Biblio 3W
REVISTA BIBLIOGRÁFICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona 
ISSN: 1138-9796. Depósito Legal: B. 21.742-98 
Vol. XVI, nº 949, 15 de noviembre de 2011

[Serie  documental de Geo Crítica. Cuadernos Críticos de Geografía Humana]

 

TIEMPO Y ESPACIO EN LA VIDA COTIDIANA DE LA METRÓPOLIS

 

Márcio Piñon de Oliveira
Profesor e investigador del Departamento de Geografía y del Posgrado en Geografía
Universidad Federal Fluminense, Río de Janeiro, Brasil
marpinon@hotmail.com y marpinon@pq.cnpq.br

Recibido: 15 de febrero de 2011. Devuelto para revisión: 25 de febrero de 2011. Aceptado: 25 de marzo de 2011.  


Tiempo y espacio en la vida cotidiana de la metrópolis (Resumen)

Se propone aquí un análisis de la reproducción de la vida social en la metrópolis como una expresión de la urbanización. Nuestro análisis se centrará en el uso del tiempo y del espacio y en la mediación, elementos estos que serán condición necesaria para la reproducción de la ciudad en el mundo moderno, como revelación de totalidad.

Palabras clave: urbanización, tiempo, espacio, vida cotidiana, metrópolis


Time and space in the metropolis daily life (Abstract)

This paper presents an analysis of social reproduction in the metropolis as an expression of urbanization. The analysis focuses upon the use of time and space as the conditions and the mediations needed by urban reproduction in the modern world and as a revealing factor of urban wholeness.

Key words: Urbanization, time, space, daily life, metropolis


"Ainda que a cidade anoiteça/ Ou desapareça/ Piso no pedal do sonho/ E a vida ganha mais alegria
Ganha o meu tesouro da juventude/ Que foi em Pedra Azul/ E em toda parte Onde tive o que sou"

(Tavinho Moura e Murilo Antunes)

 Metrópolis: ese nudo gordiano

Proponemos aquí un análisis de la reproducción de la vida social en la metrópolis como expresión del proceso de urbanización. Nuestro análisis abordará el uso del tiempo y del espacio, condiciones y mediaciones necesarias para la reproducción de lo urbano en el mundo moderno.

En nuestra opinión, la metrópolis se define por un determinado espacio y tiempo del proceso de urbanización –consecuentemente, por un ritmo impuesto por el capitalismo–  que a su vez determina el trabajo, la producción, la distribución, el consumo de mercancías, la circulación de personas y los servicios. En definitiva, la reproducción de la vida social está subsumida por la sociedad urbana (o por lo urbano) en su totalidad. En este sentido, la ciudad que conocíamos hasta hace poco tiempo, con sus lugares céntricos –centros y subcentros– sus funciones y sus formas de organizarse espacialmente, claramente definidas, ha dado lugar, en la contemporaneidad, a una realidad urbana cuya forma y contenido constituyen la propia complejidad de nuestras metrópolis. No existen espacios en el mundo con una mayor complejidad y multideterminación como los hay en las actuales metrópolis. Estas se constituyen, incluso, en poderosos instrumentos/aparatos –dispositivos territoriales– modernamente producidos y tecnológicamente equipados, al servicio de la reproducción ampliada del capital, como un fenómeno global.

En este contexto, se hace visible una producción cada vez más abstracta de la vida cotidiana, dentro de la cual es necesario reunir infinitas líneas para dar un único nudo. En la metrópolis ya no hay ningún lugar que pueda explicarse por sí mismo, sino de manera dialéctica. Esta situación, sin embargo, no debería despertar nuestro rechazo, ya que la misma no es únicamente producto/resultado de la (re)producción del espacio de la metrópolis –y de la reproducción de las relaciones sociales de producción–, sino también de la singularidad, la cual contribuye, por entero, a inventar y reinventar ese todo metropolitano y urbano. Las metrópolis son la forma/contenido de lo urbano en su expresión más compleja y diferenciada.

Al igual que la vida cotidiana, las ciudades también se ven entrelazadas por este gran nudo gordiano que son nuestras metrópolis. Eso se da no solo por la conurbación que sufren aquellas como consecuencia del proceso de constitución de las metrópolis, sino también, y principalmente, por reproducir sus prácticas y sus formas de organización espacial y su uso del tiempo. Con esto, acaban repitiendo –aun cuando están fuera de las metrópolis– modelos y patrones referenciados en ellas. Es obvio que ese proceso no ocurre de forma homogénea y generalizada, sino de manera diferenciada y movido por la búsqueda de hegemonía –como si fuera un éter que contamina y que se puede sentir en todo el tejido urbano.

