Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
(Serie documental de Geo Crítica)
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. 
Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XI, nº 672, 30 de agosto de 2006

La ordenación del territorio como tarea discursiva. Una tesis doctoral de Liliana Fracasso

José Luis Ramírez González
Catedrático de teoría de la acción, adjunto a la Institución de Arquitectura del Paisaje
Universidad Agraria de Suecia


Palabras clave:  discurso de la planificación, gestión participativa, teoría del discurso

Key words: planning discourse, participant management, discourse theory



 

Liliana Fracasso es una arquitecta italiana cuya tesis doctoral, presentada en el Departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona, versa sobre la  participación en los procesos de planificación, un tema cada vez más advertido por los investigadores y planificadores del territorio, aunque todavía no parece haber hallado su perspectiva metodológica.

Para el desarrollo de su tesis, Liliana estudió dos proyectos concretos: el proceso de debate de la Agenda 21 de Cartagena de Indias en Colombia (1989-1995) y el que se sostuvo con motivo de la planificación del Parque del Montseny de Cataluña 1970-1971 renovado en 1994. La tesis doctoral es de gran volumen: dos tomos con un total de 700 páginas y un anexo de documentación de 170. La base empírica de la tesis es pues una descripción detallada de las vicisitudes y del proceso discursivo generado con motivo de los dos “casos” de planificación elegidos, con la finalidad teórica de mostrar la relevancia de una concepción deliberativa de la planificación (también llamada “giro lingüístico” en la teoría de la planificación) y de la aplicación de la moderna teoría del discurso para la comprensión y evaluación de dichos procesos.

Colijo que se me propuso como miembro del tribunal de dicha tesis, entre otras cosas, porque su temática hace relación a las tareas profesionales y académicas que he venido desarrollando en Suecia. Mi comentario de una tesis de esta índole, sobre temas que me han ocupado a fondo, parecerá, por así decir, “una de cal y otra de arena”. Pues apreciando positivamente el que una persona haya dedicado tanto tiempo e interés a una tarea investigadora tan deseable en la universidad actual, no puedo dejar de aprovechar la oportunidad de señalar qué derroteros son necesarios seguir para completar la visión de esta tesis en una dirección fructífera. La autora de la tesis nos hace partícipes de un intrincado recorrido teórico y metodológico, que muestra claramente lo que supone la tarea de buscar, entre varios, un método todavía no establecido en una tema de gran actualidad:

"Evidentemente – escribe en su presentación  (p. 21) –  las premisas de la investigación doctoral fueron muchas y alimentadas por cuestiones diversas y afines, construidas alrededor de experiencias concretas de trabajo interdisciplinario y, por momentos, verdaderamente participativo. Por esta razón, tratándose de dar continuidad a estudios esencialmente empíricos, fue difícil situar la problemática de la Tesis doctoral en un único marco teórico. El reconocimiento de un argumento “central” sólido de la Tesis no fue inmediato y la herencia de las aproximaciones heurísticas de tipo exploratorio-constructivo, me abrieron caminos en varios campos disciplinares dificultando el reconocimiento del hilo de mis argumentaciones".

En otro párrafo inicial (p. 33) dice la autora: "Cabe advertir que el capítulo 1 en realidad retoma los resultados de una investigación bibliográfica realizada al comenzar la Tesis. Su lectura puede resultar en parte tediosa ya que se trata de una larga clasificación de las aportaciones de cada referencia bibliográfica reseñada". (comentario que podría hacerse extensivo a una buena parte del tomo I ).

No es fácil elaborar una tesis de esta índole, en una materia no dominada habitualmente, en cuatro años. Pero las normas académicas vigentes no conceden siempre el tiempo suficiente para poder llevar a cabo una tesis de la ambición de ésta. Más tiempo y mejores medios, hubieran permitido una elaboración y un reajuste apropiados. Una tesis que se va a ocupar del discurso de la planificación, que exige el complemento de una formación arquitectónica con una formación lingüística suficiente para esa tarea, exige mayor tranquilidad y tiempo de reflexión. Pues no se trata además de una tesis sobre el discurso, sino de una elaboración discursiva adecuada de la propia tesis.

¿Cuál es la tesis sostenida en la tesis?

En español se sigue denominando “tesis” al documento con el cual se obtiene el grado de doctor. Cabe por lo tanto preguntarse si la autora de este trabajo doctoral ha tratado de demostrar la vigencia, valor o veracidad de una tesis (como hacían los doctorandos de otros siglos) o si el fin alcanzado – sea cual fuere el fin propuesto inicialmente – se limita a “plantear” una tesis, es decir a proponer o iniciar un camino viable para la investigación de estos temas en el futuro. Con otras palabras: ¿es la “tesis” formulada en esta tesis un punto de partida  o una conclusión? ¿Se trata en ella de demostrar algo (quod erat demonstrandum)o de llegar a una conclusión (quod erat inveniendum), por más que esta suponga la apertura a un camino de investigación?

“No hay camino; se hace camino al andar” como diría el poeta. La elaboración de una tesis doctoral está sometida a vicisitudes, experiencias e ideas que van surgiendo en su transcurso, sugiriendo y hasta imponiendo el planteamiento y resolución de problemas no previstos y el establecimiento de soluciones no imaginadas. La autora de esa tesis se planteó inicialmente como tarea, según parece, la de entender lo que es un proceso de planificación, eligiendo para ello como ejemplos (en los cuales basar sus conclusiones generales) los dos casos o procesos concretos mencionados. Pero a la base de ese estudio se halla la pregunta de qué sea la planificación y cómo se debe abordar un proceso de planificación para entenderlo, estableciendo métodos adecuados.

