Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie  documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. X, nº 584, 20 de mayo de 2005

UN FUTURO URBANO CON UN CORAZÓN ANTIGUO

Jordi Borja

Universitat Autònoma de Barcelona


Palabras clave: movimientos vecinales, participación, modelo Barcelona, urbanismo

Key words: social movements, Barcelona model, urban planning


El malestar urbano de Barcelona

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"La ciudad cambia más deprisa que el corazón de sus habitantes" así dijo, aproximadamente, Baudelaire, uno de los más sensibles observadores de la ciudad moderna. Una reflexión que siendo cierta puede llevar a la conclusión que las resistencias al cambio expresan una nostalgia de un tiempo que ya no existe, un "passeismo" (perdón por el galicismo) opuesto al progreso. Sin embargo la ciudad es un espacio que contiene el tiempo y borrar las huellas del mismo es un empobrecimiento colectivo que llevado al límite significa la muerte de la ciudad. La arquitectura sin historia, no integrada a sus entornos, no vitalizada por un uso social intenso y diverso, es un cuerpo inerte, es arquitectura-cementerio (Ingersoll). El corazón, los sentimientos y las emociones de los ciudadanos expresan el flujo vital necesario entre continentes y contenidos de la vida ciudadana.  La ciudad existe en la medida que es apropiada por sus habitantes, progresa por la interacción entre personas y grupos distintos que desarrollan algunas pautas y lenguajes comunes, se cohesiona mediante el sentido invisible que aquéllos atribuyen a sus referentes físicos que marcan simbólicamente el territorio.

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Barcelona, su gente, creo que siente un cierto malestar urbano. El encanto de los años 80, el momento mágico del 92, el consenso activo que tuvo el urbanismo de entonces es hoy pasado. No hay duda que la ciudad es hoy reconocida mundialmente como muy atractiva y ello debe redundar en la autoestima de los ciudadanos. Y tampoco es exagerado afirmar que ofrece una calidad de vida a sus habitantes que la colocan en los primeros puestos del ranking. Sin embargo el placer de vivir aquí es agridulce, los nuevos proyectos no generan el entusiasmo o el asentimiento de los de antes, el éxito en lo global no se reproduce en el ámbito local. Apuntamos una hipótesis explicativa: la desposesión. Los ciudadanos se sienten progresivamente desposeidos de su ciudad. Los grandes proyectos no parecen hechos para ellos (veáse Forum), la discutible "arquitectura de objetos singulares" no es aun un elemento identitario (veáse el sin embargo edificio de Nouvel en la desgraciad plaza de las Glorias), la ciudad "central", histórica, monumental y cívica es ocupada por turistas y las "atracciones" a ellos destinadas (veáse las Ramblas), las transformaciones en los barrios tradicionales son percibidas como operaciones de prestigio o de negocio poco acordes con las necesidades y demandas de la población residente (veáse Poble Nou-Besós y Sant Andreu Sagrera). La inmigración concentrada en barrios visibles (Ciutat vella) contribuye involuntariamente a este sentimiento de desposesión, a pesar de que contribuye a su manera a revitalizar áreas degradadas y crea unos interesantes ámbitos de diversidad. En resumen la arquitectura "for export" ha substituído al urbanismo ciudadano. La ciudad se ha hecho "global" y los ciudadanos "locales" se sienten expropiados.

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La lógica de la globalización es homogeneizadora, es la paradoja de la arquitectura "singular", tan específica que no es reproducible en sus entornos pero tan banal que se reproduce de una ciudad a otra. "Ponga un Gugenheim, o algo parecido, en su ciudad y triunfará", y a veces el resultado es bueno (Bilbao, con la obra de Ghery y el metro de Foster), con frecuencia es irrelevante, incluso puede ser ridículo en sus excesos (la Ciudad de las Ciencias y las Artes de Valencia). La homogeneización no es solo física, se instala tambien en las pautas culturales y las formas de consumo, y tambien en la transmisión de los miedos y de las incertidumbres. La reacción identitaria, la valorización de la diferencia, la recuperación o la reinvención de la historia y de la cultura "locales" es la inevitable reacción ante la homogeneización global.

