Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. X, nº 558, 10  de enero de 2005

PIMENTEL, Juan. Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración. Madrid: Marcial Pons, Ediciones de Historia, 2003, 342 pp [ISBN 84-95379-58-9]


Pere Sunyer Martín
Centro Tecnológico Aragón, UNAM


PIMENTEL, Juan. Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración (Resumen)

El problema de la veracidad del conocimiento, la objetividad, durante la Ilustración y el papel que desempeñaron los viajeros y sus relatos en su afianzamiento, como forma de ver el mundo y sus objetos, es el fundamento del que parte el libro de Juan Pimentel. Sin embargo, los viajes también alentaron la imaginación y la subjetividad. La ciencia se apropió de la objetividad; la literatura de la subjetividad. El comentario que aquí se presenta nace de la dialéctica entre objetividad y subjetividad, y sus derivados, y sus consecuencias en la imagen que tenemos del mundo. Una imagen lejana de la claridad y distinción que propugnaba Descartes y abocada a la relatividad del conocimiento de las cosas.

Palabras clave: Ilustración, ciencia, literatura, objetividad


PIMENTEL, Juan. Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración (Abstract)

Pimentel's book, Witness of the World, is a trip to the problem of true kowledge and objectivity during Enligthtenment. Voyagers and their writings had an important role in their formation, but they also improve imagination and subjectivity.Science dealt with objectivity; literature with subjectivity. This paper is about the dialectics between objectivity and subjectivity and its consequences in our image of the world and its objects. An image far away  from Descartes clearness and distinctiveness, and close to the relativity about the knowledge of things.

Key words: Enlightement, Science, Literature, objetivity


Desazón

Desazón[1]. es lo que yo siento tras las varias lecturas a que me ha obligado el libro Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración de Juan Pimentel, investigador del Instituto de Historia Ramón y Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, España), especialista en el insigne viajero Alejandro Malaspina, al que ha dedicado numerosos textos[2]. Sin duda, un libro que me resulta difícil comentar sin correr el riesgo de caer en la superficialidad u olvidar aspectos clave.

No voy a negar a Testigos del mundo el interés que despierta, sobre todo para aquellos que se han dedicado a la historia del pensamiento y de la ciencia, su riqueza y la abundancia de información, y las múltiples lecturas e ideas que  ofrece y suscita. Una complejidad, sin embargo, oculta bajo una sencilla estructura que conduce al lector a través de la Ilustración; del papel del viaje, los viajeros y sus relatos en la formación del conocimiento del mundo; de la ciencia y la literatura, y de la historia de las ideas. Y es que en este trabajo, Pimentel propone una forma de comprender la modernidad desde el cuestionamiento de uno de sus principios, la objetividad, y del papel que los viajes, viajeros y relatos de viajes tuvieron en su construcción[3].

Antes que nada, quiero disculparme ante el lector, pues la casualidad ha hecho coincidir esta lectura con el complejo montaje de un rompecabezas de la pintura de Van Gogh «La habitación de Van Gogh en Arlés», que estoy haciendo, pero con la dificultad añadida de no contar con el modelo. Es cierto que tengo mentalmente una imagen del cuadro, sin embargo no alcanzo a ubicar, no tanto las piezas del puzzle -preocupación-, al fin y al cabo un trabajo mecánico en el que interviene la probabilidad, sino los diversos elementos que lo componen: las sillas, la cama... Algo así es lo que me está sucediendo con la obra de Pimentel, o más bien, con la consecuencia de su lectura: una composición turbadora y tranquilizadora de la Ilustración y la modernidad; turbadora, por cuanto nos hace reflexionar sobre una imagen del mundo en continuo diseño y sobre la forma cómo se nos ha enseñado a verlo; tranquilizadora porque les da a ambas una dimensión humana y las aproxima a la cotidianiedad del hombre.

Formalmente, Testigos del mundo es, sobre todo, un trabajo sobre ciencia y literatura: la excusa necesaria que da pie al subtítulo para reflexionar sobre la Ilustración -este término "un tanto impreciso y lógicamente ideal", y "que tiene un cierto vuelo atemporal"-, sobre el esfuerzo hacia el conocimiento cierto que caracterizó esta etapa histórica, y el papel de los viajes, los viajeros -su voluntad holística y "curiosidad universal"- y de sus relatos en la obtención de datos ciertos, para la conformación de una imagen verdadera del mundo, de sus objetos, y de la propia imagen. De esta manera, entiendo que profundiza en los planteamientos formulados con anterioridad acerca de la Ilustración en los trabajos de Antonio Lafuente, con quien reconoce su deuda el autor, y con los realizados y dirigidos desde hace años por Horacio Capel en torno a los viajes y su papel en el desarrollo de la geografía[4]. En definitiva, todos ellos una serie de problemas que remiten, como dice el autor, "a la historia de la ciencia y el conocimiento del mundo en ese momento" (p. 13). Ciencia y literatura permiten a Pimentel, a su vez, abordar aunque de soslayo un concepto plenamente ligado al de la Ilustración como es el de la modernidad y el papel que viajes, viajeros y sus narraciones cumplieron en su afianzamiento como visión y proyecto del mundo. De alguna manera, los dos orígenes de la modernidad que identificó Stephan Toulmin -el humanismo y el racionalismo- emergen en Testigos del mundo en dos formas de representar la realidad: la literatura y la ciencia[5].

