Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVI, nº 932 (5), 20 de julio de 2011

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

“EN ATTENDANT GODOT”. NOTAS A PROPÓSITO DEL DEBATE ENTRE HORACIO CAPEL Y JEAN-PIERRE GARNIER SOBRE LA PARTICIPACIÓN CIUDADANA EN EL URBANISMO

Josep Vicent Boira
Departament de Geografia – Universitat de València

Recibido: 18 de mayo de 2011. Aceptado: 2 de junio de 2011.

“En attendant Godot”. Notas a propósito del debate entre Horacio Capel y Jean-Pierre Garnier sobre la participación ciudadana en el urbanismo (Resumen)

La participación ciudadana es un canal adecuado para la reforma de la ciudad, aunque debe ser aplicada por convencimiento y a la vista de los avances en el estudio de la concepción del espacio desde la ciencia geográfica. Cuando se cumplen cincuenta años de la edición del libro de Jane Jacobs “Death and life of great American cities” es más importante que nunca debatir sobre el papel activo de los ciudadanos en un sistema democrático electivo. Revisamos estos temas dentro del debate más amplio de Horacio Capel y Jean-Pierre Garnier. 

Palabras clave: participación ciudadana, leyes y reglamentos, espacio, ciudad.

“En attendant Godot “. On the debate betwen Horacio Capel and Jean-Pierre Garnier about citizen participation in urbanism (Abstract)

Citizen participation is an appropriate way for the reform of the city, but it must be applied for conviction and according to the advances in the study of space in geographical science. When we celebrate fifty years of the edition of Jane Jacobs’ book  Death and life of great American citiesis more important than ever to discuss the active role of citizens in the democratic elective system. We review these items in the wider debate between Horacio Capel and Jean-Pierre Garnier.

Key words: Citizens participation, laws and rules, space, city.


No conozco ningún otro depositario seguro de los máximos poderes de la sociedad que no sea el mismo pueblo; y si creemos que no está lo suficientemente iluminado para ejercer su control con una discreción acertada, el remedio no sería despojarlo del poder sino instruir su discreción.

Thomas Jefferson.


Bien es verdad que quedándonos de brazos cruzados, pensando los pros y contras, también hacemos honor a nuestra condición. El tigre se precipita en auxilio de sus semejantes sin pensarlo. O se refugia en lo más espeso de la selva. Pero la cuestión no es esta. « ¿Qué hacemos aquí? », es lo que tenemos que preguntarnos. Tenemos la suerte de saberlo. Sí; en medio de esta inmensa confusión, una sola cosa está clara: esperamos que venga Godot.

Samuel Beckett.


En 1952, Samuel Beckett escribió su conocida obra Esperando a Godot, en la que sus personajes esperaban infructuosamente a otro que había de llegar. Y mientras esperaban, la vida pasaba. Hasta tal punto era así, que ni siquiera eran capaces de recordar lo que había ocurrido el día anterior, repitiéndose la misma escena día tras día... Así, esperando a Godot, nadie se movía, esperando a Godot, las cosas y las personas cambiaban alrededor. Me ha venido en mente esta referencia al leer una parte del debate entre Horacio Capel y Jean-Pierre Garnier, y no porque ninguno de los dos me evoque a los personajes de Beckett, bien al contrario, sino porque de algún modo, el debate puede situarnos ante una disyuntiva interesante: ¿es posible conseguir alguna cosa en nuestra sociedad, en nuestra ciudad para ser más exacto, mientras esperamos que llegue la “revuelta” final?, ¿qué puede aportar la geografía a la mejora del entorno, a la justicia social y a la equidad como objetivo final?, ¿es compatible el esperar un cambio profundo de las estructuras y proceder a los pequeños pasos de reformar el espacio que nos es más próximo?, ¿debemos luchar por desvelar conciencias o por solucionar problemas?, ¿hay una contradicción entre ambos principios? Para los personajes de Godot, la vida entera se supeditaba a la esperada llegada de su misterioso visitante. Ni Capel, ni Garnier apuestan por ello por supuesto, pero sí es posible detectar, especialmente de las palabras de este último, una cierta tendencia a perseguir lo máximo obviando no ya lo mínimo (discusión que nos llevaría largo tiempo), sino sencillamente lo factible a corto plazo.

