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Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796] 
Nº 255, 20 de octubre de 2000 

LÓPEZ GÓMEZ, Antonio. Madrid. Estudios de Geografía Histórica. Madrid: Real Academia de la Historia, 1999. 414 p. [ISBN: 84-89512-15-9]

Daniel Marías Martínez
Licenciado en Geografía
Universidad Autónoma de Madrid


Palabras clave: Madrid/Geografía Histórica /ciudades españolas /urbanismo

Key words: Madrid/Historical Geography/spanish cities/urbanism


La obra que reseñamos constituye el decimocuarto título de la colección "Clave Historial", creada por la Real Academia de la Historia -en colaboración con las fundaciones BBV, Ramón Areces y Caja Madrid- con el objetivo de "difundir entre un público no necesariamente erudito algunas muestras de la producción investigadora de sus Numerarios". En este caso, el turno le corresponde al geógrafo Antonio López Gómez, del que se reúnen nueve trabajos que vieron la luz en diversas publicaciones durante los últimos veinticinco años.

No es raro que colecciones de este tipo se caractericen por una cierta heterogeneidad, e incluso una notable dispersión, que acaba haciendo del conjunto algo completamente artificioso y de ficticia unidad. Cierto es que todos los trabajos aquí reunidos son piezas de distinta procedencia y nacidas en razón de circunstancias diferentes, pero no lo es menos que se presentan cosidas por un doble hilo -ya enunciado en el título de la obra- que les otorga conexión. Por un lado, su referencia espacial, Madrid, la ciudad natal del autor, donde se formó y en la que ha desarrollado la última etapa de su vida profesional, aparte de haber sido uno de sus objetos de investigación preferidos.

Por otro, su temática. López Gómez, geógrafo global, que ha cultivado geografía física y humana en sus diversas ramas y especializaciones, se desenvuelve con particular maestría al abordar cuestiones de geografía histórica, que es precisamente, con las matizaciones que haremos después, el otro hilo conductor de este libro. Pero antes de entrar a desmenuzarlo parte por parte cabe hacer una serie de consideraciones de carácter general.

En primer lugar, debe uno preguntarse qué entiende exactamente el autor por Geografía histórica, pues existen diversas posturas en torno a su objetivo y metodología. El análisis histórico ha sido una constante en la geografía desde sus orígenes, pero en el siglo XX su impulso se debe principalmente a las figuras de H. Clifford Darby en Gran Bretaña y Andrew Hill Clark en los Estados Unidos, y a la escuela de los Annales (Marc Bloch, Roger Dion, Lucien Febvre, Fernand Braudel) y Paul Vidal de la Blache en Francia, estos últimos responsables en buena medida de la introducción de la perspectiva evolutiva en la geografía española. Todos ellos, pese a sus diferentes concepciones, perfilaron los rasgos constitutivos esenciales y distintivos de la Geografía histórica, así como sus principales líneas de investigación, que siguen más o menos vigentes hoy en día, abiertos y adaptados admirablemente a los cambios impuestos por la propia evolución de la geografía, tanto a las corrientes teoréticas y cuantitativas, como a las radicales, perceptuales y humanísticas que se han ido sucediendo durante los últimos treinta años(1).

Antonio López Gómez no define expresamente en el libro que comentamos lo que entiende por Geografía histórica, aunque en otro trabajo suyo deja constancia de la existencia de una doble perspectiva, a saber: a) la Geografía del pasado, es decir, "el conocimiento de la fisonomía, las funciones y la articulación de los espacios terrestres y sus habitantes en épocas pretéritas"; y b) la huella del pasado en el presente, pues "los paisajes naturales y culturales de hoy, en mayor o menor medida, se enraízan en los pretéritos, de ellos proceden con transformaciones más o menos profundas, lentas o rápidas. Por tanto, para conocer la actualidad geográfica es también precisa una referencia al pasado"(2). A estas dos concepciones (la reconstrucción del paisaje geográfico en el pasado y la explicación genética del paisaje actual), que son también las predominantes en el libro reseñado, habría que añadir por lo menos otro par más para completar mínimamente la actual pluralidad de puntos de vista: c) la evolución de los paisajes, de los cambios geográficos que han experimentado a través del tiempo; y d) la Historia de la Geografía, que aunque para muchos se diferencia nítidamente de la Geografía histórica, sí que guarda una estrecha relación con ella.

Así pues, aunque ha sufrido profundas transformaciones a lo largo del tiempo y actualmente no existe un acuerdo unánime en cuanto al significado, objetivo y métodos de esta "subdisciplina", cultivada tanto por geógrafos como por historiadores, lo que parece estar más o menos claro es que estudia conjuntamente el espacio (corografía) y el tiempo (cronología). Pues bien, una parte considerable de la copiosa producción de López Gómez se ha orientado con carácter parcial o exclusivo al estudio del pasado, en un marco sincrónico o con perspectiva diacrónica, y eso es precisamente lo que lleva a la práctica aquí, aplicado a nociones de geografía física, urbana y de la población.

Una segunda reflexión gira en torno a las fuentes empleadas para tal fin, el estudio del pasado. Al escrutar lo pretérito las dificultades para conocer cualquier cuestión se extreman, generalmente en mayor proporción cuanto más nos remontemos en el tiempo. El investigador de temas de Geografía histórica, quizá más que ningún otro, depende de las fuentes existentes, y cuando éstas faltan se las ha de apañar aguzando el ingenio para relacionar cosas que aparentemente no tienen conexión. Que existan o no es una cuestión que está supeditada a múltiples factores, por ejemplo a lo que se hizo en un momento determinado, pero también, y mucho, a que eso que se hizo se haya conservado hasta nuestros días y no se haya destruido o extraviado. Hay períodos, temas, personas o cosas mejor estudiados o más fácilmente estudiables simplemente porque se dispone de una o varias fuentes que ayudan a conocerlos, lo que a veces se debe a circunstancias excepcionales (como que un rey hiciera un encargo, alguien realizara un viaje y dejara testimonio de ello, etc.), cuando no a la casualidad. A todo ello hay que sumarle la complicada consulta de dichas fuentes, por lo general no muy accesibles y dispersas geográficamente. Además, después de encontrarlas, de dar con ellas y de hacerse con ellas, hay que saber interpretarlas, pues a menudo poco o nada tienen que ver con la geografía o la historia, por lo que es necesario poseer una amplia y variada cultura o colaborar con otros profesionales.

