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Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98
Vol. IX, nº 520, 5 de julio de 2004

MATVEJEVIC, Predrag. Mediterraneo. Un nuovo breviario. Milano: Garzanti, 2002, 315 p. mapas, figs, ilust., ISBN 88-11-67496-4 [Traducción de la reseña del italiano al castellano: Pere Sunyer Martín. La obra en otros idiomas: Héctor Mendoza Vargas]

Luigi Gaffuri

Dipartimento di Culture Comparate
Università dell'Aquila

Palabras clave: Mediterráneo, paisajes culturales, geografía cultural.

Key words: Mediterranean, cultural landscapes, cultural geography.


Nacido en Mostar en 1932, de padre ruso y madre croata, primero profesor de románicas en la Universidad de Zagreb y posteriormente de literaturas comparadas en la Sorbona de París, Predrag Matvejevic es un intelectual europeo de primer orden que, tras desempeñar diversos cargos en importantes universidades incluso del otro lado del océano, hoy enseña en el Collège de France y en la Sapienza de Roma, donde por su prestigio ha sido nombrado catedrático de eslavística. Gran crítico literario de inspiración marxista no ortodoxa, insigne conocedor de las lenguas y literaturas románicas que, sin dogmas ideológicos, se ha convertido en historiador de la cultura, escribió en 1987 en croata un libro muy original que supera cualquier clasificación. Se trata de Breviario Mediterráneo. Traducido a una veintena de idiomas entre los cuales se encuentra el hebreo y el japonés, y tras haberse editado en italiano en cinco ocasiones, entre 1993 y 2000, volvió a aparecer en 2002 como reedición a cargo de la editorial Garzanti con el título Mediterráneo, un nuevo breviario, enriquecida con una amplia sección cartográfica, revisada e integrada con capítulos totalmente nuevos. En definitiva, un verdadero acontecimiento editorial que tenía buenas razones para que así aconteciera, pues se trata sin duda de una auténtica obra maestra. No es una novela postmoderna, no es un ensayo científico, no es el relato de un viaje, ni tampoco una guía del Mediterráneo: es todas estas cosas juntas y, quizás, algo más, pues transgrede los límites de cada uno de estos géneros.

Estimulado por el rigor de la investigación para tratar de delinear la historia de los infinitos significados de un nombre aparentemente sólo geográfico, Matvejevic habla de este mar sin apartarse de su propia subjetividad, pues quien se ocupa del Mediterráneo y escribe o navega, tiene siempre buenas razones personales para realizarlo: "El mar es una lengua antiquísima que no alcanzo a descifrar -El mar es absoluto, sus denominaciones relativas- Cuanto más podamos conocer de este mar, menos lo vemos para nosotros solos: el Mediterráneo no es un mar de soledades" (p. 197, 210, 212, 213).

Efectivamente, más allá de la peculiaridad de un contenido amontonadoen un desorden bien organizado, la verdadera piedra angular del libro es la redacción. Encantadora y ligera en el estilo, acompañada de aforismos y de autoironía, consigue capturar la atención y precipitar la curiosidad sobre un tema, sobre un topos cultural, que habría hecho temblar el pulso a cualquiera, pues el Mediterráneo es el regazo de la historia europea y cuna de su civilización occidental. Sin embargo, su discurso no se disipa en la verbosidad propia de la disciplina, con la que el autor mismo juega, y que sobre el Mediterráneo se encuentra más frecuentemente que en otros temas. Más bien, nada es dejado aparte en un trabajo que hunde sus raíces en el ensayo científico, desafiando la tradición del género literario: es una filología del mar en forma narrativa que, como subraya Claudio Magris en la introducción del libro, "hace hablar a la realidad e integra perfectamente la cultura en la evocación fantástica".

En el léxico de Matvejevic, el Mediterráneo no es sólo un mar y una franja de tierra que lo costea; no es, pues, solamente un mar circundado de orillas, ni una tierra simplemente bañada por el mar. El Mediterráneo no es sólo geografía, ni sólo historia, ni tan sólo pura pertenencia: es también un inmenso archivo y un profundo sepulcro, es un coleccionista apasionado, es un mundo en sí y, al mismo tiempo, el centro del mundo. El Mediterráneo en cuanto tal, es de por sí sagrado y maldito. Y también destino. Y sobre sus orillas todos son próximos, unos a otros, porque es un mar de intimidad donde el deseo no sólo es deseo, ni la máscara sólo máscara en las fiestas que lo surcan y lo transfiguran: también, por esto, el Mediterráneo está sometido con fatiga al continente.

