Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XIX, nº 1069, 5 de abril de
2014
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

AÑOS DE LA JAMBRE, UNA REVISIÓN: ¿"CRISIS DE TIPO ANTIGUO" EN LA ESPAÑA DE POSGUERRA?

Aron Cohen
Departamento de Geografía Humana
Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Granada

Recibido: 10 de septiembre de 2013; aceptado: 5 de febrero de 2014


 

Años de la jambre, una revisión: ¿"crisis de tipo antiguo" en la España de posguerra? (Resumen)

Reflexionando sobre el modelo de las "crisis de tipo antiguo" elaborado por su maestro Ernest Labrousse, el historiador Pierre Vilar argumentó, en los años 70 del siglo XX, el interés de tener en cuenta sus lecciones para el análisis de realidades mucho más cercanas en el tiempo e incluso plenamente contemporáneas: un análisis total y razonado que integre elementos cuantitativos y cualitativos, objetivos y subjetivos, coyunturales y estructurales.

Esta es la guía metodológica que orienta un esbozo de relectura de la crisis alimentaria de la posguerra española, a partir de una revisión de la historiografía, de algunas aportaciones coetáneas y de una exploración de la prensa de la época desde un observatorio andaluz (provincia de Granada).

Palabras clave: crisis, riesgo alimentario, análisis histórico, posguerra; política, Andalucía (Granada)


 

Reviewing the famine years: “old type crisis” in post-war Spain? (Abstract)

Reflecting on his master Ernest Labrousse “old type crisis” pattern, the historian Pierre Vilar argued, in the past seventies, about the importance of remembering those lessons when we analyze realities related with much nearer periods, even completely contemporaneous: a total reasoned analysis which integrates quantitative and qualitative, objective and subjective, short-term and structural elements.

This is the methodological guide which orientates a re-reading outline of Spanish post-war food crisis, based on a revision of both historians and contemporary works, as well as an exploration of press from an Andalusian observatory (in the province of Granada).

Keywords: Crisis, food risk, historical analysis, Spanish post-war, politics, Andalusia (Granada)  


 

Las reflexiones de estas páginas nacieron de un propósito en gran parte metodológico, inicialmente concebido con ocasión de la invitación recibida para participar en un coloquio internacional a mediados de la pasada década[1]. Tratan de un "riesgo alimenticio" fundamental, como es el de la falta o insuficiencia de alimento (penurias y hambrunas), y de su tiempo, que implica la escala temporal de sus efectos, su frecuencia y los límites cronológicos de su pervivencia, particularmente en el ámbito de los países de la cuenca mediterránea. Más concretamente, aborda la problemática de las "crisis" ligadas a la irregularidad, a corto plazo, de la producción agrícola (y/o de las condiciones de acceso a los alimentos básicos) y la atención limitada que ha suscitado, en general, esta clase de fenómenos en lo que concierne a sus manifestaciones contemporáneas en el ámbito mediterráneo, sobre todo como materia para un análisis global y razonado.

La historiografía económica española reciente ha realizado importantes avances en el estudio de la evolución de la alimentación a largo y medio plazo, durante los siglos XIX y XX[2]. Dentro de este mismo campo académico se ubica también el impulso que han conocido las investigaciones de historia antropométrica centradas en la estatura como indicador del estado nutricional y del "bienestar biológico" de las poblaciones[3]. Por la malnutrición y la desnutrición del siglo XX y sus secuelas se han interesado particularmente algunos historiadores de la medicina: durante el primer tercio del siglo[4], en los años de posguerra[5] o desde una perspectiva cronológica más amplia[6]. La colaboración establecida entre los equipos que vienen desarrollando estas y algunas otras líneas de investigación conexas se ha plasmado, muy recientemente, en dos sesiones del XIV Congreso de la Sociedad Española de Historia Agraria. Una de ellas, bajo encabezamiento que señala expresamente a las "crisis alimentarias" y a los efectos de los "shocks nutricionales" en el ámbito rural[7]. Uno de sus focos principales se puso en la posguerra española y el franquismo: de ahí la novedad, en particular en unos estudios de historia antropométrica que en su mayoría se cerraban antes de la Guerra Civil y privilegiaban una perspectiva de largo plazo.

Estos nuevos cuestionamientos sobre los años "malos" que se sucedieron en España tras la guerra de 1936-39 están precisando sus efectos en la población y sus desigualdades sociogeográficas. Por otra parte, el periodo nos invita a no perder de vista, aun tratando de realidades de mediados del siglo XX o incluso más cercanas, un modelo general contrastado, como es el de las "crisis de tipo antiguo", elaborado por el gran historiador francés Ernest Labrousse en sus monumentales estudios de los años 30 y 40 del siglo pasado. Por supuesto, toda transposición descontextualizada (a-histórica) traicionaría el análisis labroussiano.

La relectura que aquí esbozamos de la coyuntura de posguerra, a la luz de ese modelo, se apoya, por una parte, en aportaciones de la historiografía (socioeconómica, demográfica y médica) sobre los primeros años del franquismo y de algunos trabajos coetáneos (económicos y médicos); y, por otra, en un ejemplo de la prensa "de provincias", el diario Ideal de Granada, cuyos volúmenes de 1940 (incompleto), 1941, 1942 y 1945 he consultado en la hemeroteca del Museo Casa de los Tiros granadino. Tales son los límites de un ejercicio que se concibió como una reflexión al hilo de un capítulo insoslayable de la historia social de la posguerra española −como nos confirman las investigaciones recientes−, pero sobre todo, como campo de aplicación de un tipo de análisis cuyo alcance es mucho más general. Tampoco debe perderse de vista la localización del observatorio utilizado (Granada −la capital y su provincia− y, como fondo más amplio, Andalucía), aunque la problemática que se suscita desborde muy ampliamente el espacio y el tiempo del caso que nos sirve de ejemplo. Entran en juego: la frecuencia y la naturaleza de las situaciones de penuria, su gestión política, sus consecuencias y sus percepciones.

Penurias y "crisis": pasado y presente

En la introducción a su Histoire des peurs alimentaires, Madeleine Ferrières[8] afirmaba que, en las sociedades "occidentales", hace tiempo que la idea que evocan los "riesgos alimentarios" tiene mucho más que ver con la exposición a alimentos nocivos o malsanos que con el temor a la escasez que antaño acaparó su significado. Las expresiones inglesas food security y food safety suelen sintetizar esta transición semántica: de manera muy generalizada, la literatura especializada y los informes emanados de la FAO y otros organismos internacionales reservan la primera de estas expresiones a problemas vigentes en países subdesarrollados. Sin embargo, la propia obra referida deja constancia de que el otro gran tipo de riesgo, ligado a la calidad de la alimentación, también tiene una larga historia. La exposición a él aumenta, como es bien sabido, en situaciones de stress carencial. Algunas de las manifestaciones más trágicas de la crisis actual, en plena Europa[9], subrayan los límites de una tipología básica de las inseguridades alimentarias, sin perjuicio de que las diferencias (espacio-temporales y de naturaleza e intensidad de los problemas) sean efectivamente incuestionables.

Que el "objeto de historia"[10] construido en torno a la problemática de la "cantidad y la regularidad del abastecimiento" constituya "una luminosa solana de la investigación histórica"[11], en lo que respecta al período final del Antiguo Régimen e inmediatamente después, se debe en primer lugar a la obra y al magisterio de Labrousse[12].

Sobre este "instrumento de análisis" eligió reflexionar Pierre Vilar en su contribución al volumen de homenaje a quien siempre reconoció como su maestro, publicado hace ahora cuarenta años[13]. El tiempo transcurrido no ha hecho mella, a mi juicio, en la profundidad y pertinencia de sus reflexiones. Otro tanto puede decirse acerca de las posibilidades y vías de investigación que apuntan, todavía apenas exploradas. Se refieren a los dos aspectos de la perspectiva de estas páginas que ya he señalado: la importancia del tiempo corto para un análisis histórico de los riesgos alimenticios (las "lecciones" del "año malo") y la poca atención que suele prestársele al tratar de problemas del mundo contemporáneo.

Recordaremos, muy resumidamente, algunos puntos fundamentales de aquel texto de Pierre Vilar, acompañándolos de muy breves comentarios. Su enumeración pretende facilitar la exposición, sin implicar un orden de importancia:

1)     “Ya se trate de investigar las ‘causas’ o de explorar las ‘series’, cualquier utilización parcial desfigura la historia”[14], ya que obstaculiza la comprensión (global) de los fenómenos. La observación se dirige a "la tentación del modelo único", cualquiera que sea la base de éste: meteorológica, psico-sociológica u otra[15].

1945 fue uno de los años de lluvias escasas –la pertinaz sequía omnipresente en el discurso de los responsables franquistas de la época. El encargado de la sección de meteorología del diario granadino, que no dudaba de las "causas extraterrestres" del "desastre", tampoco escondía su desconcierto al suscitar una imputación astral: una “gigantesca mancha solar” habría hecho aparición, lo que anunciaba “unas veces lluvias y otras, sequías". 1944 había marcado, "prematuramente", un mínimo de actividad solar, dentro de uno de los ciclos habituales de “subida y bajada” que se repetían cada once años y medio. Pero “algo extraño le sucede en este ciclo actual. Ahora bien, ¿qué mecanismo, qué enlace tiene eso con nuestra atmósfera? No lo sabemos […]. Nos encontramos ante un misterio científico que está sin resolver. Sólo Dios lo conoce, por ahora…” Lo que no era óbice para que el titular de la noticia sentenciara: “La causa de la sequía padecida reside, indudablemente, en el sol”[16].