Sin duda, o aparentemente sin ella, puedo decir que la obra de Pimentel trata de todo esto. La causa de mi desasosiego, sin embargo, tiene que ver no con la forma, sino con el fondo, empezando con el propio título, Testigos del mundo -¿a qué se refiere con el término de «testigo» y a qué con «mundo»?- y junto con él, un par de reflexiones consecuencia de su lectura que, al menos yo, olvido con frecuencia: la primera, reconocer que nuestra visión del mundo es una imagen especular de un modelo de sociedad, de un tipo de discurso y de su forma de comprender el cosmos, que empezó a gestarse durante el siglo XVII que condujo, entre otras cosas, a la desacralización de la naturaleza (paralelo a la desacralización de lo social), o a su desmitificación, y la expuso a la experimentación científica, al análisis, a la manipulación y, finalmente, a su dominio, siguiendo así el principio de Francis Bacon para quien el fin del conocimiento es una consecuencia práctica, el dominio de la naturaleza; la segunda, que la ciencia nacida de la aplicación del método y la razón ha actuado y actúa como cualquiera de los otros mitos que ella misma pretendía destruir: sentirse punto culminante del conocimiento; entender el progreso como su progreso y rechazar cualquier otra forma de aproximación al conocimiento de las cosas que no fuera por la vía del método, la razón y la experiencia/experimentación.

Por ello, en este rompecabezas intelectual que trato de armar acerca de esta obra, creo que no conviene leer tanto lo que Pimentel escribe, como lo que dice, cuestiona y que luego parece dejar perder, como si la mano que movió el tapete no fuera responsable de la caída al suelo de ese puzzle que pacientemente (y como yo, otras personas) hemos ido construyendo con el tiempo acerca de la ciencia, del conocimiento del mundo y de la geografía; o peor, aunque se consiga componer el rompecabezas, la imagen resultante -;el cuadro de Van Gogh- ¿será reconocible por nosotros como la verdadera habitación de Arlés donde vivió el pintor? ¿será esa una realidad construida?. Trataré de explicarme y para ello presentaré en primer lugar los aspectos temáticos del libro; seguidamente, expondré los argumentos utilizados por el autor para explicar el proceso inicial de separación y final de aproximación entre el relato científico y el literario; para finalizar con una escueta incursión al problema de la desazón del conocimiento que ha alimentado la lectura de este trabajo.

 Ciencia, literatura y viajes

En Testigos del mundo, en tres grandes bloques temáticos y ocho capítulos, Pimentel reúne cinco textos ligeramente modificados de artículos presentados en otros foros, entre 1999 y 2003, y tres más escritos para la ocasión bajo el palio histórico de la Ilustración, un período harto conocido por el autor, y unidos por el viaje, o más bien, por los viajes y sus protagonistas, los viajeros, que hicieron del siglo de las Luces, el de los Viajes. Unos viajeros reales e imaginarios que convirtieron el mundo en un lugar menos ignoto. Así, Pedro Fernández de Quirós y James Cook, con su duplo descubrimiento de la terra australis; los viajeros en búsqueda del mítico paso del noroeste, en la América septentrional, como Andrés Urdaneta, Roger Barlow, Lorenzo Ferrer de Maldonado, Juan de Fuca y Bartolomé de Fonte; el "viaje" a través de las colecciones de objetos de la historia natural y humana de Pedro Franco Dávila que un público avezado a las novedades del mundo iba a recorrer; el viaje a las alturas del mundo protagonizado por un científico de "transición hacia la modernidad", como así se ha calificado a Alejandro de Humboldt; los numerosos relatos de viajes escritos aparecidos en el mundo anglo y francófono desde el siglo XVI y que alcanzan su cúspide en el XVIII en obras de carácter enciclopédico como la Histoire générale des voyages (1746- 1789) del renombrado Abate Prévost, para el mundo francófono, y para el anglosajón de John Hawkesworth (An account of the Voyages, 1773) reinventor a su vez de James Cook; y finalmente, las aventuras de un viajero que por cuanto ficticio no fue menos real, como el comerciante Robinson Crusoe, creado y recreado por la pluma de Daniel Defoe (1660- 1731), o al revés en el caso de Bernardin de Saint-Pierre (1737- 1814), un autor real con una vida no menos virtual que la de Crusoe, creador de un libro de amplia divulgación como Pablo y Virginia (1788); todos ellos son parte de una forma de dibujar el mundo: relatos reales -en cuanto les hemos otorgado tal carta de naturalidad- e imaginarios -por cuanto los hemos calificado así- han servido para crear y recrear el mundo constantemente.

