Biblio 3w. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796]
Nº 73, 13 de marzo de 1998.

Dalton, R.J. y Kuechler, M. Los nuevos movimientos sociales. Valencia: Editorial Alfons el Magnànim, Generalitat Valenciana y Diputació Provincial de València, col. Política y Sociedad nº 8, 1992, 427 páginas.

Antonio Algaba


El presente es un buen momento para echar una mirada a los estudios dedicados a los Nuevos Movimientos Sociales. Diversos fenómenos que han sacudido la actualidad durante 1997 y que parecen renovarse en este 98 recien iniciado así lo aconsejan. El libro reseñado recoge las aportaciones presentadas por diversos especialistas en este tema en un seminario coorganizado por la National Science Foundation y la Deutsche Forschungsgemeinschaft y celebrado en 1987 en Tallahasse para estudiar la siguiente cuestión: ¿qué hay de "nuevo" en los denominados nuevos movimientos? El libro incluye cinco partes: la primera se dedica a la introducción; la segunda, con aportaciones de K.W. Brand, R. Inglebart, F.L. Wilson y M. Kaase, se centra en los orígenes de los nuevos movimientos sociales; en la tercera T.R. Rochon, P.B. Klandermans, J. Gelb y D. Rucht estudian las redes de acción de estos movimientos; la cuarta se dedica a las relaciones entre los "nuevos" y los "viejos" movimientos sociales con aportaciones de H. Kitschell, F. Müller-Rommel, C. Offe y S. Tarrow; destinándose la quinta parte a recoger las conclusiones del encuentro por parte de los editores del libro.

En primer lugar, convine clarificar cuales son los movimientos que se enmarcan bajo la etiqueta de lo "nuevo". La mayoría de autores incluye bajo esta denominación a los movimientos ecologistas, pacifistas, feministas y los que persiguen el desarrollo de los paises tercermundistas. Otros autores menos estrictos, como Wilson, también incluyen a los movimientos de consumidores, de contribuyentes, de okupas, etc. aunque estos últimos protestan para obtener beneficios concretos y no por valores más abstractos. Las conclusiones de este libro inidican que, en lo esencial, hay un único vínculo ideológico que une a los miembros activos de los movimientos por la paz, ambientalista y feminista. Este lazo ideológico tiene dos rasgos básicos: una crítica humanista al sistema prevaleciente y a la cultura dominante, lo que se traduce en una profunda preocupación por las amenazas que pesan sobre la especie humana; y, en segundo lugar, una actitud resuelta de lucha por un mundo mejor aquí y ahora. Para los militantes de estos movimientos el actual orden mundial es inhumano por varias razones: porque promueve una mentalidad de "supervivencia de los más aptos" en las interacciones individuales, porque persigue una carrera irreflexiva de despilfarro y explotación de los recursos naturales, y porque se basa en la dominación apoyada por la fuerza militar en el campo de las relaciones internacionales.

En su conjunto, los nuevos movimientos sociales se caracterizan por varios rasgos. Primero, por un estilo de acción política no convencional basada en la acción directa, que contrasta con el modelo tradicional de intermediación de intereses que los partidos políticos desarrollan en las democracias contemporáneas. Segundo, por un fuerte sentimiento antisistema, ya que sus seguidores se sienten enajenados respecto a las normas y valores dominantes, ante los que expresan su rebeldía. Tercero, por construir sus organizaciones sobre la base de la toma de decisiones participativa, una estructura descentralizada y el repudio a los procedimientos burocráticos. Cuarto, por reclamar a las democracias que abran la vida política a un conjunto de intereses más diversos y más vinculados con los ciudadanos. Quinto, porque la mayoría de sus miembros procede de las clases medias instruidas. Sexto, por no desarrollar ningún sistema ideológico coherente, sino que definen su concepción de la sociedad futura sobre todo en términos negativos; es decir saben lo que no quieren, pero no presentan un modelo alternativo claro.

