Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales.
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9796]
Nº 85, 27 de abril de 1998

SALA VALLEJO, Rosalía: Lorca y su historia. Lorca: Imprenta Cayetano Méndez, 1998. 587 p.

Horacio Capel


He tenido el privilegio de ser uno de los primeros lectores de la historia de Lorca escrita por Rosalía Sala. Un libro que será un hito en las publicaciones sobre esta ciudad, por la difusión y el eco que va a tener(1).

Se trata de una obra que la autora califica modestamente de "relato sencillo de divulgación, de recopilación y síntesis". Ella misma afirma que trata de sintetizar y hacer accesible a un público general lo que se ha escrito obre Lorca en el pasado y en los últimos años, y que está dirigido a lectores no especializados.

Desde luego, lo logra con creces. Pero es algo más que eso. Tiene varias características que hacen valiosa esta obra.

Ante todo, integra y valora los numerosos estudios que se han hecho sobre la comarca de Lorca en los últimos decenios. La historiografía de Lorca ha cambiado sustancialmente desde los años ya lejanos en que redacté el libro Lorca, capital subregional (1968). Hoy sabemos mucho más de su historia y de los factores de desarrollo o estancamiento gracias a trabajos diversos de historiadores locales o regionales -algunos de los cuales se citan en la bibliografía complementaria de esta nota.

El libro permite tener una idea de las conclusiones principales de esos estudios y puede servir para introducir a las investigaciones sobre Lorca, que conviene sean conocidas por el público lorquino y murciano en general.

Aunque la obra no tiene notas, se utilizan ampliamente los trabajos de los estudiosos locales y regionales, a los que la autora cita siempre con cuidado, valorando a sus autores y sus aportaciones. No solo en la bibliografía, sino también en el texto cita ampliamente a Juan Hernández Franco, Antonio J. Mula Gómez, Joaquín Gris, F. Jiménez Alcázar, Francisco Veas, María Arcas Campoy, J. L. Molina, Pedro Segura Artero, Domingo Munuera, Antonio Gil Olcina, Francisco Calvo García-Tornel y otros investigadores lorquinos. Y también a historiadores de fuera de Lorca como Teresa Pérez Picazo, Francisco Chacón, Guy Lemeunier o Mercedes Vilanova.

En segundo lugar, se trata de una obra que integra muy bien la historia general de España y la historia local, interrelaciona siempre los sucesos locales y los generales. Al mismo tiempo integra asimismo los acontecimientos políticos con los económicos y culturales. Es a la vez una historia económica, política, social y cultural. Se dedica amplia atención a la vida social de la ciudad, a las fiestas, a los juegos, a la actividad cultural, a la educación, a la vida cotidiana o al vocabulario y la literatura popular.

Por esa ambición integradora es también una historia que recurre a diferentes fuentes. Se utilizan, en efecto, documentos originales del rico y bien organizado Archivo Municipal de Lorca, repertorios documentales, bibliografía secundaria y fuentes orales. Este último aspecto es una novedad en una historia de este tipo y coincide con el interés que existe por la historia oral en el momento actual. Es algo muy oportuno, ya que es especialmente urgente recoger los testimonios orales en este momento de cambio. La autora lo hace y describe vívidamente a partir de recuerdos de algunos testigos los trágicos sucesos de la guerra civil y en especial de agosto 1936, la represión posterior y la vida de la postguerra en los difíciles años 40.

Una historia local crítica

La obra que nos ocupa es, en realidad, una Historia de Lorca, aunque la autora, modestamente, no haya querido darle dicho título estimando que otros historiadores deberían acometer ese empeño. De alguna manera podríamos considerar que es la cuarta gran historia de esta ciudad, un siglo después de la de Cánovas Cobeño (1890), dos y medio de la del padre Morote (1741), y cuatro de la de Pérez de Hita (1574). Y podemos encontrar elementos de continuidad y diferencias respecto a ellas.

El género de las historias de ciudades se configuró en el protorenacimiento y el Renacimiento italiano y español, y ha seguido con fuerza hasta el siglo XX. Las referencias ineludibles y las influencias que afectaron a la creación del género se extienden a Platón, Aristóteles y San Agustín, pero también a Tito Livio Ab Urbe condita, Plinio o Pomponio Mela.