Quizá sea de interés señalar que el tema doctoral que Liliana Fracasso se planteaba el año 2002 era ”Planeación comunitaria y participación en los procesos de decisión” con aplicación concreta a los dos casos mencionados (Cartagena y Montseny). Por alguna razón, el título definitivo de la tesis quedó reducido a “La participación en los procesos de planificación” (ejemplificada en los dos casos mencionados), con lo cual toda la problemática de la teoría de la planificación a que aludía el proyecto inicial quedaba excluída. Para quien se adentra en la lectura de dicha tesis surge repetidas veces una pregunta fundamental: ¿Es la participación un integrante necesario e incluso esencial de una planificación comunitaria que merezca ese nombre? ¿O se trata simplemente de la elección de una forma de planificación entre otras igualmente válidas? Dilucidar esto habría requerido, naturalmente, una investigación mucho más larga  y detallada que lo que permitía el tiempo de elaboración de la tesis, acerca de lo que sea la planificación como tal. Cuestión que el texto de la tesis suscita  varias veces, sin poderlo afrontar de lleno una vez por todas. Se habría necesitado una tesis doctoral complementaria que aclarara el sentido de la planificación, allanando el camino para el estudio concreto que la tesis presentada ha afrontado.

La introducción de la participación ciudadana en los procesos de planificación no deja de crear cierta contradicción entre lo que supone una democracia directa, en comparación con una democracia representativa, problema que la autora insinúa en algún momento pero sin poder detenerse en hacer un análisis a fondo de esa problemática, cuyo valor es esencial para un proceso de planificación eficaz, según cómo se entienda dicha “eficacia”. (Liliana usa alternativamente los términos de “eficacia” y “eficiencia”, cuya diferencia, no aclarada, sería interesante estudiar).

Se trata de dilucidar si la participación es una mera cuestión éticosocial (democrática) o una cuestión de conocimiento adecuado. Puede tratarse incluso de ambas, pero una mayor precisión influiría en las formas de organización del diálogo participativo, cosa de la que yo podría hablar con base a mi propia experienca personal, habiendo sido responsable de la planificación de una municipalidad sueca por los años 70.

Preguntarse qué es la planificación es quizá semejante a la pregunta que San Agustín se hacía sobre “ el tiempo”. Si nemo ex me quaeret, scio; si quaerenti explicare volo, nescio (“Si nadie me pregunta lo que es, lo sé, pero si me preguntan lo que es y quiero explicarlo, no lo sé”). Liliana dedica muchas páginas a merodear diferentes concepciones de la planificación, sin que se obtenga un esquema muy claro. Habría sido aconsejable limitarse a hacer una exposición sumaria, siguiendo por ejemplo la que hace John Friedmann en su libro sobre la planificación en el ámbito público. O hacer un resumen, enumerando algunos rasgos característicos de las diferentes teorías existentes: la teoría racional, el incrementalismo, la implementación, la teoría estratégica, la teoría abogacial, la teoría generativa, la planificación por negociación y la teoría denominada “de la acción comunicativa” que desemboca en la planificación discursiva. Siendo ésta última concepción la meta a la que se dirige la autora de la tesis, cabría haberse extendido algo más, pero no demasiado, en la presentación de dicha teoría y en las razones por las que la defiende. Cabe preguntarse porqué la teoría del discurso de Habermas es la más adecuada para entender la planificación. Lo cual lleva de nuevo, en cierto modo, a considerar qué es la “planificación”. ¿Es la planificación una forma de conocimiento o una forma de acción? Y ¿qué tiene el discurso que ver en todo eso? La referencia que hace la tesis a Habermas y a Patsy Healy suena más a postulado que a teoría fundamentada.

Quiero, no obstante, destacar y elogiar el haber tomado en consideración la posición y actividad de Patrik Geddes. En este punto es lástima que la autora – que parece simpatizar con el modus operandi de Geddes – no haya dedicado todavía más atención a la descripción y análisis de esa posición planificadora, esa actitud humanista que integra al investigador en el propio proceso discursivo, actitud que la misma autora ha mantenido en su tarea, no conformándose con la mera participación observadora y distanciadora  de los etnólogos (con los prejuicios metodológicos que eso supone) sino adoptando más bien la actitud integracionista de los antropólogos y de ciertos predecesores del estudio del discurso humano como Sapir y Whorf.

Una pregunta que surge como consecuencia de todo lo dicho es si la planificación es mero discurso o algo más. Dicho de otro modo: ¿es el discurso un método de planificar o de entender la planificación o es el discurso la planificación misma? No estoy seguro de que Healy y Forester, en secuencia del tan loado como abstruso Habermas, hayan aclarado la cuestión, como muchos partidarios del “giro discursivo” aseguran. Parece que esos autores nos recomiendan que “hay que usar el diálogo en el proceso de planificación”, considerando todo tipo de intercambio discursivo como diálogo y dando por supuesto que cualquier diálogo (sea cual fuere la calidad de éste) va a hacer la planificación más eficaz y más conforme a sus fines. No habría venido mal mezclar a autores como Gadamer en el asunto.