La formación de la metrópolis no consiste simplemente en la expansión del centro económico y demográfico (es decir, de la ciudad-madre), sino que es el resultado del encuentro dialéctico entre la periferia y el centro, por medio del cual ambas partes buscan ir al encuentro del otro. Henri Lefebvre[1] se refiere a este proceso utilizando los términos explosión/implosión. Siguiendo esa perspectiva, ciertas funciones del centro se ven reforzadas, puesto que el mismo acaba volviéndose un centro de negocios y de servicios modernos. Por el otro lado, la circulación de la mercancía cobra gran vigor, lo que hace que esta se expanda más allá del centro. De ese modo, es posible, en gran parte de las metrópolis de la actualidad, circular por ellas diariamente –para trabajar, ir de compras, para divertirse– sin nunca pasar por el centro (usando los autobuses o las líneas de metro). Además, es posible vivir en las áreas distantes de la metrópolis sin nunca llegar a conocer, efectivamente, su centro.

El proceso de abstracción de la vida en aquellas ciudades que componen las metrópolis, solo puede discernirse en el ámbito de lo vivido. Ámbito este que, aun fragmentado en su contenido social, nos posibilita reconstituir la vida social de las ciudades a partir del habitar y de la (re)producción del espacio. Parecería, según las dimensiones de la metrópolis, que la vida se ha vuelto cada vez más reificada, impersonal y anónima. Por otro lado, las ciudades continúan siendo una referencia en los momentos de luchas políticas y reivindicatorias, circunscritas a los límites municipales/distritales, y durante la conmemoración y/o celebración de hechos históricos (fiestas patrias, aniversarios de las ciudades), fiestas religiosas (santos patronos) o profanas (carnaval, año nuevo, etc). 

El espacio/tiempo de la metrópolis como referencia de la vida moderna y cotidiana

Concretamente, la vida moderna encuentra su realización en la vida cotidiana de la metrópolis, mediante las experiencias de tiempo y de espacio que todos vivimos. Estas experiencias son tejidas en el movimiento del habitar, del ir y del venir de casa al trabajo, de casa a la escuela, o de casa a un lugar de entretenimiento, o a un lugar que sea centro de vida social y/o cultural.

Para Lefebvre[2], la cotidianeidad no es lo diario. Lo diario, en realidad, no nos pertenece. En realidad nos sometemos “voluntariamente” a un tiempo que no es más nuestro. Dentro de esa sucesión de hechos y movimientos que es la vida moderna, estamos subordinados a la razón o a una racionalidad técnica que está a favor de la reproducción de la vida en la sociedad urbana. Por lo tanto, la cotidianeidad se impone como tiempo de la metrópolis y como un tiempo también nuestro. La verdad es que nadie es dueño de su tiempo; nos zambullimos en el tiempo de la instrumentalización y de la racionalidad que se pretende objetiva y que se impone a la metrópolis, que busca controlar sus flujos y que establece su dinámica de estar en movimiento en la reproducción de la vida social diaria. En ese sentido, ese tiempo a favor de la vida en la sociedad urbana es el tiempo de la (re)producción de las relaciones sociales de producción, es el  tiempo de la supervivencia y de la existencia de cada ser en la metrópolis.

En nuestra opinión, la metrópolis suma, une la cotidianeidad, la vida moderna y la racionalidad instrumental a la sociedad urbana. La metrópolis es la amalgama de esos fenómenos y de esos eventos que se asocian a su materialización en la escala geográfica –expresión de la reproducción ampliada del capital, como ya hemos señalado. La metrópolis es, por consiguiente, causalidad y finalidad. Es interrelación de hombres con hombres, de hombres con objetos y de objetos con objetos. En definitiva, de sujetos con sujetos, de sujetos con mercancías y de mercancías con mercancías. Es el espacio por excelencia de las varias mercancías, cuyos hombres, sujetos y actores les atribuyen su real sustancia, ya que son los portadores de la objetividad social y espacial que las reproduce. El tiempo histórico es irreversible en el sentido de los hechos sociales.

