REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES (Serie documental de Geo Crítica) Universidad de Barcelona ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 Vol. X, nº 571, 15 de marzo de 2005 |
LOS CAMBIOS EN LA COBERTURA DE
LA TIERRA
Una revisión bibliográfica
desde la Geografía
Ivan Murray
Macià Blázquez
Onofre Rullan[1]
El problema
Constatado y asumido por todos que "los problemas se han hecho globales", el abordaje de las cuestiones económico-ambientales sitúa la escala mundial en el primer plano de interés científico (Boada y Saurí, 2002; Altvater y Mahnkopf, 2002). La pequeña escala recobra así un protagonismo del que no siempre había gozado en el trabajo geográfico. Y, como era de esperar, la perspectiva analítica de la escala mundi no escapa, tampoco, a los avatares ideológicos de la discusión científica.
Así, en un reciente trabajo, José Manuel Naredo (2001) ha advertido que, en los últimos años, se ha producido un desplazamiento a escala planetaria de los objetivos que se plantean cuando se analizan las problemáticas socio-ambientales. No cambia el tema, sino cómo se aborda su análisis. En efecto, en la literatura de los años setenta, en pleno boom del crecimiento productivista fordista, predominaban las referencias y discusiones en torno a los "límites al crecimiento" (Meadows, 1972) y a la crisis ecológica provocada por éste, como atestiguan, entre otras, las publicaciones del Club de Roma de inicios de los setenta. Unas publicaciones que, como señala Martínez Alier (1994), enseguida se apartan de las tesis sobre los límites al crecimiento.
Unos límites que, en si mismos, cuestionaban el modelo económico que se edificó con posterioridad a la segunda guerra mundial y un crecimiento que, expandiendo constantemente aquellos límites, no podía desacelerarse sin renunciar a perder la carrera desarrollista que se mantenía en el contexto de la guerra fría.
En consecuencia, los mismos que en la década de los 70 hablaban de los "límites del crecimiento", en la década de los 90 nos plantean escenarios "más allá de los límites" (Meadows, 1992) derivando ahora el interés hacia lo que se ha llamado el análisis del cambio global, como si este fuera algo ajeno a la acción humana. Un cambio global al que debemos adaptarnos, no frenarlo. Una adaptación que será posible en función de que la tecnología disipe los límites hasta desvanecerlos en fronteras cada vez más lejanas. Al dejar de hablar de "límites del crecimiento" para hacerlo del "cambio global" se opera un cambio ideológico fundamental. De cuestionar el sistema de crecimiento en si mismo se pasa a potenciar las políticas de adaptación -tecnológica- al nuevo escenario que el "cambio global" exige. Un cambio de enfoque al que no es ajeno el abandono de la atención a los recursos y el territorio para dedicarlo preferentemente a los residuos y la atmósfera como ha señalado recientemente Horacio Capel (2003).
Pero ¿cuáles han sido los acontecimientos más importantes que han desencadenado la actual crisis social económica y ambiental? Desde una perspectiva histórica seguramente el impacto más notable de la actividad humana sobre la biosfera se ha manifestado en la alteración y transformación de los ecosistemas (Barbier, 1994). La "domesticación" de la naturaleza, a partir de la revolución neolítica, ha implicado la desaparición, substitución o transformación de cerca del 50 por ciento de la cubierta terrestre con el consiguiente cambio en la estructura de la misma.
Después de la revolución neolítica deberá esperarse hasta la revolución industrial para detectar un nuevo cambio socio-ambiental de la misma magnitud que la acaecida hace diez milenios en el Creciente Fértil. En efecto, en la edad moderna, con el triunfo de la revolución industrial y de la ciencia económica al uso bajo el dogma mecanicista, se intensifica la presión de las actividades humanas sobre los ecosistemas y recursos naturales. La implantación del dogma económico neoclásico, frente a las tesis fisiocráticas, alimentará la espiral de apropiación y explotación de los recursos hasta nuestros días, momento en que, supuestamente, ha triunfado la economía globalizada, financiera y virtual y, paralelamente, tremendamente materialista y antiecológica. Como se ha señalado respecto de la ciencia económica contemporánea:
"(...)si se produjo la eliminación de uno de los dos enfoques -el físico- y el dominio total del otro -el pecuniario- y no al revés, es porqué este último encajaba perfectamente con la ideología y con los intereses ascendentes del capitalismo, mientras que aquel no resultaba funcional para ellos, sobre todo cuando las ciencias de la naturaleza fueron añadiendo precisiones al mismo. Al despojar la noción de producción de su contenido físico originario se consiguieron apartar definitivamente dos trabas que dificultaban la libre ascensión de la idea de progreso en el campo de lo económico" (Naredo, 2003a: 107).
