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UNIVERSIDAD DE BARCELONA
ISSN:  0210-0754
Depósito Legal: B. 9.348-1976
Año II.   Número: 11
Septiembre de 1977

EL "COSMOS" DE HUMBOLDT

Selección y comentario de Miguel Ángel Miranda


EL «COSMOS»: ENTRE LA CRISIS DE LA ILUSTRACIÓN Y EL ROMANTICISMO ALEMÁN

Introducción por Miguel Ángel Miranda

El pensamiento dominante de una época cohesiona tanto a sus miembros que hace imposible aislar al hombre de su periodo histórico; pero el desarrollo de las ideas se produce, en realidad, tan lentamente que en algunos momentos pueden entremezclarse tendencias y posiciones culturales heterogéneas. Alejandro de Humbodt (1) es un vivo reflejo de esta situación: conectado científicamente con la etapa final de la Ilustración, se halla, asimismo, vinculado al Romanticismo alemán (2), y ha sido, también, considerado como un autor positivista (3).

Trataremos aquí de realizar una aproximación al pensamiento de Humboldt a través del Cosmos, situándolo entre unas coordenadas precisas que van desde la transformación de la episteme clásica (4) hasta el Romanticismo alemán. De esta manera delimitamos el campo de estudio a una faceta concreta: la expresión científica de Humboldt a partir de su obra cumbre.

En el momento en que Humboldt aparece en la escena científica, las ciencias ya se hablan disociado de la filosofía, siguiendo sus respectivas trayectorias por senderos distintos. EI XVIII es el siglo en que —a decir de Marx— "toda la riqueza metafísica habla quedado ya reducida a entes especulativos y a objetos celestiales, mientras que las cosas terrenales comenzaban a absorber y concentrar todo interés" (5). A partir de la revolución científica del siglo XVII se produjo un gran desarrollo en las ciencias físicas y matemáticas, pero habría que esperar hasta finales de la siguiente centuria para que una nueva visión de la naturaleza empezara a enunciar las características metodológicas que serían propias de las ciencias naturales a lo largo del siglo XI X y parte del actual; de esta manera, como ha señalado E. Cassirer, se abría "un nuevo camino a la investigación y también un nuevo espíritu que pide su reconocimiento, la legitimación de su peculiaridad y su vigencia metódica" (6). A finales del siglo XVIII las ciencias de la naturaleza ya no tratarán de sustituir la realidad intuida en un entramado de guarismos y mediciones; lo que pretenderán será mantener la forma clara y concreta de la realidad sirviéndola con todo su riqueza y variedad. El nuevo ideal de ciencia de la naturaleza rompe con las abstracciones matemáticas características de la revolución científica del siglo XVII. Ahora, las ciencias naturales se ven liberadas del cálculo racionalista y vago para ser un estudio totalmente descriptivo del hecho concreto. Humboldt se daba perfecta cuenta de esta situación cuando afirmaba que "acercándonos a los tiempos presentes, notamos que desde la segunda mitad del siglo XVIII, la prosa descriptiva, especialmente, ha adquirido una fuerza y exactitud enteramente nuevas" (7). La nueva visión del hecho lógico que se busca, y mediante el cual se mantiene la seguridad de que se dispondrá siempre de la vía del saber, no es la lógica medieval ni el planteamiento matemático puro, sino, más bien, la lógica del ser. El espíritu se realiza plenamente a través de los fenómenos del mundo exterior que impactan en él. "De este modo —afirma Cassirer— se alcanza la auténtica correlación de "sujeto" y "objeto ", de "verdad" y de "realidad" y se establecen entre ellos la forma de adecuación, de correspondencia, que es condición de todo conocimiento científico (8). Por consiguiente, "lo que ha cambiado y ha sufrido una alteración irreparable es el saber mismo como modo de ser previo e indiviso entre el sujeto que conoce y el objeto del conocimiento (9). La ruptura de la episteme clásica producida en el siglo X VIII pondrá de manifiesto que ahora ya el saber no corresponde a una "mathesis de lo inconmensurable, sino a un espacio hecho de organizaciones, es decir de relaciones internas entre los elementos cuyo conjunto asegura una función (10).

De esta manera, un nuevo resplandor ilumina el camino que la ciencia, cumplidamente distinta, recorre recibiendo el nombre de moderna, proyectándose para dar el ser de forma específica a las ideas que han caracterizado el saber analítico de todo el siglo XIX y parte del XX.

Pero si la transformación de la teoría del conocimiento del siglo XVIII caracterizó una nueva formulación científica, la razón fue durante todo el siglo el eje central de cualquier planteamiento epistemológico. Con la ruptura se cambiaron los patrones por los que se guiaba la razón, pero el racionalismo continuó estando presente, de alguna manera, en todos los ámbitos de la ciencia. De esta forma, en el siglo XVIII la razón se convierte "en el punto unitario y central, en expresión de todo lo que anhela y por lo que se empeña, de todo lo que quiere y produce (11).

Esta nueva orientación del conocimiento constituirá la fundamentación del científico Humboldt. Toda su obra, en general, se verá marcada por los aires del reciente cambio paradigmático y por la acción de la razón que guiará todos los análisis de sus investigaciones.

Romanticismo y Naturaleza

A. de Humboldt representa, como se ha señalado antes, un punto en donde convergen dos corrientes culturales: la Ilustración y el Romanticismo alemán. Esta encrucijada señala la característica básica de toda su fundamentación intelectual. En los años centrales de su actividad, la Ilustración se encontraba en su recta final, mientras que el Romanticismo alcanzaba su punto más brillante.

El pensamiento y la estética romántica impregnaban todos los rincones de los salones y las aulas de la vida cultural alemana. El propio ambiente romántico hizo abrazar a Humboldt, ya en su juventud, "el panteísmo de Goethe" del que fue posteriormente una de sus grandes figuras (12), actuando de estímulo para ello la amistad que mantuvo con el famoso escritor.

La sensibilidad romántica se observa de tal manera en su Cosmos que él mismo llegó a afirmar: "Los principales defectos de mi estilo son una desafortunada inclinación para formas demasiado poéticas"; pero más adelante justificó su tendencia literaria poniendo de relieve que "un libro sobre la naturaleza debía producir la impresión de la misma naturaleza" (13). Por esta razón no es difícil observar en el Cosmos frases llenas de lirismo que intentan reflejar un sentimiento de gran delicadeza.

El recreo en el logro estético de las imágenes configuran a Alejandro de Humboldt como un gran escritor literario. Sus expresiones procuran dar una sensación fotográfica de la realidad a la que asoma su contemplación y de esta manera hacer transparentes las palabras impresas. La forma de escribir, lejos de ser rebuscada y erudita, mantiene un dinamismo constante con expresiones sencillas y, al mismo tiempo, dotadas de una gran riqueza estética; por esta razón, la comunicación que se produce entre autor y lector goza de la claridad que lleva a la total comprensión de las imágenes reflejadas en el texto. Pero al mismo tiempo que describe, Humboldt plasma su pensamiento, su sensibilidad y sus emociones, perpetuando la belleza, el colorido y el movimiento de la naturaleza, junto con sus sensaciones al contemplarla.

A. de Humboldt es un científico romántico, en el que no aparecen disociados, en ningún momento, estos dos aspectos; más bien, funde en su persona la síntesis de Ciencia y Romanticismo. No obstante, conviene observar que su conexión con el Romanticismo no implica una adhesión al idealismo filosófico, de gran prestigio intelectual en la Alemania de su tiempo.