Matvejevic hace de este mar un lugar espiritual que retiene el patrimonio simbólico de cada hombre de cultura occidental, no sólo de aquellos que viven entre los límites del naranjo, del mirto y del olivo, o del palmito y del ciprés, del pino marítimo y de la higuera que no querrían definir territorialmente sus confines. Sin duda, por eso, se trata de un lugar espiritual; pero el Mediterráneo es también un mar terreno, una tentación continua hecha de sol, perfume y color, de viento y olas, de navegaciones y naufragios, de playas arenosas e islas afortunadas, de puertos y de costas, de muelles y barcas, de pompas y miserias, realidad e ilusión, vida y sueño. Es un mundo lleno de "tentaciones" para los geógrafos, pues en este específico espacio regional pueden encontrar, de forma originalmente conjugada, un yacimiento natural y un cofre cultural que condescienden a valorar la inextricable relación entre hombre y medio ambiente, entre sociedad y territorio - es decir, enfrentar uno de los problemas clave que, desde la segunda mitad del ochocientos, mantiene la geografía como disciplina científica de matriz humanística.

Es este uno de los sentidos posibles, junto con otros más amplios y comprensibles, que puede ayudar a entender el hecho de presentar hoy en una revista geográfica la reseña de un libro que lleva una larga historia a su espalda. Una obra en cuyas espléndidas páginas, accidentes y procesos naturales se entremezclan con explicaciones de peculiares objetos geográficos y características formaciones territoriales. Una suerte de testamento intelectual que cualquier clasificación realizada bajo diferentes etiquetas intelectuales disciplinarias y temáticas de la geografía conduciría a minusvalorar, no menos que otras definiciones que han sido propuestas reclamando géneros como el tratado poético-filosófico, el portulano, el midrash, la selección de aforismos, el diario de navegación, la antología de relatos-ensayo, el libro de plegarias. Bajo cierta perspectiva, quizás esta última definición sea la que se aproxima más a la intención del autor.

Para hablar de este mar, Matvejevic elige la forma de breviario, según él la más apropiada para un libro que busca corresponder, de alguna manera, a una "sensibilidad mediterránea". Forma antigua de origen medieval que rememora tiempos anteriores a la aparición de la imprenta, el breviario, como se sabe, es un libro litúrgico cuyos fragmentos deben recitarse cada día. De esta manera, la escritura encuentra una particular clave musical que suena a salmodia, que alterna plegarias, esto es, invocaciones para redescubrir, defender y proteger el Mediterráneo; himnos y alabanzas a un mar que ha sido surcado por la historia milenaria de Occidente, dejando profundas huellas de civilidad a veces "sepultadas" bajo las aguas; pero también lecturas espigadas de textos sobre el mismo tema, lecturas que alternan con pausas, donde la palabra escrita adquiere el papel primordial de la comunicación silenciosa. Sin embargo, en sentido figurado, el breviario es también una obra o un autor que convendría tener siempre entre las manos: es el segundo significado que sugerimos al lector para este libro sobre el Mediterráneo, pero que es, probablemente, la más alejada de las intenciones de Matvejevic.

El último significado del breviario, más modesto en su pretensión pero no menos eficaz en cuanto a resultados, es el de ser un compendio, un sumario de libros mucho más extensos y especializados que, a lo largo de los siglos, se han ocupado de los diversos aspectos de un mar tan importante: economía, sociedad, historia, cultura, política, religión, arte, literatura, filosofía, antropología y geografía. En suma, el Breviario Mediterráneo recoge informaciones sobre todas aquellas vertientes de la civilización mediterránea y, forjando las primeras sobre la fragua de la subjetividad, inunda las segundas de nuevas luces.

Sin embargo, así como el breviario debe tomarse en pequeñas dosis, el libro de Matvejevic, contrariamente, se lee en un respiro. No hay tiempo para las interrupciones, ni para las lecturas durante los ratos perdidos. El volumen, cuya primera traducción en idioma extranjero ha sido realizada en Italia a cargo de un pequeño editor, se subdivide en tres partes que no le restan unidad. La primera, verdadera y propiamente el Breviario (pp. 13-137), transmite las vivencias del autor en los diversos lugares del Mediterráneo: emociones experimentadas no solamente junto al mar, surcándolo o descansando en sus orillas, pero permaneciendo cerca de las viejas amarras de los muelles y puertos con sus olores y sonidos; pernoctando en islas ya conocidas que, así y todo, se imponen a la mirada extraviada y olvidada; yaciendo sobre el cordaje del puente de una embarcación para observar las costas del Mediterráneo, con sus desigualdades y semejanzas. En la segunda parte, reservada a los Mapas(pp. 139-198), Matvejevic parece querer rehacer el mismo viaje sobre cartas de navegación, siguiendo las rutas que condujeran al autor a recorrer simbólicamente los lugares ya visitados a bordo de antiguos veleros, embarcaciones modernas o pequeñas barcas de pesca. Finalmente, la tercera parte lo constituye el Glosario (pp. 199-310), donde presenta el mismo viaje, pero esta vez realizado a través de los libros antiguos y modernos dedicados al Mediterráneo.

