Coloquio sobre "El desarrollo urbano de Montréal y Barcelona en la época contemporánea: estudio comparativo" Universidad de Barcelona, 5-7 de mayo de 1997.

 
 

ILDEFONSO CERDA Y LA INSTALACIÓN DEL TELÉGRAFO EN BARCELONA.

Horacio Capel y Mercedes Tatjer

(Universidad de Barcelona)
 



En el Indice Cronológico de su Diario Ildefonso Cerdá señala explícitamente el momento en que, a mediados de 1844 y durante un viaje por el sur de Francia, vio físicamente por primera vez el ferrocarril y tomó clara conciencia del impacto de esta innovación técnica sobre la organización urbana: "20 de junio: llego a Nimes, veo por primera vez la manera de funcionar de los ferrocarriles y se me ocurre la primera idea de estudiar la influencia trascendental que al generalizarse han de ejercer sobre la urbanización". Una apreciación confirmada por las conocidas palabras del prefacio "Al lector" de la Teoría General de la Urbanización.
 

El hecho es suficientemente conocido y ha sido repetidamente comentado, incluso en su relación con otra apreciación similar realizada por Laureano Figuerola(1), y pone de manifiesto la profunda intuición que tuvo Cerdá de las revolucionarias repercusiones que estaba teniendo la aplicación del vapor a la industria, la navegación y el transporte terrestre. Pero creemos que se ha olvidado poner de relieve que una persona tan informada y atenta a las innovaciones técnicas no dejaría de percibir igualmente otras facetas de las transformaciones que se estaban produciendo en el siglo XIX y que, en especial, sería muy sensible a las primeras aplicaciones de la electricidad, uno de los elementos que caracterizan lo que algún autor ha denominado la "Segunda Revolución Industrial".
 

Cerdá, en efecto, conoció directamente y participó activamente en las primeras aplicaciones de la electricidad en España a través de la telegrafía, y no tardó en darse cuenta, al igual que otros contemporáneos, de la profundas implicaciones que tenía este nuevo sistema de comunicación a distancia y de preocuparse por los problemas que planteaba su incorporación a la nueva ciudad.
 

Podemos afirmar con rotundidad que junto a la máquina de vapor Cerdá consideró al telégrafo como la segunda gran revolución técnica que había de influir en el mundo contemporáneo. Así lo demuestran, si se las sitúa en su apropiado contexto, las palabras que aparecen en el prólogo de su obra fundamental, y a las que hasta ahora no se ha prestado la debida atención. Al explicar la decisión que adoptó en 1849 de pedir su renuncia al cuerpo de ingenieros escribe esas conocidas palabras: "A tomar esa resolución, que no calificaré de heroica, pero que creo me será permitido apellidar esforzada, me condujo principalmente la aparición, no de un elemento nuevo, porque la electricidad, que es a lo que aludo, era ya de antiguo conocida, sino de una aplicación nueva de ese elemento poderoso que puesto en manos de la nueva civilización y pudiendo tener otras muchas aplicaciones hoy todavía desconocidas, ha de precipitar los acontecimientos y apresurar por consiguiente el curso de las transformaciones tan poderosamente iniciadas por las aplicaciones de la máquina de vapor".
 

En el momento en que Cerdá tomaba esa decisión personal la única aportación importante de la electricidad era la telegrafía, cuya aplicación en España y en toda Europa se consideraba atentamente en aquellos años centrales del siglo XIX. Las distancias, que habían empezado a acortarse sensiblemente con el ferrocarril, parecían desaparecer ahora del todo para la comunicación, y no extraña que muchos espíritus de la época percibieran que ese extraordinario invento del telégrafo era -tal como afirmaba el divulgador científico Louis Figuier en 1851- "la mayor revolución de la Humanidad, ante la cual el descubrimiento del Nuevo Mundo, el de la imprenta y el del vapor deben colocarse en segunda línea".
 

Cerdá, que había participado pocos años antes en la construcción de la red del telégrafo óptico y que por su calidad de ingeniero de caminos estaba, sin duda, al tanto de los debates existentes para la organización del telégrafo eléctrico, tendrá contacto directo con ese medio de comunicación íntimamente ligado en su primer desarrollo a la forma de comunicación terrestre que tanto le impresionaba, el ferrocarril. Y no parece caber duda de que todo ello le hizo ser consciente "de las exigencias de la nueva civilización cuyo carácter distintivo son el movimiento y la comunicatividad"(2).
 

El presente artículo aborda esta faceta hasta ahora poco conocida de la actividad del ingeniero catalán y sitúa los datos que se poseen en el marco de la organización de la red telegráfica española y barcelonesa.
 
 
 

El ingeniero Cerdá y la red del telégrafo óptico
 
 

Cerdá estudió ingeniería en Madrid entre 1835 y 1841. Se trata de un período decisivo en el que adquirió una formación del máximo nivel. El Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos había sido fundado primeramente en 1799, disuelto con la llegada de Fernando VII y tras el breve paréntesis del Trienio liberal, refundado otra vez en 1835. Su nacimiento había supuesto la creación de un cuerpo técnico civil al servicio del Estado para desempeñar las tareas que desde 1711 habían sido desempeñadas por el cuerpo de ingenieros militares, formados en su mayor parte en la Academia de Matemáticas de Barcelona(3). La figura de Agustín de Bethancourt había dado al cuerpo de ingenieros de caminos desde su misma fundación un alto nivel científico que se mantendría en las sucesivas refundaciones(4).
 

Sin duda fue en la Escuela madrileña donde por primera vez adquirió los conocimientos fundamentales sobre la máquina de vapor, tal como él mismo reconoce en sus escritos, en los que no deja de señalar que, aunque fuera "solo teóricamente", en realidad "gracias a los desvelos de mis dignísimos profesores en la escuela conocía también todo el mecanismo de las locomotoras y su manera de funcionar en los trenes de las vías férreas"(5).
 

En 1839, cuando acabó la primera promoción de la nueva Escuela, el cuerpo de Ingenieros de Caminos estaba compuesto por 36 miembros, mas uno excedente que se reincorporaría poco después. Eran ingenieros procedentes de las dos etapas anteriores de la Escuela -la de 1799 y la de 1820, mas algunos otros procedentes del cuerpo de ingenieros militares o con estudios de arquitectura. La primera promoción de ingenieros de caminos, canales y puertos finalizó sus estudios en agosto de 1839 y estaba compuesta por 14 individuos, la segunda, al año siguiente la formaban 9 ingenieros, y en la tercera, a la que pertenecía Cerdá, se integraron otros siete, entre los que nuestro ingeniero se situaba en el número 6. Así pues, Ildefonso Cerdá tenía el nº 66 del escalafón del Cuerpo.
 

En los años siguientes el número de ingenieros integrados en dicho cuerpo aumentó lentamente y en total hasta 1850 salieron de la Escuela solamente 87 ingenieros, todos ellos integrados inmediatamente al servicio del Estado, en la Dirección General de Obras Públicas(6). Cerdá pertenecería a este cuerpo hasta su renuncia en 1849, la primera excedencia que se produjo en el mismo.
 

Tras acabar sus estudios Cerdá se incorporó plenamente a los trabajos de la Dirección General de Obras Públicas del Ministerio de Fomento. En aquel momento, consolidado el régimen liberal, se había acometido decididamente la tarea de organizar el nuevo Estado, y al Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, dependiente de la Dirección General de Obras Públicas del Ministerio de Fomento se habían encomendado dos importantes tareas de organización territorial, a saber, la construcción de una red de carreteras y el establecimiento de la red del telégrafo óptico. Integrado en ese cuerpo, durante ocho años Ildefonso Cerdá adquiriría una amplia experiencia como técnico facultativo de dicho ministerio.
 

La década de 1840 es un período en el que se va produciendo la normalización del país, tras la guerra civil que había asolado durante años la mayor parte del territorio y había puesto en graves dificultades la consolidación del régimen liberal en España. El gobierno puede por fin acometer una política de fomento que, en lo que se refiere a obras públicas, se refleja en el plan de carreteras del Reino que se diseña en 1840. Dos años mas tarde se dió fuerte impulso a las obras de las carreteras de Valencia y La Coruña, para lo que se obtuvieron dos empréstitos por valor de 17 millones de reales(7). El cuerpo de ingenieros de caminos sería el encargado de diseñar y dirigir la construcción de la nueva red de carreteras nacionales y provinciales, para lo cual se dividió la Península en diez distritos. Entre 1841 y 1850, es decir en el período en que Cerdá estuvo activo en el cuerpo, se concluyeron un total de 366 km.
 

En relación con ese programa general de construcciones, en noviembre de 1841 Cerdá fue destinado para reconocer la carretera de Albacete a Murcia, según el proyecto formado por el ingeniero Julián Rodríguez, prolongando luego sus tareas al trayecto Murcia-Cartagena; esas tareas le retuvieron, al parecer, hasta los primeros meses del año siguiente. El 11 de abril de 1842 se trasladó a la provincia de Tarragona para trabajar en la formación del proyecto de carretera entre la capital y Mora de Ebro, y el tramo hacia el valle de Arán y Seo de Urgel. Cuatro meses mas tarde se le traslada a Barcelona para informar sobre el proyecto de la carretera entre esta ciudad y Ripoll y en marzo de 1843 fue encargado de la 7ª División de la carretera general de Valencia a Barcelona y raya de Francia. En los años siguientes realizaría también varios trabajos para la Diputación Provincial de Barcelona(8).
 

Desde 1838 el gobierno había emprendido asimismo un ambicioso plan para implantar la red del telégrafo óptico y por real orden de 1 de noviembre de 1838 se encargó al cuerpo de Ingenieros de Caminos realizar los estudios topográficos para el establecimiento de una red telegráfica óptica según el sistema de Chappe(9). El 1 de marzo de 1844 el Ministro de la Gobernación reiteró la orden anterior y se convocó un concurso para instalar en España telégrafos ópticos para el servicio del gobierno, siendo elegido el sistema propuesto por el brigadier de Estado Mayor José María Mathé, cuyas ventajas sobre otros sistemas eran valoradas por un autor español con las siguientes palabras: "este sistema, además de la sencillez del mecanismo, lleva bajo el punto de vista de la velocidad una considerable ventaja a los demás de su especie, pues con la modificación últimamente introducida en ellos puede decirse indican instantáneamente cada señal, llenando de este modo la principal condición de todo buen telégrafo"(10). El 2 de octubre de 1846 se cursó el primer telegrama óptico entre Madrid e Irún. La energía y autoridad de Mathé fue esencial para la rápida organización de la red, que pronto contó con 200 torres.
 

La red tenía un claro carácter estratégico, ya que solo los capitanes generales y los gobernadores, o jefes políticos, podían usar directamente el telégrafo, mientras que las demás autoridades necesitaban autorización superior, no pudiendo ni siguiera inquirir sobre la naturaleza de los despachos transmitidos(11).
 