Con todas esas dificultades se ha tenido que enfrentar López Gómez, y a fe que las ha vencido magníficamente, gracias a su talento, a su infatigable trabajo y, por qué no, a una pizca de suerte. A simple vista pudiera parecer que en un viejo país como España, configurado a lo largo de siglos de existencia, todos estos problemas son cuestiones menores, con mayor motivo aún tratándose de su capital. Obviamente una ciudad de la tradición y relevancia de Madrid no presenta tantas dificultades en este sentido como otros lugares, pues se conservan abundantes testimonios de épocas pasadas, pero aún así la tarea no es nada fácil.

En el libro objeto de nuestra reseña los principales instrumentos para conocer los tiempos pretéritos son los libros y los mapas, pero no sólo. Ante la falta de datos precisos, López Gómez recurre la mayoría de las veces a los testimonios escritos y cartográficos que dejaron hombres de muy variada procedencia y condición. El rico repertorio utilizado en este libro demuestra que estamos ante un perfecto conocedor de la cartografía y la literatura histórica madrileñas; no obstante se echa en falta una mayor utilización de otras fuentes, como pudieran ser las pictóricas, y en ocasiones un análisis crítico sobre el propio alcance y fiabilidad de las mismas.

Finalmente, queremos hacer una advertencia. No es esta una obra dirigida exclusivamente a los madrileños, ni mucho menos, pero desde luego que le sacará más jugo quien de verdad conozca Madrid o viva en la capital. De todas formas, aunque se domine bien la ciudad y aunque, como es propio de la geografía, los textos se ilustren con planos y croquis, es conveniente realizar la lectura de varios de los capítulos con uno o más mapas al lado, e ir siguiendo con ellos las interesantes observaciones que hace el autor.

En conjunto, pues, nos hallamos ante una serie de discursos, capítulos de obras colectivas y artículos de revistas cuyo denominador común, escogido con acierto por cuanto tiene de representativo de su autor -espacial y temáticamente-, es la geografía histórica de la ciudad de Madrid y su periferia. López Gómez, que demuestra poseer un amplio conjunto de saberes, resuelve con la solvencia que le caracteriza la difícil tarea de explicar procesos complejos de forma sencilla y entretenida; en una época en que parece tener prestigio lo críptico, lo ininteligible -y por consiguiente lo aburrido-, es de agradecer que alguien siga escribiendo con claridad.

Los dos primero capítulos analizan cuestiones relacionadas con el emplazamiento y el medio físico, los cuatro siguientes se centran especialmente en la evolución urbana, y los tres últimos ponen el énfasis en los efectivos demográficos. Hasta aquí las consideraciones de carácter general. Veamos ahora su contenido con mayor detalle.

1) En el primer trabajo, publicado originalmente como estudio introductorio de una multidisciplinar Historia de Madrid, se abordan "Los factores geográficos naturales" que sirven de soporte físico a la urbe. Reproducido de forma parcial en esta ocasión, en él se exponen de forma consecutiva el relieve, el clima, las aguas y la vegetación. En una ciudad donde predominan el asfalto y las construcciones estamos poco acostumbrados a pensar en que hay otros elementos, menos artificiales, que han contribuido de igual forma a configurar el actual paisaje urbano; de hecho, son cuestiones que se suelen olvidar en la mayor parte de los estudios dedicados a analizar la ciudad. Obviamente Madrid ha ido creando sus propios paisajes humanos, sus tramas de urbanización y su arquitectura, que son los protagonistas dominantes, pero lo ha hecho partiendo de unos condicionantes naturales previos, que aun en la actualidad siguen desempeñando un importante papel.

Aparte de la influencia del relieve en el primer establecimiento de Madrid, de claro sentido defensivo, está la ejercida sobre el desarrollo urbano y el trazado de algunas de sus calles; así, por ejemplo, la disposición general del relieve determina que -con traza irregular en el caso antiguo, regular en el Ensanche y mixta en la periferia-, las vías presenten por lo general marcadas pendientes (únicamente atenuadas mediante vaciados y rellenos en el espacio diseñado por Carlos María de Castro a finales del XIX y en parte del extrarradio), lo que unas veces ha supuesto un obstáculo (sobre todo para las comunicaciones) y en otras una ayuda (favoreciendo, entre otros, tanto el abastecimiento como la evacuación de las aguas). En dirección N-S -la de las lomas y vaguadas principales-, las calles siguen el suave desnivel general de aquéllas, más acentuado en la zona meridional. En cambio, las calles de orientación E-W, transversales a dichas lomas, siguen sus vertientes a uno y otro lado hacia las vaguadas; lógicamente, cuanto más hondas éstas, mayor inclinación presentan aquellas, sobre todo hacia el río Manzanares.

Sometida a un clima mediterráneo continental, de escasas precipitaciones y fuertes contrastes térmicos, Madrid incorpora a las características generales que recibe de su entorno las peculiaridades medioambientales propias de toda aglomeración urbana, las cuales dan lugar a que aparezca un microclima propio, conocido como "isla de calor" (que puede llegar a suponer una temperatura entre 2º y 10º C más elevada que la de los alrededores, debido fundamentalmente a la gran acumulación de energía solar que se realiza en edificios y calles durante el día y a lo despacio que es irradiada por la noche). Hasta llegar a esta situación, que es la correspondiente a la ciudad actual, las condiciones climáticas han variado de forma ostensible, alternándose de forma repetida episodios fríos y secos con otros cálidos y húmedos de diferente intensidad. Es difícil caracterizar la evolución del clima, pues faltan muchos datos -que se comienzan a tomar de forma más o menos precisa y sistemática en el siglo XIX- y las impresiones que se tienen de épocas anteriores son por lo general vagas y casi siempre laudatorias, aunque no hay que olvidar que, como reza el refranero, en Madrid se dan "nueve meses de invierno y tres de infierno".

Madrid, a diferencia de otras renombradas capitales europeas, no ha poseído nunca un gran río. Aunque en varias ocasiones se intentó llevar a la práctica la descabellada idea de hacerlo navegable, tradicionalmente ha sido un río denostado por su escaso caudal. Su papel en el desarrollo urbano es difícil de calibrar, pues a pesar de ser el responsable del resalte topográfico sobre el que se asienta la ciudad, ésta ha crecido dando la espalda al río, que aparte de acoger en su seno a pequeños huertecillos y pintorescos lavaderos funcionaba como una cloaca a cielo abierto, atravesando la capital con su cauce de aguas residuales. No ha ocurrido lo mismo con las aguas subterráneas, que han garantizado el abastecimiento de agua potable desde la época musulmana; la presencia de un importante acuífero bajo la ciudad motivó la construcción de una densa red de galerías de captación (o "viajes de agua") para su aprovechamiento, la cual permaneció vigente hasta el siglo XIX. Cuando los "viajes" no fueron suficientes para abastecer a la población, hubo que recurrir a aguas superficiales lejanas (Lozoya y posteriormente Jarama), ya que el Manzanares tampoco podía asegurar los caudales necesarios. Por tanto, las aguas, superficiales y subterráneas, han jugado un papel diferente a lo largo del tiempo, desde la aparición y consolidación del hecho urbano hasta su conversión en gran metrópoli.