En el siglo XVI y XVII se publicaron en España al menos 127 obras, inventariadas y estudiadas por Santiago Quesada (1992). Fueron escritas por sacerdotes, hidalgos, cronistas locales, intelectuales que recibían un encargo del Concejo, o eruditos y literatos por propia iniciativa; cada vez más fue existiendo un público que las demandaba, empezando por los grupos gobernantes, que podían encontrar enseñanzas útiles en la historia y reivindicar sus antiguos privilegios.

Los rasgos comunes de estas historias locales en los siglos XVI y XVII fueron "la exaltación de lo local, la presentación de una imagen de cierta independencia y autonomía basada en la idea de República antigua, y la defensa de sus privilegios"(2). Su contenido se repetía con un esquema muy semejante. La evolución desde los tiempos más remotos, incluyendo la fundación por Tubal, nieto de Noé, por descendientes de héroes troyanos o por el mismo Hércules; los sucesos gloriosos; el entorno como un espacio fértil y extenso, que contribuye a hacer la grandeza de la ciudad.

También se enumeran en ellas los hijos ilustres y las personas de calidad; en el bien entendido de que como se decía en un texto de comienzos del XVII "los oficiales de artes bajas y los jornaleros no pueden ser ciudadanos, porque quien se ocupa en vil oficio no puede hacer obras de virtud y las que para gobernar son necesarias"(3). Es decir, se trataba de historias elitistas y aristocratizantes en las que nobles y eclesiásticos tenían el papel protagonista o exclusivo.

Las funciones de estas historias eran diversas: estimulaban el orgullo cívico, reivindicaban privilegios, exaltaban la nobleza y lealtad de la ciudad. Muy bien reflejada aparece esa función exaltadora en el título de lo que podemos considerar la primera historia de Lorca, el poema del zapatero y literato Ginés Pérez de Hita: Libro de la Población, y Hazañas de la Muy Nobilísima y Leal Ciudad de Lorca, escrita en 1574 aunque publicada más tarde.

Eran también utopías. De alguna manera, al presentar la historia de la localidad sus autores estaban asimismo ofreciendo un proyecto de ciudad, destacando los ideales de la ciudad,

Cuando en la segunda mitad del siglo XVII la verdad se convierta en "el corazón de la historia", se dará paso a una narración más crítica, más preocupada por la veracidad de los datos, por la exactitud de los documentos, por las aportaciones arqueológicas.

En el siglo XVIII los ilustrados lucharán contra los falsos cronicones y pretenderán esa veracidad y objetividad, sin abandonar la exaltación local. Al mismo tiempo las historias de ciudades van dejando de ser unas historias esencialmente nobiliarias y eclesiásticas para convertirse en una historia civil. Algo que, sin embargo, tiene ecos todavía escasos en la segunda gran historia de Lorca, la del padre Morote, como su mismo título sugiere: Antigüedades y blasones de la ciudad de Lorca (1741).

En el XIX, a todos los rasgos ya conocidos se añade la clara presencia de la burguesía y, en ocasiones, del pueblo, la afirmación del progreso, el reconocimiento de los avances que se realizan en la economía y en la sociedad, especialmente en las de las ciudades más dinámicas. La Historia de Lorca de Francisco Cánovas Cobeño (1890), notable por su exigencia de crítica y de rigor historiográfico, presenta, sin embargo escasa atención a la época contemporánea, y solo dedica unas pocas páginas a los sucesos del siglo XIX. Es, en ese sentido, todavía una historia que mira hacia el pasado, como si su autor, carlista reconocido, estuviera insatisfecho con el presente que el Estado liberal estaba construyendo.

La historia de Lorca que ha escrito Rosalía Sala contiene algunos elementos característicos del venerable género de las historias de ciudades. Hay en ella descripción de los sucesos locales, amor a la ciudad, exaltación de las glorias locales, reivindicación de mejoras materiales y espirituales para la localidad y para sus gentes.

Pero es también algo diferente a las anteriores, en cuanto que es una historia crítica. No es una simple historia apologética y hagiográfica, como todavía las del siglo XIX o en otras más antiguas, de aquí y de otros lugares. Y es también un historia que dedica amplia atención a la época contemporánea -a la que dedica la mitad del libro-, es decir, preocupada por el presente, y que mira decididamente hacia el futuro.

De alguna manera esta historia significa un hito por su carácter progresista.

