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Scripta Vetera 
EDICIÓN  ELECTRÓNICA DE TRABAJOS PUBLICADOS 
SOBRE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
 
CIEN AÑOS EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD
 
Horacio Capel
 
(Publicado originalmente en: La Veu del Carrer, Federació d'Associacions de Veïns de Barcelona, nº 60, novembre-desembre 1999, p. 10).


En este siglo que está a punto de acabar Barcelona ha pasado de ser una ciudad con graves problemas sociales y urbanos a convertirse en el centro de una activa área metropolitana, a la que solo le falta la voluntad política para constituirse administrativamente como tal.

Los contrastes entre aquella Barcelona de cien años atrás y ésta en que vivimos son muy netos y positivos. Pero también lo son las continuidades, para bien y para mal.

Barcelona entró en el siglo XX el 1 de enero de 1901 con un ajuste de relojes y un repique general de campanas. Si lo primero era necesario para adaptar exactamente la hora local a la de Greenwich, lo segundo respondía seguramente al deseo de que el nuevo siglo trajera a la ciudad la paz y la tranquilidad que en los años finales del XIX le habían faltado.

En efecto la situación social estaba tan agitada que en 1899 y 1900 hubo que decretar el estado de guerra ante las protestas generadas por la subida de impuestos, el cierre de comercios, la huelga de tranvías y la crisis industrial.

La ciudad contaba medio millón de habitantes y tenía una población en la que predominaban las capas populares y que todavía estaba azotada por una fuerte mortalidad. Seguía conociendo graves problemas sanitarios; el Plan de Saneamiento 1891 elaborado por García Faria se iba realizando muy lentamente, el abastecimiento de agua era escaso y todavía en 1914 se produjo una grave epidemia de tifus por las malas condiciones del agua de Montcada.

Cien años más tarde la situación social ha cambiado radicalmente, la estructura económica, demográfica y sanitaria se ha transformado sensiblemente gracias al desarrollo económico y al Estado del bienestar. Aunque todavía persisten grupos sociales desfavorecidos, a los que su debilidad les impide estar activamente presentes en el escenario de la ciudad, especialmente esas capas crecientes de jubilados y de inmigrantes.

A principios del siglo la ciudad veía aparecer gran número de órdenes religiosas que reconquistaban el espacio barcelonés y a las que la burguesía había dado la misión de recristianizar a la población. Numerosas órdenes religiosas se instalaban para educar a los hijos de las clases clases altas y medias. Los ideales de una educación laica y pública, consustanciales al Estado liberal del XIX, se veían así gravemente quebrantados. Se iniciaba un proceso de privatización de las enseñanzas básicas, mantenido durante prácticamente todo el siglo; esa enseñanza privada, con fuerte presencia de la Iglesia, no solo se mantiene hoy sino -lo que es más grave- está sostenida con dinero público que debería dedicarse a la educación pública.

Urbanismo y vivienda

Desde el punto de vista urbanístico en el comienzo del siglo la ciudad consolidaba su Ensanche y acometía finalmente el proyecto de Reforma interior, con el inicio de la Vía Layetana (1907). En los cien años transcurridos el Ensanche, totalmente urbanizado ya hacia 1930, ha experimentado un renovación que le ha hecho afirmar su carácter terciario y bienestante. La reforma de Ciutat Vella ha avanzado con decisión, favorecida por la crisis económica de 1973, que paralizó la construcción de nuevas viviendas e hizo descubrir la necesidad de renovar el parque inmobiliario. Aún así, las malas condiciones de habitabilidad que había a comienzos de siglo se mantienen parcialmente, el parque inmobiliario sigue siendo deficiente, y se reproducen condiciones de vida inaceptables para la población inmigrante.

Los problemas de la vivienda eran agobiantes un siglo atrás. Una parte importante de la población vivía en condiciones muy deficientes. Médicos e higienistas habían descrito las pésimas condiciones de las viviendas y mostrado la relación de ello con las enfermedades infecciosas y con la alta mortalidad. La Ley de Casas Baratas de 1911 había intentado resolver este problema que era general en toda España; dicha Ley tuvo una inmediata repercusión en Barcelona con la construcción de varios grupos, entre los cuales las casas de la Sociedad de Fomento de la Propiedad, que todavía podemos ver en la calle conde Guell, cerca del Nou Camp. Pero la medida era insuficiente y tuvo que activarse con la ley de 1921.

La creación del Patronato de la Vivienda permitió la construcción de los primeros grupos de vivienda popular con intervención de la administración pública (los grupos Barón de Viver, Eduardo Aunós y Ramón Albó); todavía se conservan y deberían salvarse de la especulación que varias veces los ha amenzado.

Pero la escala de estas operaciones fue limitada, y la persistencia de la inmigración contribuyó a agravar los problemas, que fueron especialmente grandes en los años treinta, cuarenta y cincuenta. La ciudad antigua se densificó hasta extremos inaceptables.

La construcción de los polígonos de viviendas, especialmente a partir de la creación del Ministerio de la Vivienda en 1957, hizo posible edificar centenares de miles de vivienda en pocos años, con los principios del urbanismo racionalista. Aunque la calidad dejara que desear, esos polígonos contribuyeron a alojar a las clases populares en condiciones dignas.

