Biblio 3w. Revista Bibliográfica de Geografía
y Ciencias Sociales. |
Dalton, R.J. y Kuechler, M. Los nuevos movimientos sociales.
Valencia: Editorial Alfons el Magnànim, Generalitat Valenciana y
Diputació Provincial de València, col. Política y
Sociedad nº 8, 1992, 427 páginas.
Antonio Algaba
El presente es un buen momento para echar una mirada a los estudios
dedicados a los Nuevos Movimientos Sociales. Diversos fenómenos
que han sacudido la actualidad durante 1997 y que parecen renovarse en
este 98 recien iniciado así lo aconsejan. El libro reseñado
recoge las aportaciones presentadas por diversos especialistas en este
tema en un seminario coorganizado por la National Science Foundation
y la Deutsche Forschungsgemeinschaft y celebrado en 1987 en Tallahasse
para estudiar la siguiente cuestión: ¿qué hay de "nuevo"
en los denominados nuevos movimientos? El libro incluye cinco partes: la
primera se dedica a la introducción; la segunda, con aportaciones
de K.W. Brand, R. Inglebart, F.L. Wilson y M. Kaase, se centra en los orígenes
de los nuevos movimientos sociales; en la tercera T.R. Rochon, P.B. Klandermans,
J. Gelb y D. Rucht estudian las redes de acción de estos movimientos;
la cuarta se dedica a las relaciones entre los "nuevos" y los
"viejos" movimientos sociales con aportaciones de H. Kitschell,
F. Müller-Rommel, C. Offe y S. Tarrow; destinándose la quinta
parte a recoger las conclusiones del encuentro por parte de los editores
del libro.
En primer lugar, convine clarificar cuales son los movimientos que se enmarcan
bajo la etiqueta de lo "nuevo". La mayoría de autores
incluye bajo esta denominación a los movimientos ecologistas, pacifistas,
feministas y los que persiguen el desarrollo de los paises tercermundistas.
Otros autores menos estrictos, como Wilson, también incluyen a los
movimientos de consumidores, de contribuyentes, de okupas, etc. aunque
estos últimos protestan para obtener beneficios concretos y no por
valores más abstractos. Las conclusiones de este libro inidican
que, en lo esencial, hay un único vínculo ideológico
que une a los miembros activos de los movimientos por la paz, ambientalista
y feminista. Este lazo ideológico tiene dos rasgos básicos:
una crítica humanista al sistema prevaleciente y a la cultura dominante,
lo que se traduce en una profunda preocupación por las amenazas
que pesan sobre la especie humana; y, en segundo lugar, una actitud resuelta
de lucha por un mundo mejor aquí y ahora. Para los militantes de
estos movimientos el actual orden mundial es inhumano por varias razones:
porque promueve una mentalidad de "supervivencia de los más
aptos" en las interacciones individuales, porque persigue una carrera
irreflexiva de despilfarro y explotación de los recursos naturales,
y porque se basa en la dominación apoyada por la fuerza militar
en el campo de las relaciones internacionales.
En su conjunto, los nuevos movimientos sociales se caracterizan por varios
rasgos. Primero, por un estilo de acción política no convencional
basada en la acción directa, que contrasta con el modelo tradicional
de intermediación de intereses que los partidos políticos
desarrollan en las democracias contemporáneas. Segundo, por un fuerte
sentimiento antisistema, ya que sus seguidores se sienten enajenados respecto
a las normas y valores dominantes, ante los que expresan su rebeldía.
Tercero, por construir sus organizaciones sobre la base de la toma de decisiones
participativa, una estructura descentralizada y el repudio a los procedimientos
burocráticos. Cuarto, por reclamar a las democracias que abran la
vida política a un conjunto de intereses más diversos y más
vinculados con los ciudadanos. Quinto, porque la mayoría de sus
miembros procede de las clases medias instruidas. Sexto, por no desarrollar
ningún sistema ideológico coherente, sino que definen su
concepción de la sociedad futura sobre todo en términos negativos;
es decir saben lo que no quieren, pero no presentan un modelo alternativo
claro.