Ahora bien, ¿por qué es el diálogo humano tan positivo para la planificación? ¿Es simplemente porque cumple con las exigencias de la democracia moderna? ¿o existen razones que afectan a la calidad del conocimiento y por ende a la efectividad de la planificación? Sería valioso dilucidar claramente la postura de la tesis sobre esta cuestión y los motivos de ella. Pues la opinión de Patsy Healy, a la que Liliana parece adherir, se me antoja (como la de Habermas) un tanto idealizante. Cosa que también Liliana advierte, por lo menos una vez, de pasada. La idea de la planificación discursiva parece dar por supuesto que basta con que hablemos unos con otros para que todo salga mejor y que “el mejor argumento” (“¡quién lo ha visto y quién lo vio!”) siempre va a convencer, sin dilucidar cómo se elabora el mejor argumento, qué es la convicción y cuáles sus instrumentos.Tanto Healy y  Forester como su mentor Habermas parecen considerar el uso del lenguaje como algo bueno en sí. Ahora bien: si ese planteamiento es un tanto idealista ¿cuál es entonces el planteamiento realista?

Una mirada retrospectiva al análisis hecho en la Política de Aristóteles acerca de ese invento griego que llamamos “democracia”, pondría de manifiesto que la democracia como participación de todos los ciudadanos no siempre conducía a una sociedad mejor o, diríamos, a una planificación mejor de la sociedad. Si las cosas van mal, la democracia puede convertirse, según Aristóteles, en demagogia o populismo. Aristóteles reserva la denominación de politeia para lo que nosotros llamaríamos democracia auténtica. Es decir que la democracia no es un postulado (como ha venido a concebirse en la sociedad moderna), sino un teorema. Y si todo consiste en que el diálogo es absolutamente necesario, todavía queda por dilucidar cuándo ese diálogo es bueno y aceptable. O bien, supuesto que el diálogo sea algo bueno: ¿cuándo estamos ante un verdadero diálogo? No basta pues con el uso de las palabras, se trata de su buen uso. Pues una condición de la actuación humana – y dialogar es una forma de actuación – es el tratar de actuar bien, pudiendo sin embargo actuar mal. Y la problemática del bien y del mal es más compleja de lo que parece [1] .

Dos cuestiones deberían dilucidarse en relación con una tesis de esta índole: una es la diferencia entre diálogo y discurso, que no son exactamente lo mismo, y la otra la diferencia entre el “todos” y el “cada uno” que es uno de los ejes metonímicos  que a menudo oscurecen el discurso social y la comprensión de su valor.

Otra cuestión, derivada de las anteriores, sería: ¿Debemos ver la planificación desde un punto de vista instrumental o desde un punto de vista ético? Si de las dos formas, hay sin embargo que saber distinguirlas y no mezclarlas de cualquier manera. Que esa es la cuestión de la hoy tan cacareada “sostenibilidad”. Es precisamente para poder entender qué modalidades de diálogo se establecen y cómo se ejercen, que se hace precisa la elaboración de un conocimiento del discurso, es decir de cómo los diálogos se manifiestan y desarrollan. Pues tampoco la significación de la palabra “diálogo”, que algunos confunden con un “duólogo” o comunicación entre dos, es tan clara. Por supuesto que el lenguaje, por esencia, presupone una pluralidad de parlantes, pero diálogo significa en principio “a través del logos”, es decir que el entendimiento se realiza a través del discurso. Lo cual requiere que el discurso sustente ciertas cualidades.

El mismo Aristóteles se ocupó a fondo de estudiar cómo actúan los humanos a través del lenguaje y qué problemas trae esto consigo o qué trampas hay que advertir para no caer en ellas. Y si no desenmascaramos la ambigüedad de la lengua, que confunde a menudo la acción con las cosas que produce, el verbo con el sustantivo y la forma con la función (Mauthner, Nietzsche, Cassirer), no nos aclararemos nunca.

Toda esa problemática puede explicar el hecho de que ninguno de los dos procesos planificadores estudiados en la tesis (Cartagena y Montseny) llegaran a un fin perseguido y adecuado. La autora hace un gran esfuerzo por mostrarnos porqué. La descripción que hace de esos casos es tan rica en detalles y tan perspicaz que ofrece una buena base para desentrañar los problemas del proceso democrático al que yo apunto. Por ejemplo: la documentación que describe las deliberaciones de los grupos de trabajo del proyecto de Cartagena de Indias es, a mi juicio, el documento de la tesis que mejor formula los problemas de un proceso de planificación como ése y llega en algunos casos a ofrecer un buen análisis de los obstáculos que la planificación conlleva.

Abundando en la dilucidación de qué sea propiamente la planificación, pues es dificil en otro caso saber lo que es la buena planificación, es conveniente dilucidar la articulación de conocimiento y acción, que parecen integrar eso que llamamos planificación, advirtiendo que al hablar de acción lo que una tesis doctoral debe propiamente buscar es un conocimiento de dicha acción.

Preguntando en otros términos:¿no supone acaso la planificación un conocimiento de los hechos (de lo dado) adaptado a un conocimiento de la acción (de lo que está por hacer)? ¿No es el concepto de posibilidad un concepto central de inevitable importancia en la dialéctica de esos dos integrantes de la planificación? ¿No existe quizá una cierta analogía entre la relación conocimiento de los hechos / conocimiento de la acción y la disyuntiva que Liliana estudia en el cap. II de la III parte, siguiendo a J. M. Bermudo, entre la concepción mecanicista y la concepción teleológica aristotélica? Pues si bien la teleología como explicación de los hechos naturales o ajenos a la voluntad humana, parece incompatible con un conocimiento científiconatural realista y útil, dicha teleología no es sin embargo ajena a la explicación de las acciones humanas. Hablar de la Física de Aristóteles sin leer también su Ética – sobre todo si de planificación de trata – no es justo. Francis Bacon decía que “saber es posibilidad” (más bien que “poder”, como algunos lo han entendido). Y los antiguos decían que “Natura nisi parendo non vincitur” (No es posible dominar la naturaleza sin obedecerla).