La traducción urbana de la globalización es la prioridad que  las políticas públicas locales asignan a la "competitividad" global, es decir a obtener un posicionamiento favorable en los mercados globales. El objetivo es atraer inversores (con frecuencia capitales volantes) o turistas, conseguir que se implanten algunas empresas "globales" (si es necesario se venden, a buen precio, fragmentos de ciudad que constituyen enclaves) y ofrecer una imagen "atractiva2 para públicos-objetivo que se supone buscan lo conocido. El resultado es la banalización de los espacios urbanos (urbanalización según el geógrafo Paco Muñoz), la segregación social  y funcional del territorio y el aumento de las desigualdades. El espacio público y la mezcla de población y actividades que caracterizan a la ciudad y la hacen compleja es substituída por los parques temáticos y un zoning desintegrador e insostenible a escala regional o metropolitana.

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En Barcelona encontramos un paradigma materializado de la utopía capitalista urbana, un proyecto urbano convertido en metáfora de lo indeseable: la poco afortunada operación Forum precedida de la lamentable realización urbanística de Diagonal Mar. Primero se vende un localización estratégica para la ciudad a un grupo privado externo (Hines, de EE.UU) que crea un enclave inmobiliario con un monstruoso centro comercial adosado. Es la triple negación del espacio público: la Diagonal se pierde como paseo a medida que se acerca el mar, las torres residenciales solo generan vacío en su entorno, el interesante proyecto de parque (Miralles-Tagliabue) se pervierte para dificultar el tránsito de personas del entorno y favorecer la privatización de su uso.

La operación Forum hay que reconocer que en su origen era bien intencionada. Crear un área de "excelencia" que irradiara positivamente sobre su entorno de mala urbanización y socialmente problemático. Y se añadía un interesante complemento: tratar las infraestructuras (depuradora, incineradora) como arte, convertirlas en sustrato de una operación urbanística de gran nivel. La débil concepción urbanística, marcada por un enfoque de parque temático para congresistas y turistas (hoteles, palacio de convenciones) y por la incapacidad de formalizar un espacio atractivo, no pudo imponerse al escaso éxito ciudadano del Forum planteado como lanzamiento del megaproyecto ni al fracaso arquitectónico de su edificio emblemático (los arquitectos Herzog y de Meuron aparentemente no pusieron el mismo  interés y acierto que el que tuvieron en el Tate Modern de Londres). Por ahora se ha impuesto la lógica del capital inmediatista, del enclave segregado y especializado y de la ostentación gratuita.

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Los fracasos de unos proyectos una vez realizados, los efectos perversos mediatos de otros proyectos exitosos en lo inmediato o las formas dominantes de desarrollo urbano en las ciudades que no resisten bien o no saben utilizar con inteligencia las presiones globales, no son resultado de la incapacidad de la cultura urbanística. Simplemente resultan de la hegemonía de una cultura mercantilista y especulativa y de la debilidad o complicidad de los poderes públicos y, tambien pero no siempre, del divismo o de la sumisión de los profesionales.

Hoy la cultura urbanística posee conceptos, instrumentos y experiencias para orientar una transformación positiva, integradora y dinamizadora de la ciudad, el "hacer ciudad sobre la ciudad".

Apuntamos a continuación algunos criterios y líneas de acción.

En primer lugar: priorizar el "reuso", la reconversión de los usos obsoletos de la trama y la edificación existentes y limitar los derribos masivos. Actuar sobre el espacio público, la estética del entorno, la mejora de la urbanización básica (agua y saneamiento, energía, alumbrado, pavimentación, limpieza) y la accesibilidad interna y externa.

