Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales 
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796]
Nº 130, 30 de diciembre de 1998
EL NÚCLEO ONTOLÓGICO DE LA TEORÍA SOCIAL. A PROPÓSITO DEL PENSAMIENTO DE ANTHONY GIDDENS

Jesús Romero Morante1 



Comentar globalmente en una breve nota el grueso de la obra de un autor es tarea harto difícil, a no ser que su condición de novel allane el camino. Si tal circunstancia no concurre y, por añadidura, el sujeto en cuestión responde al nombre y apellido de Anthony Giddens, sólo cabe concebir la posibilidad de una glosa tan ambiciosa desde esa disposición del ánimo que oscila con peligro entre la osadía y el desvarío. En primer lugar, por el notable volumen de la producción escrita de este sociólogo británico, sin duda uno de los protagonistas destacados de la discusión académica desde el despuntar de la década de 1970. En segundo lugar, por el amplio espectro que recorre: desde la historia intelectual y las reflexiones teóricas generales sobre la constitución de la vida social, a los análisis temáticos sobre la estructura de clases en los países capitalistas y socialistas (Giddens, 1979), los fenómenos del Estado-nación, el poder militar, la vigilancia y la violencia (por ejemplo, Giddens, 1985), o las transformaciones asociadas a la modernidad, tanto en términos institucionales (Giddens, 1993, 1997a) como de los estilos de vida individuales (Giddens, 1995b), o, más específicamente, de las relaciones afectivas y los comportamientos sexuales de los hombres y las mujeres (Giddens, 1995c), pasando por la incursión en el terreno del debate político-ideológico, incluso con pretensiones programáticas (Giddens, 1998). En tercer y último lugar, por la innegable relevancia de sus aportaciones, amplia y justamente reconocida, que --resulta gratuito decirlo-- no vamos a descubrir a estas alturas. La conjunción de estos factores aconseja atemperar el atrevimiento y circunscribir la mirada a alguno de los ámbitos enumerados. Lo que resta de audacia nos compele, sin embargo, a elegir el más genérico y basal en el proyecto investigador de este profesor de Cambridge: aquel que atañe nada menos que a la teorización de la naturaleza del "objeto" de estudio de las ciencias sociales; esto es, a la formulación de una teoría del ser social históricamente conformado, o, si se quiere, de una ontología de la sociedad humana. En cualquier caso, y dado que estas líneas no tienen otra pretensión que la servir de invitación a la lectura, remitiremos casi con exclusividad a trabajos traducidos al castellano.

¿Por qué hemos preferido situar el foco de atención en tales cuestiones ontológicas? Dos son las razones principales. De un lado, la preocupación por ellas define mejor que cualquier otra la trayectoria intelectual de Giddens, además de explicar la procedencia de una fracción muy significativa de su bien ganado crédito. En efecto, aunque se dio a conocer al público en plena revuelta contra el predominio funcionalista en la sociología anglosajona, con la publicación en 1971 del libro El capitalismo y la moderna teoría social, en el que atacaba el peculiar abordaje de los pensadores clásicos que había ensayado Parsons, tanto por la exégesis tendenciosa de Durkheim y Weber como por la relegación de Marx, muy pronto --a lo largo de esa misma década y hasta mediados de los 80-- la inquietud señalada se convirtió en axial. A diferencia de otros autores, como Habermas (al menos el Habermas de Conocimiento e interés), que han intentado fundamentar su edificio conceptual en la epistemología, su estrategia ha sido otra: "los que trabajan en teoría social, según mi propuesta, se deben aplicar primero y ante todo a reelaborar concepciones sobre el ser y el hacer del hombre, sobre la reproducción y la transformación social" (Giddens, 1995a: 21). Lo que no es óbice para reconocerle --más adelante se hablará de ello-- importantes contribuciones acerca del estatuto y la finalidad crítica de los saberes. Pero el impulso central se dirige a aquilatar la dialéctica entre la agencia, o acciones de los sujetos, y la estructura, o patrones de organización e instituciones colectivas. La sistematización de sus conclusiones, conocida como teoría de la estructuración, puede contemplarse así como un serio, profundo y meritorio esfuerzo por reorientar el viejo problema de la relación entre el individuo y la sociedad, entre subjetivismo y objetivismo, entre la sociedad en tanto que realidad "construida" y la sociedad en tanto que entidad "dada". Como no podía ser de otro modo, sus publicaciones más recientes y sustantivas --en las que, por cierto, ofrece una interpretación de la trayectoria de desarrollo del mundo actual según la cual la modernidad, lejos de disolverse en una postmodernidad amorfa, se habría radicalizado-- echan sus raíces de manera nítida y manifiesta en aquel substrato estructuracionista.