La noción ortodoxa de sistema económico, circunscrito al carrusel de la producción y del consumo bajo las medidas pecuniarias, deja fuera de la red analítica todo aquello que no es valorable (en unidades monetarias), apropiable o producible. Una visión del mundo que, como bien se ha señalado, hunde sus raíces hasta los mismos albores de la ciencia moderna: "(...) Galileo considera que sólo tienen valor las cualidades "primarias", cuantificables (peso, cantidad, velocidad, aceleración...), mientras que las condiciones no medibles, "secundarias" (sabor, color, gracia, aura...) serían monsergas. Gracias a este criterio (que con otros semejantes han dado lugar a la técnica moderna) hoy nuestras manzanas son más grandes e insípidas que las del tiempo de Galileo."(Pigem, 1994: 138-9).
Frente a este paradigma, en los últimos decenios, ha surgido una reacción, la planteada por la llamada economía ecológica. Una planteamiento que intenta romper la noción de sistema económico habitual y, trabajando codo con codo con la termodinámica (la economía de la física) y las ciencias de la naturaleza, usa para su análisis medidas biofísicas cuestionando la parcialidad de valoraciones estrictamente monetarias. Unas valoraciones monetarias que, sin embargo, no se rechazan sino que se plantean como complementariedad en el marco de un análisis integrador. Las medidas biofísicas se calibran en el marco del sistema métrico decimal (Naredo, 2003a) y, por tanto, son comparables con aquellos aspectos que la economía ortodoxa no contemplaba por no ser valorables en términos monetarios, apropiables y producibles. Un lenguaje común que permite el diálogo entre la "eco-nomía" y la "eco-logía".
Pero ¿a dónde nos ha conducido la aplicación del modelo económico ortodoxo?, ¿cuál es la "geografía" de este mundo económicamente globalizado, socialmente segregado y ecológicamente deteriorado al que nos ha conducido la revolución industrial moderna? El modelo económico y ambiental de la sociedad urbano-industrial mundial descansa, a escala planetaria, en una distribución extremadamente polarizada. Grandes núcleos de atracción de capitales, información, poder, personas y recursos, las metrópolis del norte, devienen auténticos "gigantes" en el consumo de recursos que adquieren del resto del mundo con el dinero que ellos mismos emiten. Unas pequeñas islas de progreso -los centros del primer mundo- que no podrían funcionar si el resto del mundo, la periferia, el inmenso océano de caos y desorden, no actuara como territorios de extracción de recursos y deposición de residuos, Ramón Fernández lo ha sintetizado con claridad: "Lo que se conoce como Progreso consiste en la creación de islas de orden aparente a costa de provocar océanos de desorden cada vez mayores" (Fernández-Durán, 1996).
La Geografía ante el problema
Albert Demangeon, lo que hoy llamaríamos un geógrafo regional clásico, decía que "el aspecto de la superficie terrestre es un eco en superficie de los fenómenos de profundidad"[3]. Hete aquí un nítido retrato, avant la létre, de lo que en la década de 1980 González Bernáldez definió como cripto y fenopaisaje o de lo que los economistas ecológicos sitúan en la posición central de su nuevo paradigma. De hecho desde la geografía regional de la primera mitad del siglo XX se habían planteado cuestiones muy cercanas a lo que hoy se llaman políticas de sostenibilidad. Una de nuestras tradiciones truncadas especialmente a partir de la especialización temática de la segunda mitad del siglo XX.
Lo visual, lo tangible, el éxito económico, el producto, lo mediático, es únicamente la parte emergida del iceberg. Lo cual supone una incompleta mirada que esconde las tripas del sistema, las alcantarillas que destilan la parte menos atrayente del sistema económico: segregación social y deterioro ecológico como las dos caras de una misma moneda.
La perspectiva renovada del análisis de las relaciones entre los seres humanos y el medio sobre el que están asentados exige un cambio de enfoque. Este parte de considerar que todo metabolismo socio-económico da vida a un particular modelo de organización humana que se desarrolla sobre, y a partir de, lo que los biólogos llaman la matriz natural. Tal metabolismo se manifiesta en diferentes flujos de materia y energía y en variadas relaciones sociales y económicas. Atender a los efectos superficiales, epidérmicos, de las segundas sin contemplar las primeras es como intentar pintar un paisaje de espaldas al mismo. Los flujos de materia y energía son fenómenos de profundidad que cristalizan en distintos "ecos en superficie", huellas territoriales que, si las tradicionales han sido consideradas creadoras de paisaje cultural, en la actualidad y a escala global, suelen ser claras muestras de deterioro ecológico.
