Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XIX, nº 1100, 30 de noviembre de
2014
[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

EL PODER. UNA PERSPECTIVA GEOGRÁFICA

Horacio Capel
Universidad de Barcelona

Recibido: 13 de mayo de 2014; aceptado: 14 de junio de 2014


 

El poder. Una perspectiva geográfica (Resumen) 

El poder, el arte de gobernar y el ejercicio del poder son cuestiones relevantes en las Jornadas de Filosofía Política dedicadas a los mecanismos de dominación. Se introduce aquí una perspectiva que podemos llamar geográfica, porque es un geógrafo quien la realiza y porque se citan un cierto número de trabajos de esta procedencia disciplinaria. En esta comunicación se hacen, primero, unas consideraciones generales sobre la complejidad del poder y se tratan, luego, dos cuestiones que parecen relevantes: el poder en el Estado y en las comunidades científicas. 

Palabras clave: poder, ejercicio del poder, geografía política.


 

Power. A geographical perspective (Abstract)

Power, its exercise and the art of government are key issues in this conference on Political Philosophy devoted to the mechanisms of domination. We use here a geographical perspective, as it is a geographer who endeavors it, and as a series of works in this discipline are cited here. This paper presents first some general considerations about the complexity of power, to then address two relevant issues: the power in the State and in the scientific communities.

 Key words: power, exercise of power, political geography.


 

El poder, el arte de gobernar y el ejercicio del poder son cuestiones relevantes en estas Jornadas de Filosofía Política dedicadas a los mecanismos de dominación. En esta comunicación haré primero unas consideraciones generales sobre la complejidad del poder y trataré luego de dos cuestiones que me parecen relevantes: el poder en el Estado y en las comunidades científicas. Introduciré aquí una perspectiva que podemos llamar geográfica, porque es un geógrafo quien la realiza y porque se citan un cierto número de trabajos de esta procedencia disciplinaria[1].

Poder como sustantivo y poder como verbo

El grupo de filósofos que organiza estas Jornadas de Filosofía Política está interesado, como se declara en la convocatoria, en la dominación y en la emancipación. Lo primero se asocia al poder y al sometimiento al mismo, con todo su corolario de opresión, explotación, manipulación, y exclusión. La emancipación, en cambio, se identifica con el sueño de independencia, lo que lleva a interesarse por todo lo que la hace posible o la provoca (es decir, se añade: justicia, libertad, igualdad, derechos…).

Una lectura rápida de estas declaraciones, parece llevar a concluir que existen solo connotaciones negativas en el caso del poder y positivas en el de la emancipación. Pero como la filosofía es sensible a los matices, a las luces y las sombras, debería aceptarse, para empezar, que unos y otras las puede haber tanto en el poder como en la emancipación, y sobre todo, que no son inmutables, que deben de haber experimentado cambios a lo largo del tiempo. Lo que obliga a una reflexión cuidadosa; y sobre todo, en contacto con la realidad, y con los cambios históricos. La dominación, por ejemplo, es positiva –se ha dicho en estas Jornadas- en el caso de la educación, donde la violencia que puede hacerse sobre los instintos espontáneos de los niños sirve para que luego puedan ser libres.

Reflexiones generales de carácter filosófico o social han podido orientar luego la reflexión y la investigación concreta sobre el ejercicio del poder. Las de Thomas Hobbes, Max Weber o Michel Foucault se encuentran entre las que resultan especialmente estimulantes y clarificadoras. Al igual que han sido importantes asimismo las reflexiones de Karl Marx, y las de otros pensadores del siglo XX como Charles Wright Mills, con sus estudios sobre la verdadera elite del poder en el país más poderoso del mundo.

El poder se ejerce de formas muy diversas: desde la familia y las relaciones personales, en la escala más reducida, hasta el que se ejerce en el Estado y por las instituciones supranacionales, en la escala planetaria. Hay, además, muchos tipos de poder, lo que da a su estudio una gran complejidad. Dicha complejidad aparece bien expresada en un conocido chiste que muestra la relación del poder con las distintas edades del hombre: a los 15 años el poder de la amistad, a los 25 el poder sexual, a los 35 el poder económico, a los 45 el poder político, a los 55 el poder social, a los 65 el poder orinar.

El chiste expresa muy bien la ambigüedad entre el sustantivo y el verbo. El primero con el significado de (según el Diccionario de la Real Academia): “1-Dominio, imperio, facultad  jurisdicción que uno tiene para mandar o ejecutar una cosa”; un sentido que está relacionado con sinónimos como autoridad, mando, señorío, gobierno, potencia, energía, fuerza, empuje, vigor, y con posesión, tenencia o propiedad. El segundo como verbo intransitivo: “1-Tener expedita la facultad o potencia para hacer una cosa. 2-Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer una cosa”; es decir, el poder como capacidad para realizar algo, tener competencia, tener facultades o aptitud para algo. Sin duda, es al sustantivo al que se refieren estas  Jornadas; un sustantivo que da lugar a derivados como poderío, poderoso, potente, pudiente, prepotente, potestad y otros que expresan las numerosas y diversas dimensiones del poder.

Seguramente, los filósofos tendrán tendencia a considerar ese sustantivo de forma aislada, autónoma. Pero, como bien refleja el chiste, en el habla normal ‘poder’ va frecuentemente acompañado de un adjetivo que lo califica. Una consulta temática al catálogo de algunas bibliotecas universitarias produce centenares de resultados de obras en cuyos títulos aparecen esas diferentes formas de poder: poder real, político, legislativo, legal, judicial, penal, empresarial, económico, público, privado, redistributivo, académico, tributario, femenino, central, periférico, sexual, social… Lo que debe tenerse en cuenta en estas Jornadas, ya que proporciona una idea clara de las formas diferentes de ejercicio del poder, de la complejidad del mismo. Tanto más cuanto que alguno de esos poderes, unas veces pueden estar íntimamente unidos y otras muchas separados. Que el poder económico y el social no van necesariamente unidos es fácil de comprobar en algunas sociedades. Al mismo tiempo, debería tenerse en cuenta que existen otros diversos derivados de la expresión ‘poder’, tales como: apoderar, desapoderar y empoderar, términos que hay que incluir igualmente en el debate sobre el poder. Especialmente, los dos últimos como posibilidades de liberación de quienes están sometidos al poder.

Poder en abstracto y ejercicio del poder en su contexto histórico

Tengo la impresión que los organizadores de estas Jornadas, y algunos de los participantes, piensan en el poder de forma general y abstracta, no en la forma concreta en que se realiza y en sus circunstancias específicas; no en el poder ejercido personalmente por individuos con unos rasgos psicológicos determinados, de talento o de temperamento; no en su dimensión psicoanalítica, en la que intervienen rasgos de la trayectoria personal y los deseos y frustraciones inconscientes; no en las alianzas y las complicidades de los grupos funcionales al poder y que se benefician de él, o en la de los mismos sometidos, que pueden encontrar alguna ventajas en dicho sometimiento (la seguridad en la sumisión a un señor feudal, los niveles de consumo en una sociedad moderna…). No ha sido una sola vez que algunos pudieron gritar: “¡Vivan las cadenas!”, lo que no nos puede extrañar hoy, porque ya Michel Foucault mostró que el poder a veces logra adhesiones y consensos, llega a imponer la conformidad a las relaciones de dominación. Algo que los escritores clásicos supieron percibir muy bien; como hizo, por ejemplo, Jean Racine en su Britannicus cuando, refiriéndose al comportamiento de los romanos,  exclama en un conocido verso:

Au joug, depuis longtemps, ils se sont façonnés:
Ils adorent la main qui les tient enchaînés (
IV, 4, 1441-1442) 

Qué  es el poder y como actúa en la sociedad ha sido objeto de amplios debates en el campo de la sociología, la ciencia política, la geografía y otras disciplinas. Algunos de los debates se desplazan inmediatamente al campo de la acción humana (de individuos, grupos y organismos), y a los factores que afectan a la misma; y se discute hasta qué punto están afectados por reglas y condiciones sobre las que no se tiene ningún (o escaso) control. Lo cual inmediatamente lleva a temas relacionados con la acción individual y colectiva. Si marxistas estructuralistas como N. Poulantzas consideran que el concepto de poder no debe ser aplicado a relaciones inter-individuales, sino que expresa “la capacidad de una clase social para realizar sus intereses específicos objetivos”, otras corrientes de pensamiento no aceptan esa perspectiva por considerar difícil demostrar la conciencia social común y la identidad de objetivos de una colectividad[2]. Unos debates que afectan a diversas ciencias sociales y que frecuentemente están sesgados por posiciones ideológicas previas. 

En su microfísica del poder, y en otros trabajos, Michel Foucault nos mostró cómo actúa éste, y cómo consigue modelar los comportamientos. Consideró el poder como esencial en el funcionamiento de la sociedad, y destacó la importancia del conjunto de pequeños poderes locales, por debajo de los grandes, y las múltiples relaciones de autoridad, con análisis a niveles de detalle, microscópicos.

Llamó la atención sobre los numerosos sistemas de poder en el ámbito social. Propuso estudiar el poder no tanto en la forma como se ejerce de arriba abajo, sino también horizontalmente y en su aceptación de abajo arriba. Concede gran importancia a las relaciones hombre-mujer, pater familias y el conjunto del grupo familiar, maestro-alumno, las relaciones laborales, las que se dan en el mundo de la ciencia, y otras. Todas ellas funcionan como “dominaciones específicas que tienen su propia autonomía”. En algunos casos puede ser funcionales a la dominación del Estado, como propone Foucault, pero en otros seguramente tienen que ver con la condición humana, con relaciones sociales ancestrales, y necesitan de análisis antropológicos, sociológicos e históricos.

En todo caso, hablar del poder obliga a considerar dos dimensiones: la dimensión personal, trenzada con tantos rasgos del carácter de una persona, y la institucional, el poder que ejerce una institución a la que pertenecen los individuos (la monarquía, la iglesia, la empresa capitalista, el gobierno…). Las relaciones interpersonales de poder son objeto de la antropología, la sociología, la psicología; mientras que las relaciones sociales se examinan mejor desde la ciencia política, la sociología o la geografía, entre otras disciplinas.

En la dimensión personal se ha de considerar, como hemos apuntado, las dimensiones fisiológicas, caracteriológicas, psicoanalíticas o sociales de las personas. La tendencia al mal, la locura que puede ir unida al ejercicio del poder, el sexo, la crueldad, la capacidad para imponerse por el terror, son rasgos todos ellos que pueden estar inscritos en la personalidad, o aparecer en determinadas situaciones límites o normales.

El ejercicio del poder puede apoyarse en alianzas, pero se ve también dificultado por los conflictos internos en el mismo grupo que lo ejerce. Los historiadores han realizado perspicaces análisis de dichos conflictos y han mostrado su virulencia, las tensiones fratricidas o familiares que generaban y las consecuencias que podían tener para la continuación de la influencia y el poder de las familias aristocráticas[3]. De manera similar, podríamos encontrar hoy ejemplos en las familias de la burguesía industrial, grande y pequeña. La animadversión entre primos, hermanos e incluso hijos y padres pueden ser muy intensas y afectan a veces profundamente al funcionamiento y al desarrollo de las empresas familiares.

El poder y el lopintan

Recordando ahora otro famoso chiste, en el que la fiereza del león era superada por el lopintan (por aquello de que “no es tan fiero el león como lo pintan”), creo que debemos preguntarnos si es tan fuerte (o tan poderoso, tan monolítico) el poder como lo pintan; si es tan determinante e inmovilizador como lo presentan, por ejemplo, una parte de los foucaultianos.

Desde la antigüedad la literatura nos ofrece brillantes relatos en los que el poder y la lucha por obtenerlo están muy presentes, en donde el enfrentamiento al poder y la desobediencia son también habituales, y donde aparecen asimismo las argucias y estrategias para modular y suavizar el poder, para cambiar las decisiones de los poderosos. La historia que cuenta  la Iliada está trenzada, desde la misma rapsodia primera, en torno al impulso de poder y a la desobediencia. Agamenón arguye a Néstor, refiriéndose a Aquiles: “este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes”, mientras que Aquiles se le enfrenta: “manda a otros, no me dés órdenes, pues no pienso obedecerte”. También vemos a Júpiter tomando decisiones y a Tetis y Hera tratando de influir en su voluntad, disputando por el destino de los mortales y promoviendo alborotos entre los dioses, como advertía pesaroso Hefesto[4].

