de productos del exterior, a expensas de un dólar revalorizado,  hizo que la economía norteamericana actuara a modo de locomotora del crecimiento económico mundial.

Frente al Centro, la Periferia también se va transformando, especialmente el continente asiático que continuaba incorporándose con notable fuerza al Sistema Mundial. Tras la segunda Guerra Mundial, el primero en hacerlo fue Japón y años más tarde se le han ido uniendo otros estados como Corea  del Sur, Taiwán, Hong Kong, Malasia, Tailandia y más recientemente China.

Paralelamente, el marco institucional de los países socialistas se empieza a resquebrajar en la misma década de los 80. La subida al poder de Gorbachov (1985) inaugura una nueva etapa de reestructuración del sistema socialista en el interior, a la vez que disminuyó su apoyo a los otros gobiernos comunistas más o menos impopulares, tradicionalmente aliados suyos. La falta de apoyo exterior, unido al descontento interno, se tradujo en la caída sucesiva de los diferentes regímenes socialistas, la desaparición de la estructura militar (Pacto de Varsovia) y de la económica (fin del COMECON). Desde el punto de vista político, los diferentes estados transformaron su antigua estructura de partido único en regímenes pluripartidistas más o menos democráticos.

En efecto, la estructuración de los nuevos estados ha sido (en algún caso lo continúa siendo) bastante compleja, de donde se derivan algunas consecuencias sociales negativas, debido a la falta de Estado de Derecho y al empobrecimiento de amplios sectores de su población. En el plano geopolítico internacional ha supuesto el fin  del Orden de la Guerra Fría.

La estructura de poder en el Sistema-Mundo a la caída del Muro de Berlín

El desmoronamiento de la mayoría de los estados que habían abrazado el Socialismo como modelo político-económico, desencadenó una etapa de euforia y autocomplacencia en el Sistema Capitalista que fortaleció la ortodoxia ideológica representada por el neoliberalismo. Esta excesiva confianza en el propio sistema lleva a olvidar las carencias y los problemas que aún se mantienen sin resolver en el mismo, como es el caso de las desigualdades y la pobreza, aún  presentes, no sólo en el Tercer Mundo, sino también en el llamado mundo desarrollado (Urdiales, 2007).

La difícil gestión de la reestructuración político-económica de los antiguos países socialistas y su integración en el Sistema Mundo han seguido derroteros muy diferenciados, excepcionalmente pacíficos (caso de Chequia, Eslovaquia, Eslovenia y las Repúblicas Bálticas) y más frecuentemente violentos, en los que los nacionalismos han tenido (o siguen teniendo) un papel protagonista. Éste sería el caso de la extinta Yugoslavia y gran parte de la URSS, de donde ha nacido un elevado número de nuevos estados, surgidos en base a la capacidad de los nacionalismos para aglutinar a la población cuando fracasa el proyecto social y político del estado y aumenta el empobrecimiento de amplios sectores de la población.

La evolución menos traumática aparece representada en los actuales integrantes de la Unión Europea. A pesar de las significativas diferencias, un denominador común entre ellos, sería la recuperación del Estado de Derecho y del Bienestar. Más difícil está siendo la transición en otro grupo de países (los demás integrantes de la Unión Soviética o de Yugoslavia) en los que las deficiencias institucionales siguen siendo importantes. Su incorporación al Sistema Mundial se está produciendo en calidad de países subdesarrollados, en los que los ciudadanos carecen de las mínimas libertades y la pobreza afecta a importantes grupos de la población. Esto ocurre, por ejemplo, en las repúblicas caucásicas o en las ribereñas del Mar Caspio, donde convergen regímenes políticos autoritarios, riqueza del territorio y pobreza de la población.