El segundo motivo tiene que ver con el hecho de que la problemática ontológica reseñada trasciende las fronteras entre unas ciencias sociales y otras, al no ser patrimonio exclusivo de ninguna. Encrucijada común, por ella han de transitar forzosamente los sociólogos, pero también los historiadores, los geógrafos humanos, los antropólogos, los politólogos, los economistas o los estudiosos del sistema educativo. Consciente de este dato, la teoría de la estructuración se levanta sobre fuentes interdisciplinares. Uno de los corolarios ha sido, valga el botón de muestra, la incorporación del espacio y el tiempo al corazón mismo de sus supuestos, y el consecuente rechazo de la idea, muy extendida en su gremio, de que ambos son meros "lindes" o "confines" de la actividad humana. La elección del término teoría social, en lugar de teoría sociológica, como descripción más atinada del escenario de sus desvelos no es, desde luego, casual. En su opinión, la última denota unos límites más estrechos y no puede sustentar una identidad plena por sí sola, independiente de los intereses más omnicomprensivos de la primera. Ésta, a su vez, no es el coto reservado de ninguna comunidad académica específica, sino el tronco compartido que todas han de abonar. No debe causar sorpresa, por tanto, que nuestro protagonista afirme sin tapujos que "las divisiones entre disciplinas no son más naturales que las divisiones entre los países que encontramos en un mapa" (Giddens, 1997b: 14).

Ciertamente, como sostiene con perspicacia Alexander (1995: 19), lo concerniente a la índole del obrar y de las propiedades estructurales no es algo "opcional", cuya hipotética consideración quede al simple arbitrio de quien se propone desbrozar la realidad. Las que él denomina "presuposiciones no empíricas" acerca de la acción y el orden (orden en el sentido de pautas de relación vertebradoras de los agrupamientos sociales, no de una situación opuesta al conflicto) están inscritas sin remedio en la médula de todo esquema interpretativo, hayan recibido o no miramiento explícito. Tanto es así que algunas de las discrepancias más profundas entre tradiciones de pensamiento tienen este origen.

El maridaje de lo individual y lo colectivo entraña considerables dificultades, y por ello ha sido habitual conceder algún tipo de prioridad o preeminencia a un elemento u otro a la hora de dar cuenta de los rasgos esenciales de la vida social. En la medida en que ha sucedido esto, los dualismos mencionados más arriba han ido perpetuándose como dilema básico. Ciertos enfoques han tendido a aceptar como presupuesto que la sociedad se edifica sobre los cimientos de las negociaciones e interacciones de los actores humanos, quienes, a través de tales encuentros, producen las reglas y patrones de organización comunitaria. Por consiguiente, las instituciones serían reducibles sin desdoro a agregados de situaciones de copresencia, y sólo podrían explicarse por referencia a las conductas de los participantes. Desde el extremo opuesto se ha insistido en que la sociedad es más que la suma de sus miembros. Las estructuras que la integran preexisten y sobreviven a los sujetos, creando un marco constrictivo para sus posibilidades de actuación. Los comportamientos se ven entonces condicionados, tal vez incluso gobernados, por esas fuerzas "supra-individuales", ante cuyo empuje las actividades cotidianas se convierten poco menos que en episodios triviales, apenas significativos. Adviértase que no estamos aludiendo con esta disputa a las preferencias por un objeto de estudio "micro" o "macro", sino al modo de entender la constitución misma de los fenómenos. Es posible encarar un orden amplio, digamos el económico, asumiendo como premisa que su funcionamiento deriva del egoísmo personal. Y a la inversa, diseccionar casos discretos en tanto que mera expresión de un ambiente general. Pues bien, si a mayor abundamiento reparamos en las divergentes maneras de concebir lo que sea cada polo, podremos perfilar con menos tosquedad los principales disentimientos.