Durante siglos la literatura ha tenido una función de reflejar el poder para magnificarlo y legitimarlo, pero también lo ha satirizado y cuestionado, a partir de principios morales, a pesar de la censura y la Inquisición. Podía dar una imagen ideal del poder real, pero también recordaba que el poder podía cambiar, que era temporal y frágil como el vidrio, tal como mostraba una y otra vez la historia y recordaba la literatura en la Edad Media y en el Renacimiento:

“Que tu mismo viste muchos
en estos tiempos pasados,
de grandísimos estados
fácilmente derrocados;
qu’el ventoso poderío
temporal
es mucho feble metal
de vedrío"[5].

La literatura era a veces una presentación de las pasiones y miserias del poder, o del uso de todos los medios para obtenerlo, incluso la utilización del temor, como sucede en algunos dramas y tragedias de Shakespeare o de Racine; frecuentemente, también, un recordatorio de la inconveniencia de ciertos actos por parte de los poderosos, ya que “torpeza es creer el Príncipe que todo lo que le place es lícito”, como afirmaban los escritores españoles del siglo XVIII, desde Francisco Quevedo a Bartolomé Leonardo de Argensola[6].

La literatura ha penetrado también en la personalidad de los poderosos, ficticios o reales, en el caso de la novela histórica, y nos ha permitido entender, en ocasiones, algunos rasgos de su personalidad, el uso y el abuso del poder en el comportamiento de reyes y aristócratas, y el sentido de la justicia que puede haber también en las actuaciones de éstos[7]. Ha podido mostrar igualmente las relaciones entre sumisión y poder, la aceptación de la primera por algunas personas, el uso de la violencia física como forma de comunicación, el poder patriarcal, el machismo. A veces las obras literarias han podido elevarse a análisis penetrantes del comportamiento de regímenes políticos, de la relación entre la personalidad humana y las características generales de los mismos. Pueden ser significativos, en este sentido, la novela El cero y el infinito (Darkness at noon) de Arthur Koestler o, más recientemente, el del estudio de Gitta Sereny sobre “el trauma alemán” y el silencio de los alemanes en torno al periodo nazi y a las aceptaciones y complicidades que pudo haber en ese momento.

El arte de gobernar ha sido teorizado desde hace siglos y codificado para uso de los gobernantes. Platón, Aristóteles y otros pensadores griegos reflexionaron sobre la recta administración de la república, alabaron la actuación de un poder regido por las virtudes morales[8], y teorizaron sobre las revoluciones y los cambios en la república[9]. Desde la época romana (Tácito) hasta el Renacimiento y la Edad Moderna (Maquiavelo, Álamos de Barrientos, Antonio Pérez y otros) hay toda una tradición de escritos para uso del príncipe sobre la razón de Estado y la práctica de gobierno, los sigilos y las alianzas, la actitud con los funcionarios y la presencia del poderoso en público. La lectura de esos tratados muestra las dificultades del poder, su variabilidad, las alianzas necesarias para mantenerlo, las reglas de prudencia para conservarlo, siendo ésta, la prudencia, la virtud esencial más repetida[10].

No es seguro que las afirmaciones tajantes que se hacen sobre el poder absoluto tengan en cuenta los numerosos matices que existieron –en nuestro ámbito cultural- desde la época griega y romana y, más cercanamente, desde baja la Edad Media y el Renacimiento, en las discusiones sobre la soberanía y el poder absoluto de los príncipes. Existen hoy debates muy interesantes sobre el sentido de la expresión república durante la Edad Moderna, cuestión que se ha convertido en uno de los temas estrella de las corrientes historiográficas actuales. Sin duda los tratadistas estaban preocupados por la obediencia de los súbditos al poder; pero también por la justicia y las limitaciones del poder de los príncipes y gobernantes en general.

No hay más que mirar, a título de ejemplo, Los seis libros de la República (1576) de Jean Bodin. Cuando se lee relee este libro hoy, con la preocupación de ver qué dice sobre el poder, se comprueba que, de manera general defiende el poder del rey y la obediencia de los súbditos. Pero también afirma de forma clara: “Cuando digo justicia quiero decir la prudencia de mandar con rectitud e integridad” (Prefacio), y critica de forma explícita el abuso de poder por el rey. Sorprenden las reflexiones sobre el sometimiento de los príncipes a las leyes divinas y naturales, sobre las obligaciones de cumplir los contratos y convenios con los súbditos y con los extranjeros; sobre el príncipe como deudor de justicia cuando se trata de sus propios actos (libro I, cap. 8); las distinciones entre el derecho y la ley, el primero implicando solo equidad mientras que la ley “conlleva mandamiento”; las declaraciones sobre la honradez del príncipe y sobre sus obligaciones con los acuerdos tomados, el deber de observar el derecho de gentes, sobre los atributos de la soberanía y sobre los abusos del poder por el príncipe (todo ello en el libro I, especialmente 8 a 10).

También llaman la atención las distinciones sobre la monarquía, el estado aristocrático y el estado popular (II, 1); sobre la monarquía tiránica, que “abusa de la libertad de los súbditos libres como si fueran sus esclavos y de los bienes ajeno de los suyos” (II, 4), y sobre el estado popular (II, 7), sobre el senado, los órganos de gobierno y los consejeros (III, 1 y ss). Se defiende asimismo la república bien ordenada y el papel equilibrador que deben tener en ella las corporaciones y los colegios; y se discute sobre los cambios en la república y en las leyes, para su perfección, sobre la salud de la república, sobre cómo arbitrar entre las facciones y los bandos que existen en ella, los remedios contra la tiranía. Se debate asimismo la importancia de censos y catastros para conocer la población y la riqueza y hacer una república más equilibrada, distribuyendo equitativamente los impuestos (VI, 1); los medios honestos para procurar fondos a la hacienda (VI, 2); el estado popular como la forma más estimable (VI, 4, p. 209), aunque se señalen asimismo sus inconvenientes, como los del estado aristocrático, por la cual Jean Bodin, como otros autores, preferían la monarquía.

La idealización histórica y filosófica acerca de poderes benevolentes lejanos, en el tiempo o en el espacio (por ejemplo, la valoración de la República romana y el papel del Senado, o el gobierno de los emperadores chinos durante la Ilustración), era también una crítica al poder absoluto y sus excesos, a la vez que una defensa de un sistema de gobierno guiado por las luces de la razón. Al mismo tiempo la valoración de los concejos medievales o del sistema constitucional inglés podía ser igualmente utilizada por filósofos y políticos para cuestionar el poder real en las monarquías absolutas.

En el siglo XVIII y XIX los escritos sobre la república y el Estado ampliaron su objeto. La ciencia de policía se fue configurando como un conocimiento sobre el orden social y su control, extendiendo la reflexión a la naturaleza de los castigos y de las recompensas, la salud de las poblaciones, su bienestar y satisfacción, los hábitos de la población, la clasificación de las personas, la vigilancia, la iluminación, la transmisión rápida de la información, las funciones y la objetivación del castigo. Todo se coloca al servicio de un poder cada vez más capaz y omnipresente, que pone en marcha nuevos mecanismos de control, para hacer la ciudad transparente: desde nuevos cuerpos policiales hasta la estadística y la retórica del poder o el trabajo científico. También la organización del espacio al servicio del control, que aparece ya en el siglo XVI[11], y que encuentra en Jeremy Bentham una clara, aunque no la única, expresión[12].

En su teorización sobre el panóptico, Bentham era consciente de que “una sumisión forzada produce poco a poco una obediencia maquinal”. En la línea de la reflexión abierta por Foucault, Pedro Fraile ha estudiado los instrumentos que utiliza el poder para conformar la voluntad de las personas y de las colectividades sometidas, ha mostrado que el espacio puede ser organizado para contribuir a modelar los comportamientos sociales, para doblegar voluntades: cárceles, manicomios,  hospitales, fábricas, o viviendas pueden diseñarse con ese objetivo. Sus estudios refuerzan la idea de que el proyecto del poder era modelar el espacio para hacer la ciudad transparente y, con ello, lograr esas obediencias maquinales[13].

El estudio de los discursos sobre el papel y la función asignados a las diferentes partes de la ciudad y a sus edificios nos ilumina sobre las estrategias del poder para el control social. Especial interés tuvo la vigilancia y seguridad a través de la organización de aparatos policiales[14] y la organización de servicios municipales de policía en el siglo XIX. La ciudad preindustrial era, en cierta manera, una ciudad opaca para el poder[15]. A partir del XVIII y durante el ochocientos el poder se esfuerza y consigue controlar la calle, tratando de disminuir o evitar los usos privados en ella.

Se necesita orden para hacer funcionar la ciudad liberal e industrial. A eso se dedicaron las Ordenanzas Municipales, y la actividad de la policía en el nuevo espacio urbano, para el cumplimiento de las normas que se van publicando. La policía municipal, en especial, se convierte en un agente activo en la información y la intervención sobre el espacio físico y social de la ciudad; desde la primera mitad del siglo XIX, en algunos lugares, y desde mediados de siglo, en otros, “se va extendiendo la disciplina de los espacios cerrados a la totalidad de la ciudad”, y se convierte en un factor para la prevención del desorden y del delito, y para ayudar a modelar el uso de la ciudad. Pero conviene recordar que la policía, como “cuerpo encargado de velar por el mantenimiento del orden público y la seguridad de los ciudadanos, a las órdenes de las autoridades políticas” (como lo define el Diccionario de la Academia), no solo ha tenido funciones represivas sino también otras necesarias para regular y ordenar la vida social, para hacer posible la convivencia[16].

En la misma línea se han estudiado por parte de los geógrafos los lazaretos[17], los hostales de inmigrantes[18], la organización de las colonias industriales[19], la salubridad y la  higiene social[20], la sociabilidad obrera[21], la política sanitaria como profilaxis social[22] y para evitar el contagio[23], la planificación toda[24].

La cuestión del poder en el territorio, de cómo se realiza el control en el mismo exige nuevas perspectivas. Es por ello que hemos puesto en marcha un programa de investigación, que aborda en estos momentos el tema de las formas de dominación y trata de elaborar un atlas de los espacios de control[25].

Desde otra perspectiva, pueden tener también utilidad para el conocimiento del poder algunos estudios sobre mapas mentales, especialmente aquellos que abordan cuestiones relacionadas con el simbolismo del poder y la percepción del poder; por ejemplo, los que ha tratado de las manifestaciones del poder en la ciudad, a través, por ejemplo de la semiología de los edificios o de las procesiones y los itinerarios reales en las ciudades del antiguo régimen.

Es conocida la idea de Max Weber sobre la caracterización del poder como la capacidad para conseguir que una orden concreta sea obedecida. Una caracterización que se une a otras muchas; entre ellas la de la capacidad para “lograr ciertos objetivos”, o la del poder como la posibilidad de “salir victorioso de un conflicto”, por citar solo dos que han aceptado los geógrafos[26]. Sin duda el poder intenta siempre conseguir sus fines, a una u otra escala, y diseña estrategias para ello; desde la fuerza, la coerción física y el temor, a mecanismos sutiles de coacción, persuasión, manipulación y adoctrinamiento.

Con sus estrategias, el poder impone conductas. Pero esta afirmación es solo un punto de partida para la reflexión, para investigar cómo se produce realmente eso y las consecuencias que tiene el ejercicio del poder. Sobre todo, porque el poder es diverso, y puede ejercerse en la esfera política, económica o social. No todos van unidos. Además, quién ejerce el poder puede ser una persona física o jurídica. En todo caso, sus decisiones y sus puntos de vista se imponen sobre otros intereses, y afecta a las relaciones sociales y a la misma organización del espacio.

Las alianzas del poder

Hemos de reconocer también que el poder no puede ejercerse aisladamente, necesita de alianzas y apoyos. En las monarquías feudales esa situación se refleja de forma clara en la fórmula con la que los nobles de Aragón rendían homenaje a un nuevo rey: “Nos que valemos tanto como vos y todos juntos valemos más que vos”. O con esta otra que afirmaba sus privilegios y limitaba el poder real: “Nos, que valemos tanto como Vos, os hacemos nuestro rey y señor con tal que nos guardéis nuestros fueros y privilegios. Y si no, no”[27].