Ante la desmembración del Orden Geopolítico Mundial de la Guerra Fría,  los EE UU destacan como única superpotencia lo que la lleva a autoinvestirse como artífice exclusivo de un nuevo Orden Geopolítico de carácter unipolar más acorde con la realidad del momento y que mejor responda a los objetivos estratégicos norteamericanos. Para ese objetivo no se requiere colaboración de otros estados o de las Instituciones Internacionales surgidos tras la segunda Guerra Mundial, sino únicamente se demanda su obediencia y supeditación. De esta forma, la potencia norteamericana ha pasado de ser el principal artífice del Orden Internacional de la Guerra Fría a convertirse en uno de sus principales pirómanos. El seguimiento del Sistema de Naciones Unidas, especialmente desde finales del siglo XX, permite observar su inoperancia, la multitud de problemas que la acechan y la falta de voluntad política en su resolución. De entre ellos cabría destacar el desinterés en su mantenimiento, reflejado en el aumento de las deudas pendientes de los estados (especialmente de EE UU), la poca atención a las actuaciones de los cascos azules embarcados en misiones de paz o la escasa aplicación de las resoluciones del Consejo de Seguridad (Albala, 2005). Ante la inoperancia de la ONU, en marzo de 2005 se hizo público el Informe de Renovación, auspiciado por Kofi Annan, en  el que se ponía de manifiesto la necesidad de entendimiento y corresponsabilidad entre la superpotencia mundial y los demás estados para conseguir un mundo más seguro. No obstante, el tema continúa estancado, debido a la falta de voluntad política, sobre todo estadounidense, en su remodelación.

Esa gigantesca tarea de reestructuración de un nuevo Orden Internacional lo pretende llevar a cabo la derecha norteamericana, representante de una revolución conservadora en la que la religión y la ética se interconectan como factores movilizadores de la política. Coincidiendo con la etapa presidencial de Clinton, la oposición republicana fue adquiriendo presencia en las Cámaras Legislativas, hasta conseguir la mayoría parlamentaria en las elecciones legislativas de 1994, lo que le permitió ir cimentando la política que más adelante aplicarán con la llegada de G.W. Bush a la Casa Blanca. En este contexto resulta obligada la referencia al Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, elaborado por algunos de los grandes exponentes de la ideología neoconservadora, como P Wolfowitz, R Perle y R Cheney. En dicho documento se establecen las directrices de la política exterior, a la vez que se reconoce la utilidad de llevar a cabo una política agresiva hasta conseguir configurar un nuevo Orden Geopolítico de carácter unipolar, subordinado a los intereses norteamericanos.  

La primacía de los objetivos geoestratégicos estadounidenses y la falta de interés por compartir el poder con otras potencias se refleja en la falta de respeto a la legalidad  internacional, especialmente al Sistema de Naciones Unidas, a quien se utiliza o simplemente se ignora según marque la conveniencia política. A modo de ejemplos de esta realidad, se podría citar (además del aumento de la deuda con Naciones Unidas, el rechazo al Tratado de control de armas de Ottawa (1997) o  la aprobación de una legislación extraterritorial, como es la Ley Helms Burton (1996), que completa la Ley Torricelli (1992), contraria al derecho internacional.

Las modificaciones en el Sistema Mundial, bastante intensas en EE UU, afectan también a los estados de la Periferia. La intensidad de los cambios se hace especialmente perceptible en Asia que se consolida como el continente con mayor dinamismo económico y mejoras más significativas en el nivel de vida de la población. Al grupo ya tradicional de los que anteriormente se llamaban “nuevos países industriales” se  incorpora en la década de los años 90  India y sobre todo China, tras un periodo de fuerte crecimiento económico prolongado de más de 10 años. Su fuerte ascenso económico supone el resurgir de un anterior centro de poder, vigente durante los siglos XVI, XVII e incluso XVIII. A partir de entonces, el descenso hegemónico chino se precipitó de la mano de un imperio “burocráticamente opresor y militarmente débil”, que se manifestó en la derrota  en la Primera Guerra del Opio (1839-1842) cuando China se mostró incapaz de crear un imperio de carácter global (Arrighi, 2007: 12). Su caída continuó hasta convertirse (paralelo al ascenso de Europa) en uno de los países más pobres del mundo al acabar la Segunda Guerra Mundial. El renacer chino en el contexto internacional de finales del siglo XX introduce nuevas perspectivas desde el análisis de los Órdenes Geopolíticos, ya que convergen poder económico, militar y  político. Todas ellas son variables nuevas, que no estaban presentes en los restantes países asiáticos que se desarrollaron con anterioridad, mucho más subordinados a la gran potencia norteamericana y a sus objetivos estratégicos.