La crisis económica que se inició en 1973 paralizó la fuerte inmigración y, al mismo tiempo, estas grandes operaciones y los proyectos grandiosos de nuevas ciudades en la periferia Barcelonesa.

En los años 1980 y 90 un menor ritmo inmigratorio, una situación económica más favorable, con recursos públicos abundantes ha permitido ampliar la construcción de viviendas de mejor calidad.

Pero el problema sigue estando planteado. Los precios de la vivienda superan las posibilidades de esa amplia capa de población que no forma parte de lo que se considera una "demanda solvente".
 

Cambios en la escala territorial

A comienzos del siglo la ciudad se enfrentaba al reto de integrar a los municipios anexionados en 1897 (a los que se unirían luego Horta y Sarrià). Las líneas de tranvías iban realizando esa función y el Plan de Enlaces (Plan Jaussely, 1905) abordaba un planeamiento de conjunto de todo el nuevo espacio municipal. Se iniciaba la construcción de barrios de ciudad jardín, con los intentos de urbanización de fincas periféricas (Torre Baró y Roquetas 1908, Sant Pere Mártir 1919, etc.). Por aquellos mismos años el primer coche matriculado en Barcelona (el 3 de agosto de 1903) anunciaba una nueva era en el tráfico de la ciudad, y nuevos problemas que todavía tardarían en hacerse presentes.

La escala espacial de los problemas es hoy distinta. Desde el Plan Comarcal de 1953, y luego con el Plan de 1974, Barcelona encaró decididamente la ordenación de un espacio periférico más amplio que el de los municipios agregados. Se trató entonces de ordenar un total de 27 municipios integrados desde la perspectiva del planeamiento y con el propósito de constituir una Entidad metropolitana de gestión, lo que luego sería la Corporación Metropolitana de Barcelona.

Pero las políticas conservadoras que en la Gran Bretaña de Margaret Tatcher habían acabado con el Area Metropolitana de Londres, acabaron aquí también y por razones semejantes (es decir el miedo electoral de la derecha a las grandes áreas urbanas) con la Entidad Metropolitana de Barcelona, frente a toda razón.

Los barrios de ciudad jardín de la periferia inmediata en muchos casos se vieron afectados por una demanda insuficiente y por las crisis de los años treinta, la guerra civil y la larga y dura postguerra. Muchos acabaron convertidos en barrios de autoconstrucción para inmigrantes. Hoy la herencia de esos barrios se encuentra en las urbanizaciones de segunda residencia de una corona de 100 a 200 km en torno a la ciudad, en las urbanizaciones de casas unifamiliares y bloques con jardín de los muncipios próximos y en los chalets adosados (y endosados por el marketing a grupos de clase media de mente confusa) que se construyen un poco por todas partes y nos hacen añorar los principios del urbanismo racionalista.
 

Un urbanismo basado en el diálogo y en la participación

La situación política de la Barcelona de principios del siglo XX no era la más favorable a la participación ciudadana en la toma de decisiones. Una burguesía crecientemente atemorizada por el recuerdo del Sexenio Revolucionario y por los conflictos sociales que presenciaba trataba de controlar fuertemente el poder y no era favorable a una real participación ciudadana en la toma de decisiones. Desde luego, no lo era a nivel político, pero tampoco, o mucho menos, en el económico y urbano. Las decisiones eran tomadas por gobernantes, elegidos en una elecciones muchas veces trucadas y con grandes niveles de abstención.

Los alcaldes se sucedían nombrados por el gobierno y los ciudadanos eran simples actores en un teatro urbano que otros construían, obteniendo grandes beneficios económicos con ello. Los acuerdos y componendas entre el poder político y el económico eran grandes y conocidas.

Hoy muchas cosas han cambiado. Hay un sistema democrático que garantiza el voto secreto y la elección de representantes políticos. Pero algunos rasgos de comienzos de siglo continúan. Se mantienen grandes niveles de abstención que muestran un descontento amenazante para la democracia. Siguen existiendo colusiones entre la política, el urbanismo y la economía, aunque una complicidad general, en la que el nacionalismo tiene mucho que ver, las mantiene en silencio.

La participación de los ciudadanos es limitada. Los técnicos siguen dando muestra de una prepotencia inaceptable, y no cuentan con la opinón de los usuarios. Decisiones de recalificación de terrenos que habrían dado lugar a escándalos gigantescos en los años 70 -como la del estadio del Español- son aprobados por un ayuntamiento democrático y dizque progresista y no provocan ninguna reacción en la opinión pública. Y ésta muchas veces se siente impotente para hacer oir sus voces y deseos. Si bien ha habido una renovación de la clase política a lo largo de todo este siglo, y en especial desde la llegada de la democracia, hay todavía muchas familias de la época que siguen teniendo poder económico y social.

Muchas cosas han cambiado para mejor en este siglo, pero muchas que deberían haberse modificado todavía permanecen.Tal vez con el nuevo milenio podamos esperar cambios decisivos en ellas. Aunque depende solamente de nosotros, y no es seguro que esta Cataluña y esta Barcelona cada vez mas envejecidas y autocomplacientes tengan la voluntad de cambiarlas.
 



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