Menú principal de Geocrítica                Volver al Índice de Biblio 3W
Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. VII, nº 381, 20 de junio de 2002

GARCIA ESPUCHE, Albert. El inventario. Barcelona: Muchnik Editores, 2002. 251 p.

"No se conoce un hombre hasta que se le ha hecho el inventario".
El inventario, p. 89.
Antonio Buj Buj
Dr. en Geografía e Historia. Universidad de Barcelona.
IES Dr. Puigvert. Barcelona



Palabras clave: Barcelona, siglo XVII, guerra, años franceses, peste, inventario, notario.

Key words: Barcelona, 17th Century, war, French years, plague, inventory, notary.



El autor de El inventario, Albert García Espuche, escribe en lo que puede considerarse el prólogo a su obra que la misma es inclasificable. Que no es una novela histórica ni tampoco una historia novelada. Pero, lo cierto es que la obra tiene un gran interés narrativo, mucho valor geográfico y enorme interés histórico. El inventario se sitúa en la Barcelona de mediados del siglo XVII y narra en tercera persona los acontecimientos que rodean, de una manera minuciosa, bien podemos decir de una manera notarial, la vida de uno los más importantes notarios de la ciudad, Francesc Lentisclà. De la difícil clasificación de la obra, de lo que sabemos de su autor, pero sobre todo del significado literario, geográfico y especialmente histórico, tratamos de hablar en el breve espacio de esta reseña.

Albert García Espuche aparece en la solapa de El inventario como historiador. También sabemos que es arquitecto y autor de diversos estudios sobre historia moderna y contemporánea de Cataluña y de Barcelona, entre los que destacan Espai i societat a la Barcelona pre-industrial (en colaboración con Manuel Guàrdia i Bassols, 1986) y Un siglo decisivo. Barcelona y Cataluña 1550-1640 (1998). Por aquella presentación nos enteramos también que ha sido director de exposiciones del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona y comisario en varias muestras, entre ellas: El Quadrat d'Or. Centro de la Barcelona modernista, OCSA, 1990; Ciudades: del globo al satélite, CCCB, 1994 y Retrato de Barcelona, CCCB, 1995. Todo este bagaje le hace ser uno de los mayores especialistas en la historia de Barcelona, particularmente de su edad moderna. Asimismo es colaborador habitual en la prensa escrita.

Un siglo decisivo. Barcelona y Cataluña 1550-1640  es la obra de García Espuche que ayuda a entender y contextualizar históricamente El inventario. Ambas obras beben, y mucho, de los protocolos notariales, tal como aparece expresado en el aparato crítico de las dos, básicamente de los que se encuentran en el Archivo Histórico de Protocolos de Barcelona. Conviene decir que Un siglo decisivo replanteó algunas de las tesis catastrofistas sobre la historia de Cataluña y Barcelona entre mediados del siglo XVI y del XVII, desvelando una época de reconstitución económica y demográfica, un periodo de cien años realmente decisivo para la modernidad en la historia de Cataluña. En esa etapa, escribe García Espuche, se produjo una serie de cambios, sobre todo cualitativos, que tuvieron una enorme repercusión en el futuro: descenso de la actividad industrial en Barcelona y crecimiento en las ciudades cercanas; mayor aprovechamiento del mercado interior y cambio de orientación comercial hacia el Atlántico y el interior peninsular, con una actividad que no bajó sino que se reforzó a partir de 1550, a través de sólidas colonias catalanas implantadas en Medina del Campo, Madrid, Sevilla y Cádiz, y gracias a la potenciación de diversas producciones industriales(1).

Además, se produjo la reorganización del transporte por mar y creció de manera notable el transporte terrestre. Barcelona se convirtió en el centro de un sistema eficaz de ciudades, centro comercial y, sobre todo, centro director del territorio cercano. En El inventario se puede ver las consecuencias de esa etapa de cambios cualitativos y cuantitativos, por ejemplo en la variedad y cantidad de productos inimaginables que aparecen como cotidianos en la Barcelona de mediados del siglo XVII.