Así, por ejemplo, la acción es presentada desde algunas posiciones en términos preferentemente instrumentales. De esta guisa proceden escuelas "individualistas" herederas del utilitarismo, como las vinculadas a la teoría del intercambio de Homans o a las modernas y exitosas teorías neoclásicas de la rational choice. En su hogar nos topamos con agentes soberanos calculadores y cínicos, que conforman el mundo tratándose entre sí como medios autónomos para alcanzar sus fines independientes, y que se mueven en nombre de la eficiencia o la fría estimación del beneficio/recompensa y del costo/sanción que acarrea una determinada línea de conducta. También abrazan la versión instrumental varias corrientes "colectivistas". En particular aquellas que muestran a los hombres y mujeres empeñados únicamente en amoldarse a las condiciones objetivas que imponen límites estrictos a su libertad. Les guste o no, su respuesta ante tales controles externos no puede ser más que adaptativa o reactiva, de tal suerte que sus motivos y valores pierden relevancia como factor explicativo frente al peso de unas circunstancias que en muchos casos escapan a su comprensión. Se ha llegado a postular, en efecto, que no son seres entendidos, sino meros "portadores" de la lógica del sistema. No son ajenos a semejante esbozo variedades reduccionistas del marxismo, el estructuralismo o el paradigma sistémico de la autopoiesis desarrollado por Luhmann.

Otras tradiciones tan asentadas como las anteriores han puesto todo su énfasis en el carácter interpretativo de la acción. Las personas no reaccionan de un modo mecánico ante la vida, la experimentan. Al enfrentarse a su entorno lo evalúan y se guían por las representaciones que disponen sobre él, por sus expectativas previas y por las normas de que se proveen. Para tales aproximaciones el significado atribuido a las cosas deviene en tópico central. No obstante, también esta familia se ve aquejada por las disensiones internas. El bando individualista --representado por el interaccionismo simbólico, en especial la senda que traza Blumer, o por ciertos desenvolvimientos de la etnometodología, enraizados respectivamente en la filosofía pragmatista norteamericana y en la fenomenología europea de Husserl-- coincide en un punto: los actores construyen la realidad por medio de los procesos con que la dotan de sentido. Dicho sentido es contingente y no está precisado de antemano. Emerge de los propios encuentros que mantenemos con nuestros semejantes, de tal manera que ha de elaborarse de nuevo en cada situación específica. La facción holista, en cambio, argumenta en favor de la autonomía del significado. Éste se encuentra en las estructuras de signos y en los códigos culturales compartidos antes que en los actos singulares. Los "contextos" preceden, disciplinan y pautan a los "textos". Sólo que ahora las coerciones sufridas por la volición no tienen naturaleza material. Por eso mismo, los controles que amarran y reafirman el dominio colectivo no pueden ser simplemente externos a los individuos. Se hallan dentro de ellos, descansan en su "sentido común", en sus intenciones, sentimientos y prejuicios, al haberlos internalizado a través de los mecanismos de socialización. Alrededor de ideas de este cariz gravitan diversas iniciativas de investigación cultural, muchas de las cuales reconocen el ascendiente de los recientes derroteros seguidos por la hermenéutica a la estela de Gadamer o Ricoeur.

Cuando las acciones concretas o las instituciones, las instancias materiales o las subjetivas, aspiran a designar por separado algo más que un legítimo nivel de análisis empírico y se adoptan como presuposición ontológica ubicua, las visiones resultantes han de arrostrar ambigüedades y problemas serios. Las que conceden primado a la agencia invisten a los sujetos con la dignidad de lo determinante indeterminado, y, por ende, con un poder enorme para crear y alterar a conveniencia su entorno. En nombre de la libertad se incurre en un voluntarismo ingenuo y poco realista, que además convierte en misión intrincada explicar el orden societario. Si los actores son proteicos, y no existen patrones al margen de los configurados en cada negociación idiosincrásica, sería forzoso admitir la posibilidad de infinitos rumbos. Esto es, el azar y la contingencia absolutos, en sí contradictorios con la persistencia demostrada por instituciones y prácticas. Las personas no viven aisladas unas de otras, ni entran en contacto a partir de un supuesto estado de naturaleza no "contaminado" por lo social. En el otro lado, los abogados de la superioridad estructural subestiman o minimizan la reflexividad de los humanos. La imagen latente que poseen de ellos es --dicho sea con la contundencia empleada por Thompson al disparar contra Althusser-- la de unos completos imbéciles, incapaces de aprehender unas influencias soterradas que, paradójicamente, sí se desvelan al científico. Éste se arroga, pues, una aptitud que no hace extensiva a sus congéneres legos. Desde esta atalaya se antoja peliagudo acometer el asunto de la articulación de tales fuerzas con los desempeños cotidianos. Pero pasarlo por alto conduce a una reificación de los sistemas, que parecerían operar automáticamente, desanclados de cualquier referente de carne y hueso. Y trocar los cuasi-determinismos de signo instrumental por otros culturales no es un arreglo válido. Los "textos" no se escriben solos ni a través de impulsos programados, por más que su autor esté suspendido en redes de significación tejidas por una multitud anónima. Por cierto que es imposible caracterizar parámetros estructurales con independencia de valores, normas o tradiciones. Hacerlo, sin embargo, en términos puramente "autoindicativos" denota un abuso idealista.