La apuesta de, sin renunciar a un nuevo mundo, avanzar en lo que tengamos a mano ha sido y es una tradición europea. Esto y no otra cosa es lo que los socialdemócratas alemanes vienen haciendo desde principios del siglo XX por ejemplo (y lo que en muy contadas ocasiones han hecho las fuerzas de izquierda en nuestro país, todo sea dicho, enlazando con la pregunta de Horacio Capel sobre qué izquierda tiene la responsabilidad de hacer las cosas). Donal Sassoon lo cuenta en su libro sobre la cultura europea[1]. En 1906, sin obviar la posibilidad de que las fuerzas revolucionarias consiguieran el cambio de estructuras sociales, económicas y políticas, los socialistas alemanes no olvidaban leer. Mientras esperaban a que llegase Godot (léase, la revolución), la Comisión Central para la Cultura creaba la Arbeiterbibliotheken, una enorme red socialista de bibliotecas de préstamo que, ya en 1914, llegaba a los 1.147 centros, con un total de 833.857 volúmenes.  Aunque tengamos a veces la impresión de que los países de Europa se han igualado en estos últimos decenios, datos como estos permiten apreciar la solera con la que cada uno de ellos ha ido avanzando a través de la historia… No todos somos iguales, seamos realistas. A diferencia de las iniciativas estructuradas alemanas, en España las acciones fueron individuales, de hombres envidiables por su audacia como Vicente Blasco Ibáñez (el escritor valenciano admirador de Élisée Reclus de quien publicó un buen puñado de sus obras en su editorial Prometeo). En Alemania fue la editorial del SPD, la Buchhandlung Vorwärts la que imprimía clásicos a bajo precio, contándose entre ellos no sólo referencias indiscutibles del socialismo teórico, sino muestras de la buena cultura literaria, desde La casa de las muñecas de Ibsen al Fausto de Goethe, de El Avaro de Molière al Hamlet de Shakespeare. Y es que nunca una cosa ha estado en contradicción con otra. La reflexión, la cultura, el saber, el conocimiento han sido tradicionalmente vistos como un arma, en si, revolucionaria. En 1830, los socialistas alemanes ya usaban el lema de “la cultura os hará libres” y en 1872, un dirigente socialista alemán afirmaba con intuición que “el conocimiento es poder y el poder es conocimiento”. ¿Significaba ello que obviaban la vía política, la de la acción? No. Por ello, parafraseando a Picasso, deberíamos concluir que cuando “la revolución llegue, nos debe sorprender trabajando”.  

El debate de Capel y Garnier muestra, antes que nada, la capacidad transformadora de la geografía como ciencia, su papel clave en el saber estratégico de las sociedades. La globalización no ha hecho sino intensificar este fenómeno. Cada uno desde un punto de vista, ambos abogan por la intervención y por el compromiso social, y por ello el debate debe ser bienvenido. Aprovechando la generosidad de los editores de Biblio 3W, me permito intervenir modestamente en uno de los “fuegos cruzados” de ambos, el de la participación ciudadana, el de la democracia urbana, el del control  (o no) de los habitantes sobre la planificación urbanística. De las 30 objeciones de Garnier (que, amistosamente hablando, deben entrar en el reducido canon de listas famosas, como las 95 tesis de Lutero o las 18 de Walter Benjamin), se desprende la inutilidad, o más bien, el carácter paliativo y sedante (¿colaboracionista, incluso?), de la participación ciudadana en la gestión, administración y planificación de la ciudad. Nada más lejos de la realidad, a mi entender. Hoy en día, la participación ciudadana es vista en algunos países, especialmente en los Estados Unidos de Norteamérica, como un derecho consustancial a la naturaleza de la ciudadanía. Derecho que no sólo se halla en el etéreo mundo de la discusión pública, sino que se ha intentado introducir en las leyes, en las normas de obligatorio cumplimiento, como veremos. Y si alguna duda tenemos sobre el carácter “cuasi” revolucionario de propuestas como la de planificar sobre la alianza de los intereses locales sólo tendremos que contemplar la eliminación de un plumazo (con fecha 20 de julio de 2011) de 58 puestos de trabajo en la “local planning asistance division” del gobierno estatal de Tennessee, en manos del republicano Bill Haslam o la airada reacción (en el doble sentido de la palabra) de sectores conservadores de aquel país (el “Tea Party” local) ante los esfuerzos por introducir este derecho en la planificación territorial, como ha sucedido recientemente en el plan “Bay Area” de San Francisco, en California. Veremos con más detalle alguno de estos ejemplos. La participación ciudadana en la planificación de la ciudad no sólo es una herramienta útil, sino que puede ser incluso un instrumento revolucionario o, si rebajamos nuestra ambición, al menos altamente irritante para determinados sectores sociales y económicos privilegiados. 