El establecimiento de las monarquías absolutas supuso una limitación del poder feudal –y a veces también de otros, como el de las ciudades. La creación de capitales políticas y la sedentarización de la corte fue instrumento para ello. El poder estaba en la capital, en la corte, pero podía ser un poder difuso en el que intervenía el rey, los aristócratas, sus mujeres, los confesores, la burocracia (los covachuelistas, en el palacio real de Madrid)[28].

Incluso los autócratas más poderosos tienen limitaciones en el ejercicio del poder. Eso es así porque cualquier gobernante necesita el apoyo de grupos sociales, de los que no puede prescindir ni oponerse a sus intereses. La necesidad de negociación con otros poderes se planteaba también en las Monarquías absolutas, debido a la complejidad del ejercicio del poder, como están poniendo de manifiesto estudios históricos recientes. Concretamente, con los poderes locales y regionales, como se ha mostrado con referencia a las monarquías absolutas de Francia y España durante la Edad moderna, con los que era preciso negociar y llegar a compromisos[29].

Como se ha dicho con referencia a Federico de Prusia, y puede afirmarse de otros monarcas absolutos, los reyes no parecían tener duda de que “su autocracia podía someter el espíritu humano a la obediencia por una combinación de fuerza y persuasión”[30]. La obsesión por el control llegaba, al intento de controlar incluso la vida privada de funcionarios y servidores del Estado, incluyendo el permiso para casarse −que trataba de asegurar que la familia tenía bienes suficientes para su sostenimiento y que el Estado no había de cargar con la mujer y los hijos en caso de fallecimiento del funcionario[31].

Pero algún historiador ha llamado la atención sobre el hecho de que el absolutismo no era ni tiranía, ni despotismo ni totalitarismo; se consideraba que el rey estaba moralmente obligado, ya que debía observar las leyes de Dios y de la naturaleza, así como respetar la dignidad humana, en lo que se diferenciaba del déspota que ejercía un poder arbitrario basado en la fuerza. Se trataba, sin duda de declaraciones retóricas elaboradas por intelectuales al servicio de la realeza, aunque podían ser repetidas por el mismo rey (aparecen, por ejemplo, en las memorias de Luis XIV). Pero no dejaban de tener un significado como expresión de una intención, que se iría reflejando en normas concretas y aceptándose de forma más amplia.

Desde siempre el poder necesita de servidores. Durante mucho tiempo pudo existir una confusión general entre lo público y lo privado, incluso en la administración; altos cargos políticos de la monarquía estaban vinculados a determinadas familias nobiliarias, y existieron estrategias de ascenso social a través de las carreras políticas al servicio del Rey, así como una decidida actitud de parte de la nobleza para controlar esos puestos y cerrarlos a otros grupos de nobles de menor categoría, o de profesionales que emprendían procesos de ascenso social[32]. De todas maneras, a partir del Renacimiento y, sobre todo, del siglo XVIII se va constituyendo una burocracia al servicio real. Las monarquías absolutas tendieron a constituir una fuerza militar que les permitiera resistir a los enemigos y eventualmente conquistar otros territorios y aumentar su poder. Eso, y las crecientes necesidades del gobierno, influía de forma fundamental en la obsesión por la centralización y la organización de una maquinaria administrativa, de Estado, de una auténtica burocracia al servicio de sus intereses. Pero, se ha observado también que estas instituciones, sin embargo, “no permitieron a los monarcas alcanzar el grado de centralización o de obediencia que la palabra absolutismo sugiere”. Describir un gobernante como absoluto, parece implicar que su poder no tenía límites. Pero, como ha señalado un historiador, había muchas circunstancias que limitaban dicho poder absoluto: comunicaciones difíciles, población analfabeta, resistencia a la disciplina y el control, falta de información adecuada de lo que sucedía en muchas áreas.

El poder del ejército para esas funciones interiores era limitado, ya que, por un lado, no era permanente, y por otro, no podía ocupar todo el territorio. Era en cambio esencial la burocracia y los funcionarios civiles; pero esa estructura de funcionarios podía imponer también limitaciones al poder. Los mismos contemporáneos observaron que incluso el déspota o el tirano que utilizaba esencialmente la fuerza “debía su poder a una asociación de ambiciones e intereses de los grupos que percibían una ventaja en aliarse con él”; lo cual tenía todavía más significado en el caso de los monarcas absolutos que, según se acostumbraba a declarar, se distinguían de los déspotas en su voluntad de respetar las leyes de Dios y de la naturaleza[33].

El papel de estas estructuras burocráticas creadas primeramente al servicio del Estado -y que se aplicarían luego también, en la época contemporánea, a otras organizaciones, incluyendo las empresas- ha sido examinado por Max Weber y por otros sociólogos, que han mostrado el desarrollo de un proceso que conduce “de la prerrogativa personal a las funciones racionales colectivas”, por un utilizar el título de un libro de Franco Ferrarotti.

A todo ello se unieron las exigencias que se fueron difundiendo, primeramente en el campo de la teoría política y luego en ámbitos más amplios, sobre la necesidad de atender a la felicidad de los súbditos. Fue teorizada por teólogos, juristas y políticos desde el siglo XVI (en España por Francisco de Vitoria o Fernando Vázquez de Menchaca) y pasaría también luego a considerarse un fin primordial del Estado; lo cual  daría lugar a la puesta en marcha de políticas sobre salud, socorro de pobres, atención a la agricultura y otras preocupaciones acerca de las medidas que podían contribuir a la felicidad de los pueblos y de la monarquía. Lo que se haría todavía más apremiante con la constitución de los Estados liberales en la época contemporánea.

Poder y bien común en el Estado liberal

La construcción de los Estado liberales fue compleja y prolongada. Muchos pugnaron por controlar su fundación y desarrollo; y es muy posible que los grupos sociales más poderosos fueran capaces de construir y controlar el aparato del Estado pensando ante todo en su propio beneficio. Pero, aún así, los términos novedosos que la nueva realidad política imponía (pueblo, ciudadano, soberanía popular…)  se propagaron rápidamente y tuvieron consecuencias extraordinarias y profundamente renovadoras.

Son muchos los ejemplos que pueden darse del protagonismo de las oligarquías en la independencia de los países hispanoamericanos. Aunque una y otra vez se aludía al ‘pueblo’ para elaborar las declaraciones, las proclamas y los discursos emancipadores, en realidad esa expresión tenía un sentido ambiguo, designando unas veces a un conjunto político independiente y soberano, y otras directamente a los propietarios. Un punto de vista éste último muy bien expresado por un autor en el Semanario de Caracas en 1810:

“En sentido más propio y riguroso la voz Pueblo comprende a los que teniendo propiedades y residencias se interesan por ellas en la propiedad de la cosa pública, pues los que nada tienen solo desean variaciones o innovaciones de que puedan sacar algún partido favorable. En una República o Reyno bien organizado son los propietarios los que componen el pueblo soberano: ellos los que han de formar las leyes: y ellos los que las executan o cuidan inmediatamente de su execución”[34].

Pero no fue esa interpretación restrictiva la única acepción reconocida, ya que el término iba asociado en la mayor parte de los casos con ‘nación’, ‘soberanía’, ‘representación’ y otros que le daban un contenido muy distinto, mucho más amplio y, en ocasiones, profundamente revolucionario. En los mismos países algunas constituciones establecieron el sufragio universal sin la condición de ser propietario o rentista -aunque sí la de hombre libre, lo que es significativo en una sociedad que continuaba siendo esclavista [35].

De hecho, en el siglo XIX, con la creación de los Estados liberales democráticos la naturaleza del poder cambió. La fuente de legitimidad pasó a ser la soberanía popular, y aparecieron nuevas estructuras de poder político, nuevos procesos de organización territorial y de socialización. El poder adquirió un carácter institucional más preciso que en épocas anteriores, y pasó a estar sometido ahora –aunque sea teóricamente- a normas legales aprobadas democráticamente y que tienen un carácter público. Los habitantes se convierten de súbditos en ciudadanos: aunque se tratara de simple retórica, y en parte lo es, es innovación no dejaba de tener una gran trascendencia.

A partir de la implantación del régimen liberal no puede entenderse la naturaleza del poder sin tener en cuenta la instauración del parlamentarismo, la generalización de un sistema judicial independiente, la extensión del derecho a voto, la creación de sindicatos y otras asociaciones civiles que pueden actuar públicamente como contrapeso al poder. La aparición de la opinión pública fue fundamental para que muchas cosas cambiaran en el ejercicio del poder.

Los procesos políticos y económicos que se gestaron desde inicios del siglo XIX son sumamente relevantes para la configuración del mundo actual. Creemos que es necesario acometer nuevos estudios sobre la organización y el funcionamiento del Estado[36], y especialmente conocer y debatir, a una escala internacional comparativa, el ejercicio del poder, el funcionamiento efectivo de las instituciones[37], y en los procesos de socialización que trataron de crear ciudadanos a través de un sistema educativo para todos, así como en la organización territorial de estructuras administrativas.

Necesitamos considerar los estudios que existen sobre el ejercicio del poder en espacios concretos, desde la ciudad al conjunto del imperio; realizar análisis de las dimensiones territoriales concretas a través de las cuales se materializa para poder ejercerse: redes de comunicaciones (caminos con todos sus accesorios –puentes, ventas..), puertos, sistemas de postas y de correos. Y luego telégrafo óptico, telégrafo eléctrico, teléfono, y hoy el control de las tecnologías de la información y la comunicación.

No es ahora el momento de hacerlo. Bastará señalar que la geografía ha venido prestando atención al poder desde hace tiempo, especialmente en las líneas de geopolítica y de geografía política, y durante los últimos decenios con investigaciones específicamente dedicadas al poder y el espacio[38]. En particular, necesitamos debatir con referencia a las situaciones históricas concretas el tema de las independencias políticas y construcción de estados nacionales, y en particular el ejercicio del poder, y los procesos de territorialización y socialización tal como se ha ido produciendo en diversos contextos durante los siglos XIX y XX[39].

 La geografía y el poder

Los temas del poder y la dominación han interesado de forma directa en geografía durante las últimas dos décadas. Existe, como es sabido, una larga tradición de reflexión sobre el poder en geografía, especialmente en el marco de lo que se calificó, desde fines del siglo XIX, primero, como geopolítica y, luego, como geografía política.

La antigua rama de la geopolítica ha seguido interesando hasta la actualidad, y se ha ocupado de fronteras, estados, naciones y nacionalidades[40]. La geografía política, por su parte, ha ampliado el horizonte de la investigación, interesándose por la estructura del estado, la organización administrativa, las elecciones, el poder a escala internacional y a la escala local en los regímenes democráticos, la política de la localidad, y otros temas de gran significado sobre el funcionamiento de las unidades estatales. También al examen de las relaciones entre geografía y política y la influencia de la primera sobre la segunda, o al impacto de las decisiones políticas sobre los patrones de organización espacial[41].

 En geografía, en los años 1980 el tema del poder y el de la dominación pasaron, asimismo, a ser abiertamente planteados[42]. Cuestiones como “espace et pouvoir”, “espace et domination”, y “spazio e potere”, “poder y espacio” aparecieron en aquellos años en las investigaciones geográficas. Se dedicó atención a las fuentes del poder político de las naciones y las razones de la lucha por obtener territorios[43], así como al poder y la organización interna de los Estados.

La imagen que se tiene cuando se examinan los trabajos de geopolítica y de geografía política es que el poder tiene cada vez medios más poderosos a su disposición, y que los usa de forma consciente y decidida. Los medios de actuación aumentaron en el siglo XIX con la organización de redes técnicas urbanas y de sistemas de comunicación, desde las postas y el correo hasta el telégrafo y el teléfono.

El poder ha sido siempre muy consciente de la importancia de todos estos medios para tener el conocimiento instantáneo y poder transmitir las órdenes al instante. La instalación de los sistemas de correos, de la red del telégrafo óptico y, luego, del eléctrico, permitieron avances considerables en ese sentido. Los autores de la ley española de 1851 ya tenían plena conciencia de lo que la red telegráfica estatal representaba realmente. Los objetivos estaban muy claros:

“Saber casi instantáneamente todo lo que ocurra en los puntos más distantes de su centro de acción; poder obrar inmediatamente sobre ellos; prevenir, dirigir, fomentar o sofocar tan pronto como sea necesario todos los sucesos que en bien o en mal del país se verifiquen; acudir a las necesidades más apremiantes, proteger las fronteras; dar a las relaciones administrativas y diplomáticas la prontitud de la voluntad; he aquí el grande objeto, la alta función confiada a la telegrafía eléctrica”[44].

