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Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796] 
Nº 278, 1 de marzo de 2001

WATTS, Sheldon. Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo. Barcelona: Editorial Andrés Bello, 2000. 491 p. [ISBN: 84-95407-15-9].

Antonio Buj Buj


Palabras clave: Epidemias/ imperialismo/ salud/ historia cultural

Key words: epidemics/ imperialism/ health/ cultural history 



La tesis central de la obra de Sheldon Watts, Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo(1), es que la medicina occidental no sólo se mostró incapaz de curar plagas como la peste negra, la sífilis, el cólera, la lepra, la fiebre amarilla o la malaria en los tiempos modernos, sino que, sometida al ímpetu colonial, fue de hecho agente e instrumento del imperialismo. Sheldon Watts, autor también de A Social History of Western Europe 1450-1720: Tensions And Solidarities among Rural People (Londres, 1984), es un historiador social y cultural que, según se nos advierte en la edición inglesa de la obra, ha dedicado sus esfuerzos académicos a las enseñanzas de la disciplina en instituciones universitarias africanas, en concreto en la Universidad de Ilorin (Nigeria) y en la Universidad Estadounidense de El Cairo (Egipto). Esta trayectoria africana tiene todos los visos de haber marcado su trayectoria vital y, por el tono de la obra que vamos a reseñar, también su trayectoria intelectual.

En apoyo de sus tesis Watts elabora varios conceptos, tres de los cuales merecen aquí un comentario detallado pues son como los ejes transversales explicativos que recorren toda su obra. Nos referimos a los conceptos de Desarrollo, enfermedad Constructo e Ideología del Orden, todos ellos siempre escritos en mayúscula, por lo menos en la edición original --en la edición española, a veces aparecen en mayúscula y otras en minúscula--. Este aparato conceptual, deudor sin duda de la obra del filósofo francés Michel Foucault, cuyo nombre invoca Sheldon Watts explícitamente en media docena de ocasiones a lo largo de la obra, logra apuntar algunas ideas sugerentes, pero pensamos que presenta unas prestaciones deficientes en términos de análisis histórico. Es significativo en este sentido que en el índice analítico de la obra un concepto como capitalismo --¿cómo explicar todo lo relacionado con el imperialismo sin recurrir a esa categoría?-- no aparece ni una sola vez, o que la palabra burguesía aparece sólo en cuatro ocasiones; en cambio, el concepto prostitución aparece en veintitrés ocasiones, masturbación en siete ocasiones, condones seis veces y homosexualidad aparece en cuatro ocasiones. A simple vista parece un desequilibrio evidente (2)

El autor de Epidemias y poder parece sentirse a gusto, además, en el terreno de las explicaciones conspirativas, todo ello, por cierto, sin señalar a los sujetos o a las clases/grupos sociales responsables de las mismas (clases dominantes, burguesía, nobleza...); recurre, en cambio, y atribuye "responsabilidad", de una manera un tanto obsesiva, a conceptos abstractos (Desarrollo, Constructo, Ideología del Orden, "codicia blanca", "blanquición", Gran Tradición...). Bastante confusión, sin duda. Que han existido y existen conspiraciones en el devenir social es difícilmente discutible. La historia, especialmente la política, está llena de numerosos ejemplos. Sin embargo, en el largo plazo histórico esas tesis son, como mínimo, difíciles de sostener. Sheldon Watts recurre implícitamente a ellas al escribir que desde mediados del siglo XVII, en el marco de una auténtica economía global, nació el consumismo de masas (p.16) --un concepto que, aplicado a ese siglo, debemos poner en entredicho--, un fenómeno que formó parte de un plan más amplio, lo que Watts denomina el Desarrollo, gestionado por agentes que vivían en las capitales económicas de Europa. El Desarrollo se convirtió según este autor en "una fuerza decisiva en el mundo moderno"; para sus agentes europeos lo importante era tener cada vez a más personas en el mundo bajo su influencia. Una de sus consecuencias fue la creación de "redes de pestilencia" que se propagaron por todo el globo.

