Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVI, nº 932 (7), 20 de julio de 2011

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

CIUDADANÍA Y DEMOCRACIA. EL MALESTAR URBANO Y LA IZQUIERDA POSIBLE HOY EN EUROPA

Juan Romero
Universidad de Valencia

Recibido: 24 de mayo de 2011. Aceptado: 6 de junio de 2011.

Ciudadanía y democracia. El malestar urbano y la izquierda posible hoy en Europa (Resumen)

El texto es una contribución al debate suscitado entre Horacio Capel y Jean-Pierre Garnier. Se parte de tesis contrarias a las expresadas por Garnier en su crítica al texto de Capel. Reivindica el papel imprescindible del Estado, la importancia fundamental de la política y de las políticas, la idea de que existe alternativa al modelo neoliberal y la importancia del estado de derecho y de la democracia representativa. Pero al tiempo se defiende la necesidad de ocuparse de las causas profundas del malestar urbano existente en Europa.

Palabras clave: Europa, Estado, democracia, malestar urbano, partidos políticos, innovaciones democráticas.

Citizenship and democracy. Urban unease and discontent and the possible left-wing in Europe (Abstract)

This paper is a contribution to the debate between Horacio Capel and Jean-Pierre Garnier. The author expresses the opposite thesis presented by Garnier in his objections to Horacio Capel. He emphasizes the central role of the State, the main importance of politics and policies, the existence of alternative to the neoliberal model and the importance of the democratic legal framework and representative democracy. It also defends the need of working on the deep roots of the European urban discontent.

Key words: Europe, State, democracy, urban discontent, democratic innovations.


En las páginas que han propiciado este sugerente debate, nuestro colega Jean-Pierre Garnier reivindica su adscripción a ese selecto (y reducido) grupo de una supuesta ‘izquierda’ que lleva decenios imaginado un futuro que sólo existe en sus mentes. Mientras tanto, en la casi totalidad de países europeos los partidos conservadores gobiernan el presente. Por supuesto, con el voto, también, de un número apreciable de ciudadanos procedente del proletariado industrial y del nuevo proletariado de servicios.

A veces se olvida que diez años después del mitificado mayo del 68, Reagan y Thatcher ganaban elecciones por mayoría, en las urnas naturalmente, y se iniciaba un período de hegemonía intelectual conservadora que perdura hasta hoy. La única alternativa al capitalismo hoy es el capitalismo sin reglas y sin derechos, que inició su andadura cuando se produjo la “quiebra moral de la economía de mercado” desde finales de los ochenta[1]. La única revolución que se proclama desde entonces, definitivamente sin complejos, es la ‘revolución conservadora’ y la única alternativa que, con dificultad, consigue a veces formar gobiernos de signo distinto, es la opción demócrata o socialdemócrata en Europa, casi siempre desde hace años recurriendo a diversas formas de coalición. Tal vez con el añadido, de trascendencia histórica, de la ¿revolución? impulsada por Deng Xiaoping en China que ha dado lugar a un modelo ‘descatalogado’ que no sé todavía cómo definir ¿comunismo capitalista?  ¿capitalismo comunista? pero sí sé que es sin reglas y sin derechos básicos de ciudadanía. Sin democracia ‘formal’ en una palabra. En cualquier caso, no creo que conduzca a ninguna parte repasar las experiencias ‘revolucionarias’ del siglo XX, como tampoco las iniquidades y la indignidad de occidente demostrada en muchos casos y exhibida en nombre del progreso, de la libertad o de la democracia. Es mucho más sugerente analizar el presente y equiparnos para el futuro, porque como decía James Joyce, es ahí donde pasaremos el resto de nuestras vidas.

Digo supuesta ‘izquierda’ porque quienes así piensan nunca han sido capaces de construir un relato creíble, consistente y coherente. Capaces de concitar respaldo ciudadano en las urnas. Con esta afirmación ya anticipo que mis referencias primarias, además de Hobbes y Maquiavelo, son Norberto Bobbio[2], John Rawls[3] y Amartya Sen[4]. Anticipo también que para mí las urnas y la democracia formal son una pieza esencial para organizar la vida de los ciudadanos. Que el Estado de derecho, la legalidad, el interés general, la economía social de mercado, la alternativa y la alternancia políticas, son perfectibles, pero son fundamentos desde donde se puede avanzar ofreciendo garantías y seguridades a los ciudadanos. Que la gobernanza, tal y como yo la entiendo[5], no es en absoluto una ‘novlang’, sino una vía para mejorar la calidad de la democracia. Que la democracia formal y representativa, tan denostada por la izquierda ‘exquisita’, no sólo no es una ‘farsa’, sino que es una de las mejores cosas que hemos sido capaces de hacer. Que allí donde existe realmente (en apenas unos sesenta países del mundo), costó mucho sacrificio para conseguirlo. Y que pese a todas sus carencias e imperfecciones sigue siendo el modelo que nos hace mejores y más justos. O si se prefiere, ya se sabe, que es “el peor de los sistemas conocidos…a excepción de todos los demás”. Por cierto, no conviene olvidar que millones de hombres y mujeres en el mundo, desde América Latina hasta los recientes movimientos sociales en el Magreb y el Mashrek, pasando por la experiencia europea contra el nazismo y el fascismo, han perdido su libertad o su vida y siguen en las calles precisamente para poder disfrutar de democracia representativa.

Creo sinceramente que nuestro colega carece de alternativa. Al menos en estas páginas no es capaz de proponerla. Muchas de sus ‘admoniciones’ y algunas ocurrencias para referirse al presente, como la de los huertos autogestionados, no merecen siquiera comentario, y muchas de sus argumentaciones para el futuro evocan posibles caminos para mí (y creo que para la mayoría de los ciudadanos) intransitables. Leyendo el texto he tenido la impresión no sólo de que no vivimos en el mismo universo intelectual, sino de que no vivimos en el mismo planeta. La única satisfacción que me ha proporcionado su lectura ha sido la de hacerme retroceder a las discusiones que ya mantuve en los años setenta con mis compañeros universitarios que se declaraban marxistas o comunistas. Me ha recordado también las páginas deliciosas que ha escrito Tony Judt en su libro póstumo y que titula “Revolucionarios”[6]. Lo curioso es que casi medio siglo después se argumente de igual manera. Muchas de sus conocidas y dogmáticas posiciones ya me parecían trasnochadas e irreales entonces. Perseverar en ellas y mantener determinadas afirmaciones desde ámbitos académicos en el siglo XXI me parece incomprensible.

Lo cual no quiere decir que yo no sea conocedor, como el profesor Garnier, del aumento de las desigualdades, de las fracturas sociales lacerantes y de los elevados niveles de malestar y de la incertidumbre que abre para muchos territorios el impacto de la globalización de la economía. Pero discrepo radicalmente de su pesimismo, del cuadro apocalíptico que dibuja y de las alternativas que uno imagina que cabe colegir de su texto. Hasta el punto de que le incapacita para reconocer lo evidente: que hoy, pese a todas las carencias y riesgos, en mitad de tanta persistente desigualdad y pobreza, hay cientos de millones de habitantes en muchas partes del mundo que han mejorado su situación de forma sustancial durante las últimas décadas, en especial en las ciudades.

Sea como fuere, el debate ha hecho posible que un conjunto de colegas podamos opinar libremente sobre muchas de las cuestiones sugeridas, todas de enorme relevancia para las ciencias sociales. Sólo una cosa me ha molestado del texto del profesor Garnier: el tono displicente desde una supuesta posición de ‘izquierda’ sin complejos y desde una, a mi juicio, inexistente superioridad moral desde la que pretende argumentar sobre un texto inicial del profesor Capel cuyo contenido, matices aparte, yo sí suscribo en su conjunto.

En mi caso, no aspiro a profundizar en todas las interesantes cuestiones suscitadas. Me limitaré a ofrecer mi punto de vista sobre algunos temas del debate y que formulo a partir de cuatro afirmaciones relacionadas con las siguientes cuestiones: a) la profundidad de los cambios iniciados a finales de los ochenta que nos ha dejado sin respuestas; b) las trasformaciones del Estado y el nuevo reparto del poder; c) cómo afectan estos cambios a la sociedad europea; d) cómo se concretan estos cambios en las ciudades y cuáles son las causas del  malestar urbano, con una referencia que estimo pertinente sobre el 15-M español, y, finalmente, cuáles son los caminos posibles para recomponer dos principios para mí fundamentales: democracia y derecho a la ciudad. Puntos de vista naturalmente plagados de las interrogantes que asaltan a un desconcertado investigador social desbordado por la velocidad de los cambios en curso. Las certezas siempre han sido patrimonio de los fundamentalistas y de los profetas del apocalipsis.