El inventario consta de tres partes o libros, titulados La guerra, Los años franceses y El contagio. Los tres se desarrollan bajo la atenta mirada de un notario de la ciudad condal, el ya mencionado Francesc Lentisclà, narrando --indirectamente para nosotros-- la vida cotidiana de Barcelona en las tormentosas décadas centrales del Seiscientos. Lentisclà, escribano público de Barcelona primero, ciudadano honrado después, caballero desde hace poco y noble a no tardar, --podemos oírle hablar retrospectivamente, mostrando el camino del ascenso social en aquella ciudad, sin importar aparentemente la guerra, la ocupación francesa de Cataluña o la epidemia de peste que asoló el país por aquellos años--,

dejó la notaría cerca de la Llotja hace más de veinticinco años, y pasó a vivir y a trabajar en la calle Montcada. Desde entonces y hasta este año de 1685, en el que cuenta setenta y uno de edad y sigue viviendo en la misma casa, al notario le asalta de forma intermitente una nostalgia que a veces se transforma en duda. Se pregunta el artista en esas ocasiones si es mejor la señorial calma de la calle Montcada, requisito natural, si no obligado, para un digno ascenso social, que la ruidosa e intensa cercanía del puerto. (p. 16-17)

Aparecen aquí las reflexiones de aquel que se ha trasladado hacia la calle más señorial de la ciudad, la de Montcada, en un proceso de desclasamiento aristocratizante que tiene lugar de manera bastante generalizada en el seno de la oligarquía urbana de la Barcelona del siglo XVII. Otros dos elementos que explican las transformaciones urbanas en el espacio de la Barcelona de aquellos años centrales del Seiscientos, y que aparecen repetidamente en El inventario, son la expansión conventual y la militarización.

No es nuestro objetivo explicar el contexto político en el que se desarrolla la historia entera de El inventario, pero sí decir que la primera parte describe de manera especial la derrota de los tercios del marqués de los Vélez, o sea de las tropas del rey de España, el 26 de enero de 1641, al no poder tomar el fortín de Montjuïc, defendido por tropas franco-catalanas. La montaña que da nombre al castillo se convirtió a partir de aquel asedio en un lugar estratégico para el control de la ciudad. Esa calidad la tuvo especialmente durante los dos siglos posteriores, básicamente porque las murallas medievales impedían el control de Barcelona. Montjuïc, situado a 173 m de altura, sirvió todavía en 1842 y 1843 para bombardear a la ciudad en rebelión. Volviendo al relato en tercera persona de Lentisclà, éste concluye para sí, después de hacer un repaso a los muertos y a la destrucción que estaba generando aquel conflicto armado, que sería menos costoso en dinero, dolor y sangre jugarse la suerte de las guerras en contienda de acertijos. Lo dice el notario.

La entrada el 20 de febrero de 1641 en Barcelona del mariscal Philippe de La Mothe-Haudancourt, dio paso a que la ciudad, según meditación de Francesc Lentisclà, permaneciera en una calma tensa que había de durar diez años. Son los años de ocupación francesa. Años de aparente normalidad. Años de tetralingüismo; podemos leer en la obra de García Espuche que Lentisclà relee

los respetuosos encabezamientos de la primera página de los libros, benditas oraciones con las que los notarios encomiendan a Dios su trabajo esperando no errar. Reencuentra con placer las letras nerviosas, seguras, limpias o descuidadas, diferentes todas y todas reconocibles, de los escribientes. Aprecia la forma en que se entrecruzan las lenguas de los protocolos, con la misma desenvoltura con la que se mezclan muchas en el puerto, con igual facilidad con la que dialogan algunas en su cabeza. El latín está por lo común al principio de cada escritura y vuelve a aparecer más tarde tantas veces como quiere, el catalán manda en muchas líneas, el castellano es convocado algunas veces si es preciso, e incluso, en aquellos años en que el notario repasa sin cesar, luce entre las demás lenguas la lengua de Francia, que es el francés. (p. 58-59).