Así, con el hilo argumental del viaje y el viajero, con la metáfora de un viaje al conocimiento, Pimentel quiere mostrar la proximidad entre la ciencia -y sus relatos- y la literatura, dos formas de construir el mundo mucho más próximas de lo que hoy pudiera parecer, pues refieren a la circularidad del conocimiento humano y remiten explícitamente a las características de la sociedad que las vio nacer. Más allá de presentar una contraposición maniquea de dos imágenes y dos formas de comprender el mundo en un momento determinado de la historia del conocimiento, Pimentel trata de convencer al lector de la falsedad de ese aserto y ofrece una nueva lectura de los binomios con que ciencia y literatura se han identificado en los últimos siglos. Así objetividad-subjetividad, literal-literario, designación-connotación, racionalidad y método frente a imaginación e intuición, no son más que

«facultades humanas que también son artefactos históricos producidos por prácticas institucionales y sus formas de comunicación. Es decir, son las consecuencias y no las causas de haber dibujado durante más de dos siglos los reinos de la ciencia y la literatura en hemisferios opuestos de nuestro mapa del conocimiento humano» (p. 17).

No es, ciertamente, siempre un enfrentamiento tajante, pues, como muestra el autor a lo largo de la obra, el relato científico y la literatura acabarán influyéndose mutuamente.

De esta manera es fácil entender el periplo en el que nos embarca al lector en las tres partes en que estructura la obra. En la primera parte («Viajes, experimento y metáfora»), dividida en tres capítulos, se centra en la transformación del viaje, del antiguo al moderno, y en los cambios que paralelamente se sucedieron en los relatos de ellos derivados: en el esfuerzo que se realizó desde finales del siglo XVII y durante todo el XVIII para convertir el mendaz relato del viajero en algo creíble y verosímil y en las estrategias de transmisión del conocimiento. El recurso a la exposición de objetos (de historia natural o producto del ingenio humano) y su presentación a un público cada vez más ansioso de novedades, la constante alusión al dato obtenido por los modernos instrumentos de medición, y el descubrimiento del paisaje en su fuerza narrativa, fueron tres de las técnicas utilizadas por la ciencia para librar la batalla de la verosimilitud que se muestran en la segunda parte, («Lugares del teatro natural»). Y en la tercera, («Escrituras y lecturas») Pimentel retoma el problema de la objetividad y como fue empleado por el naciente género literario de la novela para hacer del relato algo más creíble y próximo a la realidad del lector. Una técnica que irá perfeccionándose durante el siglo XIX y que tiene su culmen en el realismo literario.

Viajes y conocimiento

El viaje hacia el conocimiento que nos propone Pimentel se centra en uno de los dos países cuna de la modernidad, Inglaterra, origen a su vez de una nueva concepción del viaje, el viaje moderno, en el que el viajero y su relato se convierten en elementos partícipes en la formación del saber. Como dice el autor, los viajeros, convertidos en testigos de primera mano, y con ellos sus relatos de viaje recibieron el espaldarazo de las ciencias "a la hora de revalorizarse como actividad reglada, productiva para el progreso de las naciones (...) capaz de generar conocimiento cierto del mundo" (p. 61, las cursivas son mías). Para ello debían eliminarse aquellos obstáculos, idola, que se oponían a él y de los que hablaba Francis Bacon en Novum organum. Concretamente ocupan la atención de Pimentel tres de ellos, los idola tribus, idola theatri e idola fori, es decir, los debidos, respectivamente, a inclinaciones y deseos de una comunidad, los que conducen a acatar acríticamente las opiniones de la autoridad, y los derivados del uso del lenguaje.

Es el primer capítulo «Impostores y testigos: verosimilitud y relaciones de viaje», el que canaliza la exposición y permite al autor explayarse sobre la transición de la mendacidad del relato del viajero a su veracidad, y la superación de los obstáculos citados, un problema que no estuvo, ni está a los ojos actuales, exento de riesgos. Y las preguntas que se hace al respecto son reveladoras de lo que se presenta más adelante: «¿Qué distingue un hecho natural de un hecho fabuloso? ¿Cómo escindir el conocimiento cierto del falso? ¿Dónde hay una relación verídica y dónde no?» (p. 29).

El cambio en la forma de entender el viaje es paralelo a la búsqueda durante el siglo XVII de nuevos criterios de verdad en los que fundar el conocimiento y la comprensión del mundo tras el colapso del sistema de ideas y creencias que habían imperado desde hacía siglos. Es el rechazo de la autoridad escolástica y su base en la lógica aristotélica pero también del escepticismo de los humanistas y su negación a la posibilidad de construir conocimientos universales a partir de casos particulares, y de conocer la naturaleza y el mundo. El nuevo conocimiento debía fundarse en hechos singulares que permitiesen formular axiomas generales, como proponía Bacon; en alguna verdad inamovible e imposible de rechazar, como fue el principio cartesiano «pienso, luego soy y existo»; pero sobre todo en el método como pedían Bacon en Novum Organum y Descartes en el Discurso del método aunque partiendo ambos de diferentes orígenes, uno, de la experiencia sensible del mundo; el otro, de un principio racional[6]. En líneas generales, esta búsqueda perseguía, primero, la separación o deslinde del «yo», como sujeto cognoscente, de lo externo a él; segundo, demostrar la existencia y posibilidad de conocimiento del mundo y sus objetos -una tarea harto difícil por su propia diversidad, temporalidad y particularidad- ; y tercero, construir el conocimiento de las cosas, los principios universales, a partir de la reivindicación del método.