El decreto antes citado de 1 de marzo de 1844 tuvo un efecto inmediato para activar la construcción de la red telegráfica, procurándose coordinarla, cuando era posible, con la construcción de la red de carreteras. Por eso Ildefonso Cerdá, que, como hemos visto, estaba trabajando en el tramo catalán de la carretera de Valencia a Barcelona y la Junquera fue encargado también el 14 de marzo de 1844, junto con el ingeniero Víctor Martí, "para el reconocimiento de los puntos convenientes al establecimiento de una comunicación telegráfica que atraviese este distrito (de Cataluña) desde su límite con el de Valencia hasta la raya de Francia"(12). Por los datos que da en su Diario, puede suponerse que trabajó en esta comisión hasta el 25 de abril de 1844, ya que en esa fecha fue encargado del reconocimiento del camino carretero a Caldas de Mombuy, el cual debía ser habilitado para la llegada de la reina, y en fechas posteriores fue comisionado para trabajar en otras carreteras catalanas.
 

La experiencia que Cerdá debió obtener de aquel temprano contacto con el telégrafo óptico tuvo que ser importante. Eran momentos en que al mismo tiempo en que se acometía la construcción de la red óptica se empezaban a tener noticias de la realización de las primeras líneas del telégrafo eléctrico en Europa. En aquellos momentos el telégrafo eléctrico estaba haciendo sus primeras pruebas y se tenía plena conciencias de que se entraba en una nueva era. En 1837 se había empezado a instalar en Gran Bretaña y en los años siguientes se había extendiendo hasta contar a mediados de siglo unos 6.500 km de líneas telegráficas. Y desde 1844 se había construído entre Wilmington y Baltimore la primera línea del telégrafo eléctrico norteamericano, el cual experimentaría en poco tiempo un espectacular desarrollo. Teniendo en cuenta la rápida circulación que existía de las noticias técnicas en aquel momento, esos avances se conocieron pronto en España a través de las informaciones de prensa y se produjeron debates sobre las ventajas relativas de uno y otro sistema en el mismo momento en que se instalaba el telégrafo óptico. Hay que tener en cuenta, además, que los problemas que surgieron en el funcionamiento del telégrafo óptico, y en especial el elevado número de telegramas incompletos y con la coletilla "Interrumpido por la niebla" obligaron a pensar bien pronto en la conveniencia de instalar el telégrafo eléctrico. El propio Mathe discutió este tema con el ministro de la Gobernación y otras personalidades técnicas del país.
 

Los ingenieros de caminos, canales y puertos, al mismo tiempo que colaboraban en la instalación de telégrafo óptico, estaban convencidos de la superioridad del eléctrico y no dudaron en instalarlo cuando tuvieron ellos la capacidad de tomar la decisión. Asi lo harían cuando a partir de 1847 tomaron posesión del servico de la ría y puerto de Bilbao, que hasta ese momento había estado encomendado a la Junta de Comercio de la ciudad; rápidamente decidieron sustituir el telégrafo óptico que conectaba el puerto de la ciudad con la embocadura de la ría, a 13 km de distancia, por un telégrafo eléctrico, al mismo tiempo que reiteraban su crítica al "error cometido por nuestra administración al plantear la óptica en una época tan moderna, error tanto mas sensible que el estado de penuria de nuestro tesoro es un fuerte dique que se opone a toda innovación que no tenga el carácter de permanente"(13).

Cerdá estaba, además, en contacto con un medio social, el barcelonés, especialmente dinámico y atento a las innovaciones que en ese campo se estaban produciendo. En 1796 el barcelonés Francisco Salvá y Campillo había realizado en Madrid experiencias con el telégrafo eléctrico junto con el infante D. Antonio y pocos años después había leído ante la Academia de Ciencias y Artes de Barcelona su trabajo sobre El galvanismo aplicado a la telegrafía,, seguido, en 1804 por su Memoria segunda sobre el galvanismo aplicado a la telegrafía, en la que propuso el empleo de la pila de Volta y realizando ensayos sobre ello. Poco después al médico Pedro Vieta, "Catedrático perpetuo de Física de la Real Junta de Gobierno del Comercio de Cataluña", y cirujano mayor del hospital militar de Barcelona, traducía para sus lecciones de Física en la institución antes citada el curso de Antonio Libes Tratado de Física completo y elemental presentado bajo un nuevo orden con los descubrimientos modernos, en el cual se tratan ampliamente los temas de la electricidad, con atención a las máquinas eléctricas, la electricidad galvánica y las pilas de Volta, así como a las aplicaciones químicas y médicas de este fluido, obra que tuvo gran éxito y alcanzaba la tercera edición en 1827-28(14).
 

Dos décadas mas tarde, y muy poco después de que Cerdá empezara a trabajar en la instalación del telégrafo óptico, el profesor de Química de la Universidad de Barcelona Juan Agell, autor de varios trabajos sobre electricidad y termología, leía ante la Academia de Ciencias de esta ciudad el 18 de noviembre de 1845 su Memoria sobre la importancia de la telegrafía eléctrica, con propuestas concretas sobre su uso, presentando un telégrafo eléctrico de su invención que transmitía las letras con toda claridad a razón de 40 por minuto, y que mejoraría en los años siguientes(15). Un ingeniero militar con destino en Barcelona daba en 1851 puntual cuenta del invento de Agell que, al igual que los aparatos de Bakewell y Siemen,s había conocido después de impresa su obra, a pesar de lo cual los incluyó en una addenda. Valoraba a su autor señalando que era inventor de una ingeniosa máquina magneto-eléctrica y que estudiaba el modo de disponer de un aparato de telegrafía, diseñando varios, de los que daba cuenta "tanto para pagar a este autor este justo tributo como para dar a conocer no faltan en España sabios que estén en todas las ciencias a la altura de las naciones civilizadas, los cuales dotados de imaginación no necesitan como falsamente se cree circunscribirse a copiar a los extranjeros"(16).
 

Pero Agell no era el único que se preocupaba del telégrafo eléctrico en Barcelona. Fue igualmente en esta ciudad donde trabajaba probablemente ese "artista español" que confeccionaba aparatos telegráficos aunque se negaba a facilitar los precios "tal vez por creerse inventor o por otras miras"(17), y donde durante la década de los cincuenta diversos técnicos se interesaron por la electricidad y por las comunicaciones telegráficas manteniendo talleres de reparación y elaborando ellos mismos aparatos que presentaron orgullosamente a las exposiciones nacionales y regionales(18).
 

El ambiente era, pues, especialmente propicio para el conocimiento de las ventajas que suponía el uso de esa innovación. Poco después de esos experimentos, en la misma ciudad de Barcelona y en la imprenta de Ramón Indar, publicó en 1851 el ingeniero militar teniente coronel Ambrosio Garcés de Marcilla su libro Tratado de la Telegrafía eléctrica, dedicado al conde de San Luis, ex ministro de la Gobernación. Se trata de la obra de un autor que conocía muy bien las experiencias de Agell y que estaba en estrecho contacto con él, como muestran algunas informaciones que obtuvo directamente del mismo(19). Dos años mas tarde el mismo autor daba a la luz en la misma ciudad un Manual de Telegrafía eléctrica para...los telégrafos eléctricos militares de Cataluña(20).
 

Las páginas del primero de dichos libros, que Cerdá pudo muy bien conocer, muestran ya desde el mismo prólogo un entusiasta convencimiento de que lo que hasta mediados del siglo parecía una utopía se estaba convirtiendo en una asombrosa realidad: la posibilidad que algunos ya veían de transmitir 300 letras por minuto, es decir, 3.600 palabras por hora, significaba de hecho la "posibilidad de transmitir a mayor velocidad que se escribe" y comunicar instantáneamente el pensamiento a todos los puntos del globo. Garcés de Marcilla tras explicar los fundamentos técnicos de esta innovación dedica unas páginas a explicar la "Perfección posible del telégrafo eléctrico y reseña de los cambios de costumbres, etc que hace presentir".
 

La posibilidad de establecer conversaciones telegráficas entre Madrid y París o Londres y San Petersburgo "con igual facilidad que se tiene en el día en un salón" parecía anunciar la aldea global: "la telegrafía eléctrica parece estar destinada a derribar las barreras que separan los hombres entre sí y hacerlos de una misma civilización", concluía el ingeniero militar, el cual por ello no dudaba en afirmar enfáticamente lo siguiente: "El siglo en que se verifique y que sepa generalizarlo diferirá tanto en sus costumbres y hábitos del en que nosotros vivimos como difiere el nuestro en civilización del siglo XVI; todas las hipótesis son permitidas y se abre un campo inmenso a todas las imaginaciones".
 

No cabe duda que Cerdá, preocupado por el problema de la comunicatividad, tenía que estar impresionado por estos avances, y como ingeniero de caminos, el cuerpo que en definitiva debería encargarse de la construcción de las líneas, al tanto de los progresos que se realizaban.
 
 
 
 
 

Los ingenieros de caminos y el telégrafo eléctrico
 
 
 

En 1852 el Estado decidió acometer finalmente la construcción de la red del telégrafo eléctrico, encargando a José María Mathé la realización de un viaje por diversos países europeos para estudiar los sistemas existentes; tras la presentación por éste de la correspondiente memoria, se ordenó iniciar la construcción de la línea Madrid-Irún. Después de los estudios previos indispensables, que ocuparon una parte de 1853 y en los que intervino de forma activa el cuerpo de ingenieros de caminos, se acometió la construcción de la red coincidiendo con la crisis política que condujo al bienio progresista, avanzándose luego rápidamente en su construcción hasta enlazar con la línea francesa ya construída, de forma que el 8 de noviembre de 1854 pudo cursarse el primer telegrama Madrid-París.
 

La construcción de las líneas telegráficas se hizo en España, como en otros países europeos, por iniciativa y bajo control del gobierno. Conseguir la rápida comunicación de las disposiciones gubernamentales y convertir el país en una especie de panóptico era un deseo fervientemente perseguido por los gobiernos y al que el telégrafo eléctrico, como antes el óptico, venía a dar satisfacción. Bien claro lo reflejan las palabras escritas en el "Dictamen de la Comisión sobre el proyecto de ley relativo a un sistema completo de telégrafos eléctricos", presentado en la sesión de las Cortes el día 23 de marzo de 1855(21):
 

"Saber casi instantáneamente todo lo que ocurra en los puntos mas distantes de su centro de acción; poder obrar inmediatamente sobre ellos; prevenir, dirigir, fomentar o sofocar tan pronto como sea necesario todos los sucesos que en bien o en mal del país se verifiquen, acudir a las necesidades mas apremiantes, proteger las fronteras, dar a las relaciones administrativas y diplomáticas la prontitud e la voluntad: he aquí el grande objeto, la alta función confiada a la telegrafía eléctrica"
 

La instalación del telégrafo en España se produjo con un cierto retraso respecto a otros países, debido esencialmente a las dificultades de todo tipo producidas por la guerra carlista. Pero una vez iniciada la instalación se realizó con una gran rapidez, a pesar de las enormes dificultades existentes: en 1855 se habían alcanzado los 713 km de líneas, y en los años sucesivos se produjo una fuerte expansión y de su uso público y privado. En seis años se construyeron 7.567 km de líneas con 14.757 km de hilos conductores y el número de despachos privados en el servicio interior pasó a de 1.420 en 1855 a 239.898 en 1861, el de los sociales de 710 a 35.726 y los internacionales de 490 a 62.313(22).
 