En efecto, la historiografía tradicional de Lorca, la del XVIII y XIX ha sido muy restrictiva y ha dado una visión bastante unilateral de su pasado. Podemos decirlo con las mismas palabras con que lo hace la autora:

"Los escritores tradicionales, clericales y conservadores fueron los que nos dieron su visión de la sociedad lorquina. Apenas existieron manifestaciones literarias liberales. Solo la élite conservadora, presente siempre en cualquier faceta de la vida local fue la que reflejó la vida social desde su punto de vista. Eruditos por pasatiempo, paternalistas y caritativos, los intelectuales de la época fundaron instituciones benéficas, dieron clases a los pobres, crearon bibliotecas y restauraron iglesias, a la vez que idealizaron el pasado en sus escritos, pero fueron incapaces de solucionar los problemas endémicos que su presente tenía planteados"(4).

Frente a ello, en esta obra existe un esfuerzo para valorar y conseguir la recuperación de autores liberales y progresistas - como Tomás y Joaquín Arderíus-, para incorporar testimonios de los grupos populares, para hacerse eco de sus críticas y sus quejas ante una situación social injusta.

Todavía hay otro rasgo que singulariza a este libro. Se trata de una historia local escrita por una mujer que ha sido profesora de un Instituto de Enseñanza Media de Lorca. "No soy escritora -escribe- solo he sido profesora durante muchos años y como tal lo único que intento es enseñar algo, deseando contribuir a la formación de los lorquinos del mañana". Esos años de dedicación a la docencia -unos treinta- se reflejan claramente en el libro: en la claridad de estilo, en la capacidad didáctica, en la habilidad para integrar los hechos generales y particulares, los sucesos políticos con los económicos o culturales.

Como mujer, además, muestra una sensibilidad ante el tema y tratamiento de la mujer lorquina y sus esfuerzos de liberación y progreso. La mujer lorquina está presente en el libro, y las lectoras femeninas encontrarán, por fin, que alguien valora su abnegación y sus aportaciones esenciales al progreso de esta tierra.

Algunas aportaciones

La historia de Lorca que nos presenta Rosalía Sala es una historia de luces y sombras, en la que se valoran las gestas de ricos y pobres; de éstos muchas veces la simple supervivencia en un medio hostil, hostil tanto desde el punto de vista natural como del social. Aparece en el libro una visión matizada de hechos gloriosos, de realizaciones indudables. Pero también de miseria y de opresión.

Señalaré algunos aspectos que me han impresionado personalmente al leer esta obra y haré algunos comentarios sobre las implicaciones de sus aportaciones.

El libro se inicia con el poblamiento prehistórico y presta atención a la historia de las colonizaciones griegas y romanas. Se apoya para ello en los estudios que se han hecho de los numerosos restos arqueológicos de la comarca, y en los hallazgos que están hoy depositados en el magnífico Museo Arqueológico local.

Sería bueno que esta parte de la obra sirviera para tener conciencia de la importancia de esos restos arqueológicos, para saber valorarlos y estudiarlos. Para que cese el expolio a que se les somete. Quizás sea esta una buena oportunidad para apelar a la conciencia cívica de aquellos que encuentran restos de valor en una comarca y una región que constituye toda ella un vasto yacimiento.

La obra muestra la importancia del período bajomedieval para la organización de los rasgos básicos del territorio lorquino. La población se concentraba sobre todo en el núcleo, con una reducida población rural, lo cual no solo tiene que ver con la inseguridad y con la sequía, sino también con estrategias de los propietarios lorquinos con intereses ganaderos. Intereses que continuaron después del final de la reconquista. La venta de lana y esparto hacía rentables los secanos poco poblados. Una situación que empezó a cambiar durante el XVI, y especialmente a partir de mediados del siglo, cuando se observa un aumento del interés por el agua y la agricultura.

También aparecen en la obra las tensiones sociales y religiosas del siglo XVI. La persecución de los judíos conversos, de los moriscos y de los cristianos con antecedentes de escasa limpieza de sangre. Muestra como se mezclaban las persecuciones religiosas, el rigorismo religioso y los intereses sociales de las familias. La clase dominante utilizaba las acusaciones de criptojudaísmo o de criptoluteranismo para descalificar y someter a los espíritus inquietos y libres, como se haría luego con las acusaciones de liberal, de masón o de rojo. La amenaza y el miedo se utilizaron para lograr y asegurar la exclusión social y política de ciertos grupos, a veces de cristianos nuevos que habían adquirido poder e influencia económica.