2)     Lo importante para el análisis histórico de un cierto tipo de “riesgo alimentario” es la crisis, antes que “el ciclo”, “la irregularidad del producto antes que la regularidad de las oscilaciones, las consecuencias antes que la causa del fenómeno, sobre todo si esa causa desafía las intervenciones […;] la constatación de una coyuntura no es un fin [sino] un dato”. Para el historiador, el interés "reside en la respuesta del sistema agrosocial al desafío meteorológico”, pues “su terreno” es “la reacción de los hombres[17].

De ahí la importancia del tiempo corto para la investigación. Ésta, por otra parte, solo es verdaderamente “útil” cuando es “diferencial”. La crisis de tipo antiguo “no es una depresión a medio plazo de las ‘rentas agrícolas’, sino un hundimiento brusco de los recursos de la capa inferior de los campesinos […], con una caída inducida del salario real del obrero, cuando no se llega al paro”[18]. Esto es –Vilar lo ha explicado con lucidez− lo que Wilhelm Abel, en la reedición de 1966 de su Agrarkrisen und Agrarkonjunktur[19], no acertaba a captar en el modelo labroussiano. Y es precisamente por ello por lo que la crisis de tipo antiguo, y el tipo históricamente dado de riesgo que encierra, revelan una estructura socioeconómica.

"El hombre no se alimenta de promedios": Pierre Vilar solía recordar esta advertencia de Henry Hauser, el especialista francés en historia de los precios[20]. Debería de tenerse especialmente en cuenta al tratar de balances alimentarios, con sus variaciones en el tiempo y en el espacio social. Incluyendo sus relaciones con la demografía.

En este último campo, han pasado más de 30 años desde la rica panorámica legada por la conferencia de Bellagio[21]. Particularmente en lo que respecta a las sinergias, complejas y variables, entre infecciones (incluido el riesgo de epidemias) y alimentación, así como entre éstas y los niveles de mortalidad, con su corolario que serían las implicaciones de estas sinergias en las tendencias a largo plazo de la mortalidad. Se ha demostrado que el análisis histórico tiene mucho que ganar de una comprensión suficiente de aportes de la fisiología y la microbiología modernas, a condición de cuidarse de las extrapolaciones descontextualizadas. Prolongando la reflexión que había esbozado en Bellagio, Massimo Livi-Bacci se ha ocupado de las relaciones a largo (y muy largo) plazo entre población y alimentación en ensayos muy conocidos, que consagró, respectivamente, a Europa ("de la gran peste a la Revolución industrial") y a la población mundial (desde sus orígenes a nuestros días)[22]. Sobre todo en el primero de ellos, el propósito del demógrafo e historiador de la población italiano era "somete[r] a verificación" la "hipótesis alimentaria"[23], preguntándose por el "impacto neto" de este factor en el crecimiento demográfico, lo que −con sus propias palabras− implicaba "escindir el síndrome de atraso −compuesto de miseria, pésima higiene, ignorancia, malnutrición, enfermedad−". Pensando en las objeciones que conocía o esperaba de historiadores, Livi-Bacci concedía que su "tentativa" era "tal vez […] antihistórica pero con seguridad no 'antidemográfica'…"[24] Pero Livi-Bacci precisa que su planteamiento no se refiere al tiempo corto, dado que "la influencia negativa de penurias y carestías (en conjunción con estallidos epidémicos) sobre la población está bien probada", aun cuando "las mayores crisis de mortalidad estuviesen provocadas en general por epidemias desvinculadas de hechos alimentarios"[25]. Sus argumentos apoyan la idea de que, entre la gran masa campesina de Antiguo Régimen, "una base calórica suficiente debía alcanzarse con facilidad en tiempos normales y para quien viviera en condiciones no marginales"[26]. En otras palabras, la amplitud del riesgo asociado a las fluctuaciones de la oferta y del acceso a los alimentos básicos −su geografía, frecuencia, intensidad y su análisis socialmente diferencial− sigue ocupando el centro de un problema histórico: no hay que olvidar lo inestables que eran las fronteras de la "marginalidad" social en año malo, y las consecuencias de ello en los efectivos de la población marginalizada. Dentro del campesinado, "compradores, vendedores y almacenadores [formaban] categorías de límites variables según la coyuntura"[27]…, al igual que los riesgos (peligros y oportunidades) que aquella acarreaba para los unos y los otros. Los "sobresaltos [de la economía] no importan menos que sus continuidades"[28].

3)     La originalidad del análisis labroussiano radica en el hecho de que aborda “un fenómeno histórico suficientemente repetido como para ser imaginado según un modelo […] donde se combinan, en una totalidad que no puede disgregarse, lo cuantitativo y lo cualitativo, lo objetivo y lo subjetivo, lo estructural y lo coyuntural”[29].

La “imputación a lo político” forma parte de las percepciones y reacciones sociales habituales ante las crisis de tipo antiguo. Labrousse se refería así a una tendencia socialmente extendida a reducir (por completo o en gran parte) al ámbito de lo político las causas de tiempos de penalidades que afectaban a capas numerosas de la sociedad: representación sumaria de los mecanismos de la crisis que gana adeptos entre quienes temen los riesgos. Los poderes debían tenerlo muy en cuenta. Las manifestaciones y sus consecuencias eran de alcance e intensidad variable: de los simples “rumores” a los “grandes temores”, de los incidentes más o menos aislados y los tumultos locales a la “guerra de las harinas”. Nada de un automatismo “hidráulico”, como es bien sabido.

Non piove, porco governo” traduce un reflejo social que no nos causa extrañeza en nuestras sociedades desarrolladas actuales, ya sea de la cuenca mediterránea o de otros ámbitos geográficos. A mediados de la pasada década, en el contexto de un penúltimo "ciclo" seco, el diario El País iniciaba una serie de artículos que llevaban como encabezamiento general "La crisis del agua", aludiendo a "los malos humores que dudan entre encomendarse al santo o arremeter contra el Gobierno de turno"[30]. Las implicaciones político-territoriales de esa "crisis" en el Estado de las Autonomías añaden un poderoso estímulo a esta clase de esquematismos, como es sabido[31].

4)     Nuestro "mundo, en enormes extensiones, sigue siendo un mundo de hambre […] ¿Es sólo un mundo de promedios alimenticios insuficientes, de malnutriciones latentes? ¿Habrá desaparecido el fenómeno cíclico?"[32] 

Evidentemente, no se trata, de ninguna manera, de sugerir identidad entre el "subdesarrollo" contemporáneo y las economías europeas de "Antiguo Régimen". Hasta en sus volúmenes más recientes, la colección de informes anuales de la FAO (El estado mundial de la agricultura y la alimentación) confirma la confusión −común en ellos y sobre la que llamaba la atención P. Vilar− entre malnutrición "crónica" y episodios periódicos, entre ciclos meteorológicos y cambio climático, entre accidentes "naturales" y problemas socioeconómicos "estructurales". El dominio del "lenguaje de mercado" es una constante. Sin dejar de inquietarse por los precios de abundancia, contemplan los de escasez como una variable "exógena", ajena en gran medida a los mecanismos de poder (y a los desequilibrios de todo orden) que rigen las relaciones económicas y los intercambios a escala mundial.

Ciñéndonos a la cuenca mediterránea, en los países del sur no faltan ejemplos modernos de agitaciones populares que recuerdan a las viejas "revueltas del pan": como en Egipto, en 1977; en Marruecos y en Túnez, en 1984, e incluso −aunque en parte y más indirectamente− en los acontecimientos de octubre de 1988 en Argelia y hasta en estallidos sociales más recientes conocidos por la región. Es verdad que todas estas tensiones están relacionadas con imposiciones del FMI y con los costes sociales de ajustes aplicados por los gobiernos locales (según el esquema que ahora vemos repetirse más al norte). No es éste un detalle menor. El desarrollo del capitalismo conlleva cambios de escala (geográfica y económica) de los problemas. Pero no faltan similitudes con los movimientos “de tipo antiguo” en Europa, tanto en la forma como en el fondo[33].

¿Y en el norte? Labrousse observó que la crisis de dominante agraria siguió dejándose notar en Francia hasta el cuarto final del siglo XIX. En España, la de 1868 fue, según Nicolás Sánchez-Albornoz, la última de las grandes crisis de subsistencias de carácter general, pero otros episodios de menor gravedad y geografía variable dentro del país jalonaron todo el siglo XIX[34]. Un célebre observador de las realidades sociales de los campos andaluces (cordobeses) en las dos primeras décadas del siglo XX, Juan Díaz del Moral, calificaba 1882 como "el último de los terribles años de hambre que padeció Andalucía". "El de 1905 −añade− no puede comparársele": el notario de Bujalance atribuía a esta otra "crisis agrícola y al hambre colectiva" que trajo el hecho de que la "agitación" campesina en la región se apagara desde finales de 1905[35]. Pero en los meses previos, en los pueblos de la campiña cordobesa "donde el movimiento obrero era más intenso", proliferaron "revueltas, motines y manifestaciones tumultuosas", sucediéndose los asaltos a panaderías[36]. Y el "trienio bolchevista" (1918-1920)[37] fue un periodo de vida cara, como es bien sabido[38]. De los 40, "años de la jambre", nos ocuparemos enseguida. Entre 1895 y 1905, se cuentan por decenas en España, si no es por cientos, los episodios locales de altercados colectivos registrados por los periódicos que guardan relación con subidas de precios de los alimentos de primera necesidad, aunque tal vez la categoría de motín no convenga a todos ellos en igual medida[39]. Salvo una o dos excepciones, han dejado constancia en todas las regiones, aunque su ritmo no es el mismo en todas partes. Proliferaron especialmente en el sur: en Andalucía (sobre todo en las provincias de Sevilla, Málaga y Córdoba), Extremadura (Badajoz) y Murcia.