Problemas de este tipo han alentado la búsqueda de nuevas vías que permitan huir de las polarizaciones dicotómicas reseñadas y compensar sus facetas deficitarias. Merecen una mención destacada los esfuerzos renovadores en la esfera del marxismo protagonizados por la Escuela de Frankfurt y por cultivadores de distintas disciplinas sociales (verbigracia, los historiadores marxistas británicos), encaminados a superar la propensión economicista subyacente al modelo base/superestructura y a recuperar la dialéctica entre sujeto y objeto, reivindicando para ello figuras como Lukács, Gramsci o Sartre. Dentro del interaccionismo simbólico han surgido igualmente iniciativas tendentes a reorientar el pragmatismo en la dirección no individualista apuntada por George Herbert Mead. Algo similar puede predicarse de los trabajos de Berger y Luckmann con respecto al legado fenomenológico de Alfred Schütz. Incluso algunos neofuncionalistas, como el propio Alexander, han reprobado la obsesión (conceptual e ideológica) de Parsons en la integración normativa, abriéndose a otras corrientes con vistas a la formulación de una síntesis "multidimensional". A este catálogo habría que adjuntar las propuestas de Norbert Elías o Pierre Bourdieu, entre otros. No obstante, los desarrollos teóricos que han concitado mayor atención en los últimos años quizá sean los de Habermas y Giddens. En los párrafos siguientes intentaré subrayar algunos de los postulados más sobresalientes del segundo de ellos.

Su interés por estos temas ontológicos se ha plasmado en una ambiciosa construcción intelectual, cuyos rasgos cobraron cuerpo gracias a una doble estrategia complementaria. Una ha consistido en definir y precisar sus posiciones a través de la calibración crítica de las principales escuelas de pensamiento social, clásicas y contemporáneas. El materialismo histórico, Durkheim, Weber, Wittgenstein, Heidegger, el funcionalismo, el interaccionismo, la fenomenología, la etnometodología, la hermenéutica, el estructuralismo, el post-estructuralismo --en especial las plumas que bajo influjo nietzscheano han situado en primer plano el concepto de poder, como Foucault--, o, por cerrar la lista, el mismo Habermas, han pasado sucesivamente el trance de su enjuiciamiento (véase Giddens, 1987, 1988a, 1988b, 1990, 1997b, y, asimismo, los dos volúmenes editados en 1981 y 1984 con el antetítulo de A Contemporary Critique of Historial materialism). La discusión de sus premisas, la impugnación de unas --a nadie concede inmunidad--, la aceptación de otras y la consiguiente recolocación en un discurso diferente, le han servido de tamiz para decantarse y esbozar a trazos las vigas maestras de su edificio particular. Solapada con la anterior, la segunda estrategia ha perseguido reunir tales trazos en una presentación sistemática. Su Central Problems in Social Theory: Action, Structure and Contradiction in Social analysis (1979), y la reputada como su obra cumbre, La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración, que vio la luz en 1984 y no se vertió al castellano hasta once años más tarde (Giddens, 1995a), son seguramente los frutos más maduros de dicha siembra.