Nullius in verba, el lema de la Royal Society, sirve al autor para una extensa reflexión sobre dos aspectos que son recurrentes a lo largo de Testigos del mundo. Por un lado, la traducción literal del lema («en las palabras de nadie») reafirma la necesidad del conocimiento cierto de basarse en hechos objetivos y no en la autoridad de tratadistas antiguos, los idola theatri baconianos. Se trataba de construir desde cero el conocimiento, igual que hizo René Descartes, y para ello convenía abandonar las ideas acerca de la naturaleza y del mundo derivadas de las opiniones de los clásicos y cualquier creencia previamente existente. En palabras del autor,

"si hubo algo que realmente distinguió a los modernos de los antiguos fue su declaración programática de hacer conocimiento no desde el testimonio de los hombres, sino desde las evidencias del mundo, desde los hechos y no desde las palabras" (p. 49).

No obstante, si la razón había permitido dar frutos en los campos de la matemática, la física y la astronomía, el conocimiento de la naturaleza no podía derivarse del pensamiento abstracto -como pretendían los racionalistas- , solamente la experiencia propia podría proporcionarlo: una experiencia, empero, acompañada de instrumentos de medición, como extensión de los sentidos y elemento de objetividad.

Por otro lado, la errónea traducción de Nullius in verba como «nada en las palabras» extendida por el mundo científico -como indica el autor-   hasta años recientes, permite señalar otro de los problemas que debía superar la búsqueda del conocimiento: el de la subjetividad de los términos del vocabulario, siempre imprecisos, contingentes y frágiles; el de los usos y abusos del lenguaje -la retórica, los tropos engañosos, las metáforas- ; en definitiva, otras formas de aproximación al conocimiento desvalorado por la modernidad. Unas faltas que habían permitido identificar a los viajeros, como muestra Pimentel, con los "poetas y ladrones".

Lidiar por el lenguaje objetivo fue uno de las finalidades que ya Francis Bacon había perseguido (idola fori), que trataron también Descartes y Leibniz y que retomó la Royal Society. En el universo mecánico del conocimiento los relatos de viaje debían comportarse como una cadena de transmisión cuyos engranajes estuvieran desprovistos de cualquier innecesario rozamiento entre el observador, lo observado y quien recibe el dato. En su concepción más amplia, los relatos de viaje son para Pimentel otro de los instrumentos con que el viajero -el protagonista- ofrecía su testimonio del mundo, al igual que en las ciencias naturales lo era el telescopio y el microscopio, "para agrandar el horizonte del conocimiento humano más allá de su experiencia sensible" (p. 51). Para ello, se debían de eliminar aquellos elementos que denotaran "intervención" del observador en el fenómeno observado. Dar veracidad al relato, pasaba por deslindar el sujeto del objeto y dar precisión a la palabra.

Estrategias para la transmisión del conocimiento

Otro de los problemas a los que hace referencia la primera parte de la obra, y que se extiende también a la segunda, es a la transmisión del conocimiento y las estrategias adoptadas para conseguir la fidelidad de las noticias traídas del mundo; un problema nada baladí si tenemos en cuenta las reflexiones que los empiristas ingleses hicieron sobre el conocimiento. Para ello, Pimentel se sirve de un conocido relato que aparece en la obra de James Locke Ensayo sobre el entendimiento humano (1690) en el que se explica lo que aconteció a un embajador holandés en audiencia ante el rey de Siam. En él, el funcionario aseguraba al monarca que en su país el agua solidificaba hasta el punto que podría aguantar el peso de un elefante sin quebrarse. El rey, que hasta aquel momento había creído la totalidad de la narración, le espeta al embajador lo siguiente: "Hasta este momento (...) he creído las cosas extrañas que me has relatado (...) pero ahora estoy seguro que mientes" (p. 30).

Con este relato, Locke [Pimentel] quería mostrar la importancia de considerar al público que recibe una noticia y la necesidad de adoptar unos "códigos de civilidad y veracidad" relativos a cada foro, y que permitan afirmar la autenticidad o, por el contrario la falsedad, de un argumento y en definitiva, su objetividad. Es el tercer obstáculo, los idola tribus de Bacon, el pilar sobre el que se erige gran parte de Testigos del mundo: el problema de la transmisión del conocimiento o del dato ya no era, pues, sólo de la precisión del vocabulario como apuntábamos antes, sino de la posibilidad de encasillar la realidad en categorías que, a su vez, fueran aceptadas por el receptor de los datos. Así, la búsqueda de la verdad y su transmisión pasaba, primero, por la formación del informante en unas técnicas de comunicación y en unas categorías y vocabulario que, desde ese momento, serían las únicas aceptadas; segundo, a la formación del receptor, no tanto del naturalista como del ciudadano, de manera que pudiera apreciar los progresos de su respectivo país.