Está claro que las repercusiones de las sequías en la España de nuestros días son de otra índole y otras dimensiones. Lo que no implica que su resonancia pública sea ahora insignificante. En 2005, con el inicio de un ciclo de sequía, la inmersión de los medios de comunicación en el problema climático se convirtió en un hecho cotidiano, permanente. Lo que choca en las aproximaciones mediáticas dominantes no es tanto el recurso a la mera mención banalizada del "cambio climático" o "calentamiento global" a modo de explicación omnímoda de cualquier fenómeno que toque a las relaciones entre las sociedades humanas y su medio; ni siquiera la concepción que difunden, parcial y selectiva, de los factores de tal cambio, sino la escasísima consideración o total inatención comunes hacia las oscilaciones a corto plazo y su gestión o, más generalmente, hacia las "lecciones del tiempo corto". A veces, hasta los límites de la caricatura.

Quede claro que nada está más lejos de mi propósito que alentar la más mínima indiferencia o escepticismo ante gravísimas preocupaciones que están respaldadas por un amplísimo consenso científico. Sin perjuicio de la disparidad de posturas preconizadas, se abre paso con firmeza la que sostiene que solo una alta dosis de irresponsabilidad asociada a intereses muy poderosos puede hacer entendibles determinados intentos de desconocer o velar los retos vitales acuciantes que plantea hoy la interacción entre necesidades de desarrollo económico, "sostenibilidad"… y modos de organización social. Pero, a la vez, las imputaciones cómodas propias de una cierta vulgata definen una especie de ideología climática: ya se trate de descubrir una relación entre "la canícula" de 2003, enseguida despachada como una manifestación más del cambio global, y la bajada de algunas producciones de cereal en la Europa mediterránea −"cosa de la que no dudábamos", hubiera dicho Labrousse−, o de explicar sin más la escasez de precipitaciones padecida por España en 2005[40]… o los devastadores efectos del huracán Katrina en Nueva Orleáns.

Y sin embargo… "Los acuíferos [de la cuenca mediterránea andaluza] alcanzarán dentro de cuatro meses −decía un titular periodístico de agosto de 2005[41]− su mínimo histórico de hace 10 años": al lector corresponde constatar la evidencia de que el fenómeno cíclico es uno de los componentes del movimiento histórico (en toda la extensión del concepto). Que los efectos de los distintos componentes de éste se sumen (o se multipliquen) no debe hacer olvidar la persistencia de aquél. En 1995 −pico de la sequía precedente−, la completa ausencia de nieve en la Sierra Nevada granadina había obligado a aplazar un año los campeonatos mundiales de esquí. Se organizaron rogativas ad petendam.

Antes de que acabara aquel verano de 2005, en otra colaboración publicada en el diario El País, el Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz reflexionaba sobre algunas consecuencias del huracán Katrina, al que calificaba como tsunami negro: "con frecuencia −escribió− el mecanismo del mercado se comporta repugnantemente en las emergencias… [Frente a la necesidad de una evacuación masiva] respondió triplicando el precio de los hoteles en áreas vecinas"[42]. Una respuesta que al antiguo economista jefe del Banco Mundial le recordaba la que se produce en las hambrunas contemporáneas, "la mayoría" de las cuales −decía citando a Amartya Sen, también galardonado por la Fundación Nobel (1998)− "no van asociadas a una escasez de alimentos −entiéndase a una insuficiencia absoluta de éstos con respecto a la población−, sino a que quienes los necesitan no pueden acceder a ellos por carecer de poder adquisitivo". En fin, Labrousse no es citado, lo que no puede sorprendernos, pero, al menos en parte, no dejan de observarse contradicciones socioeconómicas estructurales reveladas por el accidente climático.

Añadiremos que las crisis agroalimentarias apenas afloran en un libro publicado en la pasada década titulado El hambre en España[43], que no carece sin embargo de interés. Muy sinceramente, en la primera página de su texto, el autor, periodista en televisión, avisaba al lector de que su libro "no es una historia del hambre en España (eso es sólo un título)", aunque el prologuista anunciara "el libro total sobre el hambre en España". Pero el "hambre profunda, eterna, de España"[44] se parece poco a las humildes lecciones del tiempo corto[45].

La década de los cuarenta en España: los "años del hambre"

¿Qué sabemos de las relaciones entre una coyuntura de alto riesgo alimentario como la de la posguerra española y los problemas planteados por su evaluación y gestión por parte de las autoridades del momento? ¿Qué percepciones de los riesgos se ponen de manifiesto y cuáles son los tipos de respuesta del sistema social?

Advertencia preliminar: adentrarse en estas cuestiones apoyándose en un exponente de la prensa provincial y regional coetánea conlleva límites sobre los que no parece necesario extenderse. Con todo, los problemas (cuantitativos y cualitativos) relacionados con la alimentación de la población tuvieron un reflejo periodístico cotidiano a lo largo de estos años, aunque a menudo rutinario y relegado a las secciones de breves ("noticias y avisos") de las páginas interiores. Por otra parte, los propios sesgos ideológicos y las paradojas flagrantes no carecen de interés para el análisis. Así, los consejos de "higiene y belleza" o "Lucha contra la obesidad"[46], y la notoria presencia en 1945 de publicidad de delicias varias (inclusive para las meriendas taurinas de la feria del Corpus). No había pasado mucho tiempo desde que una orden de la Jefatura provincial de abastecimientos y transportes prohibiera la "ostentación en escaparates de artículos alimenticios" que pudiera constituir "un alarde de abundancia"[47]. Mientras tanto, el Auxilio Social[48] y los orfelinatos ligados a la caridad particular contaban por miles los efectivos de asistidos y listas de espera en la provincia[49], y los avisos de las autoridades urgían a devolver las cartillas de racionamiento de titulares fallecidos (mencionados por sus nombres y apellidos). En la portada del periódico granadino del 16 de mayo de 1945, en pleno paroxismo de los problemas de subsistencia, la referencia al "mal año" aparece aliviada por las promesas de "víveres suficientes" realizadas por el ministro de Agricultura (Miguel Primo de Rivera)… y por el anuncio del segundo premio del sorteo extraordinario de lotería repartido por pueblos de las provincias de Granada, Málaga y Jaén. Fatalidad y fortuna: dos caras del "riesgo".

Orientaciones y gestión oficiales: consecuencia… y factor destacado de penurias

El temor a la escasez, una obsesión para los primeros responsables franquistas en una coyuntura difícil[50], se mantuvo después en el horizonte del intervencionismo oficial. Incluso cuando, mediados los años 50, volvieron los excedentes de cereal después de dos décadas deficitarias. En palabras de Carlos Barciela[51], fueron "veinte años perdidos para la agricultura española". Sin ser la (única) causa de escasez, la política agraria agravó sobremanera sus efectos: los años de crisis, sobre todo 1945-46, se inscriben en una coyuntura prolongada de depresión[52].

Los "pilares" de esta política fueron: la autarquía; la intervención (muy desigualmente eficaz) en la producción, los salarios y los precios; la defensa de la gran propiedad (empezando por el desmantelamiento violento y el expolio de la reforma agraria republicana, cuyas mayores realizaciones se produjeron tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones de febrero de 1936) y el control más estricto de los trabajadores. Exorcizando cualquier veleidad reformista en materia de estructuras agrarias −a despecho de ciertos discursos de los responsables falangistas−, las opciones se resumen en el binomio irrigación-colonización, con mínimos resultados antes de los años 50[53].

El principal instrumento de ejecución de esta política fue el Servicio Nacional del Trigo (S.N.T.), creado en 1937 e inspirado en la Battaglia del grano mussoliniana, organismo encargado del control de la producción (mediante la asignación de cupos por zonas geográficas que después se repartían entre los agricultores), la circulación (expedición de salvoconductos, suministros a las fábricas de harinas) y los precios del trigo (oficialmente tasados). Su acción se extendió más tarde a la mayor parte de los cereales y de las leguminosas. Por otra parte, el racionamiento de los artículos de alimentación fue decretado "provisionalmente" al término de la guerra (14/05/1939)… y sucesivamente prolongado hasta 1952: "una pena que duró trece años, un mes y un día"[54].

Barciela ha explicado convincentemente las implicaciones de esta política en la reducción de superficies sembradas, rendimientos y producciones, y en el crecimiento paralelo del mercado negro (el célebre estraperlo) y de los precios. De hecho, confirma la pertinencia de las inquietudes que habían manifestado contemporáneos como Manuel de Torres (muy especialmente), ya en 1940, e Higinio Paris Eguilaz, en 1943, con respecto a los efectos perversos de una intervención parcial, mal apoyada estadísticamente y, en la práctica, con muy escaso control del funcionamiento real de los mercados: abandono de producciones clave, más vigiladas o tasadas a niveles relativamente bajos, por otras más remuneradoras; desarrollo de tráficos clandestinos y exacerbación del alza de precios: "El máximo beneficio del cultivador (…) puede no coincidir con el máximo interés nacional", escribió muy prudentemente en 1943 quien ejercía como secretario general del Consejo de la Economía Nacional[55]. Torres se había expresado con más claridad y también veía el efecto depresivo que tal política tenía en los salarios reales, teniendo en cuenta la aplicación netamente más eficaz de la tasación sobre los salarios que sobre los precios[56].