Durante estos años de final del siglo XX y desde una vertiente política, se produce el avance de los procesos electorales en gran número de estados tanto de Asia,  como de América Latina o África. A principios del siglo XXI, 119 países tenían gobiernos emanados de las urnas, lo que no significa que sean países democráticos, ya que para ello requerirían de instituciones eficientes y un Estado de Derecho real y efectivo para sus ciudadanos, capaz de respetar sus derechos básicos y defender sus libertades civiles (Fareed, 2003).

A pesar de ese ligero avance en la estructuración del estado, sólo por la celebración de elecciones no se puede hablar de maduración del sistema democrático. Es éste un privilegio del que gozan actualmente un reducido número de países que han podido desarrollar un Estado Social de Derecho y de Bienestar, en el que los poderes públicos aseguren la libertad de los ciudadanos, a la vez que se responsabilicen de su acceso  a los bienes y servicios que cualquier persona requiere para llevar a cabo una vida digna. Incluso se puede hablar de un cierto retroceso en las democracias más asentadas (Unión Europea, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda), que se manifiesta en el malestar de la población  y su alejamiento de la vida política, como un claro reflejo de la pérdida de confianza de la población en su clase política y en sus instituciones. La inoperancia de los partidos políticos tradicionales favorece el desarrollo de coaliciones populistas, de corporaciones mediáticas no sometidas a control democrático o de ONG que tratan de cubrir parte del espacio público, que venían ocupando los partidos políticos. A todo ello se une la limitación de los derechos ciudadanos y la involución hacia regímenes de carácter más autoritario tras el 11 de Septiembre de 2001.

La decadencia de Estados Unidos como Centro del Sistema Mundial y la transición hacia un nuevo Orden Geopolítico Mundial

En este contexto internacional marcado por nuevos acontecimientos, los Estados Unidos intentan liderar en solitario la transición hacia un nuevo Orden Geopolítico más operativo para la coyuntura actual de principios del siglo XXI. No obstante, la superpotencia está administrando mal su bagaje, habiendo tenido que enfrentarse a diferentes problemas (tanto de orden interno como externo) que están haciendo peligrar muy seriamente su pretendido liderazgo global para una futura etapa hegemónica dirigida desde y para Estados Unidos (Centro del Sistema Mundial), en base a la subordinación del resto de los estados (Periferia del Sistema Mundial).

Hace unas décadas la guerra de Vietnam supuso el punto de inflexión en el poderío estadounidense, actualmente la actual guerra de Irak está suponiendo la confirmación de la decadencia norteamericana. Esta pérdida de hegemonía de la superpotencia norteamericana se puede analizar desde diferentes perspectivas complementarias e interconectadas referentes a los ámbitos económicos, militar, político  y social.

Perspectiva económica

Actualmente EE UU se sigue manteniendo como primera potencia mundial en volumen de PIB, si bien se le siguen acercando otras potencias, especialmente China, si es que se mide la riqueza no en dólares corrientes, sino en PPA[1]. Progresivamente la ventaja tecnológica estadounidense se va reduciendo respecto a otras regiones económicas emergentes, de modo que las exportaciones chinas de productos de microelectrónica ya sobrepasan a las norteamericanas, que hasta ahora ocupaban el primer puesto en la jerarquía mundial.

  La pérdida paulatina de liderazgo económico norteamericano es el resultado de una serie de desequilibrios macroeconómicos entre los que cabe destacar el déficit presupuestario y el exterior, que le obliga a incrementar su dependencia respecto a los países más dinámicos de Asia (China, India, Singapur, Corea, Taiwán). El cambio experimentado por las cuentas públicas ha sido enorme, ya que entre 2000 y 2006, el país ha pasado de un superávit de 236.000 millones de dólares hasta alcanzar un déficit de 500.000 millones de dólares, o lo que es lo mismo, ha pasado de tener el mayor excedente presupuestario a la mayor deuda de su historia. Esta espectacular transformación guarda estrecha relación con la política económica expansiva del actual gobierno republicano, basada en el aumento de los gastos de defensa y la disminución de los impuestos. La aparición de los números rojos en las cuentas públicas ha conducido a la reducción del tamaño y funciones del Estado, así como de las políticas sociales, ya bastante menguadas en un contexto social, como es el norteamericano, en el que la pobreza se concibe como un problema  individual, no social.