Desde mediados del siglo XIX hasta mitad del siglo XX esos medios de control han ido aumentando de manera formidable, es decir que infunde asombro y miedo.  En la actualidad, los instrumentos técnicos disponibles, desde los satélites a las cámaras de video-vigilancia y el control de los ordenadores, están haciendo posible la vigilancia total, el panóptico universal. Hasta el punto que desde fines del siglo pasado se habla ya abiertamente del fin de la privacidad[45].

Se puede aceptar que hoy los medios de comunicación de masas modelan las ideas y las actitudes, e influyen de forma clara en las voluntades. Parece que no hay escapatoria. Pero necesitamos saber más sobre todo ello. Sería terrible si hubiera un solo poder y no existieran contrapoderes. Pero, pensando en el mundo actual, también podemos defender que el poder está cada vez menos concentrado, que se ha ido difundiendo, y que existen crecientemente más contrapoderes. Es decir, para ser claro y dar un mensaje optimista: hay capacidad de resistencia, a todas las escalas.

La geografía política ha tratado de la distribución geográfica del poder,  de las relaciones de poder entre Estados, sobre cómo se concentra y cómo se desplaza con el tiempo de unos lugares a otros[46]. A escala mundial, y en una perspectiva histórica amplia, debe recordarse que ha habido en la historia una sucesión de poderes hegemónicos. La tensión de algunos Estados para conseguir una posición de dominio sobre otros es un rasgo de la historia política mundial. Lo más específico de la perspectiva geográfica sería establecer cómo se ejerce el poder en el territorio, a las diferentes escalas, teniendo en cuenta que un aspecto esencial de ese dominio es territorial, para conseguir el control de amplios recursos y la propia seguridad; lo que requiere un ejército como garantía de la soberanía nacional, y una buena red de comunicaciones. Las preguntas sobre la naturaleza y las causas de ese impulso a la dominación han llevado a analizar las vinculadas a la ambición política, a la religión, al militarismo y la avaricia, o se han puesto en relación con la existencia de líderes carismáticos y ambiciosos[47].

Desde los años 1980 se intentó superar la visión tradicionalmente eurocéntrica que tenía la geografía política clásica y se pasó al análisis de lo que, siguiendo a Immanuel Wallerstein, se calificó como sistemas-mundo[48].

Después de la Segunda Guerra Mundial se estableció un sistema bipolar, que duró hasta la desintegración de la URSS en 1991. Durante los últimos veinte años el poder hegemónico mundial ha sido ejercido por Estados Unidos, pero no es seguro que su puesto esté asegurado[49]. Se habla hoy de un sistema emergente de multipolaridad y de diversos pretendientes a la hegemonía[50]. Son debatidas en la geografía política cuestiones como la de qué es lo que permite ser una gran potencia o tener una hegemonía potencial, y en qué condiciones mundiales; así como la aparición de grandes poderes hegemónicos mundiales y las condiciones de Rusia, China, Japón, la Unión Europea y otras para serlo. Algunos consideran que el poder de las potencias está hoy cuestionado simultáneamente por la aparición y creciente fuerza de estructuras supranacionales (desde la ONU al FMI y el Banco Mundial, la OCDE y otras), que poseen una creciente influencia en la política económica y social de los Estados y en la geopolítica mundial, estableciendo normas que afectan a muchos países de forma general. También puede estar siendo cuestionado por los procesos de globalización y de fragmentación; los primeros estarían conduciendo a un policentrismo y los segundos estarían relacionados con el hecho de que nunca ha habido tantos estados independientes como hoy, unos doscientos[51].

Las políticas y los discursos neoliberales han llevado a la desregulación y al cuestionamiento de los Estados. La economía financiera ha pasado a funcionar a veces, en las últimas tres décadas, con independencia del poder político. El poder y la hegemonía se hacen con todo ello más difuso, más multilateral, con comunidades transnacionales difíciles de controlar por un solo Estado. Pero con la crisis económica algunas cosas parecen cambiar. Se insiste ahora nuevamente en la importancia de la regulación estatal y en la necesidad de cambios en la estructura de poder.

En los años 1990 algunas obras de geopolítica siguieron prestando atención a las cuestiones clásicas como la formación y el funcionamiento del Estado, el colonialismo y el post-colonialismo, y las estructuras de poder a la escala mundial o a la internacional o de los bloques geopolíticos existentes. Intentar contestar a la pregunta de quién tiene el poder en las superpotencias, quién finalmente en la OTAN y en otras estructuras multinacionales, muestra la gran complejidad de las cadena de toma de decisión[52]. También se examina cómo afecta todo ello a las estructuras del poder político a escala mundial, estatal, regional y local.

Los trabajos geográficos han insistido en la importancia del poder global, en las Naciones Unidas, en sus organismos y en las conferencias internacionales, y, aunque sigan existiendo países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad, es grande la trascendencia de la Asamblea general que da visibilidad a los pequeños países y que a veces puede llegar a imponer decisiones por la presión colectiva. También vale la pena recordar que no siempre ganan los más fuertes, como sugiere la historia bíblica de David y Goliat, y nos muestran tantos sucesos históricos, uno de los cuales reciente y especialmente significativo: el resultado del conflicto entre Vietnam y Estados Unidos.

Especial interés adquirió el examen del poder y la dominación, desde la perspectiva de una geografía marxista[53]. En esa línea deben situarse los trabajos de un geógrafo barcelonés, Joan-Eugeni Sánchez Pérez, entre los cuales su libro La geografía y el espacio social del poder en el que realizó un ambicioso análisis de éste como articulador del espacio. Estima que el poder es una abstracción  que se manifiesta a través de mecanismos que inciden sobre el espacio y lo modelan. Sánchez ha analizado los mecanismos que considera básicos en la reproducción y transmisión del poder, considerando que el espacio está condicionado y conformado por la división social del trabajo y las relaciones sociales y técnicas. El poder sería la variable social determinante, y el espacio “el marco total de las relaciones de poder, el soporte de las relaciones de producción y de su distribución y el escenario de los movimientos sociales y de los factores”[54].

La expansión territorial se iniciaría cuando el poder ha desarrollado suficientemente la explotación del espacio en que se encuentra, y necesita nuevos recursos para aumentar su potencia. La guerra sería la expresión del conflicto por la apropiación del espacio y de sus recursos.  Estima que históricamente siempre ha existido tres grupos sociales, el dominado, el dominante y uno intermedio que asegura la dominación, y que “tiene una vertiente de represión física y otra de represión cultural, conformadora y creadora de unas normas ideológicas justificadoras de tipo humano y sobrenatural –religiosas, míticas, etc- que tengan como objetivo último la legitimación del poder. Este proceso lleva a una voluntad de acrecentamiento del poder por parte de los que ha conseguido llegar a este nivel”[55].

El Estado se va construyendo con políticas económicas y sociales que persiguen la centralización y el engrandecimiento. La preocupación por la salud de la población tiene que ver a veces con esta voluntad de ampliar el crecimiento demográfico para engrandecer el Estado[56]. Desde el siglo XVIII se pusieron en práctica políticas sanitarias para preservar y mejorar la potencia del Estado. También tiene que ver con ello el objetivo de establecer un buen orden en la república, de conservar la salud de la población.

Los grupos sociales que constituyen el mundo actual tienen identidades y lealtades muy diversas, lo que puede hacer más difícil el control por parte del poder político. En todo caso, exige nuevas investigaciones sobre cómo se ejerce el poder, o los poderes, que actúan sobre él. Puede afirmarse que hoy el poder está más dividido y fragmentado que nunca en el pasado, en ocasiones con tensiones contrarias, difícilmente compatibles entre sí, También será preciso distinguir cuidadosamente entre las diferentes esferas en las que se ejerce el poder (política, económica, social, religiosa…), y analizar como actúa éste en cada una de ellas.

Poder en los Estados nacionales

Muchos parecen aceptar que el Estado es un instrumento al servicio de la clase dominante, como repetidamente se ha defendido. Sin duda, en apoyo de dicha tesis hay numerosos ejemplos, y la creación de naciones independientes americanas en el XIX los proporcionan abundantemente; es el caso, entre otros, de Argentina, creada por la oligarquía del antiguo Virreinato de la Plata[57].

En los Estados democráticos contemporáneos los cambios en la estructura del poder político se aceptan y pueden realizarse como resultado de las elecciones. En los Estados dictatoriales el cambio del poder puede ser traumático. Así ha sucedido frecuentemente en el pasado, y también en el presente, como las recientes transiciones políticas en países islámicos han puesto de manifiesto.

Fue el fascismo el que heredó la fascinación por el poder total de las monarquías absolutas. Antes la fuente del poder era Dios: en el fascismo para a ser el Estado, apoyado en el pensamiento mítico. Así lo consideró Ernst Cassirer, señalando que el aspecto más destacado del desarrollo del pensamiento moderno entre las dos guerras mundiales fue “la aparición de un nuevo poder: el poder del pensamiento mítico”, que desplaza al racional en alguno de los sistemas políticos modernos. Denunciaba la irracionalidad que se había introducido en la acción política: “en la vida práctica y social del hombre, la derrota del pensamiento racional parece ser completa e irrenunciable”[58]. El libro El mito del Estado, en el que defiende estas ideas, está escrito en 1940, sin duda (como el Doctor Faustus de Thomas Mann) bajo el impacto de todo lo que acababa de suceder y estaba sucediendo en Alemania

Es posible que la filosofía sea crítica con el poder; al menos lo es la que profesan los que organizan estas Jornadas. Pero hay que recordar que también ha contribuido a teorizarlo, como nos mostró Cassirer y otros. ¿No fue un filósofo, Hegel, quien habló de “la verdad que residen en el poder”?, el que defendió que es “el interés particular del Estado lo que importa por encima de todo”?, el que escribió que “al concebir el Estado no hay que pensar en Estados particulares, sino más bien contemplar solo la Idea: Dios como real en la Tierra”?; ¿ y no fue también Hegel el que, con todo ello, abrió el camino –aunque fuera sin desearlo- hacia el Estado totalitario de los fascismos y el comunismo soviético?[59].

La idea de que el poder se concentra cada vez más en menos manos es ampliamente sostenida. Pero es imposible aceptarla. A pesar de lo que a veces de forma simplista se defiende, es probable que el poder esté más dividido que en el pasado. Es más complejo. Nunca ha habido tantas sedes de poder diverso, y  nunca ha habido tanta población y tanta cultura e información. Es imposible que el aumento de cultura vaya unido a aumento de la dominación. Hay sin duda formas sutiles de la dominación, pero la información es amplia y si la gente se somete es porque espera beneficios.

Hay además relaciones entre el movimiento de las ideas y el movimiento de la economía y de la sociedad.

Poder local, institucionalismo y neoinstitucionalismo

A partir de la organización del Estado liberal los grupos que pasaron a controlarlo ejercieron su poder a través de mecanismos diversos. Uno de ellos fue el de la organización territorial, construyendo el mapa administrativo del Estado, desde el nivel central al provincial y municipal.

Una característica común de las reformas era la de homogeneidad territorial, frente a las desigualdades y los privilegios espaciales o sociales del Antiguo Régimen

División provincial y división municipal fueron esenciales, pero no las únicas: también se hicieron divisiones para la administración de justicia (juzgados, audiencias provinciales..), para la organización militar (gobiernos militares y capitanías generales), para la hacienda, para la Iglesia[60].

Hubo asimismo resistencias y cambios, en todos los niveles. En el municipal con la aparición de movimientos municipalistas, en el provincial con el regionalismo. Francesc Nadal, que ha estudiado de forma magistral estos procesos, ha insistido también en la trascendencia y autonomía del factor ‘territorial’, ya que la estructura espacial una vez establecida ofrece resistencia a la transformación y da lugar a conflictos; ha mostrado asimismo la necesidad del análisis de las estrategias territoriales “de los diferentes grupos políticos e intelectuales que controlan el Estado, como de aquellos que procuran detentarlo o atenuar su acción” (grupos regionalistas y nacionalistas) a partir de estrategias de poder enfrentadas a la estructura centralizada[61]. Ofrecen gran interés el estudio de las alternativas regionalistas conservadoras frente al modelo liberal centralizado, así como la conversión del regionalismo en nacionalismo a partir de la magnificación de la existencia de especificidades y diferencias (económicas, religiosas, lingüísticas…), que pueden construir identidades.