Juzgo que es difícil entender lo que sea la planificación y porqué ésta precisa del discurso deliberativo si no atendemos esa dualidad de saber y poder, de un conocimiento de los hechos (lo causado y racional) y un conocimiento de la acción (lo motivado y razonable), o sin advertir que la pregunta “¿por qué?” tiene dos significados y supone dos formas de explicación, es decir que busca dos especies (diferentes aunque complementarias) de conocimiento: la de aquello que no puede ser de otra manera y la de aquello que puede ser de otra manera.

Quiero hacer aquí un inciso opinando que la excelente exposición de la concepción de la naturaleza que la autora hace, rindiendo tributo a los trabajos de Horacio Capel y otros autores, es un texto autónomo muy bueno. Digo “autónomo” porque, como integrante de la tesis, la autora podría haber resumido y concentrado bastante su contenido, completando esas consideraciones con una sumaria investigación de la concepción del hombre y de la acción social en el pensamiento europeo. Yo le hubiera recomendado incluir en sus lecturas algún texto de François Jullien y sus comparaciones entre el pensamiento chino y el greco-occidental, lo cual hubiera esclarecido algunas cosas [2] . En cualquier caso: la Ética, la Política y la Retórica de Aristóteles, entre otras, habrían podido aportar un grano no insignificante de arena a la comprensión de los casos de planificación que Liliana Fracasso contempla desde el rasero de la concepción natural. Pues el problema de la contraposición entre mecanicismo causalista y teleología o intencionalidad es que los seres humanos de épocas en que dominaba el mythos (la explicación narrativa), reducían la visión natural a una visión semejante a la social, considerando los fenómenos naturales como consecuencia de la acción de dioses o fuerzas sobrenaturales. En el pensamiento dominado por el logos y por la escritura (Walter J. Ong), en cambio, se fue desarrollando la perspectiva opuesta, considerando incluso la acción humana de un modo behavourista, como si las acciones humanas fueran hechos estudiables de modo semejante a los que nos muestra la naturaleza. La diferencia metodológica entre positivismo y hermenéutica, habría encajado muy bien en el esclarecimiento de todo esto.

Habermas critica la unilateralidad característica de la mentalidad ilustrada. Y el problema no es que se haya ignorado totalmente la existencia de dos visiones o perspectivas (la del estudio de los hechos y la de la acción o, si se quiere, de los valores). Pero al contraponer la una a la otra, se ha venido aplicando la lógica matemática del principio de tercero excluído, cuando lo razonable es una combinación de ambas perspectivas, sin la cual no hay entendimiento alguno de la acción humana y social y por ende de lo que sea la planificación comunitaria y su proceso. Es lo que también Habermas expresa a su modo, al hablar del mundo del sistema y el mundo de la vida.

Si la planificación en sentido estricto tiene que ver con algo es justamente con lo teleológico,  con la finalidad. No con lo mecánico, no con la causalidad, aun cuando esta última sea condición sine qua non de lo primero, es decir el fundamento de la posibilidad de actuar. Pues el hombre no es libre en sentido absoluto. El hombre se ve obligado a elegir, lo cual es algo distinto de la libertad de que habla el liberalismo. Si la libertad humana de elección fuera absoluta, la retórica sería innecesaria. Y si la ciencia precisa de la lógica, la acción social (una de cuyas manifestaciones es la planificación comunitaria u ordenación del territorio) precisa de la retórica.

Por lo tanto, si equívoco resulta aplicar la teleología a la explicación de lo natural, más equívoco resulta – y ese es el problema de varias teorías modernas de la  planificación y de la economía política – explicar las acciones humanas como mera causalidad. El ilustre compatriota de Liliana Fracasso, Giambattista Vico, que echo en falta en su bibliografía, sostenía la tesis anticartesiana del factum verum, explicando que “el ser humano sólo puede entender lo que él mismo ha creado, lo demás sólo lo entiende Dios”. Pero desgraciadamente parece ser el cartesianismo el que en definitiva sigue dirigiendo la concepción de la planificación.

Un problema que atraviesa constantemente la tesis de Liliana Fracasso y al que – sin identificarlo con una denominación unívoca – regresa la autora constantemente, es el problema de lo que yo llamaría “presupuestos del discurso” que, con una acepción general, podrían también llamarse dóxa o tópica. Se trata de aquello con lo que pensamos y hablamos pero en lo cual habitualmente no pensamos. Es decir: los puntos más o menos inconscientes de apoyo y de partida de nuestro discurso cotidiano, constitutivos de las ideas básicas y de las formas de organizar nuestra argumentación e incluso la manera de elegir nuestra expresión y nuestra temática. En el transcurso de la tesis alude su autora a este problema con una serie de denominaciones diferentes: concepción, concepción política, narrativa, ideologías, lógicas históricas, representaciones, construcciones discursivas, formaciones discursivas, discurso dominante, semántica del discurso, semántica local, semántica global, temática, representaciones, representación social, representaciones territoriales, imaginarios, imaginario urbano, construcciones discursivas, etc. etc. Sólo en dos o tres ocasiones utiliza la palabra “tópica”. Si identificamos ese fenómeno en una denominación unívoca y genérica (que a mi juicio es la tópica) podría establecerse un esquema analítico de sus diferentes especies. Pues, como dicen los autores de la Topikforschung alemana, cabría hablar de una tópica formal y una tópica material.