Perspectiva militar

La articulación de las relaciones de poder en el nuevo contexto geopolítico mundial (incluidos los territorios del bloque soviético) lleva a EE UU a fortalecer su poderío militar, única esfera  en la que sigue manteniendo su indiscutible liderazgo. Su gasto en defensa (superior al billón de dólares, 3,8% del PIB en 2006) constituye aproximadamente la mitad del gasto total mundial. No obstante, también en este campo China va reduciéndole la ventaja, si bien las informaciones disponibles sobre la situación real son un tanto confusas. Oficialmente el presupuesto militar chino ascendió a 28.000 millones de dólares en 2006, lo que supone el 14,7% más que el año interior. EE UU no acepta como válidas esas cifras, señalando que la realidad duplica o triplica las cifras oficiales.

No obstante, también el ejército norteamericano da muestras de falta de autonomía, incrementando la dependencia del capital privado interno o bien de los suministros exteriores, según se puede apreciar en el protagonismo de empresas norteamericanas  en la guerra de Irak  (por ejemplo Halliburton)[2] o en el reciente encargo al consorcio EADS de 178 aviones cisterna para tráfico de tropas y mercancías[3].

Dado el interés en mantener la supremacía norteamericana en cuestiones de defensa, el presupuesto militar ha venido creciendo especialmente a partir del Programa de Estrategia de Seguridad Nacional (2002) que impulsa la militarización del espacio a la vez que la proliferación de armas nucleares, también  entre los aliados norteamericanos.  En esta línea cabe situar el apoyo técnico al programa nuclear de la India (Febrero de 2006) o la estrecha relación que se viene prestando a Pakistán desde el atentado del 11 de septiembre, a pesar de que ninguno de estos países es firmante del Tratado de no Proliferación Nuclear (TNP). Radicalmente distinto es el comportamiento estadounidense respecto a la política nuclear de Irán, firmante del TNP, pero país catalogado por los ideólogos norteamericanos como integrante del “Eje del Mal” y, por tanto, enemigo a combatir, al margen de cualquier planteamiento racional en la política exterior.

Esta actuación del Imperialismo estadounidense, caracterizada tanto por la falta de principios como por su carácter errático, se refleja en las guerras de Afganistán e Irak, actualmente en curso en una región especialmente conflictiva, donde (lejos de resolver) se están incrementando los problemas. Quizás un hecho que ayude a entender el fracaso de las actuaciones sea la falsedad de la hipótesis de partida. Se pretendía luchar contra el terrorismo islamista (especialmente representado por Al-Qaeda) y para ello se actúa en estados (en uno de ellos -Irak- además sin que hubiera ninguna relación probada con dicho terrorismo) siguiendo una estrategia de guerra más o menos convencional que está resultando fallida. Sin duda, hubiera sido preferible identificar correctamente al nuevo enemigo político, no coincidente con ningún estado y que aprovecha de manera muy inteligente las redes que le proporciona la globalización actual y los avances en el capitalismo financiero[4].

La intervención en Afganistán en 2002 constituye una prueba más de la forma de actuación política de EE UU, al margen de la legalidad internacional. Se esgrimió con el objetivo de derrocar al gobierno talibán y se justificó en legítima defensa después del atentado del 11 de septiembre, imposible de imputar jurídicamente al estado afgano. Es por ello que la decisión fue contraria a la carta de Naciones Unidas, que especifica como condición necesaria para permitir la actuación militar exterior de cualquier estado, la existencia de una agresión armada previa. Aunque se consiguiera derrocar al gobierno, ni se ha conseguido estabilizar el país ni disminuir el riesgo terrorista en el mundo, que eran los objetivos básicos de la guerra.