En cuanto a la vegetación, exceptuando unos pocos espacios privilegiados, que en la actualidad sirven de esparcimiento para los madrileños, ha sido profundamente alterada tanto en Madrid como en sus alrededores. Es por ello, por lo que además de repasar las principales formaciones naturales (encinares, pinares, sotos ribereños, matorrales, y otros árboles y arbustos), López Gómez examina por medio de fuentes como el Libro de la Montería de Alfonso XI o las Relaciones Topográficas de Felipe II el papel desempeñado por el hombre. Éste ha favorecido los cultivos, haciendo retroceder de forma notable los bosques -cuya existencia es recordada por varios topónimos, y que servían de cazaderos y proveían a la capital de leña y material para la construcción-; en las arcillas terciarias se situaron las tierras de cereal y algunos olivos, mientras que las arenas fueron destinadas a la vid, sirviendo como complemento las vegas de los ríos próximos. Por el contrario, ha introducido especies exóticas en la ciudad, creando parques y jardines que contribuyen a oxigenarla.

2) El desarrollo urbano de Madrid ha tenido lugar sobre una serie de lomas en forma de tridente que, en dirección norte-sur, se hallan separadas por varias vaguadas. La loma más occidental es la primera en la evolución de la ciudad, pues, situada entre el Manzanares y la vaguada por donde corría el arroyo del eje Castellana-Prado, sirve de asiento al viejo Madrid y al Ensanche Norte. La segunda o central, emplazada entre la última vaguada citada y la del arroyo Abroñigal (hoy M-30 E), es la correspondiente al Ensanche Este. Más allá se alza la tercera u oriental, la más importante, larga y ancha de todas, que encima de la cual se disponen los barrios periféricos que van desde la Ciudad Lineal hasta el Puente de Vallecas. Aunque cuenta con precedentes desde el siglo XVI, la interpretación del relieve madrileño que acabamos resumir es muy moderna, y hasta llegar a ella ha sido necesario mucho tiempo. Esa evolución es precisamente lo que trata de analizar el segundo trabajo, centrado en "La percepción histórica del relieve de Madrid".

Dividido en cinco epígrafes, sigue un criterio puramente cronológico. Al comienzo se hace referencia a las descripciones y planos correspondientes a los siglos XVI y XVII; de este período destaca la referencia en varios lugares (Pedro de Medina, López de Hoyos, Relaciones Topográficas) a los "lomos de Madrid" aludiendo al emplazamiento general, mientras que en la ciudad misma los viajeros sólo mencionan colinas o cerros de manera imprecisa por lo común, llegándose a comparar incluso con Roma, la gran urbe por antonomasia (Núñez de Castro). Después se aborda el siglo XVIII, momento en que surgen las primeras noticias de carácter científico (provenientes de obras como la Geografía Física de España de Guillermo Bowles) y numerosos planos en los que, como ocurría con otros anteriores, apenas existe una representación topográfica (Chalmandrier, Espinosa de los Monteros, Tomás López, Planimetría General). A continuación se examinan las importantes contribuciones de la primera mitad del XIX, que suponen la aparición de las primeras mediciones de altitudes (Antillón, Humboldt) y la confección del primer mapa con curvas de nivel que representa fielmente la topografía (Rafo y Ribera), es decir, se inicia entonces el estudio del relieve madrileño con cierto detalle y criterios modernos, aunque hay quien continúa enumerando las famosas siete colinas (Miñano, Mesonero Romanos). Posteriormente se analiza la segunda mitad del XIX, época a la que corresponden hitos como la publicación de la primera hoja del Mapa Topográfico Nacional 1:50.000 o de los magníficos parcelarios de Ibáñez de Ibero y obras fundamentales como las de Carlos Mª de Castro y Casiano de Prado, junto a las cuales asoman también escritos de historiadores locales de desigual valor. Y, por último, se mencionan los estudios (Gavira, Terán, Huetz de Lemps) y planos (Cañada, Núñez Granés, 1:50.000 geológico) modernos, comentados con menor detalle por ser más conocidos, y que dan cuenta de la concepción actual que se tiene sobre el relieve de Madrid, sus lomas y vaguadas.

3) Se ha de esperar al tercer trabajo para comenzar a disfrutar de la sencilla y transparente prosa de López Gómez, pues los anteriores se asemejan más a unos apuntes realizados de forma apresurada que a un texto depurado y bien pulido. El autor nos ofrece en esta ocasión un "esquema del desarrollo urbano moderno de Madrid", en el que va repasando la historia de la villa -desde el Magerit medieval hasta la megalópolis actual- deteniéndose en los hitos que tuvieron una mayor incidencia en la configuración de la ciudad y haciendo hincapié en los principales responsables de sus muchas transformaciones. Así, tras presentar de forma breve los rasgos naturales básicos (relieve, clima y vegetación), comienza narrando la génesis de la ciudad a partir de la fortaleza de origen musulmán creada por Abderramán II a finales del siglo IX en la orilla izquierda del Manzanares -exactamente donde hoy se encuentra el Palacio Real-, que vio ampliado su recinto amurallado tras ser cristianizada, época en la que adquiere definitivamente la condición de "Villa". El siguiente hito en la evolución de Madrid es el establecimiento de la Corte en 1561 por mandato expreso de Felipe II. Desde entonces, la suerte de la villa quedó vinculada al fenómeno de la capitalidad, que supuso enormes cambios bajo el reinado de los Austrias y de los Borbones -sobre todo en el de Carlos III-, cualitativos y cuantitativos, tanto en su interior como en los alrededores. El progresivo desarrollo económico y el notable incremento de la población motivaron el derribo de la cerca de Felipe IV y la aprobación en 1860 del Ensanche proyectado por el ingeniero Carlos Mª de Castro para atender las necesidades de crecimiento de la ciudad, junto a la apertura de nuevos ejes viarios (como la Gran Vía) y la formulación de nuevas alternativas de vida (Ciudad Lineal de Arturo Soria). Con todo, el Ensanche tampoco fue capaz de afrontar la expansión, iniciándose un debate urbanístico en el que los Planes de Ordenación aplicados a la ciudad, a partir de entonces, se verían sistemáticamente quebrantados por los hechos. El crecimiento se realiza entonces de forma espontánea, presionado por una dinámica demográfica explosiva, cuyo motor principal es la inmigración. En la posguerra se produce la anexión a Madrid de los municipios del entorno, continuando con la difusión a saltos del hecho urbano iniciada a finales del XIX y que se ha ido repitiendo sucesivamente en radios cada vez más amplios, lo que ha acentuado de forma traumática la disociación y distancia entre lugares de vivienda y trabajo, y agravado por consiguiente el problema de las comunicaciones.