En el campo de la geografía se suelen situar los primeros trabajos en estas cuestiones en los pioneros trabajos de George Perkins Marsh, especialmente el publicado en 1864 bajo el significativo título de "Hombre y naturaleza, o geografía física modificada por la acción del hombre". Un título que se considera el punto de partida de las ideas modernas sobre las interacciones hombre-naturaleza. Una idea que, sin embargo, había sido ya apuntada en el caso de Charles Lyell 32 años antes en Principles of Geology(1832) al definir al ser humano en términos de "fuerza geológica".
La excelente obra de Marsh sirvió de base para el impulso de la escuela de Berkeley que, un siglo más tarde, habría de cristalizar en la "geografía cultural" con Carl O. Sauer al frente. En homenaje a Marsh, Sauer y sus colegas organizaron conocido Simposio de Princeton en 1955 Man's Role in Changing the Face of the Earth (Thomas, 1956). Un simposio -copresidido por Carl Sauer, el biólogo Marston Bates y Lewis Mumford- de carácter pluridisciplinar, aunque con un notable predominio de geógrafos (de los 70 participantes, 22 eran geógrafos).
El 1976, en el marco del XXII Congreso Geográfico Internacional (UGI) celebrado en Moscú se creó la "Comisión de Problemas Ambientales" que sería presidida por el geógrafo soviético Innokentij Petrovi? Gerasimov que, en aquellos momentos, dirigía el Instituto de Geografía de la Academia de las Ciencias de la URSS. Desde las antípodas del dominio anglosajón, los geógrafos soviéticos se introducían en el campo de los problemas medioambientales (Barceló, 1986).
Treinta y dos años después del Simposio de Princeton, en 1987, se celebró el no menos famoso Simposio de Clark, The Earth as Transformed by Human Action. Global and Regional Changes over the Past 300 years, organizado por Bill Turner II con la colaboración de los geógrafos Robert W. Kates y Gilbert F. White, y el ecólogo William C. Clark (Turner, 1990). Un encuentro en cierta medida continuado, cinco años más tarde, con motivo de la celebración del quinto centenario del "Descubrimiento de América" (1992) cuando se organizó en Sevilla el simposio Principles, Patterns and Processes: Some Legacies of the Columbian Encounter como una continuación al simposio de Clark. Este último encuentro estaba organizado por los ecólogos Fernando González Bernáldez, Antonio Gómez Sal y Francesco di Castri y por el geógrafo Bill Turner II (Turner, 1995).
En el ámbito español deben mencionarse las Jornadas sobre Geografía y Medio Ambiente auspiciada por el Centro de Estudios para la Ordenación del Territorio y Medio Ambiente (CEOTMA)[4] con la colaboración de la Asociación de Geógrafos Españoles (AGE) que se celebraron en el mes de noviembre de 1982 (Valenzuela Rubio, 1984).
Finalmente cabe destacar, en cuanto a los encuentros que han tratado el análisis del impacto humano sobre la Tierra, el Seminario Internacional: "La incidencia de la especie humana sobre la faz de la Tierra (1955- 2003)" celebrado en Lanzarote en 2003, auspiciado por la Fundación César Manrique y coordinado por el economista ecológico José Manuel Naredo (Naredo (ed), 2005). Las actas están actualmente en proceso de publicación si bien Horacio Capel ya ha dado a conocer algunas aportaciones realizadas en el Seminario (Capel, 2003a, 2003b y 2005).
La literatura geográfica más tradicional se había acercado normalmente al territorio a través de la descripción y análisis de su forma más tangible. La descripción y análisis de las funciones más intangibles fue un añadido posterior que vino de la mano fundamentalmente de la llamada revolución cuantitativa que afectó todas las ciencias sociales a partir de las décadas de 1960 y 1970 (Capel, 2003c). Y decimos un añadido ya que el aspecto rupturista de esta nueva geografía con la práctica anterior hizo que se olvidaran algunas tradiciones, como la relación hombre-medio que, medio siglo después, nos situaría en una posición privilegiada en el campo de la necesaria cooperación entre disciplinas sociales y ambientales a la que aludíamos más arriba.