Segundo: atraer nuevas actividades pero tambien modernizar las actividades o funciones propias del área objeto de intervención. Apostar por la formación de la población residente para capacitarla para la innovación y la adecuación a las actividades nuevas o renovadas. Mantener o crear las funciones residenciales y comerciales que son condición necesaria de la vitalidad urbana.

Tercero: dar calidad al ambiente social, aumentar la seguridad, la oferta cultural y lúdica. Estimular la vida asociativa y la iniciativa social. Dar protagonismo a los habitantes tanto para asumir nuevas actividades como para facilitar la integración de los recien llegados. El urbanismo debe contribuir a crear lazos convivenciales.

Cuarto: la elaboración de los proyectos y programas, la gestión de las actuaciones y de los servicios deben tener una fuerte dimensión participativa. Reconocer que la identidad del territorio y la adhesión de su población a su historia puede ser un factor movilizador de recursos humanos para una transformación positiva.

Y quinto: apostar siempre por la diversidad y la mezcla de poblaciones y de actividades, por la especificidad física y cultural de cada área de la ciudad, por su valor diferencial. Pero también por la articulación con el conjunto complejo de la ciudad actual, es decir promover la relación física, funcional y simbólica entre las diferentes áreas de la ciudad metropolitana.

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La transformación de la Barcelona actual, de la última década, ofrece un panorama contradictorio. Por una parte lo que se ha llamado el "modelo Barcelona" expone un discurso que es muy similar a los criterios que acabamos de exponer. Por otra parte la práctica política local de los últimos años, por voluntad consciente o por impotencia ante las dinámicas del mercado y las presiones u omisiones de los poderes políticos superiores, ha producido efectos contrarios a los deseables, o incluso se ha basado en  presupuestos opuestos (ejemplo operación Forum-Diagonal mar). Tres zonas hay en Barcelona que hoy permitirán definir la orientación urbanística hegemónica: Ciutat Vella, Sant Andreu-Sagrera y Poble Nou-Front marítim-Besós.

Estas tres áreas de la ciudad en pleno proceso de transformación serán un excelente paradigma para evaluar hacia dónde va la ciudad, su urbanismo y la propia sociedad urbana. Y aquí volvemos a nuestra hipótesis de la "desposesión".

No es casual que precisamente en estos tres territorios se haya producido tanto un renacimiento innovador del movimiento asociativo como una efervescencia de debates más o menos críticos en el plano intelectual, profesional y político.

El movimiento asociativo de base territorial no solo ha implicado a las asociaciones de vecinos, tambien a otras entidades, antiguas o de reciente creación, a colectivos informales y a ciudadanos que se han movilizado regularmente para debates o acciones revindicativas o de protesta. Lo que nos llama especialmente la atención son dos aspectos. Primero: la capacidad para construir plataformas o coordinadoras que reunen a barrios contiguos que se enfrentan a la misma situación (y oportunidad) de cambio, así como la aparición de nuevos liderazgos. Y segundo: la capacidad de construir un discurso crítico y propositivo que utiliza muchas veces con inteligencia los valores que orientaron y legitimaron el urbanismo barcelonés de la democracia para oponerse a algunos de los proyectos y actuaciones del presente.

Este discurso crítico nos parece que se sustenta en la crítica a la desposesión, o si lo prefieren, en la aspiración a la reapropiación del territorio, de su identidad y de su cohesión. Del Raval a La Mina, del Poble Nou a Sant Andreu, los mismos temas aparecen.  La vivienda (para los residentes y sus familias, además de las destinadas o otras demandas) y los equipamientos y servicios locales, es decir destinados a la población del territorio. La calidad del espacio público, su ampliación y mantenimiento, la convivencia y la seguridad en un sentido amplio. La supresión de las fronteras, visibles e invisibles, la articulación de las distintas partes del territorio, la accesibilidad y la visibilidad del conjunto. La formación de la población para nuevas o renovadas actividades y los programas sociales integradores. La preservación de los elementos identitarios, del patrimonio físico y cultural, de las tramas y de las relaciones sociales.