En el tomo II de la tesis se ocupa la autora de desentrañar las diferentes ideas de la naturaleza que caracterizan la evolución del pensamiento occidental y que influyen, por ejemplo, en la discusión del diseño y uso futuro del parque del Montseny. Pero junto a esas concepciones específicas del ser, hay también concepciones tópicas del futuro y del deber ser, como por ejemplo la confianza moderna en el progreso – que la autora pone en contraste con concepciones pesimistas –, pero sobre todo las concepciones o principios de acción que nos inculca la cultura en que nacemos. La tradición, la llamada mentalidad, el lenguaje o vocabulario, las preguntas típicas, las expresiones y giros que se eligen para una u otra cosa, las afirmaciones prejuzgadas, los esquemas lógicos que damos por supuestos, todo ello son elementos tópicos, elementos conectados con el “cómo” más que con el “qué” [3] .

Todos usamos palabras como “teoría” o “análisis” sin reflexionar en lo que decimos y en que esos términos no descubren nada, sino que lo inventan. Cuando Jullien nos hace saber que los chinos carecían de un concepto como el occidental de “teoría”, nos hace además pensar que el hablar de teorías no es nada “natural” y que se puede desarrollar toda una técnica avanzada sin teorías preconcebidas o prefijadas, como un “learning by doing” (learning, reflexion and change) de ese “reflective practicioner” de que habla Donald Schön.

No se trata solamente de ideas nuevas implantadas, sino a veces incluso de ideas, distinciones o formas de pensar perdidas. Si supiéramos entender, por ejemplo, la distinción aristotélica entre praxis y poiesis, podríamos llegar a la conclusión de que el concepto de teoría no sólo sobra, sino que entorpece. Pues cuando hoy decimos “práctica”, a lo que estamos aludiendo es a la poiesis, que es el mero hacer, no el obrar. Pues “hacer” es hacer “una cosa u otra”, pero al obrar se obra “bien o mal”. Lo cual implica sin embargo que el “hacer” es la operacionalización perceptible, el signo natural del obrar, pero no el mismo obrar. Por algo es “hacer” verbo transitivo, pero “obrar” intransitivo. La intencionalidad conlleva un modo adverbial (un “cómo”) no un objeto (no un “qué”). El producto del hacer es sólo el signo del obrar, y como tal signo, elegible entre varios según la oportunidad, lo que los griegos llamaban el kairos.

Todo esto es más importante de lo que parece para entender lo que sea la planificación comunitaria. La palabra “proceso” es constantemente mencionada en la tesis, dando por supuesto un significado que no es tan obvio. No basta con una sucesión de hechos para que haya un proceso. Esa sucesión tiene que ir hilvanada por algo, si ha de ser entendida como proceso.

La orientación de la tesis nos invita a poner orden en la discusión de la tópica o punto de partida del pensar y el comunicar, que cuenta con bastante material bibliográfico: desde la Retórica de Aristóteles, pasando por las consideraciones de Francis Bacon sobre las idola tribus, idola specus, idola fori, idola theatri, o incluso las falacias políticas recogidas por Bentham, siguiendo por ejemplo con la teoría de la argumentación de Perelman y con las investigaciones tópicas alemanas de Curtius, Bornscheuer y, sobre todo de Viehweg. También Bourdieu y Foucault, sin por eso olvidar a Vico, abordan esas cuestiones de importancia discursiva. Vigotsky, Bajtin y su teoría de la enunciación, Todorov y Ducrot, con su teoría de la presuposición, también están en este cauce. Por sólo mencionar algunos al azar. No se trata de ocuparse de todas las exposiciones que en el mundo del libro han sido, pero por lo menos de alguna que otra y sobre todo de una consideración general del problema.

Un reconocimiento más articulado de las formas presupuestas o prejuzgadas de razonar y de expresarse, bajo una denominación genérica (se llame tópica u otra cosa) podría otorgarnos una bienvenida apertura hacia una línea de investigación cada vez más necesaria en una época en la que el confusionismo de los presupuestos se está haciendo más amenazante a causa de la globalización (que a veces parece una “lobalización” – Homo homini lupus) a que asistimos en la sociedad mundial moderna. Que todo esto tiene importancia para desenmascarar las diversas e ingeniosas formas de las actuaciones de poder en la sociedad moderna, no creo que sea difícil de demostrar. Creo que van Dijk ha dedicado atención a estas cuestiones.

Carácter descriptivo de la tesis

Lo importante de una tesis doctoral, es el planteamiento de alguna o algunas “tesis” que el doctorando sostiene y desarrolla y que, en algunas ocasiones, defiende. Hay tesis que postulan y ejemplifican y otras que defienden y argumentan. Pero esas tesis no siempre son muy explícitas en esta ocasión y se ocultan en un texto de 800 páginas. En otras épocas las “tesis” (que eran de la segunda índole) eran lo único que figuraba expuesto a la entrada de la sala de defensa o aquello que el doctorando leía al iniciar el acto (que quizá por eso en España se llama “lectura de la tesis”).

He leído la tesis doctoral de LF tratando de captar cual es la “tesis” fundamental sostenida por la autora, es decir cuál es la “tesis” de esa tesis. He podido localizarla en un planteamiento que podría resumirse diciendo  que “la planificación exige un proceso discursivo que ha de ser establecido y analizado con rigor”. Pero hecho ese planteamiento lo que la autora hace en realidad (y no tengo nada en contra de ello) no es, a mi sumario juicio, propiamente demostrar el fundamento de esa afirmación, sino más bien, dándola por sentada, aplicarla al estudio de dos casos o procesos concretos de planificación, uno en Cartagena de Indias y otro en Cataluña. Es decir, se trata de una tesis que postula y ejemplifica, que muestra más bien que demuestra. El mérito de la tesis reside por lo tanto, no ya en la fuerza demostrativa de una teoría, sino en el carácter descriptivo aplicado a esos dos procesos de planificación. La autora ha seguido muy de cerca y con gran implicación personal los detalles y vicisitudes de esos dos procesos, sobre todo el de Cartagena de Indias, y hace una extensa descripción del marco histórico, político y social concretos condicionantes de los diálogos, los problemas y los conflictos de visión e intereses que entorpecieron la realización de las metas fijadas o incluso su formulación adecuada.