También surgieron resistencias al poder central desde el ámbito de los municipios, especialmente de las ciudades más dinámicas. Hacia fines del siglo XIX se produjo un desarrollo de sentimientos municipalistas frente al centralismo y uniformización estatal, estimulado por los nuevos problemas a los que se enfrentaban las grandes ciudades, en lo que se refiere a los servicios públicos necesarios. Ese sentimiento de autonomía municipal pudo ser apoyado por corrientes intelectuales poderosas, entre ellas la investigación histórica[62].

Los procesos de anexión de municipios periféricos a algunas grandes ciudades, que se produjeron en el último cuarto del ochocientos y comienzos del siglo XX, no estuvieron exentos de conflictos. Es el caso de Barcelona, con los esfuerzos para anexionar los municipios periféricos del Llano, dirigidos por la burguesía conservadora barcelonesa, realizados a partir de 1876. Algunos empresarios industriales y representantes de la burguesía conservadora se inquietaban por el riesgo que podrían tener dichas anexiones cuando integraban a municipios obreros, aumentando la fuerza de los elementos obreros y revolucionarios en el gobierno de la ciudad. A estas reticencias se unían las de las burguesías locales de los municipios periféricos, ante el riesgo de que, con la anexión, podrían perder poder e influencia frente a los grupos dominantes en la ciudad anexionadora. El proceso contó, en cambio, con el apoyo de los propietarios del suelo, que vieron aumentar el valor de sus terrenos[63].

El poder local y la organización municipal ha sido objeto de valiosos estudios por parte de historiadores y geógrafos. Los primeros han insistido en la complejidad del problema del ejercicio del poder local[64]. Por su parte, los geógrafos han estudiado también el poder municipal y el espacio urbano, las competencias territoriales y urbanísticas del municipio liberal en España, y el papel del poder municipal en la ordenación del territorio, y especialmente en la ordenación de la ciudad[65].

La cuestión de quién gobierna realmente ha sido planteada una y otra vez durante el último medio siglo. Un reciente debate sobre esa cuestión ha vuelto a plantear el problema del poder y las posibilidades de introducir reformas a través del derecho y del parlamento en una Estado democrático[66].

Con referencia a la situación francesa, se ha observado que las formas tradicionales de gobierno están en crisis, han aparecido formas nuevas y se han multiplicado los actores que están presentes en la escena política y las prácticas. Se estima que se ha producido el estallido de la escena política, y que el ejercicio de gobierno y la autoridad se enfrentan hoy a situaciones difíciles de manejar. Se plantea también el problema de la cohesión del poder en todas sus dimensiones, desde el poder económico al político y al profesional.  Las ideas de gobernanza implican la aceptación de la necesidad de consensuar decisiones y políticas con grupos diversos, públicos y privados, lo que aumenta la necesidad de negociar y el número de los que participan, a la vez que − se ha dicho− “el policentrismo social o cultural no cesa de desarrollarse”. Con referencia a Francia se ha podido afirmar que “es casi imposible imponer unas políticas a partir del momento en que un grupo profesional o asociativo se opone a ello con virulencia”[67], lo que puede comprobarse también en otros países.

Sin duda, se ha escrito también, eso no significa “que la dominación haya desparecido o que el poder político sea una palabra vana”[68]. Pero la multiplicación de movimientos de protesta y su visibilidad pública afecta de forma creciente al ejercicio del poder.

Es especialmente importante el problema de la relación entre la política y la tecnocracia. La reciente crisis económica ha llevado a la constitución de gobiernos formados esencialmente por técnicos (en Grecia y, sobre todo, en Italia) lo que se ha interpretado como un triunfo de la tecnocracia sobre la política. Es posible; pero se trata de un debate que exige mayores precisiones, y en el que han de considerarse diferentes perspectivas. No son pocas las interpretaciones que se han hecho en los años anteriores sobre el fin de la tecnocracia. Lo que se ha llamado la clase tecnocrática tradicional se muestra incapaz ante las nuevas situaciones. Si antes los tecnócratas eran valorados por el manejo de conocimiento, y la importancia de su poder, hoy éste es puesto en duda: “los tecnócratas deciden de todo, pero están impotentes ante los problemas de la sociedad, hacen el juego a la globalización”[69]; las decisiones se les escapan, se toman a escala europea.

Hemos visto que desde la instauración de los Estados liberales el poder ya no es absoluto, ha de explicarse y confrontarse, y contar cada vez más con la opinión pública. Los políticos son prepotentes cuando tienen el poder, pero temerosos ante las protestas generales. Se observa en numerosas situaciones. Incluso los políticos que han sido cuestionados por el movimiento 15 M se apresuran a tener en cuenta sus reivindicaciones[70].

Se empieza a prestar atención a las geografías de los movimientos sociales, que tienen objetivos políticos y que claramente poseen a veces la voluntad de convertirse en contrapoderes y, en ocasiones, lo consiguen (movimientos laborales, nacionalistas, ambientales y ecologistas, pacifistas, feministas, antirraciales, organizaciones no gubernamentales, grupos mediáticos de información…)[71]. En todo caso, hoy es posible imaginar la posibilidad de redes mundiales conectadas por las nuevas tecnologías de la información y compartiendo objetivos políticos; su eficacia se empieza a ver ya en la realidad, tanto a escala internacional como nacional y local. La trascendencia de todo ello se observa en la atención que se presta a lo que se denominan nuevas formas de gobernanza, nuevas instituciones, empoderamiento de comunidades, o a las estructuras supranacionales y transnacionales. El conflicto entre relaciones y redes mundiales y las identidades culturales enraizadas localmente tiene también trascendencia para la estructura del poder.

 El poder del Estado sufre hoy la competencia concurrente de los grupos delictivos organizados a escala internacional, al margen del poder institucional, desde la droga, el tráfico de personas, a la piratería, las sectas religiosas o las ciberamenazas[72]. En la actualidad no pueden ignorarse los discursos y las noticias sobre las amenazas de grupos terroristas que pueden tener estructuras transnacionales como Al Qaeda.

Debe insistirse en la importancia del marco institucional. Es a través de él, actuando en él, como se establecen las relaciones de poder.  Pero el mismo marco es resultado de las relaciones de poder, entre los grupos sociales que lo elaboran. Hoy se presta atención creciente a lo que se denomina el poder no institucional, y a la aparición de innovaciones sociales que suponen nuevos tipos de instituciones, lo que acostumbra a denominarse como neo- institucionalismo. Tenemos necesidad de prestar atención a todo ello, y a su éxito en pleno dominio de las ideas neoliberales.

 El ejercicio del poder en las empresas capitalistas

En todo caso, puede ser que el poder no se manifieste de forma evidente en sociedades sometidas al consumismo, a las reglas del capitalismo. La globalización económica y la interdependencia incluyen diversas formas de ejercicio del poder extra-estatales, existen nuevas formas de dependencia y de injerencia, como la intervención de compañías multinacionales y transnacionales. Interesa, en particular, el ejercicio del poder en las empresas capitalista, el  problema del poder en esos grandes conglomerados financieros y técnicos, el papel ejercido por personas concretas.

El capital en algunas descripciones se autonomiza y se magnifica, hasta tal punto que se hace como independiente de las personas; se habla de la lógica del capital, de la evolución del capital. Pero el poder está personalizado, son personas quienes lo poseen y toman las decisiones fundamentales, por ejemplo, acerca de dónde se invierte.

En la estructura tradicional los dueños gestionan directamente la empresa. Hoy persiste todavía en algunos lugares, por ejemplo en la India, donde puede hablarse de la naturaleza dinástica de los grandes capitanes de la industria, que llegan a la cuarta y quinta generación manteniendo firmemente el poder en las empresas[73].

Algunos autores, entre ellos Alfred D. Chandler en sus sugestivos libros sobre la dinámica del capitalismo industrial y la revolución de la gestión en la industria norteamericana[74] han puesto de manifiesto la trascendencia de los cambios que se produjeron hacia 1880 en la gestión de las empresas, y el poder creciente de los directivos y gestores contratados, frente al papel tradicional de los propietarios. Gracias a ello muchas empresas pudieron alcanzar una nueva dinámica de expansión y hacer frente a los procesos de organización y venta masiva de los productos.

También existen situaciones numerosas de la pérdida del poder. Los empresarios y financieros llegan a tener un poder inmenso, pero pueden perderlo. El estudio de las compañías y de las empresas lo muestra; en España el marqués de Salamanca, o en Brasil el barón de Mauá son ejemplos significativos[75]. También los financieros y técnicos canadienses y norteamericanos que pusieron en marcha Brazilian Traction y Barcelona Traction, y que perdieron el control de sus empresas[76].

La localización de los poderes de decisión a escala mundial ha dado lugar a numerosos análisis, empezando por los que se realizan a escala de las potencias nacionales[77]. La toma de decisiones a escala global está concentrada, se ha dicho,  en unas pocas grandes ciudades de los países desarrollados, debido a la agrupación en ellas de sedes de grandes empresas multinacionales, servicios altamente especializados, finanzas e infraestructuras y conocimiento especializado. Desde que en 1991 Saskia Sassen identificara las que llamó “ciudades globales”, en las que se concentran los centros de decisión global con capacidad de dirección sobre el conjunto de la economía mundial, han sido muchos los trabajos para completar su estudio, algunos de los cuales han mostrado una tendencia clara a la dispersión y la disminución del peso y el poder de los grandes centros tradicionales  y la aparición de un gran numero de otros centros en los que también se concentra la toma de decisiones clave para el funcionamiento de la economía mundial[78]. Nuevamente, parece existir una tendencia a la dispersión territorial de los centros de poder económico.

Dicha dispersión se observa asimismo cuando se examina la localización de las grandes empresas financieras e industriales de ámbito mundial. Aunque, dicho eso, siempre es posible que empresas cuyas sedes están situadas en diferentes países, puedan establecer acuerdos y coaligarse para tomar decisiones (por ejemplo, en la fijación de precios mínimos, en la división de los mercados, en las estrategias de producción…).

En el pasado, el poder acostumbraba a mostrarse con todo su esplendor, sin tapujos, para impresionar. Hoy, en cambio, el poder puede tener tendencia a pasar desapercibido, a ocultarse, a no ser llamado por su nombre, especialmente en el caso del poder económico. No hay más que observar la actual crisis y las presiones que los gobiernos están sufriendo por parte de los que se califica vagamente como los mercados.

Pero los mercados  no son una especie de Mano Invisible e Innominada. Son inversionistas concretos que deciden invertir en un país o en otro, en uno u otro sector de la actividad económica, obtener mayores o menores intereses de la deuda soberana, comprar o vender acciones, bajar o subir las cotizaciones de los títulos.

Algunos agentes económicos aparecen de vez en cuando en la noticias de la prensa (Warren Buffet, Georges Soros, algún emir o magnate árabe…), pero otros muchos no se conocen y tratan de pasar desapercibidos o, en todo caso, no se conoce con exactitud el poder que posen.

Resulta esencial conocer quiénes tienen realmente el poder económico en el mundo. El problema radica en la dificultad para disponer de datos a escala mundial sobre las relaciones inter-empresariales a través del control de paquetes de acciones y la participación en los consejos de administración o juntas generales con un porcentaje de los votos que, a partir del 51 por ciento o con porcentajes menores y con alianzas, da a los accionistas que tienen esa mayoría la capacidad para incidir en las decisiones de las empresa.

Estos datos globales a veces se encuentran en algunas bases de datos que pueden ser accesibles (como Orbis, Forbes…), pero o son insuficientes o resultan difíciles de analizar por su extensión y complejidad. Piénsese que la base Orbis 2007 posee información sobre 30 millones de actores económicos a escala mundial. A partir de un análisis cuidadoso de ellos sería posible obtener una buena imagen del control global de la economía.

Recientemente, a partir de dicha base de datos, un grupo de investigadores de Systems Design del ETH de Zurich ha seleccionado 40.060 corporaciones transnacionales y ha realizado una investigación recursiva que ha permitido identificar, creen que por primera vez, la red de todas las redes de propiedad o de control que se origina o finalizan en una corporación transnacional. El resultado permite visualizar 600.508 nodos y 1.006.968 vínculos[79].