Humboldt es una persona que se reconoce de su época. Es consciente de que "el ensanche de horizontes es obra de la observación, de la meditación y del espíritu del tiempo en el cual se concentran las direcciones todas del pensamiento"(Cosmos, tomo I, pág. 2). Pero sabe rechazar todo aquello que pueda enturbiar la fluidez del pensamiento científico; de esta manera afirma: "Extraño a las profundidades de la filosofía puramente especulativa, mi ensayo sobre el Cosmos es la contemplación del universo, fundado en un empirismo razonado; es decir, sobre el conjunto de los hechos registrados por la ciencia y sometidos a las operaciones del entendimiento que compara y combina" (Cosmos, tomo I, pág. 29). Sus ataques más frecuentes a la filosofía de la naturaleza —afirma Kellner— se dirigen a Hegel, aunque en ningún momento especificó el nombre concreto del filósofo. Estos ataques se justificaban por el hecho de que la experimentación era considerada por Hegel y Schelling como un acto de violencia e interferencia con la naturaleza, así como una destrucción del hombre frente a los valores naturales (14). La crítica que realiza Humboldt a Hegel y Schelling tiene su respuesta por parte de Schiller, que aludía al autor del Cosmos como "...esa mentalidad analítica y tajante que impúdicamente pretende mensurar la naturaleza, ese hombre carente de dulce melancolía y desprovisto de todo interés sentimental, quien impresiona a mucha gente porque sabe hacerse valer por sus charlatanerías imperiosas" (15). Bajo este ataque personal de Schiller se desvela de forma directa la reacción contra el pensamiento científico en general, encarnado en este caso en la figura de Humboldt, y que tan característico es de los filósofos del idealismo alemán.

De aquí que tengamos que diferenciar entre Romanticismo e Idealismo. El Romanticismo es un movimiento cultural en el que, según Nicolás Abbagnano, se distinguen dos interpretaciones del Principio infinito —que fue entendido como conciencia, actividad, libertad, capacidad de creación incesante—: en primer lugar, los que consideran al infinito como sentimiento, o sea, como actividad libre, carente de determinaciones o más allá de toda determinación y que se revela en el hombre precisamente en aquellas actividades que se hallan en más estrecha conexión con el sentimiento, esto es, en la religión y en el arte. La segunda interpretación entendía al infinito como razón absoluta que se mueve con necesidad rigurosa de una a otra determinación de modo que cada determinación puede deducirse de la otra necesariamente y a priori. Esta última fue la que predominó en el Idealismo romántico (16).

Humboldt se hace partícipe del Romanticismo como sentimiento, pero en ningún momento del Romanticismo como razón absoluta que gira alrededor de determinaciones deducibles a priori anulando cualquier hecho empírico. En el Cosmos deja bien claro que "todo cuanto se relacione con los individuales accidentes, con la esencia variable de la realidad; trátese de la forma de los seres y de la agrupación de los cuerpos o de la lucha del hombre contra los elementos, y de los pueblos contra los pueblos, no puede ser deducido de sólo las ideas" (Cosmos, tomo I, pág. 30). Esto ya nos indica la necesidad de la experiencia como vehículo del conocimiento; de hecho, la recogida de datos por medio de la observación y el análisis de éstos por medio de la razón, es decir, lo que él llama el "empirismo razonado", será la forma en que Humboldt desarrolle toda su labor científica e investigadora (Cosmos, tomo I, pág, 3). Bajo esta forma de ver la realidad se esconde la reacción contra el misticismo de unos razonamientos abstractos que buscan la legitimidad únicamente en el esfuerzo del ejercicio intelectual, como única vía del conocimiento y del saber y como única forma de obtener su realidad y su verdad.

El Cosmos es una obra que va dirigida a la descripción de la naturaleza del mundo físico. La visión que tiene Humboldt de la naturaleza es la de un organismo vivo, en constante movimiento y en una interacción continua de fuerzas. Humboldt hace suya la definición de naturaleza acuñada por un célebre fisiólogo (17): la naturaleza es "lo que crece y se desarrolla perpetuamente, lo que sólo vive por un cambio continuo de formas y de movimiento interior" (Cosmos, Tomo I, pág, 19).

En repetidas ocasiones se reafirmó en este planteamiento, señalando que el científico se debe encargar, fundamentalmente, del estudio de las relaciones de las fuerzas que dan sentido al desarrollo de la naturaleza. Así, en una carta enviada desde Madrid a su amigo Friedländer anunciándole su viaje a América, le comentaba que la verdadera y única finalidad del viaje era investigar "la interacción conjunta de todas las fuerzas de la naturaleza, la influencia de la naturaleza muerta sobre la creación animal y vegetal" (18). Aquí ponía en claro el motivo científico sobre el que edificó todas sus investigaciones, defendiendo la idea que a lo largo de toda su obra continuamente recomendaba.

La razón se convirtió en Humboldt en la herramienta básica para llegar al conocimiento de la naturaleza por medio de la selección de las pruebas recogidas. Lejos de considerarla en sentido fichteano "como una pura nada", Humboldt veía que "la naturaleza considerada por medio de la razón, es decir, sometida en su conjunto al trabajo del pensamiento, es la unidad en la diversidad de los fenómenos, la armonía entre las cosas creadas, que difieren por su forma, o por su propia constitución, por las fuerzas que las animan" (Cosmos, Tomo I, pág. 3).La naturaleza, en definitiva, es una realidad física que "se halla en constante estado de gestación y cambio" (19).

Humboldt observaba que en la naturaleza se produce un movimiento cíclico renovado periódicamente o a intervalos desiguales procediéndose continuamente a una renovación de las formas (Cosmos, Tomo I, pág. 30) y de los seres orgánicos (Cosmos, Tomo I, pág, 54). De esta manera, la naturaleza se configura como un todo formando un sistema de relaciones, conexiones y fuerzas, en virtud de las cuales se producen las formas y la evolución que la es propia. Esta visión "cataclismática" de la naturaleza se encontraba lejos de las teorías de Lamarck y Darwin.

La idea que sobre la naturaleza tenía Humboldt muestra la escasa influencia ejercida en este sentido por Goethe. En realidad lo que les unía en el ámbito de las ideas, era el pensamiento sobre las formas de la naturaleza. Humboldt recibió de la morfología de Goethe "el concepto de tipo dinámico como principio metódico que permitía describir tipos en su totalidad" (20). Pero Humboldt y Goethe mantienen posiciones distintas en la visión de la naturaleza, ya que frente al idealismo de Goethe se encuentra el materialismo de Humboldt. Mientras este realizaba sus observaciones y mediciones con instrumentos de medida lo más perfeccionados posible, Goethe consideraba que el ojo humano era suficiente para abarcar la totalidad de los fenómenos. De aquí que mientras Goethe se interesa exclusivamente por las formas, Humboldt profundiza en su contenido material, siguiendo, por consiguiente, con la línea del pensamiento correspondiente al materialismo francés del siglo XVIII. Además, Minguet señala que el autor del Cosmos comparte con los enciclopedistas "la misma concepción unitaria del universo, la creencia en el origen común del hombre, implicando una igualdad biológica de principio, la misma confianza en la razón y en la inteligencia como medio de progreso y de evolución de las sociedades políticas, en fin las mismas prevenciones cara el hecho religioso considerado con bastante escepticismo y a veces con hostilidad" (21). Así, queda reflejado su total divorcio con el idealismo alemán y su visión dinámica de la naturaleza, conocida no a priori, sino a través del análisis y del estudio material de los hechos empíricos, viendo en la materia la esencia y la razón de las sensaciones.