Pese a que la tasación oficial del trigo fue constantemente revisada al alza (de un promedio de 50 pesetas el quintal métrico en 1937 a 250 en 1950, en un contexto general de inflación acelerada), no fueron unos "precios oficiales muy elevados" los que procuraron beneficios extraordinarios a los grandes propietarios, sino los fuertes desequilibrios de los mercados y la importancia del estraperlo, junto a los bajísimos salarios, a menudo inferiores a los baremos oficiales[57]. Sin perjuicio de las muy justificadas reservas que inspiran las estadísticas (agrarias y otras) de la época −el propio Paris Eguilaz no se hacía ilusiones al respecto−, las tendencias generales de superficies cultivadas y producciones no ofrecen duda alguna (cuadro 1)[58]:

Cuadro 1
Superficie cultivada y producción de trigo en España (1939-1950)

Año

Superficie(miles de hectáreas)

Producción(miles de toneladas)

1939

3.496

3.180

1940

3.535

2.395

1941

3.762

3.078

1942

3.796

3.662

1943

3.756

3.127

1944

3.732

3.769

1945

3.766

2.262

1946

3.950

4.131

1947

4.017

3.180

1948

4.041

3.275

1949

4.086

3.035

1950

4.080

3.373

Fuente: Anuario(s) de Estadística Agraria

1) De 1915 a 1935, la superficie dedicada al trigo osciló entre 4 y 4,5 millones de hectáreas. Desde ese último año no superó los 3,5 millones antes de 1941 y no recuperó las cifras de antes de la guerra hasta los años 50.

2) La producción media de trigo durante los años 1931-1935 se acercó a 44 millones de quintales y se había situado en 41 millones durante el decenio 1926-1935. Habrá que esperar a mediados de los años 50 para recuperar valores semejantes. La cosecha de 1940[59] y la de 1945, aún más corta, redujeron en casi la mitad las magnitudes anteriores. Los 40 millones de quintales anuales, en los que las autoridades estimaban las necesidades del consumo interno, se contabilizaron una única vez en toda la década de los 40 (en 1946).

El año 1945, muy seco, fue "muy malo" para los cereales y "nefasto" para el ganado, privado de alimento[60]. La Hermandad de Labradores y Ganaderos de Granada cifraba en las siguientes proporciones la caída de la producción provincial con respecto a los promedios (a su vez reducidos) del quinquenio 1940-1944: del 50 por ciento para el trigo, el 80 por ciento para la cebada, el 76 por ciento para el maíz, el 66 por ciento para la aceituna, entre el 64 y el 72 por ciento para las leguminosas y el 76 por ciento para sus pajas, el 57 por ciento para la patata, el 45 por ciento para la remolacha azucarera… Proporciones de una "calamidad pública"[61].

3) En lo que respecta a los precios pagados a los agricultores, no hay duda de que la serie establecida por A. García González y C. Barciela para el trigo (cuadro 2) se acerca más a la realidad que los datos oficiales. Y aun así, se trata, según sus autores, de una estimación por defecto, dado que calcularon uniformemente los precios del mercado negro al 250 por ciento de los valores oficiales, cuando en el valle del Guadalquivir J.M. Naredo ha detectado factores multiplicadores siempre superiores a 3 y, por momentos, de 5 o 6 veces el precio de tasa[62].

Cuadro 2
Precios medios del trigo (percibidos por los agricultores)

Año agrícola

Pesetas corrientes (100 kg)

Pesetas constantes (100 kg)

1937-1938

 50,60

42,71

1938-1939

 62,62

41,43

1939-1940

 66,50

43,30

1940-1941

 84,60

47,46

1941-1942

123

53,10

1942-1943

151

60,93

1943-1944

192

78,22

1944-1945

246

95,67

1945-1946

259

94,33

1946-1947

260

72

1947-1948

295

69,50

1948-1949

392

86,04

1949-1950

367

78,74

1950-1951

331

62,55

Fuente: García González y Barciela 1986, p. 508-509

Aunque los precios nominales dibujan un alza continua, su traducción en pesetas constantes subraya con claridad los "picos" de 1945 y 1946, que doblan con holgura las cifras de los primeros años de la serie. La sequía particularmente "pertinaz" de 1944-1945 se superpone a un movimiento más largo acentuándolo. Pero no se solapa completamente con él ni puede explicarlo enteramente. Es posible que los 246 litros de precipitaciones que se midieron en Granada en 1945 se acercaran al mínimo conocido en la provincia desde la crisis de 1868[63], en torno a 180 litros menos que el promedio registrado en el decenio 1935-1944 (-42 por ciento). El déficit del año agrícola 1944-45 fue aún mayor en el valle del Guadalquivir y en el norte de Marruecos bajo protectorado español[64]. Más tarde, la provincia de Granada ha registrado volúmenes inferiores a los de 1945 en 1953 y 1974[65].

4) Más violenta fue la subida de los precios al consumo. Paris Eguilaz reprodujo los índices oficiales, cuya serie se inicia en 1939 y únicamente abarcaba entonces a las capitales de provincia. Tomando como base 100 los promedios estimados para julio de 1936, el índice asciende a 318 en 1942 para el conjunto de los artículos de alimentación, variando entre 250 para el pan y 618 para los huevos (¡puro lujo!), pero los de las patatas y las habas superaban con creces el índice 400 y habían rozado el 650 en 1941[66]. En realidad, el precio del pan de estraperlo llegó a multiplicar por ocho y hasta por diez el oficial de la "ración".

La gestión autárquica de la economía agraria partía de la consideración de una posición claramente (y sobre todo establemente) excedentaria de España. Como han señalado García González y Barciela, fue diseñada "por gentes de la cuenca del Duero"[67]. Pasaron por alto o despreciaron condicionantes como la "atomización" de gran parte de la producción, los bajos rendimientos o la dependencia de las importaciones de abonos y, por todo ello, del ciclo estocástico de las cosechas (¡las irregularidades temporales!). En los momentos de vacas flacas algunos artículos de prensa se acordarán de las importaciones de alimentos en tiempos de la República[68]. En enero de 1945 −por tanto, en plena sequía− el S.N.T. inició la construcción de los dos primeros silos de trigo (en Córdoba y Alcalá de Henares) de una futura red nacional en proyecto… Felicitándose por la buena nueva, una información periodística loaba la inteligencia de esta práctica que, "desde el antiguo Egipto", perseguía "almacenar eficazmente en las épocas de abundancia y hacer provisión para la escasez"[69]. Lo contrario se antoja más difícil…, aunque, en el contexto de la época, sería aventurado atribuir al comentario un soplo de ironía.

Está claro que no todos salieron perdiendo con una aplicación tan persistente de las opciones que guiaron la política agroalimentaria.

La gestión de las consecuencias sociales de la penuria

Las relaciones entre la escasez y su gestión en la España de posguerra se comprenden mejor en términos de interacción que de una causalidad lineal y de sentido único. Tales relaciones son inseparables de una coyuntura concreta de los antagonismos sociopolíticos, después de intensas luchas de clases (y en un momento de represión exacerbada). El desbordamiento del mercado negro se ha presentado como "la otra cara" de la tasación y el racionamiento[70]: ambas se reforzaron recíprocamente.

La gestión política de las consecuencias sociales de la penuria consistió, en lo esencial, en la adopción de un dispositivo represivo del estraperlo, el control de los movimientos de población y el auxilio de urgencia a las masas de miserables que se apoyó en la caridad privada a través de la Iglesia (y la organización de Acción Católica). Los informes médicos sobre la alimentación y la salud de la población corresponden a un tipo de evaluación de las consecuencias de la escasez solo parcialmente dependiente de la iniciativa pública.

Represión (selectiva) del estraperlo (un fenómeno masivo y funcional)

El mercado negro de artículos de alimentación (entre otros) se impuso muy pronto como un fenómeno generalizado. En los años 40 alcanzó proporciones exorbitantes: hasta el punto de superar al mercado oficial en el caso del trigo y de igualar las dimensiones de aquél en el del aceite de oliva.

Las disposiciones dictadas para limitar esta práctica se sucedieron desde el inicio de la tasación y se hicieron más severas a partir de 1941: primero con la ley del 24 de junio que asimiló a la "rebelión" los delitos de acaparamiento y ocultación; le siguió otro texto publicado en el BOE del 22 de octubre que incluyó el delito de venta a "precio abusivo" y endureció las penas contempladas, entre las que se incorporó la capital. Las advertencias a la población a través de los medios de comunicación se hicieron más insistentes desde el otoño de 1941[71]: llamamientos al respeto estricto de las obligaciones establecidas, especialmente en materia de declaración de lo producido y suministro de cupos, y a veces animando a denunciar a los especuladores para no hacerse sus "cómplices"[72].

Asimismo se hicieron habituales las informaciones sobre medidas tomadas contra infractores: multas y requisas por ocultación a agricultores, comerciantes, transportistas, harineros y almazareros; cierres de establecimientos, a menudo también por adulteraciones o venta de productos faltos de peso o en pésimo estado. En el transcurso de 1941, el servicio de racionamiento de la provincia (Fiscalía de Tasas) habría abierto más de 6.000 expedientes, sancionado con el cierre a 243 establecimientos, enviado a los "batallones de trabajadores" o encarcelado a un total de 66 infractores y recaudado más de cuatro millones de pesetas en multas. Según afirmaba el gobernador civil de Granada, los casos de "resistencia" de agricultores a la reglamentación eran "innumerables" en toda la provincia[73]. Hubo también destituciones de alcaldes (25 solo en 1944) que habrían faltado a sus obligaciones (por no informar sobre superficies sembradas, "anomalías del racionamiento", etc.) y, más raramente, arrestos de funcionarios por falsificación o corrupción[74].