Según Matvejevic, los límites del Mare Nostrum  no son definibles en el espacio y, ni tan sólo, en el tiempo, y es en la primera parte del libro donde expresa su pensamiento al respecto. No se sabe cómo hacer para determinarlos ni cómo trazarlos, pues "son irreductibles a la soberanía o a la historia, ni son estatales ni nacionales: a semejanza del círculo de tiza que se dibuja y se borra continuamente, que las olas y los vientos, las tareas y las inspiraciones, alargan o acortan" (p. 18). Podemos únicamente decir, que a lo largo de sus costas "pasaba la ruta de la seda, se cruzaban la ruta de la sal y las especias, de los aceites y esencias, del ámbar y de los ornamentos, de los instrumentos y las armas, de la sabiduría y el conocimiento, del arte y de la ciencia; el imperio griego era a su vez comercio y embajada; a lo largo de las calzadas romanas se difundió el poder y la civilización; de las regiones de Asia venían juntos los profetas y las religiones: sobre el Mediterráneo fue concebida Europa"(ibidem).

El mosaico del Mediterráneo es entonces una especie de catálogo en el que el autor trata de reconstruir los componentes, relacionándolos entre sí en una colección de significados que se aluden mutuamente: "Europa, el Magreb y el Levante; el judaísmo, el cristianismo y el Islam; el Talmud, la Biblia y el Corán; Atenas y Roma; Jerusalén, Alejandría, Constantinopla, Venecia; la dialéctica griega, el arte y la democracia; el derecho romano, el foro y la república; la cultura árabe, la poesía provenzal y catalana; el Renacimiento en Italia, la España de las diferentes épocas, extraordinarias y atroces; los eslavos del sur del Adriático y muchas otras cosas aún" (p. 19). En un juego de convergencias y semejanzas, contrapuntos de antagonismos y diferencias, culturas y pueblos se mezclaron desde hace siglos, fundiéndose y contraponiéndose, quizás como en ninguna otra región del mundo. Desde esta perspectiva, el Mediterráneo y el discurso sobre el Mediterráneo son de alguna manera inseparables. Y es así que una "geografía física" de este rincón del planeta no puede ser representada como tal, pues la naturaleza sólo adquiere su significado a través de la percepción que de ella tengamos los seres humanos y, por consiguiente, solamente mediante la descripción científica o literaria nos podemos apropiar de una complejidad viva adecuadamente plasmada para sernos ofrecida como cultura: sin olvidar, no obstante, en las descripciones, el contacto explícito con los lugares como fuente indeleble de memoria y de sugerencias insuprimibles.

Por esto, una reseña de los vientos (del siroco al bora, del mistral a la tramontana, del levante al poniente, del lebeche a la borrasca y a otros vientos regionales o locales) que influyen en las variaciones diarias o estacionales del clima, no puede separarse de los efectos que sobre el ánimo provoca el solo hecho de respirarlos - sin contar que tiempo ha los vientos eran una divinidad del Mediterráneo. La lluvia y su incidencia, tanto sobre el espacio marino pero también sobre la vertiente costera, está a su vez acompañada de creencias y supersticiones: precoces o regulares, septentrionales o meridionales, ocasionales o abundantes, tardías o estacionales, occidentales u orientales, pueden convertirse en providenciales señales de misericordia y esperanza; pero cuando llegan bajo forma de violentos temporales o de granizo, se suelen ver como castigo divino. Finalmente, para las zonas más áridas del Mediterráneo, la lluvia siempre ha tenido "el sabor de una infancia de privaciones y de precoces ardores insatisfechos" (p. 45).

Las nubes y las corrientes marinas son víctimasde la misma suerte descriptiva: las primeras, importantes por su calidad y cantidad, por la dirección que toman bajo la fuerza del viento, por aquello que puede venir tras ellas, se consideran portadoras de presagio y precursoras de regocijo que se desplazan por el cielo como naves sobre el ancho mar (p. 43); las segundas, obstinadas y silenciosas, parecidas a un inmenso río ni determinable ni contenible de las que se desconoce su manantial y  desembocadura en el Mediterráneo, aún no siendo fuertes, son bastante profundas.

El paso de Matvejevic por las corrientes marinas, los ríos subterráneos cársticos y sus surgencias, es breve. Más importantes son los cursos de agua superficial. Considerados desde el punto de vista del continente, los ríos parecen atenderlas aspiraciones del territorio que recorren y los deseos de autonomía de sus habitantes.Observados desde el Mediterráneo, su ingreso en el mar se efectúa de formas muy diferentes (solemne, asombrado, orgulloso, resuelto, timorato, resignado) y, por otro lado,el mar no los recibe en todos los lugares con los mismos modos: "muchos parecen resistirse a mezclar sus aguas con otras cualesquiera; otros, contrariamente, parecen querer participar en la acción del mar o establecer con ellos una especie de pacto. La desembocadura de los ríos presenta un doble aspecto: por un lado, es el río el que penetra en el mar; por otro, es el mar el que se introduce en el territorio. El delta, en ciertos puntos, permite descubrir la naturaleza de esta relación recíproca". (p. 98-99) Los ríos se vuelven, entonces, más interesantes porque consienten la penetración del espacio mediterráneo en el interior del continente, yendo a contracorriente: un ejemplo, el largo Ebro "abre la ruta hacia Aragón y Navarra; también el Guadalquivir es en buena parte Mediterráneo, a pesar de que vierta sus aguas en el Atlántico; y también el Tajo es, en alguna forma, similar" (p. 101).