Como quedó anunciado, el propósito que anima dicha construcción intelectual es el de reconciliar individuo y sociedad. Con ese fin ha repudiado sin ambages las oposiciones que los enfrentaban, repensándolas como "dualidad de estructura", una idea nuclear en su esquema que condensa su tesis del carácter esencialmente recursivo de la vida social: "La constitución de agentes y la de estructuras --asevera Giddens (1995a: 61)-- no son dos conjuntos de fenómenos dados independientemente, no forman un dualismo sino que representan una dualidad. Con arreglo a la noción de la dualidad de estructura, las propiedades estructurales de sistemas sociales son tanto un medio como un resultado de las prácticas que ellas organizan de manera recursiva". En otras palabras, conceder prevalencia a un elemento u otro es erróneo porque ambos se presuponen mutuamente, ambos están implicados entre sí. Las condiciones colectivas se configuran como el medio de la acción humana, y ésta a su vez como el medio de tales condiciones, desde el momento en que no se reproducen (ni se modifican) solas sino a través de las actividades rutinarias (o no) de los sujetos. Su desagregación y reclusión respectiva en el reino de los estudios macro y micro se revela por ello desafortunada. La estructura no tiene que ver únicamente con procesos amplios. Téngase en cuenta que las personas distan de asemejarse a actores preformados que por algún motivo deciden relacionarse. Por el contrario, se constituyen en los propios escenarios sociales en que se desenvuelven día a día, y tales escenarios están atravesados por pautas institucionalizadas de comportamiento. En consecuencia, las interacciones en microcontextos nacen preñadas de atributos comunitarios. En sentido inverso, las estructuras no perduran por sí mismas. Sólo existen mientras ciertas formas de conducta social sean recreadas con iteración por un tiempo y un espacio. Sobre este telón de fondo, ¿cuáles son las cualidades definitorias de cada uno de los términos del binomio?.

Los individuos aparecen retratados como seres activos, entendidos e intencionales. Es consustancial a ellos evaluar reflexivamente su actuación y el entorno circundante en tanto que procedimiento para llevar adelante su obrar. No sólo poseen alguna comprensión de lo que hacen sino también de las razones por las que lo hacen. Y si se les pide, se muestran capaces de dar explicaciones al respecto. Tal saber, lejos de accesorio o adjetivo, deviene en uno de los rasgos conformadores de lo que ese "hacer" sea. Sin embargo, Giddens añade de inmediato que sería incorrecto asimilar agencia con actos conscientes dirigidos a un fin, con intervenciones de las cuales pueda decirse que su perpetrador tenía la intención de conducirse así. Las acciones humanas se ven sorprendidas de continuo por consecuencias imprevistas, no buscadas. Esto se debe, al menos en parte, a que el conocimiento de los actores acerca de las circunstancias de la acción y de sus posibles repercusiones siempre es, dentro de fronteras variables, limitado; al igual que lo es, también en grado muy desigual, su poder para incidir sobre esas circunstancias. Adicionalmente, el grueso de ese entendimiento no adopta un estilo proposicional ni es asequible de un modo directo a la conciencia discursiva que permite verbalizarlo. Más bien se aprehende tácitamente y tiene un carácter práctico: es un saber sobre convenciones, técnicas o métodos relativos a cómo proceder para participar en las prácticas sociales y resolver según rutinas situaciones cotidianas. Este tipo de hábitos a menudo se lleva a cabo sin motivación directa. Su aliento evoca en cambio el impulso inconsciente por salvaguardar el sentimiento de seguridad ontológica o confianza básica asociada a la índole predecible de lo rutinario. En resumen, lo distintivo de la agencia no es la finalidad expresa, sino la capacidad de intervenir causalmente en una cadena de acontecimientos. Los efectos de los actos humanos, emprendidos con intención o sin ella, son sucesos que no habrían ocurrido si se hubiese seguido otro comportamiento. "Acción" conlleva la posibilidad de "actuar de otra manera" y, por tanto, un "poder".

Una conclusión evidente es la reafirmación de un margen de maniobra para las personas, aunque éste no sea elucidable de espaldas al contexto histórico específico. Empero, margen de maniobra no es bajo ningún aspecto sinónimo de libre albedrío. Enriqueciendo el concepto de restricción estructural con los ya citados de "consecuencias no buscadas", "conciencia práctica" y "rutinización", Giddens pone de relieve el profundo entrelazamiento que ata los quehaceres cotidianos con la duración y solidez de las instituciones. Las consecuencias no pretendidas pueden convertirse en condiciones inadvertidas de actos ulteriores, propiciatorias de una realimentación no reflexiva de los mecanismos de reproducción colectiva. Las ejecuciones rutinarias aferradas a la conciencia práctica abundan en la misma dirección de la continuidad social. Ahora bien, para nuestro autor esta persistencia, real, no es una necesidad lógica. Pese a que con frecuencia los sujetos no son conscientes de que su obrar ordinario coadyuva a la reactualización de las estructuras sociales, tienen abierta la posibilidad de tematizar sus contribuciones a las circunstancias y modificar sus prácticas en función de tales ideas. La división entre conciencia discursiva y práctica no es rígida. Diversas experiencias de socialización y aprendizaje pueden desplazar el umbral. Viene esto a significar que "reproducción" no es una noción explicativa. Toda reproducción es contingente e histórica.