El contexto actual no tiene nada que ver con el de hace dos décadas

Compresión del mundo y  conciencia global. Estos son, a mi juicio, los dos rasgos distintivos del nuevo milenio que, no obstante, presentan ritmos distintos e implicaciones políticas, economías, territoriales, sociales, culturales y medioambientales muy diferentes. La compresión del mundo se produce con una rapidez hasta ahora desconocida. Hay algunas fechas recientes que ya están en los libros de historia y que cambiaron el mundo: el 9 de noviembre de 1989 y el 11 de septiembre de 2001. Otras fechas, en cambio, encuentran mayor resistencia pero no por ello serán menos relevantes. En especial una: el día, apenas transcurridos seis meses de la caída del muro de Berlín, en que Internet fue una realidad al alcance de las personas. Porque desde ese día el mundo cambió y ya nada ha sido ni será igual.

En paralelo, a medida que la globalización ha ido adquiriendo densidad y profundidad se ha producido una lenta emergencia de una conciencia global. Desde Seattle hasta los recientes movimientos sociales de la Ribera Sur del Mediterráneo, pasando por Porto Alegre y el Foro Social Mundial, la China de los Juegos Olímpicos o el fenómeno WekeLeaks, se evidencia la existencia de redes y movimientos sociales que reclaman, ahora tal vez con más razones que hace dos décadas, democracia, transparencia, trabajo decente, y otras formas de gobernar procesos de dimensión global. Es probable que la primera gran crisis global de nuestro tiempo, la del sistema financiero, obligue a pensar más a fondo sobre esta cuestión. Estos dos elementos distintivos del nuevo milenio bien pudieran ser completados con algunos términos más para referirnos al nuevo contexto geopolítico, económico, social y cultural: complejidad, interdependencia, incertidumbre, fragmentación, inseguridad, vulnerabilidad, pesimismo, desconfianza, repliegue… y velocidad de los cambios. Aunque también existen nuevas oportunidades y retos formidables para muchas economías emergentes, parece que tenemos más preguntas que respuestas. En todo caso, han cambiado muchas preguntas para las que creo que ya no sirven las respuestas de hace apenas dos décadas.

Tiempo y espacio han perdido su significado tradicional, pero no todo su significado. Por eso Manuel Castells habla de nueva Era, Alain Touraine de ruptura y Thomas Friedman de Globalización 3.0. La historia se acelera, y esa aceleración, además de desplazar el centro de gravedad geopolítico hacia el Pacífico, hace que fragmentación, segmentación e integración selectiva sean rasgos distintivos del nuevo contexto. Eso significa que hay territorios que ganan y territorios que pierden. Personas que ganan y personas que pierden en este proceso irreversible en el que los protagonistas fundamentales en algunas partes del mundo (en otras sí) ya no son en exclusiva los Estados, sino las ciudades y regiones urbanas y los individuos de la mano de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC). Ganadores y perdedores, de la mano de profundas transformaciones en las formas de trabajo, como ya explicó Richard Sennet[7], que ya no se ajustan de manera precisa ni a fronteras tradicionales ni a los clásicos esquemas de la geografía de países del Norte y del Sur. El Norte está cada vez más disperso y fragmentado y el Sur también. Podría decirse que ahora hay muchos Nortes y muchos Sures. Por eso hay visiones tan distintas del intenso e imprevisible proceso de cambio iniciado hace apenas dos décadas. La visión que se tiene  desde algunas partes de China, la India, Brasil, Angola o Vietnam no es la misma que la que se puede tener en otras tantas partes de Europa occidental.

Es  probable que la visión más acertada para describir la situación actual no sea tanto la de un mundo “plano” como defiende Friedman[8], aunque en las dos últimas décadas se haya aplanado mucho, sino la sugerida por Richard Florida cuando habla de un mundo en el que el paisaje económico lo integran algunos “picos” compuestos por una cuarentena de grandes mega regiones urbanas y unos miles de ciudades y regiones metropolitanas (unidades económicas verdaderamente relevantes) donde se concentra una parte de la población y la mayor parte de la actividad económica, la innovación y el talento[9]. Regiones urbanas donde se concentra la riqueza y el conocimiento, en mitad de espacios de miseria (cada vez más urbanos que rurales, puesto que la mayor parte de la población  mundial ya vive en ciudades), en los que se concentra la mayor parte de la población mundial -una parte en slums o ciudades informales-.

El mayor desajuste que hoy existe y que hay que corregir es que la economía, en especial el sistema financiero, hace tiempo que piensa en global, mientras que la política tiene más dificultades para hacerlo y sigue pensando preferentemente en escala estatal. La distancia entre economía, política y sociedad se ha ampliado. Aunque es pronto para determinar en qué dirección, las consecuencias en las vidas y en la percepción de las gentes de este incontrolado “casino financiero global” sin duda van a modificar esta evolución. En realidad, nadie sabe hacia dónde nos a va conducir el proceso de cambio en esta nueva Era. Pero es seguro que en muchas partes del mundo (y no sólo en Europa), se reclama el retorno de la política y eso ya constituye un buen principio.

¿Cómo definir el nuevo contexto geopolítico? Las referencias son tan distintas como distantes: nuevo orden, nuevo desorden, nueva Edad Media, geopolítica de la complejidad, geopolítica de las fracturas, geopolítica del caos, globalización  mutilada, segunda modernidad, modernidad radical, modernidad líquida, postmodernidad… Las propias ciencias sociales participan de este grado notable de desconcierto. Y  aunque algunos lo profetizaron de forma apresurada, lo cierto es que no es posible hablar del fin de la Historia o de la Geografía. Si alguna cosa se va perfilando en este inicio de milenio "sin brújula"[10] es un horizonte cada vez más interdependiente y complejo. Ya lo explicó de forma brillante Joseph Nye[11] cuando proponía analizar la distribución global de poder en el mundo imaginando una partida simultánea de ajedrez en tres dimensiones.

Definitivamente, además de “tiempos hostiles”, en acertada descripción de Sami Naïr[12], vivimos tiempos precarios. Desde la sociología, desde la geografía, desde la ciencia política, desde la historia, desde la economía, son muchas las voces que se hacen eco de esta nueva realidad. Y uno de los rasgos más destacables de esta nueva geografía de los “superfluos”, como diría Ulrich Beck[13], es que aunque se produzcan mejoras en las condiciones de vida de amplias capas de población, una parte significativa queda extramuros. Y los espacios extramuros no se corresponden ya únicamente con la tradicional distinción Norte/Sur, sino que se ajustan a territorios, grupos de población y personas que, con independencia del lugar, están o no conectadas a los procesos globales de integración selectiva. Naturalmente, sigue habiendo escalas, pero pueden quedar extramuros tanto en Marruecos, Kenya, Brasil, Guatemala, Rusia o Kazajstán, como en un barrio de Chicago, de París, de Hamburgo o de Madrid. Vidas desperdiciadas, diría Zigmunt Bauman[14], que transcurren en muchos Estados cuyo trazado de fronteras es poco más que pura formalidad.

Hoy, sigue siendo necesario reivindicar la Declaración  de Derechos del Hombre y del Ciudadano y la Declaración Universal de Derechos Humanos como retos civilizatorios.  Pobreza, exclusión social y desigualdad siguen siendo los primeros problemas mundiales. El primero de los Objetivos del Milenio. Para más de la cuarta parte de la población mundial la vida sigue siendo, como ya afirmara Thomas Hobbes en el Leviatán, “pobre, desagradable, brutal y corta”. La esperanza de vida retrocede todavía en algunas regiones. Desde inicios del siglo XXI la población mundial ya es mayoritariamente urbana, pero una parte muy importante de la población de los países pobres vive en un océano de chabolas que ya se ha convertido en el reto geopolítico más importante a escala planetaria.  Es la mejor expresión de la existencia de muchas geografías de la supervivencia, de muchos paisajes de injusticia y de otras tantas geografías inmorales. Sin olvidar, por supuesto, el llamado Cuarto Mundo (un metafórico quinto vagón social) en el seno de las islas de seguridad, de las fortalezas, que integramos un reducido grupo de países del planeta que pertenecemos al club de las llamadas democracias maduras[15].