A su vez, la línea de costa es un vientre blando de la naturaleza, emblemático al revelar las relaciones entre tierra y mar. Las costas no tienen solamente la forma de golfos, acaso salpicadas de cuevas marinas. La diferenciación del espacio natural sobre los litorales se refleja, sobre todo, en la vegetación y los suelos.Por ejemplo, la costa italiana del Adriático se eleva progresivamente hasta alcanzar los Apeninos y ha sido "literalmente despellejada" por los vientos que, como la bora, soplan del noreste. Por el contrario, la costa balcánica que la enfrenta, llena de islas y ensenadas, ha sido, en alguna medida, resarcida tras la tierra firme, porque profundiza ligeramente hacia el interior: "estaba cubierta de extensos bosques que en Dalmacia, lasnecesidades de abastecimiento de los venecianos, llevó a su disminución" (p. 57).Y después están los tipos de suelos que caracterizan regionalmente la vertiente costera, desde las tierras rojizas a las amarillentas y cenicientas (más o menos arenosas), de las tierras negras a las pardas que se encuentran también enotros lugares deEuropa, Asia Menor y algunas partes de África. De estos suelos "la vegetación viste o desviste, encubre o enmascara su calidad o semblanza, cambia la escenografía de una circunstancia a otra. La composición depende principalmente del modo con que bajo estos suelos se desmorona la piedra y de la incidencia en este proceso del agua y de la humedad que provienen del mar" (p. 58).

En su forma arbórea, la vegetación viene empleada en diversas formas en los astilleros y otros sectores productivos, mientras que las herbáceas se abandonan al pastoreo ovino y caprino, o cortada como forraje seco para el ganado. Planta típica del territorio de este microcosmos es la higuera, que se extiende a los supuestos confines del Mediterráneo, pues sustituye naturalmente al olivoen los lugares en donde éste desaparece. El algarrobo y el almendro lo acompañan a lo largo de los cursos de los ríos, mientras que el naranjo y el limonero desaparecen después de las desembocaduras. Arbustos aromáticos como el espliego y el romero dejan pronto el campo seguido de las adelfas y del agave (introducido en las costas españolas procedente del Nuevo Mundo), mientras mantiene  su posición el granado. Mientras nos desplazamos del sur al norte del Mediterráneo, y de la costa al interior, ciertos frutos "abundantes y exuberantes" tienden a perder "vigor y carácter": esto vale para la salvia y el laurel, para el mirto y el tamarisco, para la palma y la datilera, para la alcaparra y el hinojo, para la genista y la mandrágora, para la cebolla, el ajo y el tomate.

Un lugar aparte está reservado para aquellos objetos geográficos fascinantes y misteriosos como son las islas. Se trata de lugares peculiares "restos del continente, más o menos suficientes según su extensión", a las que se atribuye disposiciones y connotaciones humanas; por esta razón no soportan generalizaciones y asumen características peculiares: pueden ser solitarias, silenciosas, sedientas, encantadoras, desnudas, desconocidas, desiertas, felices.

Los arrecifes que los circundan, los acantilados y rocas que los conforman, evocan fábulas y relatos míticos; pero las islas se presentan también como lugares de exilio, recogimiento, tranquilidad, compunción, expiación y encarcelamiento (ésta es la forma más extrema del destino insular). Si para Friedrich Ratzel la metáfora espacial indicativa de las islas era la de ser  "montañas en medio del mar", grandes pirámides en la extensión marina, para Matvejevic, su rasgo más común bajo el perfil temporal consiste en la esperanza: los isleños recuerdan que también vinieron de otros lugares y por este motivo, tienen mayor disposición que los otros a esperar. "Existen también ámbitos insulares en el territorio continental- La ciencia no dedica mucha atención a temas similares: pocos se ocupan de la llamada insularidad, materia y espiritual, efectiva o presunta" (p. 32).