Cerdá, que era diputado por Barcelona desde mayo de 1851 debió de tener noticias de los proyectos que existían en relación con la red del telégrafo eléctrico. Por otra parte, tenía una magnífica fuente de información sobre los avances que se realizaban en la telegrafía eléctrica. En efecto, la Revista de Obras Públicas, que desde su aparición en 1853 se convirtiría en el órgano de expresión de los ingenieros de caminos y que Cerdá debía seguir, sin duda, a pesar de su excedencia del cuerpo, informó diligentemente de los avances que se producían en la telegrafía eléctrica. En el mismo año de su nacimiento la revista publicó un extenso artículo sobre los "Progresos de la telegrafía eléctrica en el Antiguo y Nuevo Mundo", en el que daba cuenta de los avances que se habían producido en los países mas adelantados y valoraba el carácter revolucionario de este nuevo medio de comunicación:
 

"Bajo el punto de vista social y comercial, el uso de la telegrafía eléctrica es de la mayor importancia. Los banqueros y comerciantes envían por este medio instrucciones a las sucursales de su establecimiento principal; los manufactureros reciben pedidos y noticias relativas a sus trabajos; los propietarios de buques y compañías de seguros están al corriente de los acontecimientos marítimos; los jurisconsultos se hallan en correspndencia con los clientes y testigos; los agentes de comercio dan avisos a sus principales; remesas de dinero se verifican sin intervención de billetes o numerario; los médicos se consultan entre sí o son consultados por los enfermos; las cartas que llegan tarde al correo se extractan y adelantan a aquel; la policía ordena la prisión de los culpables que creen estar libres de su persecución; el resultado de las elecciones, todas las noticias interesantes para el público, se ponen en su conocimiento; el estado de la atmósfera a una hora y en un punto cualquiera del país, se anuncia en el mismo momento a toda Inglaterra; personas separadas por grandes distancias se dan citas; parientes que se hallan del mismo modo tratan de los graves intereses de su familia; en fin, es casi imposible hallar un límite a la utilidad de este nuevo medio de correspondencia"(23)
 

Sin duda Cerdá, cada vez mas preocupado por la elaboración de su teoría de la urbanización y de la organización del territorio, tenía que ser muy sensible a este tipo de consideraciones, que conocía muy bien por su profesión de ingeniero. Y que tuvo muy presente al redactar mas tarde su Teoría General de la Urbanización, en donde escribiría que los hilos telegráficos son "los alambres conductroes de la electricidad, que vienen desde remotos puntos a las estaciones de la urbe, a fin de difundir por ellos y transmitir a las familias, con la rapidez del rayo, las noticias importantes que en el orden político, social, mercantil, industrial y económico puedan ser convenientes"(24)
 

La atención de la Revista de Obras Públicas al tema del telégrafo eléctrico fue constante. Lo que resultaba lógico, ya que desde el primer número, aparecido en mayo de 1853, había expresado su propósito de dedicar sus páginas a "carreteras y caminos vecinales, puentes, ferrocarriles, canales, rios, riegos, desecamientos, puertos de mar, alumbrado marítimo,telégrafos, máquinas, arquitectura y abastecimiento de aguas". Cerdá conoció sin duda a través de ella la instalación del telégrafo eléctrico de la ría de Bilbao, en la que participó el inteniero Félix Uhagón, el cual dió un amplio informe técnico de su funcionamiento en el segundo volumen de la Revista(25). Además, el volumen correspondiente al año 1856, precisamente aquél en el que apareció un elogioso comentario del anteproyecto para el Ensanche de Barcelona de Ildefonso Cerdá destacando su labor en el levantamiento del plano topográfico, dedicó varias páginas a proporcionar informaciones sobre el telégrafo eléctrico en Estados Unidos, sobre distintos tipos de telégrafo y a reseñar diversas obras de telegrafía eléctrica.
 

Entre las noticias aparecidas en el citado volumen destaca un extenso artículo de Mauricio Garrán, entonces ingeniero del Cuerpo Nacional de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, vinculado, como Cerdá y Agell, a la vida cultural barcelonesa, socio activo del Ateneo Barcelonés, y mas tarde ingeniero de las Obras del Puerto desde 1865, primer director de este organismo y artífice de su modernización(26). El trabajo de Garrán tenía como objetivo difundir las disposiciones del gobierno en materia de telegrafía "que habrán de servir de base para la construcción de las líneas telegráficas en nuestro país y a las que han de sujetarse los ingenieros que las dirijan. Con este fín, y para uso de los ingenieros, Garrán describía con todo detalle y con acompañamiento de dibujos y gráficos las propiedades, dimensiones y condiciones de los alambres, los postes aisladores y tensores y el trazado y construcción de líneas(27).
 

Conviene advertir que no se trataba de preocupaciones coyunturales. De hecho, como técnicos esenciales para la construcción de la red telegráfica la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos de Madrid había incluído el estudio de estos temas en el plan de estudios. A mediados de siglo en la clase relativa a caminos de hierro existía así una última sección dedicada a telegrafía con el siguiente programa:
 

"Telegrafía. Su historia. Descripción de los diferentes sistemas empleados en la telegrafía antes de la aplicación de la electricidad. Teoría de la telegrafía eléctrica. Aparatos. Aplicación. Establecimiento de líneas telegráficas. Su disposición. Reglamentos y tarifas"(28)
 

Precisamente esta relación de la telegrafía eléctrica y los ferrocarriles proporcionaría otra vía para el interés de Cerdá por el telégrafo, a la que dedicaremos ahora la atención.
 
 
 
 
 

Ferrocarril y telégrafo eléctrico
 
 
 

Existió efectivamente otra conexión entre Cerdá y el telégrafo, la que le proporcionaba su interés por el ferrocarril y su implicación directa en la construcción de vías férreas.
 

Desde los comienzos de su implantación el telégrafo aparece íntimamente ligado al ferrocarril. La construcción y el buen funcionamiento de las líneas férreas implicaba la construcción de líneas telegráficas, primero del telégrafo óptico y muy pronto del eléctrico.
 

No puede caber duda, por ello que desde la década de 1840 y en los años centrales del siglo ferrocarril y telégrafo aparecían unidos en la mente de Cerdá, como en la de otros contemporáneos.
 

Seguramente debió conocer con emoción en octubre de 1848 la inauguración del primer ferrocarril construido en España, el ferrocarril Barcelona-Mataró, que fue acompañado desde el primer momento de una línea de telégrafo óptico, transformado en 1853 en una línea de telégrafo eléctrico con aparatos del sistema de cuadrante Breguet(29). La línea férrea Valencia-El Grao inaugurada en 1852 contó también con telégrafo para el servicio de la compañía y lo mismo se hizo en las demás líneas que se construyeron a partir de esos años.

Cerdá, como diputado por Barcelona, intervino activamente en los debates preparatorios de lo que finalmente culminaría en el proyecto para un "Nuevo sistema general para la construcción de ferrocarriles", presentado por el ministro de Fomento el 6 de diciembre de 1851. Cinco meses antes, en la sesión de las Cortes del día 10 de julio Cerdá Había intervenido a propósito de la discusión del ferrocarril de Aranjuez a Alicante y Murcia, con un discurso en el que realizó una dura crítica al gobierno y defendió la necesidad de una activa política de fomento en la cual debía incluirse una red coordinada de ferrocarril y carreteras(30).
 

Hay que tener en cuenta que en febrero de 1848 Bravo Murillo había preentado a las Cortes el proyecto de ley de ferrocarriles, elaborado bajo supervisión de la Junta Consultiva de Caminos, proyecto que no se debatió por la clausura de las Cortes, y que en 1850 el ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas Seijas Lozano presentaba un nuevo proyecto basado en aquel y que dió lugar a un período de información pública suscitando amplios debates. El proyecto no fue aprobado, y en su lugar se promulgó el 20 de febrero de ese año una ley provisional que permitía obtener concesiones a las empresas interesadas en el ferrocarril, dando lugar a la presentación de una serie de proyectos(31). En los años siguientes un buen número de ingenieros de caminos, algunos seguramente amigos de Cerdá, participaron activamente en la realización de esos estudios. Sin duda eso dió a todo el cuerpo un gran interés por el tema en sus mas variadas dimensiones, que incluye también la preocupación por la puesta a punto de dispositivos eléctricos para evitar el choque de trenes(32).
 

Como era lógico, en muchos de los trabajos que se publicaron por aquellos años en la Revista de Obras Públicas el tema de la telegrafía y los ferrocarriles estaba también generalmente presente. Desde el primero, publicado en 1853 se destaca que todos los ferrocarriles de Gran Bretaña, Francia, Alemania o Estados Unidos iban acompañados de líneas eléctricas, que eran utilizadas no solo por las compañías sino también por el gobierno y los particulares. En el volumen correspondiente a 1854 apareció el trabajo de M. Regnault sobre los diversos sistemas de telegrafía eléctrica adoptados en los ferrocarriles(33). También se informó sobre la instalación del sistema Breguet en el ferrocarril Madrid-Aranjuez y en las otras líneas que se construían en España. Informaciones que una persona tan interesada por el ferrocarril como era Cerdá no podía desconocer.
 

Tanto mas cuanto que, como es sabido, Cerdá se implicó directamente en la construcción de líneas férreas. El 1 de diciembre de 1851 firmó la escritura de contrato de la obra de explanación del ferrocarril de Barcelona a Granollers, en la que empezó a trabajar en la semana del 13 al 17 de enero de 1852 y en donde seguramente siguió trabajado durante todo ese año y durante 1853 con su hermano Miguel(34). Unos años mas tarde se comprometería en los trabajos de prolongación de dicha línea hacia San Joan de las Abadessas(35), que finalmente se aprobaría por la real orden de 4 de junio de 1857.
 

En todos esos trabajos Cerdá debió de pensar al mismo tiempo también en el telégrafo. En este sentido, es significativo que en el texto que se conserva sobre el ferrocarril de "Barcelona a San Juan de las Abadesas", escrito en 1856 y donde vuelve a exponer su conocida tesis de que "la aplicación de la fuerza elástica del vapor como agente mecánico está llamada a sustituir ventajosamente las demás fuerzas activas encaminándolas a todo su desarrollo en la senda de los intereses materiales", y donde asimismo proclama su confianza en que "cuando las vías férreas se hayan generalizado todas las naciones europeas serán una sola ciudad y todas sus familias una sola", sea también el lugar donde aparece igualmente una ilusionada declaración de fe en la enorme capacidad creadora del hombre, ese ser que ha penetrado en lo mas profundo del cosmos, que ha domeñado el rayo, que puebla con sus naves la inmensidad del océano y que "comunica sus ideas por medio de un hilo del uno al otro polo con la velocidad del pensamiento y conoce prácticamente el medio de cruzar los espacios mas extensos".
 