Se ha analizado las participaciones de capital y la proporción de votos en las juntas de accionistas Esos datos permiten conocer el control directo o indirecto, e identificar la estructura de la red de control internacional por parte de personas o corporaciones que posen otras empresas total o parcialmente;  y, a partir de ahí, el control que tienen algunos actores en la economía mundial. Se ha trabajado con el número de enlaces de los nodos, que corresponden a la cifra de empresas en las que un accionistas posee acciones, lo que constituye una medida de la diversificación del portfolio; y del número de accionistas diferentes que poseen acciones en una firma dada, lo que se considera un indicador de la fragmentación del control. Se ha comprobado que la red de corporaciones transnacionales consiste en 23.825 componentes conectados; la mayoría de los nodos (77%) pertenecen a componentes ampliamente conectados, con 463.006 actores económicos y 889.609 relaciones, extendidas a 191 países. Un análisis más detallado y profundo de la influencia de las grandes corporaciones transnacionales ha permitido a los autores del estudio elaborar  una relación de las 50 principales compañías transnacionales que en conjunto controlan el 39 por ciento de las empresas estudiadas, y que pertenecen a Estados Unidos (24), Gran Bretaña (8), Francia (5), Japón (4), Alemania, Suiza y Holanda  (con 2 cada país) y China e Italia (con 1). Es especialmente significativo que un total de 45 empresas transnacionales entre ese medio centenar sean de tipo financiero, entre las que se encuentran Barclays, J. P. Morgan Chase, UBS, Bank of New York Mellon Corporation, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Lehman Brothers (que quebró en 2008) y otros grupos financieros, que se sabe que están actuando a escala mundial y son responsables de la actual crisis y de las maniobras económicas que se despliegan en estos momentos.

El estudio muestra un poder corporativo concentrado, pero, a la vez, también disperso. A través de otras empresas controlan una parte de la actividad económica mundial. Aunque entre ellas con frecuencia compiten, también tienen tendencia a realizar acuerdos para conseguir controlar el mercado y conseguir, a ser posible, situaciones de monopolio.

El poder en la ciudad: la construcción de la morfología urbana

Podemos preguntarnos también cómo se construye la ciudad, y quién tiene el poder en dicho proceso.

La ciudad aparece desde el comienzo de la historia como el teatro del poder, y lugar de actuación y presencia visible del mismo. Todo el espacio es, de alguna forma, modelado por el poder (político, económico, social..), unas veces de forma indirecta (a partir de las normas que impone el marco legal) y otras directamente como manifestación explícita de la voluntad del poder.

Puede afirmarse que hay una arquitectura del poder en diferentes dimensiones: poder político (palacios, murallas, estatuas, jardines, ciudadelas, cuarteles, prisiones…); religioso (templos, catedrales, monasterios, conventos..); económico (sedes de empresas, bancos…); social (viviendas suntuosas hacia el exterior..); ideológico y cultural (universidades, escuelas..).  Pocas expresiones más representativas de la desmesura del poder que las grandes obras arquitectónicas acometidas por éste, desde las pirámides egipcias a los rascacielos y las obras de arquitectura icónica que se construyen en la actualidad. Una arquitectura para la glorificación del poder, para seducir e impresionar, que refleja los egos exacerbados de quienes encargan las obras, la megalomanía y la desmesura del poder[80].

Es posible asimismo identificar la actuación del poder en la creación del espacio público. E igualmente podríamos reconocer fácilmente áreas urbanas en las que el poder se concentra de forma eminente: las áreas centrales, el barrio de la catedral, la city, el distrito central de los negocios, o CBD.

Un aspecto más concreto es el que se refiere a la estructura urbana general como manifestación del poder.  Desde el comienzo de la historia urbana el crecimiento de los núcleos de poblamiento y de las ciudades se ha hecho como resultado de múltiples decisiones individuales, sometidas a algunas normas generales que establecen ciertas reglas para separar lo público de lo privado, o que impiden ocupar los caminos y los espacios colectivos. La desorganización y la ocupación de dichos espacios comunes, cuando se produce, es una prueba evidente de la crisis del poder; como sucedió, por ejemplo, en la etapa final de la decadencia del Imperio romano.

Desde las primeras fases de la historia urbana, ha existido también una planificación urbana para el crecimiento, lo cual ha supuesto siempre un ejercicio del poder. En todos los casos, planificar supone tomar decisiones que determinan la organización del espacio futuro, a veces durante siglos o milenios. El trazado de las calles y la localización de equipamientos fundamentales (el ágora, el foro, la plaza principal…) afecta a a todo el funcionamiento de la ciudad, y a las decisiones de los agentes individuales (propietarios, constructores…).

El ejercicio del poder en la ordenación de la ciudad se ha hecho esencialmente a través del plano ordenado, geométrico. La geometría es una clara expresión de la racionalidad[81], y un reflejo del ejercicio del poder.

En el caso de la ordenación de las ciudades había varios modelos posibles: entre ellos el hexagonal, el triangular, el circular. Pero en la inmensa mayoría de los casos, el plano utilizado durante varios milenios ha sido el ortogonal, empleado para la creación de nuevas ciudades y la reconstrucción de las destruidas, por las ventajas que ofrece para la división del terreno[82].

Es oportuno preguntarse sobre quién tiene el poder en la construcción y la gestión de la ciudad. Desde el punto de vista de las administraciones públicas, el órgano de gobierno de las ciudades es el ayuntamiento, pero también actúa sobre ellas el poder estatal central; y pueden actuar, asimismo, lo que podemos llamar el poder de instituciones territoriales intermedias de carácter regional (lo que es denominado según los países, Länder, estados, provincias, comunidades autónomas). En todo caso, el Estado establece las normas del juego a través de las leyes que elabora y  con la promulgación de la legislación urbana;  al mismo tiempo, puede actuar también directamente sobre las ciudades, construyendo equipamientos.

Prestar atención a los agentes que construyen la ciudad nos lleva a distinguir entre agentes públicos (el ayuntamiento, el poder central, el regional) y privados. En un ayuntamiento democrático, el análisis del poder ha de examinar el poder político (con partidos políticos diferentes y con tendencias distintas dentro de cada partido) y el técnico (ingenieros, arquitectos, médicos, abogados secretarios municipales, interventores…). Entre los agentes privados hemos de señalar, sobre todo: los propietarios del suelo, los propietarios de los medios de producción, los  promotores inmobiliarios, los constructores, el capital financiero, y los agentes auxiliares (arquitectos, publicistas…). Aunque algunos de estos últimos a veces tienen muchas pretensiones, el papel de estos agentes auxiliares es subordinado[83].

La distinción entre agentes y actores permite centrar la atención en los primeros, que son quienes toman las decisiones fundamentales. Pero los actores, simples usuarios que se mueven en la ciudad sin capacidad de intervenir en ella, pueden convertirse también en agentes. Es lo que ha sucedido en ocasiones, cuando los movimientos vecinales se han convertido en agentes del cambio urbano.

El urbanismo se controla a través de la legislación general, las normas municipales y la elaboración de los planes de urbanismo. Es sabido que en las discusiones de los órganos de gobierno municipales lo importante, con frecuencia, es el orden del día de los plenos y los problemas que se seleccionan para ser debatidos en ellos, que dirigen el debate en unas direcciones concretas y sesgan toda la discusión. De manera similar, en la elaboración del plan de urbanismo un momento fundamental es la misma fase de elaboración, donde pueden dejarse sentir las presiones de los propietarios del suelo, de los constructores, de los promotores y de otros agentes urbanos.

La cuestión de cómo han evolucionado las ciudades en los últimos años es interesante. Podría decirse que el poder está, por una parte, más concentrado (por ejemplo, el poder financiero, o el de las grandes empresas promotoras inmobiliarias), pero al mismo tiempo también más disperso

Es indudable que –como también creen los organizadores de estas Jornadas sobre el poder, por lo que se dice en la convocatoria de las mismas− los mecanismos de poder están interviniendo de una manera cada vez más compleja en la organización y en el funcionamiento de las ciudades, y que se han producido grandes transformaciones en éstas desde la crisis de 1973, las cuales han tenido un gran impacto sobre el espacio urbano. Hay sin duda problemas que resultan específicos de la ciudad actual, en la fase de Urbanización Generalizada[84]. Y puede aceptarse que la lógica productiva de las sociedades de consumo incide en el espacio físico de la ciudad.

Una cuestión fundamental en el urbanismo moderno es el debate sobre el derecho a la ciudad, y el derecho para la ciudad en una sociedad democrática; es decir la posibilidad de transformar la ciudad en una sociedad democrática a través del derecho. Se necesita una nueva forma de realizar el urbanismo, con el diálogo y la participación. El caso de Barcelona ejemplifica muy bien todo lo que está pasando.

Podemos preguntarnos si hay espacios en los que el poder no está presente. En principio podríamos imaginar que es la situación de las áreas de vivienda marginal, barraquismo, favelas, bidonvilles… Sin duda el poder no está ausente en esas áreas, pero se hace presente de forma distinta, tanto retóricamente como de forma efectiva (en este caso, a través de los puestos de policía, pero a veces no existen..). Tal vez la presencia del poder está ligada a un poder alternativo no institucional, el narcotráfico, las escuelas de samba y la lotería o el juego… Pero también se pueden estar produciendo en esas áreas innovaciones sociales que suponen formas futuras de organizar el poder[85].

El poder en la ciencia, en las comunidades científicas y en las corporaciones profesionales

Para acabar, podemos dirigir la atención a una cuestión que parece relevante en relación con estar Jornadas: el ejercicio del poder en la ciencia y en las comunidades científicas.

Los organizadores de estas Jornadas creen necesario dedicar atención especial a las formas nuevas de dominación desarrolladas por el capitalismo globalizado y del consumo. Señalan de forma explícita que a la clásica dominación de clase, o de los estados, o la dominación masculina sobre las mujeres, se añaden de forma significativa “las figuras de la dominación por mediación de la cultura, el consumo, la imaginación o la epistemología”. Estiman conveniente recoger “las representaciones críticas de otras ciencias, de las que hablan de las condiciones de posibilidad de la dominación (las clásicas ciencias sociales y humanas) y de sus técnicas, dispositivos y procedimientos (ciencias de la comunicación, del derecho, de las relaciones internacionales…)”.

La preocupación que muestran los organizadores por  todo ello, hace oportuno dedicar atención en este trabajo al papel de la ciencia en la dominación y a las comunidades científicas que producen la ciencia. Lo que nos lleva a considerar dos dimensiones; el poder de la ciencia y, a la vez, el poder en la ciencia.

El poder en la ciencia

Podemos empezar por esta última dimensión, el poder en la ciencia.

Innovación científica, ejercicio del poder, estructura de la comunidad científica y organización del Estado están estrechamente relacionados.

La influencia decisiva de los factores sociales sobre el desarrollo del conocimiento científico ha sido afirmada, como es sabido, por las posiciones que podemos llamar ‘externalistas’. Eso va unido generalmente al peso del poder. Peso decisivo en la definición de los problemas relevantes, en la estructura de las comunidades, en la misma práctica científica. Frente a esa posición, así como frente a la concepción contraria, que se acostumbra a denominar ‘internalista’, pienso que es importante insistir en el papel destacado que poseen la estructura y el funcionamiento de las comunidades científicas[86].

La cuestión de cómo se ejerce el poder en las disciplinas científicas ofrece un gran interés, y nos lleva necesariamente hacia la sociología de la ciencia. El científico no trabaja solo, sino inscrito en comunidades científicas y corporaciones profesionales. Al integrarse en ellas, acepta sus normas de funcionamientos, sus métodos, los mitos disciplinarios. También sus estructuras de poder, la influencia que ejercen las figuras más influyentes y los maestros.

Quiénes son innovadores y pueden difundir sus innovaciones al conjunto de la corporación o de la comunidad es una cuestión muy pertinente.

Tiene que ver con las estructuras de poder: los que se convierten en maestros son, generalmente, científicos innovadores y brillantes, siempre que tengan posiciones de poder. Lo que en la ciencia significa siempre, además del prestigio intelectual, el control de tribunales y de plazas, el control de las publicaciones y, especialmente, las revistas, el control del aparato administrativo.

Cómo se vinculan el magisterio y el ejercicio del poder en las comunidades científicas y en las corporaciones técnicas permite entender algunos aspectos del funcionamiento  y la evolución de la ciencia y de la técnica.