Ciencia y método en Humboldt

El espíritu científico de Humboldt ya se fraguó desde sus primeros años de estudiante. Hasta su ingreso en la universidad la educación que recibió fue idéntica a la de su hermano Guillermo. En el Gimnasio, propedéutico a la universidad en la sociedad prusiana (22), se materializaron sus primeros contactos con algunas de las disciplinas que le inclinaron "a despertar la imagen de un viajero investigador"; las clases de economía política, economía mundial y geografía política, impartidas por el profesor Christian Wilhelm Dohm, fueron esenciales para este despertar (23). Al mismo tiempo, una parte importante de la educación de Humboldt transcurre al margen de las aulas académicas, desarrollándose en los salones culturales berlineses, en donde se producían discusiones de los más diversos temas relacionados con las artes, las letras y las ciencias, en las que participaban científicos de renombre con los que asiduamente conectaba el joven Humboldt. En estos salones pudo introducirse en el conocimiento de la Filosofía de la Naturaleza (24) que después rechazaría de forma tan radical. De esta manera, antes de acceder a la universidad, en Humboldt ya se habían producido los estímulos que le encaminaron hacia su futuro intelectual.

En la universidad (25) se dedicó a estudiar ciencias comerciales y administración de minas. Posteriormente ingresó en la Academia de Comercio de Busch en Hamburgo (1790), y al año siguiente pasó a la Escuela de Minas de Freiberg, en donde teniendo como maestro a Werner, se puso en contacto directo con la investigación mineralógica y geológica. Finalizados los estudios, ingresó en la administración pública prusiana (1792) alcanzando la categoría de Primer Consejero de Minas, cargo máximo después del ministro competente. Pero en 1796, después de cinco años de trabajo en la administración prusiana, deja el puesto para dedicarse por entero a sus viajes e investigaciones, en definitiva, a la ciencia.

La ciencia fue la principal vocación de Humboldt. La influencia familiar, y más concretamente de su padre, fue determinante en su orientación científica. Mientras el padre vivió procuró educar a sus hijos bajo el signo del racionalismo francés, que posteriormente, y junto con el empirismo, marcó a Alejandro de Humboldt en su faceta de investigador. De aquí que Minguet haya señalado que "empirismo y razón, los dos hilos conductores del pensamiento de Humboldt, no se resienten como dos entidades contradictorias o irreconciliables. Ellas coexisten en él con la misma facilidad que razón y sentimiento (26).

La labor científica que desplegó le obligó, previamente, a obtener una formación cultural vastísima en el terreno de las ciencias naturales. Durante largos años de su vida se dedicó al estudio de la botánica, la geología, la química, la astronomía y el magnetismo terrestre, que con tanto impulso se estaban desarrollando en Alemania; de esta manera obtenía las herramientas necesarias para adquirir el mayor fruto posible de sus viajes.

Todas las tareas científicas que realiza van encaminadas al descubrimiento de las leyes que regulan el continuo desarrollo de la naturaleza, y una vez descubiertas generalizarlas progresivamente. Todo análisis que se aparte de este planteamiento pertenece al terreno de la pura especulación y, por consiguiente, se aleja del mundo material y de las propiedades de la materia. Este principio fundamental en la ciencia de Humboldt pone al descubierto su método inductivo de trabajo, destacando que la garantía de la verdad en torno a la naturaleza no tiene carácter deductivo, sino que es una conclusión que va de la parte al todo para no impedir el desarrollo de la ciencia. En este sentido, afirmaba Humboldt en otra de sus obras: "Sería perjudicar el adelanto de las ciencias querer elevarse a ideas generales descuidando el conocimiento de los hechos particulares (27).

Humboldt veía en este método de razonamiento el camino hacia la contemplación mediato de aquellos elementos que habían sido suministrados por un procedimiento empirista, con una validez total porque se alejaba de la especulación y la abstracción del pensamiento. Esta forma de análisis inductivo que se venía realizando en la Ilustración y que Newton, siguiendo la línea abierta por F. Bacon, tan fuertemente utilizó en sus trabajos, en oposición al deductivismo cartesiano, se proyectó más tarde en el positivismo, siendo el pilar sobre el que se fundamentó toda la ciencia del siglo XIX.

Pero Humboldt consideraba que la empresa que tenía comprometida con la naturaleza, fundada en la observación del mundo exterior, jamás se podría completar, ya que "la esencia de las cosas y de la imperfección de nuestros órganos se oponen a ello". Esta afirmación de tipo racionalista le llevó a ser tajante a la hora de afirmar que "ninguna generación podrá lisonjearse de haber abrazado la totalidad de los fenómenos" (Cosmos, tomo I, pág. 56). La idea del conocimiento limitado, de que nada auténticamente básico y fundamental puede ser totalmente conocido por él ser humano, estaba impresa en las formulaciones filosófico-científicas de la Ilustración; por consiguiente, la renuncia de Humboldt a la esperanza de conocer la naturaleza en toda su dimensión, estaba en el ambiente cultural de la época. Pero ésto no evitaba a ningún ilustrado, y por consiguiente, a Humboldt, la idea de penetrar empíricamente en el interior de la naturaleza y tratar de averiguar sus leyes y la ordenación correspondiente a cada una de ellas, afirmando Humboldt que cuanto más profundo fuese el estudio más elevados serían los goces del científico.

La visión que sobre el científico tiene Humboldt, no sólo es la de la persona capaz de descubrir leyes y aplicarlas; es además la del relacionador de hechos y el comparador con voluntad de geómetra; el investigador es, en definitiva, el continuo biógrafo de la naturaleza y, entre otros aspectos, el encargado de "registrar el momento en que se producen grandes catástrofes, (de) registrar sus causas y mutuas relaciones y (de) establecer puntos fijos en el rápido curso del tiempo, en las transformaciones que se suceden en el proceso ininterrumpido, para poderlas comparar con catástrofes pretéritas (28). De esta forma vemos que Humboldt no sólo es el científico que establece leyes de forma inductiva, sino que además utiliza para sus investigaciones el método comparativo. Así, se complementan ambos métodos (inductivo y comparativo), estableciendo leyes y relaciones de forma conjunta o individual en el estudio de la naturaleza y del cosmos en general.

Cosmos y Geografía

Alejandro de Humboldt tituló Cosmos a su obra para que así la llamasen sus lectores y los estudiosos, y de esta manera no la considerasen simplemente como la descripción geofísica de Humboldt (29). Al escribir el Cosmos se situó en la perspectiva que señaló en el subtítulo de la obra, es decir, en la de realizar un ensayo de la física del mundo; con un concepto de mundo que a veces no sólo se limita a la tierra, sino que también abarca la infinitud del espacio cósmico, y tomando como referencia el conocimiento científico que sobre la tierra y el universo se tenía en la época.

La idea que tiene Humboldt de "física del mundo", es la de una "ciencia que aspira a hacer conocer la acción simultánea y el vasto encadenamiento de las fuerzas que animan al universo" (Cosmos, tomo I, pág. 37). La cualidad básica de esta ciencia es la relación de los hechos con el Todo; "cuanto más elevado es este punto de vista tanto más reclama la exposición de nuestra ciencia un método que le sea propio" (Cosmos, tomo I, pág. 38). De esta manera, Humboldt ve a la física del mundo como una ciencia independiente, con validez en sí misma y que reclama un método particular y propio. Dicha ciencia está compuesta por "una geografía física reunida a la descripción de los espacios celestes y de los cuerpos que llenan esos espacios" (Cosmos, tomo I, pág. 29). Esto significa que en el Cosmos aparecen dos líneas: una cosmológica y otra geográfica (30).

El concepto de cosmos que tenía Humboldt era el de "orden en el universo y magnificencia en el orden". Esto implicaba que su obra, si quería ser digna de tal expresión, debía "abrazar y describir el gran Todo y coordinar los fenómenos, penetrar en el mecanismo y juego de las fuerzas que lo producen y pintar, en fin, con animado estilo una imagen viviente de la realidad" (Cosmos, tomo I, pág. 80).

La declaración que hace Humboldt desvela la pretensión de una obra que intenta abarcar la totalidad del universo infinito, analizado desde un punto de vista "físico" y bajo el prisma de un conocimiento limitado por la imposibilidad de descubrir todas las fuerzas que obran en él. Por otro lado, nos aclara la idea que tiene de cosmos. Esta idea nos da a entender que el cosmos es un todo regulado por el mecanismo de un juego de fuerzas encargadas de producir el orden necesario en el universo.