Su carácter de "nuevo" indica la existencia de diferencias entre estos movimientos y los denominados "viejos". Los autores defienden, en general, que existen diferencias cualitativas respecto a los movimientos clásicos. Así, su ideología, no se ocupa de los asuntos de distribución del poder económico o político, sino de la calidad de vida. Al contrario que en el movimiento obrero clásico, no se plantea una alternativa social. Para D. Rucht sus preocupaciones giran en torno a problemas específicos, que no pueden resolverse con la redistribución de los medios de producción y de la riqueza en el marco de un sistema político enteramente nuevo. Esta es la razón por la que no existe un solo movimiento que sobresalga por encima de todos los demás y que represente a la clase oprimida, concebida como sujeto único, sino una pluralidad de movimientos que coexisten y cooperan entre sí y cuya significación no puede describirse cabalmente en término de antagonismo de clases. Su base de apoyo no tiene carácter de clase, pues estos movimientos no se dirigen a ningún grupo social particular invocando sus estrechos intereses específicos, sino que intentan movilizar al conjunto de la sociedad. Mientras que la base social de la vieja izquierda era la clase obrera, la de los nuevos movimientos de ideología izquierdista está constituida predominantemente por las clases medias. Las motivaciones para participar en ellos son diferentes, no hay una lucha por un objeto concreto que beneficie directamente al seguidor, sino que se ha sustituido el interés propio por motivaciones ideológicas y la lucha por la defensa de bienes sociales ( como la paz o el medio ambiente); pero este objeto indefinido de lucha implica que los miembros o seguidores se movilicen y desmovilicen manteniendo un compromiso vital menor que en los partidos clásicos. A su vez, H. Kitschelt nos recuerda que estos movimientos proporcionan pocos alicientes eficaces que refuercen las motivaciones y aspiraciones que empujan a las personas hacia los partidos. Así, mientras los "viejos" partidos han logrado ser capaces de colocar a su gente de confianza en cargos públicos, y utilizan esa capacidad no sólo para estimular el ingreso en el partido, sino a la vez para controlar la elaboración y aplicación de decisiones políticas a través de partidarios bien situados en la burocracia estatal, los "nuevos" movimientos se alejan de este modelo, pero no ofrecen otros mecanismos que estimulen a la militancia. Por otra parte, su estructura organizativa rehuye la centralización y la jerarquía características de los partidos políticos, prefiriendo una estructura descentralizada, abierta y democrática. Y, además, mantienen un estilo político claramente diferenciado, quedándose intencionadamente al margen del marco institucional de la administración pública, y utilizando alternativamente la protesta como arma política planeada y los medios de comunicación para movilizar a la opinión pública.

Existen varias teorías para explicar la génesis de los diversos movimientos sociales, pero hay una razón que se extrae del mero sentido común: los viejos partidos políticos han sido incapaces no sólo de resolver los problemas planteados por las sociedades democráticas, sino también de captar que los intereses de los ciudadanos evolucionaban hacia nuevas problemáticas. En el primer capítulo de este libro se exponen las teorías clásicas que explican el surgimiento de protestas o movimientos sociales. Los "viejos" movimientos han sido analizados mediante la teoría del interés racional individual, la cual sostiene que es la expectativa de un provecho particular lo que motiva a la población a comprometerse políticamente, por lo que los individuos no participarían en acciones colectivas a menos que los "beneficios" esperados superen los "costes" de su participación. Pero esta teoría, que no explicaba la razón por la que una minoría seguía participando a pesar del inminente fracaso, no puede aplicarse a los "nuevos" movimientos cuyo objeto de lucha es un ente abstracto como la paz o el medio ambiente que no beneficia directamente a los individuos peticionarios. Algunos autores utilizan el modelo de insatisfacción para explicar que es la frustración de las clases medias, cuyos miembros se benefician del orden social y político existente, la que conduce a este tipos de protestas políticas. Mientras que otros autores aplican a estos movimientos la teoría de la movilización de recursos, la cual alude a la insatisfacción política y a la conflictividad social inherentes a cualquier sociedad, para argüir que la constitución de movimientos no depende de la existencia o no de tensiones, sino de la capacidad de crear organizaciones capaces de movilizar esos recursos existentes.

Para K.W. Brand los nuevos movimientos sociales surgen como una reacción de la sociedad ante un nuevo tipo de problemas provocados por los efectos colaterales negativos del crecimiento industrial, inexistentes en el periodo de formación del movimientos obrero clásico. Estos nuevos intereses han surgido en un periodo de cambio de época, en la que una vez alcanzadas las prioridades materialistas de la "vieja política", aparecen preferencias postmaterialistas. Además, el movimiento se ve favorecido por la rebelión de una "nueva clase instruida" cuya movilidad ascendente se ve frenada por las condiciones económicas. Para R. Inglehart la participación en los nuevos movimientos sociales se explica por un cambio de valores en la sociedad, la aparición de unos valores postmaterialistas. Así, mientras que el materialismo da prioridad a la seguridad económica y física, el postmaterialismo prima la expresión de la personalidad y la calidad de vida. Lo que explicaría que la edad sea una característica entre sus seguidores, pues sólo los jovenes nacidos en la época del bienestar económico de los paises occidentales poseen esta mentalidad. Aunque, S. Tarrow indica que los nuevos movimientos sociales surgen a menudo de rebeliones internas en las organizaciones existentes. En esta misma línea, P.B. Klandermans niega que la marginalidad al sistema sea un rasgo distintivo de estos movimientos, pues lejos de estar seperados completamente de las organizaciones tradicionales de intermediación de intereses, están incrustradas en el entramado sociopolítico de las sociedades donde aparecen. Por lo que lo "nuevo" de estas organizaciones no puede definirse en términos de marginalidad o distanciamiento respecto de las instituciones sociales y políticas existentes.