Menos intrigantes que las islas, pero de significado cultural y territorial más amplio, son las penínsulas, tanto que en el libro sirven de introducción de varios pueblos del Mediterráneo. En relación con estos últimos, para Matvejevic no se trata de escribir "una historia que ya ha sido escrita", ni de seguir "las huellas de un pasado que ya ha sido explorado por otros": su intento es el de poner en evidencia la presencia de los pueblos en el mar y sus relatos sobre él. De esta manera, a los fenicios, pelasgos, ilirios, sículos, sardos, ligures, cretenses, filisteos, hebreos, árabes, egipcios, coptos, bereberes, turcos, sirios, libaneses, pero también los pueblos nómadas de aquel gran mar de arena que es el desierto, están dedicadas páginas intensas en los que se busca la manera de establecer su grado de mediterraneidad, con el consabido que como sea que exista tal cualidad, ella "no se hereda, pero se consigue. Es una decisión, no una ventaja" (p. 137). Y la secuencia seguida por el autor para escribir sobre estos pueblos depende de consideraciones de diverso tipo, también personales. No obstante, en su "diario" ello no representa primar unos pueblos mediterráneos sobre los otros, porque para él, aquellos menos conocidos demandan más atención que la que generalmente se les dedica.

Algunos de estos pueblos se confunden, señalo, con las penínsulas a las que pertenecen: un ejemplo es el de la península helénica, la italiana y la ibérica. "Vemos Grecia y cada quién la siente suya. Pero ella no es de todos  ... ¿Hay alguien que pueda concebir la historia sin Grecia?. Quizás hasta esta pregunta nace del patrimonio de su tradición, que ha sabido plantar las cuestiones importantes del Mediterráneo" (pp. 116-117). Pero "los mismos griegos acabaron buscándose más en el pasado que en el presente. Se fueron de su tierra añorándola por el mundo o, contrariamente, restaron en ella pero descontentos: nostalgia es, sobre todo, una palabra griega" (p. 117). Italia, por su lado, como cuña en el Mediterráneo, se encuentra en diversas partes del mismo mar. El sur de la península era tiempo ha, más potente que el norte pero, finalmente, las cosas han cambiado. Su pueblo más famoso, el de los antiguos romanos, no eran marineros pero construyeron buenos puertos para la defensa de la propia costa. ";Los Apeninos son península e isla al mismo tiempo ... Todo el Adriático hubo un tiempo que era el golfo de Venecia .. Las ciudades costeras fueron verdaderos estados ...Italia consiguió hacer aquello que ninguno fue capaz de realizar antes de la época moderna: despertarse a sí misma y al mundo que la circundaba. La autocomplacencia cedió la primacía a otros, que inventaron la imprenta, construyeron embarcaciones más sólidas y seguras, descubrieron América. Colón no zarpó de su nativa Génova, sino que tramitó la ayuda de las autoridades cívicas o de la Santa Sede, para partir de Palos, con el apoyo del Rey de Aragón, unificador de España" (p. 119-120).

Y la misma península Ibérica introduce a los españoles que, a pesar de no ser un solo pueblo, sienten a España como su patria: sin embargo, más que la voluntad de sus habitantes, son los Pirineos los que han favorecido que estén unidos. "España ha transferido una parte de sí al Nuevo Mundo: y así se dividió y se agotó ... En el mundo neolatino, su latinidad se pierde. Su vínculo con el Mediterráneo no fue aquello que podía haber sido" (p. 122). Del resto "la península ibérica es, en realidad, en una pequeña parte una península, y en una gran parte, un continente: la prolongación o la conclusión de Europa, una cosa u otra, raramente ambas al mismo tiempo" (p. 120). Por el contrario, Francia que asimismo se encuentra entre dos mares, es sólo parcialmente marítima, sea por un lado o por otro. "De cualquier modo, se apoya más sobre el continente europeo que no sobre  su costa atlántica o la mediterránea. Y está más sobre el Atlántico que sobre el Mediterráneo" (p. 123). Y ni tan sólo la península balcánica es integralmente mediterránea, como no lo es la ibérica y, ni tan siquiera la apenínica lo es completamente.

A estos y a otros pueblos aún se les debe el hecho de haber transformado la faz del Mediterráneo, marcando el paso de la naturaleza hacia la historia, pero también a la economía y al arte, dejando huellas del dinamismo social y de los secretos destinos individuales, determinando la prolongación de la morfología costera en las formas arquitectónicas y del paisaje. La diferenciación del espacio, verificable sobre la superficie terrestre del Mediterráneo, es por consiguiente debida sobre todo a la acción humana. Es la idea del territorio como construcción antrópica la que toma ventaja ahora,con sus monasterios erigidos sobre espolones rocosos, las villas rurales dispersas por Italia y aquellas que permanecen después de tantas transformaciones, las fortificaciones costeras y su localización, los pozos y su distribución geográfica, los faros y el papel de sus "tripulantes", parecidos a los monjes de los conventos. Y fundamentales para un libro sobre el mar, las ciudades litorales que, bellas y prósperas "no habrían conseguido defenderse de la violencia de los bárbaros sin la ayuda providencial de sus santos" (p. 249).