La denuncia del urbanismo especulativo, del negocio a cualquier coste colectivo, de la arquitectura aparatosa, de la fragmentación y segregación urbanas, de la ausencia de proyectos de calidad destinados al ámbito local (y no al público "externo"). El discurso sobre los derechos  ciudadanos se hace más complejo, la reivindicación vecinal inmediata y casi particularista se combina con el discurso sobre el proyecto de ciudad, casi de vida.  Se asume la confrontación cívico-política, se pide díalogo y concertación a las administraciones públicas, se denuncia la arrogancia del poder, se recupera y se desarrolla el discurso participativo.

Este renacimiento asociativo encuentra apoyo y legitimación en la progresiva crítica intelectual y profesional a algunos (o bastantes) de los proyectos urbanos de la última década, a su concepción en unos casos y a su implementación en otros. En Ciutat Vella ha prevalecido una crítica más ideológica y minoritaria, denunciadora de una "gentrificación" relativamente modesta y de algunos proyectos considerados "especulativos" mientras que la población se preocupa de problemáticas más inmediatas (y si me lo permiten más reales) sobre la vivienda, la pobreza,  la limpieza y la seguridad en el espacio público y la convivencia entre poblaciones distintas.  En Sant Andreu-Sagrera el debate ha sido hasta ahora entre instituciones por una parte (proyecto Estación Sagrera) y entre vecinos y ayuntamiento (urbanismo local: equipamientos y vivienda). Ahora, ante el desarrollo del Plan Sant Andreu-Sagrera el debate intelectual y profesional adquirirá mayor relevancia. Como ya ha ocurrido en Poble Nou-Besós, sobre el Forum, la fragmentación de los planes y actuaciones en la zona sud-oeste, el desarrollo del 22 arroba, el patrimonio industrial, la recuperación de oficios y habilidades para la renovación económica, las tramas urbanas y la inserción del urbanismo de torres, etc.

En resumen, vivimos un momento de confrontación de valores culturales, de políticas y derechos ciudadanos, de modelos urbanos, de modos de gestión y de participación.

Una conclusión justificativa del título

El título de este artículo se inspira en el hermoso libro de Carlo Levi (el autor de Cristo se detuvo en Eboli): El socialismo tiene un corazón antiguo. Y el artículo es deudor de las páginas que dedica Maurice Halbwachs a la memoria inscrita en las paredes de la ciudad (en su libro sobre La memoria colectiva), de los trabajos y debates del grupo de profesionales que animan entre otros Joan Roca, Mercé Tatjer y otros sobre el patrimonio industrial, de los documentos y posiciones públicas de líderes vecinales del Poble Nou, de Diagonal mar (vell), de La Mina, de Sant Andreu, de las plataformas territoriales de la Ribera del Besós, de Ciutat Vella, de Sant Andreu-Sagrera. Y de los debates promovidos por la FAVB (Federació Associacions de Veins de Barcelona) y su revista La Veu del Carrer, el MACBA, el Col.legi d'Arquitectes. Y por los que tuvieron lugar en el marco de la excelente exposición Quórum.

Permitan que para terminar vuelva de nuevo al tema de la desposesión y de la reapropiación del territorio por los ciudadanos. Las demandas de vivienda para los residentes, de equipamientos y servicios para el barrio, de accesibilidad y de visibilidad externas y de integración interna, de preservación de tramas y edificios, de recuperación (modernizada) de actividades y de oficios, de imagen, tramas, monumentalidad y cultura urbana específicas, etc todo ello responde evidentemente a necesidades particulares y colectivas inmediatas y en muchos casos tambien a adhesión a un pasado más o menos idealizado y a las incertidumbres y temores respecto al futuro. Pero estas necesidades, estos sentimientos de adhesión a elementos del pasado, estos miedos al futuro no solo son comprensibles y legítimos, tambien pueden ser un factor de transformación, de movilización y de integración positivas.