Así pues, López Gómez nos brinda un recorrido histórico por la ciudad que tiene en consideración aspectos morfológicos, funcionales, estructurales y demográficos (acaecidos en época medieval; desde la segunda mitad del siglo XVI hasta la segunda mitad del XIX; desde esa fecha hasta el primer tercio del siglo XX; y desde la Guerra Civil hasta prácticamente nuestros días) y a través del cual podemos observar, por ejemplo, cómo el crecimiento urbano de Madrid se caracterizó del siglo IX al XVIII por ser excéntrico, carente de planificación y orientado hacia el este (sobre los ejes de Atocha, Carrera de San Jerónimo y Mayor-Alcalá), articulándose a partir del siglo XIX en torno a un eje norte-sur (paseos del Prado, Castellana y Recoletos), y tornando ya en el siglo XX a un desarrollo de tipo tentacular; cómo merced a su condición de capital Madrid se fue afianzando como el principal centro político y administrativo, financiero, cultural, educativo y mercantil del país, rodeándose de los numerosos y variados edificios que exigían dichas funciones; o cómo he evolucionado su dinámica demográfica, secularmente positiva aunque se haya producido en tiempos recientes una desaceleración del crecimiento, tanto por un continuo descenso de la fecundidad, como por el ligero saldo negativo en las migraciones interiores.

En síntesis, se trata de un excelente ensayo que en apenas veinte páginas nos proporciona las claves necesarias para entender la dilatada y compleja historia de la ciudad, una historia que queda resumida, grosso modo, en tres sectores urbanos netamente diferenciados: casco antiguo, Ensanche, periferia y núcleos del contorno.

4 y 5) El cuarto y quinto trabajo, complementarios, se refieren al siglo XVIII, crucial en la fisonomía moderna de Madrid. En efecto, en el setecientos, con la nueva dinastía de los Borbones y la época Ilustrada, se realizaron grandes modificaciones, proyectadas o iniciadas por Felipe V (1700-1746) y Fernando VI (1746-1759) en la primera mitad del siglo, y culminadas por Carlos III (1758-1788) en la segunda. En este dilatado período se llevaron a cabo tanto reformas periféricas como obras interiores de infraestructura, construyéndose además numerosos edificios de gran prestancia, lo que en conjunto supuso un cambio importante en el aspecto y funcionamiento de la capital.

Las obras urbanas periféricas, que hay que poner en relación con la creación de una red de caminos para conectar la ciudad con el exterior -donde por ejemplo se encontraban los Sitios Reales-, intentaron aunar utilidad con monumentalidad. Los principales accesos de la ciudad fueron reformados, surgiendo por doquier puentes, paseos y puertas. En tiempos de Felipe V se hace la reforma en las orillas del Manzanares con el Puente de Toledo y la Virgen del Puerto, y con Fernando VI se acomete todo el límite norte, así como el inicio de la retícula meridional, con los importantes Paseos de las Delicias y Santa María de la Cabeza. Por su parte, Carlos III fue el encargado de remachar el cierre de todos, regularizando asimismo la traza de la cerca y levantando nuevas puertas monumentales (Alcalá y San Vicente), siendo el Paseo del Prado su proyecto estrella.

Hasta el reinado de Carlos III la mayor parte de las calles estaban sin pavimento, o con un empedrado muy precario, sucias por las basuras a ellas arrojadas y oscuras de noche pese a los anteriores intentos de mejora, que por unas u otras razones quedaron malogrados. Tal situación, incompatible con la imagen de una urbe moderna, motiva la realización de notables reformas de infraestructura interior, con el objetivo de incrementar los niveles de salubridad. Se dictan así "instrucciones" para el saneamiento y limpieza de las calles, prohibiendo arrojar cosas por los balcones, dejar los escombros en las calles, verter aguas de cualquier tipo por las ventanas o dejar animales sueltos, y obligando a depositar las basuras en los portales para que fueran recogidas por los servicios públicos, a barrer y regar delante de las casas o a colocar canalones y desagües en tejados y paredes; para el empedrado, que todavía no se había llevado a cabo; para ampliar el alumbrado a todas las vías, pues aunque los bandos exigían que todas las casas tuvieran un farol en la fachada, pocas eran las que lo cumplían; etc.

A pesar de que han desaparecido muchos edificios construidos en esta época, todavía subsisten muchos inmuebles notables, que constituyen elementos esenciales del paisaje urbano actual. Realizados tanto en los bordes como en el interior de la ciudad, surgieron con distintas finalidades. Unas veces para cubrir las necesidades de la administración del Estado, la cultura o la industria; otras para servir de casa señorial o residencia palaciega a la nobleza; a veces, también, para usos eclesiásticos. Por su especial carácter suelen ser edificios amplios, que contrastan sobremanera con el resto del caserío del momento, la mayor parte de pequeño tamaño y escasa calidad. La simple enumeración de algunos de ellos es clara muestra de su valor. Ejemplos del primer grupo son la Casa de Correos, la Casa de los Gremios, el Hospital General, la Aduana Real, el Palacio Real, el Cuartel del Conde Duque, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, la Fábrica Real de Tabacos, etc.; del segundo palacios como los del Infantado, Puñonrostro, Goyeneche, Liria, Buenavista o Villahermosa; y del tercero iglesias como las de San Marcos, San Martín, o de los santos Justo y Pastor.

Todas estas reformas y construcciones, que no rehacen la ciudad pero que sí la mejoran de forma notable, no fueron obra de una sola persona. Tras los monarcas estaba un nutrido grupo de figuras excepcionales, formado por políticos (Francisco Antonio Salcedo y Aguirre, Esquilache, Grimaldi, Aranda, Floridablanca), arquitectos (Ribera, Churriguera, Ventura Rodríguez, Bonavía, Carlier, Sachetti, Diego y Juan de Villanueva, José de Hermosilla, Sabatini, Marquet), y estudiosos y proyectistas (Teodoro de Ardemans, Arce, Ulloa, Bort, Nipho).

Señalar por último que probablemente el cuarto trabajo sea el que más ha padecido las adaptaciones pertinentes para ser editado en este libro, pues se han suprimido con respecto al original un plano de Texeira a doble página y diez ilustraciones a color.