Su carácter de "nuevo" indica la existencia de diferencias
entre estos movimientos y los denominados "viejos". Los autores
defienden, en general, que existen diferencias cualitativas respecto a
los movimientos clásicos. Así, su ideología,
no se ocupa de los asuntos de distribución del poder económico
o político, sino de la calidad de vida. Al contrario que en el movimiento
obrero clásico, no se plantea una alternativa social. Para D. Rucht
sus preocupaciones giran en torno a problemas específicos, que no
pueden resolverse con la redistribución de los medios de producción
y de la riqueza en el marco de un sistema político enteramente nuevo.
Esta es la razón por la que no existe un solo movimiento
que sobresalga por encima de todos los demás y que represente a
la clase oprimida, concebida como sujeto único, sino una
pluralidad de movimientos que coexisten y cooperan entre sí y cuya
significación no puede describirse cabalmente en término
de antagonismo de clases. Su base de apoyo no tiene carácter
de clase, pues estos movimientos no se dirigen a ningún grupo social
particular invocando sus estrechos intereses específicos, sino que
intentan movilizar al conjunto de la sociedad. Mientras que la base social
de la vieja izquierda era la clase obrera, la de los nuevos movimientos
de ideología izquierdista está constituida predominantemente
por las clases medias. Las motivaciones para participar en ellos
son diferentes, no hay una lucha por un objeto concreto que beneficie directamente
al seguidor, sino que se ha sustituido el interés propio por motivaciones
ideológicas y la lucha por la defensa de bienes sociales ( como
la paz o el medio ambiente); pero este objeto indefinido de lucha implica
que los miembros o seguidores se movilicen y desmovilicen manteniendo un
compromiso vital menor que en los partidos clásicos. A su vez, H.
Kitschelt nos recuerda que estos movimientos proporcionan pocos alicientes
eficaces que refuercen las motivaciones y aspiraciones que empujan a las
personas hacia los partidos. Así, mientras los "viejos"
partidos han logrado ser capaces de colocar a su gente de confianza en
cargos públicos, y utilizan esa capacidad no sólo para estimular
el ingreso en el partido, sino a la vez para controlar la elaboración
y aplicación de decisiones políticas a través de partidarios
bien situados en la burocracia estatal, los "nuevos" movimientos
se alejan de este modelo, pero no ofrecen otros mecanismos que estimulen
a la militancia. Por otra parte, su estructura organizativa rehuye
la centralización y la jerarquía características de
los partidos políticos, prefiriendo una estructura descentralizada,
abierta y democrática. Y, además, mantienen un estilo
político claramente diferenciado, quedándose intencionadamente
al margen del marco institucional de la administración pública,
y utilizando alternativamente la protesta como arma política planeada
y los medios de comunicación para movilizar a la opinión
pública.
Existen varias teorías para explicar la génesis de los diversos
movimientos sociales, pero hay una razón que se extrae del mero
sentido común: los viejos partidos políticos han sido incapaces
no sólo de resolver los problemas planteados por las sociedades
democráticas, sino también de captar que los intereses de
los ciudadanos evolucionaban hacia nuevas problemáticas. En el primer
capítulo de este libro se exponen las teorías clásicas
que explican el surgimiento de protestas o movimientos sociales. Los "viejos"
movimientos han sido analizados mediante la teoría del interés
racional individual, la cual sostiene que es la expectativa de un provecho
particular lo que motiva a la población a comprometerse políticamente,
por lo que los individuos no participarían en acciones colectivas
a menos que los "beneficios" esperados superen los "costes"
de su participación. Pero esta teoría, que no explicaba la
razón por la que una minoría seguía participando a
pesar del inminente fracaso, no puede aplicarse a los "nuevos"
movimientos cuyo objeto de lucha es un ente abstracto como la paz o el
medio ambiente que no beneficia directamente a los individuos peticionarios.