1961-2011: a los cincuenta años de Jane Jacobs

Es curioso señalar que el debate entre Horacio Capel y Jean-Pierre Garnier sobre la participación ciudadana se produce exactamente a los cincuenta años de la edición del libro de cabecera del urbanismo progresista norteamericano y, por extensión, europeo. The Death and Life of Great American Cities fue editado en 1961. Este año se cumple, pues, cinco décadas de su aparición.  Jacobs hizo una afirmación en aquel libro que todavía hoy tiene un alto valor[2]: “There are only two ultimate public powers in shaping and running American cities: votes and control of the money. To sound nicer, we may call these ‘public opinion’ and ‘disbursement of funds’, but they are still voters and money[3]. Votos y opinión pública eran elementos clave para controlar la ciudad. Todavía lo son. Jacobs era de la opinión de que si la ciudad funcionaba mal, una de las causas del problema no era (solamente o no siempre) las estructuras económicas subyacentes, sino el desconocimiento profundo de cómo opera la ciudad. Jacobs cita una anécdota en la introducción a su libro  de la edición de 1993. North End es un barrio de Boston con graves problemas por su carácter viejo, de renta baja en el corazón del frente marítimo industrial de la ciudad. Este lugar era considerado oficialmente el peor “slum” de la ciudad y una vergüenza cívica  (“a civic shame”). Tras veinte años, el barrio había cambiado gracias al esfuerzo de sus vecinos. Pero North End todavía debía luchar contra un desconocimiento de su auténtica realidad, de sus profundas características, cosa que Jane Jacobs reconoció de inmediato al tratar con un amigo urbanista, a quien mientras su instinto le decía una cosa, lo que había aprendido en las escuelas de urbanismo le decía la contraria: “Here was a curious thing. My friend’s instincts told him the North End was a good place, and his social statistics confirmed it. But everything he had learned as a physical planner about what is good for people and good for city neighbourhoods, everything that made him an expert, told him the North End had to be a bad place”[4] La soberbia del omniscente planificador… En realidad, Jane Jacobs está señalando con el dedo la causa de unos de los conflictos más usuales en nuestras ciudades, que no necesariamente y siempre se deben a una cuestión de clase, a una dominación de estructuras económicas, sino a una cuestión de soberbia, de desconocimiento de los mecanismos internos de funcionamiento de la vida urbana: “So many of the conflicts would never occur if planners and other supposed experts understood in the least how cities work and respected those workings[5]. Y lejos de descalificar globalmente cualquier método de participación ciudadana, reconocía que las experiencias de participación eran, al mismo tiempo, una experiencia descorazonadora y alentadora[6]. Las razones de su visión negativa son las mismas que Garnier señala en su texto (en esencia, su concepción paliativa de cualquier medida si no cambian las estructuras generales y las relaciones de poder), pero alentadora porque permite descubrir la vitalidad, el entusiasmo y la capacidad de los ciudadanos para hablar de sus problemas, para exponer sus preocupaciones. Elocuencia y sabiduría aparecen en boca de gente marginada y poco formada. Y así, el foro de participación (“public hearing” en terminología americana) se convierte en el altavoz mediante el que otros ciudadanos, la prensa y determinados políticos y planificadores pueden acceder a la voz de los que no suelen tenerla.

En este contexto que no podemos pasar por alto, permítaseme citar aquellas ideas que, a mi entender, centran el debate por lo que se refiere a la participación ciudadana.

En primer lugar, el artículo inicial del Dr. Capel señala cuatro elementos fundamentales que querría destacar: la relevancia de la percepción en la forma de entender la ciudad, la posibilidad que no todo crecimiento y transformación urbana  esté vinculado “solo” al sistema capitalista, la importancia de las leyes de participación ciudadana y, por último, la necesidad de pensar como científicos para actuar como ciudadanos. De una forma global o concreta, Jean-Pierre Garnier objeta la letra o el espíritu de estas ideas (si le interpreto bien) con, al menos, otras cuatro objeciones: los actores urbanos  al no ser necesariamente los agentes, sólo se convertirán en tales si las “relaciones de fuerza son favorables a los dominados” (objeción 18), el derecho a la ciudad (y a participar y a la apropiación del espacio urbano por los ciudadanos) es “incompatible con la prolongación de las relaciones de producción capitalistas” (objeción 24), la desconfianza ante las cartas municipales y demás declaraciones (y leyes) de participación (objeción 24) y, por último, el hecho de que una parte del trabajo de los geógrafos en medios urbanos puede entenderse como “de mediación” y de estar al servicio, conscientemente o no, de la reproducción de las relaciones capitalistas, dado que su objetivo no es el enfrentamiento ni el conflicto (objeción 29). 

Sin pretender responder o debatir exacta y ordenadamente cada una de estas ideas, sí espero aportar algunas perspectivas sobre los temas discutidos.