6) El sexto es el más antiguo de los trabajos contenidos en este volumen (1976). Cuenta el origen, poco conocido, de un lugar emblemático de la ciudad de Madrid: el Rastro. Este pintoresco mercado de artículos usados conserva en la actualidad un nombre que ha perdido totalmente su sentido primigenio. Según cuenta López Gómez, uno de los significados que da Covarrubias de la palabra "rastro" en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) es "lugar donde se matan los carneros..., porque los llevan arrastrando, desde el corral hasta el sitio donde los desuellan, y por el rastro que dexa se le dio este nombre al lugar". En efecto, ya desde la segunda mitad del siglo XVI se tienen noticias acerca de la existencia de un matadero en el actual Rastro madrileño, y de otras actividades relacionadas con las pieles y el sebo en sus inmediaciones, tal y como atestiguan las denominaciones de algunas calles adyacentes (del Carnero, de Cabestreros, de las Velas, Ribera de Curtidores, etc.). Mediante abundantes testimonios literarios y cartográficos somos testigos de cómo con el transcurrir de los siglos este lugar de sacrificio y uso carnicero -que no era el único destinado a tal fin en la ciudad-, fue variando progresivamente, cambiando de significado y designando cada vez a un espacio mucho más amplio. En esta transformación tuvo un papel esencial la aparición de un mercadillo cercano en el siglo XVIII, que supone el inicio de una nueva actividad, a la postre dominante. Plenamente consolidado en la primera mitad del XIX, se amplía y diversifica en la segunda, ganando terreno a un viejo "rastro" que va perdiendo funciones hasta cesar su actividad original en 1920, fecha en que se construye otro gran matadero junto al río Manzanares. Y así lo que antaño designaba a un edificio para la matanza, se fue extendiendo a una plaza, un mercado, y hasta un barrio dedicado al comercio de los objetos más extravagantes que uno pudiera imaginar.

7) El séptimo texto muda de temática y pasa de una óptica centrada en los aspectos físicos que integran la ciudad de Madrid a otra en la que priman fundamentalmente sus habitantes; es decir, hay un salto del urbanismo a la demografía. Se corresponde con el discurso leído por López Gómez con motivo de su ingreso en la Real Academia de Doctores de Madrid y que fuera contestado por el ingeniero de Minas Juan Manuel López de Azcona. Versa sobre el trascendental cambio acaecido en la dinámica demográfica madrileña durante los últimos veinticinco años y que supuso la histórica quiebra de una tendencia siempre en alza. El autor realiza en esta ocasión un estudio de corta perspectiva, pues estando escrito en 1985, se remonta a la década anterior. Justo en esas fechas es cuando empieza a manifestarse algo insólito en Madrid: tras el fuerte aumento poblacional de los cincuenta y sesenta se inicia una curva regresiva, fundamentada en las modificaciones habidas en los saldos migratorio y vegetativo. Las causas de tal transformación son relativamente sencillas de explicar. Madrid pasa de ser un municipio de inmigración con un crecimiento vegetativo superior a la nacional, a tener un saldo migratorio negativo y un incremento vegetativo casi nulo. Ello se debe, por un lado, no sólo a que dejan de llegar inmigrantes lejanos por la menor oferta de empleo a que obliga la crisis económica, sino también a que gente de la capital que no encuentra en ella alojamiento acorde a sus posibilidades por alza desaforada en los precios de la vivienda se marcha a los núcleos-dormitorio de los alrededores, que experimentan en esta época un desarrollo explosivo verdaderamente increíble. Y por otro lado a que se produce un fuerte descenso de la fecundidad y un incremento de la mortalidad en paralelo con el progresivo envejecimiento de la población, lo que también se relaciona con la emigración, pues al restar jóvenes adultos con una fecundidad potencial elevada, contribuye mucho a acentuar la disminución de la natalidad al mismo tiempo que altera la composición por edades.

Pero López Gómez no se contenta con esbozar los rasgos generales de la población madrileña (evolución global, movimiento natural y migratorio) en los años setenta y ochenta. Tras ese panorama general, surgen llamativas diferencias, que analiza en cuatro espacios urbanos nítidamente individualizados (centro, ensanche, periferia interior y exterior) según grupos de distritos, pues las fuentes estadísticas no dejan otra elección. Los cambios anteriormente expuestos no se han producido de forma uniforme en todos los distritos de la capital, por lo que se detectan notables contrastes entre las distintas zonas de Madrid en función de su tendencia y características demográficas. El nivel de detalle alcanzado permite observar la diversidad de situaciones existentes, que en síntesis puede resumirse de la siguiente manera: conforme nos desplazamos del centro al exterior disminuye la mortalidad, aumenta la natalidad, y por tanto el crecimiento vegetativo; asimismo, mengua la emigración, se intensifica la inmigración y la estructura por edades se rejuvenece.

Aunque leídas hoy no invitan precisamente al optimismo, merece la pena reproducir aquí las palabras con que concluye López Gómez su discurso:

"Para comenzar el siglo XXI faltan sólo 15 años y es de suponer que la actual crisis sea superada. ¿Cómo será Madrid entonces? Totalmente aventurado sería hacer aquí previsiones demográficas; sin embargo, podemos esperar que ya no volverá el crecimiento de población desaforado; será muy difícil, pero no imposible, una ordenación más correcta, en la cual la Geografía ocupe su lugar y no sea desdeñada como hasta ahora. Madrid es ya demasiado grande y complicado para hacer de él una ciudad de vida fácil, pero se puede y debe mejorar bastante; con realismo y con ilusión, pero sin caer en arbitrismos utópicos. Así, quizás mañana -para muchos de nosotros no será ya más que un sueño- el Madrid que inicie el tercer milenio -realidad para nuestros hijos- tenga un desarrollo más armónico y los errores de ayer y de hoy sean solamente historia, no repetible en el futuro".

Juzguen ustedes mismos, pero mucho nos tememos que la realidad no ha confirmado ni siquiera las modestas esperanzas que López Gómez depositaba en el porvenir.

En definitiva, este estudio tiene la virtud de llamar la atención sobre un fenómeno relativamente reciente -poco consolidado en el momento de ser redactado-, y por ello difícil de investigar y calibrar en su justa medida. Además, a lo largo del texto se van realizando interesantes observaciones sobre la fiabilidad de las fuentes empleadas -de naturaleza estrictamente demográfica-, cosa que se hace con mayor detenimiento en el octavo trabajo.