El programa mínimo, a mi juicio, es claro: democracia y nuevas y sólidas bases que saquen de la desesperación y de la ausencia de futuro a millones de personas, especialmente jóvenes del Tercer Mundo, que han dejado de creer en las fracasadas promesas “modernizadoras” de sus Estados después de la descolonización. No podemos desconocer esta dramática realidad ni estos cambios, pero mi conclusión es que no hay que esperar a la revolución, sino que como ya dijo Nelson Mandela, es la primera vez en la historia de la humanidad que disponemos de capacidad y tecnología suficientes como para hacer que la vida de muchas gentes sea cada vez más decente y más digna. Y eso sólo es posible hacerlo desde la cooperación y la voluntad política para remover los obstáculos externos e internos que bloquean los procesos que favorecen el crecimiento sostenido y, eventualmente, el desarrollo.


El Estado sigue siendo y será en el futuro instrumento esencial para asegurar mejores condiciones de vida de las gentes

En menos de dos décadas el Estado ha dejado atrás su perfil tradicional porque estamos asistiendo a un hecho realmente nuevo y de consecuencias tan desconocidas como imprevisibles: ni más ni menos que un proceso de nuevo reparto del poder, una nueva e inestable relación entre soberanía, poder, política y ciudadanía. Primero los Estados tuvieron que compartirlo con las empresas. Más tarde, de la mano de las nuevas tecnologías, el poder también radica en manos de los individuos. Casi la tercera parte de la población mundial utiliza internet y siete de cada diez habitantes del planeta son usuarios de telefonía móvil. WikiLeaks, los movimientos sociales de la Ribera Sur del Mediterráneo o los movimientos sociales de Francia, Grecia o España, son mucho más que un episodio aislado o que una metáfora. Es evidencia de una realidad en la que redes sociales, individuos organizados al margen de la política tradicional y más allá de las fronteras tradicionales de sus Estados, comparten información, participan del poder, reclaman justicia social y democracia y canalizan sus aspiraciones y sueños. 

Pero el Estado ha recobrado buena parte de su protagonismo. Antes incluso de la gran crisis financiera global el contexto ya era otro. De nuevo va ganando terreno la idea de que es necesario reforzar sensiblemente las capacidades del Estado para afrontar en este contexto globalizado e interdependiente los nuevos riesgos y los nuevos retos, para acometer de forma coordinada a escala regional y global políticas que favorezcan el crecimiento económico y supongan avances en la cohesión social y en la gestión de los recursos. Y ahora que será legión la nómina de autores que reclaman el papel insustituible del Estado, conviene destacar las voces de los premios Nobel Amartya Sen o Joseph Stiglitz,  que siempre fueron críticos con la forma de conducir un proceso de globalización sin contar con el contrapeso de un Estado capaz de reforzar su autonomía y sus capacidades y de ejercer de forma coordinada un control democrático, denunciado la equivocación de transitar por el camino de la desregulación, la liberalización sin controles democráticos y del adelgazamiento de la esfera pública.

Ahora el riesgo es otro: que el péndulo de la Historia oscile hacia procesos de renacionalización, que se produzca un repliegue excesivo de los ciudadanos dentro de cada Estado y que las prioridades a corto plazo de la crisis y la recesión económica suponga que se abandonen algunos desafíos globales insoslayables, especialmente dos: los efectos del cambio climático global en las economías locales  y  el avance en el combate contra la pobreza.   

Frente a los defensores del Estado mínimo, reivindico la necesaria rehabilitación o empoderamiento de las capacidades institucionales del Estado. También en Europa. Es desde el Estado, en cualquiera de sus niveles -desde la Comisión Europea hasta el municipio más pequeño todo es Estado- desde donde mejor se garantiza la defensa del interés general, la cohesión social, se impulsa, favorece o propicia la capacidad de los territorios para que puedan competir en mejores condiciones en este nuevo contexto globalizado y se asegura el establecimiento de mecanismos, sean estos de liderazgo, reguladores, facilitadores, mediadores, incentivadores, fiscalizadores o sancionadores, para asegurar el buen gobierno del territorio y la coherencia y sostenibilidad de las políticas públicas.

No comparto en absoluto las tesis sobre el Estado formuladas desde el marxismo o desde los enfoques postmodernos. Tampoco los argumentos esgrimidos desde los postulados neoliberales. Frente a quienes siguen soñando con hipotéticas ‘tomas de la Bastilla’ y frente a quienes en su defensa del Estado mínimo han desmantelado los sistemas de protección social, defiendo el papel imprescindible del Estado, el reforzamiento de sus capacidades, la necesidad de establecer controles democráticos y mecanismos de rendición de cuentas, la importancia fundamental de las políticas sociales públicas y la justicia social como pieza fundamental de cualquier estrategia de desarrollo. Porque además estas estrategias ayudan a reforzar sistemas democráticos, a eliminar la corrupción y se alejan de tentaciones populistas que encuentran un excelente caldo de cultivo en estructuras sociales fragmentadas y profundamente desiguales. 


Europa necesita liderazgo político y un nuevo impulso desde la izquierda para garantizar el futuro de su modelo socioeconómico

Europa está excesivamente replegada en cada uno de sus Estados-nación y sus ciudadanos confusos e irritados. Sobrada de gestores y carente de liderazgos políticos, hoy más necesarios que nunca[16]. Incapaz de consolidarse como actor global relevante con una sola voz. Afectada por tentaciones renacionalizadoras y expresiones preocupantes de retorno a formas de nacionalismo económico y de xenofobia. Arrastrando un déficit de ciudadanía democrática que le impide legitimarse como actor político y le hace difícil legitimar sus políticas. Evidencia signos de “bloqueo” o “anquilosamiento” a la hora de formular políticas y desarrollar estrategias[17]. Pero a la vez cuenta con tradiciones, logros, capacidades y cultura política suficientes como para contribuir, con otros actores políticos, a la construcción de un nuevo orden mundial hoy reclamado.

Comparto la idea de que, si hubiera voluntad y liderazgo político, “hay otros guiones posibles”, como afirma Gilles Lipovetsky[18]. Un posible camino a seguir, alternativo al incierto itinerario de la revuelta social,  bien pudiera ser éste: más Europa, más liderazgo, mejor Estado (social y de derecho), más política, otras políticas, más democracia, más cooperación, más regulación y transparencia e instituciones decentes y eficaces. Pero no es seguro que hoy exista voluntad de escribir un guión distinto al dictado desde el pensamiento único.


¿Quiere Europa defender el futuro de su Modelo Socioeconómico?

El Estado de Bienestar es nuestro mejor logro colectivo como europeos. Por sus valores y por sus realizaciones. Permitió avances históricos sin parangón y la justicia social ha llegado más lejos que en ninguna otra parte del planeta. Todavía sigue siendo así. Pero Europa occidental ha tardado demasiado tiempo en comprender  los  grandes cambios en curso. Cambios que no es seguro que le beneficien y que ya no puede gestionar en solitario y tal vez ni siquiera como actor principal.   

El Modelo Socioeconómico Europeo (en adelante MSE) se desarrolló en un contexto completamente distinto al actual: a) geopolítico (Guerra Fría,  la amenaza y el contrapunto cercano del modelo comunista y el Atlántico como centro de gravedad mundial); b) económico) crecimiento económico sostenido con pleno empleo y sin inflación durante las tres décadas gloriosas; c) social y cultural (estabilidad laboral, biografías laborales estables, estructura familiar tradicional…), y d) un horizonte ascendente y la creencia (en general cierta) de que las generaciones siguientes tendrían mejores oportunidades que la generación anterior.