La tesis doctoral de Liliana Fracasso se alía pues con la visión de la planificación comunitaria que ha recibido nombres como el de “planificación participativa” y “democracia deliberativa”, encontrando en la denominada “teoría del discurso” la base teórica adecuada para acceder al estudio comprensivo de los procesos de planificación. Ya he explicado anteriormente que podía echarse de menos una concepción clara de lo que sea la planificación como forma de conocimiento y actuación. Pero esa carencia no es exclusiva de esta tesis, pues la ayuda que en esta tarea puedan prestar las teorías al uso es, hoy por hoy, dudosa. Cada vez es más divulgada la opinión de que la planificación está íntimamente ligada al discurso y al diálogo (identificando además “discurso” och “diálogo”), pero pocos pueden dar una respuesa  satisfactoria al porqué de ese supuesto.

Otra cuestión que tampoco suele plantearse directamente, cuando se está embebido en el “análisis del discurso”, es qué sea el discurso, pregunta ésta que los estudiantes nos hacen constantemente. Y parecemos olvidarnos de que toda comprensión de algo surge al ser medida o contrastada con un extremo, pues, como diría Foucault, es llegando al límite cuando realmente entendemos. Que por algo son términos sinónimos “limitar” y “definir” (fin y límite). Y de la misma manera que se habla cien veces de “análisis” sin mencionar ni una sola vez la “síntesis”, nos olvidamos de que lo complementario del “discurso” es la “intuición”. En terminos aristotélicos, lo contrapuesto al logos es el nous. Si no tuviéramos logos (capacidad linguísticodiscursiva), decía Aristóteles, no seríamos humanos; seríamos o bien animales irracionales o bien dioses. Pues los irracionales carecen de logos y para un dios el logos es algo superfluo. Lo cual no quiere decir que carezcamos de nous, el cual es necesario pero no suficiente para el ser humano. Como se dice en sueco: “Vamos de claridad en claridad”. Nos movemos de un entendimiento inicial a otro más avanzado, al pasar del todo sintético al análisis (yendo por partes y articulando) que es lo que constituye un proceso discursivo. Nos asombra a menudo descubrir cosas clarísimas, que no habíamos visto antes. Y es que, como decían los estoicos (y repetía Wittgenstein sin mencionar la fuente): el lenguaje es como una escala de la que nos podemos deshacer una vez que hemos llegado arriba. “Por aquí ya no hay camino, pues para el justo no hay ley” decía San Juan de la Cruz, después de la penosa escalada al Monte Carmelo.

Una vez dado por supuesto en la tesis que el método adecuado para estudiar los procesos de planificación es analizar el discurso en el que esos procesos hallan su expresión, habría que aclarar qué es la teoría del discurso y de qué herramientas se vale. Pues remitir al lector simplemente a la “teoría del discurso”, sin precisar la referencia de esa expresión, como si se tratara de algo unívoco y perfectamente señalable, como el que habla p. ej. de Roma o de la Guerra de las Galias, es injusto en este caso. Pues la “teoría del discurso” no parece dar expresión a una concepción unívoca. Es verdad que en la tesis se hace referencia a determinados teóricos del discurso de cierto renombre, dejando por cuenta del lector el estar al corriente de la concepción sostenida por unos u otros teóricos, como si hubiera una literatura unívoca al respecto. El texto de la tesis remite, por ejemplo, a la concepción de Teun van Dijk [4] o a la de Cabrera Acosta, cuya obra es sin duda de gran interés. Pero lo importante en una tesis no es lo que un autor citado en ella sostiene o lo que muestra, sino lo que el autor de la tesis entiende o concibe y cómo él o ella lo utiliza.

Una tesis que pretenda basarse en la teoría del discurso debe exponer al mismo tiempo ordenadamente cuáles son los elementos de esa teoría del discurso – es decir cómo concibe y utiliza esa teoría en y para su tesis – ya que no puede exigirse del lector de una tesis que, además de leer sus 800 páginas, tenga que leer una serie de libros que aclaren la postura planteada. Todo eso son cuestiones que la misma tesis debe poder aclarar.

Pondré un ejemplo de las interrogaciones que esta tesis despierta a veces en el que la lee. En la página 177 atribuye la autora a Cabrera un distinción entre “significados” y “conceptos”. Dice que los significados (según Cabrera) son entidades subjetivas, mientras que los conceptos son metasubjetivos y escapan al control de los sujetos. A mi entender se trata justamente de todo lo contrario, es decir que si algo es extrasubjetivo e impuesto, es el significado.Y si algo es subjetivo y personal, es el concepto. Y yo distinguiría además , como hacían ciertos escolásticos, entre el concepto como lo concebido y el concepto como la acción de concebir, siguiendo la sabia definición que hace nuestra Real Academia de todos esos sustantivos metonímicamente basados en una acción [5] . Naturalmente yo no soy dueño del lenguaje y procuro dar razón de mi manera de interpretar esos términos. Pero sería demasiado prolijo temer que revisar la obra de Cabrera para deshacer el entuerto semántico, sin que por lo menos se nos indique en la tesis en qué página de qué obra de Cabrera habría que buscarlo.