Pero ante todo los puertos. Aquí, cerca de las capitanías se encuentran frecuentemente los depósitos de mercancías que, valuadas en pesos y medidas variables sobre todas las costas del Mediterráneo, evocan a los mercados: lugares típicos de este mar, cuya función es comparable a la de aquellas otras importantes instituciones como los municipios o las fortalezas, los templos y cementerios. Sobre la plaza cívica se enfrentaban, de hecho, la política y el comercio, que habría necesitado de una mayor sabiduría, y de la cual fue convertido en símbolo la sal. No por casualidad, los mercados están a menudo vinculados a las salinas y al evocar Ibiza, que no en vano ha sido llamada la isla de la sal, Matvejevic describe sus arcaicas y simples construcciones: "la energía proviene del sol, la materia prima del mar, el trabajo viene ayudado por el viento: la obtención de la sal es comparable tanto a la actividad de los marineros, como a la de los campesinos" pero, entre una cosecha y otra, "se hieren las plantas de los pies, las palmas de las manos, a veces los ojos" (p. 76 y 78).

Un espacio específico se reserva, más adelante, a los utensilios y a un trabajo difundido por todo el Mediterráneo: la producción de aceite, que es un oficio y al mismo tiempo una tradición: ";la aceituna no sólo es un fruto: también es una reliquia ... Si se observa dónde crece el olivar, nos preguntamos de donde proviene ese jugo denso y graso en una tierra tan avara y seca" (p. 79). En estos lugares, un papel no menor lo desempeña la viticultura, en los que los viñedos eran "similares a altares. Ha sido derramado más sudor en labrar la tierra de las pendientes donde se encuentran los surcos de la vid que en levantar pirámides. Los muros de piedra son señal de obstinación; la hoja de la vid del pudor; el racimo de la prosperidad. Donde quiera que hubiese vid y buen vino, se encontraba también la civilización y la industria, la locura y la poesía"(p. 80). Otros oficios de marcada profesionalidad, ligados al mar y a la navegación, ocupan páginas diversas de gran encanto literario, no menos cuando se acompañan de una continua y vigilante precisión científica. Los astilleros, los aperos y la forma de las naves son relacionados con una serie de esencias leñosas que, sobre todo en el pasado, servían a la construcción de las embarcaciones y de las dotaciones de a bordo: de la acacia al sicómoro y el papiro usados para las barcas, el curvado de los cedros del Líbano, de las encinas a la coscoja y el olmo parala quilla, del alerce al haya, al pino y la morera para la varenga y los tablones de cubierta, el ciprés en los mástiles, el fresno y el acero para los remos, el abeto y el pino de los que se obtenía la brea vegetal.

A todo esto se añade el cáñamo que, tejido, se utilizaba para las velas, mientras que si se trenzaba servía para obtener cuerdas. A estas últimas están íntimamente ligadas tanto las tramas de las redes como los nudos de las ataduras. Y, para no olvidar que en las redes permanece enredada una parte relevante de la historia mediterránea, se reservan páginas a la actividad de los pescadores en las que sus artes de pesca y ánimo embonan en una eficaz poética de modestia y humildad. No se olvida, en el resto, ni siquiera la espectacular extracción de las esponjas, que evoca la metáfora de que el Mediterráneo es precisamente una inmensa esponja embebida de todo tipo de conocimiento. Éstas se recogen  como frutas y se pescan como peces: durante muchos tiempo ha sido problemático también para los naturalistas y para los mismos recogedores establecer si se trataba de un vegetal o de un animal (p. 95).

Bien sabe Matvejevic que la interrogación científica está en la base de cada investigacióncrítica; entonces, tampoco podía faltar en un libro híbrido como este: ¿Cómo nacieron los senderos de las ovejas en España: cañadas, cordeles, veredas? ¿Qué relación existe entre la memoria de estos recorridos y el mar? (p. 68). Así, precedida de una serie de listas más o menos arbitrarias, junto a las que se suceden sin interrupción dos páginas y media de preguntas (p. 67-69), todas significativas, que podrían entenderse como el específico problema científico subyacente a la estructura narrativa del libro. Interrogaciones que, también en el plano metodológico, anuncian la segunda parte del volumen, completamente nueva, reservada a la cartografía histórica. En primera instancia, el autor recuerda irónicamente al lector que originalmente el término mapa significa un simple pedazo de tela agitado en los espectáculos circenses: más adelante, declara con convencimiento que los mapas geográficos "no pueden hacer descubrir la faz del mediterráneo, sino apenas algunas de sus arrugas" (p. 145).