Hoy la situación es otra muy distinta, cualquiera de los planos antes enumerados que se considere: geopolítico, económico, social, cultural y de percepción respecto al futuro. La Unión Europea no es capaz de actuar como actor geopolítico global y los Estados han visto modificadas sus capacidades tradicionales ante la emergencia de nuevos poderes económicos que no entienden de fronteras y que no concurren a elecciones. La globalización de la economía ha provocado que muchos territorios europeos (y las personas que viven en ellos) se sitúen entre los perdedores de esta nueva fase de desarrollo del capitalismo desregulado que arranca en los ochenta y que ha mostrado su rostro más crudo y falto de ética en la crisis de 2008. Las empresas actúan de forma global mientras que la política (el Estado) sigue pensando y actuando en la escala local y regional. Muchos ciudadanos europeos manifiestan un creciente sentimiento mezcla de de incertidumbre, inseguridad, temor e indignación a la vista de la velocidad de los cambios en curso, de la crisis de algunos sectores productivos, de la evolución de los mercados de trabajo, de las dificultades de incorporación de los jóvenes al mundo laboral, de las consecuencias de los recortes sociales, de la impotencia de sus respectivos parlamentos para resolver sus problemas, de los escenarios demográficos previstos a medio plazo y sus implicaciones en el mapa de pensiones o de la creciente presencia de nuevos inmigrantes. Sentimientos de temor que en ocasiones cristalizan en forma de explosiones sociales, en aumento de la desafección política, en actitudes que expresan rechazo al otro o en expresiones políticas de corte populista, sean estas de derechas o de izquierdas.

La nuestra es una sociedad nueva y distinta. Además de los problemas de competitividad y de productividad y de las notables dificultades de las economías europeas para crear empleo, mucho antes de que estallara la crisis financiera y la recesión, el llamado Modelo Social Europeo había evidenciado otras graves dificultades y tendencias indeseables, en parte consecuencia de lo anterior. En especial una: el creciente grado de fragmentación de nuestras sociedades y la llamativa aparición de niveles desigualdad social en el seno de determinados grupos sociales (niños, jóvenes, mujeres o inmigrantes) que reducen dramáticamente el grado de cohesión social y van prefigurando “sociedades sin asiento”[19], “sociedades rotas”[20] en las que se empobrecen las clases medias y la distancia entre los “incluidos” y los “excluidos”, entre el “centro” del sistema social y la “periferia” se amplía, al tiempo que se reducen las posibilidades de movilidad social.

Se ha producido una pérdida de centralidad de la clase obrera tradicional y han aparecido los nuevos proletarios de servicios[21]. Una estructura social marcada por procesos de ‘insularización’, en la que se han perdido gran parte de los elementos de solidaridad y de los llamados vínculos sociales. Una sociedad cada vez más desconcertada en la que los ciudadanos (desapegados de la política) reclaman a los poderes públicos seguridades que ya no pueden garantizarle como antes. De ahí episodios espasmódicos de repliegue desde hace años (Austria, Holanda, Francia, Suiza, Italia, Finlandia, Dinamarca...) y tentaciones de desandar parte del camino recuperando incluso las fronteras nacionales para garantizar la seguridad y el control de la inmigración.

Mi punto de vista es que los europeos hemos de ser capaces de garantizar el futuro del MSE. No desde posiciones de ruptura radical, reactivas o defensivas -a veces hay que defender al Estado de Bienestar de algunos de sus supuestos más firmes defensores que rechazan cualquier tipo de reformas- sino desde posiciones proactivas, adaptadas a una realidad que ya nada tiene que ver con la etapa en la que se consolidó y atentas a las grandes transformaciones ocurridas durante las dos últimas décadas.

Centrando la atención, a mi juicio, en tres cuestiones fundamentales: la primera es que el MSE descansa básicamente sobre el empleo y que Europa occidental tiene enormes dificultades para crear empleo en el actual contexto de globalización económica. Y sin empleo suficiente el MSE no es sostenible. La agenda que habitualmente se propone desde ámbitos académicos o políticos no es suficiente, a mi juicio, para estabilizar el MSE en el corto plazo. Creo que hay otros enfoques posibles y que conviene la revisión de algunas tesis mantenidas desde posiciones económicas convencionales en materia de competitividad y mercado de trabajo[22]. La segunda, que la Unión Europea debe asumir mayor protagonismo como actor global para garantizar una transición pactada hacia nuevos modelos productivos. En caso contrario, el proceso de segmentación y polarización de nuestras sociedades puede evolucionar hacia escenarios, a mi juicio indeseables, en los que se acentúen procesos de desigualdad social, donde de nuevo la Cuestión Social (en esto coincido con el profesor Garnier) ocupe de nuevo un lugar relevante en nuestras sociedades. Ni siquiera es descartable que pueda conducir a un proceso de fragmentación del proyecto político europeo de consecuencias imprevisibles. La tercera, que frente a la hegemonía política y académica de la agenda neoliberal sostengo la necesidad defender la agenda socialdemócrata por entender que es la que mejor garantiza la cohesión social como se demuestra en el caso de los países nórdicos. Cuando menos, una agenda política con propuestas creíbles y con mecanismos eficaces de gobernanza económica, capaces de proporcionar mayor confianza a los ciudadanos.

En otro lugar he desarrollado más ampliamente la agenda de reformas pendientes[23]. Pero la cuestión fundamental que aquí se sugiere para la discusión es si ese amplio programa de reformas es el que se está desarrollando y en caso de que así fuera si sería suficiente ¿Dónde está, a mi juicio, la principal dificultad? En la creación de empleo suficiente. Es el fundamento del MSE, porque sin empleo no hay ingresos y por tanto no hay posibilidad de mantenerlo. Sin embargo, el proceso de globalización ha alterado por completo la división del trabajo y las repercusiones para el conjunto de la Unión, aunque hay  regiones y ciudades ganadoras, no son favorables. Por cada región o ciudad europea ganadora hay muchas más perdedoras en las que las que son visibles los efectos negativos de la "carrera hacia el fondo", de la espiral descendente de pérdida de empleos en la industria, de dificultades para la agricultura, de evolución negativa de empleo estable, de reducción de salarios reales y de incremento del trabajo no declarado, temporal y precario.

La globalización ha acelerado procesos en los  que aumentan las desigualdades entre países y en el interior de cada uno de ellos. Y que en el caso de Europa los efectos del outsourcing están siendo devastadores para muchos sectores productivos y distritos industriales. No hay nada nuevo que no avanzara ya Castells en 1998 cuando todavía los efectos de la globalización no eran tan evidentes[24]. Desarrollaba una idea fundamental: con la globalización el trabajo se convertía en un recurso global, pero los mercados de trabajo, salvo para segmentos muy concretos, no eran verdaderamente globales. Es decir, el mundo alcanzaba en los años noventa del siglo XX la unificación de sistemas económicos, las empresas podían pensar en global, desplazarse y buscar  ventajas competitivas en cualquier lugar del planeta, pero las personas seguían vinculadas a lugares. De otra parte, se rompía además la relación tradicional entre ciudadano, territorio, economía y Estado. Se alteraba dramáticamente la correspondencia entre procesos globales y capacidad de los Estados. Las empresas y los mercados  podían pensar en global pero los Estados, además de asistir impotentes a este proceso de transformación y ‘deconstrucción’, siguen pensando en clave local.

Llegados a este punto, las cuestiones a las que hay que dar respuesta son muchas ¿Se puede competir desde una región agraria o una región industrial europea con una región de un país emergente? ¿Cómo se puede competir desden una región con derechos sociales y ambientales del siglo XXI con otra en la que todavía se trabaja en condiciones sociales equiparables a la Europa industrial de Dickens de finales del siglo XIX aunque con tecnologías del siglo XXI?  ¿Es suficiente para mejorar la competitividad con las reformas de los mercados de trabajo tradicionalmente esgrimidas? ¿Puede mejorar la competitividad de una región industrial del Sur de Europa por la vía de la reducción  de salarios, de precariedad laboral y de temporalidad? ¿Las evidencias empíricas lo corroboran? ¿Dónde ocupar en condiciones decentes a trabajadores procedentes de sectores industriales en los que sólo algunas empresas innovadoras sobreviven? ¿Cuál es el destino laboral y vital de los jóvenes bien formados pero mal retribuidos y de más del 30% de jóvenes que han abandonado prematuramente el sistema educativo? ¿Hasta dónde llegar en la "carrera hasta el  fondo"?