Vale la pena destacar que frente a ello en este libro se hace un canto a la tolerancia religiosa, muy oportuna en esta época en que renacen los fundamentalismos religiosos de todo tipo (musulmanes, judíos, cristianos o católicos).

Se presenta también la refeudalización del siglo XVII y la desastrosa situación económica de ese siglo, así como el despegue de 1680, que coincide con la evolución general española.

Socialmente era una situación de fuertes desigualdades, en la que las cargas caían sobre los pecheros, mientras que nobles y eclesiásticos tenían exención de impuestos. Una historia de opresiones, poco brillante, de sufrimiento de los campesinos y de los grupos populares urbanos, que constituían la mayoría de la población. La autora habla de la Lorca del siglo XVII como de un "mundo de violencia, pobreza y muerte".

Esos grandes contrastes sociales se mantuvieron en toda la historia de Lorca. Siguieron en el setecientos, en el siglo XIX y en XX. Se expresa en el contraste entre la oligarquía lorquina, con casonas de escudo heráldico, y la pobreza de los grupos populares habitando en cuevas, barracas campesinas, casucas, con pobre y escaso mobiliario.

Durante el siglo XVII se produce un proceso de apropiación de las mejores tierras de propios por las familias de la oligarquía lorquina. Los regidores de la ciudad, vinculados a esas familias pudieron apropiarse finalmente de las tierras de propios adquiridas por el concejo al rey en 1646. Es un siglo en el que persisten formas feudales y privilegios, un feudalismo de señores de ganado en el siglo XVII y de señores de agua y de tierra en el siglo XVIII.

El libro muestra que el aumento de la población en el setecientos es paralelo a un aumento de la concentración de la propiedad y del número de campesinos sin tierra. Recoge también con nítidos trazos el enfrentamiento de esa oligarquía lorquina con los gobernantes ilustrados, que trataban de cambiar la situación a través de la construcción del pantano y de la política de desprivatización del agua.

La parte dedicada a la guerra de la independencia y sus consecuencias resulta impresionante. Durante la guerra, personas de calidad constituyen la Junta local, estallan conflictos entre partidarios del antiguo régimen y constitucionalistas, liberales y moderados, los ejércitos en liza provocan graves destrucciones de bienes, aparecen pretensiones de autonomía de las diputaciones locales y movimientos de separación de la capital, con auténtica fiebre emancipadora. A veces parece que estamos leyendo un relato de la independencia de los países americanos, situados igualmente en territorios alejados y periféricos.

Impresiona el sombrío panorama de la comarca de Lorca en los primeros decenios del siglo XIX, después de la rotura del pantano de Puentes (1802) y el agravamiento de la situación económica provocada por la guerra. Fueron años especialmente duros. En la primera mitad del XIX, realistas y conservadores, con mecanismos de control caciquil sobre los campesinos, consiguieron el apoyo de éstos para el mantenimiento de estructuras o costumbres del Antiguo Régimen. Era muy dolorosa la situación del campo lorquino, con una oligarquía de terratenientes que no supo modernizar la producción y que aprovechaba una mano de obra abundante y los bajos salarios. Una población campesina analfabeta y sometida, ignorantes de lo que en realidad defendían, y con la emigración como única salida. Un "mundo rural, mísero y atrasado", en palabras de la autora.

Se describen también los efectos de la desamortización. "Si el defecto de la desamortización fue que se hizo mal, en Lorca se hizo peor (supuso una concentración de la propiedad en pocas manos, el reforzamiento de la oligarquía terrateniente, el crecimiento de la miseria campesina...). A pesar de todo, lo importante es que se llevara a cabo porque de lo contrario habríamos seguido sumidos en el feudalismo" (p. 34). Una posición que se apoya en los resultados de la historiografía reciente y que contrasta con la mantenida por elementos conservadores y clericales hasta época relativamente reciente.

Páginas terribles las que dedica a describir el caciquismo de la Restauración y los mecanismos de dominio así como el ambiente de sanción social que existía en las clases altas y medias contra todos los intentos de pensamiento avanzado. Algo que siguió vigente en Lorca hasta los años 1960.