La importancia de la percepción ciudadana

Durante mucho tiempo, los estudios de percepción urbana (la así llamada Geografía de la Percepción) se articularon en torno a la imagen de la ciudad y a sus mapas mentales, siguiendo las pautas de Kevin Lynch. No es el momento de hacer aquí su historia, pero valga una primera afirmación: de aquellos polvos, surgieron estos lodos o más bien esta dúctil arcilla, es decir, la demostración de que existían diferentes concepciones del espacio urbano, de que éste era, entre otras cosas, no sólo social, sino subjetivo y, por tanto, que a la hora de gestionarlo y planificarlo, la percepción ciudadana era, también (“non solum, sed etiam”) crucial. Con el desarrollo de los estudios sobre espacio subjetivo resulta más difícil volver a la concepción del espacio absoluto, del unidimensional, del que estaba en posesión no ya del “Gran Capitalista” (el agente urbano por excelencia para Jean-Pierre Garnier), sino del “Gran Arquitecto”, expresión de tintes francmasones que podemos sustituir por el de “Gran Planificador”, de conocimiento total y narrativa omniscente. Nada se escapa a la docta mirada del planificador y todo se halla resumido en su mesa de trabajo. Lo que no se puede ver en ella, en realidad no existe. Es la vieja concepción del saber reducido, dominante, científico… “We architects and urban planners aren’t the visible symbols of oppression, like the military and the police. We’re more sophisticated, more educated, and more socially conscious. We’re the soft cops[7]. Frases como esta (“los policías suaves”, los menos visibles pero efectivos símbolos del poder) aparecen en un libro de Robert Goodman de 1971 (traducido al español por Blume en 1977) que en realidad es una reflexión radical (en sentido revolucionario) de la ciudad y de quienes la planifican. Por cierto, muchos de los argumentos de este ejemplo de manual de “guerrilla architecture” (sic) de Goodman de 1971 nos recuerdan, fielmente, las opiniones de Garnier en 2011 (desconfianza del concepto de “pluralismo” en la sociedad capitalista, dominación de la estructura sobre el individuo, importancia de la acción directa, desconfianza de los canales de participación, necesidad de implicarse y no de mediar, ni de ayudar por parte del científico social, etc.).

Sin embargo, en una de las páginas de Goodman[8], encontramos una idea que puede inducir a una reflexión más profunda, al recoger  unas palabras del arquitecto Hugh Hardy: “the practice of asking what the community wants is not really helpful to the architect, except politically, or to clarify the program. The community can only think of what it knows. It can’t help the architect in his architectural problem”. Este texto  muestra que tal vez la opresión en la ciudad, a la  que ataca Jean-Pierre Garnier, sea más sutil y menos visible que el gran magnate propietario del suelo, que el gran y escandaloso grupo empresarial con intereses inmobiliarios, que los lobbies de presión en sus lujosos despachos… Arquitectos, planificadores (menos geógrafos, pues tienen menos reconocimiento para hacerlo, pero alguno debe haber), han jugado papeles muy discutibles en la ordenación y transformación de nuestras ciudades, incluso desde administraciones de partidos de izquierda, teóricamente y prácticamente progresistas (¡hablo sin ironía!). Tal vez la opresión sea, como reclaman las feministas para el género, de cariz diferente a la de la caricatura del gordo y encopetado hombre de negocios. Tal vez adopte la sutil forma de un cartabón y una escuadra (con sello socialista o conservador). Así, si nadie se plantea hoy discutir que el espacio tiene una dimensión social innegable, tampoco deberíamos negarnos a reconocer que también tiene una dimensión subjetiva, compleja. Goodman, en 1971, atacaba al poder científico por pretendidamente neutral. Y tal vez tuviera razón. Pero era 1971. En 2011, el conocimiento científico se ha hecho tan plural y generalizado y nuestras universidades se han hecho tan diversas y poco monolíticas que es imposible (y errado) atacarlo como un todo homogéneo. Y sobre todo, parece poco acertado utilizar los mismos argumentos en 2011 que en 1971, como si cuarenta años de historia (¡y qué historia!) no hubieran afectado al mundo. Estaremos de acuerdo que los excluidos de 2011 no son exactamente los mismos que los de 1883, cuando murió Karl Marx. Pero tampoco los de 1971. Tratar en 2011 a los “últimos” de la ciudad de forma “dickensiana”, es decir, absoluta y monolítica (los desheredados de todo y para todo: sin dinero, sin cultura, sin movilidad, sin contactos, sin esperanza, sin instrucción…) no es un análisis certero. Hoy nuestros jóvenes ciudadanos puede que no tengan dinero, pero tienen contactos y acceso a redes, disponen de formación, másters y hablan idiomas. Con pocos medios, viajan, conocen, ven otras culturas. Y los mayores, cada uno desde su casa, pueden acceder a mundos impensables hace veinte años para personas con capacidad de movilidad reducida. Pobres de solemnidad que votan a partidos conservadores. Ricos progresistas. Burgueses incultos, jóvenes instruidos... No se puede hablar de los “marginados” de una forma tan rotunda y global como a veces hace Jean-Pierre Garnier. Y esto tiene consecuencias para la participación urbana. Tal vez hace cuarenta años, la población estaba poco preparada para entender las consecuencias de un plan, sus repercusiones, incluso para leer un informe técnico (y de ello se aprovecharon quienes gobernaban y también los técnicos a su servicio, que en cierto modo los despreciaron), ¿pero de verdad es lo mismo hoy? Creo que hoy no hay excusa: si no preguntamos a la gente lo que quiere y cómo lo quiere, no es porqué no sepan contestar, es porqué tal vez no nos convenga saber sus contestaciones.