Las reacciones sociales y las críticas intelectuales que hemos sintéticamente relatado expresan un malestar ante una desposesión que no por el hecho de ser vivida subjetivamente tiene aspectos muy reales, muy "objetivos" que  cuestionan por lo menos en parte las políticas públicas y en especial el urbanismo barcelonés reciente. Se hace "ciudad" hacia fuera, para consumidores externos. Se hace urbanismo buscando inversores que hagan proyectos para demandas solventes que fragmentan la ciudad y la sociedad. Se ha tenido poca sensibilidad hacia el patrimonio físico y social, en especial a lo que es la herencia de la sociedad industrial y de la Barcelona trabajadora. Se ha mantenido la dicotomía entre la ciudad-municipio y la ciudad metropolitana con lo cual las migraciones de los jóvenes hacia los municipios del entorno se viven como expulsión, como deportación. Se ha exagerado hasta la saciedad la arquitectura espectáculo y el discurso triunfalista. Se ha tardado mucho, y se han perdido gran parte de las oportunidades posibles, en plantearse la cuestión de la vivienda en la ciudad. El poder político municipal se ha caracterizado por su nula capacidad de autocrítica, mal substituída por la autosatisfacción y la arrogancia.  Ahora se quiere volver a los barrios. Nunca es tarde, aunque puede confundirse con el  electoralismo.  Sin embargo el difuso malestar urbano y el renacido ambiente crítico requiere algunas respuestas que no dependen únicamente de las buenas intenciones municipales.

Si aceptamos la hipótesis de la desposesión es legítimo y necesario plantearse entonces la movilización social y  las consiguientes respuestas políticas para hacer posible la reapropiación. Y para que esta dialéctica no se resuelva únicamente en función de relaciones de fuerza locales con el riesgo de la arbitrariedad y del trato diferenciado se requiere replantearse los derechos de la ciudadanía. Se trata de desarrollar conceptos como el derecho a la ciudad, al lugar, a permanecer allí donde se eligió vivir, al espacio público, a un entorno que transmita certidumbres y sentidos, a la movilidad, a la centralidad, a la formación continuada, a la identidad socio-cultural específica, al salario ciudadano, a la participación deliberante y al control social de la gestión urbana... Hoy los ciudadanos se plantean demandas y revindicaciones que para ellos son vitales, que forman parte de su proyecto de vida y de su forma de ser ciudadanos pero que no tienen casi nunca un marco legal en el que sustentarse, puesto que en el mejor de los casos se trata de derechos programáticos genéricos y por lo tanto muy interpretables.

Mientras tanto conviene insistir en algo que nos parece fundamental en nuestra época: la importancia de la resistencia a la globalización mercantilista, dominada por gobiernos imperialistas y empresas multinacionales sin otra alma que el negocio, caracterizada por procesos culturales homogeneizadores y empobrecedores y por procesos políticos cada vez más alejados de ciudadanos y territorios. Una resistencia que encuentra su base de apoyo en los ámbitos locales, en los lugares con significado, en los espacios de esperanza. Estos espacios son aquellos que poseen historia y memoria, identidad y cohesión socio-cultural. Solamente sociedades complejas pueden ser dinámicas e integradoras. El corazón antiguo es el más fuerte para construir el futuro.

Nota

Texto de la conferencia del autor en Expo-Quorum, Barcelona, diciembre de 2004
 

© Copyright: Jordi Borja, 2005
© Copyright: Biblio3W, 2005

Ficha bibliográfica

BORJA, J. Un futuro urbano con un corazón antiguo. Biblio 3W, Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. X, nº 584, 20  de mayo de 2005. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-584.htm]. [ISSN 1138-9796].


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