Algunos autores utilizan el modelo de insatisfacción para
explicar que es la frustración de las clases medias, cuyos miembros
se benefician del orden social y político existente, la que conduce
a este tipos de protestas políticas. Mientras que otros autores
aplican a estos movimientos la teoría de la movilización
de recursos, la cual alude a la insatisfacción política
y a la conflictividad social inherentes a cualquier sociedad, para argüir
que la constitución de movimientos no depende de la existencia o
no de tensiones, sino de la capacidad de crear organizaciones capaces de
movilizar esos recursos existentes.
Para K.W. Brand los nuevos movimientos sociales surgen como una reacción
de la sociedad ante un nuevo tipo de problemas provocados por los efectos
colaterales negativos del crecimiento industrial, inexistentes en el periodo
de formación del movimientos obrero clásico. Estos nuevos
intereses han surgido en un periodo de cambio de época, en la que
una vez alcanzadas las prioridades materialistas de la "vieja política",
aparecen preferencias postmaterialistas. Además, el movimiento se
ve favorecido por la rebelión de una "nueva clase instruida"
cuya movilidad ascendente se ve frenada por las condiciones económicas.
Para R. Inglehart la participación en los nuevos movimientos sociales
se explica por un cambio de valores en la sociedad, la aparición
de unos valores postmaterialistas. Así, mientras que el materialismo
da prioridad a la seguridad económica y física, el postmaterialismo
prima la expresión de la personalidad y la calidad de vida. Lo que
explicaría que la edad sea una característica entre sus seguidores,
pues sólo los jovenes nacidos en la época del bienestar económico
de los paises occidentales poseen esta mentalidad. Aunque, S. Tarrow indica
que los nuevos movimientos sociales surgen a menudo de rebeliones internas
en las organizaciones existentes. En esta misma línea, P.B. Klandermans
niega que la marginalidad al sistema sea un rasgo distintivo de estos movimientos,
pues lejos de estar seperados completamente de las organizaciones tradicionales
de intermediación de intereses, están incrustradas en el
entramado sociopolítico de las sociedades donde aparecen. Por lo
que lo "nuevo" de estas organizaciones no puede definirse en
términos de marginalidad o distanciamiento respecto de las instituciones
sociales y políticas existentes.
F.L. Wilson utiliza el estudio del modelo neocorporativista para explicar
el surgimiento de los nuevos movimientos sociales. Para este autor su auge
viene propiciado por la incapacidad de las agrupaciones existentes para
asumir nuevas reivindicaciones o para representar adecuadamente a sus propias
clientelas habituales cuando los intereses de éstas sufren modificaciones.
El incisivo estudio que realiza del modelo que el denomina neocorporativista
requiere una dedicación especial. Este modelo destaca las relaciones
exclusivas entre un puñado de grupos privilegiados y el Estado.
Al contrario de lo que el pluralismo democrático podría sugerir
en su teoría, el modelo neocorporativista sostiene que un sólo
hay lugar para que un único grupo represente a cada conjunto de
intereses y como cada uno de estos grupos se considera el único
vehículo legítimo de los intereses del sector. Se trata de
monopolios de representatividad que son celosamente protegidos gracias
a la connivencia de estos grupos con el mismo Estado. El modelo explica
que el acceso de nuevos grupos al escenario topa con obstáculos
formales y no formales, debido a que la administración puede limitar
la creación de nuevos grupos imponiendo trabas administrativas o
subvencionando a los grupos priviligiados y negando esta ayuda a las organizaciones
no oficiales. Pero este pacto tiene un precio, pues el sistema "alienta
a los dirigentes de los grupos a que disciplinen a sus miembros a fin de
que acepten el 'interés general' negociado por las élites
en lugar de hacer presión por sus intereses particulares".
Este sistema contribuye a la formación de dirigentes rutinarios
carentes de receptividad ante las necesidades y preocupaciones de la base.