F.L. Wilson utiliza el estudio del modelo neocorporativista para explicar el surgimiento de los nuevos movimientos sociales. Para este autor su auge viene propiciado por la incapacidad de las agrupaciones existentes para asumir nuevas reivindicaciones o para representar adecuadamente a sus propias clientelas habituales cuando los intereses de éstas sufren modificaciones. El incisivo estudio que realiza del modelo que el denomina neocorporativista requiere una dedicación especial. Este modelo destaca las relaciones exclusivas entre un puñado de grupos privilegiados y el Estado. Al contrario de lo que el pluralismo democrático podría sugerir en su teoría, el modelo neocorporativista sostiene que un sólo hay lugar para que un único grupo represente a cada conjunto de intereses y como cada uno de estos grupos se considera el único vehículo legítimo de los intereses del sector. Se trata de monopolios de representatividad que son celosamente protegidos gracias a la connivencia de estos grupos con el mismo Estado. El modelo explica que el acceso de nuevos grupos al escenario topa con obstáculos formales y no formales, debido a que la administración puede limitar la creación de nuevos grupos imponiendo trabas administrativas o subvencionando a los grupos priviligiados y negando esta ayuda a las organizaciones no oficiales. Pero este pacto tiene un precio, pues el sistema "alienta a los dirigentes de los grupos a que disciplinen a sus miembros a fin de que acepten el 'interés general' negociado por las élites en lugar de hacer presión por sus intereses particulares". Este sistema contribuye a la formación de dirigentes rutinarios carentes de receptividad ante las necesidades y preocupaciones de la base. De este modo los "viejos" partidos o sindicatos no resuelven los conflictos, lo que provoca el desplazamiento de la conflictividad y facilita el auge de los "nuevos" movimientos sociales, pues la única opción que le queda al ciudadano insatisfecho es la formación de un nuevo grupo capaz de hacer presión en torno al asunto desatendido. Para Wilson, la repulsa al estilo que llama corporativista también explica que los grupos excluidos adopten tácticas diferenciados o métodos no convencionales: manifestaciones, boicoteos, huelgas políticas, sentadas o actos violentos para llamar la atención de la población y del poder sobre las cuestiones que preocupan, con la esperanza de que sus acciones logren al menos sabotear las decisiones políticas en las que antes no pudieron influir. Su lógica se basa en que "si la política corriente no suscita más que aburrimiento la única manera de captar la atención de la prensa y de la opinión pública es volverse a lo nuevo y lo inhabitual". En esta misma línea, también se presenta la teoría de la pobreza de la vida pública que explica su génesis por la inadecuación de los procedimientos usados en la esfera política para resolver de manera satisfactoria los problemas de la sociedad.

Para entender el momento histórico en que surgen hay que revisar la evolución histórico-social reciente, el decenio de 1950 constituyo una época de crecimiento económico estable con un aumento sin precedentes de los niveles materiales de vida. Los cambios económicos estructurales aumentaron la proporción de trabajadores de cuello blanco. Empezaron a limarse las antiguas diferencias entre las clases. El auge de la 'sociedad opulenta' anunció el 'fin de las ideologías'. El pensamiento funcional, la fe en el progreso técnico, las orientaciones privatísticas y materialistas moldearon el mundo aquel decenio. En los 60 el interés y las energías personales volvieron a lo público. Se derrumbó el consenso en torno a los valores pequeño- burgueses dominantes para dar paso a una visión crítica de los lados sombríos de la 'sociedad opulenta' (la pobreza, la discriminación, las condiciones de vida urbana, las intervenciones militares), potenciada por el mayor tiempo de ocio y una forma de vida orientada hacia la autorrealización. Pero la fe en el progreso aún permitía la confianza en las soluciones tecnocráticas 'desde arriba' a los problemas existentes o la radical posibilidad de cambiar las extructuras existentes 'desde abajo'. Fue en este periodo cuando se inicio el cambio hacia unos valores postmaterialistas. En el decenio de 1970 se ensombrecieron las perspectivas por la crisis económica y el cuestionamiento del progreso. Fracasaron las esperanzas utópicas y anarquistas. Se produjo el 'viraje subjetivo' que desvió el interés por las estructuras macrosociales hacia los problemas más tangibles de la vida cotidiana. Se aumento el interés por las experiencias personales, el bienestar psíquico y físico, a la vez que se desarrollaba un nuevo culto a la salud y una nueva espiritualidad, una 'vuelta a la interioridad'. Ante la crisis de crecimiento, las clases medias urbanas se vieron conducidas a admirar formas de vida simples, saludables y naturales. En los años 80 se difundió la mentalidad postmoderna y fue el periodo de mayor crecimiento de los nuevos movimientos sociales iniciados en la década anterior. Es en esta época cuando sus reivindicaciones son asimiladas por los partidos políticos, en parte institucionalizadas y absorbidas por los cauces institucionales de mediacion de intereses, perdiendo los ambientes alternativos su identidad de oposición. Pero también fueron los años del "todo vale" y de los "yuppies".