8) En efecto, el siguiente trabajo constituye una interesante reflexión sobre "el problema del movimiento migratorio y su reflejo estadístico" en el Madrid de 1960 a 1980. Al tratar de mensurar la evolución demográfica reciente de Madrid, López Gómez se da cuenta de que los datos ofrecidos por los padrones quinquenales y las cifras anuales de población presentan llamativas diferencias entre sí. Estas discrepancias le llevan a indagar sobre la manera en que se obtienen ambos valores. Los primeros son bastante fidedignos, mientras que los segundos no tanto, pues proceden de la denominada "rectificación anual", que consiste en añadir a la población del año anterior el resultado de otras tres variables (crecimiento vegetativo, balance migratorio, y altas y bajas administrativas para rectificar omisiones o inclusiones indebidas en el padrón), las cuales introducen distorsiones, sobre todo la segunda. Con frecuencia los inmigrantes y emigrantes, cuando cambian de municipio o distrito de residencia, no registran su llegada o su marcha, por lo que los datos que reflejan las estadísticas son muy inferiores a la realidad; esos migrantes no inscritos se van acumulando año tras año, pero al llegar el de padrón ya aparecen en éste, y entonces la cifra de población total experimenta una repentina variación, totalmente ficticia. De esta forma, el autor realiza un análisis crítico sobre las fuentes demográficas anteriormente citadas, llegando a la conclusión de que los estudios de evolución anual han de realizarse con mucha cautela y que la desidia ciudadana o el desconocimiento son los responsables de graves irregularidades estadísticas, que trata de calibrar -y mitigar en la medida de lo posible- mediante el examen individualizado de cada variable, lo que le permite precisar con mayor detalle la situación.

9) El último de los trabajos compilados -el más extenso de todos, ocupando casi una cuarta parte del libro-, fue escrito por López Gómez para que formara parte de la obra miscelánea Madrid: Estudios de Geografía Urbana (1981), dirigida por su maestro y además miembro de la Real Academia de la Historia Manuel de Terán, y en la que también colaboraron otros destacados geógrafos vinculados al Instituto Juan Sebastián Elcano (su hermana Julia López Gómez, Antonio Abellán García, Ana Olivera Poll, Antonio Moreno Jiménez, Felipe Fernández García, Aurora García Ballesteros y Fernando Arroyo Ilera).

Antonio López Gómez se encargó de plantear los aspectos básicos del desarrollo suburbano próximo a la ciudad de Madrid, fraguado a lo largo del último siglo y medio.

Tras aclarar y precisar la terminología empleada -que de no hacerse puede llevar en ocasiones a interpretaciones erróneas-, esboza brevemente las características generales que presentan estas áreas periféricas, y en concreto en el caso de Madrid, pasando de inmediato a exponer en qué situación se hallaba el espacio extramuros justo antes del derribo de la cerca (ocupado esencialmente por usos agrarios y poco habitado), después su evolución durante la segunda mitad del XIX (muy reducida) y primera del XX (lenta), hasta llegar al desarrollo periférico desencadenado a partir de 1950 (extraordinario), que acapara casi todo el protagonismo -pues se le dedica más de la mitad del capítulo-.

El desarrollo suburbano de Madrid es muy poco significativo durante toda la segunda mitad del siglo XIX, momento en que empieza a fraguarse el rápido despegue de la urbe. Una vez aprobado el Plan de Ensanche (1860) y derribada la cerca (1868), el elevado precio del suelo dentro del espacio destinado a acoger la proyectada expansión de la ciudad determinó su lenta edificación y la instalación de gran parte de la población en el extrarradio y en los inmediatos terrenos de los municipios del contorno, surgiendo de esta forma y al amparo de la red de tranvías nuevos arrabales de carácter eminentemente proletario y trazado irregular. Entre estos lugares, genuinos barrios periféricos más que núcleos suburbanos, podemos citar los siguientes: Cuatro Caminos, Las Ventas, La Prosperidad, La Guindalera, el Puente de Segovia y el Puente de Toledo dentro del propio municipio madrileño, y Tetuán, Vista Alegre, el Puente de Vallecas, Doña Carlota fuera de él. Por su parte, los núcleos del contorno -algunos de los cuales empiezan ya a manifestar rasgos suburbanos-, eran las cabezas de los municipios adyacentes al de Madrid, separados de cualquier construcción por varios kilómetros de cultivos de secano; la mayoría eran pueblos eminentemente agrarios, pero algunos de ellos, favorecidos por el desarrollo de las comunicaciones, experimentan poco a poco ligeras transformaciones debido a los cada vez más continuos desplazamientos de sus habitantes a la capital y a la aparición en su seno de nuevas actividades distintas de las rurales. El conjunto está formado por Carabanchel Alto y Bajo, Chamartín, Fuencarral, Hortaleza, Villaverde, Canillas, Canillejas, Barajas, Vicálvaro, Vallecas, Pozuelo, Aravaca y El Pardo. Aún más lejos, quedaban otras poblaciones -poco pobladas y campesinas-, que serán las que empiecen a cobrar protagonismo en los años centrales de la siguiente centuria (Leganés, Coslada, Arganda, etc.).

En la primera mitad del XX se produce un importante y caótico crecimiento de los arrabales que, esta vez impulsados por la aparición y progresiva expansión del metro, se integran plenamente en la ciudad, la cual va adoptando una forma estrellada. Además, los municipios contiguos a Madrid incrementan sus efectivos demográficos de forma espectacular, aunque los núcleos principales, salvo excepciones, aumentan poco y se mantienen todavía espacial y funcionalmente distantes. En cuanto las poblaciones de la segunda aureola, siguen siendo fieles a las características apuntadas con anterioridad: reducido tamaño, lento crecimiento y la mayor parte de sus habitantes ocupados en el sector primario.