La incorporación de las funciones al análisis geográfico llegó a la geografía principalmente a través del "subcompartimento" de la geografía económica y urbana. De hecho podríamos decir que la geografía cuantitativa analizadora de las funciones económicas y urbanas se "importó" desde la economía y, en parte, desde la sociología (Rullan, 2003a). Una economía que, en aquellos momentos, vivía el triunfo del paradigma neoclásico, el triunfo del "valor monetario" como medida de lo económico, un dogma económico que pretendía crear riqueza creando valor. En este contexto llegan a la Geografía las recetas cuantitativas para analizar las funciones del territorio y, además del recetario, incorporamos al quehacer geográfico la misma materia prima que estaban tratando los economistas (población activa, producto interior bruto...) a la que aplicamos todo tipo de tasa o índice que nos permitiera generar nuevos números, que no siempre información. Incorporábamos el análisis de algunas funciones económicas, mediatizadas por los indicadores crematísticos, olvidando normalmente el estudio de las funciones ecológicas y los flujos de materia y de energía que genera el modelo territorial.
El manejo de datos físicos y materiales, habitual antes del abandono de algunas de las tradiciones geográficas más clásicas, estaba a punto de perderse definitivamente. Importando el dogma económico neoclásico, aunque disfrazado de geografía, nos hundíamos en el océano del valor inmaterial olvidando definitivamente aquel mundo real al que los geógrafos habíamos dedicado gran parte de nuestro trabajo. Nos convertíamos en científicos cuantitativistas pero cuantificadores de variables inmateriales. El divorcio entre la geografía física y la humana y la compartimentación del gremio académico en áreas de conocimiento haría el resto.
Habíamos perdido nuestra privilegiada situación tradicional para analizar los problemas socio-ambientales precisamente en el momento que, desde la sociedad, más se demandaba este integrador análisis. Reconducir esta tortuosa situación de la geografía se nos plantea, hoy en día, como uno de los grandes retos de nuestra disciplina de cara al siglo XXI.
En aras a cooperar en este objetivo, la presente revisión bibliográfica repasa aquellas aportaciones que, pensamos, son fundamentales a la hora de plantear la colaboración con otras ciencias en el complejo campo de las relaciones hombre-naturaleza.
Las transformaciones físicas de la faz de la Tierra: la lectura optimista y complaciente de los datos
Las dimensiones del impacto humano sobre el planeta pueden ser analizadas desde multitud de perspectivas, precisamente por la complejidad de las interacciones entre los humanos y la naturaleza. En cualquier caso las transformaciones de la cubierta de la tierra debidas a la expansión de la actividad humana son, sin lugar a dudas, uno de los aspectos más destacables, visibles y comprensibles. Unas transformaciones que sólo pueden se abordadas a partir de datos de calidad que garanticen la fiabilidad de las conclusiones.
Los cambios en la cubierta y usos del suelo que soporta la tierra son cada vez más relevantes para poder analizar los elementos de fricción entre las sociedades humanas y los ecosistemas terrestres que les sirven de soporte. Un análisis del mismo modo imprescindible para la planificación territorial que afecta a temas tan importantes como la gestión hídrica, los procesos de erosión-desertificación, la pérdida de biodiversidad, etc.
Una previa aclaración terminológica se impone antes de seguir adelante con la exposición. La terminología, definida por autores como De Bie (2000) o Briassoulis[5], llama usos y cobertura del suelo lo que, en ocasiones, se ha denominado en la literatura geográfica española usos y ocupación del suelo.
Los usos del suelo (land use) equivalen a las actividades que desarrollamos las personas, actuando individual o colegiadamente, con la intención de obtener productos o beneficios a partir de los diferentes recursos[6]. Por su lado la ocupación o cobertura del suelo (land cover) se define como la categorización física, química, ecológica o biológica de la superficie terrestre que da lugar a unidades superficiales específicas: forestal, pasto, cemento, asfalto, etc[7].
En conclusión y resumidamente, se puede afirmar que la cubierta hace referencia al aspecto morfológico y tangible del suelo, mientras que los usos hacen referencia a las funciones que se desarrollan sobre aquellas cubiertas. En consecuencia una misma cubierta puede soportar diferentes usos (recolección, selvicultura y caza sobre cubiertas forestales) y un mismo uso puede desarrollarse sobre diferentes cubiertas (excursionismo sobre cubiertas agrícolas, forestales o urbanas).
Los cambios en los usos del suelo afectan, con mayor o menor intensidad, a la modificación y transformación de la cubierta del mismo. Al hablar de una cubierta transformada nos referimos a aquella que ha sido sustituida completamente por otra; como por ejemplo, en el caso de bosque tropical que en grandes extensiones ha sido transformado para convertirse en una cubierta de pasto. En cambio se considera modificada cuando se producen cambios en ella que no afectan a su clasificación (Boada y Saurí, 2002).