Podemos preguntarnos si estos movimientos son realmente del todo nuevos. Según H. Eulau "La palabra "nuevo" nos dice realmente, al fin y al cabo, que los nuevos fenómenos abordados mediante el nuevo enfoque no son tan nuevos, y que ese pretendido nuevo enfoque es la restauración de algunos "viejos" modos de ver y abordar las cosas". Esta misma línea es defendida por Brand para quien estos movimientos son en realidad una oleada más de la reacción romántico- ideológica frente a los factores alienantes de la sociedades modernas. Así, los nuevos movimientos presentan también rasgos viejos, como la continuidad de los movimientos de mujeres, por la paz y de defensa de la naturaleza, que constituyen expresiones específicas del radicalismo de clase media. Pero para T.R. Rochon si los movimientos políticos contemporáneos no son totalmente nuevos, sin embargo tienen aspiraciones más ambiciosas que la mayoría de los movimientos que aparecieron en etapas anteriores. A diferencia del movimiento obrero y de la mujer de finales del XIX y principios del XX, que en gran medida aspiraban a incorporarse a la vida política ya existente, los movimientos actuales tratan de modificar los valores sociales y la actividad política. Estas ambiciones más amplias originan dilemas agudos en la actividad política de los movimientos, acentuando la duda entre las actividades que pueden interesar a más personas y las que pueden influir en mayor medida a los gobiernos. En las conclusiones del presente libro se caracteriza a estos movimientos como "nuevos" por carecer de una visión omnicompresiva o de un proyecto institucional de sociedad nueva, siendo el centro de su novedad su carácter postideológico e incluso posthistórico de sus protestas y sus críticas.

Y, si son verdaderamente nuevos, ¿ofrecen un contramodelo de organización política? El estudio que aporta H. Kitschelt a este libro incluye los partidos que albergan a los nuevos movimientos sociales dentro de lo que denomina los "partidos libertarios de izquierdas" y opina que todos ellos rechazan la organización centralizada y burocrática y practican una movilización de sus activistas participativa, fluida, descentralizada y coordinada horizontalmente. Se basan en pequeños núcleos locales, rodeados de simpatizantes laxamente vinculados, y en débiles organizaciones nacionales destinadas a coordinar algunas acciones de ámbito general. Estos movimientos trabajan en pos de la instauración de una democracia participativa que podría representar su más seria amenza al status quo y al poder de los partidos centralizados. Aunque de todas formas, la escasa estructuración de estos partidos disminuye sus capacidades para modificar el sistema. Para este autor las virtudes de su estructura libertaria y participativa producen "efectos perversos no deseados" al competir contra los partidos políticos fuertemente estructurados y jerarquizados. De esta manera, sus características intrínsecas -débiles mecanismos de dedicación, participación escasa, organización laxa y fluida, grupos de dirigentes políticos relativamente irresponsables e internamente divididos- frustran las expectativas que probablemente tenían los activistas cuando ingresaron en ellos. Pues no encuentrasn una organización fuertemente unida, controlada desde abajo y con altos niveles de militancia y participación. Es quizás esta la razón por la que estos movimientos consiguen más simpatías que militantes o votantes entre los electores. La mayoría de la ciudadanía reconoce sus esfuerzos pero no les otorga su confianza para un mandato político.