El caciquismo funciona bien en una región analfabeta y pobre, y Lorca siguió votando a los conservadores incluso en períodos liberales de la Restauración. El libro muestra los engranajes del caciquismo del siglo XIX, con los hombres que aseguraban las votaciones. "El comadreo y el pucherazo eran los medios políticos para ganar las elecciones. El caciquismo puro y duro" era general en la Lorca de la Restauración (p. 405). "El caciquismo era el nivel de mediación entre los gobernantes y los gobernados", lo que producía un completo divorcio entre la política y la realidad social del país. Algo que tuvo graves consecuencias y que permite entender los estallidos revolucionarios posteriores.


Tierra de tránsito

Una tesis destacada de la obra es que Lorca ha constituido desde los primeros tiempos una "tierra de tránsito", ha sido tradicionalmente un "lugar de encuentro entre gentes diversas". Como resultado de esta historia "somos un pueblo abierto y vitalista", ya que aquí desde la protohistoria se produjo un amplio mestizaje de culturas. Quizás la autora exagera un poco en este sentido, ya que si es cierto que la comarca por su situación ha sido siempre tierra de paso, también lo es que desde la Reconquista se implantó aquí sólidamente una cultura monolítica, que tiene poco que ver con la situación de respeto a "las tres religiones" -una expresión que, por cierto, utilizan ahora descaradamente algunos folletos turísticos de pueblos o ciudades españolas, olvidando la situación de persecución que ha habido durante varios siglos contra dos -y otras- de esas religiones.

En todo caso, además de tierra de paso, las tierras lorquinas han conocido siempre una intermitente emigración a lo largo de toda la historia, en relación con períodos de sequía y hambrunas. Y también un aumento de la emigración cuando el cambio de régimen demográfico hizo aumentar la población sin que se modificaran esencialmente las estructuras sociales.

El libro señala la importancia de la emigración de Lorca en los años 1920 y 1930 y describe la situación de la ciudad durante esos años, con un urbanismo deficiente, con problemas de abastecimiento de agua potable y somero alcantarillado, con altas cifras de morbilidad. Pero, sobre todo, muestra las difíciles condiciones de vida en el campo y la fuerte emigración campesina.

Esos emigrantes se dirigían a Argelia, América, a Cataluña. Encontraban a veces reacciones de rechazo de parte de gentes atemorizadas por la posible pérdida de valores morales, étnicos (la pureza de la raza) o por el miedo a la competencia de los recién llegados. En situaciones económicamente expansivas la población inmigrante puede acomodarse a las áreas de llegada sin graves tensiones, aunque desde luego en peores condiciones que los nativos o los que llegaron antes. Pero en situaciones de crisis la tensiones surgen y los conflictos se agudizan. Es lo que ocurrió en la crisis de los años 1930 en las áreas donde llegaban los inmigrantes. En Cataluña autores como Vandellós llamaron la atención en esa década sobre los peligros y amenazas que para "las cualidades raciales" de los catalanes representaba una inmigración tan poderosa como la de los murcianos(5). Es la misma reacción de rechazo que encontramos hoy en muchos lugares de Europa ante los inmigrantes extraeuropeos.

En Lorca la emigración fue tradicionalmente importante, pero también hubo inmigración. Por ejemplo en los años 50 de algunas provincias andaluzas limítrofes, especialmente de la de Jaén. Pero sobre todo empieza a ser importante hoy y supone la llegada de nuevos inmigrantes, en particular de inmigrantes de procedencia africana. Lo que supone la aparición de una situación totalmente nueva, en la que deberíamos procurar no tener reacciones semejantes a las que ha habido en el pasado con nuestros emigrantes. Lo hemos de demostrar hoy ante la nueva inmigración. Como escribe la autora de este libro: "ojalá se convierta Lorca en tierra de inmigrantes y no de emigración"; y, también, "que sepamos acoger a los que ahora necesitan trabajar y aceptemos a los 'diferentes', haciendo gala de respeto y de tolerancia, sabiendo convivir con todos como fue en otras etapas ya lejanas de nuestra historia"(6).

Un libro optimista

A pesar de lo que pueda parecer por lo dicho hasta ahora y por las ideas que me ha parecido oportuno destacar, el libro de Rosalía Sala es un libro optimista. La autora ha acometido la empresa de escribir su libro llevada por el optimismo. Estima que "el ser humano necesita raíces" y que desea conocer la historia de su pueblo y de sus antepasados. Seguramente es cierto que ese deseo existe en el caso de Lorca, y sin duda su obra puede contribuir de forma importante a que se conozcan dichas raíces y la evolución que la sociedad ha experimentado.