Un año después, la invasión de Irak está siendo otro claro ejemplo de la guerra unilateral y preventiva que EE UU lidera, al margen de la legalidad internacional[5]. La falta de razones que justifiquen dicha actuación es un tema suficientemente conocido sobre el que hay una bibliografía cuantiosa que viene a poner de manifiesto que la decisión estaba tomada con anterioridad, de modo que el atentado de Nueva York de 2001 sirvió sólo de excusa a la ocupación militar[6]. También es perfectamente conocida la falta de planificación de la operación, que ha supuesto la destrucción del Estado, ha llevado el terrorismo al país, pero sobre todo está suponiendo una auténtica sangría humana en una guerra que el presidente Bush dio por finalizada en mayo de 2003, pero que realmente sigue activa, aunque su caracterización vaya cambiando. Se conoce el número de muertos estadounidenses en combate (4.000 a mitad de marzo de 2008)[7], pero los datos son mucho más imprecisos respecto al número de iraquíes fallecidos o afectados por el maltrato ejercido por las tropas norteamericanas al margen de los convenios internacionales (especialmente del de Ginebra). La OMS estima en 151.000 los muertos de manera violenta en el país hasta junio de 2006. La revista Lancet en octubre de 2007 informaba sobre un estudio de la Universidad Johns Hopkins que elevaba la cifra a 650.000. Por otra parte, un informe de la británica Opinión Research Business evalúa en torno a un millón las muertes provocadas por la guerra hasta el verano de 2007 (Gresh, 2008).

La falta de planificación de la contienda abarca también al ámbito económico, hasta el punto que el gasto evaluado por G. W. Bush al inicio de la invasión (50.000 millones de dólares) han pasado a convertirse en 3 billones de dólares, según señala J. Stiglitz (2008), ya que en su cálculo incluye costes directos e indirectos, derivados del uso que los fondos hubieran tenido con un objetivo distinto al militar[8].

El balance hasta ahora de estas dos guerras, que aún continúan, es muy negativo y han hecho disminuir el respeto hacia el gobierno de EE UU, no ya sólo por parte de los demás estados del sistema internacional, sino también de los ciudadanos del mundo, que demuestran su falta de confianza en una potencia que actúa de espaldas a la legalidad internacional y de la defensa de los derechos humanos.

Perspectiva social

A nivel interno son muy significativas las deficiencias estadounidenses de su Estado Social de Derecho, por debajo de los valores medios de los estados europeos, cuyos poderes públicos tradicionalmente se vienen preocupando más por las políticas sociales. Siguiendo la estricta ortodoxia capitalista, los sucesivos gobiernos norteamericanos (con la excepción del New Deal de F. D. Roosevelt) han obviado la prestación directa de servicios sociales a la población que casi se reduce a los programas de Medicare y Medicaid, destinados a pensionistas o grupos de bajo nivel de renta respectivamente. Su modelo de Estado del Bienestar se ha ocupado de establecer el marco legal al que debe acogerse la iniciativa privada, que se convierte en la auténtica prestataria de los servicios sociales a la población, especialmente en la sanidad y la educación, piezas básicas de las actuales políticas de bienestar. En consecuencia, el acceso a estos servicios está muy relacionado con la renta/cápita, lo que sin duda favorece la polarización económica que caracteriza internamente a la mayor potencia económica del mundo como un gigante de pies de barro con unos niveles de pobreza bastante elevados.

El alcance de la bolsa de pobreza en EE UU (superior a la media de la Unión Europea) ofrece datos similares,  tanto si se barajan los informes de la OCDE o del PNUD. El primero de ellos define el umbral de pobreza (población por debajo del 50% de la renta media del país) que alcanza en EE UU aproximadamente al 13% de la población en 2006. A través del segundo procedimiento que recoge el cálculo del índice de pobreza elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo el valor es similar 15,4%, superior al de España y el doble de uno de los países mas desarrollados actualmente, como es el caso de Noruega. Con alguna ligera oscilación, las diferencias entre países se mantienen en los últimos años, poniéndose, además, de manifiesto el empeoramiento comparativo en el caso norteamericano, coincidiendo con el mandato republicano de G.W. Bush, especialmente preocupado en disminuir los ingresos fiscales e incrementar el gasto público en los programas de seguridad y defensa.