La transformación de la cubierta terrestre tiene implicaciones ecológicas y económicas de primerísima importancia. Dependiendo del tipo de cubierta y actividad económica que allí se realice, los cambios contemporáneos en usos y cobertura del suelo suelen implicar, como primer impacto, una reducción de la producción primaria neta de los ecosistemas y, como consecuencia de ella, un aumento de los requerimientos de materiales y energéticos para asegurar el funcionamiento del sistema económico asociado[8].
Aun dada la capital importancia de la modificaciones de la cubierta terrestre, los datos sobre la cuantía de tal transformación suelen ser muy heterogéneos y, según los objetivos de las distintas fuentes, elaborados con distintos grados de precisión y desagregación. Veamos los más importantes y elaborados.
El plan científico LUCC y los datos de la FAO
Con el objetivo de conseguir datos fiables relativos a la cubierta y usos del suelo sobre toda la faz de la tierra, se han desarrollado, en los últimos años, varios proyectos a nivel internacional. Uno de los más importantes, desde 1993, ha sido el plan científico llamado LUCC[9] (Land Use/Cover Change) que, desarrollando multitud de proyectos diferentes, forma parte de los programas IGBP[10] (Internacional Geosphere Biosphere Programme) y del IHDP[11] (International Human Dimensión Program) enmarcado en el Consejo Internacional de Uniones Científicas (ICSU). El LUCC incluye diversas propuestas para la creación de bases de datos en cuanto a las transformaciones del suelo a escala planetaria, aportando incursiones específicas en regiones del Sudeste Asiático y Sur de África[12]. El objetivo del programa LUCC es la evaluación del cambio ambiental, utilizando como referentes básicos los cambios a diferentes escalas en los usos y cubiertas de la superficie terrestre.
Boada y Saurí (2002: 75) han señalado los cinco objetivos principales formulados, en forma de pregunta, por el programa LUCC:
Se plantea, por tanto, la imperiosa necesidad de articular y coordinar los diferentes proyectos que constituyen el programa LUCC desarrollando bases de datos consistentes y comparables desde la gran a la pequeña escala. Una gran escala que sería idónea para desarrollar bases de datos con el detalle suficiente como para orientar las políticas regionales que afectan al territorio. De hecho, ahora mismo resulta enormemente dificultoso dar con datos sobre la totalidad de la cubierta terrestre, a pesar de la gran cantidad de proyectos de investigación LUCC.
Es por ello que, actualmente, para obtener datos sobre la totalidad de la cubierta de la tierra las mejores fuentes estadísticas que podemos disponer siguen siendo las de la FAO. Una estadística construida, recordémoslo, para asegurar la capacidad agrícola de las regiones.
El cuadro 1 nos presenta los datos de la FAO con respeto a la cubierta mundial. En ella se observa como el 71,2 por ciento de la misma corresponde a océanos y mares, de los cuales tan solo el 5 por ciento es considerado como área biológicamente productiva al albergar más del 95 por ciento de su productividad (Pauly y Christensen, 1995). La segunda cubierta en orden a su importancia cuantitativa corresponde al suelo improductivo (10,4 por ciento), es decir aquel en el que la producción de biomasa es escasa o nula. Se trata, sin embargo, de espacios de gran importancia ecológica como los casquetes polares, desiertos, glaciares, etc.
Sólo el 0,6 por ciento del globo está artificializado -sellado-, mientras su suma a los suelos roturados -para agricultura- y de la cubierta vegetal transformada -en pastos y bosques- sitúa la superficie del globo transformada por la mano del hombre en torno al 5 por ciento.
Cuadro 1
La cubierta mundial
Tipo
de cubierta
|
|
|
|
Mar
|
36300
|
71,2
|
FAO
(1999)
|
Improductivo
|
5300
|
10,4
|
FAO
(1999)
|
Bosques
|
3800
|
7,5
|
FAO
(2000)
|
Pastos
|
3500
|
6,9
|
FAO
(1999)
|
Agricultura
|
1500
|
2,9
|
FAO
(1999)
|
Aguas
Continentales
|
300
|
0,6
|
FAO
(1999)
|
Suelo
Construido
|
300
|
0,6
|
SEI
(1998); Eurostat (2000)
|
TOTAL
|
51000
|
100,0
|
|
El desglose de la cubierta terrestre, prescindiendo de mares y océanos, se relaciona en el cuadro 2. El suelo transformado según este análisis suma ya el 20 por ciento (considerando 2 por ciento construido, 10,2 por ciento cultivado y parte de la extensión de pastos y bosques).