He dicho que las historias de ciudades tenían un componente utópico. Lo mismo sucede en ésta. La autora expresa de forma implícita o explícita sus ideales de tolerancia y democracia, muestra los ideales de reforma de algunos grupos sociales y los esfuerzos de transformación que han emprendido o impulsado en determinados momentos de su historia, alude al trabajo abnegado de los grupos populares, a las proezas individuales de algunos de los hijos de la ciudad y de su campo.

Pero sobre todo, la autora manifesta siempre su fe en los lorquinos y en el futuro. "El futuro está en manos de los lorquinos", es una frase repetida varias veces en el último capítulo. También son muchas las frases de esperanza en "un pueblo con fe en sus posibilidades, dispuesto a luchar por resolver sus problemas sin esperar a que los solucionen desde afuera"(7).

Como lorquino y como ciudadano quiero agradecer a Rosalía Sala el esfuerzo que ha hecho para darnos este bello libro y acabar con las mismas palabras con la que ella lo concluye: "Entre todos tenemos que seguir haciendo la historia de Lorca y en nuestras manos está conseguir que esa historia sea positiva y que en el futuro nuestros descendientes se sientan orgullosos de nosotros".



Notas

1. Esta nota bibliográfica reproduce el texto escrito para la presentación del libro, realizada en Lorca el día 3 de abril de 1998, en un acto celebrado en la Casa de la Cultura bajo la presidencia del alcalde de la ciudad.

2. Quesada, 1992, pág. 5.

3. Pérez de Mesa Política o Razón de Estado, 1623, cit. por Quesada, 1992, págs. 125-26.

4. Sala Vallejo, 1998, pág. 375-376.

5. Vandellós, Josep A.: Catalunya, poble decadent, Barcelona, 1935.

6. Sala Vallejo, 1998, pág. 18.

7. Sala Vallejo, 1998, pág. 403.



Bibliografía complementaria

CANOVAS Y COBEÑO, F. Historia de la Ciudad de Lorca. Escrita por D.-, Correspondiente de la Academia de la Historia. Notablemente arreglada y aumentada con arreglo a los últimos descubrimientos hechos por los historiadores modernos, y acompañada de unas curiosas e instructivas efemérides. Lorca, 1890. Reimpresión, Lorca: Agrupación Cultural Lorquina, 1980.

CAPEL, Horacio. Lorca, capital subregional. Lorca: Cámara Oficial de Comercio e Industria, 1968.

CHACÓN, Francisco, MULA, Antonio José, y CALVO GARCÍA-TORNEL, Francisco. Lorca, pasado y presente. Aportaciones a la historia de la Región de Murcia. Lorca: Ayuntamiento de Lorca; CAM, 1990. 2 vols.

I Ciclo de Temas Lorquinos. Lorca: Caja de Ahorros de Murcia y Alicante, 1980.

ESPINOSA, Antolín. La idea de progreso en las Historias de ciudades españolas del siglo XIX. Suplementos. Materiales de Trabajo Intelectual. Barcelona: Anthropos, nº 43, abril 1994, , p. 75-79.

GIL OLCINA, Antonio. El campo de Lorca. Estudio de geografía agraria. Valencia: CSIC, 1971.

MOROTE Y PÉREZ CHUECOS, P. Antigüedades y blasones de la ciudad de Lorca. Lorca, 1741. Reimpresión, Lorca: Agrupación Cultural Lorquina, 1981.

MULA GÓMEZ, Antonio J. Política y sociedad en la Murcia del Sexenio democrático. Lorca y el valle del Guadalentín. Murcia: Academia Alfonso el Sabio, 1993.

PÉREZ PICAZO, María Teresa, y LEMEUNIER, Guy. El proceso de modernización de la región de Murcia (siglos XVI-XX). Murcia: Editora Regional de Murcia, 1984.

QUESADA, Santiago. La idea de ciudad en la cultura hispana de la Edad Moderna. Barcelona: Ediciones y Publicaciones de la Universidad (Colección "Geocrítica. Textos de Apoyo", vol. 9), 1992. 273 p.

TORRES FONTES, Juan. Repartimiento de Lorca. Murcia: Academia Alfonso el Sabio, 1977.

VEAS ARTESEROS, F. Los judíos de Lorca en la Baja Edad Media, Murcia: Academia Alfonso X el Sabio, 1992.

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