La mayor vulnerabilidad de la sociedad estadounidense se puede percibir también en las acusadas diferencias internas en variables tan fundamentales como la esperanza de vida, la mortalidad infantil o la capacidad para hacer frente a los desastres naturales, como ocurrió en agosto de 2005, cuando el huracán Katrina supuso la muerte de unas 1.500 personas y el desplazamiento de varios centenares de miles.

Perspectiva política: Deficiencias en el régimen democrático

Las lagunas en el Estado Social de Derecho trascienden al modelo democrático estadounidense, paradigmático en otras etapas históricas, aunque con notables lagunas en la actualidad, según se refleja en el cúmulo de quejas de los ciudadanos respecto a los últimos procesos electorales. El descontento se manifiesta también en el propio alejamiento de la ciudadanía de las urnas, con unos niveles de participación de sólo aproximadamente el 50% de la población. Una de las causas de la marginación política de un importante sector de la población puede ser consecuencia de la decisión individual de mantenerse fuera de un modelo político-social un tanto excluyente, que atiende poco a los intereses de la población de menos recursos.

 Las deficiencias detectadas en los procesos electorales presidenciales son numerosas y cubren diferentes aspectos, que van desde la necesidad de contar con fuentes de financiación privada para participar activamente en política, a la falta de legislación federal homogénea para asegurar el derecho universal al voto, requisito básico en cualquier democracia. Otros de los puntos débiles significativos tienen que ver con la complejidad y la falta de transparencia de los diferentes sistemas de votación o el “original” proceso de recuento electoral que se interrumpe, en el caso de que uno de los partidos se declara perdedor y su candidato da la enhorabuena al ganador, sin llegar a computar el total de votos emitidos. La gravedad de esta costumbre norteamericana cobra especial relevancia teniendo en cuenta que actualmente las elecciones se ganan o se pierden por un reducido número de votos, como continuamente ponen de manifiesto los procesos electorales en las democracias consolidadas.

Transformaciones en la Periferia del Sistema Mundial. Emergencia de nuevas potencias y desobediencia hacia el líder     

La realidad geopolítica actual se configura en base a unos 200 estados, teóricamente independientes, aunque realmente subordinados a las decisiones tomadas en los foros político-económicos exteriores. Este modelo neocolonial permite que unas pocas potencias (Centro) mantengan el control económico y político de otros estados no sometidos a su jurisdicción y que (con una función específica) constituyen la Periferia del Sistema Mundial, donde el crecimiento es inducido y subordinado a  intereses exteriores. La ubicación de esos estados en el Sistema Mundial difiere en el tiempo en base al interés que las potencias centrales tengan por su control, por lo que con cierta facilidad se pasa de la irrelevancia a la dependencia (Romero y  Nogué, 2004). Analizando esta cuestión desde una perspectiva histórica se puede ver la transformación del Golfo Pérsico en el siglo XX, que ha dejado de ser un territorio de escasa importancia geoestratégica, cuando la industrialización dependía fundamentalmente del carbón hasta convertirse en zona de un gran valor estratégico, cuando la energía consumida en el mundo procede sobre todo de los hidrocarburos. Algo parecido le está ocurriendo a Guinea Ecuatorial, estratégicamente situada en una importante área de reservas de hidrocarburos y bien situada respecto a las principales áreas de consumo energético en el mundo.

  La diferente funcionalidad de los distintos estados es aceptada mayoritariamente cuando el Orden Geopolítico es estable y se encuentra en el cenit. No es ésta, sin embargo, la situación actual en la que la potencia hegemónica estadounidense está perdiendo gran parte de su liderazgo. En este contexto, algunos de los estados periféricos se rebelan, ayudando a configurar la etapa de transición hacia el nuevo Orden Geopolítico Internacional que se está gestando. Los signos de desobediencia están especialmente presentes en el continente latinoamericano y sobre todo en  el asiático, impulsados por el ascenso chino.