De este modo los "viejos" partidos o sindicatos no resuelven
los conflictos, lo que provoca el desplazamiento de la conflictividad y
facilita el auge de los "nuevos" movimientos sociales, pues la
única opción que le queda al ciudadano insatisfecho es la
formación de un nuevo grupo capaz de hacer presión en torno
al asunto desatendido. Para Wilson, la repulsa al estilo que llama corporativista
también explica que los grupos excluidos adopten tácticas
diferenciados o métodos no convencionales: manifestaciones, boicoteos,
huelgas políticas, sentadas o actos violentos para llamar la atención
de la población y del poder sobre las cuestiones que preocupan,
con la esperanza de que sus acciones logren al menos sabotear las decisiones
políticas en las que antes no pudieron influir. Su lógica
se basa en que "si la política corriente no suscita más
que aburrimiento la única manera de captar la atención de
la prensa y de la opinión pública es volverse a lo nuevo
y lo inhabitual". En esta misma línea, también se presenta
la teoría de la pobreza de la vida pública que explica
su génesis por la inadecuación de los procedimientos usados
en la esfera política para resolver de manera satisfactoria los
problemas de la sociedad.
Para entender el momento histórico en que surgen hay que revisar
la evolución histórico-social reciente, el decenio de 1950
constituyo una época de crecimiento económico estable con
un aumento sin precedentes de los niveles materiales de vida. Los cambios
económicos estructurales aumentaron la proporción de trabajadores
de cuello blanco. Empezaron a limarse las antiguas diferencias entre las
clases. El auge de la 'sociedad opulenta' anunció el 'fin de las
ideologías'. El pensamiento funcional, la fe en el progreso técnico,
las orientaciones privatísticas y materialistas moldearon el mundo
aquel decenio. En los 60 el interés y las energías personales
volvieron a lo público. Se derrumbó el consenso en torno
a los valores pequeño- burgueses dominantes para dar paso
a una visión crítica de los lados sombríos de la 'sociedad
opulenta' (la pobreza, la discriminación, las condiciones de vida
urbana, las intervenciones militares), potenciada por el mayor tiempo de
ocio y una forma de vida orientada hacia la autorrealización. Pero
la fe en el progreso aún permitía la confianza en las soluciones
tecnocráticas 'desde arriba' a los problemas existentes o la radical
posibilidad de cambiar las extructuras existentes 'desde abajo'. Fue en
este periodo cuando se inicio el cambio hacia unos valores postmaterialistas.
En el decenio de 1970 se ensombrecieron las perspectivas por la crisis
económica y el cuestionamiento del progreso. Fracasaron las esperanzas
utópicas y anarquistas. Se produjo el 'viraje subjetivo' que desvió
el interés por las estructuras macrosociales hacia los problemas
más tangibles de la vida cotidiana. Se aumento el interés
por las experiencias personales, el bienestar psíquico y físico,
a la vez que se desarrollaba un nuevo culto a la salud y una nueva espiritualidad,
una 'vuelta a la interioridad'. Ante la crisis de crecimiento, las clases
medias urbanas se vieron conducidas a admirar formas de vida simples, saludables
y naturales. En los años 80 se difundió la mentalidad postmoderna
y fue el periodo de mayor crecimiento de los nuevos movimientos sociales
iniciados en la década anterior. Es en esta época cuando
sus reivindicaciones son asimiladas por los partidos políticos,
en parte institucionalizadas y absorbidas por los cauces institucionales
de mediacion de intereses, perdiendo los ambientes alternativos su identidad
de oposición. Pero también fueron los años del "todo
vale" y de los "yuppies".
Podemos preguntarnos si estos movimientos son realmente del todo nuevos.