Uno de los medios de sistematizar y ordenar el conjunto de observaciones traídas por los viajeros fue la elaboración de instructivos de viaje que obligaban, a su vez, a separar los datos relativos al objeto de los suministrados por el sujeto. Destaca Pimentel, así, por ejemplo, en el mundo hispano las Relaciones geográficas de Juan de Ovando y López de Velasco redactadas desde el Consejo de Indias durante el reinado de Felipe II, y en el mundo anglosajón, los preceptos escritos por Francis Bacon en sus Ensayos -"Of Travel", 1625- que inspiraron los que publicó años más tarde, en 1666, la Royal Society en Phisophical Transactions (p. 55- 56). Junto a ellos, señala Pimentel la tendencia a hacer del viajero un especialista, o al revés, del especialista, un viajero; una persona ya formado en el tipo de observaciones a realizar y en el método, adiestrado en el uso de los instrumentos de medición- elementos de veracidad- y, por supuesto, en el de las categorías que en esos momentos se estaban utilizando o se iban a utilizar. Paralelamente, se generó un nuevo vocabulario que debía dominar el especialista con que designar los objetos del mundo basado en las lenguas clásicas, latín y griego, con lo que, de alguna manera, el conocimiento cierto buscaba distinguirse del conocimiento vulgar y de las lenguas vigentes, y dar nueva categoría de autoridad al conocimiento nuevo[7].

 Además de los instructivos antes mencionados, se desarrollaron nuevas técnicas narrativas que perseguían la depuración del lenguaje y la del observador. Se trataba de eliminar elementos que pudieran denotar confusión y delimitar con claridad el objeto del sujeto. Así, el uso de la descripción paratáctica -ejemplificado en el caso del capitán Cook (p. 108)- por la cual el autor tiende a desaparecer de la escena a través del uso específico de la forma impersonal; el empleo de la primera  persona del singular y del plural en función de lo que se quería poner énfasis; la utilización de descripciones concretas y sencillas, como aconsejaba Bougainville (p.68), o contrariamente, la descripción minuciosa, detallista, del paisaje basada en categorías reconocibles científicamente y con la mención explícita a los datos obtenidos por los instrumentos de medición, como hizo Humboldt en los trabajos aparecidos tras su viaje por América, fueron algunas de las técnicas utilizadas y que, lógicamente, fueron también evolucionando con el tiempo[8].

Las técnicas narrativas, sin embargo, no estaban dirigidas únicamente a científicos preparados para recibir las noticias de ultramar, sino también al público, claro está, aquellos ciudadanos protagonistas del progreso de la nación, parte inolvidable en esta nueva concepción del viaje y de sus relatos. En este sentido, no solamente se hace referencia en Testigos del mundo al relato escrito; también se incluyen otras formas de relato explícitas en las colecciones y museos de objetos naturales o producto del ingenio humano que empezaron a frecuentar en los principales países europeos y ejemplo de lo cual es el capítulo cuarto dedicado a Pedro Franco Dávila. Otras formas de relato que conllevaran la formación del ciudadano en esa nueva manera de ver el mundo, en un nuevo tipo de lenguaje y en esos nuevos códigos. Como señala el autor, estas formas de narración revelaban objetividad -un objeto demuestra la existencia de otros mundos- , a la par que eran una expresión más de la acumulación capitalista y una representación del poder de la nación. Sin embargo, al igual que cualquier otro relato, no abandonaban la subjetividad iniciada en el momento de extraer los objetos de su contexto, de ordenarlos y clasificarlos, y, proponer su desciframiento.

No creo que haya que desdeñarse el papel que representó la imprenta en la búsqueda del conocimiento cierto y en su transmisión, en el establecimiento de unos "códigos de civilidad y veracidad" o como se suele denominar también "criterios de certeza", un elemento ausente en la obra de Pimentel y al que debería prestársele importancia. La función del papel impreso no era algo desconocido para los escritores de los siglos XVII y XVIII, y creo que tanto Miguel de Cervantes como don Alonso Quijano podrían aportar algo a esta tesis: los argumentos y las ideas llegan a un círculo mayor de público que una conferencia o una lección, y son estáticos, están fijos sobre el papel, y se pueden leer y releer, cosa que con la argumentación retórica era difícil sino imposible. Además, poder expresar ideas a través de este medio, de alguna manera permitía al autor emular las autoridades intelectuales del momento, ser reconocidos como los nuevos Plinio o Ptolomeo. Finalmente, el control existente sobre la impresión y circulación de las obras impresas no podía dejar que circularan libremente ideas que no contaran con tales códigos aceptados. El uso o el desuso de figuras literarias y las alusiones o no a las autoridades reconocidas eran el visado de validez de una obra, pues se insertaban en esos códigos de veracidad a los que alude Pimentel. Esto no era desconocido para Quirós, Cook, ni para Humboldt, Defoe o Bernardin de Saint-Pierre y cualquiera de los viajeros y autores que desfila por Testigos del mundo. Cuando escribían, sabían a qué público se dirigían y con qué lenguaje debían dirigirse -a diferencia del embajador holandés. Contestar a preguntas como ¿quién dice qué cosa?, ¿a quién se dirige y en qué foro?, ¿con qué argumentos lo hace?, ayuda a entender mejor a esos clásicos de los viajes que emplea Pimentel en su obra, y evitar su estigmatización como fábulas o leyendas.