En lo atinente a la estructura, aquí se la contempla como aquellas propiedades articuladoras que intervienen en el ordenamiento institucional de las sociedades, estabilizando y "estirando" relaciones a lo largo de segmentos espacio-temporales dilatados. El supuesto generador de los enfoques estructuralistas (las "totalidades" colectivas anteceden y sobrepasan a los individuos) se acepta: aunque sin actores no hay sistemas sociales, los primeros no producen los segundos, sino que recrean y transforman lo ya creado en la recurrencia de una praxis. En este sentido cabría mantener que es externa a dichos actores considerados aisladamente. Pero sin establecer más allá una analogía con "lo dado" del medio físico. La estructura dista de ser una "entidad" tal. Remite a un conjunto de interacciones y principios organizativos que "... sólo existen en tanto haya continuidad en una reproducción social por un tiempo y un espacio. Y esa continuidad, a su vez, sólo existe en las actividades reflexivamente registradas de actores situados --y a través de estas--, con un espectro de consecuencias buscadas y no buscadas" (Giddens, 1995a: 240). Por consiguiente, no hay substanciación sin valores, reglas y posos culturales interiorizados.

En el seno de los sistemas distingue tres dimensiones estructurales interconectadas: "significación" (órdenes simbólicos), "dominación" (instituciones políticas y económicas), y "legitimación" (regulación normativa). Los aspectos constrictivos de la primera se manifiestan como acceso asimétrico al conocimiento y/o como ideología que conecta un significado con la legitimación de intereses sectoriales, con vistas a enturbiar la comprensión de las condiciones de la vida social y, por ende, de su hipotética transformación. Los segundos como acceso desigual a los recursos materiales y de autoridad. Y los terceros como sanciones prohibitivas. En cualquier caso, una tesis fuerte de esta teoría es que las propiedades comentadas constriñen y a la par habilitan, a causa de su relación intrínseca con la agencia (y la de ésta con poder). Las ambivalentes "funciones" de la escuela pueden servir como ejemplo. El predominio de un platillo u otro de la balanza depende de las posiciones sociales: lo que es coercitivo para unos grupos y reduce el abanico de opciones a su alcance es facultativo para otros.

Nótese, por último, la razón del dinamismo implícito en el término "estructuración". La caracterización de las estructuras no guarda ningún parecido con el estatismo y el tiempo muerto de la sincronía. La estructuras no "están"; se conforman en un proceso constante. Como señala en Central Problems..., cada momento existe en continuidad con el pasado, que lega el marco y los medios para su iniciación, pero no existe garantía ninguna de que los agentes seguirán reproduciendo idénticas regularidades.

Resulta fácil apreciar que a diferencia de los teóricos individualistas Giddens recalca las formas de conducta inveteradamente repetidas, y a diferencia de los colectivistas descosifica, encarna y somete a contingencias innovadoras los patrones institucionales, reproducidos y producidos por agentes que --si se nos permite resucitar el célebre aforismo marxiano-- hacen su propia historia en circunstancias no elegidas. De igual manera, atiende tanto a los factores materiales como a los ideales2. Esta voluntad de síntesis alimentada por ingredientes en apariencia contradictorios ha sido tachada por algunos críticos de eclecticismo difuso. Aunque la acusación fuese del todo certera, los méritos de un autor que ha depurado su alternativa a partir de una diversidad de fuentes tan impresionante, cuantitativa y cualitativamente, serían ya innegables. La lectura de sus publicaciones estaría justificada tan sólo por ver sentadas en el mismo tribunal a las grandes escuelas de pensamiento social. A nuestro juicio, sin embargo, destinar un esfuerzo a esa lectura --que desgraciadamente no contribuyen a aligerar ni la relativa abundancia de neologismos empleados ni alguna traducción poco afortunada, por no contar la complejidad inherente al tema-- proporciona notables gratificaciones adicionales.