Pero esta represión fue fundamentalmente desigual. Los grandes especuladores tenían todas las ventajas de su parte para aprovecharse de la situación: los excedentes, los medios para almacenarlos y transportarlos y, desde luego, la influencia en los poderes políticos que equivalía a garantía de una amplia impunidad. El reflejo en la prensa de la represión del estraperlo pone de manifiesto su funcionalidad: a la vez como cauce para procurarse una alimentación durante muchos años precaria para una gran parte de la población, y de legitimación, tanto del agio (al fin y al cabo, un asunto de muchos[75]…) como de la autoridad (llamada a combatirlo). El detalle de las noticias, que generalmente reproducían notas del propio gobierno civil, nos ilustra sobre la significación del estraperlo menudo: confiscaciones a vendedores más o menos improvisados de 400 gramos de costillas de vaca deshuesadas, de 4 kilos de sardinas, de 10 y medio de harina de maíz o de 11 kilos y medio de patatas, respectivamente[76], o bien de patas de cerdo para hacer jamones. En relación con estos últimos, la Comisaría de Recursos de la zona de Granada levantó en 1942 la prohibición de venta que pesaba sobre toda charcutería procedente de matanzas domésticas, basándose en que muchas familias excluían habitualmente jamones y paletillas de su propio consumo "por considerarlos como artículos de lujo"[77]. Testimonios orales de gran riqueza confirman esta práctica, de igual modo que el trueque frecuente de artículos racionados (pan y, sobre todo, azúcar y aceite) y de los propios cupones de las cartillas de racionamiento.

Las raciones eran extremadamente sobrias y su disponibilidad irregular. A comienzos de 1941, la ración de 3ª clase (la más extendida) de pan (por lo general moreno y de pobre calidad) era de 175 gramos diarios. Desde el 1º de noviembre se aumentó a 200 gramos[78] que se mantuvieron hasta 1945, a pesar de las promesas de elevarla y del incremento de precio (de 20 a 35 céntimos). A finales de septiembre de 1945, con la agravación de la escasez, la ración fue rebajada a 150 gramos (al precio de 30 céntimos)[79]. A la agudización de las dificultades las autoridades respondieron con más prohibiciones y nuevas circulares (¡otras tantas oportunidades para estraperlistas!): prohibición de entrada del ganado en las rastrojeras sin previo respigueo (obligatorio) de cereales y legumbres, a cargo, preferentemente, de "las personas más necesitadas de entre los solicitantes"[80]; prohibición de emplear las habas como alimento para el ganado, como era habitual en ganadería porcina[81]. Estas disposiciones confirman hasta qué punto la "invención de forrajes", tal como había previsto Manuel de Torres −a veces opción de supervivencia de las familias y otras muchas de negocio (en detrimento de las disponibilidades para el consumo humano)−, podía ser atractiva para los propietarios en un contexto como aquél.

La rigidez y la monotonía se han señalado como características persistentes (estructurales) de la alimentación de amplias capas populares en España[82]. Ha pasado cerca de medio siglo desde que Juan Martínez Alier constató que 700 gramos de pan, un cuarto de litro de aceite y 80 gramos de garbanzos venían a representar, en la Campiña cordobesa, más o menos la misma proporción del jornal agrícola (alrededor de una cuarta parte de su importe fuera de época de recolección) en 1903, 1919 y… 1961[83]. Este forzado "equilibrio" (presupuestario y solo parcialmente energético mucho más que cualitativo) fue sometido a tensiones duraderas y a veces violentas en los años 40 del siglo XX. Como en las crisis de antaño, al hundimiento de los balances cuantitativos se añadían los peligros de los alimentos adulterados o nocivos. Testigo de ello es la proliferación de noticias sobre casos de triquinosis (relacionado con el consumo de carne de cerdo no sujeta a control público) e intoxicaciones como el latirismo, una "epidemia" (sobre todo en algunas provincias castellanas y catalanas) asociada a la ingesta frecuente de harina de almortas[84]. Las carencias acusadas tienden a modificar los límites de lo comestible que llegan a abarcar desde los huesos de albaricoque −sobre los que el Ideal previno a sus lectores de un riesgo de intoxicación[85]− al potaje de ortigas al que volvió a recurrirse en pueblos cordobeses[86]. En los años 60, el número 46 de la lotería se voceaba allí como "el año del hambre" (a semejanza de otros apelativos como "la niña bonita" y "los dos patitos" con los que popularmente se conoce al 15 y al 22, respectivamente)[87].

Escasez y salud pública: peritaje médico y análisis demográfico

Los estudios dirigidos por el doctor Jiménez Díaz sobre la alimentación de la población madrileña a comienzos de los años 40 contaron, como es sabido, con el apoyo técnico y financiero de la Fundación Rockefeller y la Cruz Roja Americana, junto al patrocinio de la Dirección General de Sanidad. La historiografía médica y antropométrica reciente ha comprobado el interés de estos testimonios, particularmente para la historia social del franquismo, sobre el que llamó la atención José Luis Peset en su prólogo a la reedición realizada en 1978 de cuatro de estos trabajos. Este interés radica tanto en el tamaño de las muestras de población visitada (aunque con éxito limitado) como en su metodología (que conjuga encuestas repetidas a cargo de personal paramédico y examen clínico detenido) y en sus resultados (aun cuando sus criterios científicos hayan perdido vigencia)[88]: "por pesimistas que parezcan" −escribieron los autores−, estos resultados "no son en todo caso peores que la realidad"[89]. En resumen: déficit energético generalizado e idéntica constatación respecto al aporte en calcio y proteínas animales; el pan proporcionaba al menos la mitad de las calorías, el aceite de oliva lo esencial de las grasas y la relación de alimentos consumidos se completaba con patatas, ocasionalmente arroz y algunas legumbres. Leche, carne, queso y huevos eran "prácticamente desconocidos". Los signos patológicos detectados incluían: pérdida sostenida de peso y síndrome de debilidad muy frecuentes, fatiga y dolores musculares; proporciones significativas de afecciones oculares (sobre todo de la conjuntiva) y cutáneas, y de niños con desarrollo insuficiente (casi la cuarta parte); presencia más minoritaria de amenorreas secundarias "inexplicables" en las mujeres, etc.

No se ocultaba a los autores el problema de los sesgos que podían afectar a los resultados de su investigación. Esta se refería a una gran ciudad cuya población había tenido una experiencia específica de la guerra, y dos de las encuestas se localizaban en el suburbio obrero de Vallecas. Las encuestas más completas se basaron en los hogares que mejor respondieron a las demandas de los encuestadores, "premiados" con un kilo de harina y dos botes de leche por persona. Los encuestadores toparon casi siempre con actitudes "de desconfianza", cuando no "francamente hostiles", de la población solicitada, temerosa de una posible intencionalidad fiscal y de una reducción de las raciones. Muy a menudo los padres de familia estaban en paro o en prisión, si no estaban desaparecidos desde la guerra. Pero el responsable de la investigación debía de acertar al afirmar que el rechazo a colaborar se daba sobre todo entre los más pobres y peor informados. En cuanto a la representatividad geográfica de los resultados obtenidos, pensaba que podían extenderse a un porcentaje "inseguro" de la población española, "ciertamente, en el área de Madrid no […] despreciable"[90], y que la situación debía "ser especialmente grave en las grandes poblaciones"[91]. El diferencial rural-urbano de la malnutrición es una de las cuestiones sobre las que la investigación histórica reciente está aportando precisiones y nuevos matices[92].

Cuestión crucial es también la duración de la emergencia alimentaria, en Madrid y en otras áreas. La indagación sobre la población vallecana en el verano de 1941 tuvo que conformarse con respuestas imprecisas: la dieta determinada por las encuestas regía desde "cuatro o cinco años" antes, señalaba una de ellas; de "dos y medio a cuatro años", según otra[93]. Las dificultades, en cualquier caso, no acabaron ahí.

David Reher ha destacado el comportamiento de la mortalidad como el aspecto "más llamativo y sorprendente" de la demografía española de las décadas de los 40 y los 50 del siglo pasado[94]. La primera corresponde al periodo intercensal que registró los mayores crecimientos de la esperanza de vida al nacer de la historia demográfica española (de 12 años para uno y otro sexo), debido en gran medida a un descenso rápido y continuado de la mortalidad de los niños. En particular, los años 1943-1957 habrían sido "extraordinarios en cuanto a sus implicaciones de cara a la salud de los niños se refiere"[95]: una "revolución [que] incidió ante todo en las enfermedades relacionadas con la alimentación y con el cuidado de los niños"[96] y aportaría, de paso, la prueba de "una sociedad profundamente dinámica, innovadora"… En fin, "cualquier confirmación de un papel relevante del régimen de Francisco Franco en este proceso obligaría a los historiadores a acometer una revisión de algunos enfoques tradicionalmente al uso para este período"[97].

Con todo, en una de sus conclusiones ulteriores, el mismo autor aclara que la etapa de cambios demográficos que aborda se "inserta plenamente dentro de las dinámicas iniciadas en el primer tercio del siglo XX"[98]. En cualquier caso, el análisis debe tener lógicamente en cuenta, entre otros factores, las innovaciones producidas, precisamente durante los años 30 y sobre todo 40, en el campo del tratamiento farmacológico de las infecciones[99] y, desde luego, la accesibilidad de éste para la población en cada lugar y en cada momento. Todo ello sin prejuzgar el alcance real de iniciativas en el ámbito de la salud pública en el que, en efecto, no faltan ejemplos personales de profesionales de mucho mérito.

Fechar y localizar con precisión son, además de medir, requisitos de cualquier análisis histórico. Reher descuenta "los primeros dos o tres años de la posguerra" de la favorable evolución que presenta. De hecho, las series anuales de cocientes corregidos de mortalidad infantil (menores de un año) establecidas por Rosa Gómez Redondo confirman un brusco aumento desde 113‰ en 1940, para el conjunto de España, a 148‰ en 1941 (una cota desconocida desde 1920), seguido de reanudación de la tendencia descendente, más rápida después de 1946[100]. Por mucho que no perdamos de vista los problemas que suscitan las estadísticas demográficas de la inmediata posguerra, éstos no pueden en ningún caso explicar el pico de 1941. A escala provincial, Córdoba, Jaén y Cádiz registraron ese año cocientes situados alrededor del 200‰ (y en la vecina Extremadura, el de Badajoz llegó ¡a 240‰!); tras el descenso que siguió, volvieron a subir en 1946, aunque mucho menos acusadamente (con máximos provinciales comprendidos entre 130 y 150‰)[101].