El verdadero desarrollo del área suburbana madrileña se inicia hacia 1950, y es fruto del gran flujo migratorio que llega por entonces a la capital. Debido a la inmigración rural y la especulación del suelo, entre 1948 y 1954 se produjo la anexión a Madrid de los municipios limítrofes y sus arrabales, lo que hizo que el término pasara de 68 km2 a 607 km2, y en números redondos evolucionara 1.600.000 habitantes en 1940 a 2.250.000 en 1960. Es de tal magnitud el rebosamiento poblacional que el crecimiento se produce por todas partes, tanto en las direcciones radiales ya consolidadas como en los espacios intersticiales tradicionalmente vacíos, e incluso más allá. Así, se agrandan los antiguos arrabales, los núcleos del contorno y también los suburbanos. De los del contorno, los que experimentan una mayor transformación son sin duda Los Carabancheles, Villaverde, Chamartín, Hortaleza, Canillas y Canillejas, ubicados en las direcciones de máxima expansión urbana (SW y NE), la cual los engulle y remodela, haciéndoles perder su carácter suburbano y convirtiéndolos en nuevos barrios periféricos; el resto de ellos (Vallecas, Vicálvaro, Barajas, Fuencarral, Aravaca y Pozuelo) se va integrando a la ciudad de forma paulatina. En muchos sectores el crecimiento se desplaza en oleadas sucesivas hacia fuera, buscando los terrenos más baratos para construir, con lo cual entra en juego la segunda aureola; de este modo numerosos pueblitos rurales se convierten en pocos años y sin planificación en auténticas ciudades-dormitorio, con los consiguientes problemas de equipamientos, infraestructuras, etc. No hay que olvidar los medios de transporte que hicieron posible esa brutal mutación, en este la caso red de autobuses y la generalización del vehículo privado, fundamentales para realizar los movimientos pendulares derivados de vivir en un sitio y trabajar en otro.

López Gómez distingue cuatro grandes sectores en este área suburbana inmediata: tres donde predomina una construcción de tipo concentrado y gran desarrollo en altura ocupada por clases bajas y medias (suroeste, este y norte), y otro caracterizado por la aparición de viviendas unifamiliares y bloques pequeños más o menos ajardinados habitados por clases medias y altas (noroeste). Entre ambos polos, existen espacios de transición, quedando el esquema de la siguiente manera: sector suroeste (Alcorcón-Móstoles, Leganés-Getafe, Fuenlabrada-Parla, Pinto y Valdemoro), oriental (Coslada-S. Fernando de Henares, Torrejón de Ardoz, Alcalá de Henares), sureste (Arganda), norte (Alcobendas-S. Sebastián de los Reyes, urbanizaciones, como El Soto, La Moraleja, Santo Domingo o Ciudalcampo, y Colmenar Viejo), y noroeste y oeste (Las Rozas-Majadahonda).

Este rosario de localidades se halla separado de Madrid en el aspecto administrativo, pero no siempre en el espacial. Al comenzar los años 50 eran por lo general pequeños núcleos rurales, muchos de los cuales hoy sobrepasan con creces los 100.000 habitantes. Aquí son analizadas normalmente por parejas. El modelo de análisis que se sigue el autor es muy similar en todos los casos: localización según la distancia y el tiempo (medido tanto en transporte público como privado) con respecto a Madrid, breve caracterización de la morfología urbana, funciones que desempeña, evolución del crecimiento demográfico, actividad de la población residente y distribución del empleo local por sectores.

En las últimas décadas la ciudad de Madrid crece menos e incluso decrece, mientras que se mantiene el aumento extraordinario del área suburbana, que cada vez se desplaza más lejos.

Según lo expuesto por López Gómez, se deduce que el límite del área suburbana próxima a la ciudad, en ocasiones nada claro y siempre dinámico, suele coincidir con la aparición de un gran vacío seguido de núcleos pequeños -menores de 2.000 habitantes- eminentemente rurales y ya muy apartados. Por tanto, elementos como la lejanía (medida según la relación distancia-tiempo), las amplias discontinuidades entre la edificación o el escaso volumen de los movimientos pendulares diarios pueden servir como indicadores para realizar una diferenciación más o menos objetiva entre el área suburbana inmediata y exterior.

En definitiva, si en hasta mediados del siglo XX se había ido configurando una gran ciudad central rodeada básicamente de encinares o campiñas por todos sus costados, hoy Madrid está acordonada por una serie de ciudades-dormitorio por el sur y el este, y por una aureola ajardinada de vivienda unifamiliar por el noroeste, que en conjunto forman una marea urbana que rebasa, en algunos casos, incluso los límites provinciales.

Para terminar haremos una serie de observaciones, formales sobre todo, que no pueden pasarse por alto y que, de haberse tenido en cuenta a la hora de realizar la presente edición, sin duda hubieran contribuido a mejorar la calidad de la misma.

Aun siendo discutible, se puede entender que nadie se haya leído los textos originales y corregido las erratas existentes, pero lo que es inadmisible es que, además de las antiguas, se hayan introducido otras muchas nuevas. Asimismo, al haberse mantenido íntegramente el texto original -salvo diez páginas del primer trabajo, que han sido suprimidas-, hay algunas cosas, bien es cierto que no demasiadas, que fuera de su contexto, es decir, del lugar y fecha en que fueron escritas, no se entienden bien o cuando menos resultan desconcertantes; en este sentido, lo mejor hubiera sido optar por no incluirlas. Precisamente por su diversa procedencia, también existen inevitables reiteraciones y repeticiones de ciertos contenidos; algunos textos, al sintetizar o ampliar otros, se solapan en mayor o menor medida. Además hay que señalar la defectuosa reproducción de algunos planos históricos -no todos-, que dificulta el seguimiento de las explicaciones dadas en el texto y deslucen el conjunto. De igual modo, no entendemos cuál es el sentido de emplear en algunos artículos un doble sistema de citar; creemos que hay una falta de criterio, pues indistintamente se cita a pie de página o en el texto con el mismo sentido. La bibliografía que se ofrece por lo general al final de cada trabajo suele ser muy completa, cosa que se agradece, ya que se indica la existencia de estudios preliminares o prólogos, el número de páginas, edición, planos, si es facsímil, a veces ubicación en la Biblioteca Nacional, etc.; sin embargo, y respetando siempre la decisión del autor, quizá hubiera sido preferible que en vez de presentar toda la información empleada de forma conjunta se hubiese hecho una distinción entre lo que son planos, manuscritos, libros, etc., creando al efecto apartados individualizados con titulados respectivamente cartografía, fuentes y bibliografía.

En otro orden de cosas, y aunque posiblemente no tenga sentido llamar la atención sobre lo siguiente, pues es algo sumamente extendido, no acaba de convencernos el empleo de la palabra conclusiones al final de algunos trabajos; no todos presentan unas "conclusiones" para terminar, pero los que sí lo hacen en realidad lo único que nos ofrecen son meras recapitulaciones o resúmenes y no ideas nuevas extraídas a partir de lo expuesto con anterioridad, como pensamos que debería hacerse. Sí estamos de acuerdo, tal y como se dice en la Presentación del libro, en que podían haberse incluido otros muchos trabajos del autor (sin contar los numerosos que permanecen aún inéditos), referidos tanto a la propia ciudad de Madrid como a la provincia(3); es evidente que existen unas limitaciones de espacio, y que todo no se puede incluir en un mismo volumen, pero puestos a realizar una monografía de Geografía histórica de la capital, hubiera sido mejor -a nuestro juicio- sustituir por otros trabajos los tocantes a la población, que ahora, con el paso de los años, puede que sean históricos, pero que sin embargo apenas lo eran cuando fueron concebidos, y que difícilmente pueden ser catalogados como estudios de geografía histórica.