 
 
 
 

El telégrafo en Barcelona
 
 
 

Barcelona fue, como hemos dicho, una ciudad pionera en el campo de las aplicaciones de la telegrafía. La vinculación de Cerdá con los problemas de la ciudad de Barcelona debía darle una profunda percepción de las posibilidades y de los problemas urbanos que planteaba la adopción de esta nueva tecnología. Dedicaremos ahora atención a estos dos aspectos, retomando y completando argumentos que ya hemos expuesto mas ampliamente en dos artículos anteriormente publicados.
 

El real decreto de 12 de julio de 1853 aprobaba la construcción del ramal de la línea telegráfica desde Zaragoza a Barcelona. Poco después, en la estructura de la red española diseñada en 1855 se preveía que la línea de Barcelona sería de las mas activas de España pues "por el mucho servicio que es de presumir produzca ya para el extranjero ya para Madrid, deberá llevar cuatro hilos en su extensión de 52 leguas", es decir, desde Zaragoza(36). También se preveía la construcción de la línea Barcelona-La Junquera, la cual tendría dos hilos, y otros tantos el ramal Tarragona-Valencia por Castellón. Según el mapa oficial de telégrafos de 1855 la línea Zaragoza-Barcelona disponía de dos ramales, uno por Montblanc y Tarragona y otro por Cervera, Igualada y Martorell, del que solo se construyó el primero.
 

El ejército, por su parte, organizó y mantuvo su propia red telegráfica que conectaba la Capitanía general con los diversos cuarteles de la ciudad y con el hospital militar, y que alcanzaba un total de 3,5 km de línea(37), a la vez que conservaba un sistema de telégrafo óptico.
 

Al mismo tiempo aparecieron iniciativas en Barcelona para establecer conexiones telegráficas intraurbanas. En marzo de 1854 José Molas Vallvé director de la Barcelonesa de Bronces y otros Metales solicitaba permiso al Gobierno militar para instalar un telégrafo eléctrico entre sus fábricas de la calle del Olmo 8, en el recinto amurallado y la situada en la Travessera de Gràcia, entre el paseo de Gràcia y la Carretera de Sarriá. El ramo militar concedió dicho permiso, pero "con el objeto de evitar que en momentos dados pudieran transmitirse noticias que comprometieran la seguridad de las plaza" impuso una serie de condiciones, la mas importante de las cuales era la colocación de un registro con llave en la puerta de San Antonio para que las autoridades pudieran interrumpir la comunicación, siempre que lo estimara conveniente(38). El hilo debería seguir el interior del terraplén de la muralla, enterrado a una vara del mismo y desde la puerta de San Antonio se dirigiría en línea recta hacia la fábrica de Gràcia. La concesión establecía también que "es asimismo la voluntad de Su Majestad que el interesado quede sujeto a la observancia de las reglas y restricciones que rijan respecto al consentimiento de tales medios de comunicación a particulares, entendiéndose que la línea telegráfica no ha de continuarse mas allá de la estación interior de dicha Villa de Gràcia y que en las obras que se ejecuten habrá de tener la debida inspección el Comandante de Ingenieros de dicha plaza, sin que en el caso de convenir al servicio el que se inutilicen pueda reclamar por ello indemnización alguna".
 

Cerdá tuvo noticia inmediatamente de esta nueva instalación y se hace eco de ella. En la Memoria del Ante-Proyecto del Ensanche de Barcelona, redactado al año siguiente nos da noticias de dicha instalación y nos señala otra nueva de la que hasta ahora no teníamos noticia. El texto, incluido en la parte correspondiente a las obras subterráneas en la ciudad, afirma que "otra necesidad de nuestros días es la rápida comunicación entre determinados establecimientos industriales por medio de las telegrafía eléctrica. Con este objeto tenemos ya dos aplicaciones particulares en esta ciudad: la una entre el Café de las Siete Puertas y la estación del ferro-carril del norte y la otra entre los dos talleres de fundición de bronces y metales situado el uno en Gracia y el otro en Barcelona"(39)

.
 

El gobierno reaccionó ante la amenaza de proliferación de redes construidas por la iniciativa privada. El Estado mantuvo desde el primer momento un fuerte control sobre el desarrollo de la red telegráfica, y las decisiones sobre la apertura de líneas correspondieron siempre al ministerio de la Gobernación y, para las redes locales, a los gobernadores civiles.
 

En agosto de 1854 se acabó la línea Zaragoza-Barcelona con lo que se estableció finalmente la conexión con el resto de la red española. Las expectativas sobre la rentabilidad de la línea barcelonesa se vieron ampliamente confirmadas. En el primer trimestre de 1858, a poco de inaugurarse la conexión, el rendimiento de telégrafos en la provincia de Barcelona ascendió a 100.233 reales, algo mas de la quinta parte de los 466.353 reales obtenidos en toda la red española y muy por delante de las siguientes provincias: Madrid (60.692 rs). Cádiz (51.092 rs), Málaga (40.360rs) y Valencia (34.372 rs)(40); en los cálculos sobre rendimientos posteriores se consideró que la línea de Barcelona "por su condición de fronteriza con Francia, circunstancias de comercio e industria de las poblaciones que atraviesa y consiguientemente sus mayores relaciones con el interior" podría obtener 1,2 millones de reales anuales(41).
 

La red telegráfica estatal estaba constituida en un primer momento por una serie de líneas de comunicación a larga distancia, con escasas estaciones intermedias. Esas estaciones tenían un papel fundamental en el funcionamiento de la red, reexpidiendo los mensajes; como la corriente se debilitaba con el recorrido era necesario también renovarla y activarla cada cierta distancia, lo que obligaba a instalar las llamadas estaciones traslator, por el nombre del aparato que servía para trasladar o renovar las corrientes. En 1858 para un total de 6.560 km de líneas existentes el número de estaciones era de 46 en servicio y otras 73 dispuestas para empezar a funcionar(42); en las tres líneas que atravesaban Cataluña -hacia Barcelona, hacia La Junquera y hacia Valencia- solo había nueve estaciones en la red estatal: Barcelona, Lérida, Tarragona, Gerona,Figueras y La Junquera en funcionamiento, y Mataró, Reus y Tortosa de próxima entrada en servicio. Al mismo tiempo, Barcelona podía comunicarse con Arenys de Mar a través de la red telegráfica propia de la compañía del ferrocarril, abierta al servicio público aunque con tarifas relativas algo mas elevadas que las estatales(43). La tarifa de precios que regía para todos los puntos de la línea del ferrocarril era de 8 reales por cada comunicación que no excediera de 20 palabras y 2 rs. por cada 10 palabras suplementarias o fracción; en las líneas estatales el coste hasta una distancia de 100 km era para el mismo número de 20 palabras de 7 reales y 70 ctms, cifra que se elevaba a 38 reales en una comunicación a una estación situada a 700-1.000 km de distancia. La estación telegráfica del ferrocarril del Este se instaló en 1857 y poco después se abrió al público.
 

En 1859 estaban ya en servicio las estaciones de Reus y Tortosa, mas una nueva en Valls(44), y en los años sucesivos continuaría aumentando el número de localidades catalanas servidas por el telégrafo. El papel nodal de Barcelona aumentaría cuando en 1861 quedó terminado el tendido del cable submarino hasta Menorca, uno de los dos que conectarían la península con Baleares(45)

, y cuando el 3 de octubre de 1873 el gobierno concedió la autorización a la compañía "The India Rubber Gutta Percha Telegraphs Works" de Londres para tender un cable telegráfico entre Barcelona y Marsella, situándose el amarre en terrenos del Fuerte de San Carlos y conectando con la estación central de telégrafos de la plaza del Teatro a través de un tendido subterráneo(46).
 

Para el servicio de telégrafos fue preciso contar con unas instalaciones en la ciudad. La primera estación telegráfica se instaló en el edificio del Peso Real en la calle Frente Aduana, y en 1858 estaba servida por un director, un subdirector, un jefe de estación, trece telegrafistas, un conserje y seis ordenanzas; diez años mas tarde tenía asignados mas de cuarenta empleados destinados al servicio de los aparatos(47). En 1869, con motivo de la fusión de los servicios de comunicaciones, se trasladó a la casa que ocupaban las oficinas de correos en la plaza del Teatro esquina con la Rambla de Santa Mónica "no solo por razones de economía, sino también como medida de conveniencia pública"(48). A pesar de la localización central, las instalaciones eran reducidas, ya que se limitaban a un entresuelo situado en el número 3 de la citada plaza del Teatro(49).
 

El uso de los telégrafos se fue difundiendo para la realización de las mas diversas gestiones. El mismo Cerdá fue también un temprano usuario del mismo. Se ha conservado un interesante conjunto de despachos telegráficos intercambiados entre él y las autoridades de la Dirección General de Obras Públicas durante el mes de septiembre de 1859 a propósito del proyecto de Ensanche de Barcelona. En el primero de ellos de fecha 10 de septiembre el ministro de Fomento requiere una contestación rápida a Cerdá sobre su proyecto, por haberse acordado en Consejo de ministros la remisión a Barcelona del citado proyecto; "consúltese al mismo por telégrafo -solicita el ministro- si quiere o no optar al concurso abierto por aquel ayuntamiento y si tiene o no concluido el proyecto económico. Si presenta éste al momento, remítase con el facultativo a Barcelona en cumplimiento de la primitiva Real orden".
 

El análisis de esos telegramas permite obtener algunas ideas sobre el funcionamiento del servicio telegráfico en aquellos momentos, en lo que se refiere a despachos oficiales. El primero de los documentos es un despacho telegráfico remitido por el ministro de Fomento al Director General de Obras Públicas desde San Ildefonso, donde la familia real y el gobierno seguramente todavía veraneaban, por la línea de Castilla hasta Madrid. La contestación de Cerdá el 12 de septiembre es el despacho telegráfico nº 14.333 depositado a las 7 horas y llegó a Madrid 10 minutos mas tarde, comunicándose a su destinatario a las 7,40. Al día siguiente Cerdá pone otro telegrama a las 1,50, el cual llega a Madrid a las 2,21, es decir con mas retraso que el anterior, lo que seguramente indica una mayor densidad de comunicaciones a esa hora del medio día; el despacho lleva el número 14.371, lo que indica que desde el día anterior se habían remitido 38 telegramas desde la estación de Barcelona. Once días mas tarde, con fecha 24 de septiembre, Cerdá vuelve a enviar otro telegrama al Director general de Obras Públicas, depositado a las 2 horas y algunos minutos y recibido en Madrid a las 2,45; es el telegrama nº 15.121, lo que representa que desde la fecha anterior se habían cursado 750 despachos oficiales, a una media de 68 diarios.
 