Cabe recordar que en la provincia de Córdoba, después que la cosecha de trigo de 1945 apenas llegara al 30 por ciento de la precedente, la tasa bruta de mortalidad subió de 12‰ en 1945 a 17‰ en 1946[102].

La evolución en estudio de otros parámetros estadísticos a lo largo de una larga posguerra no está conduciendo, de momento, hacia hipótesis lisonjeras[103].

Control de la población, represión de la mendicidad, trabas a la movilidad

La desestabilización de poblaciones duramente fragilizadas fue otro de los efectos de la escasez. Muy pronto, el temor de un éxodo rural y la obsesión por controlar y rechazar de las ciudades a masas de "nómadas" se revelaron como preocupaciones de primer orden de las nuevas autoridades.

En Granada, a comienzos de 1940, la Junta Provincial de Sanidad se inquietaba ante el "problema sanitario" provocado por la llegada a la capital y a otros municipios de la provincia de auténticas "caravanas de gentes en un estado de suciedad y abandono verdaderamente extraordinario y atacados de parásitos". Se dispusieron dos "estaciones de despiojamiento" a las que se conduciría a los "indigentes" para desinfectarlos con vapores de ácido cianhídrico. El gobernador remitió oficios a sus homólogos de las provincias limítrofes pidiéndoles que no proveyeran de salvoconductos a quienes no justificaran que tenían familiares o un contrato de trabajo en la provincia de Granada. La Guardia Civil recibió órdenes estrictas de impedir, mediante una activa vigilancia, el ingreso en la provincia de "nómadas y pordioseros", devolviéndolos a sus "puntos de procedencia"[104].

En 1941, varios bandos del gobierno civil traducen la degradación de la situación social en la provincia. Uno del 1º de abril ordenaba la recogida de los niños mendigos[105]. A finales de julio, tras una pésima cosecha, otro reconocía la ineficacia de la lucha contra la mendicidad en la vía pública que se apreciaba "desde las últimas semanas" y volvía a ordenar la recogida de cuantos indigentes pulularan por las calles de Granada y su conducción al "centro de concentración establecido al efecto" para su clasificación, desinfección y desparasitación, antes de reexpedirlos "a sus puntos de procedencia"; el periódico granadino tituló: "TOTAL ELIMINACIÓN de vagos, mendigos y niños abandonados"[106]. El "centro de concentración" se habilitó en la plaza de toros[107]. Paralelamente, fueron demolidas chozas y cuevas en el extrarradio de Granada: según las cifras oficiales, el número de miserables expulsados de la ciudad a lo largo del año superó los 7.000[108].

Salvando las condiciones específicas el contexto, todo esto tiene mucho de "miedo espontáneo del poder hacia los elementos sociales inclasificables e inestables": uno de los componentes clásicos de las carestías antiguas[109].

En el durísimo invierno de 1945, se aprecia un temor parecido en una pastoral del obispo de Jaén, solicitando a las autoridades "poner las debidas cortapisas a los que, abandonando atropelladamente el campo y la aldea, se meten a toda aventura en los suburbios de las ciudades"[110].

Con tan sombrías perspectivas, no es sorprendente que, del 45,5 por ciento de la población activa española en 1930, la población agraria creciera hasta el 50,5 por ciento según el censo (cuestionado) de 1940, y se mantuviera en 47,5 por ciento todavía en 1950.

Percepciones, "imputaciones políticas". Consideraciones finales

En el capítulo de las mentalidades, también encontramos en los discursos y reacciones de los poderes de los años 40 elementos que recuerdan rasgos conocidos de las crisis "de tipo antiguo".

Lo que tampoco puede extrañar, teniendo en cuenta los referentes ideológicos y los modelos históricos de los que Franco se reclamaba. La mejor historiografía del periodo conviene que la autarquía y el intervencionismo económico respondieron mucho más a una opción elegida que a la consecuencia necesaria de una posguerra interna condicionada por la conflagración mundial coetánea: más que hacer de la necesidad virtud, fue un principio rector, una guía de actuación. Se inspiraba, por una parte, a menudo explícitamente, en iniciativas adoptadas por los regímenes fascista y nazi. Pero también buscaba legitimación en el pasado español, mucho más allá de las reacciones tradicionalistas del siglo XIX[111]. En España, como en todos lados, la liberalización del comercio de granos había suscitado una fuerte oposición popular, y la reivindicación de la tasa o su imposición violenta formaron parte, durante mucho tiempo, de las respuestas de las masas antiliberales cuando empujaban los precios. Asimismo "la tradición católica es antimercantilista": es conocido su papel en "emociones" como las de 1766[112]. Esta tradición se manifiesta en numerosos comentarios de prensa de los años 40: "El 'régimen de libertad' solamente puede defenderse por los acaudalados que tienen medios para comprarlo todo…"[113]. Un reflejo parecido aflora en los desmentidos oficiales al "infundio, rumor e insidia" que aludía a exportaciones de aceite de oliva cuando más severa era la escasez[114]. En realidad, las estadísticas del comercio exterior confirman que, aunque modesto, tal flujo no se interrumpió durante aquellos años, como tampoco el de las importaciones, en gran parte procedentes de Argentina: cereales y (sobre todo tras la visita a España de Evita Perón en 1947) carne[115].

Viniera de medios falangistas o católicos, la crítica del estraperlismo, constante en los periódicos, era fundamentalmente moral. Un "monstruo" que había que abatir con "la espada de la ley", un "cáncer" que se debía combatir; los estraperlistas "amasan fortunas con el hambre de muchos", son "especuladores sin conciencia alguna, peores que criminales de guerra"… Desde luego, no faltan en artículos periodísticos las viejas causalidades diabólicas[116] −¡tan revigorizadas en aquel contexto!− y otras estigmatizaciones xenófobas. A veces, desde una retórica retrospectiva y moral, como en un editorial de 1942 de Ideal titulado "Coto al desenfreno de la codicia"[117]:

[…] la tradición española, la gloria pasada de España, la misión universal de nuestro pueblo, no fue tarea de financieros, sino de soldados, de misioneros o de juristas y teólogos. Judíos, venecianos o genoveses eran […] los banqueros de España y en las páginas de nuestra literatura clásica está bien reflejado el concepto que sus negocios merecían a la austeridad cristiana y heroica de nuestros antepasados […] Habrá tiempo y ocasión para revisar las fortunas de turbio origen, para llevar a los especuladores a los batallones de trabajadores o aun para conducirlos ante el piquete de ejecución, para que la verdad eterna de la muerte les brinde la gran lección que olvida siempre todo codicioso […] No somos un pueblo de mercaderes…

También eran respuestas clásicas a la sequía la organización de procesiones y, sobre todo, la concesión de fondos a los ayuntamientos para sufragar obras públicas (generalmente en el viario) como remedio al paro: desde la primavera de 1945, el periódico granadino señala la ausencia de precipitaciones como "causa principal" del desempleo.

Las imputaciones políticas, en la acepción de E. Labrousse, adoptaron muy diversas formas. Empezando, del lado de las autoridades franquistas, por la que sistemáticamente atribuía casi todas las desgracias a las "destrucciones de los rojos", lo que ha desmentido la investigación histórica seria[118]. Durante la guerra, la propaganda franquista había recurrido insistentemente al argumento alimenticio contra los defensores de la República: respaldado por su control desde el primer momento del granero castellano, el bando franquista había agitado la promesa de pan de calidad ("Franco = pan blanco") contra las parcas raciones de lentejas que aliviaban el hambre en el Madrid resistente ("píldoras del doctor Negrín")[119].

Otra forma de politización de la penuria era la que se expresaba poniendo el foco en los problemas de abastecimiento que conocían en 1945 otros países europeos: Francia una vez depuesto el régimen de Vichy[120], Inglaterra[121] o Suiza: "En España se come mejor que en ninguna parte del mundo" titulaba una noticia avalada por la "observación personal" del corresponsal en Ginebra de la agencia Logos…[122].

"Después de mí, la sequía", ponía en boca de Franco una "chanza habitual en 1947" que anotó P. Vilar[123]. La fórmula se daba también invirtiendo los términos: preocupado por el "temor exagerado" que pudiera haber dejado una comunicación reciente de su ministerio corroborando las sombrías perspectivas de cosechas en 1945, el titular de Agricultura, Miguel Primo de Rivera, quiso "atenuar" ese efecto dirigiéndose por radio a los "labradores españoles" en el día de su patrón, animándoles a ejercitar

[…] esa virtud de saber esperar con alegría, ya que si en cierto modo nos va a faltar algo de lo que esperábamos, hemos recibido, en cambio, por la bondad de Nuestro Señor y a través de nuestro Caudillo, beneficios que superan con mucho a los bienes materiales perdidos…[124]

Imputación política o invocación "mística", según la expresión del ministro Arrese en un discurso a los "asesores eclesiásticos sindicales":

[…] el problema social no es sólo un problema de estómagos vacíos [como pretenden] los que profesan una interpretación materialista de la Historia […]; pero como nosotros no lo somos, sabemos que lo económico no es todo en la vida y que a una mística hay que oponer otra mística […] [De ahí la necesaria] empresa de cristianizar a los trabajadores […] La Falange no quiere obreros pacíficos sino obreros cristianamente rebeldes […], hacer realidad esta voluntad paradójica de conseguir, a la vez, obreros revolucionarios y creadores, obreros cristianos…[125]

Hay que repetirlo, cualquier similitud entre la penuria de los años 40 en España y el modelo de la "crisis de tipo antiguo" tiene límites. En modo alguno se trata de proponer una interpretación del franquismo reducida a un "asunto de pan", de igual modo que "no había que esperar descubrir en 'el pan' todos los orígenes del estado democrático, fascista o militar"[126]. Además, no hubo "motines del pan" en la España de los años 40. Con razón…


Notas

[1] Una primera versión, en francés, se expuso en el coloquio "Les sociétés méditerranéennes face aux risques. Les risques alimentaires", organizado por la Ecole Française d'Athènes (Atenas, 29 de septiembre-1 de octubre de 2005). Las actas del coloquio permanecen inéditas.