En la metrópolis, lo que se altera no es el tiempo; este debe ser único y debe homogeneizar todos los procesos de (re)producción socio-espacial. Segundo Heller[3], el tiempo aparecerá como esa sucesión de hechos que es irreversible, que domina y que une a los hombres en un único movimiento de la historia. La vida cotidiana incorpora lo diverso, lo heterogéneo, representado por la diversidad de aspectos y de tipos de actividades y mantiene esa variedad interconectada orgánicamente. Es en la vida cotidiana que el individuo, ese ser singular, “entra en contacto con su propia individualidad y con el género humano al que pertenece; y es en ese contacto que se evidencian ambos elementos”[4]. De ese modo, es posible afirmar que lo singular, lo particular y lo general coexisten en la vida cotidiana de la metrópolis.

Pensar en la metrópolis a partir de esta perspectiva, equivale a trabajar con un tiempo que, contradictoriamente, es unificador y disgregador. Por lo tanto, hay un tiempo que nos une en un único movimiento de reproducción y hay un tiempo refractario que nos diferencia en cada espacio y lugar de la metrópolis, y que al mismo tiempo no es hegemónico ni comanda la totalidad. De esta manera, el hombre que está en el centro de la metrópolis, en sus diferentes barrios y en los suburbios o periferias, se unifica en un mismo tiempo totalizante y, simultáneamente, se diferencia espacialmente, según el lugar sociopolítico, económico y cultural que ocupe en el interior de la metrópolis. El tiempo de ese hombre está unificado por el tiempo homogeneizador de la cotidianeidad o entonces influye/se sobrepone al tiempo refractario y memorial que ocurre en diferentes lugares. Así, el tiempo del ejecutivo, el tiempo del turista o del intelectual en un viaje de trabajo es igual al tiempo de aquel que debe estar en el aeropuerto ejecutando diferentes funciones o actividades consideradas subalternas y que, posiblemente, proviene de un lugar periférico o espacialmente segregado de nuestras metrópolis. Ese es el tiempo unificador y totalizante, autárquico y regente, en el cual todos se empeñan solidariamente para la concreción de la vida cotidiana. De esta manera, es posible entender a la metrópolis como una totalidad social, producto de la urbanización y de la sociedad urbana que se reproduce cotidianamente.

Ese tiempo, sin embargo, no transcurre de la misma manera en las estructuras sociales y espaciales que se encuentran en la metrópolis. Esos hombres, sujetos y actores en/de la vida cotidiana, son en realidad el sentido y la sustancia de la metrópolis, ya que son los portadores de la supuesta objetividad social y espacial que nos gobierna en la vida diaria y quienes –en ese proceso de reproducción de la vida social en lo urbano– se encuentran permanentemente en tensión. Por lo tanto, si el tiempo unificador es contingente e irreversible, lo que se altera no es ese tiempo, sino el ritmo, la velocidad de ese tiempo, al operar en las estructuras socio-espaciales. Esto produce diferencias y crea posibilidades múltiples, a medida que se amplía la extensión de la escala geográfica de la metrópolis y de los espacios diferenciados y heterogéneos que hay en su interior.

Así, los espacios de “hombres lentos” y los espacios de “hombres rápidos”[5] se combinan, se superponen y se alternan, consiguiendo, de esa manera, expresar la diversidad que hay en el interior de las metrópolis. Es decir, todos esos espacios y todos esos hombres se encuentran unificados y están sujetos a un único tiempo llamado “vida cotidiana”. Hay, por lo tanto, en el interior de la metrópolis, una conexión recíproca en cada una de las esferas de su realidad socio-espacial heterogénea, que puede denominarse “barrios”, “chabolas”, “centro y periferias”, “urbanizaciones privadas”, etc. El campo de posibilidades de cada espacio –aparentemente fragmentado–, reside en su mayor o menor capacidad de incorporación; en su racionalidad técnica e instrumental aplicada a su espacio; en sus dispositivos territoriales y equipos sociales, artefactos muebles o inmuebles y finalmente, reside necesariamente en el desarrollo de la ciencia y de la tecnología que son puestas al servicio de la reproducción del capital y de la producción del espacio. Como hecho geográfico, la metrópolis prima por la unificación territorial de múltiples acontecimientos, lo que trae como consecuencia la formación de  múltiples redes –sociales, políticas, económicas, culturales y técnicas–, producto del entrelazamiento de horizontalidades y verticalidades que se solidarizan entre sí.