Leyes y experiencias para la resistencia y/o la reforma (dentro del sistema)

Muchas veces debemos tomar cierta perspectiva con nuestra realidad para poder entenderla. Lo que nos parece menor e insignificante, en contextos diferentes se nos antoja relevante. Esto es lo que sucede con las leyes, reglamentos y cartas que promueven la participación. Su inocuidad no es absoluta, ni la candidez de quienes se pelean por ella es inexplicable. Veamos brevemente dos casos alejados de España y de Francia.


Leyes: Florida y la lucha por la cuarta enmienda (2010-2011)

Como ya tuvimos oportunidad de comentar en este mismo medio[9], algunas experiencias norteamericanas nos hablan de la importancia de las leyes para controlar la forma en que los espacios urbanos se transforman.

El caso de Florida y de la cuarta enmienda a la Constitución del estado nos parece interesante. El día 2 de noviembre de 2010, los ciudadanos del estado de Florida fueron llamados a pronunciarse en referéndum sobre la aprobación o no de la conocida como Amendment 4. Esta enmienda dice textualmente:

La participación pública en la planificación general del uso de tierras (comprehensive land use planning) por parte del gobierno local favorece la conservación y protección de los recursos naturales y la belleza del paisaje de Florida, y a largo plazo la calidad de vida de los floridanos. Por consiguiente, antes de que el gobierno local pueda adoptar un nuevo plan general de uso de tierras, o enmendar un plan general de uso de tierras, dicho plan propuesto o enmienda de plan se someterá a votación de los electores del gobierno local por referendo después de la preparación por parte del organismo local de planificación, consideración por parte del organismo que rige según disponen las leyes generales, y aviso del mismo en un periódico local de circulación general. El aviso y el referendo serán de acuerdo con lo que disponen las leyes generales. Esta enmienda entrará en vigor inmediatamente después de su aprobación por los electores de Florida.

Esta enmienda desbordaba los cauces de la participación para adentrarse directamente en el control ciudadano sobre cualquier plan general urbano (¿esto es una reforma o una revolución?). La iniciativa pretendía desmontar los trámites de aprobación usual de este tipo de planificación para someter a referéndum popular no sólo un nuevo plan general en cualquier municipio o condado del estado de Florida, sino la modificación de los existentes. La propuesta fue ideada por un colectivo llamado Florida Hometown Democracy. A esta asociación se opuso otra que preconizaba al “no” en la consulta de noviembre: Citizens for Lower Taxes and a Stronger Economy, cuyo propio nombre (“lower taxes”) indicaba su orientación.

Tengo que decir (y espero que el hecho no invalide la mayor) que la enmienda, sometida a referéndum fue derrotada con 3,4 millones de votos en contra y más de 1,6 millones a favor. Pero cerca de dos millones de ciudadanos entendieron el mensaje (radical, en el sentido primigenio de la palabra) de quienes la defendían: “Our homes and communities are too important to leave in the hand of politicians, lobbyists hired by developers and special interests. Together, we can stop rubber-stamped approvals that clog roads, crowd schools and wreck natural areas. If we all vote yes on Amendment 4, we can take power back to the people”. El razonamiento de los defensores de la enmienda sitúa la discusión en el ámbito de la democracia y del poder de los ciudadanos para decidir sobre su futuro, pero también en el marco legal de las leyes y aunque la enmienda salió derrotada, nada impide que vuelva a presentarse, como ya pasó en 2008, cuando se intentó y no se consiguió debido a una decisión de los tribunales.