Lamentablemente, para casi todas estas cuestiones sigue habiendo más preguntas que respuestas a la hora de definir y de desplegar políticas: ¿Qué estrategias de desarrollo hay que impulsar? ¿Cuáles son las opciones reales para las personas, las empresas y las regiones y ciudades que se enfrentan a esta nueva situación? ¿Qué políticas presentan mejores resultados para crear empleo y atraer actividad económica? ¿Cuáles han fracasado? ¿Ha fracasado en su objetivo la Política Regional Europea de los últimos veinte años como se deduce del informe Barca[25]? ¿Qué margen queda para la esfera pública en muchos países entre la política monetaria del BCE, las preferencias de los mercados financieros y las imposiciones del FMI y los países centrales de la Unión? ¿Es la escala regional y metropolitana la más adecuada para impulsar políticas eficaces? ¿Políticas imitadoras de ‘sendas lentas’ o de ‘sendas rápidas’?[26] ¿Qué debemos entender por territorios inteligentes o crecimiento inteligente? ¿Gobierno o gobernanza multinivel?

El problema es de velocidad de los cambios en curso y de escalas. Muchas de las propuestas y de las reformas antes enunciadas miran al medio plazo, y habrá que insistir en ellas, pero el mayor desafío para muchas regiones europeas es cómo gestionar la transición hacia un nuevo modelo productivo sin riesgo de desmantelamiento progresivo del estado de Bienestar, explosiones sociales, emergencia de expresiones populistas, brotes de xenofobia, tentaciones de repliegue cultural y de proteccionismo económico y nuevas expresiones de nacionalismo de Estado.

Los ciudadanos siguen mirando hacia la política y hacia los parlamentos y en la medida en la que no sean capaces de dar respuesta avanzará el euroescepticismo, incluso en los países del Sur de Europa[27], y emergerán, con mayor o menor intensidad, expresiones de  desafección o de decepción que cada vez preocupan, o debieran preocupar, más a la política. De mantenerse el actual estado de cosas, tal vez nuestro mayor problema en un futuro no lejano ya no sea de buena gobernanza sino de mera gobernabilidad. Y en todo este planteamiento sigo pensando que no es razonable ni sensato esperar la llegada de la revolución o de explosiones sociales violentas, porque no hay nada después, sino el abismo. Creo mucho mejor anticiparse a los cambios y encararlos con otras políticas.


Políticas públicas y justicia social ¿Se ha desvanecido la hegemonía neoconservadora? ¿Hay otra agenda posible distinta?

Deseo reiterar, en primer lugar, que en este mundo globalizado e interdependiente, la política sí importa. Y en este sentido, estimo particularmente desafortunadas las referencias del profesor Garnier a los ‘politiqueros’. Es más, y coincido con la excelente aportación de Daniel Innerarity sobre esta cuestión, creo que la política y las políticas son más necesarias que nunca[28]. Aunque, como dice   Tony  Judt, la nuestra políticamente hablando, sea una época de pigmeos, no habilita para descalificaciones genéricas. Es evidente que han quedado atrás los grandes relatos, pero eso no significa que la política sea menos importante. Los nuestros son tiempos sin épica, tiempos postheróicos. Sin certezas. Sin límites precisos. Una sociedad más líquida, donde prevalece la cultura de lo inmediato, de lo efímero.

Pero la política, aunque más limitada que en pasado, ha vuelto a primera línea. De hecho, nunca se fue y las diferencias entre alternativas se mantienen. La sociedad no se ha despolitizado, sólo que ha cambiado y en gran medida se ha desacralizado. Ahora tendrá  que ser otro tipo de política, más horizontal, más porosa y transparente y más participada. Más democrática en definitiva. Como también el Estado es más necesario que nunca. En ocasiones menos y en otras más Estado.  En todas un Estado que va dejando atrás el modelo burocrático y gerencial en favor de modelos relacionales, de gobernanza democrática[29]. Un Estado distinto y mejor que habrá de cambiar algunas de sus funciones tradicionales, abordar nuevos problemas, diseñar y desplegar nuevas políticas y reforzar otras para anticiparse razonablemente al futuro.

Seguimos mirando hacia nuestros parlamentos para encontrar o para exigir soluciones. Con frecuencia, puede ser motivo de decepción por haber depositado expectativas exageradas en la política. Pero mayor error se comete por quienes se refugian en la no-política, en posiciones antisistema o fijan sus aspiraciones en la consecución de metas tan irrealizables que sólo conducen a la melancolía.

Pero desde la política tradicional tendrán que estar muy atentos a los profundos cambios geopolíticos, económicos, sociales y culturales. Especialmente en Europa. De ahí que la democracia siga siendo defendida y que los ciudadanos, muchos indignados, exijan reformas y soluciones. Los movimientos sociales están ahí: hacen posible que determinadas cuestiones y patologías institucionales afloren, contribuyen a revisar la agenda política, aportan nuevas cuestiones, exigen innovaciones democráticas… Si no existieran habría que inventarlos. En ocasiones, recurriendo al conflicto político (no confundir con recurso a la violencia) como pieza esencial del sistema democrático. Pero tampoco conviene equivocarse, luego es la política y los parlamentos quienes han de dar forma y desarrollar esas iniciativas, propuestas y aspiraciones. La política, el sistema político, tiene que saber leer bien esta nueva situación. Saber gestionar la complejidad, la incertidumbre y la contingencia. Sin  nostalgias ni apelaciones a retórica huera o discursos de madera. Pero la política (aunque no sólo) tiene que hacer mejor sus deberes.

En segundo lugar,  quiero subrayar que las políticas sí importan y que no todas las opciones posibles son lo mismo. Y descartadas expresiones de ‘radicalismo portátil’ en expresión de Lipovestky[30], y supuestas opciones revolucionarias o de ‘izquierdas’ como opción mayoritaria de gobierno, por incomparecencia o por falta de quórum, las opciones hoy en Europa no son entre izquierda reformista e izquierda ‘verdadera’, sino entre centro-izquierda y derecha neoliberal y extrema. Desconocer eso es desconocer la realidad en la que uno vive. Y yo sostengo que las políticas de inspiración socialdemócrata son mejores y más justas que el modelo neoconservador de la desregulación y la retirada del Estado.

Ello obliga a la socialdemocracia Europea a ser capaz de proponer su visión actualizada y creíble sobre cómo gestionar la economía y cómo crear empleo, sobre la relación entre Estado y mercado, a revisar, recalibrar y proponer un amplio y nuevo programa de reformas que sintonice mejor que hasta ahora con las prioridades, preferencias y verdaderas preocupaciones de los ciudadanos europeos. A la derecha política le resulta más sencillo construir un relato para estos tiempos inciertos, pero la socialdemocracia de hacerlo sin dilación. Sabiendo además que en nuestras sociedades se ha desvanecido la supuesta superioridad moral de los discursos de la izquierda política. Entendiendo bien los cambios sociales y culturales y la fragmentación social que dificulta la construcción de nuevos relatos y que tienen muchas consecuencias para el futuro. Aquí quiero destacar dos: en primer lugar, el aumento de la apatía, el desapego y expresiones de cinismo político; y en segundo lugar, el apoyo explícito o implícito a opciones políticas extremas, de izquierda o de derecha. La lealtad del electorado europeo se ha modificado a la par que se ha modificado la estructura social. Esto se traduce en una mayor facilidad para la emergencia de partidos de una sola cuestión (single issue partys) o de partidos minoritarios de izquierda o de extrema derecha a costa, básicamente, de las formaciones socialdemócratas tradicionales.

La socialdemocracia europea, situada entre la fragmentación de opciones en la izquierda y los riesgos de populismos de derecha o de izquierdas, no parece tener un horizonte despejado. Las opciones que se incluyen en el espectro ideológico del centro-derecha, o más allá, no parece que hayan sentido la necesidad de hacer una revisión profunda de sus postulados, pese a que en gran medida, junto a algunos aciertos, están en la base de la recesión global y de algunos de los procesos de segmentación social que afectan a nuestras sociedades. El reto actual para el centro-izquierda es si será capaz de construir una alternativa creíble con vocación de convertirse en gobierno o si, por el contrario, la derecha política -en sus diferentes versiones, desde el “keynesianismo de derechas” o el liberalismo, hasta las versiones conservadoras de los países postcomunistas o el modelo de populismo postdemocrático de inspiración berlusconiana, será capaz de reinventarse a sí misma para seguir siendo la oferta electoral más votada y la forma de gobierno mayoritaria en Europa.