La teoría de la estructuración no carece de debilidades, pero representa una de las iniciativas de renovación conceptual más originales y sugerentes de las últimas décadas. Una iniciativa que además de desbrozar camino en la dirección que se antoja correcta ofrece iluminaciones perspicaces sobre problemas, desde luego no cerrados, pero ineludibles para quienes trabajamos en el área de ciencias sociales, en la investigación y en la docencia. Sean cuales sean las simpatías disciplinares o interdisciplinares que cultivemos encontraremos aquí pábulo abundante. Piénsese que no tratamos con una teoría sustantiva que eleva a la dignidad de universales transhistóricos ciertas prácticas y procesos específicos, sino con una aproximación referida exclusivamente a las potencialidades constitutivas de lo social. Como percibe con atino Cohen (1990: 371), el único postulado sustantivo es que la realidad está sujeta a cambio. En un bonito artículo en el que examinaba la polémica habida entre Thompson y Anderson, Giddens (1994) describía al primero como "el historiador de los sociólogos". Él, por su lado, exhibe credenciales suficientes para ser uno de los sociólogos con los que más fructífero les resulte el diálogo a los historiadores y a los practicantes de cualquier otra especialidad.

Un segundo aviso para navegantes concierne a sus agudas reflexiones acerca del papel ontológico del conocimiento, de indudable utilidad "didáctica". Como mínimo abastecen de argumentos para evidenciar la falaz inconsistencia de los enfoques tecnológicos en educación (y en cualquier otra esfera de la sociedad), e inducen a repensar con calma los fines de la enseñanza. Vayamos por partes. Giddens demuestra convincentemente que la aspiración a una aplicabilidad directa y cierta de los saberes sociales al estilo ingenieril no se sostiene. La dificultad no estriba en que las nociones y teorías no consientan una proyección sobre su universo. De hecho, en todas las culturas, y de forma radical en las de la era de la modernidad, se han revisado las instituciones comunitarias a la luz del conocimiento producido acerca de ellas. Lo que ocurre es que el vínculo entre los descubrimientos científicos y la conducta social es intrínsecamente inestable debido a la circularidad de esas ideas. Las observaciones y conceptos que se despegan de las situaciones para tratar de explicarlas no pueden permanecer aislados de ellas y de ordinario reingresan en las mismas, contribuyendo a su reestructuración: "No existe mecanismo de organización social... averiguado por analistas sociales que los actores legos no puedan llegar a conocer también y a incorporar en lo que hacen" (Giddens, 1995a: 309). La cuestión no es que no haya un mundo estable cognoscible sino que la evaluación de ese mundo colabora a su carácter cambiante. Así pues, a pesar de la enorme trascendencia práctica de las ciencias humanas, que entran nada menos que en la constitución misma de lo que estudian, su incorporación a una acción sólo marginalmente es tecnológica. Por muy bien diseñado que esté, ningún empeño con vocación transformadora podrá prever por completo sus consecuencias. De ahí que la relación de estas disciplinas con su objeto "no se pueda concebir desde el punto de vista de una diferenciación entre ciencia «pura» y «aplicada»" (Giddens, 1997b: 214).

En cuanto al proceloso océano de los fines educativos nos contentaremos con enunciar unas breves ocurrencias. Si el entendimiento que poseemos las personas acerca de las circunstancias de nuestra vida no es sólo una mera descripción sino también algo consustancial a nuestro comportamiento, parece fundamental desde una óptica pedagógica interrogarse por la "calidad" de los esquemas manejados en los diversos ámbitos de la cotidianidad. Si las enseñanzas no persiguen enriquecer discursivamente la conciencia práctica en la que se amparan los sujetos en los escenarios de sus actividades ordinarias, se habrá renunciado a introducir alguna cuña, por minúscula que sea, en los ciclos de reproducción no intencional de pautas institucionalizadas, alguna de ellas quizá impugnable. Si el conocimiento tiene una función crítica, viene a declarar Giddens, no es otra que la de ayudar a los individuos a aprehender mejor las condiciones causalmente involucradas en la producción de sus acciones, así como el modo en que contribuyen a su mantenimiento, de tal guisa que puedan insertar un plus de racionalidad a la hora de sopesar sus posibilidades de actuación. Estos asuntos reclaman una reflexión reposada. A fin de animarla no estaría de sobra elegir como un interlocutor más a este pensador británico. Un autor para quien "la formulación de una teoría crítica no es una opción", y que, dicho sea de paso, ha polemizado con Habermas respecto de los contornos de esa teoría.
 