Parece que, por consiguiente, Matvejevic no quería hacer una breve historia de la cartografía antigua, y ni siquiera buscaba desplegar las premisas epistemológicas que dirigenla realización de estos característicos, y aún hoy, influyentes diseños del mundo. Sin embargo, historia y premisas epistemológicas no faltan en este libro, pues bien sabe que "todas las cuestiones referentes al mar y a la tierra, vuelven a colocarse sobre los mapas: la forma de uno y otro, su recíproca relación, el modo de evidenciarla y de representarla. Un mapa resume numerosos conocimientos y experiencias: el espacio y la concepción espacial, el mundo y la visión del mundo. La elaboración cartográfica requiere, del mismo modo, el aval del poder: ... en el mar y sobre la tierra, en la marina y en el Estado" (p. 143- 144). No de otro modo, la cartografía fue considerado como secreto de Estado desde el tiempo de los fenicios hasta el imperio Bizantino, mientras las mejores cartas nacían a sostén o con el sostén del poder. "El deseo de posesión o de conquista estimulaba a menudo la realización de los mapas, pero era también el mapa mismo la que suscitaba tal deseo. Las naciones que se iban formando o extendiendo en el curso de los siglos asumían los planos ya como espejo, ya como proyecto" (p. 182).

Y por esta razón, después de haber hojeado durante varios años atlas en bibliotecas y archivos de diversas partes del mundo, el autor incorpora en el Breviario un excelente material cartográfico. Más de cincuenta mapas se adjuntan en el libro, cuyo formato de bolsillo, pensado para una amplia difusión, no permite apreciar su belleza y función comunicativa: a esta intención responde, en alguna medida, el nuevo texto redactado para completar la segunda parte del volumen. Aunque el modo de analizar los mapas no sea el propio de la tradición geográfica, Matvejevic pasa rápidamente desde Ecateo de Mileto a Anaximandro, reclama la tradicional distinción griega entre periplo y anábasis, recupera también la división entre la geografía de los navegantes y la de los estudiosos para redactar una lista de los instrumentos de los que se servían unos y otros (el gnomon, el astrolabio, el cuadrante, el sextante, la brújula, etc.).

Por su parte, los mapas romanos subdivididos en itineraria adnotata (o scripta) e itineraria picta, recuerdan el modo como el imperio estaba estructurado en su etapa clásica mediante las vías que unían las diversas regiones bajo su dominio, desde el Atlántico hasta el Asia Menor: del larguísimo y estrecho rollo de pergamino que ha llegado hasta nosotros, denominado Tabula peutingeriana, se reproduce un fragmento que forma parte del conjunto de ilustraciones. También los mapas cristianos del mundo, sobre el modelo T-O, se insertan en el texto: representación de la cosmología sacra, en los cuales Jerusalén constituía el centro del mundo y el trazo corto de la letra T simbolizaba el Mediterráneo, y a su vez la representación de la tierra en la cual creían los padres de la iglesia. Por el contrario, a la cartografía náutica manuscrita, indispensable según Matvejevi? para vencer al mar, para conquistar el Mediterráneo, se dedican páginas que condensan las reflexiones sobre la rosa de los vientos, sobre la contribuciónrealizada por los viajeros y geógrafos árabes a este género cartográfico, así como sobre su familiaridad con el mar y la navegación. No podía faltar, en fin,  Ptolomeo, cuyo crédito científico en Europa era bastante, gracias, como se sabe, a la traducción latina del siglo XV de su Geografía; la influencia de su sistema de proyecciones cartográficas sobre los viajes de navegación, en particular sobre los de Colón hacia el Nuevo Mundo, fue duradera e inevitable.

Si la razón subjetiva de la navegación no ha sido nunca conocida en su profundidad, tampoco han sido del todo claras o, al menos, explícitas las que hay tras del diseño de las cartas dibujadas por profesionales de la imagen. Matvejevic sostiene, de hecho, que los cartógrafos no son personas comunes, pues la representación del mar y la tierra no es un trabajo cualquiera: por citar sólo algunos nombres de los tantos que se mencionan en el libro, Giacomo Gastaldi y Pietro Coppo de Venecia, Mercator en Flandes y Alemania, la familia Cassini en Francia, Marco Vincenzo Coronelli entre Roma, Papua y Venecia, el árabe Al-Idrisi llamado también el siciliano o el cordobés, han dado pruebas de cuánto de ambiguo es el conocimiento cartográfico, aunque ciertamente estratégico, y de cuánto de compleja es su personalidad. Fue precisamente por esto que Enrico el Navegante, en la víspera de los grandes descubrimientos geográficos, convocó a los mejores cartógrafos del tiempo en Sagres, cerca del Cabo de San Vicente: en el fondo, entendió que, sin cartas, no habría salvación posible para Portugal en la competición sobre los mares.