Según H. Eulau "La palabra "nuevo" nos dice realmente,
al fin y al cabo, que los nuevos fenómenos abordados mediante el
nuevo enfoque no son tan nuevos, y que ese pretendido nuevo enfoque es
la restauración de algunos "viejos" modos de ver y abordar
las cosas". Esta misma línea es defendida por Brand para quien
estos movimientos son en realidad una oleada más de la reacción
romántico- ideológica frente a los factores alienantes de
la sociedades modernas. Así, los nuevos movimientos presentan también
rasgos viejos, como la continuidad de los movimientos de mujeres, por la
paz y de defensa de la naturaleza, que constituyen expresiones específicas
del radicalismo de clase media. Pero para T.R. Rochon si los movimientos
políticos contemporáneos no son totalmente nuevos, sin embargo
tienen aspiraciones más ambiciosas que la mayoría de los
movimientos que aparecieron en etapas anteriores. A diferencia del movimiento
obrero y de la mujer de finales del XIX y principios del XX, que en gran
medida aspiraban a incorporarse a la vida política ya existente,
los movimientos actuales tratan de modificar los valores sociales y la
actividad política. Estas ambiciones más amplias originan
dilemas agudos en la actividad política de los movimientos, acentuando
la duda entre las actividades que pueden interesar a más personas
y las que pueden influir en mayor medida a los gobiernos. En las conclusiones
del presente libro se caracteriza a estos movimientos como "nuevos"
por carecer de una visión omnicompresiva o de un proyecto institucional
de sociedad nueva, siendo el centro de su novedad su carácter postideológico
e incluso posthistórico de sus protestas y sus críticas.
Y, si son verdaderamente nuevos, ¿ofrecen un contramodelo de organización
política? El estudio que aporta H. Kitschelt a este libro incluye
los partidos que albergan a los nuevos movimientos sociales dentro de lo
que denomina los "partidos libertarios de izquierdas" y opina
que todos ellos rechazan la organización centralizada y burocrática
y practican una movilización de sus activistas participativa, fluida,
descentralizada y coordinada horizontalmente. Se basan en pequeños
núcleos locales, rodeados de simpatizantes laxamente vinculados,
y en débiles organizaciones nacionales destinadas a coordinar algunas
acciones de ámbito general. Estos movimientos trabajan en pos de
la instauración de una democracia participativa que podría
representar su más seria amenza al status quo y al poder
de los partidos centralizados. Aunque de todas formas, la escasa estructuración
de estos partidos disminuye sus capacidades para modificar el sistema.
Para este autor las virtudes de su estructura libertaria y participativa
producen "efectos perversos no deseados" al competir contra los
partidos políticos fuertemente estructurados y jerarquizados. De
esta manera, sus características intrínsecas -débiles
mecanismos de dedicación, participación escasa, organización
laxa y fluida, grupos de dirigentes políticos relativamente irresponsables
e internamente divididos- frustran las expectativas que probablemente tenían
los activistas cuando ingresaron en ellos. Pues no encuentrasn una organización
fuertemente unida, controlada desde abajo y con altos niveles de militancia
y participación. Es quizás esta la razón por la que
estos movimientos consiguen más simpatías que militantes
o votantes entre los electores. La mayoría de la ciudadanía
reconoce sus esfuerzos pero no les otorga su confianza para un mandato
político.
Y, si alguna vez fueron "nuevos" estos movimientos, ¿lo
han dejado de ser? Recordemos la ley de hierro de la decadencia
formulado por Lowi (1971) que indica que todos los grupos acaban perdiendo
su combatividad y volviéndose abiertamente conservadores. Los nuevos
movimientos sociales han prosperado a partir de tres recursos: la existencia
de derechos -inexistentes en el siglo XIX-, la aparición de acontecimientos
impactantes que constituyen motivos de protesta y, finalmente, la disposición
espontánea de segmentos importantes de la población a desencadenar
protestas como respuesta a estos acontecimientos. Pero tras la génesis
del movimiento, este sólo pueden tener poder político si
se transforma en un partido político estructurado y con una organización
alejada de su ideología inicial. Deben elegir entre mantenerse fieles
a sus principios ideológicos o convertirse en asociaciones eficaces
para gestionar la resolución de los problemas que generaron sus
protestas. Se debe tener presente que los "nuevos' compiten con otras
organizaciones mediadoras, especialmente con los grupos de interés
y con los partidos políticos, en torno a un recurso escaso como
es el compromiso material y no material de los ciudadanos. Así,
estos movimientos se debaten entre mantener una estrategía radical
y una lógica pura de representacion de las bases para conservar
a los votantes más identificados con sus ideas o racionalizar su
organización interna según una lógica de competencia
electoral con otros partidos, adoptando una estrategia moderada para atraer
a un espectro más amplio de simpatizantes, lo que les conduciría
a arriesgar el apoyo de sus electores tradicionales o a ser confundidos
con los partidos rivales.