Latinoamérica

Desde el siglo XVI el continente latinoamericano se ha venido incorporando al Sistema Mundial en calidad de territorio colonizado, dentro de los esquemas del colonialismo clásico. A partir del siglo XIX, coincidiendo con la independencia de los diferentes estados, ha continuado la subordinación a las potencias dirigentes o centrales del Sistema Mundial, formando parte de la Periferia en el marco del neoimperialismo. En suma, la supeditación se ha mantenido y a la vez se ha venido adaptando a los cambios emanados por los Ordenes Geopolíticos, liderados cronológicamente, primero por el Reino Unido y después por EE UU[9].

La situación está cambiando a principios del siglo XXI, coincidiendo factores externos (decadencia del Orden Geopolítico vigente) e internos (llegada al poder de partidos políticos más o menos escorados a la izquierda, como está ocurriendo en Brasil, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú, Chile y Nicaragua). Con diferentes matices, todos ellos protagonizan una complicada batalla de desobediencia, liderada por Brasil y Venezuela, que se mueve entre la resistencia a las peticiones norteamericanas y el miedo a sus posibles represalias. En este contexto, la posición de Brasil es más diplomática, centrada especialmente en su posición de potencia regional, la organización del Grupo de los 20 en la OMC o la celebración de reuniones internacionales como la Cumbre de América del Sur y de los Países Árabes (Brasilia, 2005).

De forma más rupturista, Venezuela viene impulsando una oposición frontal a las directrices neoimperialistas norteamericanas, con un protagonismo enorme del presidente Chávez. Su iniciativa de la Alternativa Bolivariana pretende estructurar una red geopolítica de ámbito regional basada en la cooperación política, económica y cultural. Para su concreción está dando pasos a través de algunos proyectos concretos. El más desarrollado ha sido la creación de Petrocaribe (2005) como instrumento para ejercer el liderazgo exterior a través del suministro de petróleo a los países aliados en condiciones económicas preferenciales. Un año después se ha firmado el acuerdo comercial ALBA (Alternativa Bolivariana para América) con Cuba y Bolivia que trata de contrarrestar los recientes acuerdos bilaterales de libre comercio firmados por EE UU con Colombia y Perú. 

China

La trayectoria espectacular de China desde 1978  le está permitiendo escalar peldaños de liderazgo internacional a una velocidad superior a la que su rival norteamericano quisiera. La política de reformas institucionales, el establecimiento de redes de influencia a escala global y el continuado crecimiento económico han hecho que el país se haya convertido en una de las primeras potencias mundiales. Paralelamente, ha alcanzado el segundo puesto (tras Japón) en volumen de reservas de divisas, muy por delante de EE UU, que ocupa el noveno lugar. Por otra parte, y frente al acusado déficit comercial de la gran potencia norteamericana, China goza de un superávit significativo en la cada vez más densa red comercial que está desplegando a escala mundial.

En efecto, en su ascenso como potencia mundial China está incrementando enormemente sus intercambios diplomáticos y comerciales en todos los continentes a la vez que eleva su presupuesto militar. El aprovisionamiento de hidrocarburos está en la base de esta política económica exterior que se complementa con la venta de productos de fabricación china, afianzándose el superávit comercial. Este relevante peso económico  se fortalece con la posición destacada de China en Naciones Unidas, como miembro del Consejo de Seguridad con derecho de veto y copartícipe con el envío de tropas en las misiones internacionales de los cascos azules, lo que ayuda a aumentar su presencia exterior.

La investigación y exploración espacial es otra esfera capital para una gran potencia en la que China está mostrando también su acercamiento a los EE UU. Su amplitud de actuaciones abarca la tecnología de satélites, la de misiles e incluso recientemente ha incorporado la de naves espaciales, cuyo éxito se ha verificado con la realización de un viaje espacial tripulado en 2005. Sus previsiones para los próximos años señalan el año 2016 para su llegada a la Luna, un año antes de que la NASA haya previsto su regreso.

A pesar de los notables avances de China en diferentes campos, todavía se mantienen a nivel interno algunos problemas estructurales muy graves como las deficiencias del régimen político de partido único, la  falta de libertades y de derechos de sus ciudadanos,  la dificultad de acceso de gran parte de la población a servicios de salud y vivienda y las enormes desigualdades de renta entre clases sociales y territorios[10].

 De cómo se resuelvan este cúmulo de problemas dependerá mucho la pujanza del avance de China hacia la posición de gran potencia mundial, capaz de establecer las reglas de juego de un Nuevo Orden Geopolítico.