"Sobre ciertos lugares de las cartas geográficas la historia se acumula más que en otros ...; hay, por lo contrario, espacios, anteriormente amplios, que la historia parece haber dejado de lado" (p. 189): los atlas catalanes y aquellos procedentes de cualquier otra parte del mundo; los islarios que son "un género aparte de pintura, literatura y geografía", y también - en una escala diferente - los mapas catastrales más recientes no se sustraen a la ley férrea de la selección cartográfica. Una ley de la cual no escapa tampoco el Glosario, a modo de clausura del volumen; una tercera parte del libro centrada en la lingüística que adopta un género particular, que es al mismo tiempo científico y literario. Se trata de un extenso espacio textual, algo parecido a una bibliografía razonada que - analizando los significados atribuidos al Mediterráneo en viejos diccionarios de náutica, en rebuscados libros de navegación, nuevos y autorizados vocabularios, antiguas narraciones de viaje -  lo convierte inevitablemente en una revisión de obras reservadas en el curso del tiempo a este tema. Pero el Glosario, que como sugiere el autor es glosario del Breviario y no del Mediterráneo, no es solamente una "bibliografía razonada": descubre, en efecto, sentidos ocultos custodiados en las lenguas desaparecidas y en la comunicación vernácula, en el lenguaje de las olas y de los muelles, en las jergas y en las hablas que mutan insensiblemente de un lugar a otro y en el tiempo. Y también descripción de varias vivencias sobre el Mediterráneo, porque los libros reclaman emociones probadas cerca del mar, mientras la palabra creadora conduce el recuerdo de situaciones que un nuevo relato arriesgaría a minusvalorar.

Sin embargo, hay un fragmento del Glosario que, por sí solo, desvela de forma ejemplar la tensión narrativa y a la vez filológica de esta parte del libro: se refiere al caldo de piedra, una receta olvidada de la enciclopedia culinaria y de los tratados de cocina mediterránea. "De un lugar donde no llegue la marea baja, se toman dos o tres piedras, ni muy grandes, ni muy pequeñas, asegurándose  de que hayan permanecido largamente en el fondo del mar; se cocinan durante bastante tiempo en agua de lluvia hasta que no quede nada de lo que se encontraba en sus poros; se añade algunas hojas de laurel y de tomillo y, finalmente, una cucharada de aceite de oliva y de vinagre de vino. Si se han tomado las piedras adecuadas, no es necesaria la sal. Este tipo de caldo, conocido prácticamente en todas las islas del mar Jónico, del Adriático y del mar Tirreno, lo cocinaban los ilirios, los griegos, los liburnios y probablemente también los fenicios, los etruscos y pelasgos. El caldo de piedra es tan antiguo como la miseria sobre el Mediterráneo" (p. 254). Síntesis antropológica y geográfica de un universo social, este paso en forma de glosa explica, también, cómo este mar, que desde hace tiempo ya no es el centro del mundo, deja espacio aún a destellos de reflexión sobre su papel actual en la edad de la globalización.

En definitiva, como cuenta en una entrevista ofrecida en 2001, al final de este trabajo Matvejevic se ha dado cuenta que ha requerido numerosos años de trabajo, de lectura, de impresiones, de escritura y de vida para probar de hacer un libro "accesible" que, en un mar de "ciencia aburrida", aparece como el éxito de una "gaya ciencia" incitada por la recuperación de la memoria colectiva. Y, por cuanto, el término paisaje sea aquí utilizado raramente y con inusual parsimonia, es indudable que el objeto del libro, de la primera a la última página, son propiamente los "paisajes culturales": merece la pena subrayar que estos tipos de mundo, en nuestra tradición disciplinaria de la humanistic geography, se han sabido valorar mejor.
 

Página oficial del autor:

Predrag Matvejevic. Official Homepage. http://www.giardini.sm/matvejevic/

[Contiene artículos de Matvejevic sobre su tierra natal y una entrevista]

Traducciones de la obra reseñada:

Matvejevic, Predrag. Breviario Mediterráneo. Traducción del croata por Milivoj Telecán. Revisión de Magdalena Romera Ciria. Barcelona: Editorial Anagrama, 1991. 249 p.

Matvejevic, Predrag. Bréviaire méditerranéen. Paris: Fayard, 1992. [Payot-Rivage, 1995].

Matvejevic, Predrag. Mediterranean. A Cultural Landscape. Translated by Michael Henry Heim. Berkeley: University of California Press, 1999.218 p.

Matvejevic, Predrag. Brewiarz sródziemnomorski. Warszawa: Pogranicze Sejny, 2003, 253 p.

Matvejevic, Predrag. Der Mediterran. Amman, 1993.

Matvejevic, Predrag. Chichokai aru umino shiteka kusatu. Traductores: Yoshihiko Kutukake y Ryogi Tuchiya. Tokyo: Heibonsha, 1997.
 
 

© Copyright: Luigi Gaffuri, 2004
© Copyright: Biblio 3W, 2004.
 
Ficha bibliográfica
 
GAFFURI, L. Matvejevic, Predrag. Mediterraneo. Un nuovo breviario. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. IX, nº 520, 5 de julio de 2004. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-520.htm]. [ISSN 1138-9796].

 
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