Humboldt observa que el hombre se sentía tan identificado con la naturaleza terrestre que cuando miraba al espacio realizaba todas sus valoraciones en función de ella, considerando a la tierra como el punto central del universo. Pero este punto de vista había que rechazarlo y así renunciar a un geocentrismo comparativo, estéril ante la realidad del universo observado bajo la óptica científica. De esta manera —afirmaba—, nuestro planeta como punto de referencia básico "no tiene importancia en la generalidad, sino exclusivamente en relación al hombre. La tierra en tal caso no debe aparecer primero, sino como un pormenor subordinado al conjunto del que forma parte" (Cosmos, tomo I, pág. 82).

El nivel científico que en materia astronómica había alcanzado la época permitía junto con la observación de los planetas la medición de sus volúmenes, el cálculo de sus masas y la valoración de las densidades con una gran precisión; no obstante, "sus propiedades físicas nos son completamente desconocidas. Sólo en la tierra merced al contacto inmediato, estamos en relación con los elementos constitutivos de la naturaleza orgánica e inorgánica" (Cosmos. tomo I, pág. 167). La combinación de estos dos elementos son los que proporcionan la finalidad a la investigación de la naturaleza terrestre en general. A partir de ellos se inician las investigaciones geográficas del autor del Cosmos.

Como ya se ha señalado anteriormente, Alejandro de Humboldt entendía por geografía una parte de la ciencia que estudia la física del mundo. Consideraba que la geografía física, o la "descripción física del globo", "ofrece el cuadro de lo que coexiste en el espacio, de la acción simultánea de las fuerzas naturales y de los fenómenos que estas producen" (Cosmos, Tomo I, pág. 54).

En todo lo expuesto hasta ahora se desprende que la geografía estudia la distribución de la naturaleza desde el punto de vista de las interrelaciones; estudia lo orgánico y lo inorgánico, encargándose de analizar y describir los hechos naturales de la superficie de la tierra, y pretende descubrir las leyes que regulan tanto a las distribuciones como a los fenómenos.

Humboldt todavía se hallaba lejos de pensar en términos deterministas. Era consciente de que la influencia del medio físico había determinado en el pasado la aparición de grandes corrientes migratorias humanas, pero las diferencias en el desarrollo cultural y material de la humanidad no tienen nada que ver con el contorno físico en el que se circunscriben. Precisamente, señalaba Humboldt, en la zona tropical, donde el globo aporta más estímulos para el avance del conocimiento, se desarrolló el grupo humano más atrasado del planeta, mientras que en latitudes boreales, "a pesar de todas las dificultades que oponían al descubrimiento de las leyes de la naturaleza, la excesiva complicación de los fenómenos y las perpetuas variaciones locales en los movimientos de la atmósfera y en la distribución de las formas orgánicas", se reveló a un pequeño número de pueblos "un conocimiento íntimo y racional de las fuerzas que obran en el mundo físico" (Cosmos, tomo I, pág. 12-13). Esto significa que el desarrollo cultural de los pueblos no obedece a las mejores condiciones objetivas del medio, sino que va ligado a otro tipo de condiciones que Humboldt no especifica.

Los estudios que en materia geográfica realizó Alejandro de Humboldt han sido considerados tradicionalmente como la primera manifestación de la geografía moderna (31). Su capacidad científica le situó en un lugar de honor dentro de la historia de la geografía, representando una de las máximas figuras en la esfera del estudio de las ciencias de la tierra, en particular, y del universo, en general.

Plan de la obra

Las conferencias que dió Humboldt en la Universidad de Berlín durante el curso 1827-28 fueron la base del Cosmos, que empezó a aparecer veinte años más tarde (32). El primer volumen del Cosmos apareció en el año 1845. El segundo volumen no apareció hasta dos años después, es decir, en 1847. Al cabo de cinco años de publicar el primer tomo apareció el tercero, o sea, en 1850. El cuarto tomo no apareció hasta ocho años después del tercero, en 1858. Por consiguiente, entre el primero y el cuarto volumen hay un desfase de trece años. Una vez fallecido Humboldt se publicó un quinto volumen con algunas notas que tenía recopiladas.

El primer tomo da una visión general de lo que va a ser la obra. Consta de tres partes (cielo, tierra y vida orgánica) que en los sucesivos volúmenes expondrá con más detalle. El segundo tomo tiene dos partes, una de carácter estético, en la que analiza la influencia del mundo exterior en la imaginación del hombre a través de la literatura descriptiva y la pintura, y otra de carácter histórico, en la que pasa revista al desarrollo histórico de la idea del universo. El tomo tercero está dedicado a la "uranología",' también lo divide en dos partes, en la primera hace una descripción general de las estrellas en el espacio celeste, en la segunda se refiere más concretamente al sistema solar. El tomo cuarto lo dedica a los fenómenos terrestres; este tomo, como los dos anteriores, lo divide en dos partes, en las que en buena medida se hallan elementos de tipo geológico y mineralógico, que junto con los estudios de los continentes y de las islas más importantes forman todo el volumen.

Hemos considerado oportuno reproducir el índice de los cuatro tomos para dar una idea precisa del contenido de la obra. La selección de textos efectuada intenta dar una visión de las ideas científicas y metodológicas que Alejandro de Humboldt reflejó en el Cosmos. La traducción utilizada para esta edición se efectuó en 1874-75, y corrió a cargo de Bernardo Giner y José de Fuentes (33). La ortografía original de dicha traducción se ha actualizado, aunque no obstante, se ha respetado el vocabulario y la construcción de las frases. Con el presente número de "Geo-Crítica" pretendemos también contribuir al conocimiento de esta edición española del Cosmos, realizada hace ahora un siglo y que constituyó en el momento de su aparición una importante aportación a los esfuerzos por la modernización científica de España.
 



ÍNDICE GENERAL DE EL «COSMOS»

TOMO I

Advertencia de los editores.

Prefacio de Alejandro de Humboldt. Apuntes biográficos de Humboldt.

Introducción. Consideraciones sobre los diferentes grados de goce que ofrecen el aspecto de la Naturaleza y el estudio de sus leyes. Límites y métodos de exposición de la descripción física del mundo.

Primera parte. El cielo. Cuadro de fenómenos celestes.

Segunda parte. La tierra. Cuadro de fenómenos terrestres.

Tercera parte. La vida orgánica. Cuadro general de la vida orgánica.

Notas.
 

TOMO II

PRIMERA PARTE

Reflejo del mundo exterior en la imaginación del hombre. Medios propios para difundir el estudio de la Naturaleza.

Capítulo primero. Literatura descriptiva. Del sentimiento de la Naturaleza según la diferencia de las razas y de los tiempos.

Capítulo segundo. Influencia de la pintura del paisaje en el estudio de la Naturaleza. Del arte del dibujo aplicado a la fisonomía de las plantas. Formas variadas de los vegetales en las diferentes latitudes.

Capítulo tercero. De las colecciones de vegetales en los jardines y en las estufas. Cultivo de plantas tropicales. Fisonomía característica de estas plantas. Efecto del contraste producido por la aproximación de las formas vegetales.

SEGUNDA PARTE

Ensayo histórico sobre el desarrollo progresivo de la idea del universo.

Capítulo primero. Cuenca del Mar Mediterráneo. El Mar Mediterráneo considerado como

punto de partida de las relaciones que han producido el sucesivo engrandecimiento de la idea del Cosmos. Lazo que liga este movimiento con la primitiva cultura de los helenos. Ensayos de navegación lejana hacia el Nordeste (expedición de los argonautas), hacia el Sur (viaje a Orfir) y hacia el Oeste (descubrimiento de Coloeo de Samos).