Notas

[1] Aunque su posición respecto a PNB es la cuarta tras EE UU, Japón y Alemania, si la medición se hace en PPA la posición es la segunda, pero muy cerca de la estadounidense (10.153 billones de $ frente a 13.233) y muy por encima de la de Japón (4.229 billones de $). Paralelamente el ritmo de crecimiento es muy diferente: 2,4% en Japón y EE UU frente al 10,1% en China. Informe de Desarrollo Mundial, 2008.  (Datos referidos a 2006). http://siteresources.worldbank.org/INTWDR2008/Resources/2795087-1192112387976/WDR08_24_SWDI.pdf. (27/0372008)

[2] Halliburton y su filial Kellog Brown and Root sustituyen al ejército americano en los aspectos logísticos de las operaciones militares tras haber firmado en Diciembre de 2001 un contrato de 10 años en el marco del Programa LOGPAC. Las denuncias de sobrefacturación y falsificación de presupuestos han sido muy abundantes en la prensa. Ello llevó a la declaración del Pentágono en la que indicaba que no prorrogaría más el macro contrato suscrito con dicho consorcio en 2001.El País, 14 de Julio de 2006, p. 7.

[3] Aunque parte de la producción la llevarán a cabo empresas norteamericanas, el encargo se ha producido en detrimento de la estadounidense Boeing.  El País Negocios, 9 de Marzo de 2008, p. 6.

[4] A pesar de de la dificultad cifras reales, Napoleoni estimaba a principios de la guerra que su poder económico se situaba entorno a 1,5 billones de $.

[5] La oposición a sacar adelante una resolución del Consejo de Seguridad favorable a la intervención en Irak a principios del 2003 fue ejercida por diferentes países con distinto peso mundial, como es el caso de China, Francia, Alemania, Chile o México. Ello constituye una prueba evidente de la contestación política a las pretensiones de liderazgo unipolar de EE UU.

[6] Es cuantiosa  la bibliografía que informa sobre la secuencia de acontecimientos: Primero se decide la intervención en Irak y luego se lleva el tema a O.N.U.  por si el organismo da su consentimiento y ampara la invasión. Así lo demuestra un informe secreto del Departamento de Defensa Operación Libertad Iraquí, enseñanzas estratégicas aprendidas” hecho público en The Washington Times en septiembre de 2003. En él se indicaba que en agosto del 2002 EE.UU tenía aprobadas las metas, objetivos y estrategias de intervención para Irak.

Así lo indicaron entre otros los inspectores de armamento como S. Ritter y D. Key; R. Dicha información publicada en diferentes medios aparece también en la obra siguiente: Ritter, S (2003) Frontier justice: weapons of mass destruction and the bushwhacking of America, Contex Books.

Por su parte, Paul Pillar, Profesor de Seguridad en Georgetown y Director de la C.I.A. para Oriente Medio entre 2000 y 2005, se expresa en términos similares al señalar que el 23 de Julio en una reunión celebrada en Downing Street (se refleja también en el Memorando de Downing Street) se constata que la decisión de atacar Irak ya estaba tomada.

[7] Público, 25/marzo/2008; p.14.

[8] Stiglitz ,J and Bilmes, L The three trillion dollar war: The true costs o f the Iraq confllict en  El País, 15/03/2008 pp 33 y 34 .

[9] El análisis es valido para la mayoría del territorio latinoamericano, aunque se pueda encontrar alguna excepción, como por ejemplo  la Cuba castrista o la nicaragua sandinista..

[10]Informe Mensual. Servicio de Estudios de la Caixa, noviembre de 2006; p. 27. Consideraciones muy similares manifiesta un Informe Oficial del Partido Comunista Chino de 2005 en el que se indica que el ingreso medio mensual para las zonas urbanas se sitúa en 9.422 yuanes (1165 $) frente a unos 3.000 yuanes (371$) en las zonas rurales.en Gresh, A et al. (2006) “Protestas de las ciudades y del campo” El Atlas. de Le Monde Diplomatique: 162.

Bibliografía

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Referencia bibliográfica

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