Por otro lado, según Watts, antes del decisivo cruce del Atlántico por Cristóbal Colón en 1492 (3), ninguna de las enfermedades tratadas en su obra --peste bubónica, lepra, viruela, cólera, malaria fiebre amarilla o sífilis venérea-- existía en el Nuevo Mundo. Al cabo de una generación de la muerte de aquél, en todas las regiones americanas invadidas por los europeos, nueve de cada diez nativos eran eliminados por la viruela u otras enfermedades antes de que pudieran dejar descendencia. Las epidemias influían sobre la relación de poder entre la minoría dominante y la mayoría dominada. Eran los gobernantes quienes determinaban la respuesta oficial a la enfermedad, a veces con asesoramiento médico. Y, aunque los contextos epidemiológicos diferían, continúa Watts, "con frecuencia la elite sostenía que la enfermedad atacaba a ciertas personas y dejaba en paz a otras. Esta percepción, producto de un complejo de filtros culturales, formaba parte de lo que denomino la enfermedad constructo (por ejemplo, el constructo lepra, o el constructo fiebre amarilla). En la creación de respuestas oficiales, este constructo determinaba qué se podía hacer en el intento de limitar la transmisión de la enfermedad" (p. 18). Este concepto serviría para explicar el estigma en el que se apoyaron aquellos agentes del desarrollo, los blancos, la iglesia o el poder en general para someter a los pueblos, a los indígenas americanos, a los judíos, a las mujeres, a los homosexuales...

El tercer concepto importante en el libro es Ideología del Orden y que, según el autor, durante las crisis epidémicas servía --su significado lógicamente-- para justificar la intervención en la vida de la gente común. Creada en Florencia y otras ciudades-Estado por humanistas, juristas y magistrados de la salud, esta ideología se propagó gradualmente a Francia y España, primero, y a los países nórdicos e Inglaterra, después. Aplicadas, según Watts, sólo un par de veces en la vida de cada adulto, las medidas intervensionistas de la Ideología del Orden --control riguroso de los desplazamientos en las zonas infestadas, sepultura obligatoria de los muertos por pestes, aislamiento de los apestados en casas especiales, atención médica gratuita y provisión de subsistencia para aquellos que no tenían reservas de alimentos-- "eran una clara demostración de que la autoridad podía trastornar a su antojo la vida cotidiana de la gente. Lo que no demostraban, en cambio, era su capacidad para contener realmente la propagación de la peste" (p. 40) (4). Pocas páginas después, sin embargo, al hablar Watts de esta misma epidemia en el siglo XVII en Escocia, Inglaterra y otros países europeos, valora positivamente el que la combinación de cuarentenas marítimas con controles terrestres obligase a la peste a replegarse (p. 51).

En nuestra opinión, Desarrollo, enfermedad Constructo o Ideología del Orden evitan a Watts hablar de lucha de clases, por cierto un concepto que tampoco aparece ni una sola vez en el índice analítico del libro. Aquellos, sin embargo, no dan entera satisfacción a las preguntas que deben formularse a partir de la tesis central de la obra, la que pretende concatenar imperialismo con propagación de las epidemias. Al hilo de estos dos últimos conceptos, imperialismo y epidemias, es difícil también entender algunas ausencias en el terreno bibliográfico, como las de Immanuel Wallerstein para el tema del imperialismo, o los trabajos de Sherburne L. Cook y Woodrow Borah sobre la decadencia de la población del Nuevo Mundo en los siglos XVI y XVII. La bibliografía, por otra parte, es realmente muy abundante pero con una ausencia casi absoluta de fuentes primarias. Éste es, sin duda, uno de los lastres más pesados de los varios que, a nuestro entender, arrastra la obra. Otra asimetría difícil de entender es que uno de los padres de la bacteriología, Louis Pasteur, aparezca citado en dos ocasiones en toda la obra; en cambio, el otro, Robert Koch, aparece en más de una veintena de veces. Por otra parte, también resulta cuando menos chocante que se introduzcan conceptos como el de la Gran Cadena del Ser, pero prácticamente fuera del hilo argumental, cuando se habla de la peste en la Florencia renacentista (p. 24). Aclaran poco y añaden alguna confusión. Por otro lado, englobar, como lo hace el libro de Sheldon Watts, temas tan complejos y en espacios geográficos y periodos de tiempo tan amplios y diversos --por ejemplo, la peste "en Europa occidental y Oriente medio" entre 1347 y 1844, la viruela "en el Viejo Mundo" entre 1518 y 1977, la sífilis "en Europa occidental y Asia oriental" entre 1492 y 1965 o el cólera "en Gran Bretaña y la India" entre 1817 y 1920-- da unos resultados muy desiguales, cuando menos, y bastante confusos en algunos de los capítulos.