[2] Cussó 2005; Cussó y Garrabou 2007; Nicolau y Pujol 2006, 2008; Pujol, Nicolau y Hernández 2007.

[3] Martínez Carrión 1994; Quiroga 2001, 2002; Martínez Carrión y Pérez Castejón 2002; Martínez Carrión, Puche y Ramon 2012.

[4] Bernabéu-Mestre et al. 2008, entre otros trabajos.

[5] Bernabéu-Mestre et al. 2006; Cura y Huertas 2007.

[6] Castelló 2010; Bernabéu y Barona (eds.) 2011.

[7] XIV Congreso de Historia Agraria, Sociedad Española de Historia Agraria, Badajoz, 7-9 de noviembre de 2013. Sesión Plenaria III: "Crisis económicas y crisis alimentarias en el mundo rural: los efectos de los shocks nutricionales a partir de patrones históricos", coordinada por A. M. Linares y J. M. Martínez Carrión. De la posguerra española trataron, desde una perspectiva antropométrica (registros de estatura de la actas de clasificación y declaración de los mozos del servicio militar), las comunicaciones de Cañabate y Martínez Carrión (Hellín) y Parejo y Linares (10 municipios extremeños); el periodo franquista fue abordado también por Trescastro et al. (datos antropométricos de encuestas a población escolar recogidos en publicaciones coetáneas). En el mismo congreso, una sesión simultánea fue consagrada a "La transición nutricional en perspectiva comparada: mitos y realidades", coordinada por J. Pujol Andreu y R. Nicolau. Los textos de las comunicaciones fueron incorporados a la web de la SEHA algunas semanas antes de la celebración del congreso: <http://www.seha.info/2_2013_sesiones.asp>. [20 de octubre de 2013]. El trabajo de Parejo y Linares también puede consultarse en <http://www.aehe.net/2013/12/dt-aehe-1311.pdf>.

[8] Ferrières 2002, p. 7-16.

[9] En los últimos años, algunos medios se han hecho eco de testimonios de docentes en Grecia, Portugal o España alertando sobre las carencias que advierten en la población escolar más vulnerable. En Andalucía, por ejemplo, responsables de la administración autonómica reconocen que algunos comedores escolares "rozan una función asistencial", y su interrupción en los periodos vacacionales se ha convertido en motivo de inquietud, <http://elcorreoweb.es/2013/04/18/la-junta-garantizara-tres-comidas-al-dia-a-todos-los-ninos-andaluces/>. [29 de abril de 2013].

[10] Vilar 1974, p. 37 (el subrayado es de P. Vilar) [trad. cast. 1983, p. 14].

[11] Ferrières 2002, p.11.

[12] Labrousse, sobre todo: 1933/1984, 1944/1990, 1948 y las antologías traducidas de 1962/1973 (castellano) y 1989 (italiano).

[13] Vilar 1974, p. 37-58 y 1982, p. 191-216 [trad. cast., p. 13-42].

[14] Ibid., p. 38 [trad. cast., p. 15].

[15] Apenas sorprende que, más recientemente, en nombre de una historia cultural, algunas propuestas se acomoden, a su manera, a la amputación. Para la primavera de 2014 está anunciada la celebración en la Universidad de París-IV ("Paris-Sorbonne") de un coloquio pluridisciplinar europeo en torno a las "interdependencias entre las condiciones meteorológicas y la alimentación humana" (Colloque "L’alimentation et le temps qu’il fait"). Para disipar cualquier equívoco, sus convocantes han aclarado que ni "las consecuencias del calentamiento climático en la producción de alimentos" ni "las escaseces y hambrunas del pasado y de hoy en día asociadas a condiciones meteorológicas excepcionales, constituyen el núcleo" del coloquio. Los "ejes" de éste serán "las percepciones, los ritmos, los discursos [y] los signos", pero, según se desprende del enunciado de la convocatoria, vistos esencialmente desde el prisma de las "culturas alimentarias" y las "prácticas culinarias" y gastronómicas… Los organizadores argumentan que el expediente que relegan de sus preocupaciones ya "ha sido objeto −y sigue siéndolo− de numerosos coloquios" (sic).

 <http://www.iehca.eu/IEHCA_v4/pdf/Appel_colloque_alimentation_et_meteorologie.pdf>. [7 de octubre de 2013].

[16] Ideal, 17/06/1945.

[17] Vilar 1974, p. 39-40 [trad. cast. p. 16-17].

[18] Ibid. p. 45 [trad. cast., p. 24].

[19] Un "monumento" para Vilar (p. 44); trad. cast. del libro de W. Abel 1986.

[20] Vilar 1974, p. 42 [trad. cast., p. 20] y 1989, p. 116 [trad. cast. 2004, p. 41].

[21] Rotberg y Rabb (eds.) 1985  [trad. cast. 1990].

[22] Livi-Bacci 1988 y 1990 (nuevas ediciones en 2002 y 2009 −de bolsillo).

[23] Desarrollada por Thomas Mckeown como clave explicativa del "crecimiento moderno de la población"; Mckeown 1976 [trad. cast. 1978].

[24] Livi-Bacci 1988, p. 10.

[25] Ibid., p. 9. Véase, sobre este punto, Pérez Moreda 1988, p. 709-735.

[26] Ibid., p. 146.

[27] Vilar 1972, p. 203.

[28] Vilar 1974, p. 42 [trad. cast., p. 20].

[29] Ibid., p. 37 [trad. cast., p. 14].

[30] El País, 27/06/2005.

[31] En nuestro mundo de hoy, otras movilizaciones relacionadas con los alimentos implican también a la política pero con un calado muy diferente: como las que abogan por la soberanía alimentaria y se oponen a la extensión de los cultivos transgénicos y a gobiernos que facilitan los propósitos de las grandes corporaciones transnacionales que los promueven. Tal es el caso de la campaña que, desde hace algunos años, viene desarrollándose en México bajo el elocuente lema "Sin maíz no hay país". Es evidente que la consigna que rezaba "Maíz sí, PAN no" (jugando con el acrónimo del anterior partido gobernante) no se circunscribía a su literalidad. Como lo es que el retorno del PRI al gobierno no ha puesto fin a la movilización (ni dado motivo para ello).

[32] Vilar 1974, p. 53 [trad. cast., p. 36].

[33] Couland 1998, p. 9-20; Le Saout y Rollinde (dirs.) 1999. La tendencia violentamente alcista de los precios que ha dado el tono de los mercados de alimentos en lo que llevamos del siglo XXI, sobre todo desde 2006, ha suscitado el  “descubrimiento” en grandes medios de comunicación de un cierto papel de operaciones especulativas “mundializadas”. Muy discretamente, casi siempre, y como si de una circunstancia anómala y marginal se tratara…

[34] Sánchez-Albornoz 1968 (1963).

[35] Díaz del Moral 1973, p. 134 y 170.

[36] Ibid., p. 210-211.

[37] Ibid., p. 265-376.

[38] En general, el empleo y los salarios prevalecieron en las reivindicaciones de las luchas obreras del período, pero también volvieron a expresarse demandas populares de tasación del precio del pan. Así, en Jerez de la Frontera, en 1918 (Maurice 1990, p. 274).

[39] Arriero 1984, p. 193-250.

[40] Inmediatamente traducida como señal "del Sáhara" a punto de adueñarse del Sur de Europa: artículo de Eric Pipe en Newsweek, reproducido en la "revista de prensa" de El País, 8 de agosto de 2005.

[41] El País ed. Andalucía, 10/08/2005.

[42] El País, 18/09/2005.

[43] Almodóvar 2003.

[44] Ibid., p. 17 y 12-13, respectivamente.

[45] Pero recurrente, lo que, en cierto modo, erige al hambre de posguerra en revelador de un problema "de siglos" (Arco 2007).

[46] Por ejemplo, Ideal del 06/09/1941.

[47] Ideal, 29/04/1941.

[48] A lo largo de 1940, este organismo repartió 4,3 millones de frugales raciones en la provincia de Granada (Ideal, 01/01/1941). Antes de que acabara el año siguiente, la cifra rozaba los 6 millones (30/10/1941). Alrededor de 20.000 personas dependían de esta asistencia (01/01/1942), entre las cuales de 7.500 a 8.500 en la capital de la provincia. En el conjunto de España, las comidas proporcionadas durante 1941 superaban los 18 millones mensuales (30/10/1941), mientras que los niños asistidos por el Consejo de Protección de Menores pasaban del millón (02/01/1942).

[49] Ideal, 03/09/1941, 17/10/1941…

[50] En la que convergían factores internos (incluidos los meteorológicos) y externos. Las hambrunas fueron un fenómeno internacional en la Europa de los años 40, aunque con intensidad muy variable según los países y los momentos. Una parte considerable de la población española la sufrió desde bastante antes. Sobre Francia, cfr. Bueltzingsloewen dir. 2005. 

[51] Entre otros trabajos: Barciela 1986a, p. 384-454 y 1986b, p. 192-205; Barciela y López Ortiz 2003, p. 55-93; Barciela 2013, p. 165-192.