Cuadro 2
La cubierta del suelo mundial
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|
Improductivo
|
5300
|
36,1
|
FAO
(1999)
|
Bosques
|
3800
|
25,9
|
FAO
(2000)
|
Pastos
|
3500
|
23,8
|
FAO
(1999)
|
Agricultura
|
1500
|
10,2
|
FAO
(1999)
|
Aguas
Continentales
|
300
|
2,0
|
FAO
(1999)
|
Suelo
Construido (artificial)
|
300
|
2,0
|
SEI
(1998);
Eurostat
(2000)
|
TOTAL
|
14700
|
100,0
|
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Los datos europeos: el proyecto CORINE, el programa LUCAS y otros datos de Eurostat
Con independencia de los datos de la FAO, a escala continental, la Unión Europea ha desarrollado el programa CORINE[13] Land Cover (CLC). Un programa que aporta cartografía a escala 1:100.000 y establece una leyenda de 44 clases de cubierta diferentes agrupados a diferentes niveles. La aplicación del proyecto CORINE se ha completado con el desarrollo del programa LUCAS (Land Use-Land Cover Area Frame Statistical Survey) iniciado por la Dirección General de Agricultura de la UE y Eurostat. LUCAS establece una clasificación de la cubierta del suelo en 57 clases, jerarquizadas en tres niveles, que combina con 14 diferentes usos del suelo[14].
El programa LUCAS se inició, en el año 2001, con un proyecto piloto aplicado a 13 estados miembros de la UE, sin contar con Irlanda ni Reino Unido[15]. En el cuadro 3 se pueden observar las diferentes categorías de cubierta de los 13 estados miembros analizados. El dato a retener es que el 4,7 por ciento de la cubierta corresponde a suelos artificiales, un valor que supera en más del doble el porcentaje a escala mundial. Se trata de un 4,7 por ciento del que un 3,1 por ciento corresponde a servidumbres territoriales ("artificiales no construidas") mientras que únicamente el 1,6 por ciento corresponde a áreas construidas.
A escala de los 13 países analizados por la UE el porcentaje de cubierta transformada alcanza el 31 por ciento, superando en más de 10 puntos el porcentaje mundial antes comentado (cuadro 3).
Cuadro 3
Cubierta LUCAS 2001 UE-13
Tipo
de cubierta
|
|
Bosque
|
37,4
|
Cereales
|
13,0
|
Praderas
permanentes
|
12,2
|
Matorral
|
8,0
|
Zonas
húmedas
|
7,7
|
Pastos
temporales y artificiales
|
3,3
|
Tierra
desnuda
|
3,3
|
Artificiales
(no construidas)
|
3,1
|
Otros
cultivos permanentes
|
3,0
|
Barbecho
|
2,6
|
Cultivos
industriales no permanentes
|
1,9
|
Áreas
construidas
|
1,6
|
Cultivos
permanentes, árboles frutales y bayas
|
1,3
|
Tubérculos
|
0,9
|
Verduras
y flores
|
0,9
|
TOTAL
|
100
|
El detalle de los trece estados miembros estudiados[16] se desglosan en el cuadro 4 para las diferentes categorías de cubierta del suelo. De ella pueden constatarse los siguientes datos:
Los Países Bajos (Holanda y Bélgica, Luxemburgo) presentan el más alto nivel de artificialización del territorio; llegando al 14 por ciento en el caso de Holanda. Mientras que la tasa de artificialización más baja del conjunto de países corresponde a los países escandinavos con un 2 por ciento en Suecia y Finlandia.
El dominio agrícola corresponde a Holanda y Dinamarca que presentan más de la mitad de la cubierta del conjunto de su territorio. Siendo, por otra parte, los países escandinavos los que presentan el menor porcentaje de este tipo de cubierta.
La cubierta forestal domina en los países escandinavos situándose en el 61 por ciento del total; mientras que Holanda y Dinamarca presentan las menores tasas de cubierta forestal, el 10 por ciento y 14 por ciento respectivamente.
Los países mediterráneos son los que tienen un mayor predominio de matorral, característico del bioma mediterráneo con formaciones arbustivas y xerófitas; así el matorral ocupa en Grecia, Portugal y España entre el 24 por ciento y el 18 por ciento del territorio[17].
En el caso de las praderas de pastos permanentes, estas se encuentran principalmente en Alemania y Francia con un 22 por ciento y 21 por ciento respectivamente, y en el Benelux con un 30 por ciento, siendo muy poco importantes en Finlandia y Suecia.