En realidad esta enmienda, más que articular procesos de participación ciudadana, eleva el listón hasta proponer un auténtico “veto” ciudadano a planes generales en desacuerdo con la mayoritaria opinión de la población. El debate está servido. La figura del Comprehensive Plan se enfrentaba a una barrera final: la decisión de la mayoría de la población donde éste se pretenda aplicar. Más allá de los mecanismos de participación, el caso de Florida es un caso, extremo, en el que los votos pueden controlar el urbanismo (en pleno sentido de la frase de Jane Jacobs citada en páginas anteriores).  


Experiencias: California y el “local Tea Party” (2011)

El segundo ejemplo que me parece relevante es el que acaba de suceder en California, en la zona conocida como “Bay Area”, donde sólo el inicio de un proceso de consulta popular no vinculante, es decir, de lo que en Estados Unidos se conoce como “planning meeting” ha desencadenado las iras de los sectores más conservadores de la región bajo la bandera del “Tea Party” local. Si tan inocua para el sistema fuera la participación ciudadana en los temas de planificación y sosteniblidad, ¿se producirían estas reacciones? Baste señalar inicialmente el titular de la prensa: “Tea Party sinks Planning Meeting” (Planetizen, 8 de junio de 2011), noticia que ya había recogido el poderoso New York Times con fecha 26 de mayo: “Planning effort is enlivened by Tea Party”. “Plan Bay Area” es un intento de la Association of Bay Area Government y la Metropolitan Transportation Comisión para diseñar un plan de usos del suelo y de transporte integrado para la región de la bahía de San Francisco. Dentro de la metodología participativa, que no viene al caso citar, se convocaron una serie de Public Workshops (reuniones abiertas a la ciudadanía) para no sólo explicar el plan, sino solicitar la colaboración ciudadana para desarrollarlo: la página web de la organización (www.onebayarea.org) recoge, entre otras cosas, el objetivo primordial (“Lets plan together for future growth that enhances our region’s economy, environment and social equity.”) y puede encontrarse un detallado plan de participación ciudadana en varios idiomas, incluido el castellano (www.mtc.ca.gov/get_involved/translations/PPP_Draft_Plan_Spanish.pdf), que justamente comienza con la frase de Thomas Jefferson que da pie a este artículo: “No conozco ningún otro depositario seguro de los máximos poderes de la sociedad que no sea el mismo pueblo; y si creemos que no está lo suficientemente iluminado para ejercer su control con una discreción acertada, el remedio no sería despojarlo del poder sino instruir su discreción”. Dentro de este plan de participación, pieza esencial son las reuniones de los proponentes con los ciudadanos, para recoger sus sugerencias y opiniones. Pues bien, en el caso que nos ocupa, miembros organizados del “Tea Party Local” con sede en Alamo, acribillaron dialécticamente a los planificadores urbanos en una reunión mantenida en Oakland dentro de una clara actitud obstruccionista y boicoteadora, como demuestra el periódico NYT de esa fecha cuando recoge que ante la pregunta de los organizadores a los ciudadanos presentes sobre una puntuación de los espacios libres  como parques, etc., los representantes del Tea Party sólo contestaron: “Open space also incluyes people’s private property. You cannot ask people to vote on something that violates other’s private property”. Cuando el coordinador de la sesión, Lex Hexter, trató de calmar los ánimos pidiendo una mayor concreción (“It’s good to hear everyone’s opinión, but we need to…”), fue secamente cortado por un despreciativo “Back off!” (de difícil traducción pero que podríamos entender por “¡déjame en paz!” o “¡no me atosigues!”).

Es solo una anécdota, pero creo que significativa. ¿Por qué esta reacción? En realidad, la reacción de los elementos conservadores que ven en este plan y en los procesos de consulta abiertos una amenaza a la libertad y a la propiedad privada (“One global vision, designed by the United Nations to strip you of your freedom”, se puede leer en la propaganda antiplan) es una reacción no sólo a la propuesta,  sino al instrumento (“What I learned is that these meetings are rigged. There is no real public input. All options given are designed to lead to a predetermined end solution”). Mejor dicho, propuesta e instrumento son una misma cosa en la nueva generación de planes de ordenación territorial y planificación urbanística. ¿Tan inocua es esta metodología?, ¿tan cándidos sus defensores? No lo parece por las reacciones en contra. ¿No será que la batalla se ha transformado, que las barricadas de hoy son la lucha por leyes y normas que trasladen a la sociedad esa necesidad y garantía de justicia?


Científicos y ciudadanos: tal para cual (¡en cuanto a tal!)