Años también de febril actividad como notario. Era tan abultado el trabajo de Lentisclà en aquellos años, nos enteramos,

que no siempre podía abandonarlo en el séptimo día de la semana. Asistía por supuesto a las misas de precepto, y nunca se notó su ausencia en la procesión que tenía lugar en la parroquia de Santa María del Mar los terceros domingos de cada mes, pero la verdad es que dedicaba mucho menos tiempo a Dios que a sus clientes. (p. 79).

Normalidad en medio de la guerra.

El inventario  nos descubre asimismo otros aspectos trágicos de aquella sociedad. Crímenes, violencia, prostitución, esclavismo, peste. Pero también un mundo de exquisitos matices. Nos enteramos que Francesc Lentisclà levanta acta notarial el 16 de abril de 1644 de la tienda de Geroni Feu. En la misma inventaría (de inventariar) bolas de ámbar y de almizcle, arroces del Empordà, de Valencia, de Lombardía y del Piamonte, canela, goma arábiga blanca y goma arábiga roja, pimienta entera y picada, pega griega, azufre, jabón, azafrán, azúcares de Motril y de Ámsterdam, azúcar en polvo, azúcar cande y azúcar esponjado también conocido como viento de rosas. Además:

Por delante de todo ello se exponía el tabaco, que era de olor o sin olor, de humo de Brasil o de humo francés, de Sant Cristòfol o de Matinyon. Más cerca de la puerta tentaba al notario la miel, que venía de Sant Magí, de Igualada o de Manresa, y al alcance de los labios la vista perseguía confites emperlados de canela, de cidra o de piñones, higos y pepino endulzados, cabello de ángel, grageas de anís, de rosas, de claveles y de canela picada, jaleas y confituras de corteza, lengua bovina en azúcar, orejones de muchas clases, hostietas de rosas, de granadas y violas boscanas, ciruelas escaldadas de la tierra, peladillas, pasas, ciruelas, manzanas y melocotones recubiertos de azúcar. Por si no fuera bastante lo que los ojos veían en aquel ordenado ejército de tentaciones, sabía el droguero acrecentarlas, y para ello abría uno tras otro los cajones y mostraba, con sonrisa de quien ha de triunfar, limoncillos de carne rayados, avellanas tostadas y crudas, mazapanes y melindros, naranjas confitadas con miel, pastelillos rellenos, acerolas y berenjenas al azúcar cande, bocados rellenos de pasta real que llaman de Portugal, jengibre y guindas líquidas, turrones de avellana y de piñón, y el turrón picado de Alicante. (p. 109-110)

Como podemos ver, todo un mundo barroco, lleno de matices, texturas, formas, sabores, colores, geografías ...
 

Realidad. Ficción. Geografía. Historia. Creación literaria. Quién lo duda. Qué importa

Más matices geográfico-históricos: el comercio de la nieve y que aparece bien documentado en la obra de García Espuche. Por lo que sabemos, hasta principios del siglo XX existió un importante comercio de la nieve y del hielo natural en amplias regiones mediterráneas, dando lugar a un comercio de estos productos y a una compleja organización de almacenamiento y distribución, siendo además un importante factor de dinamización económica de muchas zonas de montaña, tal como escribió Horacio Capel (Una actividad desaparecida de las montañas mediterráneas: el comercio de la nieve. Revista de Geografía, 1971, p. 5-42). En El inventario se señala que la nieve y el hielo que se consumía en Barcelona por aquellos años de mediados del siglo XVII procedía del Montseny y de Castellterçol, y en caso de escasez de las montañas cercanas al Pirineo. Nuestro notario, Lentisclà, conocía el nombre de todos los arrieros que acarreaban el hielo desde Castellterçol hasta la casa de la nieve de Barcelona,