Condición necesaria sería abandonar el pesimismo y elaborar un nuevo relato. Lo ha explicado Roger Liddle y más recientemente, de forma magistral, Daniel Innerarity y Tony Judt[31]. La izquierda europea ha de ser capaz de abandonar su visión restrictiva, su desconfianza sobre el mercado, su querencia por valores transversales demasiado genéricos y no siempre coherentes y su concepción “melancólica y reparadora” (…) y dejar de ver  el mundo actual “…como una máquina que hubiera que frenar y no como una fuente de de oportunidades e instrumentos susceptibles de ser  puestos al servicio de sus propios valores, los de la justicia  y la igualdad. El socialismo se entiende hoy colmo reparación de las desigualdades de la sociedad liberal. Su legitimidad procede únicamente de la pretensión de reparar aquello que ha sido destruido por la derecha o proteger aquello que  es amenazado por ella. Pretende conservar lo que amenaza ser destruido, pero no remite a ninguna construcción alternativa. La mentalidad reparadora se configura a costa del pensamiento innovador y anticipador. De ese modo no se ofrece al ciudadano una interpretación coherente del mundo que nos espera, que es visto como algo amenazante[32]. Judt, por su parte, además de reclamar la capacidad de indignarse y el valor de la  disidencia y la disconformidad, reivindica una "izquierda defensiva" con otro sentido bien interesante: defender aquello que ha permitido que esta parte del mundo sea donde la justicia social ha llegado más lejos. Una izquierda orgullosa de lo que ha sido capaz de construir, de su herencia respetable, con una carta de presentación mundial intachable[33]. No puedo estar más de acuerdo con estas opiniones, tan alejadas, por otra parte, de los puntos de vista del profesor Garnier.

La experiencia de los países nórdicos demuestra cómo es posible aprender de los errores y corregir muchas de sus políticas en momentos en los que la crisis económica les afectó a comienzos de la década de los noventa. Desmintiendo de paso la supuesta superioridad del modelo anglosajón de forma tan contundente como eficaz. Demuestra además que el Estado de Bienestar es sostenible, constata la importancia de las reformas, la capacidad para anticiparse al futuro y la necesidad de defender al Estado de Bienestar no solamente de sus detractores, sino también de algunos de sus más firmes defensores, aquellos que amparándose en supuestos valores progresistas (también hay conservadores de izquierdas), niegan cualquier tipo de cambio o reforma si es a costa de revisar situaciones que modifiquen el estatus de los “incluidos” o suponga eliminar situaciones de ‘picaresca’ y superar situaciones de ‘captura’ de parcelas del Estado de Bienestar por parte de determinados grupos o intereses corporativos, paradójicamente esgrimidos en nombre de supuestos valores progresistas.

Se trata de hacer posible que la mayoría participe de esta visión. Contribuyendo al debate académico y haciendo entender, en especial a las generaciones de los más jóvenes, que no hay nada que no pueda experimentar retrocesos o cambios bruscos. Que no hay conquistas que no puedan perderse.


La democracia representativa es esencial, pero hoy insuficiente

En este nuevo contexto, las ciudades (y no sólo las grandes ciudades globales) han ganado posiciones en el tablero geopolítico y económico y disponen de unas oportunidades extraordinarias para situarse en esta nueva realidad. Para ocupar (o no) un lugar destacado o singular en esta realidad cambiante en la que las fronteras de los Estados son menos determinantes que hace veinte años. Las ciudades compiten y cooperan entre ellas. Por esa razón no hay mejor laboratorio que las ciudades para conocer en profundidad la verdadera dimensión de los profundos cambios que se han iniciado hace escasamente dos décadas. Para conocer en profundidad el verdadero alcance de las transformaciones de una economía globalizada y su impacto en los mercados de trabajo locales. Para evaluar en toda su dimensión el creciente proceso de segmentación de nuestras sociedades y analizar sus consecuencias políticas, sociales y culturales. Para imaginar nuevas políticas para poblaciones mayoritariamente urbanas que expresan un grado de malestar, indignación, inseguridad y de incertidumbre respecto del futuro como nunca en los últimos años. Para dar nuevo contenido a la democracia. Para imaginar en definitiva una nueva generación de políticas públicas adecuadas a un contexto geopolítico, económico, social, cultural y ambiental muy diferente, en gran medida nuevo, en el que lo primero que habrá que cambiar es la propia concepción de lo político y la política.


Enseñanzas del 15-M en España

Este movimiento sintetiza muy bien muchos de los temores, incertidumbres, promesas incumplidas e ilusiones hoy existentes entre amplios sectores de ciudadanos europeos. Su epicentro ha estado en las plazas públicas, pero el hipocentro, que es lo importante, remite a causas más profundas. Este movimiento que ha removido cimientos, desconcertado a partidos de la izquierda y despertado conciencias  pide, básicamente, reformas políticas, más democracia, más justicia social y otra forma de gobernar. Transparencia, participación, respeto y defensa del interés general. Que la política recupere el espacio que le corresponde y sea capaz de regular y controlar a los mercados. Que los responsables de esta difícil situación, asuman su responsabilidad y paguen por ello. Que se ponga fin al proceso, que ya dura más de dos décadas en el mundo desarrollado, en el que los ricos lo son cada vez más y la mayoría cada vez tiene menos. Que el derecho a un trabajo decente sea algo más que un lema de la OIT. Que los políticos entiendan su trabajo como un servicio y no como un oficio. Lo mismo que pensamos millones de españoles y de europeos. Pero también millones de latinoamericanos,  chinos, vietnamitas o egipcios. No tiene  nada que ver con el mayo del 68. No es un movimiento antisistema, sino todo lo contrario. Tampoco es sólo  un movimiento de jóvenes. Y no creo que sea un movimiento efímero.

¿Cuáles son las causas que, a mi juicio, explican este movimiento? En primer lugar, hay que buscarlas en las rupturas del modelo productivo y en los efectos sobre el empleo del proceso de globalización de la economía que ya comenté anteriormente refiriéndome a Europa. La hegemonía del pensamiento neoliberal y la mayor parte de las medidas sugeridas e impuestas por organismos e instituciones para afrontar la crisis implican recortes de prestaciones y derechos y precariedad en el empleo. Se ha iniciado una espiral hacia abajo en las condiciones laborales y salariales que se concreta en precariedad laboral y en incertidumbre. Es la primera generación desde la segunda guerra mundial que no es seguro que tenga un horizonte mejor que sus padres. La gran novedad del siglo XXI es que estos procesos son estructurales y nada tienen que ver con la situación y los mecanismos de solidaridad orgánica del capitalismo industrial. La exclusión social y la precariedad es amplia y no hay perspectivas de que puedan mejorar sus vidas. Se ha detenido el ascensor social y cada vez viajan más ciudadanos en el “quinto vagón” de nuestras sociedades.

En segundo lugar, la crisis de la democracia representativa. No está claro para muchos ciudadanos dónde está el poder, qué capacidad tienen hoy los Estados frente a los mercados y cómo la democracia representativa, a escala estatal, puede contrarrestar procesos globales que no conocen fronteras. Poder y soberanía estatal no siempre aparecen unidos. Muchos ciudadanos, que experimentan sensación de incertidumbre, indefensión, soledad y temor, piensan que no están gobernados democráticamente.  Que han quedado a la intemperie y que los gobiernos y los partidos no tienen respuestas. Y en gran medida así es. En menos de veinte años han cambiado muchas de nuestras preguntas, no tenemos todavía  las respuestas adecuadas y ya no es posible resolverlas con respuestas de los años ochenta.

Del “nosotros, el pueblo…” con el que se inicia la constitución norteamericana, muchos ciudadanos tenemos la sensación de que se ha pasado a un “vosotros, el pueblo…” donde actores que no concurren a elecciones toman decisiones cada día que afectan a nuestras vidas y sobre las que no somos consultados en ninguna de las urnas que existen a nuestra disposición, desde la escala local a la europea. La partitocracia reduce los espacios de participación, los  partidos se apropian de los procesos, la democracia se empequeñece. Esto se traduce en decepción y desafección, pero no en desentendimiento. Por eso entiendo que no es tanto un movimiento contra el sistema o contra la democracia, sino precisamente lo contrario: reclamamos un cambio radical, cambios políticos y más democracia.