La dimensión científica y reflexiva de la geografía no entra en colisión en absoluto (o necesariamente) con la dimensión ciudadana de la acción. Al contrario. Muchas veces es gracias a las reflexiones científicas relacionadas con el espacio (social, subjetivo, de género, etcétera) como se han podido desarrollar avances claros en materia política, social y urbana. Ya tuvimos oportunidad de comentar nuestra tesis al respecto: entre “radicalizar la democracia” y “democratizar el espacio”, elegimos esta segunda vía[10]. Se trataría, por tanto, de situar el objeto de nuestro trabajo como geógrafos (la ciudad, en este caso) en el centro de nuestras preocupaciones y hacer del derecho a la ciudad, una cualidad intrínseca a la propia naturaleza del concepto. Los avances en el estudio, por ejemplo, del espacio subjetivo, inducen a no poder concebir de ninguna manera la ciudad desligada del derecho de sus habitantes a decidir sobre ella, pero no tanto porque sea solo un derecho inherente a la condición de ciudadano, sino porque es una esencia de la forma de entender ese mismo espacio. Las formas de la participación serían, por ello, una consecuencia lógica de una concepción plural del espacio. Ciertamente, el mercado ha maximizado la concepción absoluta y unidimensional de aquel, reforzando exclusivamente su valor de cambio y la dimensión “experta” de su tratamiento. Por ello se puede argumentar que una auténtica revolución en la ciudad iría de la mano no ya de una visión exclusivamente ideológica de las relaciones que ocurren sobre el espacio, sino de una concepción plural del mismo.

Lo bien cierto es que la geografía de la percepción y del comportamiento, la geografía humanista o las geografías personales han mostrado desde hace décadas la importancia de las visiones, las creencias, las ideas, las percepciones, las imágenes y los comportamientos de las personas en su relación con el entorno, especialmente con el espacio urbano. Estas visiones se plasmaron en una concepción del espacio subjetivo que, aunque es diferente para cada ser humano, en la práctica se encuentra socializado en su experiencia final por la cultura, la edad u otras variables sociales y personales. Frente a un espacio utilitarista, éste es un espacio vivido, que es descrito principalmente, en frase de Paul Knox a través del prisma de la experiencia personal de la gente, coloreada por sus esperanzas y miedos y distorsionada por prejuicios y predilecciones.

Así pues, el espacio al tener una multitud de dimensiones, de las que la que trabaja el planificador, el arquitecto o el gobernante no tiene por qué ser la misma que la que utiliza el ciudadano en su vida cotidiana, cualquier intervención en la ciudad debería partir del reconocimiento de esta pluralidad y por tanto de la necesidad de contar con ella como principio general. La participación se convierte así en una consecuencia lógica de la forma de entender la ciudad y su espacio[11]. Por ello, la participación debe ir ligada al espacio, no al ciudadano. Quiero decir no al ciudadano como vecino de tal o cual ayuntamiento (y por tanto dependiente del “clima” político, de la facultad municipal de considerarlo o no, del poder incluso que como grupo consiga tener), ni como ciudadano natural o inmigrante, vecino de primera o de cuarta generación... Ligar el derecho a la ciudad, a la esencia del espacio sería la única forma que todas las instancias respetaran este derecho y esto se podría hacer de forma normativa, a través de una figura similar a las “memorias ambientales” o los “informes de sostenibilidad ambiental” (formas evolucionadas de la antigua “Evaluación de Impacto Ambiental”). Así,  una “memoria vecinal” o una “Evaluación del Impacto o de Sostenibilidad Vecinal”, podría ser un estudio obligatorio por ley para toda obra pública y para todo proyecto urbanístico con afección sobre la ciudad. O, como señala el libro de Gigosos y Saravia[12], ¿por qué no pensar en un turno de guardia de “arquitectos de oficio” (o de “geógrafos de oficio”) que asesoren a la gente en asuntos urbanos y territoriales igual que hay en España unos 30.000 abogados en el turno de oficio que la ley (del artículo 24 de la Constitución a la ley 1/1996 sobre Asistencia Jurídica Gratuita) establece? Leyes, pues, como nuevas barricadas, reglamentos a los que acogerse como banderas de insurrección, técnicos que permitan el acceso y el ejercicio de los derechos como vanguardia de los desfavorecidos…