Notas
 

(1) Miembro del grupo Asklepios. Departamento de Educación de la Universidad de Cantabria, Edificio Interfacultativo, Avda. de los Castros s/n, E-39005 Santander; teléfono (942) 20 11 69; fax (942) 20 11 73. Estas páginas aparecerán en el nº 3 de con-Ciencia Social. Anuario de didáctica de la geografía, la historia y otras ciencias sociales --órgano de expresión de la federación de grupos de innovación educativa Icaria, publicado por la editorial Akal--, que saldrá a la luz previsiblemente en mayo de 1999.

(2) No resistimos el impulso de llamar la atención sobre un dato. En lo tocante a la indagación de los significados, Giddens mira con beneplácito los recientes y confluentes desarrollos de la fenomenología y la hermenéutica, que han reelaborado la noción de verstehen (comprensión), rompiendo con el subjetivismo solipsista implícito en la idea de "entrar en la cabeza" de otro y "re-actuar" sus experiencias por medio de la empatía. El instrumento de la organización significativa de la vida humana es el lenguaje, y éste es un artefacto social o público, basado en una forma de vida determinada. La autocomprensión del individuo sólo puede acontecer a través de conceptos "accesibles públicamente", de manera que la creación de significado se sitúa en los estándares de la colectividad. La intersubjetividad no deriva de la subjetividad, sino al contrario (cfr. Giddens, 1997b: 260-261).
 

Bibliografía
 

Libro de Alexander
 

ALEXANDER, J. C. Las teorías sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial. Análisis multidimensional. Traducción de Carlos Gardini. Barcelona: Gedisa, 1995. 315 p. (ed. original en inglés, 1987).
 

Citada de Anthony Giddens
 

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-- La constitución de la sociedad. Bases para la teoría de la estructuración. Traducción de José Luis Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, 1995a. 412 p. (ed. original inglesa, 1984).

-- Modernidad e identidad del yo. El yo y la sociedad en la época contemporánea. Traducción de José Luis Gil Aristu. Barcelona: Península, 1995b. 302 p. (ed. original inglesa, 1991).

-- La transformación de la intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas. Traducción de Benito Herrero Amaro. Madrid: Cátedra, 1995c. 183 p. (ed. original inglesa, 1992).

-- Vivir en una sociedad postradicional. En BECK, U.; GIDDENS, A.; LASH, S. Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Traducción de Jesús Alborés. Madrid: Alianza, 1997a, p. 75-136 (ed. original inglesa, 1994).

-- Política, sociología y teoría social. Reflexiones sobre el pensamiento social clásico y contemporáneo. Traducción de Carles Salazar Carrasco. Barcelona: Paidós, 1997b, 300 p. (recopilación de artículos publicados entre 1972 y 1982, editados en forma de libro por Polity Press en asociación con Blackwell Publishers en 1995).

-- Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las políticas radicales. Traducción de Mª Luisa Rodríguez Tapia. Madrid: Cátedra, 1998. 262 p., 2ª ed. (ed. original inglesa, 1994).
 

Sobre Anthony Giddens
 

COHEN, I. J. Teoría de la estructuración y Praxis social. En GIDDENS, A.; TURNER, J. H. y otros. La teoría social, hoy. Traducción de Jesús Alborés. Madrid: Alianza, 1990, p. 351-397 (ed. original en inglés, 1987).

GARCÍA SELGAS, F. Teoría social y metateoría hoy. El caso de Anthony Giddens. Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas/Siglo XXI, 1994. 182 p.

JOCILES, M.; ADÁNEZ, J. Las teorías de la práctica y la estructuración: sobre el pensamiento de Pierre Bourdieu y Anthony Giddens. Revista Española de Antropología Americana, 1995, nº 25, p. 239-247.

PICÓ, J. Anthony Giddens y la teoría social. Zona Abierta, 1986, nº 39-40, p. 199-223.

RODRÍGUEZ IBÁÑEZ, J. E. De Gouldner a Giddens: Dos momentos renovadores de la teoría sociológica anglosajona. Sistema. Revista de Ciencias Sociales, 1982, nº 47, p. 133-143.

© Copyright: Jesús Romero Morante, 1998
© Copyright: Biblio 3W, 1998.



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