 
 
 
 

El telégrafo y la actividad económica
 
 
 

El telégrafo tuvo un claro impacto positivo sobre la actividad económica. Desde el punto de vista espacial el telégrafo permitió separar en las grandes ciudades las instalaciones productoras, de almacenaje y comercialización y las oficinas de gestión. La instalación de líneas telegráficas privada hacía posible dicha conexión y esa fue precisamente, como hemos visto una de las primeras aplicaciones del telégrafo en Barcelona. Conviene resaltar que dicha aplicación fue verdaderamente temprana a escala internacional, ya que es contemporánea e incluso anterior, a iniciativas semejantes de que tenemos noticias en ciudades norteamericanas, realizadas en los años 1860.
 

En Barcelona ese proceso se inició ya en la década de 1850. En 1854 la Barcelonesa de Bronces y Otros Metales solicitó, como hemos visto, permiso para instalar un hilo telegráfico que conectara su vieja fábrica de la calle del Olmo con la nueva de la Travessera de Gràcia. La argumentación del director de la empresa nos muestra en una fecha bien temprana el impacto del telégrafo sobre la descentralización industrial. El director, en efecto, señalaba que "a consecuencia del desarrollo que ha obtenido la industria a la que se dedica la Sociedad, atendida la escasez de local que puedan encontrarse dentro de los muros de la ciudad, se ha visto en la precisión de levantar un nuevo y grandioso edificio en Gràcia, distante media legua". Y argumentaba a continuación sobre las posibilidades que ofrecía el telégrafo para dicha descentralización:
 

"como el mejor y mas positivo producto que puede y debe reportarse de las empresas industriales consiste en la economía del tiempo demostrado por la práctica y preciado en la fabril Inglaterra, el exponente ha ideado la construcción de un telégrafo eléctrico que poniendo en comunicación directa dos edificios haga desaparecer la distancia que los separa y ahorre el mucho tiempo que sería necesario emplear para ir de continuo de un punto a otro para dar las disposiciones convenientes y solventar las dificultades que a cada momento puedan ocurrir"(50).
 

Es muy posible que otros fabricantes siguieran su ejemplo en los años siguientes, aunque tenemos todavía pocos datos completos. El dato facilitado por Cerdá sobre la conexión telegráfica entre el café de las Siete Puertas y la estación del ferrocarril del Norte permite suponer que las compañías de ferrocarriles tenían interés también en conectar con diversos establecimientos de servicios. Por otro lado, parece que la España Industrial instaló antes de 1862 un cable telegráfico subterráneo entre su fábrica de Sans y sus oficinas de Barcelona(51).
 

Sabemos también que en 1869 Bruno Quadras, que estaría años mas tarde vinculado a la introducción de la electricidad en Barcelona, solicitó al gobernador civil la autorización para establecer un alambre telegráfico que uniera la fábrica de sombrillas y paraguas que tenía en la calle Mendizábal nº 21 con la tienda situada en el Llano de la Boquería, distantes entre sí 250 metros(52).
 

Las compañías de ferrocarril instalaron también líneas privadas en la ciudad. Una de ellas existía desde la estación de ferrocarril de Zaragoza a la administración de la compañía, localizada frente al Liceo, con extensión a la casa particular de uno de los directivos situada en la calle Ancha(53). Por su parte, la compañía del ferrocarril de Tarragona a Barcelona y Francia instaló igualmente una línea particular para unir las estaciones que tenía respectivamente en la plaza de Cataluña y en el paseo de la Aduana(54).
 

Financieros, comerciantes y empresarios industriales se convirtieron rápidamente en decididos usuarios del telégrafo. Con el crecimiento de la actividad económica aumentó también la competencia entre las empresas y el conocimiento de precios y mercados, así como la rapidez en la transmisión de la información se convierte en un hecho esencial, estimulando la construcción de enlaces telegráficos entre los grandes centros de la actividad económica.
 

La misma construcción de las líneas telegráficas fue demandada por los agentes económicos como forma de agilizar las transacciones comerciales y facilitar la rápida difusión de noticias que afectaban a los mercados financieros. En este sentido es bien significativa la preocupación que mostraron los representantes catalanes en Madrid para la construcción de la línea telegráfica de Barcelona con el fin de poner a disposición de todos los grupos económicos este medio de comunicación y evitar así la especulación que realizaban algunas personas utilizando servicios de postas. Dirigiéndose a las Cortes en abril de 1855 el diputado catalán Figueras urgía la rápida construcción de la línea a Barcelona informando de que en esta ciudad
 

"hay algunos especuladores que tienen organizadas postas hasta Francia gastando en ellas 60.000 reales mensuales y por cuyo medio reciben las noticias con ocho horas de anticipación al Gobierno, tanto las cotizaciones de Bolsa como todas las demás noticias que puedan convenirles. El Gobierno comprenderá que puede causar mucha perturbación, hasta en el orden público, el permitir a unos particulares que tengan en su mano unos medios de comunicación tan potentes como éste, y no hay mas medio para evitar este abuso que continuar la línea (telegráfica) desde Zaragoza a Barcelona"(55).
 

Una vez construidas las líneas, el uso creciente del telégrafo por los agentes económicos en España, como en otros países, queda atestiguado, a falta de otros estudios, por diversos indicios directos e indirectos. Hemos estudiado mas ampliamente este aspecto en otro lugar, al que remitimos(56).
 

Los gobernantes eran conscientes de ello, como lo prueba el que las disposiciones legales y administrativas sobre la organización del servicio telegráfico aludan con frecuencia a las ventajas suponía para la vida económica, así como los esfuerzos para facilitarles su uso. Para disminuir su coste a quienes hacían un amplio uso se permitió dirigir telegramas con dirección abreviada en casos convenidos, reglamentando el derecho de registro de dichas direcciones (R.O. octubre 1884 y de 24 de diciembre 1888) y se crearon apartados de telegramas en las estaciones telegráficas (R.O. de 1 de septiembre de 1890).
 

También facilitó las actividades de ocio, ya que se procuró extender las líneas hasta las estaciones balnearias. Y permitió en gran manera la consolidación de la prensa, concediendo repetidamente a las empresas periodísticas y agencias de prensa grandes facilidades para la transmisión de noticias reduciendo las tasas de emisión y estableciendo arriendos y abonos de transmisión.
 
 
 
 
 

El ornato urbano y las conducciones subterráneos
 
 
 

La instalación del telégrafo, como la del gas y, poco después la de la electricidad y el teléfono, planteó problemas urbanísticos inéditos. A partir de 1842 la instalación de las conducciones del gas obligó a realizar trabajos de instalación de cañerías subterráneas que bien pronto vendrían acompañadas por las conducciones de agua y alcantarillado. En superficie la instalación de los hilos del telégrafo dio origen a una serie de disposiciones reguladores y al comienzo de una maraña de tendidos aéreos que en las dos últimas décadas del siglo se complicarían ampliamente con la instalación de las redes eléctricas y telefónicas. En lo que se refiere al telégrafo, también, desde muy pronto se planteó la conveniencia de realizar conducciones subterráneos por razones de ornato.
 

Cuando en la década de 1850 Cerdá reflexionaba profundamente sobre la urbanización y sobre el ensanche de Barcelona no podía ser indiferente a estos problemas. En especial en lo que se refiere a la importancia de las conducciones subterráneos en la ciudad.
 

La actitud de Cerdá ante el trazado del telégrafo en la ciudad fue la de un firme rechazo a los tendidos aéreos. Así lo manifestaría explícitamente en su Teoría General de la Urbanización, donde escribió que "a los hilos telegráficos se les ha dado paso en algunas urbes por encima de los tejados y azoteas, sin tener en cuenta los daños que se ocasionan a los edificios, ni el derecho que asiste a los propietarios para rechazar estos gravámenes"(57). Dicha actitud le conduciría, lógicamente hacia una valoración positiva de las conducciones subterráneas, la cual aparece explícitamente en su obra desde mediados de 1850.
 

En efecto, en su Memoria del Ante-Proyecto del Ensanche de Barcelona, elaborada en 1855, nuestro ingeniero dedicó una sección al tema de las obras subterráneos, en donde alude sucesivamente al sistema general de alcantarillado, a los albañales o pequeños conductores, a la distribución de aguas potables, al alumbrado público por gas y a la telegrafía eléctrica(58). En esas páginas muestra estar muy preocupado por el tema de las redes subterráneos y preludia un debate que alcanzaría su máxima intensidad en años posteriores y cuyas soluciones fueron adoptadas mas tarde por García Faria.
 

En la citada Memoria Cerdá se opone a la proliferación de galerías subterráneos independientes que exigiría en cada calle, al menos, cuatro galerías independientes y de otras tantas galerías transversales: para la distribución de aguas potables, para la eliminación de aguas sucias, para la distribución del gas y para la instalación de los alambres telegráficos. Frente a ello considera evidente "la necesidad de reunir todas esas dependencias en una sola galería, sobre todo cuando la ciencia ha encontrado medios sencillos y económicos para evitar los inconvenientes que hasta el presente se han opuesto a esta amalgama y cuando, por otra parte, tampoco existen sujeciones locales que a ello se opongan". Los inconvenientes de la otra solución le parecen claros: "las dimensiones que deben darse a estas galerías para que sean registrables y permitan en todas ocasiones que con la menor molestia del público pueda procederse a las reparaciones y demás trabajos necesarios", "los gastos de consideración que su primitiva construcción debe irrogar", mas los gastos de su conservación y la anchura excesiva que habría que dar a las calles para que estas galerías coexistieran sin graves problemas entre si.
 

Una vez demostrada la superioridad "científica" de la galería única, la cuestión se limita a determinar donde habría de colocarse dicha galería y como se habrían de relacionar con ella las transversales de comunicación con las casas y establecimientos particulares. Es el tema al que dedica luego su atención y sobre el que debate los problemas relacionados con su localización y sistemas de ventilación. Sobre lo primero, a partir de la consideración de que "es un grave mal que el servicio subterráneo se haga por calles que deben estar entregadas continuamente lo mismo de día que de noche al tránsito público" estima que la mejor solución sería "destinar una calle de vecindad a este especial objeto, con la cual quedaría la vía pública completamente desembarazada", y en caso de que eso no sea posible, habría que colocar la citada galería general en el centro de la vía pública(59).
 

Respecto a las conducciones telegráficas considera que es "indispensable que al tratar de las obras subterráneas del ensanche se cuente también con el modo de llenar este servicio de la manera mas cómoda y económica posible"para lo que estima que bastará que en cualquiera de las galerías se deje el espacio suficiente para la conveniente colocación de los alambres"
 

Las tesis de Cerdá no tuvieron eco inmediato. La extensión de cables telegráficos planteó problemas de organización de las redes y dio lugar a un debate sobre las ventajas relativas de las líneas aéreas y subterráneas y sus condiciones de seguridad, así como a una gran inquietud sobre sus efectos sobre el ornato público. Las mismas cuestiones se suscitarían pocos años después con las conducciones eléctricas y los cables telefónicos.
 

La reiteración e intensidad de los debates muestra una sensibilidad urbanística que era similar a la que existió en otras grandes ciudades europeas y muy diferente a la de las ciudades norteamericanas, donde estas consideraciones no estuvieron tan presentes.
 