Sin duda, toda la jerga conceptual empleada por Watts supone una evidente atención al lenguaje, pero también un buen empacho verbal de digestión complicada. Por si esto fuera poco, algunos de los términos (palabras, al fin) tienen un uso absolutamente ahistórico y acientífico. Si no ¿cómo entender la expresión: "Llegando en 1524-1525, la viruela mató al jefe inca, Huayna Cápac, junto con sus potenciales herederos y miles de guerreros, plebeyos, mujeres y niños. El holocausto epidémico y la crisis dinástica fueron sucedidos por guerras civiles que, en una reproducción del desastre mexicano de 1519-1521, allanó el camino del conquistador Francisco Pizarro. Diezmadas por la viruela, fuerzas incaicas que en tiempos normales habrían enfrentado fácilmente a los terroristas españoles (sic) se vieron incapaces de presentar resistencia" (p. 135)? Unas páginas más adelante leemos que "una gran proporción de los españoles que viajaban al Nuevo Mundo eran aventureros sin blanca, oriundos de Extremadura y Andalucía. Nacidos en regiones fronterizas que enfrentaban lo que en su época aún era la Granada musulmana, estaban formados desde su infancia en las verdades religiosas y la actitud mental de terroristas guerrilleros" (p. 140). Por lo que se puede ver aquí, algunas formas de locuacidad ponen en duda algo más que los conocimientos historiográficos de quienes las pronuncian.

Esa expresión, "terroristas españoles", se repite varias veces en el capítulo dedicado a la viruela y el Nuevo Mundo. Igualmente, en el capítulo sobre la sífilis, apartado "La comercialización de la sífilis", Watts se refiere a Gonzalo Fernández de Oviedo como el "pérfido español", el "terrorista literario" y el "terrorista genocida" (p. 183). Aunque no llegáramos a saber con certeza qué personaje fue Fernández de Oviedo --¿mejor o peor que el general sir Jeffery Amherst, comandante del ejército inglés en América del Norte, el cual "ordenó que se enviaran mantas contaminadas de viruela a los americanos nativos, para acelerar su extinción"? según escribe el mismo Watts (p. 146), aunque sin ponerle ningún calificativo-- las expresiones sirven poco a los fines que se debe proponer un historiador que no quiera permanecer en el reino de los maniqueísmos más simplones. A no dudar, una obra tan ambiciosa, con la pretensión de unir epidemias e imperialismo en un periodo histórico tan largo --aquí posiblemente se ubique el talón de Aquiles de la obra-- merece algunas soluciones más complejas e imaginativas que las que se nos proponen.

Tampoco añaden nada a la comprensión de la historia de las epidemias argumentaciones como la de que las regulaciones de los Estados "topaban con la reacción callada o abiertamente hostil de la gente". Los testimonios de Suecia, Inglaterra y otras partes, dice Watts, "sugieren que la gente sentía terror de la peste la primera semana, pero luego se acostumbraba a sus estragos y, si la dejaban en paz, procuraba continuar con sus asuntos cotidianos. Si se producía un colapso social, era más probable que la causa fuera la imposición de un código contra la peste y no la enfermedad misma" (p. 42). Esta idea, desde nuestro punto de vista, es difícilmente aceptable: uno se puede acostumbrar a las estadísticas sobre muertes y enfermedades ajenas --sólo hace falta ver nuestra propia realidad mediática; nunca hemos recibido tanta información sobre las calamidades naturales y humanas, y continuamos haciendo nuestra vida, con más o menos mala conciencia, pero al fin realizando nuestra vida-- en cambio, a cualquier persona se le hace insoportable y le es muy difícil continuar con sus asuntos cotidianos si le ronda muy cerca la enfermedad o la muerte.

En línea con lo que se ha dicho hasta aquí, no es de extrañar que podamos leer en la obra que "al abordar los cinco siglos transcurridos desde la aparición de la sífilis (en 1493)", acepto, escribe Watts, "la idea de que el conocimiento es poder, y veo el control sobre la sexualidad de otras personas como una fuerza determinante en la constitución de Europa" (p. 175, edición en español, cursiva en el original). Quizás, como comentario al margen, podemos señalar aquí que para fuerza determinante la que están sufriendo algunos pueblos pastores del interior de Siberia en este invierno del 2000-2001; éstos deben sacrificar parte de su cabaña ante la imposibilidad de protegerla del frío. O también, el poder destructor del terremoto que ha asolado el Estado de Gujarat (India), a finales de enero de 2001, que ha causado, según fuentes de la Cruz Roja Internacional, alrededor de 50.000 muertos, aunque en realidad posiblemente no llegaremos jamás a averiguar su número exacto (5). El grado de desorganización social de aquel país (¿de desregulación del Estado?) en esas circunstancias, a ojos occidentales, ha parecido mayúsculo. Esta afirmación la realizamos a partir de las noticias contradictorias según pasaban los días, y que llegaban sobre el número de damnificados. Quizás la lección más evidente de esta última catástrofe, y también de otras calamidades recientes, haya sido que la inexistencia de instituciones médicas, de bomberos, de servicios de protección civil u otros organismos de socorro, es decir de Estado, agrava de manera manifiesta las muertes, el dolor y la desesperación tanto individual como social (6). Posiblemente, las víctimas de ese desastre natural no habrían manifestado hostilidad, en contra de la tesis de Watts para la peste en Suecia, a estar algo más "regulados" por un Estado que, lamentablemente, en el caso de la India ha dado la sensación de inexistente.