El espacio/tiempo de la metrópolis como revelador de la totalidad de lo urbano

En esta parte de nuestro trabajo recuperaremos un diálogo académico que tiene como referencia las experiencias de tiempo y espacio en la metrópolis de Río de Janeiro (Brasil). Intentaremos ejemplificar algunas ideas desarrolladas en los puntos anteriores sobre la realidad urbana de las metrópolis y sobre su reproducción en la vida cotidiana.

En un reciente trabajo sobre el barrio de Olaría[6], en la metrópolis de Río de Janeiro (Brasil), realizado por el académico Jorge Armando Sampaio[7], el autor tiene como base para justificar la decadencia de la vida del barrio, la fragmentación del tejido urbano ocurrida a partir del muro que se construyó a fines de la década de 1950 a lo largo de toda la línea del ferrocarril, y que produjo la separación de los barrios pertenecientes a la zona de Leopoldina, suburbio de la Zona Norte de Río de Janeiro. Según Sampaio, fue a partir de la construcción de ese muro que el barrio quedó dividido en dos áreas demarcadas, que quedó fragmentado su contenido, lo que en las décadas posteriores trajo como consecuencia una barrera prácticamente imposible de ser salvada en términos de convivencia entre los que residían a ambos lados del muro.

Al oponernos a esta idea, argumentábamos con el autor, al inicio de su investigación, que esa hipótesis era muy evidente y que era necesario, por un lado, suponer qué otros elementos, además de aquellos, podrían haber influenciado, de igual o mayor manera para la fragmentación de la vida social del barrio. Por otro, señalábamos que era necesario pensar el barrio como perteneciente al conjunto de la metrópolis y a partir de su proceso de urbanización (la ciudad de Río de Janeiro se hizo metrópolis exactamente en la segunda mitad del siglo XX)[8]. Había, por lo tanto, una coincidencia temporal entre la década en la que se construyó el muro a lo largo de la línea del ferrocarril y la gran explosión metropolitana de la ciudad de Río de Janeiro. Era necesario pensar, por lo tanto, el barrio de Olaría teniendo en cuenta dicho proceso y no como algo autónomo y aislado del contexto. Se hacía necesario escapar de aquella visión inocente que en el pasado se tenía de la Geografía, y que consideraba que cada barrio o parte de la ciudad se explicaba por sí sola, por medio de sus elementos geográficos de identificación.

Como nos advirtió Lefebvre[9], hay una “ideología del barrio” que actúa como unificador social a escala humana, en el ámbito natural de la vida social, y como organizador de la vida urbana. En la opinión de Lefebvre, por consiguiente, solo se puede definir al barrio a partir de la ciudad como un todo, es decir a partir de ese todo al que se pertenece. El barrio es una unidad, sin embargo, no es una unidad de base de la vida urbana, sino una unidad sociológica relativa que solo puede pensarse sin que se pierda de vista la totalidad ni el enfoque puesto en lo urbano. De ese modo, el barrio no puede considerarse una unidad modelar, aislada y autónoma. En la realidad urbana de la metrópolis, la vida del barrio se ha vuelto cada vez más esencial para la vida de la metrópolis, puesto que esta es reinventada por aquel y al mismo tiempo aquel es resultado de esta.

Al retomar nuestro estudio sobre el verdadero significado de la construcción del muro en la vida del barrio de Olaría, nos vimos en la necesidad –por razones metodológicas– de volver en el tiempo y de procurar investigar en el espacio vivido de los vecinos más antiguos que aún estaban en el barrio, cuál era la representación que ellos tenían del muro y cuáles habrían sido sus efectos en la vida social del barrio, en el período de su construcción y en los años siguientes. Personalmente, contábamos con nuestra experiencia de habitantes de un tiempo y un espacio de un barrio vecino al de Olaría: el barrio de Penha. Dicha experiencia contradecía la hipótesis del muro como elemento segregador y generador de la decadencia de la vida social. Nacidos en 1958 y residentes del barrio de Penha hasta los 16 años (1974), en nuestra infancia nos tocó vivir la realidad del barrio que se siguió a la edificación del muro a lo largo de la "Estación del Ferrocarril Leopoldina". Entre nuestros recuerdos de infancia, consta una convivencia cotidiana bastante estrecha con chicos que vivían a ambos lados del muro. Por consiguiente, su presencia no impedía la convivencia de los vecinos. Frecuentábamos diferentes espacios de mediación del barrio, los cuales podían ubicarse ya sea de un lado o del otro del barrio. Esos espacios eran las escuelas, las iglesias, el club, las ferias libres, las canchas de fútbol, el cine, la estación del ferrocarril, el centro comercial del barrio, etc, todo cerca de la estación. Para la estructuración de esos barrios la línea ferroviaria fue más importante que el muro y en el día a día de los vecinos se constituyó  en un objeto geográfico que formaba parte de sus vidas. La estación era, además, un lugar de referencia, de encuentros y acontecimientos sociales y políticos y su funcionamiento permitió que se entablaran uniones, amistades y relaciones. A través de la línea ferroviaria y de los tranvías, la vida llegaba al barrio y se esparcía por toda la ciudad. 