El ejercicio del poder en las corporaciones profesionales ofrece gran interés, ya que en algunos casos están fuertemente jerarquizadas. Especialmente en los cuerpos de ingenieros, que se van organizando desde el siglo XVIII y en el XIX como cuerpos al servicio del Estado (como los cuerpos de ingenieros militares, de caminos, canales y puertos, de minas, de montes, agrónomos, geodestas, cartógrafos  e ingenieros geógrafos y otros).

Tiene gran interés el estudio del poder institucional y el cambio en las comunidades científicas; por ejemplo, en geografía, o en antropología[87]. Ciertos cambios revolucionarios en determinadas escuelas nacionales solo pudieron tener lugar después de que alguna circunstancia afectara profundamente al poder de los profesores universitarios; es el caso de la difusión de la geografía cuantitativa en la comunidad científica de geógrafos de Francia, que solo fue realmente efectiva tras las conmociones que produjo en la universidad el Mayo de 1968[88].

Ese ejemplo, y otros que podríamos citar, muestran la importancia de las estructuras de poder para la realización o el rechazo de revoluciones científicas, y el triunfo de nuevos paradigmas. En el caso de la geografía, tenemos datos sobre la lucha entre concepciones historicistas y neopositivistas en los años 1960, y luego entre ésta y las llamadas geografías radicales, esencialmente antipositivistas y postmodernas. Una lucha que era muy intensa, ya que  afectaba profundamente a las estructuras de poder establecidas; los vencedores se quedaban no solo con el poder intelectual en la comunidad científica, sino también con el poder real en las mismas, es decir, el control de las plazas de profesores e investigadores, de los recursos, de las revistas científicas, de las relaciones con el poder político y económico.

El poder de la ciencia

También podemos hacer una reflexión más general sobre el papel de la ciencia en la dominación, y sobre las implicaciones sociales de las teorías científicas, como auxiliares al ejercicio del poder. En la presentación de estas VIII Jornadas Internacionales de Filosofía Política 2011 se plantean, en realidad, dos problemas diferentes: por un lado, de forma especial, la cuestión de cómo “el control y el cálculo de las ciencias humanas” se convierte en forma sutil de dominación; pero, al mismo tiempo, se propone también la cuestión de cómo “las representaciones y valores del nuevo orden económico mundial” afectan a la reflexión científica. Debemos hablar, aunque sea brevemente, de una y otra dimensión.

1-Las ciencias humanas y sociales al servicio del poder

La relación entre ideología y ciencia ha sido examinada y defendida en numerosas ocasiones. Desde posiciones diferentes -que van desde el marxismo al historicismo de Kart Mannheim o a la Escuela de Frankfurt-, se ha mostrado que el conocimiento social o histórico está afectado por la existencia de ideas falsas y simplificadas sobre la realidad, en relación con la posición social en que se encuentran los científicos y la defensa de intereses sociales económicos o personales. La ideología implica ocultamiento o falseamiento de las relaciones sociales, ideas aceptadas sobre un orden social que no se cuestiona, y que se legitima y justifica[89].

A título de ejemplo, y por citar algo que conozco, en el caso de los debates sobre la población americana en el siglo XVI, se puede comprobar que las ideas que se elaboraron sobre las características de los pueblos indígenas, su historia o los factores de su disminución demográfica, estuvieron afectados por los intereses de la conquista y colonización, así como por las estrategias evangelizadoras. Sería un buen ejemplo de las relaciones entre conocimiento e interés, por utilizar el título del libro de Jürgen Habermas. Daba lugar a prejuicios y tomas de posición previas al análisis, tratando de apoyar intereses muy concretos y estrategias determinadas[90].

Podríamos, tal vez, reflexionar asimismo sobre las implicaciones de las concepciones científicas generales; por ejemplo, sobre si el positivismo y el neopositivismo son concepciones científicas vinculadas al poder, como a veces se ha pretendido, y si el historicismo y el antipositivismo lo están a la crítica y a la emancipación respecto al poder. Lo que históricamente puede haber sucedido –por ejemplo en algunas versiones del neopositivismo-, pero de forma general no puede aceptarse. Vale la pena recordar que en el debate entre la geografía neopositivista y radical a comienzos de los años 1970 un geógrafo de ésta última tendencia hizo notar que “los métodos cuantitativos se convierten en radicales cuando se aplican a problemas radicales”.

Finalmente, podríamos debatir si ciencias enteras han sido, en algún momento, funcionales al establecimiento de un sistema de dominación. Son muchas las interpretaciones que se han hecho sobre el papel de la antropología en el imperialismo europeo[91] y también la geografía ha sido acusada de servir ante todo para hacer la guerra y asegurar el dominio del territorio[92].

De manera general,  el papel de la ciencia en la dominación y al servicio del poder es lo que ha de examinarse en esta perspectiva, que aquí no podemos desarrollar.

2-Nuevo orden económico y ciencia

Más pertinente me parece una reflexión sobre si, durante las últimas dos o tres décadas, el dominio de las ideas y las políticas neoliberales en economía ha llevada a magnificar una serie de concepciones científicas y teorías que están claramente en relación con esas posiciones políticas. Podemos citar entre ellas la desregulación, la privatización, la concertación público- privada, la deslegitimación del Estado y de lo público, la gobernanza y el neo-institucionalismo o el urbanismo contra el plan, entre otras.

En ese mismo contexto se exacerbó la ilusión cientifista de la teoría macroeconómica, la pretensión de ser capaces de realizar predicciones. Se utilizó la ciencia para asegurar el triunfo de unas ideas que la historia económica mostraba que eran falsas y que la actual crisis económica han puesto de manifiesto que estaban al servicio de los intereses de  algunos grupos económicos. El impacto de concepciones neoliberales en las prácticas y las teorizaciones urbanísticas, en las ciudades se reflejó en el papel creciente del capital financiero en la promoción inmobiliaria, y desde el punto de vista intelectual, como hemos visto, en el dominio de las ideas sobre la concertación público privada, el énfasis en los proyectos concretos y el rechazo del planeamiento urbano[93].

Una parte de los estudios económicos aceptaron, sin mayor examen ni discusión, los principios del neoliberalismo, y los incorporaron a sus análisis pretendidamente científicos. Se encuentra en muchos trabajos científicos una explícita valoración positiva del paquete de medidas económicas de estabilización, liberalización y privatización, la defensa de la necesidad de establecer una estructura institucional adecuada para una economía de mercado, de realizar reformas que favorezcan la competencia, de cambios en la burocracia gubernamental con exigencias para su disminución, y la importancia de  “regulaciones empresariales ligeras, espacios para solucionar disputas empresariales y poca (o nula) interferencia gubernamental en la economía”[94].

Hay sesgos graves en la discusión científica sobre las instituciones democráticas y su relación con el crecimiento económico. En algunos casos se entiende la democracia solo como unida al mercado e incluso al capitalismo. La existencia de instituciones políticas  que aceptan y favorecen el mercado se considera muy positivo para obtener altas tasas de crecimiento.

Encontramos numerosas veces en las investigaciones económicas y sociológicas razonamientos poco sólidos. Economistas con somero conocimiento histórico argumentan alegremente sobre las evoluciones de los Estados y de los imperios coloniales,  a veces con prejuicios descarados sobre el pasado, y claramente favorable a la historia británica y del mundo inglés; y mirando desde hoy al pasado con los prejuicios procedentes de las ideas neoliberales que han dominado en las últimas décadas. Son sesgados en sus juicios sobre la posibilidad de cambios institucionales, estimando que son posibles en los países desarrollados e imposibles en los que no lo están, por la herencia colonial; claro está se trata siempre de aquellos que tienen una herencia colonial no británica, ya que ésta se considera especialmente beneficiosa para el desarrollo.

Recientemente diversas interpretaciones sobre las políticas de crecimiento económico desde la perspectiva neoinstitucional, se atreven a entender por ‘buen gobierno’ a aquel que brinda incentivos para avanzar hacia una economía capitalista, consideran que las tradiciones legales británicas son más favorables que las hispanas para evitar regulaciones abusivas y expropiaciones a la propiedad privada, y que éstas últimas, o las francesas, “al dar prioridad a los derechos del Estado tienen impactos negativos sobre el desarrollo financiero”.

A pesar de su aparato econométrico, algunos estudios pretendidamente científicos son escandalosamente poco consistentes, porque uno puede encontrar en ellos que, después de profundos estudios, se llega a conclusiones como ésta: “las instituciones que conducen al buen desempeño económico son aquellas que muestran un alto grado de flexibilidad institucional y de adaptación al ambiente”.

Conclusión

La filosofía es buena para formular marcos teóricos generales. Pero los filósofos no deberían quedarse en lo general, sino que deberían dar lugar  a la formulación de hipótesis para investigar. Y hacerlo desde la investigación histórica o social, que los filósofos deben comprometerse también a realizar, lo que con frecuencia no hacen. Los planteamientos filosóficos son a veces tan generales que no tienen contenido histórico ni relevancia para las situaciones concretas.

Hay nuevas situaciones y nuevos problemas, que eran desconocidos o estaban embrionarios y que nos obligan a repensar muchas cosas, a replantearnos las viejas ideas. Es urgente la necesidad de intensificar los enfoques interdisciplinarios, como el que ha inspirado la organización de estas Jornadas.

Cuáles son las estrategias que utiliza el poder para conseguir la dominación es un tema esencial Al igual que el de cómo han ido evolucionando históricamente es un tema interesante de investigación.

Como lo es también el de la eficacia de dichas estrategias. Hemos de tener en cuenta que pueden no ser eficaces, y también que a veces existen contradicciones y enfrentamientos internos entre los que lo detentan, puede haber también una dispersión del poder, con la aparición de nuevos centros de poder.  Conocer el poder en su realidad histórica concreta es esencial para la resistencia. El poder puede ser brutal o hábil para imponer la dominación y tiene numerosos y cada vez más poderosos recursos a su disposición. Pero el poder solo aparece monolítico visto desde afuera. Visto desde su interior, generalmente no lo es. Necesita apoyos y alianzas, puede estar dividido o con enfrentamientos internos muy violentos.

Ni los gobiernos democráticos ni las grandes corporaciones son monolíticos. Ni siquiera lo es el poder autocrático, como el ejemplo del régimen franquista o la Iglesia pueden mostrar.

Desde el punto de vista de los sometidos al poder, no todo está determinado inexorablemente. Existe también la capacidad de acomodación y de resistencia activa o pasiva. No es una sola vez que el poder ha cambiado de manos.

Recuerdo un cartel que encontré en un lugar y que decía algo que admite dos lecturas antagónicas: “El deber es no pagar”. De manera similar podríamos acuñar otra que muestra el uso ambiguo como sustantivo y como verbo, y tiene también dos lecturas posibles, una de derechas y otra de izquierdas: “El poder es ser capaz”; lectura desde la derecha: los que tienen el poder tienen capacidad y por eso han podido obtenerlo, es decir, son los más aptos para ello; de izquierdas: las clases dominadas pueden ser capaces de alcanzar el poder. Está por ver que pasará en un hipotético mundo postcapitalista.

 

Notas

[1] Este texto fue redactado en octubre de 2011 para las  Jornadas de Filosofía Política, organizadas por el Departamento de Filosofía Política, celebradas en la Universidad de Barcelona del 21-24 de noviembre de 2011 y dedicadas a “Poder y mecanismos de dominación”. El texto fue entregado para su publicación en un libro que se editaría por Editorial Horsori, y por razones editoriales fue abreviado de forma significativa. El artículo que aquí se publica corresponde al trabajo completo elaborado para dichas Jornadas. Después de la fecha de entrega para su publicación en Biblio 3W , y de su aceptación, el libro anunciado ha sido publicado, finalemente, en noviembre de 2014. Damos aquí la referencia completa del libro: BERMUDO, José Manuel. Figuras de la dominación. Barcelona: Editorial Horsori, 2014. Este artículo se ha realizado en el marco del proyecto CSO2010-21076-C02-01, del Ministerio de Ciencia e Innovación de España.

[2] Véase Hoggart 1991, cap. 1.

[3] Véase, por ejemplo, Terrasa Lozano 2010 y los trabajos incluidos en Cunha y Hernández Franco 2010.

[4] Utilizo la versión directa y literal del griego realizada por Luis Segala y Estalella en la versión de la Iliada editada por la editorial Aguilar (6º Edición, 1960).