Al concluir la lectura de Epidemias y poder se tiene la sensación de que estamos frente a una obra que contiene cuantiosa información, pues son casi quinientas páginas en la edición española, de las cuales un centenar son de bibliografía, pero que no aclara de una manera concluyente la tesis que plantea en el título de la obra, la que liga enfermedad, poder e imperialismo. Uno acaba con una gran cantidad de información, pero también con una buena dosis de confusión (7). No hace falta decir, por otra parte, que la obra presenta también logros interesantes, y el concepto mismo de constructo, aplicado concretamente a la lepra, tal como hace Watts, es punzante y crítico. En este sentido, la enfermedad es entendida, acertadamente, como una cuestión no sólo biológica. Por ejemplo, en la Europa medieval, argumenta Sheldon Watts, los lazaretos o leprosarios se utilizaron para eliminar a la gente molesta. En ese continente, narra que "en 1200-1250 cualquier señor, abad o corporación urbana que se respetara, y poseyera los suficientes derechos jurisdiccionales, poseía un leprosario equipado con su propia capilla, así como su molino, su cárcel y su horca. El problema era encontrar suficientes "leprosos" para justificar el mantenimiento de estas costosas instalaciones" (p. 89). Nuestro autor da cuenta también, por ejemplo, de cómo "un país agresivamente civilizado, Estados Unidos, segregaba a los leprosos en Hawai" (p. 72).

Que la enfermedad ha sido un elemento para ejercer el control, el dominio y la segregación social a lo largo de la historia, parece un hecho más que indudable y difícilmente discutible. Sólo debemos recordar la polémica segregacionista que se suscitó en numerosos países por la cuestión del sida, primero contra los homosexuales y poco después contra la escolarización de los niños con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (8). Todo ello hace tan apenas una década, en pleno dominio de la medicina científica moderna. Otro tanto podríamos decir sobre la marginación y segregación social que generaron otras enfermedades, por ejemplo las mentales (9), lo que nos hace ver que las patologías que tienen que ver con la salud humana no son sólo problemas biológicos sino que hay factores de tipo social inherentes al mismo hecho de la enfermedad en cuanto afecta al individuo en sociedad. La salud sigue siendo un factor de desigualdad, incluso en las sociedades en las que se han consolidado los sistemas democráticos; como afirmaba recientemente un importante especialista de nuestro país, la salud es peor entre quienes tienen menor cultura sanitaria o dificultades de comprensión, todo ello incluso en un sistema público de cobertura universal como el español (10). Es fácil de imaginar lo que ocurre y ha ocurrido en los países menos desarrollados.

La obra de Sheldon Watts ha servido, eso sí, para reflexionar, desde muy distintos ámbitos del conocimiento, acerca de las implicaciones que las enfermedades epidémicas han tenido a lo largo de la historia. En este sentido, la obra ha merecido la atención bastante entusiasta de diversos especialistas, como por ejemplo del historiador Noble David Cook, o de la divulgadora científica Laurie Garrett, autora del importante The coming plague: newly emerging diseases in a world out of balance (1994); otras voces han sido más críticas, como por ejemplo la del historiador de la ciencia y de la medicina Michael Worboys (http://www.ihr.sas.ac.uk/ihr/reviews/watts.html).