Y, si alguna vez fueron "nuevos" estos movimientos, ¿lo han dejado de ser? Recordemos la ley de hierro de la decadencia formulado por Lowi (1971) que indica que todos los grupos acaban perdiendo su combatividad y volviéndose abiertamente conservadores. Los nuevos movimientos sociales han prosperado a partir de tres recursos: la existencia de derechos -inexistentes en el siglo XIX-, la aparición de acontecimientos impactantes que constituyen motivos de protesta y, finalmente, la disposición espontánea de segmentos importantes de la población a desencadenar protestas como respuesta a estos acontecimientos. Pero tras la génesis del movimiento, este sólo pueden tener poder político si se transforma en un partido político estructurado y con una organización alejada de su ideología inicial. Deben elegir entre mantenerse fieles a sus principios ideológicos o convertirse en asociaciones eficaces para gestionar la resolución de los problemas que generaron sus protestas. Se debe tener presente que los "nuevos' compiten con otras organizaciones mediadoras, especialmente con los grupos de interés y con los partidos políticos, en torno a un recurso escaso como es el compromiso material y no material de los ciudadanos. Así, estos movimientos se debaten entre mantener una estrategía radical y una lógica pura de representacion de las bases para conservar a los votantes más identificados con sus ideas o racionalizar su organización interna según una lógica de competencia electoral con otros partidos, adoptando una estrategia moderada para atraer a un espectro más amplio de simpatizantes, lo que les conduciría a arriesgar el apoyo de sus electores tradicionales o a ser confundidos con los partidos rivales.

En las conclusiones de este libro, los cordinadores se aventuran a predecir el tuturo de la influencia de estos nuevos movimientos sociales sobre la escena política en le siglo XXI. En su opinión su avance político es dudoso, pues el éxito de un partido depende mucho del sistema electoral. Así pues, los partidos pequeños, entre los que se encuentran los "nuevos", se hallan en desventaja en los sitemas de mayoría simple y de un solo representante por distrito, al igual que en los sistemas proporcionales con umbrales mínimos muy altos. Estas reglas del juego democrático limitan el atractivo de estos pequeños partidos ante aquellos votantes que pueden desear no 'malgastar" sus votos. Circunstancia a la que debemos añadir el hecho de que para la ciudadanía, como ya se ha dicho, estos movimientos despiertan mas simpatía que confianza para otorgarles su voto. Todo hace pensar que su crecimiento como alternativa a los partidos políticos para formar gobierno es muy dudoso. No obstante, en la era de la información pueden ejercer una fuerte influencia, pues el electorado aprecia el papel que desempeñan aportando incentivos para que los partidos del sistema reajusten sus centros de interés y redefinan sus prioridades. La población apoya mayoritariamente el orden existente, si bien la ciudadanía aprecia los movimientoss y los partidos asociados a ellos en la medida que empujan a la sociedad establecida hacia la innovación y el cambio de objetivos. Ya en la actualidad los partidos occidentales han sido sacudidos por el surgimiento de los "nuevos" movimientos y se han visto obligados a adaptarse a su presencia desestabilizadora mediante una operación de estética que les permite incluir sus objetivos menos peligrosos para el sistema, como la defensa del medio ambiente, al tiempo que desoyen las peticiones de mayor democratización de la vida política.

Para finalizar, vale la pena indicar que quizás este estudio que se cuestiona las novedades que aporta lo 'nuevo' se haya quedado viejo, toda una paradoja. Este año, Luc Rosenweig, de Le Monde, ha introducido un nuevo concepto de 'movimientos de masas no identificados' (MMNIs) para definir a todas aquellas manifestaciones expontáneas acontecidas en 1997 como la marcha blanca de Bruselas, las muestras de dolor tras la muerte de Lady Di o el denominado Espíritu de Ermua, en las que la llamada 'mayoría silenciosa' se ha manifestado bien espontáneamente, o bien alentada por la manipulación de los medios de comunicación. Pero el 98 nos presenta un fenómeno mucho más importante. El movimiento de parados surgido en Francia nos devuelve al materialismo y nos obliga a volver a mirar a esa realidad habitada por gentes de diferente estrato social que los investigadores sociales provenientes de las clases medias. Parte de la sociedad se moviliza por ideales posmodernos como el medio ambiente, pero durante todo este tiempo han existido gentes reales cuya principal preocupación continua siendo garantizar su economía familiar. Tengamos pues la atención puesta en este 98 francés y por contaminación también europeo.

Bibliografía complementaria:

Theodore Lowi (1971) The Politics of Disorder, N.Y.: Basic Books

© Copyright Antonio Algaba Calvo

© Copyright Biblio3W, 1998


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