[5] Como se lee en un poema del Cancionero General de 1511, en Guell 2000. Puede verse el poema completo, y otros simlares, en Floresta de rimas antiguas castellanas, ordenadas por Juan Nicolás Böhl de Faber (Hamburgo 1821, p. 138), en línea.

[6] Véase diversos trabajos incluidos en Redondo 2000.

[7] Véase, por ejemplo, el excelente conjunto de estudios reunidos por Maldonado Alemán 2005, sobre la literatura alemana.

[8]  Como hizo Platón en Las Leyes libro VI, Aristóteles defendió la alternativa entre mando y obediencia, que debe ser común a todos los ciudadanos, Política, libro IV.

[9] Aristóteles, Política, libro VIII (Teoría de las revoluciones).

[10] Puede verse sobre ello, a título de ejemplo, lo que decían en el siglo XVI  Escalante (ed. 1975) y Pérez (ed. 1991).

[11] En la obra de Miguel de Giginta, titulada Tractado del remedio de pobres (1579), véase Fraile 2005.

[12] Fraile 1987, Requena 2001.

[13] Fraile 1990.

[14] Requena 2001, y sobre otras realidades urbanas Clémens-Denys 2001, Dufresne, 2001,  Dicaire 2001.

[15] En expresión de Requena 2001.

[16] Sobre lo que ha realizado excelentes aportaciones Jesús Requena.

[17] Bonastra 2000, 2001 a y b, 2005, 2007, 2008 y 2010.

[18] Capel 2007, Oliva Gerstner 2008.

[19] Oliveras Samitier 1990.

[20] Bonastra 1999, Tatjer 2001.

[21] Campos 2001.

[22] Huertas 2001.

[23] Bonastra 2001.

[24] Jori sobre la literatura geográfica y el control social, y Fraile 1990 b; de manera más general, Capel (coord.) 1990.

[25] Proyectos El control del espacio y los espacios de control. Territorio, ciudad y arquitectura en el diseño y las prácticas de regulación social en la España de los siglos XVII al XIX (Ministerio de Ciencia e Innovación /CSO2010-21076-C02-01, Investigador Principal Horacio Capel) y La organización del espacio y el control de los individuos. Ciudad y arquitectura en el diseño y las prácticas de regulación social en la España de los siglos XVII a XIX (Ministerio de Ciencia e Innovación /CSO2011-2794, Investigador Principal Pedro Fraile)

[26] La primera en Johnston, Gregory & Smith 2000, sub voce  “poder”, y la segunda por Taylor 1985. Entre las caracterizaciones del poder, podemos destacar las de Ferrarotti 1972, la de Mendieta  1969; también  Joan-Eugeni Sánchez en su geografía política dedica atención al poder y obediencia.  

[27] Cuarto Encuentro sobre el Justicia de Aragón, Zaragoza 16 de mayo de 2003. Zaragoza: El Justicia de Aragón, 2004 254 p., Marongiu 1965, y la aportación de Giesey 1967.

[28] Son numerosos los estudios sobre las manifestaciones cortesanas del poder a través de la historia, por ejemplo las exposiciones “El potere e lo spazio”, sobre la Florencia de los Medicis, o las que se han celebrado en España sobre Felipe V, Fernando VI o Carlos III. El congreso sobre La Corte en Europa.

[29] Beik 2005.

[30] Behrens 1985, p. 39.

[31] Especialmente de los oficiales del ejército, Galland Seguela 2003 y 2004.

[32] Puede verse los trabajos incluidos en Soares de Cunha y Hernández Franco (orgs) 2010, sobre la situación en Portugal y España durante la época de los Austrias y tras la restauración portuguesa de los Braganza en 1640. 

[33] Sobre todo ello véase Bherens 1985, cap. II y Part two, I, (“The bureaucracies’ tasks in France and Prusia, and the conditioning circunstances, p. 41 y ss.

[34]  M. J. Sanz . Política. Semanario de Caracas, 9 diciembre 1810, nº 6, p. 41-47. Citado por Silva Beauregard 2011, p. 62.

[35]Es el caso de la constitución provincial de Mérida, cit por Silva Beauregard 2011.

[36] En el Departamento de Geografía Humana diversas Tesis doctorales han tratado de una u otra manera sobre el tema del poder y el funcionamiento del Estado. Vale la pena citar, en especial, las Tesis doctorales de Joan Eugeni Sanchez Pérez: Formación social y espacio en la Cataluña contemporánea (1936-1975), 1983; Pedro Fraile y Pérez de Mendiguren: Un espacio para castigar. La cárcel y la ciencia penitenciaria en España, siglos XVIII- XIX, 1985; Francesc Nadal Piqué: Política territorial y anexiones de municipios urbanos en España (siglos XIX-XX), 1985; Lia Osorio Machado: Mitos y realidades de la Amazonia brasileña: la ideología geopolítica y las estrategias espaciales de los grupos dominantes, 1989; Muro Morales, José Ignacio: El pensamiento militar sobre el territorio en la España contemporánea, 1990; Muñoz Corbalán, Juan Miguel: La labor profesional de los ingenieros militares "borbónicos", de Flandes a España (1691-1718). Formación y desarrollo de una nueva arquitectura moderna en Cataluña, 1990; Vazquez Rial, Horacio. Las ideas sobre la población en el Río de la Plata en la época contemporánea, 1991; Hevilla Gallardo, Cristina. La configuración de la frontera centro-oeste en el proceso de constitución del Estado argentino (1850-1902), 2001; Oliva Gestner, Laura. La idea de Argentina. Conciencias territoriales e invención del espacio nacional argentino, siglos XIX-XX, 2011. 

[37] En lo que han insistido durante los últimos años Eliseu Toscas i Santamans 1997, 2008 a, b y c, 2011, y Eliseu Toscas y Ferran Ayala 2002 y 2003.

[38] Pueden verse, como ejemplo, los trabajos de Miossec 1972, Claval 1976 y 1982, Raffestin 1979, Sánchez-Pérez 1979 y 1081, Nadal Piqué 1982, 1982-83 y 1995, Raffestion y Turo 1984, Raffestin y Barampan 1990.

[39] Es el tema que será abordado en el XII Coloquio Internacional de Geocrítica, dedicado a “Independencias políticas y construcción de estados nacionales: ejercicio del poder y procesos de territorialización y socialización, siglos XIX-XX”, a celebrar en Bogotá en mayo de 2012 [Las Actas pueden verse en <http://www.ub.edu/geocrit/coloquio2012/actas.htm>].

[40]  Costa 1992. 

[41] Algunos de los que apuntan estos temas son Prescott 1972, Taylor 1985, Pacione (ed.) 1985.

[42]  Por ejemplo, en trabajos como lo de Paul Claval (1978 y ss), Claude Raffestin (1978, 1998), Claude Bataillon (1977), Jean Marie Miossec (1976), D’Aquino (2002) y otros; un examen de algunas de estas aportaciones en Sánchez Pérez 1981, p. 10-15, Nadal 1982-83; Robic 2006. Ver también los citados por Sánchez Pérez 1981.

[43] Slowe 1990.

[44] Dictamen de la comisión sobre el proyecto de ley relativo a un sistema completo de telégrafos eléctricos, Diario de sesiones de las Cortes, legislatura 1854-56, apéndice sexto al nº 113, p. 3.209; en Capel y Tatjer 1991-94, vol. II, p. 26. 

[45] Whitacker 1999. 

[46] Agnew 2002, p. IX. 

[47] Parker 1988, cap. 1. 

[48] Taylor 1985, Taylor & Flint 2002. 

[49] Harvey (2003 cap. 2) ha examinado las dificultades de Estados Unidos para mantener su poder y su hegemonía a escala mundial. Esa preocupación y la necesidad de asegurar la supremacía norteamericana inspira el libro de Zbigniew Brzezinski (1998), profesor de la Columbia University y que fue Consejero de Seguridad del presidente Carter. 

[50] Agnew & Corbridge 1995, cap. 6 p. 131 ss. Esa tendencia era percibida ya desde comienzos de los años 1980, como se observa en Short 1982, cap. 2 (“Towards a multipolar world”).

[51] Agnew & Corbridge 1995, p. 7. 

[52] Farrington 1989. 

[53] Raffestin 1985. 

[54] Sánchez Pérez 1981, p. 25- 35.

[55] Sánchez Pérez 1990. Posteriormente, continuó con esa reflexión en sus libros, Espacio, economía y sociedad, (1991) y en  Geografía política (1992).

[56] A lo que dedica su Tesis Doctoral Gerard Jori García, titulada Higiene, salud pública y control del medio ambiente urbano en la España Moderna. Las aportaciones del pensamiento médico a la planificación y gestión de la ciudad [se presentaría en 2012].

[57] Oliva Gerstner 2011. 

[58] Cassirer 1946, ed. 1974,  p. 8. 

[59] Ver Cassirer El mito del Estado, (“La teoría del Estado en Hegel”, p. 311-327).

[60] Capel y Clusa 1985.

[61] Nadal Piqué 1987, 1990.

[62] Sánchez de Juan 2001, reseña bibliográfica en Biblio 3W nº 345, 2002.

[63] Como ha escrito Francesc Nadal Piqué , que ha realizado un lúcido análisis de ese proceso “después de culminar la primera fase de las anexiones, en 1897, “con el decreto de anexiones la burguesía barcelonesa dispuso de un importante instrumento para construir su ciudad e imponer su modelo territorial concentrado y centralista, relegando cualquier posibilidad de construirla a partir de criterios más descentralizados”, que habría dado más posibilidades a la burguesía local de los municipios anexionados Nadal  Piqué 1985, p. 88. La cita sobre las inquietudes generadas por la posible asociación de los elementos revolucionarios en p. 25-28.

[64] Como ha puesto de manifiesto, entre otros, Eliseu Toscas i Santamans y Ferran Ayala, cit. en nota 37.

[65] Nadal Piqué, 1981 y en el libro Burgueses, burócratas y territorio. La política territorial en la España del siglo XIX,  1987.

[66] Garnier 2011, Capel 2011; otras reacciones en Jori y Capel (eds) 2011.

[67] Rouban 1998, p. 109-110.

[68] Rouban 1998.

[69] Rouban 1998.

[70] “Guiños a un 15-M que en realidad inquieta. Políticos y sindicatos se acerca a las propuestas de los indignados, pero desconfía de ellos y les auguran poca influencia electoral” (Pilar Álvarez), El País 11 de noviembre 2001, p. 38-39.

[71] Por ejemplo, Painter 1995. Estos temas, como de forma general la atención al medio local, empezaron a aparecer en la geografía a comienzos de los años 80, Short 1982, cap. 6.

[72] Véase Chauperade 2007, Septième partie: “L’État concurrencé) ; un liro escrito para los oficiales de los distingos ejércitos franjees por un doctor en ciencia política que enseña geopolítica.

[73] The Economist, October 22nd 2011, Special Report Business in India. Adventures in capitalism, p. 3-5.

[74]  Chandler 1990, ed. 1996; y Chandler 1977, ed. 1988. Sobre este autor, Arroyo 1999.

[75] Caldeira 1999. 

[76] Capel (dir) 1994, vol. II.

[77]  Miossec 1976,  otros trabajos anteriormente citados.

[78] Saskia Sassen 1991, Gavinha 2008.

[79] Vitali, Glatfelder & Battison 2011; agradezco a Hindenburgo Pires que me hiciera conocer este trabajo.

[80] Véase sobre Sudjic 2009.

[81] Glacken 1997.

[82] Capel 2002 y 2005.

[83] Capel  2011a [Véase, también, Capel, 2013].

[84] Capel 2010.

[85] Capel 2012.

[86] Capel 1989 y 1991.

[87] Véase, de manera general, los trabajos citados en nota 85. Sobre el magisterio en la antropología española, Capel  2009.

[88] Capel 1970.

[89] Vease sobre ello Capel 1989, p. 19 y ss.

[90] Capel 1989.

[91] Kuper 1973, Leclercq 1973.

[92] Lacoste 1976.

[93] Capel 2011.

[94] Como proponen algunos autores resumidos por Arellano Gault y Lepore 2009; la cita final de este apartado procede de los mismos autores, p. 275.

 

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© Copyright: Biblio3W, 2014.

 

Ficha bibliográfica:

CAPEL, Horacio. El poder. Una perspectiva geográfica. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 30 de noviembre de 2014, Vol. XIX, nº 1100 <http://www.ub.es/geocrit/b3w-1100.htm>[ISSN 1138-9796].