Por nuestra parte, desearíamos concluir con una cita de Daniel Defoe en su Diario del año de la peste, publicado por primera vez en 1722, y que trata sobre la peste que asoló Londres en 1665. El escritor inglés nos dice que "la furia de la epidemia fue tan violenta en algunos días, y la gente enfermaba y moría tan rápidamente, que era imposible, y de hecho inútil, el andar preguntando quién estaba enfermo y quién sano, o enterrarles con la corrección que la medida requería; pues a veces, todas las casas de una misma calle estaban apestadas; y en muchos sitios, todos los moradores de una misma casa; y lo que era aún peor, para cuando se llegaba a saber que las casas habían sido visitadas por la peste, la mayoría de las personas contagiadas ya estaban bien muertas y las demás ya habían escapado, por miedo a ser encerradas" (11). Las ideas que se desprenden de estas palabras nos ponen de manifiesto la fragilidad de los sistemas sociales, incluso de los más organizados. Los europeos de la época preindustrial --la mayor parte de la obra reseñada transcurre en este contexto-- rara vez conseguían la estabilidad material y estaban constantemente amenazados también por las calamidades naturales, epidemias incluidas, en algunas ocasiones con efectos tan devastadores como los que describe nuestro autor para otras partes no europeas del globo. Lo sorprendente es que Sheldon Watts , autor de una obra como A Social History of Western Europe 1450-1720, no conozca el hecho incontestable de que la mayor parte de los europeos fueron sobre todo víctimas de aquellas calamidades. Los verdugos, que los hubo y los sigue habiendo --en temas de salud, pensemos en las exportaciones de harinas cárnicas contaminadas, causantes de la encefalopatía espongiforme bovina, que desde Gran Bretaña, sabiendo de su peligro, se realizaron a medio mundo a partir de 1980--, no aparecen claramente identificados en Epidemias y poder. Historia, enfermedad, imperialismo.
 

Notas

1.Edición inglesa: Epidemics and History. Disease, Power and Imperialism. New Haven and London, Yale University Press, 1997, xvi-400 p.

2.  Un análisis crítico reciente sobre la historia cultural --el libro de Watts hay que adscribirlo a esta disciplina-- en FONTANA,  Josep.  La història dels homes. Barcelona: Crítica, 2000, p. 277-299. Para una visión diferente, OLABARRI, Ignacio  y CARPISTEGUI, Francisco J. La "nueva"historia cultural: la influencia del postestructuralismo y el auge de la interdisciplinariedad.  Madrid: Editorial Complutense, 1996, 309 p. También la obra de uno de sus representantes más destacados, BURKE,  Peter. Formas de historia cultural. Madrid: Alianza Editorial, 2000, 307 p.

3.Para el denominado intercambio colombino, véase la obra de Alfred W. Crosby: El intercambio transoceánico. Consecuencias ideológicas y culturales a partir de 1492.  México: Universidad Nacional Autónoma de México, 1991, 271 p. (edición inglesa de 1977).

4. Unas tesis bien distintas en CIPOLLA, Carlo M.  Contra un enemigo mortal e invisible. Barcelona: Crítica, 1993, 198 p.

5. Véase El País, 1 de febrero 2001, p. 8. Un estudio aclarador sobre los efectos del entorno natural en la economía en JONES, Eric L.  El milagro europeo. Entorno, economía y geopolítica en la historia de Europa y Asia.  Madrid: Alianza Editorial, 1990, 327 p. Véase también, BUJ, Antonio. Los desastres naturales y la geografía contemporánea. Estudios Geográficos, LVIII, 229, Madrid, octubre-diciembre 1997, p. 545-564.

6.Sobre el papel del Estado para hacer frente a las calamidades naturales, en especial a las plagas agrícolas, véase BUJ, Antonio.  El Estado y el control de plagas agrícolas. La lucha contra la langosta en la España contemporánea.  Madrid: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1996, 348 p.

7. Una crítica sensata a estas construcciones teóricas, que insisten en el condicionamiento sociocultural de los "hechos" (constructivismo), al recoger "los que encajan con una determinada ideología, mentalidad o teoría, mientras se ignoran los demás, casi siempre debido a la incapacidad de observarlos" en LÓPEZ PIÑERO, José Mª  y TERRADA, Mª Luz. Introducción a la medicina. Barcelona: Crítica, 2000, p. 20

8. Véase el sintético pero esclarecedor trabajo de ARRIZABALAGA,Jon. La construcció de la sida: de la "pesta dels gais" a la malatia dels "altres". Actes de les III Trobades d'Història de la Ciència i de la Tècnica als Països Catalans. Barcelona: SCHCT, 1995, p. 81-96.

9.  Véase ÁLVAREZ-URÍA, Fernando. Miserables y locos. Medicina mental y orden social en la España del siglo XIX. Barcelona: Tusquets Editores, 1983.  Especialmente el capítulo titulado "Poder médico e institución manicomial".

10. MATESANZ, Rafael.Igualdades y desigualdades en salud. El País, 6 febrero 2001, p. 36.

11. DEFOE, Daniel. Diario del año de la peste. Barcelona:  Seix Barral, 1996, p. 196.
 

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