De acuerdo con esas observaciones, era necesario relativizar los efectos del muro de la línea ferroviaria sobre la vida del barrio, así como su poder segregador. En ese sentido, el muro era mucho más un elemento que marcaba una diferencia espacial que un elemento de separación o segregación. En la opinión de Lefebvre[10], “la diferencia es incompatible con la segregación, que se representa de manera grotesca. Quien dice ‘diferencia’, dice relaciones y, por consiguiente, proximidad  –relaciones percibidas y concebidas que se insertan en un orden espacio-temporal doble: cercano y lejano”.

En este caso, si admitimos la posibilidad –de acuerdo con lo expuesto– de que dicho muro no tuvo el efecto segregador que se sostenía, cuál fue entonces el fenómeno que se produjo y que actuó como agente de fragmentación de la vida del barrio, al punto de que –tras cincuenta años– aun hoy seamos inducidos a pensar en el muro como frontera de división del barrio. La atención no estaba puesta en la vía, sino en las razones que suscitaron su edificación a lo largo de la línea ferroviaria. Entre los motivos estaban: a) un mayor control de los pasajeros y de la compra de los pasajes, ya que el muro reduciría a casi cero el número de no pagadores; b) la electrificación de las líneas, que aumentaría la  seguridad de las personas; c) la intensificación del flujo dado por el aumento del número de trenes. Como podemos ver, los motivos que llevaron a cabo la construcción del muro estaban de acuerdo con la lógica general de la urbanización y con la expansión de la metrópolis.

Este hecho, con seguridad, alteró sustancialmente el espacio-tiempo de la vida cotidiana del barrio, ya que contribuyó a acelerar el ritmo de la reproducción de la vida social de la metrópolis y del trabajo. La electrificación no solo intensificó el número de trenes y viajes –que a partir de ese momento pasaron a ser más cortos y rápidos–, sino que también contribuyó a una mayor movilidad espacial, lo que le permitió a las personas salir de los barrios y de los lugares en donde vivían y trasladarse más rápido hacia los diferentes lugares de la metrópolis. En otras palabras, impuso, a través de la modernización del sistema de transporte, una aceleración en el ritmo de la vida social cotidiana, así como también  nuevos parámetros de referencias, no solo para el barrio de Olaría, sino también para todos aquellos barrios que se vieron favorecidos por la línea ferroviaria. ¿El resultado de todo esto en la vida práctica? Menos tiempo para vivir en el barrio y para que los vecinos establezcan relaciones de convivencia. 

Argumentábamos, incluso, que otro elemento que ampliaría mucho la movilidad espacial, más que los trenes, y que serviría como componente de fragmentación de la vida social de los barrios en la metrópolis –en las décadas siguientes, y fundamentalmente en los años 70 hasta los días de hoy– sería el énfasis puesto en el sistema de autobuses y en el automóvil como bien industrial y como medio de transporte de primacía en Río de Janeiro. Transportes estos que ampliarían enormemente la dimensión de la metrópolis y en el caso del automóvil, este seguiría la misma lógica de la intensificación.

De nuestra juventud, recordamos dos alertas, hechas innúmeras veces por las personas mayores, en relación con los coches y con el riesgo de accidentes y atropellamientos que representaban. A nuestra manera de ver, la presencia del automóvil retiró de las calles de los barrios de la metrópolis a muchos niños y jóvenes. Se añade a esto, casi que paralelamente, el desarrollo de los medios de comunicación, de la industria cultural y principalmente de la TV, que fueron también elementos importantes en el proceso de interiorización de la vida social en el espacio privado de las viviendas, en las últimas décadas.