En cuanto a la cubierta desnuda (roca descubierta) cabe destacar Austria que presenta un 10 por ciento de todo su territorio, coincidente con los abruptos relieves de los Alpes austriacos (Wrbka, 2004).
Finalmente las masas de agua continentales predominan en Suecia y Finlandia, con un 20 por ciento y 26 por ciento de total, y Holanda con un 11 por ciento.
Cuadro 4
Distribución Cubierta
del suelo por países según el programa LUCAS de 2001
Cubierta
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Artificial
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Agrícola
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Forestal
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|
Matorral
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|
|
|
Pradera
permanente
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|
Desnuda
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Agua
y zona húmeda
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El cuadro 5 informa acerca de los usos a que están sometidas las distintas cubiertas según la misma fuente. Este cuadro combina los usos del suelo en las filas con el tipo de cubierta en las columnas. Entre los diferentes usos de esta leyenda del programa LUCAS hay una serie de elementos que llaman poderosamente la atención. Seguramente el más significativo sea el hecho que el uso recreativo en la Unión Europea suponga un 3,1 por ciento del total, un referente típico de la sociedad del ocio postindustrial. Los usos recreativos se distribuyen prácticamente sobre todas las cubiertas del suelo, siendo su presencia más notable sobre las masas de agua continentales y zonas húmedas, además de las cubiertas de vegetación natural.
En el caso de los usos para infraestructuras de transporte y otras, cabe destacar que ocupan una superficie superior a las de residencia, en concreto un 2,1 por ciento frente a un 1,9 por ciento. En total ocio e infraestructuras suman el 5,2 por ciento de los usos de la sociedad urbano-industrial europea.
De todas las cubiertas analizadas, la cubierta agrícola es la que más conserva su vocación, siendo el uso agrícola prácticamente el único que se encuentra en este tipo de cubierta.
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Agricultura
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|
Forestal
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Sin
uso aparente
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|
Recreativo,
ocio, deporte
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Transporte,
comunicaciones, almacenaje, protección
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Residencial
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Otros
usos
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TOTAL
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En el Statistical Yearbook (2003: 34-41) del Eurostat aparece el análisis del cambio de cubierta del suelo y los usos del suelo para el año 2003. La publicación analiza ya los 15 estados miembros de la UE, arrojando unos datos muy similares a los que se obtuvieron en el primer ejercicio sin contar con Irlanda ni reino Unido (cuadro 6).
Los usos del suelo, para 2003, aparecen un poco más desglosados que en el LUCAS, aunque no se presenta el cruce entre usos y cubierta como en el trabajo de 2001. En cuanto a los usos del suelo de los quince, no hay grandes diferencias, aunque sí se puede profundizar en los usos de carácter artificial de los sistemas urbano-industriales europeos. Cabe destacar como el uso recreativo alcanza al 4,1 por ciento del territorio, mientras que el residencial afecta al 2,3 por ciento. A estos usos le siguen las llamadas servidumbres (transporte, servicios a la comunidad, industria, comercio, minería, construcción, agua y residuos, y electricidad) que alcanzan un nada despreciable 3,3 por ciento del total.
Cuadro 6
Usos del suelo según el
programa LUCAS de 2003
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Agrícola
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Forestal
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energética
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TOTAL
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Richards (1990) nos proporciona series históricas que permiten analizar como se ha llegado a la situación actual. Tales series reflejan, a escala europea, un cambio radical de tendencia en la segunda mitad del siglo XX. Mientras la expansión del suelo agrícola no se interrumpe, pastos y bosques incrementan muchísimo su extensión recuperando espacios que se habían deforestado en la edad media. El análisis a escala mundial muestra las cifras de expansión de los espacios agrícolas a costa, preferentemente, de las masas forestales del tercer mundo (cuadro 7).
Cuadro 7
Evolución histórica
de la evolución del suelo
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Bosques
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6215
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5965
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5678
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5389
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5053
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230
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205
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200
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952
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941
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Pastos
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6860
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6837
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6748
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6780
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6788
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190
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150
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139
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1070
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1065
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Agrícola
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265
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537
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913
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1170
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1501
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67
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132
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147
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216
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233
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En otras palabras, sin atender a otro tipo de indicadores, las tablas sobre cobertura del suelo fomentan la lectura más "optimista" desde el punto de vista de la alteración a que pueda haber sido sometida la cubierta terrestre tanto a escala planetaria como europea. De ellas podría deducirse que "menos del 5 por ciento" del globo ha sido transformado -en el sentido de intensamente artificializado- (0,6 por ciento de suelo construido, 2,9 por ciento de agricultura y parte del 6,9 por ciento de los pastos) o, con una perspectiva más "terrícola" de los mismos datos, el porcentaje de suelo transformado podría acercarse al 20 por ciento (2 por ciento de construido, 10,2 por ciento de agricultura y parte del 23,8 por ciento de los pastos). Unos datos que, a escala europea, como hemos visto, se incrementan notablemente hasta alcanzar el 31 por ciento de cubierta transformada[18].