En tercer lugar, queremos evidenciar el descrédito de la política y la endogamia de los partidos políticos. Desde hace más de dos años, las encuestas oficiales del Centro de Investigaciones Sociológicas indican que los partidos son percibidos en España como el tercer problema de los españoles, después del desempleo y la economía. Más allá de consideraciones sobre la responsabilidad de los ciudadanos en una responsabilidad tan corporativa y fragmentada como la nuestra,  lo cierto es que los partidos políticos ocupan el lugar más bajo en las encuestas de prestigio social en nuestras sociedades. De  manera que no siempre es justa, son percibidos como grupos cerrados que defienden sus propios intereses y el de los grupos a los que representan. Los ciudadanos se indignan contra la endogamia, el autismo político, la profesionalización y la selección adversa de nuestros representantes. La brecha se agranda cuando  proliferan casos de corrupción política, de ‘captura’ de políticas, de mala gestión de las cuentas públicas, deterioro de servicios y manipulación de la información. De ahí al desprestigio de la política (y de lo público) hay muy poca distancia. Y cuando esto sucede, siempre la alternativa es peor y suele traducirse en menos democracia.

Esta situación no es exclusiva de España ni de Grecia, y las reacciones sociales son muy distintas. En este caso, el movimiento español del 15-M creo que ha focalizado muy bien la naturaleza de los problemas y ha planteado una agenda de reformas políticas y de innovaciones democráticas que merecen atención y que tienen recorrido: nueva ley electoral, listas abiertas, nuevas formas de participación democrática, más transparencia en el uso de los recursos públicos, desburocratización y “desprofesionalización” de los partidos. Ninguna cuesta dinero. Sólo se requiere voluntad política.

Hasta ahora se ha tratado de un movimiento crítico, disidente, cívico y ejemplarmente democrático que ha hecho de la red su mejor instrumento. Por todo ello han contado hasta ahora con una amplia corriente de simpatía entre casi el 80% de la sociedad española. Si saben gestionar su enorme potencial con inteligencia, no será un movimiento efímero y pueden contribuir a que se inicien algunas reformas políticas en España e incluso ser efecto demostración para otros países europeos. 

Pero no conviene equivocarse, ni desde planteamientos marxianos ni desde posiciones de izquierda reformista. Aunque este movimiento desapareciera, las causas del malestar social persistirán, porque son reales, profundas y estructurales. Atención, porque cuando las personas no encuentran respuestas adecuadas pueden surgir movimientos sociales de interés y capaces del focalizar bien los problemas y sus causas, como el del 15-M. Pero también son posibles otras opciones, y entre ellas la menos probable es la revolucionaria.  Otras tienen más opciones, como por ejemplo, la tentación de buscar salidas populistas, abrazar expresiones políticas xenófobas o asistir a explosiones de violencia sin sentido. La historia reciente de la inmensa mayoría de los países europeos, desde Finlandia, hasta Suecia o Francia, proporciona interesantes enseñanzas. Sin perder de vista  los 65.905 votos de Plataforma per Catalunya, básicamente procedentes de los barios urbanos más castigados por la exclusión, y su representación en 39 municipios catalanes. En ninguno de estos casos se espera a la revolución, sino que más bien  avanzan las opciones de derecha y de extrema derecha, también entre las clases populares.


Democracia y participación ¿Hacia dónde orientar los cambios?

Hace tiempo que es necesaria una reconstrucción de algunos conceptos fundamentales. En especial cuatro: el funcionamiento de los partidos políticos, la democracia, el interés general y la ética pública. A ello habría que añadir un esfuerzo muy importante de claridad y clarificación de aquellas alternativas, en especial del centro-izquierda europeo, a favor de un nuevo relato acorde con los desafíos de nuestra sociedad. De estos cuatro conceptos, por razones de espacio, aquí quiero detenerme únicamente en dos: renovación de partidos políticos y nuevas formas de democracia.

En primer lugar, los partidos  políticos han de cambiar profundamente. La regeneración de la política y de los partidos políticos es esencial, pero no se avanzará sin ejercer más presión social sobe los partidos políticos. Los partidos son y seguirán siendo la piedra angular de la democracia, aunque ya no estén solos. Pero no son patrimonio de sus dirigentes. No puede haber una legitimidad interna y otra social. Frente al modelo de partido cerrado y vertical, los ciudadanos reclaman partidos abiertos, transparentes y ejemplarmente democráticos. Deben ser concebidos, ya lo decía hace muchos años Flores d´Arcais,  como “instrumento político de los ciudadanos, sustraídos al monopolio de políticos profesionales, abiertos a la sociedad civil, a medida del ciudadano”. No pueden seguir siendo instrumentos monopolizados por un grupo reducido de profesionales, donde prima la falta de control democrático, la perpetuación de cargos, el clientelismo y la promoción a partir de fidelidades personales. En la sociedad de la información tienen que dejar de ser residuos del viejo modelo leninista. Nadie ha de ampararse en la imprescindible unidad del partido para llevar a cabo actuaciones en cuyo carácter sectario, clientelar, autoritario y prepotente, se encuentra el origen del alejamiento de los ciudadanos de los partidos. La autoridad política no se consigue infundiendo temor o cerrando las puertas de los partidos a la participación, sino desde el respeto y la credibilidad.

En ocasiones aparecen disfunciones y patologías en las organizaciones y esto aún agranda la brecha con la sociedad. Cuando un núcleo reducido de personas garantiza el funcionamiento doméstico y acumula funciones. Esos llamados  “aparatos” tienden a desarrollar formas crecientes de control y consolidan fuertes déficit democráticos. Se aseguran fidelidades creando dependencias en lugar de redes y vínculos basados en ideas y valores.  Los esfuerzos se concentran en la lucha por el control interno de la organización y la acción política como tal pasa a ocupar  en ocasiones un plano secundario. De esa forma se sustituye a la política. Y la falta de iniciativa política es precisamente la que otorga autonomía de acción a esos pequeños núcleos (que suelen vivir mejor en la oposición) que colonizan los partidos en beneficio propio aunque en nombre de la sociedad y apelando a expresiones retóricas hueras. Si los partidos políticos quieren recuperar  credibilidad, en especial entre los jóvenes, deben procurar seleccionar a los mejores no a los más dóciles, los menos formados o los más sectarios. Deben contar con una financiación transparente, promover listas abiertas, establecer limitación de mandatos y fijar criterios de selección que no conviertan la política en un oficio permanente sino en un servicio público temporal.

La política debe ser entendida como una tarea noble y desinteresada, ejercitada por personas decentes con vocación de servicio temporal a la comunidad de la que formas parte, como una actividad inspirada por la ética pública y la defensa del interés general, donde predomine la búsqueda de espacios de consenso desde convicciones profundas, partiendo de la defensa firme de todo aquello que vaya contra el autoritarismo, la intolerancia y la desigualdad. La política nunca puede ser un espacio donde la astucia y el cinismo estén justificados.  

En segundo lugar, hay que presionar a favor del retorno de la democracia y de la política frente a los mercados. Más democracia y mejor democracia, desde la escala local a la global. Y casi todo está por hacer en campos hoy fundamentales para reconciliar la política con los ciudadanos: participación, transparencia, rendición de cuentas y nuevos procesos de consulta. La retórica actual, tal y como es entendida, (gobernanza, desarrollo sostenible, información pública de planes y proyectos…) es tan irrelevante como inofensiva para muchos gobiernos que ya la han hecho suya sin distinción de ideología. Hay que dar contenido real  a estos conceptos e impulsar otras formas de cambio e innovación más radicales, en el sentido más noble del término. Incluso en ocasiones más  subversivas.