Capítulo segundo. Expedición de Alejandro Magno al Asia. Nuevas relaciones entre las diversas partes del mundo. Fusión de Oriente y del Occidente. Mezcla de los pueblos desde el Nilo hasta el Eúfrates, el Laxarte y el Indo, bajo la influencia del principio helénico. Súbito engrandecimiento de la idea del Cosmos.

Capítulo tercero. Escuela de Alejandro. Engrandecimiento de la idea del mundo en el tiempo de los Tolomeos. Museo de Serapio. Carácter enciclopédico de la ciencia alejandrina. Grado más alto de generalidad en las nociones adquiridas sobre el espacio del cielo y de la tierra.

Capítulo cuarto. Período de dominación romana. Influencia de una vasta reunión de Estados en los progresos de la idea del mundo. El conocimiento de la tierra facilitado por las relaciones comerciales. Estrabón y Tolomeo. Principio de la óptica matemática y de la química. Ensayo de una descripción del mundo por Plinio. El cristianismo engendra y desarrolla el sentimiento de unidad de la raza humana.

Capítulo quinto. Período de dominación árabe. Invasión de los árabes. Cultura intelectual de esta parte de la raza semítica. Influencia de un elemento extraño en el desarrollo de la civilización europea. Carácter nacional de los árabes y propensión a familiarizarse con las fuerzas de la Naturaleza. Estudio de Química y de las sustancias medicinales. Progreso de la Geografía física en el interior de los continentes; de la astronomía y de las ciencias matemáticas.

Capítulo sexto. Desarrollo de la idea del Cosmos en los siglos XV y XVI. Época de los descubrimientos en el océano. Acontecimientos que los determinaron. Descubrimiento del hemisferio occidental. Colón, Sebastián Cabot y Gama. La América y el Océano Pacífico. Cabrillo, Sebastián Vizcaino, Mendaña y Quirós. Ricos materiales puestos a disposición de las naciones occidentales de Europa.

Capítulo séptimo. Influencia del progreso de las ciencias en el desarrollo de la idea del Cosmos durante los siglos XVII y XVIII. Grandes descubrimientos en los espacios celestes con el auxilio del telescopio. Época brillante de la astronomía y de las matemáticas desde Galileo y Kepler hasta Newton y Leibniz. Leyes del movimiento de los planetas y teoría de la gravitación universal. Física y Química.

Capítulo octavo. Resumen. Ojeada retrospectiva sobre la serie de los períodos recorridos. Influencia de los acontecimientos exteriores en el desarrollo de la idea del Cosmos. Diversidad y encadenamiento de los esfuerzos científicos en los tiempos modernos. La historia de las ciencias físicas se confunde paulatinamente con la historia del Cosmos.

Notas de la primera parte.
Notas de la segunda parte.
 

TOMO III

PRIMERA PARTE

Introducción

Parte uranológica de la descripción física de! mundo (generalidades).

Capítulo primero. Espacios celestes. Hipótesis acerca de la materia que parece llenar dichos espacios.

Capítulo segundo. Visión natural y telescópica; centelleo de las estrellas; velocidad de la luz; resultado de las medidas fotométricas. Serie fotométrica de las estrellas.

Capítulo tercero. Número, distribución y colores de las estrellas; grupos estelares; vía láctea sembrada de raras nebulosas.

Capítulo cuarto. Estrellas nuevas; estrellas cambiantes de períodos comprobados; astros cuyos brillos experimentan variaciones, pero cuya periodicidad aún no ha sido reconocida.

Capítulo quinto. Movimientos propios de las estrellas; existencia problemática de astros oscuros; paralajes entre distancias de algunas estrellas; dudas sobre la existencia de un cuerpo central en el universo estelar.

Capítulo sexto. Estrellas dobles y múltiples, su número y sus distancias mutuas; duración de la revolución de dos soles alrededor de su centro de gravedad.

Capítulo séptimo. Las nebulosas. Nebulosas reductibles e irreductibles. Nubes de Magallanes, manchas negras o sacos de carbón.

SEGUNDA PARTE

Sistema solar, los planetas y sus satélites, los cometas, la luz zodiacal y los asteroides meteóricos.

Capítulo primero. El sol considerado como cuerpo central.

Capítulo segundo. Los planetas. Nociones particulares sobre los planetas y los satélites.

Capítulo tercero. Los cometas.

Capítulo cuarto. Luz zodiacal.

Capítulo quinto. Estrellas errantes. Bólidos y piedras meteóricas.

Conclusión de la parte uranológica.

Notas de la primera parte.

Observaciones complementarias para la primera parte.

Notas de la segunda parte.

Observaciones complementarias de la segunda parte.
 

TOMO IV

Introducción del autor a este tomo.

Resultados particulares de la observación en el dominio de los fenómenos terrestres.

PRIMERA PARTE

Magnitud y forma de la tierra.
Ojeada general.
Magnitud, figura y densidad de la tierra.

Calor interno de la tierra y distribución de este calor.
Actividad magnética del cuerpo terrestre.
Intensidad.
Inclinación.
Declinación.
Luz polar.

SEGUNDA PARTE

Reacción del interior de la tierra sobre su superficie. Exposición general.

Temblores de tierra. Fuentes termales.

Fuentes de vapor y de gas. Salsas. Volcanes de Lodo. fuegos de nafta.

Volcanes considerados según su forma y los diferentes grados de su actividad.

Europa.

Islas del Océano Atlántico.

África.

Asia.

Islas del Asia Oriental.

Islas del Asia Meridional.

Islas del Océano Indico.

Mar del Sur.

Continente americano.

Número de los volcanes repartidos en la superficie del globo.

De qué manera y en qué medida obran las exhalaciones gaseosas en la composición química del aire.

De las diferentes especies de rocas a través de las cuales obran los volcanes.

Mica.

Feldespato vítreo.

Anfíbol y augita.

Leucita.

Oliviana.

Obsidiana.

Notas.

Observaciones complementarias.

Resumen analítico de los cuatro tomos del Cosmos.
 
 

SELECCIÓN DE TEXTOS

Consideraciones sobre los diferentes grados de goce que ofrecen el aspecto de la naturaleza y el estudio de sus leyes (34)

Dos temores distintos experimento al procurar desenvolver, tras una larga ausencia de mi patria, el conjunto de los fenómenos físicos del globo y la acción simultánea de las fuerzas que animan los espacios celestes. De una parte, la materia que trato es tan vasta y variada, que temo abordar el asunto de una manera enciclopédica y superficial; de otra, es deber mío no cansar la imaginación con aforismos que únicamente ofrecerían generalidades bajo formas áridas y dogmáticas. La aridez nace frecuentemente de la concisión, mientras que el intento de abrazar a la vez excesiva multiplicidad de objetos produce falta de claridad y de precisión en el encadenamiento de las ideas. La naturaleza es el reino de la libertad, y para pintar vivamente las concepciones y los goces que su contemplación profunda espontáneamente engendra, sería preciso dar al pensamiento una expresión también libre y noble en armonía con la grandeza y majestad de la creación.

Si se considera el estudio de los fenómenos físicos, no en sus relaciones con las necesidades materiales de la vida, sino en su influencia general sobre los progresos intelectuales de la humanidad, es el más elevado e importante resultado de esta investigación el conocimiento de la conexión que existe entre las fuerzas de la naturaleza, y el sentimiento íntimo de su mutua dependencia. La intuición de estas relaciones es la que engrandece los puntos de vista, y ennoblece nuestros goces. Este ensanche de horizontes es obra de la observación, de la mediación y espíritu del tiempo en el cual se concentran las direcciones todas del pensamiento. La historia revela a todo el que sabe remontarse a través de las capas de los siglos anteriores, hasta las raíces profundas de nuestros conocimientos, cómo desde miles de años, el género humano ha trabajado por conocer en las mutaciones incesantemente renovadas, la invariabilidad de las leyes naturales, y en conquistar progresivamente una gran parte del mundo físico por la fuerza de la inteligencia. Interrogar los anales de la historia es seguir esta senda misteriosa sobre la cual la imagen del Cosmos, revelada primitivamente al sentido interior como un vago presentimiento de la armonía y del orden en el Universo, se ofrece hoy al espíritu como el fruto de largas y serias observaciones.