Literatura y conocimiento. La desazón del conocimiento

En la última parte de la obra («Escrituras y lecturas») Pimentel cierra el círculo de sus argumentos iniciado en el primer capítulo, su viaje de circunnavegación del relato mítico a la novela; del lema de la Royal Society Nullius in verba -en las palabras de nadie- y la apuesta por la objetividad, al uso del viaje como metáfora de la formación del conocimiento; del papel del mito en la construcción del mundo y del conocimiento cierto, al papel del conocimiento cierto en la construcción de la metáfora. Así, en el sexto capítulo, nos presenta el naciente género de los viajes, a principios del siglo XVIII, y su creciente aceptación y credibilidad entre un público cada vez más ávido de noticias del mundo. En este contexto de expectación, dedica los últimos capítulos, el séptimo y el octavo, a dos obras que ambientadas en islas con resonancias utópicas pero ancladas a la realidad contemporánea por una técnica narrativa, debían por fuerza tener un gran éxito, Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, y Pablo y Virginia, de Bernardin de Saint-Pierre. Con ellos los relatos de viaje y la novela moderna se unen en lo que califica como «parábola del conocimiento» (p. 273), el viaje.

Robinson Crusoe y Pablo y Virginia son un reflejo más de esos viajes al conocimiento de la sociedad europea del setecientos, aunque desde perspectivas gnoseológicas diferentes, pues mientras que Robinson extiende su filiación al pensamiento de Francis Bacon, Pablo y Virginia lo hace al grupo de Jena de los filósofos de la naturaleza. Así, en la obra de Defoe, todo el relato es un viaje de formación y expiación del protagonista, Robinson, quien tras una vida errada iniciada después de desoir el consejo de su padre, acaba de náufrago en una isla. Este nuevo Adán, conquistará el mundo -su isla- con el trabajo y la oración, pondrá la naturaleza a su servicio, la nombrará y será objeto de conocimiento -la re-conocerá- , de apropiación y manipulación. La fórmula narrativa del diario de viaje, aséptica, objetiva y escueta, permite dar credibilidad al relato. En Pablo y Virginia, por lo contrario, una obra menor dentro de los escritos de Bernardin de Saint-Pierre, no es tanto la trama como su origen la que la permite vincular a los relatos de viajes: nacida junto a Études de la nature (1784), un programa de conocimiento, remedo de ese otro gran trabajo ordenador Instauratio magna de Francis Bacon y su Nueva Atlántida, pero crítico con el materialismo de los enciclopedistas franceses[9]. Pablo y Virginia no es sólo la historia de un par de jóvenes, sino una reivindicación de la naturaleza como protagonista principal en la vida humana y dueña de su azar. Como explica el autor, esta novela, «completaba y exponía» los Études y responde a un mismo proyecto literario y científico (p. 313) y refleja el cambio de una concepción mecanicista a otra organicista de la naturaleza.

Más allá de los aspectos temáticos, Pimentel vincula ambas obras con dos formas de entender el lenguaje. De este modo, en el contexto en el que se formó Daniel Defoe, próximo a los intelectuales de la Royal Society, el lenguaje como designación y apropiación del mundo debía denotar y dar credibilidad; y es la credibilidad o más bien su sinónimo, el crédito, como sutilmente desliza, la base en que se ha de erigir la nueva sociedad: camino de confluencia de la economía, la sociabilidad, la religión y la ciencia (p. 264). Por el contrario, Saint-Pierre  se lamentaba en una obra anterior (Voyage d'un philosophe ou Observations sur les Moeurs et les arts des peuples de l'Afrique, de l'Asie et de l'Amerique, 1769) la ausencia de verdaderos escritores entre los viajeros que conducían a relatos poco vivaces, prolijos en la descripción de la obra humana, y escuetos en la de la naturaleza. Ello permite explicar la detención de este autor en los paisajes descritos de la isla de Francia (isla Mauricio), donde transcurre la trama de Pablo y Virginia, y entender una de las razones por las que el naturalista Alejandro de Humboldt lo llevó en sus valijas de viaje.

Pimentel concluye Testigos del mundo con Bernardin de Saint-Pierre y una de sus más conocidas obras, y la emplea como reflejo de la reacción romántica a los excesos del racionalismo a finales del siglo XVIII, que trató de rebatir los argumentos con que naturalistas y filósofos pretendían aproximarse a la verdad y al conocimiento. De alguna manera, con este final, incita al lector a tratar de dirimir por su cuenta y riesgo el conflicto que enfrentaba el relato científico con el literario y patente en aquellas dicotomías (binomios) que para Pimentel caracterizan uno y otro relato (objetividad y subjetividad, verdad y falsedad, literal y literario, entre otras) y cuya única y aparente solución a principios del siglo XIX parecía residir en la dialéctica de los opuestos que propuso Hegel. Pues, en definitiva, como dice Pimentel, «la ciencia también se escribe y con la literatura también se experimenta» (p. 257), aunque quizás el objeto de conocimiento en uno y otro medio sea diferente: la búsqueda de verdades universales, en el caso de la ciencia; la búsqueda de verdades particulares, en la literatura.