Finalmente, tampoco hubiera estado de más presentar al gran público -aunque fuera de forma sucinta- la figura y la trayectoria profesional de don Antonio López Gómez(4), un hombre que ha sido Catedrático de Geografía en tres universidades españolas (Oviedo 1955, Valencia 1955-69 y Autónoma de Madrid 1969-88, de la que es profesor emérito), en las cuales ha dirigido casi treinta tesis doctorales y el doble de tesinas, lo que da una idea del elevado número de investigadores que ha contribuido a formar; que ha desempeñado los cargos de Director del Institut de Geografía de la Institució Alfons el Magnànim, y de Secretario (1971-78) y posteriormente Director (1978-86) del Instituto Juan Sebastián Elcano del CSIC, siendo en la actualidad Vicepresidente de la Real Sociedad Geográfica y Director desde 1986 de una de las revistas de geografía decanas en España (Estudios Geográficos, creada en Madrid en 1940), además de miembro de la Real Academia de Doctores (1985) y de la Historia (1988), y doctor Honoris Causa por las universidades de Valencia (1988) y Alicante (1995). Por si fuera poco, es autor de una vasta obra, en la que destaca su habilidad para abordar muy distintos asuntos geográficos con competencia, capacidad de trabajo y fuerte personalidad; en solitario o en colaboración ha escrito más de un centenar de artículos de revistas, veinticinco comunicaciones o ponencias a congresos, cuarenta capítulos de obras colectivas y una docena de libros, entre ellos el Atlas de Bachillerato Universal y de España de la editorial Aguilar, que de 1962 a 1975 sumó 43 ediciones, siendo uno de los más difundidos durante el franquismo, si no el que más. En definitiva, Antonio López Gómez tiene a sus espaldas una fecunda labor docente e investigadora que sin duda alguna le convierte en uno de los geógrafos españoles más destacados del siglo XX.

Aunque bastante numerosos son todos ellos reparos que no pueden disminuir el valor de esta interesante publicación, que proporciona una personal interpretación de Madrid en el pasado (reciente y lejano) llena de claves para entender la ciudad actual, al mismo tiempo que permite un primer acercamiento a la obra de don Antonio López Gómez para un público no iniciado.

Cada día recorremos de arriba abajo la ciudad en que vivimos, caminamos por sus calles, entramos y salimos de sus edificios, y todo ello sin preguntarnos cuál es su origen, qué había antes de que existieran, cómo han evolucionado, qué papel han jugado en la historia urbana... Les aseguro que tras leer este libro su percepción de la ciudad de Madrid será diferente, mucho más rica en contenidos, y con mayores elementos de juicio para valorar su pasado, su presente y también su futuro; una visión que desde luego nada tiene que ver con la del transeúnte contemporáneo, que inmerso en los innumerables quehaceres de la vida cotidiana apenas dispone de tiempo para disfrutar del lugar que habita y reflexionar sobre su ser.

Esa es una de las razones por las que conviene conocer la historia, y para los que ya la conocen, no olvidarla. Como dijimos al principio, los estudios históricos han ocupado un papel preeminente en la Geografía desde sus orígenes hasta nuestros días. Pero aún está por ver si las nuevas generaciones de geógrafos, una vez escindida la Geografía de la Historia en los actuales planes de estudio universitarios, se interesan tan manifiestamente por estos temas y los desarrollan con tanta lucidez como en el libro que hemos comentado. Ojalá que así sea.
 

Notas
 

1. Véase al respecto BOSQUE MAUREL, Joaquín. "Geografía, Historia y Geografía histórica". Estudios Geográficos, 1983, nº 172-173, p. 317-337; CARRERAS I VERDAGUER, Carles y VILAGRASA I IBARZ, Joan. "La Geografía histórica". In Teoría y práctica de la geografía. Madrid: Alhambra, 1986, p. 361-372; ARROYO ILERA, Fernando y CAMARERO BULLÓN, Concepción. "La Geografía histórica en España". In La Geografía en España (1970-1990). Aportación al XXVIIº Congreso de la Unión Geográfica Internacional. Madrid: AGE-RSG-BBV, 1992, p. 313-319.

2. LÓPEZ GÓMEZ, Antonio. Los embalses valencianos antiguos. 2ª reed., València: Conselleria d’Obres Públiques, Urbanisme i Transports de la Generalitat Valenciana, 1996, p. 11-12.

3. A título de ejemplo citaremos tan sólo algunos de los más recientes: "Variaciones en el curso del Tajo y del Jarama en Aranjuez desde el siglo XVI". Estudios Geográficos, 1994, nº 216, p. 413-435; "El Canal de Cabarrús en el río Lozoya y los Decretos de 1824 y 1829 sobre conducción de aguas a Madrid. Las diversas propuestas". Estudios Geográficos, 1995, nº 221, p. 675-690; "Un canal madrileño casi olvidado: el de Cabarrús en el Río Lozoya". Boletín de la Real Academia de la Historia, 1996, t. CXCIII, p. 393-441; "Espacios borrados y plazas en segunda edición (1821) del plano de Madrid de Espinosa de los Monteros". Boletín Real Academia de la Historia, 1998, t. CXCV, cuad. I, p. 19-42; "El clima de Madrid según los autores de los siglos XVI-XIX". In FERNÁNDEZ GARCÍA, Felipe, GALÁN GALLEGO, Encarna y CAÑADA TORRECILLA, Rosa (coords.). Clima y ambiente urbano en ciudades ibéricas e iberoamericanas. Madrid: Ed. Parteluz, 1998, p. 21-37.

4. Sobre esta cuestión son útiles las informaciones contenidas en Los paisajes del agua: libro jubilar dedicado al profesor Antonio López Gómez. València, Universitat de València-Universidad de Alicante, 1989, p. 21-23; LÓPEZ GÓMEZ, Antonio. Estudios sobre regadíos valencianos. València: Universitat de València, 1990, p. 15-19; PÉREZ PUCHAL, Pedro. "Antonio López Gómez y su generación de geógrafos". Cuadernos de Geografía, 1988, nº 44, p. 123-132; y RODRÍGUEZ ESTEBAN, José Antonio. La geografía española (1940-1969). Repertorio bibliográfico. Madrid: Asociación de Geógrafos Españoles-Marcial Pons, 1995, p. 285-294.
 

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