Considero que la adhesión de la autora de la tesis a la teoría del discurso ha de interpretarse como la apertura a una tarea futura sumamente deseable. La irrupción de los temas lingüísticos y discursivos en el urbanismo suponen un radical cambio de paradigma. No es fácil pasar sin más de la dedicación a la arquitectura a los vericuetos de las ciencias del lenguaje. El paso dado por Liliana Fracasso es, sin duda alguna, loable, ya que vivimos en una sociedad que se empeña en ignorar que las humanidades no son un apartado más del saber, sino un saber fundamental para todos los otros saberes. Pues una cosa es saber elegir productos alimenticios adecuados y otra saber porqué se eligen justamente ésos y, sobre todo, qué se hace con ellos para lograr un menú aceptable. Sólamente aclarado lo que hay que hacer, se plantea el cómo hacerlo, que es la tarea propia de los constructores.

La autora de la tesis hace algunos intentos incipientes de análisis del discurso. Pero mi pregunta (partiendo de mi propia postura en estas cuestiones) es qué conexión hay entre las modernas teorías del discurso y la concepción discursiva de la Retórica tradicional. Pues si bien es verdad que la Retórica entró en crisis al mismo tiempo que el positivismo científico y la lógica formal se impusieron hegemónicamente en el terreno de la ciencia, eso no justifica el que, para regresar a una concepción menos estrecha y dogmática del conocimiento humano se establezca una nueva visión del discurso y un aparato conceptual totalmente nuevos, no sólo dando la espalda a las aportaciones que puedan encontrarse en la Retórica clásica, sino renunciando a la posibilidad, no ya de verter “viejo vino en nuevos odres”, sino al revés: “vino nuevo en odres viejos”. Una economía del conocimiento exige que no despreciemos y desconozcamos logros teóricos y metodológicos logrados en otros tiempos. Podríamos comparar esto con el uso de una vieja ciudad: edificios y lugares urbanos antiguos reciben constantemente nuevos usos, conservando ese genius loci que les da un sentido y un valor especial. Nos encontramos a menudo más a gusto trabajando en edificios antiguos, adaptados a la nueva actividad, que en edificios totalmente nuevos, los cuales tardan en recibir la impronta, el sabor y el sentido de la actividad que los ocupa.

La autora de la tesis se refiere en varias ocasiones a la Retórica, sin atreverse, según declara, a franquear abiertamente ese dominio, y sin dejar claro qué diferencia encuentra entre la(s) Teoría(s) del Discurso y la Retórica. Lo cual hace que la bibliografía de la tesis cojee un poco, si es que se pretendía dar cuenta del estado de la cuestión.

Una consideración amplia y ecuánime tanto de las teorías de la acción como de las del lenguaje en la cultura occidental deben tener en cuenta por lo menos las tres grandes corrientes del pensamiento científico occidental: la empirista de raíz inglesa, la estructuralista de raíz francesa y la llamada idealista, que yo denominaría “accionista”, de raíz germánica con aportación italiana [6] . Pero ante todo, no estaría de más, por muy petulante o trasnochado que parezca en una tesis como ésta, establecer una conexión clara con el pensamiento griego y en particular con el aristotelismo, cuya influencia, como fuente de nuestra terminología científica y académica es mayor que el platonismo. Usamos constantemente esa terminología, sin reflexionar en ello, hablando de “teoría”, “práctica” “análisis”, y otra serie de “metatópicos” como si de entidades naturales se tratara. Pues siendo necesario, para el avance del conocimiento, engarzar nuestras concepciones de lo real en conceptos y términos que sean comunes a mis socios culturales, no nos percatamos de cómo esas herramientas del pensamiento desvían nuestra atención y hasta nos equivocan.

Una concepción amplia del pensamiento occidental, olvidando que existen y pueden existir otras fomas de organizarlo mental y expresivamente [7] , requiere por lo menos atención a esas tres grandes corrientes citadas (anglosajona, francesa y germánica), que tanto han influido en nuestro lenguaje y en nuestra ideología, buscando además las obras y personajes que han sabido hacer de puentes entre ellas. Pues ni todos los anglosajones son empiristas ni todos los alemanes o franceses son idealistas respectivamente estructuralistas. En el ámbito anglosajón se sigue ninguneando la presencia de Collingwood, que se aparta de la concepción empirista anglosajona y, después de elaborar una visión de la historia, fundamenta una teoría de la acción humana que encaja con Vico, con Croce y con el pensamiento alemán castizo. Lacan, por poner otro ejemplo,  transforma el psicoanálisis de Freud en un aditamento a la lingúística estructuralista.

Benedetto Croce, de la misma nacionalidad que la autora de la tesis, no debería ser olvidado, Ni tampoco Vattimo y Colli. Pues aunque parezca que esos autores no se dedican directamente a lo que es objeto del estudio realizado en su tesis, son de gran interés para la concepción del lenguaje como actividad expresiva. Pero no simplemente como “expresión” en el sentido de estructura o soporte, pues “expresión”  (según la costumbre de la Real Academia a que aludí antes) se define  como “acción y efecto de expresar”. Y decir que “la ciudad participó en la fiesta” no supone que las casas y las calles fueran a bailar y a beber.

En la vía activa (o la Vita Activa de Hannah Arendt), que es, dicho a grossomodo y tópicamente, la vía de la interpretación germánica, quién más interés debería despertar no es ya Habermas, sino toda una serie de pensadores de la acción y del lenguaje (considerado éste como energeia y no meramente como ergon). Me estoy refiriendo a humboldtianos como Weisgerber (con su análisis de dos concepciones del lenguaje) y también a nuestro José María Valverde, no ha mucho fallecido en Barcelona. Y también a filósofos como Ernst Cassirer, que da a la filosofía kantiana un “giro lingüístico” antes de que los anglosajones se inventaran ese tópico. Pero el giro lingüístico germano es más bien hacia la concepción del lenguaje como actividad (das Sprechen), como palabra, que no como “palabras” (die Sprache).