Es este final del libro no resuelto en el que Pimentel corta la reflexión a la que conduce irremediablemente Testigos del mundo y que aboca al lector hacia esa sensación de inquietud acerca de la veracidad del conocimiento de las cosas y del mundo -la desazón del conocimiento- la que da sentido al conjunto del trabajo. Un enigma, ese de la veracidad y del conocimiento, que ni Pimentel, ni posiblemente ninguna aproximación desde cualquier perspectiva, acabará por resolver y seguirá ocupando al ser humano en su existencia.

Los enfrentamientos entre Pedro Fernández de Quirós y James Cook acerca de sus descubrimientos de la terra australis, y los que ocuparon a los diversos descubridores del paso del Noroeste; la presentación del mundo al público expuesto en una pequeña colección de curiosidades, en un microcosmos fácilmente asimilable y creíble; el problema de la objetividad del conocimiento cuando, como en el caso de Humboldt y el Chimborazo -aunque bien se podría extender al conjunto de su Cosmos- el objeto de deseo aborda al investigador, le supera y acaba por engullirle, sin que el propio científico pueda evitarlo; y, finalmente, la creación literaria y el límite nunca bien definido entre lo que es virtual y lo real; conforman todos ellos visiones creíbles de un mundo hecho a medida de nuestra capacidad de comprensión, con sus mismas virtudes y defectos que ese otro difícilmente cognoscible en el que realmente habitamos.

Empecé el texto haciendo referencia a una pintura de Van Gogh y quizás convenga acabar con otros cuadros, concretamente los de dos de los artistas influidos por la obra de Humboldt, en realidad dos exponentes en el plano pictórico del mismo problema que ha ocupado estas páginas y la obra de Pimentel. Se trata de Johann Moritz Rugendas y Ferdinand Bellermann.

Aconsejados por el naturalista alemán, se embarcaron rumbo a América, por separado y en diferentes años. El primero siguió sus huellas por México, mientras que el segundo lo hizo por el cono sur. Durante su estancia se dedicaron a plasmar gráficamente los paisajes que visitó Humboldt; realizaron estudios de plantas en su entorno y se sirvieron de expertos en botánica que les ayudaban en la representación de la riqueza botánica del continente. A su regreso a Europa, pese a la actividad desplegada y el reconocimiento que les brindaron diferentes sociedades científicas; pese a la calidad técnica, y la sublimidad y belleza de sus paisajes, su obra no les permitió alcanzar la fama que ansiaban, ya que no estaba a la altura de los tiempos. De alguna manera, la irrupción del impresionismo los dejó fuera de lugar. Paradójicamente el realismo gráfico no interesaba más a nadie, sobre todo con la pujanza de la cámara fotográfica, y se ansiaban otras formas de aproximación a los objetos del mundo, quizás menos precisas en las líneas, pero más verdaderas en sus manifestaciones, alcances y esencia.

Finalmente, Testigos del mundo es una obra que debe leerse con detención, en su totalidad, incluyendo en esa lectura incursiones en la amplia bibliografía citada;  muy aconsejable tanto para aquellos que reflexionen sobre ese período histórico en el que se formó la modernidad, como para los interesados en la literatura de viajes (reales o imaginarios) y su influencia en el conocimiento actual de nuestro mundo.
 