y le constaba igualmente que cobraban dos sueldos y ocho dineros por arroba trasportada desde las montañas de la Calma y el Tagamanent. Imaginaba el notario a los trajinantes juntando la nieve en lo más oscuro de la noche, obrando los grandes panes helados y cubriéndolos de esparto, cargándolo todo en las sufridas mulas, descendiendo con peligros los senderos empinados, pasando los bloques de los animales a las carretas al llegar a Granollers, y haciéndolo todo con gran ansia y mayor presteza, pues arroba que se deshiciera en el camino nadie la podría convertir de nuevo en hielo en Barcelona. (p. 165-166)

Junto a las sutilezas de comidas y bebidas exquisitas, la fiera pincelada del hambre. Unas páginas más adelante podemos leer que en el mes de marzo de 1649, Llorenç Arnudes y Joan Montanya fueron condenados a cien azotes en los lugares de la ciudad en los que se acostumbraba a sufrirlos y a servir tres años remando en las galeras de su Majestad,

aunque no sin haber sido marcados antes con las armas de la ciudad, pues el simple cumplimiento del castigo no asegura que los culpables recuerden para siempre el crimen. Los dos hombres habían robado bacalao de la tienda de Jaume Cortada, por mucho que la sentencia no decía si se lo llegaron a comer (p. 123).

Y más crueldades: la pena de muerte convertida en espectáculo público. Leemos:

los balcones, las ventanas, los terrados y todas las partes altas de las casas del Born en las que las gentes no arriesgaran más de lo prudente una caída, estuvieron llenos como nunca lo había visto el notario el día en que se torturó a Lo Moreu de Cardedeu. Antoni Berenguer, que tal era el nombre verdadero del reo, fue condenado un día como los otros del mes de septiembre de 1641, y el suplicio imponía azotarlo, arrastrarlo frente al portal de Santa María y partirlo en cuatro cuartos, uno por cada punto cardinal, que ésa es la manera más segura de que no se vuelva a juntar la persona y a cometer fechorías (p. 173).

La cabeza de Berenguer, se nos dice a continuación, acabó expuesta públicamente en la Sala de las Armas, frente a la plaza de Els Cabrits.

Más destrucción y muerte: la peste. Según sabemos por la historiografía, en España la epidemia golpeó a Castilla y Valencia en 1647 y después se extendió por Andalucía,

on matà la meitat de la població de Sevilla. L'abril de 1650 féu la seva primera aparició a Catalunya, a la regió de Tarragona i Tortosa. Per un moment, donà la impressió que es mantindria confinada al sud de Catalunya i a Aragó, però, durant els primers mesos de 1651, va encendre's arreu del Principat, i arruïnà un país que havia viscut onze anys de constant estat de guerra i havia sofert, durant als tres o quatre darrers, una escassetat molt fort de gra(2).

Desde las epidemias del siglo XIV los efectos no habían sido nunca antes tan devastadores. Junto a la peste, la segregación.

Son siempre los ricos --leemos-- quienes primero se enteran de lo que ocurre en la ciudad, sea lo bueno sea lo malo, y son ellos quienes pueden actuar en consecuencia con la máxima presteza. Sabe todo el mundo que, una vez declarada la peste en un lugar la conducta más prudente es poner tierra de por medio tan rápido como se pueda. No le costó nada a Lentisclà imaginar, cuando empezó el contagio, adónde irían a parar los muchos ricos que conocía, pues casi todos tenían una torre no lejos de Barcelona (p. 183).

Ahora sabemos que la separación era una solución provisional y precaria. Las teorías médicas de aquel momento explicaban las enfermedades epidémicas a partir de los denominados miasmas, insuficientes para llevar a cabo un combate científicos contra las mismas. La huida de la ciudad para ponerse a salvo de la peste es un tema recurrente en la historia de la literatura. Aparece en El Decamerón (1348-1353) de Giovanni Bocaccio y también en el Diario del año de la peste (1722) de Daniel Defoe.