La Retórica es, en mi apreciación, la madre de las ciencias de la expresión (es decir del expresarse) por medio del lenguaje y, por ende, el organon de la ética y de la actividad social planificadora y política. Sin tener presente los géneros discursivos de la retórica resulta confusa toda discusión sobre planificación que, de un lado haya de evaluar hechos pasados (genus iudiciale) y de otro deliberar sobre elecciones futuras (genus deliberativum [8] ).

La teoría de la metáfora y, sobre todo, de la metonimia es también fundamental para entender lo que es el lenguaje y para advertir las desviaciones y trampas a que nos somete el discurso. Pues sin saber lo que supone la analogía y la asociación lingüística, es difícil entender la formación y la elección de expresiones, base de la enunciación (genus demonstrativum). El llamado entimema de la retórica se presenta, en un análisis a fondo, como el esquema lógico del diálogo, aunque teorías de la argumentación como la de Toulmin lo enmascaren con otras denominaciones. Y la tópica, como la describe Theodore Viehweg, es la base para el entendimiento tanto de la forma como del sentido del discurso humano. Cada mensaje discursivo es triple (ethos, pathos logos) pues no sólo expresa lo que alguien dice, sino también detalles de su idiosincrasia y postura personal y de su manera de concebir al otro. Y por más vueltas que le den a estos aspectos algunas teorías del discurso y de la enunciación, su perspectiva no alcanza la misma claridad que la vía de la comprensión y el análisis retóricos. Se podrán usar otros instrumentos pero olvidar la tópica retórica es tirar al niño con el agua del baño.

Que hay un puente entre la Retórica y las Teorías del discurso debería estar claro. Y que existen todavía muchos prejuicios entre los teóricos del discurso que quieren mantener la retórica estigmatizada es también evidente [9] . Y se dan casos sumamente flagrantes como el de personas tan lúcidas comoVaz Ferreira, que prefiere hablar de “lógica viva”, para evitar el uso del término “retórica”. Quizá disculpe al filósofo uruguayo del discurso el haber fallecido en 1958, cuando todavía la retórica seguía en el exilio de la ciencia. Con lo cual se privó a los retóricos de rescatar el valor de la retórica, liberándola de esa concepción lastrada desde Platón y de su destierro de la formación escolar dictado por el fundamentalismo lógico ilustrado. Cuando la enemistad entre islamismo y cristianismo se alivie, si se alivia, quizá reencontremos el patrimonio común del aristotelismo árabe, sin el cual no habría habido Ilustración europea.

Liliana Fracasso sólo llega a entrever en su tesis el posible uso de la Retórica para su tarea y la conexión entre ésta y las teorías del discurso. Pero esa “tesis” (si podemos denonuínarla así) no es el final de un camino, sino la apertura a un viaje pendiente, cada vez más próximo. Es, por tanto, de esperar que la autora encuentre en la Retórica, modernamente concebida, un camino viable para el esclarecimiento de la teoría de la planificación comunitaria.
 
 

Notas

 
[1] “Tuvimos del dictador una experiencia fatal: cuando hizo el mal, lo hizo bien. Cuando hizo el bien, lo hizo mal.”
 
[2] Jullien ha celebrado varios seminarios en Barcelona en el 2004. Entre sus publicaciones, traducidas al español, tenemos: “Tratado de la eficacia”, “La propensión de las cosas”, “Un sabio no  tiene ideas”, etc.
 
[3] Aun cuando el “qué” también tiene su tópica, como muestra Theodor Viehweg.
 
[4] Si algo caracteriza la obra de van Dijk, según tengo entendido, no es primordialmente establecer una teoría del discurso, sino mostrar cómo se desarrolla un anális del mismo, mostrar cómo se hacen esos análisis en la práctica. Lo cual puede hacer la labor de aprendizaje de quien le siga más lenta, aunque en cierto modo más loable y  efectiva. Pues necesitamos más ejemplos que teorías. Pero en el fondo de la práctica hay – explícito o no –  un hábito o instrumento “teórico” (una tópica, si se quiere), identificable para el que lo estudia con cierta atención.
 
[5] Dice por ejemplo: “Conocimiento – acción y efecto de conocer” o “Compra – acción y efecto de comprar”
 
[6] Digo esto porque hoy día parece que todo lo que no se escriba y se piense en inglés carece de valor académico.
 
[7] ¿Qué pasaría si un buen día nos tropezáramos con seres humanos de otro planeta con sus lenguajes y sus modos de entenderse y pensar propios?
 
[8] Los representantes del “giro anglosajón” de la ciencia política y de la teoría de la planificación, han lanzado el concepto de “deliberación” como una novedad. No se han enterado de que es un término íntimamente ligado a uno de los géneros de la Retórica tradicional.
 
[9] He advertido que los teóricos del discurso, incluso van Dijk, mencionan a la retórica como una técnica reservada a ciertos usos, no como una ciencia analítica del discurso en sentido amplio.

© Copyright: José Luis Ramírez González, 2006

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Ficha bibliográfica

 
RAMÍREZ GONZÁLEZ, J. L. La ordenación del territorio como tarea discursiva. Una tesis doctoral de Liliana Fracasso.  Biblio 3W Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. XI, nº 672, 30 de agosto de 2006. [http://www.ub.es/geocrit/b3w-672.htm]. [ISSN 1138-9796].


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