A las dos épocas de la contemplación del mundo exterior, al primer destello de la reflexión y a la época de una civilización avanzada, corresponden dos géneros de goces. El uno, propio de la sencillez primitiva de las antiguas edades, nace de la adivinación del orden anunciado por la pacífica sucesión de los cuerpos celestes y el desarrollo progresivo de la organización; el otro, resulta del exacto conocimiento de los fenómenos. Desde el momento en que el hombre, al interrogar la naturaleza, no se limita a la observación, sino que da vida a fenómenos bajo determinadas condiciones; desde que recoge y registra los hechos para extender la investigación más allá de la corta duración de su existencia, la Filosofía de la Naturaleza se despoja de las formas vagas y poéticas que desde su origen la han pertenecido; adopta un carácter más severo; compulsa el valor de las observaciones, no adivina ya; combina y razona. Entonces las afirmaciones dogmáticas de los siglos anteriores, se conservan solo en las creencias del pueblo y de las clases que se aproximan a él por su falta de ilustración; y se perpetúan sobre todo en algunas doctrinas que se cubren bajo místico velo, para ocultar su debilidad. Las lenguas recargadas de expresiones figuradas, llevan largo tiempo los rasgos de estas primeras intuiciones. Un pequeño número de símbolos, producto de una feliz inspiración de los tiempos primitivos, toma poco a poco formas menos vagas, y, mejor interpretados, se conservan hasta en el lenguaje científico.

La naturaleza, considerada por medio de la razón, es decir, sometida en su conjunto al trabajo del pensamiento, es la unidad en la diversidad de los fenómenos, la armonía entre las cosas creadas, que difieren por su forma, por su propia constitución, por las fuerzas que las animan; es el Todo, animado por un soplo de vida. El resultado más importante de un estudio racional de la naturaleza es recoger la unidad y la armonía en esta inmensa acumulación de cosas y de fuerzas; abrazar, con el mismo ardor, lo que es consecuencia de los descubrimientos de los siglos pasados con lo que se debe a las investigaciones de los tiempos en que vivimos, y analizar el detalle de los fenómenos sin sucumbir bajo su masa. Penetrando en los misterios de la naturaleza, descubriendo sus secretos, y dominando por el trabajo del pensamiento los materiales recogidos por medio de la observación, es como el hombre puede mejor mostrarse más digno de su alto destino.

Si reflexionamos desde luego acerca de los diferentes grados de goce a que da vida la contemplación de la naturaleza, encontramos que en el primero lugar debe colocarse una impresión enteramente independiente del conocimiento íntimo de los fenómenos físicos; independiente también del carácter individual del paisaje, y de la fisonomía de la región que nos rodea. Donde quiera que en una llanura monótona, sin más límites que el horizonte, plantas de una misma especie, brezos, cistos o gramíneas, cubre el suelo, en los sitios en que las olas del mar bañan la ribera y hacen reconocer sus pasos por verdosas estrías de ovas y alga flotante, el sentimiento de la naturaleza, grande y libre, arroba nuestra alma y nos revela cómo por una misteriosa inspiración que las fuerzas del Universo están sometidas a leyes. El simple contacto del hombre con la naturaleza, esta influencia del gran ambiente, o del aire libre, como dicen otras lenguas con más bella expresión, ejercen un poder tranquilo, endulzan el dolor y calman las pasiones, cuando el alma se siente íntimamente agitada. Estos beneficios los recibe el hombre por todas partes, cualquiera que sea la zona que habite; cualquiera que sea el grado de cultura intelectual a que se haya elevado. Cuanto de grave y de solemne se encuentra en las impresiones que señalamos, débenlo al presentimiento del orden y de las leyes, que nace espontáneamente al simple contacto de la naturaleza; así como al contraste que ofrecen los estrechos límites de nuestro ser con la imagen de lo infinito revelada por doquiera, en la estrellada bóveda del cielo, en el llano que se extiende más allá de nuestra vista, en el brumoso horizonte del Océano.

Otro goce es el producido por el carácter individual del paisaje, la configuración de la superficie del globo en una región determinada. Las impresiones de este género son más vivas, mejor definidas, más conformes a ciertas situaciones del alma. Ya es la inmensidad de las masas, la lucha de los elementos desencadenados o la triste desnudez de las estepas, como en el norte del Asia, lo que excita nuestra emoción; ya, bajo la inspiración de sentimientos más dulces, cáusala el aspecto de los campos cubiertos de ricos frutos, la habitación del hombre al borde del torrente o la salvaje fecundidad del suelo vencido por el arado. Insistimos menos aquí sobre los grados de fuerza que distinguen estas emociones, que sobre la diferencia de sensaciones que excita el carácter del paisaje, y a las cuales da este mismo carácter su encanto y su duración [...].

Creo que la descripción del Universo y la historia civil se hallan colocadas en el mismo grado de empirismo; pero sometiendo los fenómenos físicos y los acontecimientos al trabajo pensador, y remontándose por el razonamiento a sus causas, se confirma más y más la antigua creencia de que las fuerzas inherentes a la materia, y las que rigen el mundo moral, ejercen su acción bajo el imperio de una necesidad primordial, y según movimientos que se renuevan periódicamente o a desiguales intervalos. Esta necesidad de las cosas, este encadenamiento oculto, pero permanente, esta renovación periódica en el desenvolvimiento progresivo de las formas, de los fenómenos y de los acontecimientos, constituyen la naturaleza, que obedece a un primer impulso dado. La física, como su mismo nombre indica, se limita a explicar los fenómenos del mundo material por las propiedades de la materia. El último objeto de las ciencias experimentales es pues, elevarse a la existencia de las leyes, y generalizarlas progresivamente. Todo lo que va más allá, no es de dominio de la física del mundo, y pertenece a un género de especulaciones más elevadas. Manuel Kant, uno de los pocos filósofos que no han sido acusados de impiedad hasta aquí, ha señalado los límites de las explicaciones físicas, con una rara sagacidad, en su célebre Ensayo sobre la teoría y la construcción de los Cielos, publicado en Koenigsberg en 1755.