En lo que se refiere al telégrafo el ayuntamiento barcelonés adoptó siempre una actitud muy estricta respecto al control de las conducciones en la ciudad -la única atribución que le quedaba, por otra parte.
 

En 1869, con ocasión del traslado de la estación telegráfica al edificio de correos en la Rambla de Santa Mónica, se hizo preciso dirigir las conducciones desde el poste situado en la muralla de Mar sobre la Puerta de la Paz hasta el citado edificio siguiendo la línea de árboles situados en la Rambla. El Ayuntamiento accedió el 26 de junio a la solicitud realizada por el Jefe de Sección del Cuerpo de Comunicaciones, subinspección de Barcelona, y un mes mas tarde concedió que se pudieran cortar algunas ramas de los árboles "en la confianza de que esta operación se practicará sin que se perjudiquen las condiciones de vida de ninguno de ellos"(60)
 

En general, las solicitudes para el tendido de los cables habían de ser informadas por el arquitecto o ingeniero Jefe de Vialidad y Conducciones del ayuntamiento, el cual exigía previamente todos los datos precisos que afectaban a la seguridad y el ornato.
 

En 1870, por ejemplo, ante la solicitud de Bruno Quadras para instalar una línea telegráfica entre su fábrica de paraguas y la tienda, Eduardo Fontseré en calidad de técnico municipal recabó mayor información sobre el trazado, altura, sistema de aplique y medios de sostén. Se trataba de un alambre de hierro galvanizado de 5 a 6 mm de diámetro tendido a una altura conveniente para apoyarse en dos postes de madera colocados en las azoteas de las casas intermedias, cuyos propietarios habían dado previamente su autorización. El ingeniero jefe consideró que podía autorizarse el cable, pero el ingeniero inspector del gobierno civil hizo notar las molestias y litigios que podían ocasionarse con la red de alambres y el peligro de descargas eléctricas sobre los hilos telegráficos por lo que exigió dos condiciones suplementarias: a) la altura de los cables debería ser fijada por las autoridades y no por los particulares; y 2) debería colocarse un pararrayos en cada estación(61).
 

La instalación de cables subterráneos en la ciudad planteaba aún mas problemas ya que podía afectar a otras conducciones subterráneas que se estaban instalando por los mismos años (agua, alcantarillado, gas y, mas tarde, electricidad y teléfono) y provocaba desperfectos en las calzadas e interrupciones de tráfico durante las obras.

La primera línea telegráfica subterránea construida en Barcelona unía, en una longitud de 1.800 m la Ciudadela con la Capitanía General y el cuartel de Atarazanas, desde donde se dirigía, ya contendido aéreo hasta el castillo de Montjuich; consistía en un hilo de cobre rodeado de gutapercha, pero pronto se averió y fue sustituido por un cable aéreo. También eran subterráneas las comunicaciones tendidas entre las fábricas de la Barcelonesa de Bronces en Gracia y en el interior de la ciudad antigua y entre la España Industrial en Sans y las oficinas centrales(62). Pero no tenemos noticias de que surgieran conflictos con motivo de dichas instalaciones.
 

Los problemas se plantearon en 1874 con motivo de la conexión del cable submarino Barcelona-Marsella con la estación telegráfica central de la plaza del Teatro. Ante la solicitud del representante de la compañía inglesa José Aparicio Fernández para abrir en varias calles una zanja de 1,5 a 2 pies de profundidad el Ayuntamiento, tras el informe del arquitecto municipal Antonio Rovira y Trias, impuso como condiciones, además del pago de una tasa de 1.025 pta a razón de 0,50 pta/m, las siguientes condiciones: que la empresa respetara todos los servicios públicos y privados existentes en el subsuelo, siendo a cargo de la misma los desperfectos ocasionados y comprometiéndose a no interceptar cloacas y albañales; que interrumpiera mínimamente el tráfico cubriendo inmediatamente las zanjas y reparando el adoquinado; y que se realizaran las obras bajo la inspección de la dirección facultativa del Ayuntamiento y de acuerdo con lo dispuesto en las ordenanzas municipales(63). En los años siguientes la Direct Spanish Telegraph Company Limited, constituida como filial de la anteriormente citada para la explotación del cable submarino Barcelona-Marsella, tuvo que negociar nuevamente con el Ayuntamiento las reparaciones y modificaciones de trazado que fueron precisas.
 

El problema de la canalización subterránea de los cables telegráficos se intensificó cuando la Dirección General de Correos y Telégrafos decidió sustituir en lo posible el tendido aéreo en la ciudad por la conducción subterránea para mejorar el ornato y facilitar el servicio "por el mejor aislamiento eléctrico de los conductores"(64). El 27 de mayo de 1877 el Subdirector General del Cuerpo de Telégrafos Antonio Suárez Saavedra, comisionado para el estudio de dicha sustitución, señala al Ayuntamiento que con ella desaparecerían "los postes de madera y los muchos alambres en ellos colgados que atraviesan por paseos y calle líneas aéreas que si por la índole de su objeto se habían tolerado en las capitales de primer orden del extranjero y de España, han desaparecido en ellas por completo desde que los adelantos de la telegrafía han permitido substituirlas por otras subterráneas". En Barcelona en concreto, indicaba el comisionado, el problema era de gran magnitud ya que "ahora que la estación única existente por dificultades de local va a pasar a sitio menos céntrico del que hoy ocupa -se trasladaba, en efecto desde la plaza del Teatro a la de San Sebastián- esas estaciones sucursales que en tanta estima debe ser tenidas por la población serían de casi imposible establecimiento o forzosamente han de quedar mal establecidas si la comunicación entre ellas no se monta subterráneamente, ya por cables eléctricos o por tubos atmosféricos, como se acostumbra en tales casos", considerando, además, que no era "cosa baladí para las familias y para el comercio y la industria el aumento de las estaciones telegráficas"(65)
 

El problema se planteó con ocasión de la construcción de la nueva línea telegráfica de Lérida a Barcelona por Manresa, y de la entrada de los nuevos hilos conductores por las calles de la ciudad. Suárez Saavedra(66), afirma que fue él quien sugirió esta mejora "por lo recargado de conductores que se hallaban ya los postes por las calles de Barcelona y que la orden de la Dirección General de Telégrafos, que estaba "penetrada de antemano de las ventajas del sistema subterráneo en las poblaciones" llegó el 11 de mayo.
 

No es este el momento de exponer las dificultades y los conflictos generados por esta orden gubernamental, cuestiones que ya hemos expuesto mas detenidamente en otro lugar. El elevado coste de esa operación de conversión del tendido aéreo en subterráneo dificultó las obras que, a pesar de todo, se iniciaron en 1878 y en las calles centrales de la ciudad.
 

Con motivo de esos trabajos y ante una propuesta de la Compañía del Ferrocarril de Tarragona a Barcelona y Francia para unir con tendido aéreo las dos estaciones que poseía en la ciudad volvió a plantearse nuevamente la posibilidad de utilizar las cloacas -en la línea de lo sugerido anteriormente por Cerdá, pero sin aludir a su propuesta. Ante una pregunta del Ayuntamiento en ese sentido, el ingeniero jefe de vialidad advirtió que
 

"cuando se establecen telégrafos subterráneos la necesidad de precaverse contra cualquier rotura o interrupción de la línea muy difícil de encontrar, y por lo tanto de repararse, hace que no pueda colocarse un alambre único sino varios que formen un verdadero cable, a fin de que la corriente eléctrica no se interrumpa aun cuando alguno de ellos se rompa (...) Dicho cable debe aislarse con una envolvente de cautchou introduciendo el conjunto en un tubo de plomo, todo lo cual es probable que aumente el coste de la línea telegráfica quizás de una manera considerable"(67).
 

Finalmente la comisión 3ª del ayuntamiento acordó defender el ornato de la ciudad y acordó comunicar a la compañía del ferrocarril "los graves inconvenientes que nacen de colocar postes en las calles de esta población e indicarle al propio tiempo que el municipio cree preferible la instalación de un pequeño cable subterráneo al igual de lo que ha hecho el Estado, y está dispuesto a permitirle la colocación en el interior de la cloaca colectora de la calle de la Ronda"(68)
 

El uso del alcantarillado para la instalación de los cables telegráficos, así como de conducciones eléctricas y telefónicas, fue objeto también de debate entre los técnicos de saneamiento, que en general rechazaron esta posibilidad por los problemas que originaba en caso de averías. El tema fue planteado en Barcelona por Pedro García Faria en 1893, con ocasión del proyecto general de saneamiento del subsuelo de Barcelona y debatido mas tarde, con una conclusión negativa por J. Gustá Bondía(69).
 

En cualquier caso, la construcción de conducciones subterráneas para el tendido telegráfico del Estado no hizo desaparecer totalmente los tendido aéreos del paisaje barcelonés aunque lo limitó de manera sensible.
 
 
 
 
 

Conclusión
 

La obra y el pensamiento de Cerdá no puede desligarse de su formación como ingeniero de caminos canales y puertos y de sus trabajos como miembro de dicho cuerpo,
 

Conoció teóricamente la máquina de vapor en la Escuela de Caminos de Madrid, y seguramente fue madurando su pensamiento en relación con los compañeros de cuerpo, que, como él participaron activamente en el diseño y en la construcción concreta de las redes de carreteras, de ferrocarriles y de telégrafos.
 

Cerdá fue consciente de los cambios tecnológicos que se avecinaban, al igual que muchos otros. No conviene en ese sentido mitificar la figura de nuestro ingeniero mas allá de lo justo, sino que hay que situar su figura en el contexto científico y técnico en que se movió, y en especial su pertenencia al cuerpo de ingenieros de caminos canales y puertos y las propuestas políticas de reforma social y económica que elaboraban los grupos progresistas, a los que él pertenecía. En aquellos años eran muchos los que como él percibían lúcidamente esos cambios -de los que se dejan repetidas noticias en los debates en el Congreso de los Diputados sobre los temas de fomento y obras públicas-
 

Por razón de su pertenencia al cuerpo de ingenieros, Cerdá ligado desde muy pronto al telégrafo, participando en 1844 en la construcción de la red del telégrafo óptico, y teniendo información directa del desarrollo de la red telegráfica desde 1851.
 

A mediados del siglo eran muchos los que percibían las consecuencias revolucionarias que el telégrafo y, mas todavía la electricidad en general iban a tener sobre el desarrollo de la humanidad. Entre ellos se encuentra Cerdá, y no cabe duda de que el telégrafo influyó en su pensamiento tanto como la máquina de vapor.
 

No ha de extrañar por ello que con ese conocimiento de las primeras e importantes aplicaciones de la electricidad Cerdá fuera consciente de lo que podría suponer "la aplicación nueva de ese elemento poderoso puesto en manos de una civilización" y que intuyera "otras muchas aplicaciones hoy todavía desconocidas", las cuales habrían de "precipitar los acontecimientos y apresurar por consiguiente el curso de las transformación tan poderosamente iniciada por las aplicaciones del vapor". Unas transformaciones que eran esenciales en el papel que las ciudades desempeñaban como nodos de comunicatividad, ya que, como lúcidamente escribió, "las urbes no viven exclusivamente por si y para si, sino poruqe constituyen otros tantos elementos de la humandiad para la cual y por la cual viven; son grandes paradores de la economía viaria universal y, por consiguiente, en su funcionamiento han de tener medios de comunicación con esa economía"(70).
 