La participación ciudadana, equilibrio entre un derecho y un conocimiento

Para terminar, permítaseme señalar algunas aplicaciones prácticas a las objeciones que afectan al tema discutido y que Garnier esgrime ante el primer discurso de Horacio Capel. En primer lugar, es acertado, a mi entender (y como reconoce Capel), la distinción entre agentes y actores. Pero hay posibilidades de que determinados agentes (administración) den no sólo voz sino poder de decisión a los actores (ciudadanos) mediante reglamentos y leyes de participación. En un reciente libro sobre urbanismo, Pablo Gigosos y Manuel Saravia[13], nos recuerdan la importancia de contar con “aliados” en la lucha de los ciudadanos por sus derechos en la urbe y cómo dentro del abanico de posibilidades, resulta esencial contar con “los técnicos urbanísticos (o relacionados con el urbanismo) de las distintas administraciones (…) potenciales aliados que pueden ser decisivos en la forma de entender la ciudad y controlar la actividad urbanística”. Pese a que los autores defienden un urbanismo de ruptura con el realizado hasta la fecha, no ponen en duda la importancia que juegan en la transformación de la ciudad “las distintas comisiones que informan los documentos urbanísticos y condicionan su aprobación”. Por último, resaltan el papel estratégico como potenciales aliados de “los especialistas que trabajan en la enseñanza, la prensa (…) o los investigadores y los profesionales o empresas que se dedican a elaborar estudios técnicos”. Claro que para poder contar con aliados, no podemos imponer nuestras recetas o “nuestros esquemas perfectamente establecidos, que no dejan lugar para la discusión. Todo lo contrario. Ni son propuestas cerradas ni conviene que lo sean”. 

Este ha sido, hasta el momento, el camino recorrido por la conquista (uso con expresa voluntad esta palabra en honor de Garnier, pues hay que reconocer que parte de razón lleva en este tema) de los derechos, desde los sociales a los ambientales, de los políticos a los sexuales. Estas leyes, estos reglamentos, estas cartas, al menos en el tema de la participación ciudadana, ofrecen la posibilidad a los ciudadanos de participar en los asuntos de la urbe. Podremos discutir, efectivamente, si estas leyes están bien aplicadas, si son eficientes o mejorables, si la participación es activa o pasiva, si los reglamentos actuales son insuficientes (yo vengo defendiendo desde hace años que no lo son, Boira, 1996), pero es difícil negar que sin esas leyes, la lucha es más compleja e incluso imposible. Estas leyes deberían ir dirigidas, como ya he dicho, más que radicalizar la democracia, a democratizar el espacio. Quiero recordar ahora una discusión mantenida a tres bandas por Ramírez (2006), Souto (2006) y Fracasso (2006) a propósito de la tesis doctoral de esta última referida a la participación en los procesos de planificación. La tesis de esta última sobre la importancia de la concepción deliberativa en la planificación urbana fue atacada por Ramírez. Con el siguiente argumento: “se trata de dilucidar si la participación es una cuestión éticosocial (democrática) o una cuestión de conocimiento adecuado”. Sinceramente, creo que nos iría mejor considerarla una cuestión de conocimiento adecuado aderezado por la cuestión social y ética y no al revés.

Como ya señalamos[14], la única forma que pueden estrechar los lazos entre participación y ciudad es hacer inseparable el concepto de participación y el de espacio. Nuestra democracia urbana es imperfecta, de acuerdo. Pero ello no quiere decir que no se pueda reformar. Como señala Philips (1999), ciertamente hay algo de extraño en un tipo de democracia electiva que acepta la responsabilidad de acabar con una situación injusta —un barrio degradado, una ciudad sin parques, una calle arruinada, un solar devastado—, pero no considera nunca que las víctimas o los protagonistas de esta situación sean la gente adecuada para hacerlo. Esto es lo que hay que cambiar, pero para ello no creo que haya que esperar a que llegue Godot. Podemos ir haciendo camino.

 

Notas

[1] Sassoon 2006, p. 772.

[2] Las citas del trabajo de Jacobs se refieren a la edición de 1993 citada en la bibliografía.

[3] Jacobs 1961, p. 171.

[4] Jacobs 1961, p. 15.

[5] Jacobs 1961, p. 528.

[6] Jacobs 1961, p. 527.

[7] Goodman 1971, p. 12-13.

[8] Goodman 1971, p. 114-115.

[9] Boira, 2010.

[10] Boira 2003.

[11] Boira, 2003.

[12] Gigosos y Saravia 2010,  p. 163.

[13] Gigosos y Saravia 2010,  p. 535.

[14]  Boira, 2003.

 

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Ficha bibliográfica:

BOIRA, Josep Vicent. “En attendant Godot”. Notas a propósito del debate entre Horacio Capel y Jean-Pierre Garnier sobre la participación ciudadana en el urbanismo. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 20 de julio de 2011, vol. XVI, nº 932 (5). <http://www.ub.edu/geocrit/b3w-932/b3w-932-5.htm>. [ISSN 1138-9796].

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