En la era de la información no hay excusa alguna para que los poderes públicos, empezando por la escala local, no ponga a disposición de los ciudadanos información transparente y accesible por internet del destino de los impuestos mediante la creación portales virtuales. No hay razón para no realizar consultas locales amplias sobre cuestiones relevantes. No existe ninguna dificultad para realizar consultas por Internet. De hecho, ya disponemos de experiencias de interés tanto de e-transparency como de e-democracy, así como de buenas prácticas de democracia participativa en muchas ciudades. De modo que, en especial en la escala local, en algunos países la agenda pendiente en materia de rendición de cuentas, controles externos, profesionalización estricta de los trabajadores públicos y denuncia radical y ejemplar condena de la corrupción es muy amplia.  

Las ciudades y las regiones urbanas y metropolitanas son hoy espacios privilegiados para introducir innovaciones democráticas. En todos los niveles: barrio, distrito, ciudad, región metropolitana, redes de ciudades…Y ya disponemos de un aceptable banco de buenas experiencias de participación y de colaboración. Naturalmente, con sus dificultades y riesgos, como ya ha puesto de relieve Philippe Subra: instrumentalización táctica por parte de políticos, de ‘efecto ventana’ de asociaciones y colectivos para hacerse escuchar al margen del sistema de representación o de radicalización. También sabemos de las dificultades para determinar qué publico para los debates públicos y para conciliar la relación entre democracia representativa, participativa o directa[34].  Pero allí donde se hace bien no es una 'farsa' sino que la democracia gana en calidad. 

No menos relevante es la tentación de los electos en las ciudades de eludir la democracia representativa, de evasión institucional, prefiriendo el gobierno de la ciudad por proyecto, mediante la creación de ‘consejos asesores’ de expertos y de personalidades y la publicitación de consensos ficticios entre actores y grupos de interés concernidos. De preferir la movilización de las élites a costa de la  desmovilización de las masas, de la marginalización de las categorías populares y de la segmentación de espacios públicos urbanos[35]. Ese no es el camino.

Pero al otro lado están los progresos en materia de buen gobierno y de gobernanza democrática en ciudades y regiones urbanas y metropolitanas. Como también las experiencias prometedoras en ámbitos como la democracia deliberativa, ‘mini-publics’, ‘e-Transparency’ o ‘e-Participation’[36].


A modo de conclusión

Creo que en Europa hay razones para la indignación, que es necesario reaccionar y que hay otras alternativas posibles, distintas a las recetas neoliberales de los recortes sociales y la reducción de derechos, que merecen atención. Europa necesita liderazgo político y una nueva agenda. La Unión Europea ha de cobrar mayor protagonismo porque hay cuestiones que trascienden la escala estatal. Procurando como actor global una mejor conciliación entre justicia social y justicia global[37]. Contribuyendo a reformar o a crear ex-novo nuevas reglas globales negociadas que detengan la "carrera hasta el fondo" de las condiciones de vida de millones de trabajadores europeos motivadas por la deslocalización y la competencia global. Persiguiendo como objetivo la progresiva equiparación en derechos y condiciones de trabajo decentes en  otras economías emergentes. Estableciendo mientras tanto cuantas cautelas y niveles de protección sean precisos contra el dumping social para impedir que los trabajadores europeos queden a la intemperie.

Prefiero no esperar (y mucho menos decenios) a que lleguen “acontecimientos espectaculares e inesperados” porque ignoro lo que viene después, aunque intuyo que no sería mejor. La historia del siglo XX me ha hecho desconfiar de esos saltos al vacío y desde luego la ingobernabilidad no me seduce como opción. Por contra, creo que la democracia tiene inmensas posibilidades de mejora y de innovación. Creo también que la política debe recuperar el control de los procesos y ocupar el lugar que le corresponde. Comparto la opinión de nuestro colega Antón Costas cuando reclama una refundación moral del capitalismo y la necesidad de que la política recobre su autonomía frente a los mercados, sea consciente de la indignación que existe en nuestras sociedades occidentales y sea capaz de elaborar alternativas creíbles[38].

Uno de los mayores retos de futuro, junto a la creación de más empleo de calidad, consiste en reducir la creciente brecha social que se ha abierto en el seno de nuestras sociedades, identificando bien los sectores más vulnerables e imaginando políticas para invertir ese proceso. En esa tarea la izquierda, que tiene una agenda formidable por delante, debe abandonar el pesimismo y construir un nuevo relato que sea creíble. Reparando la brecha que las políticas neoliberales contribuyen a agrandar.

Por primera vez en la historia de la humanidad disponemos de capacidad y tecnología suficientes como para hacer que la vida de muchas gentes sea cada vez más decente y más digna. Se trata de que quienes viven en condiciones peores se vayan mejorando, y no a la inversa. Eso significa que en algunas partes del planeta, por ejemplo en Europa, habrá que incrementar la presión social, sin renunciar al conflicto, para defender muchas de las conquistas sociales que tanto costaron a tanta gente durante el siglo XX y que ahora algunos pretenden eliminar. Sin renunciar al conflicto, pero renunciando a la violencia. 

Frente a quienes siguen soñando con hipotéticas ‘tomas de la Bastilla’ o frente a quienes en su defensa del Estado mínimo han desmantelado los sistemas de protección social, defiendo el papel imprescindible del Estado, el reforzamiento de sus capacidades, la necesidad de establecer controles democráticos y mecanismos de rendición de cuentas, la importancia fundamental de las políticas públicas, la defensa del interés general y la justicia social, como fundamentos para construir una sociedad más decente y para elaborar cualquier estrategia de desarrollo equilibrado y coherente. La política sí importa, las políticas importan y no todas las opciones posibles son lo mismo. Creo que las políticas de inspiración socialdemócrata son mejores y más justas que el modelo neoconservador de la desregulación y la retirada del Estado.

Es necesario explorar nuevas formas de transparencia, de rendición de cuentas, de participación y de representación ciudadana en el proceso de toma de decisiones. La democracia puede y debe ganar en calidad. Es en las ciudades y en las regiones urbanas y metropolitanas donde la democracia puede y debe mejorar de forma sustancial, donde pueden producirse avances en materia de políticas públicas, donde el Estado ha de reinventarse, donde la política ha de legitimarse, donde los partidos han de demostrar que quieren cambiar profundamente y donde han de desarrollarse nuevas formas de consulta y participación democrática hoy reclamadas.

 

Notas

[1] Costas 2010.

[2] Bobbio 1985.

[3] Rawls 1971 y 2001.

[4] Sen 1970 y 2000.

[5] Romero y Farinós 2011.

[6] Judt 2011.

[7] Sennet 2000.

[8] Friedman 2006.

[9] Florida 2008.

[10] Maalouf 2009.

[11] Nye 2002.

[12] Naïr 2006.

[13] Beck 2007.

[14] Bauman 2005.

[15] Véase Nogué y Romero 2007 y Romero 2009.

[16] Manifiesto firmado por 18 intelectuales europeos encabezado por Jürgen Habermas.

[17] Véase los informes y aportaciones de André Sapir, Wim Kok y Antony Giddens.

[18] Lipovetsky 2008.

[19] Delgado 2007.

[20] Liddle 2008.

[21] Azagra y Romero 2007.

[22] Véase, por todos, los interesantes trabajos recientes de  Roberto Petrini, 2010, el libro colectivo coordinado por Bruno Estrada para la Fundación Primero de Mayo y el Manifiesto de economistas aterrados.

[23] Romero 2011.

[24] Castells 1998.

[25] Informe coordinado por Fabrizio Barca para la Comisaria Europea de Política Regional en 2009.

[26] Pike, Rodríguez-Posse y Tomaney 2011.

[27] Verney 2001.

[28] Innerarity 2009.

[29] Pascual 2011.

[30] Lipovetsky 2008.

[31] Liddle 2008, Innerarity 2009 y Judt 2010.

[32] Innerarity 2009, p. 193.

[33] Judt 2010.

[34] Subra 2009.

[35] Pinson 2009.

[36] Véase al respecto Smith 2009 y Pascual y Godàs 2010.

[37] Cramme y Diamond 2010.

[38] Costas 2010.

 

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© Copyright Juan Romero, 2011. 
© Copyright Biblio 3W, 2011.

 

Ficha bibliográfica:

ROMERO, Juan. Ciudadanía y democracia. El malestar urbano y la izquierda posible hoy en Europa. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 20 de julio de 2011, vol. XVI, nº 932 (7). <http://www.ub.es/geocrit/b3w-932/b3w-932-7.htm>. [ISSN 1138-9796].

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