De esta forma, podríamos concluir que –sin contextualizar dicho muro en el proceso de formación de la metrópolis, así como en su proceso de expansión y de reproducción cotidiana– “un muro es tan solo un muro” y nada más.

Hay, por lo tanto, indiscutiblemente, una relación dialéctica entre esos dos aspectos: entre el espacio de la organización de la vida social en las metrópolis –como ejemplo tenemos los dos barrios aquí tratados– y el tiempo, entendido aquí como el ritmo de reproducción de la vida social que se da en ellas. Como consecuencia de todo ese proceso, tenemos la ciudad, visible en la reproducción de su cotidianeidad, que se convierte en algo abstracto y difícil de reconocer y de recomponer, llegando a veces a reducirse a largos trayectos diarios realizados por diferentes sujetos y actores, en sus idas y venidas de casa al trabajo, de casa al comercio, de casa a centros de entretenimiento, etc. De esa manera, la fragmentación no puede darse a partir de una o más formas espaciales –por ejemplo, los diversos “tipos de muros” existentes hoy día (no solo aquellos que demarcan o protegen las líneas ferroviarias)–, sino a partir de la propia fragmentación del contenido social de lo urbano que, dialécticamente, se unifica en esa gran forma espacial contemporánea –en esa complejidad– que denominamos metrópolis.

 

Notas

[1]Lefebvre, 1999.

[2]  Lefebvre, 1976.

[3]  Heller, 1989, p. 17.

[4]  Ibid., p. 22

[5]  Santos, 1996.

[6]  Barrio de la Zona Norte de Río de Janeiro, localizado a 13 km del centro de la ciudad, que se originó como tantos otros barrios del suburbio, ubicándose en los alrededores de lo que se llama "Estrada de Ferro Leopoldina" (antigua "Estrada de Ferro do Norte") es decir, en los alrededores de la línea del ferrocarril inaugurada en 1886, que acabó separando a dicha región de la porción occidental, que se halla próxima a la "Bahía da Guanabara".

[7]  Disertación de Maestría defendida en septiembre de 2008, por Jorge Armando Sampaio, en el Programa de Posgrado en Geografía de la Universidad Federal Fluminense, Río de Janeiro, Brasil, bajo el  título: “El actual proceso de decadencia de la vida de barrio en Olaría, a la luz del estudio de sus diferentes espacialidades”.

[8] Abreu, 1987.  

[9]  Lefebvre 1971, p. 195.

[10] Ibid., p. 123-124  

 

Bibliografía

ABREU, Maurício de Almeida. A evolução urbana do Rio de Janeiro. Rio de Janeiro: Iplanrio/Zahar, 1987.

HELLER, A. O cotidiano e a história. 3ª ed. São Paulo: Difel, 1989.

LEFEBVRE, H. De lo rural a lo urbano. 3ª ed. Barcelona: Península, 1971.

LEFEBVRE, H. A vida cotidiana no mundo moderno. Lisboa: Ulisseia, 1976.

LEFEBVRE, H. A Revolução Urbana. Belo Horizonte: UFMG, 1999.

SAMPAIO, Jorge Armando. O atual processo de decadência da vida de bairro em Olaria à luz do estudo de suas diversas espacialidades. Niterói: PPGEO/UFF, 2008 (Disertación de Maestría), 148 p.

SANTOS, M. A natureza do espaço: técnica e tempo, razão e emoção. São Paulo: Hucitec, 1996.

SEABRA, Odette C. L. Urbanização e fragmentação: cotidiano e vida de bairro na metamorfose da cidade em metrópole, a partir das transformações do bairro do Limão. São Paulo: Universidade de São Paulo, 2003 (Tesis de Libre Docencia), 313 p.

 

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Ficha bibliográfica:

OLIVEIRA, Márcio Piñon de. Tiempo y espacio en la vida cotidiana de la metrópolis. Biblio 3W. Revista Bibliográfica de Geografía y Ciencias Sociales. [En línea]. Barcelona: Universidad de Barcelona, 15 de noviembre de 2011, Vol. XVI, nº 949. <http://www.ub.edu/geocrit/b3w-949.htm>. [ISSN 1138-9796].


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