El estudio de una ciencia que promete conducirnos a través de los vastos espacios de la creación, semeja a un viaje a país lejano. Antes de emprenderle, se miden por lo común, con desconfianza, las propias fuerzas y las del guía que se ha escogido. El temor que reconoce por causa la abundancia y la dificultad de las materias, disminuye, si se tiene presente, como hemos indicado más arriba, que con la riqueza de las observaciones ha aumentado también, en nuestros días, el conocimiento cada vez más íntimo de la conexión de los fenómenos. Lo que en el círculo más estrecho de nuestro horizonte ha parecido mucho tiempo inexplicable, ha sido generalmente adornado de una manera inopinada por investigaciones hechas en lejanas zonas. En el reino animal, como en el reino vegetal, formas orgánicas que han permanecido aisladas, han sido unidas por cadenas intermedias, formas o tipos de transición. Especies, géneros, familias enteras, propias de un continente, se presentan como reflejadas en formas análogas de animales y de plantas del continente opuesto, y así se completa la geografía de los seres. Son, por decirlo así, equivalentes que se suplen y se reemplazan en la gran serie de los organismos. La transición y el enlace se fundan sucesivamente, en una disminución o un desarrollo excesivo de ciertas partes, sobre soldaduras de órganos distintos, sobre la preponderancia que resulta de una falta de equilibrio en el balanceo de las fuerzas, sobre relaciones con formas intermedias, que lejos de ser permanentes, determinan solo ciertas fases de un desarrollo normal. Si de los cuerpos dotados de vida, pasamos al mundo inorgánico, encontraremos en él ejemplos que caracterizan en alto grado los progresos de la geología moderna. Reconoceremos, cómo después de las grandes miras de Elías de Beaumont, las cadenas de montañas que dividen los climas, las zonas vegetales y las razas de los pueblos, nos revelan su edad relativa, ya sea por la naturaleza de los bancos sedimentarios que han levantado, ya por las direcciones que siguen por largas grietas, sobre las cuales se ha hecho el rugamiento de la superficie del globo. Relaciones de yacimiento en las formaciones de traquito y de pórfiro sienítico, de diorita y de serpentina, que han permanecido dudosas en los terrenos auríferos de la Hungría, en el Ural, rico en platino, y en la pendiente sud-oeste del Altai siberiano, se encuentran definidos claramente por observaciones recogidas sobre las mesetas de Méjico y de Antioquía, y en los barrancos insalubres del Choco. Los materiales que la física general ha puesto en obra en los tiempos modernos, no han sido acumulados a la casualidad. Se ha reconocido por fin, y esta convicción da un carácter particular a las investigaciones de nuestra época, que las correrías lejanas, que no han servido durante largo tiempo más que para suministrar la materia de cuentos aventureros, no pueden ser instructivas sino en tanto que el viajero conozca el estado de la ciencia cuyo dominio deba extender, y en cuanto que sus ideas guíen a sus investigaciones y le inicien en el estudio de la naturaleza [...].

Un conocimiento más exacto del enlace de los fenómenos nos libra también de un error, muy esparcido aún; cual es el de que bajo el respecto del progreso de las sociedades humanas y de su prosperidad industrial, todas las ramas del conocimiento de la naturaleza no tienen el mismo valor intrínseco. Establécense arbitrariamente grados de importancia entre las ciencias matemáticas, el estudio de los cuerpos organizados, el conocimiento del electro-magnetismo y la investigación de las propiedades generales de la materia en sus diferentes estados de agregación molecular. Despréciase locamente lo que se designa bajo el nombre de investigaciones puramente teóricas. Olvídase, y esta indicación es sin embargo bien antigua, que la observación de un fenómeno enteramente aislado en apariencia, encierra frecuentemente el gérmen de un gran descubrimiento. Cuando Aloysio Galvani excitó por vez primera la fibra nerviosa por el contacto accidental de dos metales heterogéneos, sus contemporáneos estaban bien lejos de esperar que la acción de la pila de Volta nos haría ver, en los álcalis, metales de brillo de plata, nadando sobre el agua y eminentemente inflamables; que la misma pila llegaría a ser un instrumento poderoso de análisis químico, un termóscopo y un imán. Cuando Huygens observó por primera vez en 1678, un fenómeno de polarización, o sea la diferencia que existe entre los dos rayos en que se divide un haz de luz, al atravesar un cristal de doble refracción, no se previa que, siglo y medio después, el gran descubrimiento de la polarización cromático, de M. Aragó, llevaría a este astrónomo-físico a resolver, por medio de un pequeño fragmento de espato de Islandia, las importantes cuestiones de saber si la luz emana de un cuerpo sólido o de una envuelta gaseosa, y si la que los cometas nos envían es propia o reflejada.

Una estimación igual hacia todas las ramas de las ciencias matemáticas, físicas y naturales, es necesidad de una época en que la riqueza material de las naciones y su prosperidad creciente, están principalmente fundadas en un empleo más ingenioso y más racional de las producciones y de las fuerzas de la naturaleza. Basta arrojar una rápida mirada sobre el estado actual de la Europa para reconocer que, en medio de esta lucha desigual de los pueblos que rivalizan en la carrera de las artes industriales, el aislamiento y una lentitud perezosa, tienen indudablemente por efecto la disminución o el total aniquilamiento de la riqueza nacional. Sucede en la vida de los pueblos, como en la naturaleza, en la cual, según feliz expresión de Goethe, "el desarrollo y el movimiento no conocen punto de parada, lanzando su maldición a todo lo que suspende la vida". La propagación de graves estudios científicos contribuirá a alejar los peligros que aquí señalo. El hombre no tiene acción sobre la naturaleza ni puede apropiarse ninguna de sus fuerzas, sino en tanto que aprenda a medirlas con precisión, a conocer las leyes del mundo físico. El poder de las sociedades humanas, Bacon lo ha dicho, es la inteligencia; este poder se eleva y se hunde con ella. Pero el saber que resulta del libre trabajo del pensamiento no es únicamente uno de los goces del hombre, es también el antiguo e indestructible derecho de la humanidad; figura entre sus riquezas, y es frecuentemente la compensación de los bienes que la naturaleza ha repartido con parsimonia sobre la tierra. Los pueblos que no toman una parte bastante activa en el movimiento industrial, en la elección y preparación de las primeras materias, en las aplicaciones felices de la mecánica y de la química, en los que esta actividad no penetra todas las clases de la sociedad, deben infaliblemente caer de la prosperidad que hubieren adquirido. El empobrecimiento es tanto más rápido cuanto que Estados limítrofes rejuvenecen sus fuerzas por la dichosa influencia de las ciencias sobre las artes.

Del mismo modo que, en las elevadas esferas del pensamiento y del sentimiento, en la filosofía, la poesía y las bellas artes, es el primer fin de todo estudio un objeto interior, el de ensanchar y fecundizar la inteligencia, es también el término hacia el cual deben tender las ciencias directamente, el descubrimiento de las leyes, del principio de unidad que se revela en la vida universal de la naturaleza. Siguiendo la senda que acabamos de trazar, los estudios físicos no serán menos útiles a los progresos de la industria, que también es una noble conquista de la inteligencia del hombre sobre la materia. Por una feliz conexión de causas y de efectos, generalmente aún sin que el hombre lo haya previsto, lo verdadero, lo bello y lo bueno se encuentran unidos a lo útil. El mejoramiento de los cultivos entregados a manos libres y en las propiedades de una menor extensión; el estado floreciente de las artes mecánicas, libres de las trabas que les oponía el espíritu de corporación; el comercio engrandecido y vivificado por la multiplicidad de los medios de contacto entre los pueblos, tales son los resultados gloriosos de los progresos intelectuales y del perfeccionamiento de las instituciones políticas en las cuales este progreso se refleja. El cuadro de la historia moderna es, bajo este respecto, capaz de convencer a los más porfiados.

No temamos tampoco que la dirección que caracteriza a nuestro siglo, que la predilección tan señalada por el estudio de la naturaleza y el progreso de la industria, tengan por efecto necesario debilitar los nobles esfuerzos que se producen en el dominio dé la filosofía, de la historia, y del conocimiento de la antigüedad; que tiendan a privar las producciones de las artes, encanto de nuestra existencia, del soplo vivificador de la imaginación. Por todas partes donde, bajo la égida de instituciones libres y de una sabia legislación, pueden desarrollarse francamente todos los gérmenes de la civilización, no es de temer que una rivalidad pacífica perjudique a ninguna de las creaciones del espíritu. Cada uno de estos desarrollos ofrece frutos preciosos al Estado, los que dan alimento al hombre y fundan su riqueza física, y los que, más duraderos, transmiten la gloria de los pueblos a la posteridad más lejana. Los Espartacos, a pesar de su austeridad dórica, rogaban a los dioses "la concesión de las cosas bellas, con las buenas".