Cerdá asoció repetidas veces el telégrafo y el ferrocarril como factores que habían de tener una profunda influencia en la transformación de las ciudades. Por ello trató de introducir en las ciudades, empezando por Madrid y Barcelona, aquellas reformas urbanísticas que les permitieran recibir "sin obstáculos y sin abochornarse todo el complemento de actividad, de movimiento, de vida y de verdadera grandeza con que le brindan los caminos de hierro y los teléfonos, destinados a cambiar radical y esencialmente su ser"(71).
 

También asoció al ferrocarril y el telégrafo a sus ideales de paz y armonía sobre la tierra. Un texto escrito en su Teoría de la construcción de las ciudades (1859) lo refleja de forma clara:
 

"Los ferrocarriles y los telégrafos eléctricos vendrán a uniformar el idioma, las pesas, medidas y monedas; destruirán las antiguas odiosidades de nación, y afianzarán el imperio de la paz universal, borrarán ese antagonismo de clase debido a la falta de civilización y de justicia, y vendrán a producir la debida armonía entre las diversas clases de la sociedad. No producirán el siglo de oro porque ese ni ha existido ni puede existir sobre la tierra mas que en la imaginación ardiente de los poetas, pero mejorarán nuestras condiciones morales y materiales de una manera admirable, sobre todo si se comparan con los siglos que dejamos atrás(72)

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El interés de Cerdá por la máquina de vapor y por las aplicaciones de la electricidad no pasaría desapercibido a los elementos progresistas de la burguesía barcelonesa de fines del siglo XIX y principios del XX, promotores de la difusión e implantación de la energía eléctrica. En este sentido, Federíco Rahola en 1914, en el primer número de la revista Civitas(73), tras ensalzar la figura de Cerdá como autor de un magistral tratado de urbanización y considerarlo uno de los defensores de la ciudad-jardín en su propuesta de Ensanche de Barcelona, no duda en señalar que fue también "un clarividente que adivinó las transformaciones que habían de experimentar las grandes ciudades modernas por efectos de los ferrocarriles y de la electricidad, cuyas primeras aplicaciones a la vida de relación entonces se delineaban". Cerdá, seguía Rahola, proclamaba ya a mediados del siglo pasado que el tren llegaría a ser urbano y la electricidad doméstica. De este modo se vaticinaba el advenimeinto de los tranvías y de los metropolitanos, al par que del teléfono y la luz eléctrica, estos maravillosos adelantos que tuvo presente en su concepción de la ciudad futura y que armonizan la lejanía tranquila del campo con la vida intensa de la ciudad"
 
 
 
 
 

Notas
 

1. Fabián Estapé, en la edición de la obra de Cerdá, que se cita en la nota siguiente, Ed. 1971, vol. III, pág. 47, nota 10

2. Cerdá, Ildefonso: Teoría General de la Urbanización y aplicación de sus principios y doctrinas a la reforma y ensanche de Barcelona, Barcelona, 1867. Edición realizada por el Instituto de Estudios Fiscles, Madrid, 1971, I, pág. 8. Cerdá asocia en varias ocasiones explícitamente el vapor y la electricidad como fuerzas profundamente transformadoras; por ejemplo en T.G.U., I, pág. 679.

3. Horacio Capel, Juan Eugenio Sánchez y Omar Moncada: De Pala a Minerva. La formación científica y la estructura institucional de los ingenieros militares en el siglo XVIII, Barcelona, CSIC/Ediciones del Serbal, 1988.

4. Antonio Rumeu de Armas: Ciencia y Tecnología en la España ilustrada. La Escuela de Caminos y Canales, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos/Editorial Turner, 1980; y Antonio Bonet Correa (Dir.): La polémica entre ingenieros y arquitectos en el siglo XIX, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos/Ediciones Turner, 1984.

5. Cerdá, T.G.U., cit. en nota 2, I, pág. 6.

6. Revista de Obras Públicas, 12 de junio de 1899, y artículo de Carlos de Orduña en dicho número. Véase también el artículo de Fernando Sáenz Ridruejo: "Datos para el estudio sociológico del Cuerpo de Ingenieros de Caminos a mediados del siglo XIX", en M. Hormigón (Editor): Actas del III Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias, Zaragoza, 1984, vol. II, págs. 361-177.

7. Pablo Alzola Minondo: Las obras públicas en España. Estudio Histórico (1ª ed. 1899). Reedición, con estudio introductorio de Antonio Bonet Correa, Madrid, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos/Ediciones Turner, 1979.

8. En el Archivo de la Diputación de Barcelona hemos localizado en el legajo 885, los siguientes documentos. Nº 32, mayo de 1845. La Diputación comisiona a Cerdá para la dirección de los trabajos de recomposición de la carretera que desde la ralla de Esparraguera conduce a los manatiales de la Puda, "no habiendo éste (Cerdá) dado cumplimiento a las órdenes que se le confiaron en razón de hallarse sobrecargado de comisiones urgentes que le imposibilitaban de practicar aquella". Nº 20, 23 de abril de 1845, Cerdá presenta plano, memoria, presupuesto y condiciones facultativas del proyecto de carretera de Barcelona a Tarrasa. Parece que M. Garriga fue nombrado en 22 de enero de 1844 para levantar el plano del mismo camino (legajo nº 66). Nº 57, en 1845 Cerdá firma un expediente en ausencia del ingeniero jefe del distrito. Nº 43, 21 de agosto de 1845, orden de la diputación a los pueblos de la provincia para que auxilien a Ildefonso Cerdá en los trabajos facultativos que le están encomendados.

9. Sobre la instalación del telégrafo óptico puede verse Estanislao Rodríguez Maroto: ¡ Laureles viejos¡. Un breve historial de telégrafos en el siglo XIX, Madrid, Gráficas Onofre alonso, 1943, 87 págs.; Joan Vernet: "Historia, astronomía y montañismo", Alquántara, Madrid, vol. 2, nº 1, 1981, págs. 365-381. Para los aspectos técnicos véase José María Romeo López: "El telégrafo óptico, 1790-1850. Estudio crítico comparativo de los diferentes sistemas de transmisión utilizados", en S. Garma (Edit.): El científico español ante su historia. Actas del I Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias, Madrid, 1980, págs. 241-250.

10. Garcés de Marcilla, 1851, op cit. en nota 16, págs. II-IV, y X; a pesar de esa valoración positiva, el mismo autor consideraba superior el telégrafo eléctrico.

11. R. O. de 29 de noviembre de 1846. Véase también Rodríguez Maroto, 1943, op cit. en nota 9, cap. II. Sobre la construcción de la red, Vernet, 1981, cit. en nota 9.

12. Según escribe en el "Diario-Indice cronológico (1815 a 1875)", en Cerdá, 1992, pág. 634. En dicho diario Cerdá señala igualmente que este encargo le llegó por un oficio del jefe del distrito de la fecha indicada (14-III-44).

13. Estibaus y Uhagón, 1854, op. cit. en nota 25.

14. Antonio Libes: Tratado de Física completo y elemental, presentado bajo un nuevo orden con los descubrimientos modernos por__, traducido del francés al español por el Dr. en cirugía-médica, y médico D. Pedro Vieta..., Tercera edición, Barcelona, En la Imprenta de la Viuda e Hijos de Don antonio Brusi, 1827-1828, 3 vols. Dedica a la electricidad los libros XII y XIII, págs. 118-218 del tercer volumen.

15. Véase Joan Agell i Torrents: "Memoria sobre la dinámica del fluído eléctrico excitado por la frotación (1838) y "Sobre electro-magnetismo considerado bajo el aspecto de la potencia utilizable", publicados en el Boletin de la Academia de Ciencias Naturales y Artes des Barcelona,

16. Garcés de Marcilla, Ambrosio: Tratado de la Telegrafía Eléctrica, Por el Teniente Coronel D. __, 2º Comandante efectivo de Infantería, Capitán del Cuerpo de Ingenieros, Dedicado al Excmo. Sr. Conde de San Luís, Ex-ministro de la Gobernación del Reino, Barcelona, Imprenta de D. Ramón Indar, 1851, XII + 399 + 8 láms. f. t., Addenda.

17. Según afirma Garcés de Marcilla, 1851 (cit. en nota 16), pág.367.

18. A título de ejemplo, podemos señalar que en la Exposición Industrial y Artística de Productos del Principado de Cataluña organizada en 1860 con motivo de la venida a Barcelona de los reyes se presentaron en la sección de aparatos e instrumentos científicos los siguientes expositores: "Nº 72, D. Ramón Roselló y Maspons, calle de la Riera Baja, 18.- Un telégrafo; un manipulador para telégrafo; un regulador de luz eléctrica; un aparato electro-medical; un pararrayos común y otro idem perfeccionado. Nº 73, D. Francisco de Miguel, calle del Carmen, 36.- Una pila eléctrica, compuesta de cinco elementos, colocada en una bandeja de porcelana dorada. Nº 74, Un aparato electro-imán; un avisador o timbre eléctrico; un aparato electro-medical sistema Breton y otro id con pila Buncen", en Catálogo de la Exposición Industrial y Artística de Productos del Principado de Cataluña, improvisada en obsequio a SS.MM. y AA. con motivo de su venida a Barcelona, Barcelona, Establecimiento Tipográfico de Narciso Ramírez, 1860, pág. 15.

19. Garcés de Marcilla, 1851, op. cit. en nota 16, págs. 317-321, con descripción de un telégrafo impresor de Agell ideado en 1850.

20. Garcés de Marcilla, Ambrosio: Manual de Telegrafía eléctrica para...los telégrafos eléctricos militares de Cataluña, Por el coronel D__, Barcelona, Imprenta de Ramírez, 1853, 40 págs.

21. Diario de las Sesiones de las Cortes, Legislatura 1854-856, Apéndice sexto al nº 113, pág. 3209.

22. Véase sobre todo ello CAPEL, Horacio y TATJER, Mercedes: "La organización de la red telegráfica española", en CAPEL, Horacio, LÓPEZ PIÑERO, José María, y PARDO, José: Ideología y ciencia en la ciudad, Valencia, Conselleria d'Obres pùbliques, Urbanisme i Tranasport de la Generalitat Valenciana, vol. II, 1994, págs. 23-69.

23. "Progresos de la Telegrafía eléctrica en el Antiguo y Nuevo Mundo", Revista de Obras Públicas, Madrid, tomo I, 1853, nº 8, págs.116-119, y nº 10, págs. 127-131.

24. Cerdá, T.G.U., cit. en nota 2, I, pág. 314.

25. Estibaus, M. y Uhagón, Féliz: "Telegrafía eléctrica. Descripción del telégrafo establecido en el puerto de Bilbao", Revista de Obras Públicas, año II, nº 1, enero 1854, págs. 3-6.