La segregación y la huida, incluso de los galenos. Los consejeros de la ciudad tuvieron que ofrecer el premio de una cadena de oro a los doctores en medicina que volvieran, además de trescientas libras a los ocho primeros que lo hicieran, y doscientas libras a los cirujanos que regresaran a Barcelona. Pero no todos huyeron de Barcelona en 1651.

No marchó de la ciudad Lentisclà en los años de la peste y no abandonó tampoco el cuidado de sus asuntos. Siguió ocupándose, con cuidadoso esmero, de las casas que poco a poco, por herencia o por propio esfuerzo, había ido incorporando a su creciente patrimonio. Es la inversión en casas la más segura, bien lo sabía el notario, pues si las desgracias como la peste las pueden llegar a afectar, algún día han de dejarlas en el estado en que estuvieron, y aun si el fuego o la guerra las lleva a su completa ruina, nada pueden hacer ni las bombas, ni las llamas en contra de la propiedad, pues, como se sabe, llega ésta inexorable desde el abismo hasta el cielo, por mucho que en los momentos más terribles sólo se encuentre por en medio polvo, lágrimas y, en lo alto, algún pájaro de mal agüero (p. 191).

Como vemos, la idea de la propiedad, tan ligada a la actividad notarial. En este caso, nuestro notario es testimonio pero sobre todo parte interesada en la misma.

El principio de la propiedad, uno de los elementos fundamentales de continuidad histórica, es el que ha hecho que algunos historiadores hayan visto en él una de las claves del crecimiento económico occidental. A pesar de las pestes, las epidemias o las guerras. El argumento a favor del crecimiento es que una organización eficaz implica el establecimiento de un marco institucional claro capaz de canalizar los esfuerzos económicos individuales. Es lo que explica que una vez fue reconquistada Barcelona por las tropas de Felipe IV,

el 28 de octubre de 1652 fue el día escogido para demostrar las alegrías, que eran esta vez por haberse restituido la ciudad bajo la protección y amparo de quien de nuevo era su Rey. Se hicieron grandiosas luminarias, se llenaron de luces las torres y las ventanas, y el paseo del mar pareció el salón de un palacio en donde se celebrara solemne fiesta (p. 244).

No hace falta decir que por nuestra parte pensamos que hay otros muchos elementos, especialmente sus gentes, que explican la continuidad histórica y también, y más importante, el crecimiento económico y la prosperidad de una ciudad como Barcelona a lo largo de la historia. Otro de ellos, no sólo material, es por ejemplo poder pasear en la hora actual por las calles  Canvis Nous, Flassaders, Rec, Vidrieria, Argenteria, Llibreteria, Tapineria, Espaseria, Sombrerers, entre otras, que aparecen en El inventario, varios cientos de años después de que lo hiciera el notario Francesc Lentisclà. Unas calles que son las mismas y diferentes. Que son continuidad pero también cambio.
 

Notas

(1) Las citas largas están extraídas de El inventario.  GARCÍA ESPUCHE, A. Un siglo decisivo. Barcelona y Cataluña 1550-1640. Madrid: Alianza Editorial, 1998, p. 23.

(2) ELLIOT, J. H. La revolta catalana 1598-1640. Barcelona: Vicens Vives-Crítica, 1989, p. 516.
 

© Copyright: Antonio Buj Buj, 2002.
© Copyright: Biblio 3W, 2002.

Ficha bibliográfica

BUJ BUJ, Antonio.García Espuche, A. El inventario. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. VII, nº 381, 20 de junio de 2002.  http://www.ub.es/geocrit/b3w-381.htm [ISSN 1138-9796]



Volver al índice de Biblio3W

Menú principal