[52] Los dos términos son utilizados indistintamente en Barciela 2013.

[53] Véase asimismo: Ortega Cantero 1979 y Cohen, Ferrer y González Arcas 1992, p. 1.015-1.024.

[54] Lafuente 1999, p. 32.

[55] Paris Eguilaz 1943, p. 119.

[56] Torres 1940, cit. por García González y Barciela 1986, p. 517-519.

[57] La referencia a sanciones a propietarios por esta "conducta antisocial" es excepcional en nuestra muestra de prensa granadina (Ideal, 09/05/1945).

[58] Sobre las estadísticas y su análisis crítico, véase: García González y Barciela 1986; Barciela 1989; Paris Eguilaz 1943. Para las décadas precedentes: Grupo de Estudios de Historia Rural 1991.

[59] Hasta entonces "la peor del siglo" (Ideal, 01/01/1941).

[60] Ideal, 23/06/1945.

[61] Ideal, 28/11/1945.

[62] Naredo 1981, p. 81-128.

[63] Ideal, 26/09/1945.

[64] Ideal, 19/06/1945 y 13/10/1945.

[65] Carreras 1989.

[66] Paris Eguilaz 1943, p. 137-157.

[67] García González y Barciela 1986, p. 501.

[68] Ideal, 24/03/1942 (citando al ABC), 10/05/1942, etc.

[69] Ideal, 19/01/1945.

[70] Clavera 1976, p. 91-97.

[71] El Ideal reprodujo en sus páginas el texto completo de la ley de octubre el mismo día de la publicación de ésta en el BOE.

[72] Ideal, 29/04/1942.

[73] Ideal, 21/01/1945.

[74] Ideal, 09/10/1940.

[75] Los comercios de la época pusieron en venta una muñeca con el nombre de "Calixta la estraperlista". Llevaba una etiqueta anunciando barras de pan y aceite (Almodóvar 2003, p. 244-245).

[76] Ideal, 18/03/1941.

[77] Ideal, 05/03/1942.

[78] Ideal, 31/10/1941.

[79] A título comparativo, en la Francia ocupada la ración de base fue fijada en 350 gramos diarios en octubre de 1940, rebajados a 275 en marzo de 1941 (Veillon 2005, p. 34).

[80] Ideal, 24 y 29/05/1945.

[81] Ideal, 06/07/1945.

[82] Consúltese la historiografía especializada para un seguimiento preciso: cf. supra, especialmente notas 2 y 7.

[83] Martínez Alier 1968, p. 98.

[84] Jiménez Díaz 1941-1943, cit. por Peset 1978, p. 406-407; Almodóvar 2003, p. 271; Cura y Huertas 2007.

[85] Ideal, 06/07/1941.

[86] Como en el Beauvaisis de finales del siglo XVII sobre el que nos ilustró Pierre Goubert… (Goubert 1968, p.100). Cabe recordar los "bocadillos de delfín" (con pan de harina de pescado) que el ministro Secretario General del Movimiento, José Luis Arrese (antes gobernador de Málaga), imaginó como remedio a la penuria (Almodóvar 2003, p. 255). La fórmula ha dado título a un libro sobre la publicidad en la España de posguerra (Marchamalo 1996).

[87] Martínez Alier 1968, p. 98.

[88] Jiménez Díaz dir. 1978, p. 401-465.

[89] Ibid., p. 411.

[90] Ibid., p. 422.

[91] Ibid., p. 415.

[92] Al respecto, el informe citado comentaba: "En el campo, aunque los ingresos sean menores, la facilidad para adquirir productos alimenticios es mucho mayor, y, por tanto, las condiciones nutritivas quizá menos desfavorables" (ibid., p. 415). Algunos recuerdos de hoy de testigos que eran niños o adolescentes en los años 40 podrían abonar esta diferenciación: por ejemplo, sobre la salvación (sobre todo de niños) que podía implicar el disponer de alguna cabra, y más generalmente el refugio en el autoconsumo, en localidades rurales granadinas. ¡Siempre que se tuviera tierra y animales y que fueran suficientes! Con todo, los indicios que están llegando desde los análisis de historia antropométrica son de signo diverso y apuntan hacia un cuadro, por lo menos, bastante más matizado: véase, por ejemplo, Quiroga 2002; Martínez Carrión y Pérez Castejón 2002;  Cañabate y Martínez Carrión 2013 y Parejo Moruno y Linares Luján 2013. No habría que perder de vista la especificidad de las distintas pistas exploradas y las particularidades de un indicador neto (esto es, resultante), como es la estatura masculina a los 20 (o 21) años, para el análisis de las fluctuaciones coyunturales del estado nutritivo de la población. Por otra parte, el comentario referido del Dr. Jiménez Díaz se basaba en la situación alimenticia durante el verano de 1941. Habrá que apoyarse en más estudios sobre distintas áreas, atendiendo a cada momento y combinando diferentes escalas geográficas, para un balance más completo. Sería importante que el análisis fuera, dentro de lo posible, socialmente diferencial en cada medio geográfico (rural o urbano).    

[93] Jiménez Díaz dir. 1978, p. 429 y 453.

[94] Reher 2003, p. 1-26.

[95] Ibid., p. 14.

[96] Ibid., p. 15.

[97] Ibid., p. 18. Revisión que habría que "plantear (…) con seriedad e imaginación" (p. 15).  La "tradición al uso" no alude aquí, al parecer, a la muy añeja historia propagandística producida desde el Régimen.

[98] Ibid., p. 25.

[99] Sanz Gimeno y Ramiro Fariñas 2002, 173-184 y esp. gráfico p. 176.

[100] Gómez Redondo 1992, esp. p. 34 y anexos estadísticos, p. 237-242 (cocientes corregidos incluyendo en su cálculo a todos los fallecidos con menos de 24 horas). Los promedios quinquenales españoles calculados por  D. Reher (2003, p. 12) a partir de la serie anual de esta autora adelantan la subida a 1935-1939 y el descenso a 1940-1944.

[101] En Francia, la evolución de la mortalidad infantil durante la Segunda Guerra Mundial muestra un incremento algo más intenso proporcionalmente, aunque con valores que (salvo en 1945) se mantuvieron en niveles claramente menos elevados que los españoles: de un promedio en torno al 70‰ antes de la guerra a un máximo de 112‰ en 1945, ligeramente inferior todavía a los cocientes normales en España antes de 1937. A escala de los departamentos franceses, los más altos registrados en 1945 se situaron alrededor de 140‰. Cfr. Meslé 1996, p. 245-251; Rollet y De Luca 2005, esp. p. 264-265. 

[102] Martínez Alier 1968, p. 97.

[103] Véase, por ejemplo, los resultados que están aportando las investigaciones sobre la estatura de los quintos: Cañabate y Martínez Carrión 2013; Parejo Moruno y Linares Luján 2013. Estudios médicos de los años 50 y 60 sobre la estatura infantil revelaron persistentes desigualdades geográficas (Trescastro et al. 2013). Nuevos estudios de casos continuarán iluminando el horizonte sobre este punto.

[104] Ideal, 18/02/1940.

[105] Ideal, 05/04/1941.

[106] Ideal, 23/07/1941.

[107] Ideal, 08/08/1941.

[108] Ideal, 12/02/1942.

[109] Vilar 1972, p. 216.

[110] Ideal, 06/01/1945.

[111] Según escribió el propio Franco, hablando de monarquía, la genealogía virtuosa no podía ser otra que "la de los Reyes Católicos, […] la de Carlos y Cisneros [sic!] o […] la del segundo de los Felipes…". Después, todo habría sido decadencia "que culmina en la invasión enciclopédica y masónica que patrocinan Floridablanca y el conde de Aranda, que fatalmente tenía que terminar ennobleciendo banqueros y especuladores…". Texto de una carta al conde de Barcelona reproducido por A. Kindelán (La verdad de  mis relaciones con Franco, 1981), citado por Josep Fontana (Fontana ed. 1986, cita p. 15-16).

[112] Vilar 1972, p. 209.

[113] Ideal, 29/04/1942.

[114] Ideal, 28/11/1941, 02/12/1941.

[115] Barciela 1989, p. 149-150.

[116] Poliakov 2006.

[117] Ideal, 26/04/1942.

[118] Barciela ha abordado este aspecto en sus trabajos previamente citados. Para un enfoque comparativo de los efectos de la guerra, entre las economías de España (guerra civil) y de Europa Occidental (guerra de 1939-1945), véase Catalán 2003, p. 123-168.

[119] Marchamalo 1999, p. 83; Almodóvar 2003, p. 221-232.

[120] Ideal, 04/01/1945, 12/01/1945, 07/02/1945 (sobre los estragos del alcoholismo, sic)… Ciertamente, la población francesa padeció duras dificultades, de las que tampoco había quedado libre en los años del régimen colaboracionista, como muestran las contribuciones al volumen editado bajo dirección de I. von Bueltzingsloewen, 2005: entre otras Bonnet, p. 235-247.

[121] Ideal, 04/01/1945 (sobre el "escándalo" del estraperlo… en Inglaterra, sic!).

[122] Ideal, 06/07/1945.

[123] Vilar 1974, p. 55.

[124] Ideal, 16/05/1945 (reproducción de una declaración a Radio Nacional de España).

[125] Ideal, 24/06/1945.

[126] Vilar 1974, p. 48 [trad. cast. p. 28], comentando una contribución de  C. Tilly al volumen The Building of the States in Western Europe.

 

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Ficha bibliográfica:

COHEN, Aron. Años de la jambre, una revisión: ¿"crisis de tipo antiguo" en la España de posguerra?. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 5 de abril de 2014, Vol. XIX, nº 1069. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1069.htm>. [ISSN 1138-9796].