26. Sobre este ingeniero, que en 1881 sería el autor del Depósito Comercial y del proyecto de iluminación del puerto puede verse Moreno, X.: "Los Almacenes Generales de Comercio (1881)", en I Jornadas d'Arqueologia Industrial de Catalunya, L'Hospitalet, 19.., págs. 172-...; y Moreno, Xavier: "La construcción del Port Industrial de Barcelona (1860-1906)", en M. Tatjer (Dir.): El port de Barcelona. Cent anys d'activitat, 1836-1936, Barcelona, Ajuntament de Barcelona-Museu d'Historia de la Ciutat/Port Autonom de Barcelona (en publicación). En 1853 Garrán era ingeniero 2º del Distrito de Tarragona y tres años mas tarde había ascendido a ingeniero 1º; desde su fundación colaboró en la Revista de Obras Públicas.

27. Garrán, Mauricio: "Telégrafos eléctricos. Del establecimiento de las líneas electro-telegráficas", Revista de Obras Públicas, Madrid, vol. IV, 1856, nº 13, 14 y 15.

28. Celestino Espinosa, Pedro: "Programa de la clase de Caminos ordinarios, Caminos de hierro y telegrafía en la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos", Revista de Obras Públicas, Madrid, año II, 1854, págs. 61-62

29. Sobre la línea de Barcelona a Arenys de Mar véase J. A. S. El Consultor, 1858, pág. 371.

30. Diario de las Sesiones de Cortes, Legislatura de 1851, tomo II, págs. 1225-1227. Le contestó Posada Herrera de forma inteligente y ponderada, y en el proyecto de ley sobre el nuevo sistema de ferrocarriles presentado el 6 de diciembre hay una alusión implícita a una de las ideas que había expuesto Cerdá: "muy conveniente sería, es cierto que a los ferrocarriles se asociaran los caminos comunes. !dichosa nuestra patria si así pudiera realizarlo", tomo 3, pág. 2027 .

31. Waisz, Francisco: Origen de los ferrocarriles españoles (Comienzos de su historia), 1829-1855, Madrid, Talleres Gráficos Marsiega, s.f. (1944 ?), págs. 156 y ss.

32. Como el que puso a punto el ingeniero Manuel Fernández de Castro en 1853 y que se probó en diversas líneas españolas, según informó la Revista de Obras Públicas en 1854 y 1855; ver también Waisz, op cit. en nota 31, págs. 233-236.

33. Regnault, M.: "Esposición de los diversos sistemas de telegrafía adoptados en los caminos de hierro", Revista de Obras Públicas, Madrid, 1854, págs. 193, 168-170. En ese volumen aparece también una información sobre el "Proyecto de establecer un telégrafo que una Europa con América, a terminar en un año".

34. Véase Indice Cronólogico del Diario, en Cerdá, 1992, pág. 636.

35. Indice Cronológico del Diario, en Cerdá, 1992, pág. 636-638. El 27 de febrero de 1856 sale de Barcelona para empezar los estudios sobre dicho ferrocarril desde Granollers; las operaciones concluyeron el 18 de junio del mismo año y en diciembre dedicó nueva atención al mismo realizando con Tomás estudios para modificar el trazado según el sistema Arnoux.

36. Diario de las Sesiones de Cortes, legislatura 1854-55, Apéndice 13ª al nª 137, págs. 4121-4123.

37. Archivo de la Corona de Aragón (ACA), Comandancia de Ingenieros, IV Asuntos, Exp. 1660.

38. ACA, Comandancia de Ingenieros, Zonas Polémicas, Caja 30, Expediente Molas.

39. Ildefonso Cerdá: Ensanche de la ciudad de Barcelona. Memoria descriptiva de los trabajos facultativos y estudios estadísticos hechos de orden del Gobierno y consideraciones que se han tenido presentes en la formación del ante-proyecto para el emplazamiento y distribución del Nuevo Caserío (1855), Edición del Ministerio para las Administraciones Publicas y Ayuntamiento de Barcelona, 1991, vol. I, pág. 88.

40. Diario de las Sesiones de Cortes, Legislatura 1858, sesión del 12 de abril, "Comunicación del Sr. Ministro de hacienda acompañando una nota de las recaudaciones del primer trimestre del año 1858 por líneas telegráficas", Apéndice 3º al nº 65, pág. 1313.

41. Diario de las Sesiones de Cortes, legislatura 1858, sesión de 12 de abril, pág. 1311-1312.

42. Instituto Geográfico y Estadístico: Reseña Estadística de España, 1885, Madrid, 1888, pág. 480; y para las estaciones J.A.S. El Consultor, 1858 págs. 370 -371 y Anuario, 1858, págs. 615-617.

43. J.A.S.: El Consultor, 1858, págs. 369-371.

44. Anuario Estadítico de España correspondiente a 1959 y 1860 publicado por la Comisión de Estadítica General del Reino, Madrid, Imprenta Nacional, 1860, págs. 458-459.

45. El real decreto de 1859 había autorizado los estudios para el tendido de cables con Baleares, uno de los cuales había de partir de Valencia o Alicante y el otro de Barcelona. El cable de Menorca amarraba en Montjuich, lo que refleja su interés esencialmente militar.

46. Archivo Administrativo del Ayuntamiento de Barcelona (AAAB), Fomento OP, 1874, Exp. 3871. El trazo subterráneo se construyó "a fin de mantener la comunicación en todas las buenas condiciones que requiere esta clase de vías telegráficas" y atravesaría el ferrocarril de Mataró y el trazado del tranvía de Pueblo Nuevo, y tras cruzar la plaza de Palacio seguir por el paseo de Alcolea, Calle de la Merced, Plaza de Medinaceli, calle del Dormitorio de San Francisco y Rambla de Santa Mónica (Figura).

47. J.A.S.: El Consultor, 1858 pág. 369; y Diario de las Sesiones de Cortes, 22 de mayo de 1869, pág. 2201

48. AAAB, Fomento Obras Públicas, 1869, Exp. 3377.

49. Cornet y Mas, ed. 1882, pág. 324 (los datos corresponden a 1877).

50. ACA, Comandancia de Ingenieros, Zonas Polémicas, Caja 30, Exp. Molas.

51. Suárez Saavedra, Antonino: Tratado de Telegrafía, Barcelona, Imprenta de Jaime jepús, 1880-1882, vol. I, pág. 563, que cita como fuente un número de la Revista de Telégrafos, de fecha 1 de febrero de 1862, que no hemos podido consultar.

52. AAAB, Fomento OP, Expo. 3482. En 8 de octubre de 1869 Eduardo Fontseré, como jefe de Vialidad y conducciones del Ayuntamiento de Barcelona, informó al gobernador que no había inconveniente en autorizar el cable.

53. AAAB, Fomento OP, 1870, Exp. 3482.

54. AAAB, Fomento OP, Exp. 1123, 1879-1880.

55. Diario de las Sesiones de Cortes, Madrid, Legislatura 1854-56, 21 de abril de 1855, pág. 3406.

56. Capel, Horacio y Tatjer, Mercedes: "La innovación tecnológica en la ciudad: el telégrafo en Barcelona", en Tiempo y Espacio en el Arte. Homenaje al Prof. Antonio Bonet Correa, Madrid, Editoirial Complutense, 1994, vol. II, págs. 1065-1102.

57. Cerdá. T.G.U., cir. en nota 2, 1867, I, págs. 314-315; esta afirmación se realzia dentyro del apartado que dedica al tema "Conductos del gas del alumbrado público y privado e hilos eléctricos en la urbanización".

58. Ildefonso Cerdá: Memoria del Anteproyecto de Ensanche de Barcelona, 1855, cit. en nota 39, pág. 88.

59. Memoria del Ante-Proyecto del Ensanche de Barcelona (1855) en Cerdá, cit. en nota 39, págs. 87-88.

60. AAAB, Fomento OP. 1869, Exp. 3377, comunicaciones de 21 y 26 de junio y 14 y 22 de julio 1869.

61. AAAB, Fomento OP, 1870, Exp. 3482.

62. Véase supra, nota 38, y Suárez Saavedra, 1882, op. cit. en nota 50, pág. 563, citando la Revista de Telégrafos de 1 de enero de 1862.

63. AAAB, Fomento OP, 1874, Exp. 3871, Informe del arquitecto municipal de 1 de abril 1874 y concesión del permiso en 9 de abril.

64. AAAB, Fomemto OP. Exp. 651.

65. AAAB, Fomento OP, Exp. 651, 1876-77.

66. Suárez Saavedra, 1882, op cit. en nota 50, I, pág. 564.

67. AAAB, Fomento OP. Exp. 1123, 1879-80, Informe del ingeniero jefe de vialidad de 14 de agosto 1879 en respuesta a la comunicación de la comisión 3ª de fecha 16 de julio 1879.

68. AAAB, Fomento OP, Exp. 1123, 1879-1880, Resolución de la Comisión 3ª de fecha 25 de agosto 1879.

69. Gustá Bondía, J.: "Descripción del alcantarillado de Barcelona", Anuario Estadístico de la Ciudad de Barcelona, año XII, 1913, págs. 435-456 (concretamente en págs. 449-450.)

70. Cerdá, T.G.U, 1867, I, pág. 649.

71. Ildefonso Cerdá. Teoría de la Viabilidad Urbana y Reforma de la de Madrid. Estudios hechos por el Ingeniero D. Ildefonso Cerdá autorizado al efecto por Rl. orden de 16 de Febrero de 1860, Madrid y Enero de 1861.Edición del Minsiterio para las Administraciones Públicas y el Ayuntamiento de Madrid, 1991, vol. II, pág. 168

72. Ildefonso Cerdá: Teoría de la construcción de las ciudades aplicada al proyecto de Reforma y Ensanche de Barcelona por Don Ildefonso Cerdá, Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, Barcelona, Abril de 1859, Edición del Ministerio para las Administraciones Publicas y Ayuntamiento de Barcelona, 1991, vol. I, pág. 403. De manera semejante está presente en dicha obra el papel del telégrafo en sus ideales de mejora del país: "La España rodeada de mar casi por todas partes, bañada por dos mares distintos, necesita para su porvenir mercantil e industrial tener un puerto de importancia en cada uno de esots mares, como la Francia, la Italia y la Suecia tienen los suyos respectivos. Es natural que estos dos puertos estén lo menos distante posible y que, sea cual fuere esta distancia, se acorte cuando sea dable por un camino de hierro y por un telégrafo eléctrico. Estas dos líneas, enlazándose con las del resto de España han de venir a formar la base del sistema general de comunicaciones mercantiles. Han de ser los conductores directos destinados a dar movimiento y animación a todo el sistema" vol. II, pág. 408-409.

73. Rahola, Federico: "La ciudad ideal", Civitas, Barcelona, nº 1, 1914, págs. 10-11.

Copyright Horacio Capel y Mercedes Tatjer

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