En las conclusiones de este libro, los cordinadores se aventuran a predecir
el tuturo de la influencia de estos nuevos movimientos sociales sobre la
escena política en le siglo XXI. En su opinión su avance
político es dudoso, pues el éxito de un partido depende mucho
del sistema electoral. Así pues, los partidos pequeños, entre
los que se encuentran los "nuevos", se hallan en desventaja en
los sitemas de mayoría simple y de un solo representante por distrito,
al igual que en los sistemas proporcionales con umbrales mínimos
muy altos. Estas reglas del juego democrático limitan el atractivo
de estos pequeños partidos ante aquellos votantes que pueden desear
no 'malgastar" sus votos. Circunstancia a la que debemos añadir
el hecho de que para la ciudadanía, como ya se ha dicho, estos movimientos
despiertan mas simpatía que confianza para otorgarles su voto. Todo
hace pensar que su crecimiento como alternativa a los partidos políticos
para formar gobierno es muy dudoso. No obstante, en la era de la información
pueden ejercer una fuerte influencia, pues el electorado aprecia el papel
que desempeñan aportando incentivos para que los partidos del sistema
reajusten sus centros de interés y redefinan sus prioridades. La
población apoya mayoritariamente el orden existente, si bien la
ciudadanía aprecia los movimientoss y los partidos asociados a ellos
en la medida que empujan a la sociedad establecida hacia la innovación
y el cambio de objetivos. Ya en la actualidad los partidos occidentales
han sido sacudidos por el surgimiento de los "nuevos" movimientos
y se han visto obligados a adaptarse a su presencia desestabilizadora mediante
una operación de estética que les permite incluir sus objetivos
menos peligrosos para el sistema, como la defensa del medio ambiente, al
tiempo que desoyen las peticiones de mayor democratización de la
vida política.
Para finalizar, vale la pena indicar que quizás este estudio que
se cuestiona las novedades que aporta lo 'nuevo' se haya quedado viejo,
toda una paradoja. Este año, Luc Rosenweig, de Le Monde,
ha introducido un nuevo concepto de 'movimientos de masas no identificados'
(MMNIs) para definir a todas aquellas manifestaciones expontáneas
acontecidas en 1997 como la marcha blanca de Bruselas, las muestras
de dolor tras la muerte de Lady Di o el denominado Espíritu de
Ermua, en las que la llamada 'mayoría silenciosa' se ha manifestado
bien espontáneamente, o bien alentada por la manipulación
de los medios de comunicación. Pero el 98 nos presenta un fenómeno
mucho más importante. El movimiento de parados surgido en Francia
nos devuelve al materialismo y nos obliga a volver a mirar a esa realidad
habitada por gentes de diferente estrato social que los investigadores
sociales provenientes de las clases medias. Parte de la sociedad se moviliza
por ideales posmodernos como el medio ambiente, pero durante todo este
tiempo han existido gentes reales cuya principal preocupación continua
siendo garantizar su economía familiar. Tengamos pues la atención
puesta en este 98 francés y por contaminación también
europeo.
Bibliografía complementaria:
Theodore Lowi (1971) The Politics of Disorder, N.Y.: Basic Books
© Copyright Antonio Algaba Calvo
© Copyright Biblio3W, 1998