Notas
 

[1] Tomo prestado de Xavier Rubert de Ventós (De la modernidad. Ensayo de filosofía crítica. Barcelona: Ediciones Península, 1980, 317 págs.), si no el concepto en sí de desazón del conocimiento, sí una parte del sentido que este concepto entraña y que tan bien desarrolla en esa obra ya clásica.
[2] Véase bibliografía final de Pimentel
[3] En todos estos temas y para una mejor comprensión del texto que estoy presentando, creo que no puede dejarse de lado la obra editada en 2003 por Josep Lluís Barona, Javier Moscoso y el propio Juan Pimentel titulado La Ilustración y las ciencias. Para una historia de la objetividad (València. Universitat deValència), fruto de una reunión científica realizada en 2000 en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Valencia sobre los temas que componen el título, y que recoge muchas de las reflexiones que se encuentran en la obra de Pimentel.
[4] De Antonio Lafuente quiero citar expresamente su trabajo Los caballero del punto fijo (Barcelona, ed. Serbal, 1987), donde plantea algunas de las reflexiones que Pimentel recupera acerca de la Ilustración. De Horacio Capel me refiero a "Geografía y arte apodémica y en el siglo de los viajes". Geocrítica, núm. 56, julio, 1985
[5] Stephen Toulmin, Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad. Barcelona. Península. Col. Historia, Ciencia, Sociedad. [1991] 2001.
[6] Bacon (Novum Organum) «Ni la mano desnuda, ni el entendimiento abandonado a sí mismo pueden mucho; la cosa se lleva a cabo con instrumentos y auxilios de los que precisa tanto la inteligencia como la mano; y del mismo modo que los instrumentos de la mano impulsan o guían los movimientos de ésta, así los de la mente inspiran el intelecto y le previenen»; Descartes (Discurso del método) «Es mucho más satisfactorio no pensar jamás en buscar la verdad que buscarla sin método; pues es seguro que esos estudios desordenados y esas meditaciones oscuras enturbian la luz natural y ciegan el ingenio» (Citas tomadas de Frondizi, Risieri. Estudio preliminar y notas a Descartes, R. [1637] , 1991)
[7]Al respecto, pueden leerse los artículos de José Antonio Alzate en México a fines del siglo XVIII y su oposición al empleo de la designación linneana de las plantas. Un siglo después aparecieron nuevamente en revistas científicas de mediados del siglo XIX artículos que defendían la designación náhuatl de las plantas del mundo novohispoano como una aproximación tanto o más racional que la del naturalista sueco. Sobre la polémica de Alzate puede leerse Cruz Soto, R. "Las publicaciones periódicas y la formación de una identidad nacional". http://ejournal.unam.mx/historia_moderna/ehm20/EHMO2001.pdf ; Zamudio, G. "El Real Jardín Botánico del Palacio Virreinal de España". Ciencias núm. 68 Octubre-Diciembre, 2002, pp. 22- 27
[8] Humboldt era completamente consciente del cambio habido en la narración científica, al menos, en lo relativo a la descripción del paisaje. Así en Cosmos decía lo siguiente: "Acercándonos a los tiempos presentes, notamos que desde la segunda mitad del siglo XVIII, la prosa descriptiva, especialmente, ha adquirido una fuerza y exactitud enteramente nuevas". Sobre la visión del naturalista alemán del mundo y el choque entre la concepción materialista e idealista en los siglos XVIII y XIX puede verse el trabajo de Miguel Ángel Miranda (1977) Humboldt y el «Cosmos». Geocrítica. Cuadernos críticos de geografía humana. Núm. 11
[9] Como se sabe, Instauratio magna de Bacon es un gran proyecto de reforma de todas las ciencias que se subdivide en varias obras como Novum organum, De dignitate et augmentus scientarum, Essays y Nueva Atlántida
Bibliografía de Juan Pimentel Igea

Pimentel, Juan. La expedidión de Malaspina: 1789- 1794. Madrid: Ministerio de Defensa. Museo Naval. 1987

Pimentel, Juan. En el panóptico del mar del Sur: orígenes y desarrollo de la visita australiana de la expedición de Malaspina (1793). Madrid. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 1992

Pimentel, Juan. La física de la monarquía. Ciencia y política en el pensamiento colonial de Alejandro Malaspina (1754- 1810). Aranjuez: Doce Calles, 1998

Pimentel, Juan. Viajeros científicos: Jorge Juan, Mutis, Malaspina: Tres grandes expediciones al Nuevo Mundo. Madrid. Novola, 2001

Lucena Giraldo, Manuel; Juan Pimentel. Los axiomas políticos sobre la América de Alejandro Malaspina. Aranjuez. Doce Calles, 2002.

Barona, Josep Lluís; Javier Moscosa: Juan Pimentel (eds). La Ilustración y las ciencias: para una historia de la objetividad. Valencia: Universidad de Valencia. 2003.

Bibliografía empleada

Belaval, Yvon (Dir.) "La filosofía alemana de Leibniz a Hegel". Historia de la filosofía. México: Siglo XXI, Vol.7. 459 págs.

Benítez, Laura. El mundo en René Descartes. México: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Instituto de Investigaciones Filosóficas. 1993. 163 págs.

Descartes. René. Discurso del método. Madrid. Alianza Editorial. Col. Libro de bolsillo. Traducción, estudio preliminar y notas de Risieri Frondizi. [1637], 1991. 173 págs

Fernández-Armesto, Felipe. Historia de la verdad y una guía para perplejos. Barcelona: Herder. 250 págs.

Miranda, Miguel Ángel. El "Cosmos" de Humboldt. Geocrítica. Septiembre, 1977. 50 págs.

Rubert de Ventós, X. De la modernidad. Ensayo de filosofía crítica. Barcelona. Ediciones Península. Col. Historia, ciencia, sociedad, 167. 1982. 317 págs.

Toulmin, Stephen. Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad. Barcelona. Península. Col. Historia, Ciencia, Sociedad. [1991] 2001
 
 

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Ficha bibliográfica

SUNYER MARTÍN, P. Pimentel, Juan. Testigos del mundo. Ciencia, literatura y viajes en la Ilustración. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, vol. X, nº 558, 10 de enero de 2005. <http://www.ub.es/geocrit/b3w-558.htm>


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