En cualquier caso, a raíz de esta frecuentemente fragmentaria lectura de los datos, es cuando saltan comentarios del tipo "aun queda mucho por transformar" o "la faz de la tierra apenas ha sido transformada". Unas conclusiones que se verían matizadas de considerar la importancia de los espacios modificados y, como veremos en el próximo capítulo, radicalmente alteradas si consideramos el porcentaje de biocapacidad global que engulle este "pequeño" 5 por ciento del planeta.
El análisis de las influencias humanas menos tangibles
El debate surgido en los últimos tiempos en torno a la intención de hacer que el desarrollo se convierta en sostenible -con todo el seguicio de reuniones de la "ecocracia" internacional desde Estocolmo hasta Johannesburgo pasando por Río- han puesto de manifiesto la necesidad de elaborar indicadores que den cuenta del progreso o retroceso de las distintas sociedades hacia la sostenibilidad. Así han aparecido una serie de nuevos indicadores para medir el movimiento y la situación con respeto al equitativo y harmónico escenario de la sostenibilidad.
Más allá del territorio transformado, sellado o roturado, la influencia -uso- humana también puede evaluarse mediante indicadores más sutiles. El más relevante desde el punto de vista geográfico[19] seguramente sea el indicador llamado "Human Footprint"(Sanderson, 2002).
El "Human Footprint" fue elaborado por la WCS[20] (Wildlife Conservation Society) y el CIESIN[21] (Centre for International Earth Science Information Network) mediante el proyecto "Human Footprint and the Last of the Wild", dirigido precisamente a analizar el grado de alteración del planeta por parte de los humanos. El cálculo de la huella humana combina no sólo aspectos tan tangibles del impacto humano como la transformación del suelo y las infraestructuras eléctricas sino también otros menos "visibles" como la densidad de población y la accesibilidad. El indicador proporciona una idea muy fiable acerca del grado de afectación humana de la superficie de la tierra. Los resultados de los cálculos de la human footprint indican como el 83 por ciento de la superficie terrestre ha sido ajada por la mano del hombre o del mercado. Un nivel de influencia humana que se extiende al 98 por ciento de la tierra apta para el cultivo de arroz, maíz y trigo.
El "human footprint" resulta, como decíamos, de un gran interés geográfico ya que georeferencía y mapifica el grado de afectación a escala planetaria. La figura 1 nos permite comparar, a escala mundial, el diferente grado de presión humana sobre la faz de la tierra localizándose los centros de "mayor actividad humana".
Figura 1
La huella humana en la Tierra
Fuente: http://wcs.org/humanfootprint
La otra cara de la moneda, el "last of the wild" o "últimos rincones salvajes", es representada en la figura 2. En ella puede apreciarse como tan solo el 10 por ciento de las áreas naturales del planeta están "intocadas" por los humanos. Unas áreas, por otro lado, hoy en día de suma importancia para la protección de la castigada biodiversidad del planeta.
Figura 2
Los últimos rincones salvajes
de la Tierra
Fuente: http://wcs.org/humanfootprint
Aparte
de la human footprint, que, como hemos visto, ya incorpora algunos
elementos menos "visuales" que la pura cobertura terrestre, existen otros
indicadores construidos con el fin de medir la sostenibilidad. Unas
medidas e indicadores que pierden en capacidad de representación
cartográfica a cambio de ganar a la hora de cuantificar el fenómeno.
Unos indicadores más alfanuméricos que gráficos y
que se conocen con los nombres de metabolismo socio-económico o
huella ecológica. El análisis de estos indicadores ya nos
colocaría fuera de los objetivos de la presente revisión
bibliográfica sobre los cambios en la cobertura de la tierra situándonos
en el complejo tema de la sostenibilidad.
Notas
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Ficha bibliográfica
MURRAY, I. BLÀZQUEZ, M. RULLAN, O. Los cambios en la cobertura de la Tierra. Una revisión bibliográfica desde la geografía. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. X, nº 571, 15 de marzo de 2005. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-571.htm]. [ISSN 1138-9796].