No desarrollaré más ampliamente estas consideraciones, tan frecuentemente expuestas, sobre la influencia que ejercen las ciencias matemáticas y físicas en todo lo que se relacione con las necesidades materiales de la sociedad. La carrera que debo recorrer es demasiado extensa para que me permita insistir aquí sobre la utilidad de las aplicaciones. Acostumbrado a lejanas correrías, quizás cometa el error de pintar la senda como más fácil y más agradable que lo es realmente, conocida costumbre de los que quieren guiar a los demás hasta los vértices de las altas montañas. Elogian la vista de que se disfruta, aún cuando quede oculta por las nubes una gran extensión de llanuras; saben que un velo vaporoso y semi-diáfano tiene un encanto misterioso, que la imagen de lo infinito une el mundo de los sentidos con el mundo de las ideas y de las emociones. Del mismo modo también, desde la altura que se eleva la física del mundo, no se presenta el horizonte igualmente claro y determinado en todas sus partes; pero lo que puede quedar vago y velado, no lo está únicamente por consecuencia del estado de imperfección de algunas ciencias; sino más aún por falta del guía que ha pretendido imprudentemente elevarse hasta esas alturas.

Por otra parte, la introducción del Cosmos no tenía por objeto hacer valer la importancia y grandeza de la física del mundo, que nadie pone en duda en nuestros días. He querido únicamente probar que, sin perjudicar a la solidez de los estudios especiales, pueden generalizarse las ideas, concentrándolas en un foco común, enseñar las fuerzas y los organismos de la naturaleza, como movidos y animados por un mismo impulso. "La naturaleza, dice Schelling en su poético discurso sobre las artes, no es una masa inerte; es para aquél que sabe penetrarse de su sublime grandeza, la fuerza creadora del Universo, agitándose sin cesar, primitiva, eterna, que engendra en su propio seno, todo lo que existe perece y renace sucesivamente".

Ensanchando los límites de la física del globo, reuniendo bajo un mismo punto de vista los fenómenos que presenta la tierra con los que abarcan los espacios celestes, llégase a la ciencia del Cosmos, es decir, que convierte la física del globo en una física del mundo. Una de estas denominaciones, está formada a imitación de la otra, pero la ciencia del Cosmos no es la agregación enciclopédica de los resultados más generales y más importantes que suministran los estudios especiales. Estos resultados no dan más que los materiales de un vasto edificio; su conjunto no podría constituir la física del mundo, ciencia que aspira a hacer conocer la acción simultánea y el vasto encadenamiento de las fuerzas que animan al Universo. La distribución de los tipos orgánicos según sus relaciones de latitud, de altura, y de climas, en otros términos, la Geografía de las plantas y de los animales, es diferente en todo de la botánica y de la zoología descriptivas, como lo es la geología de la mineralogía propiamente dicha. La física del mundo no puede por consiguiente, confundirse con las Enciclopedias de las ciencias naturales publicadas hasta aquí, y cuyo título es tan vago, cuanto mal trazados están sus límites. En la obra que nos ocupa, los hechos parciales, no serán considerados más que en sus relaciones con el todo. Cuanto más elevado es este punto de vista tanto más reclama la exposición de nuestra ciencia un método que lo sea propio, un lenguaje animado y pintoresco.

En efecto, el pensamiento y el lenguaje están entre sí en una íntima y antigua alianza. Cuando por la originalidad de su estructura y su riqueza nativa, la lengua llega a dar encanto y claridad a los cuadros de la naturaleza; y cuando por la flexibilidad de su organización se presta a pintar los objetos del mundo exterior, extiende al mismo tiempo como un soplo de vida sobre el pensamiento. Por este mutuo reflejo, la palabra es más que un signo o la forma del pensamiento. Su bienhechora influencia se manifiesta sobre todo en presencia del suelo natal, por la acción espontánea del pueblo, de la cual es viva expresión. Orgulloso de una patria que busca la concentración de su fuerza en la unidad intelectual, quiero recordar, volviendo sobre mí mismo, las ventajas que ofrece al escritor el empleo del idioma que le es propio, el único que puede manejar con alguna desenvoltura. ¡ Feliz él, si al exponer los grandes fenómenos del Universo, le es dado penetrar en las profundidades de una lengua que, desde hace siglos, ha influido poderosamente en los destinos humanos, por el libre vuelo del pensamiento, así como por las obras de la imaginación creadora!
 

Límites y métodos de exposición de la descripción física del mundo (35)

En las precedentes consideraciones he tratado de exponer, y aclarar por medio de algunos ejemplos, de qué modo los goces que ofrece el aspecto de la naturaleza, tan diversos en sus orígenes, se han acrecentado y ennoblecido por el conocimiento de la conexión de los fenómenos y de las leyes que los rigen. Réstame examinar el espíritu del método que debe presidir a la exposición de la descripción física del mundo;indicar los límites a que cuento circunscribir la ciencia, según las ideas que se me han presentado durante el curso de mis estudios y bajo los diferentes climas que he recorrido. ¡Séame lícito lisonjearme con la esperanza de que una discusión de este género justificará el título imprudentemente dado a mi obra, poniéndome a cubierto de toda censura sobre una presunción que sería doblemente reprensible en trabajos científicos! Antes de presentar el cuadro de los fenómenos parciales, y distribuirlos en grupos, trataré las cuestiones generales que, íntimamente unidas entre sí, interesan a nuestros conocimientos acerca del mundo exterior, en sí mismos y en las relaciones que estos conocimientos muestran, en todas las épocas de la historia, con las diferentes fases de cultura intelectual de los pueblos. Estas cuestiones tienen por objeto:

1.° Los precisos límites de la descripción física del mundo, como ciencia distinta.
2.° La rápida enumeración de la totalidad de los fenómenos naturales, bajo la forma de un cuadro general de la naturaleza.

3.° La influencia del mundo exterior sobre la imaginación y el sentimiento; influencia que ha dado en los tiempos modernos un poderoso impulso al estudio de las ciencias naturales, por la animada descripción de lejanas regiones, por la pintura de paisaje, siempre que caracterice la fisonomía de los vegetales, por las plantaciones o la disposición de las formas vegetales exóticas en grupos que entre sí contrasten.

4.° La historia de la contemplación de la naturaleza, o el desarrollo progresivo de la idea del Cosmos, según la exposición de los hechos históricos y geográficos que nos han llevado a descubrir el enlace de los fenómenos.

Cuanto más elevado es el punto de vista desde el cual la física del mundo considera los fenómenos, es tanto más necesario circunscribir la ciencia a sus verdaderos límites, separándola de todos los conocimientos análogos o auxiliares. La descripción física del mundo se funda en la contemplación de la universalidad de las cosas creadas; de cuanto coexiste en el espacio concerniente a sustancias y fuerzas; y de la simultaneidad de los seres materiales que constituyen el Universo. La ciencia que trato de definir tiene, por consiguiente, para el hombre, habitante de la tierra, dos partes distintas: la tierra propiamente dicha, y los espacios celestes. Con objeto de hacer ver el carácter propio e independiente de la descripción física del mundo, y para indicar al mismo tiempo la naturaleza de sus relaciones con la Física general,con la Historia natural descriptiva, la Geología y la Geografía comparada, voy a detenerme en primer lugar y preferentemente en la parte de la ciencia del Cosmos que concierne a la tierra. Así como la historia de la filosofía no consiste en la enumeración, en cierto modo material, de la opiniones filosóficas que son producto de las diferentes edades, de igual manera la descripción física del mundo no podría ser una simple asociación enciclopédica de las ciencias que acabamos de nombrar. La confusión entre conocimientos íntimamente relacionados, es tanto mayor, cuanto que desde hace ya siglos nos hemos acostumbrado a designar grupos de nociones empíricas por denominaciones ora excesivamente latas, ora muy limitadas, con relación a las ideas que debían expresar. Estas denominaciones ofrecen además la gran desventaja de tener un diferente sentido en las lenguas de la antigüedad clásica de las cuales fueron tomadas. Los nombres de fisiología, física, historia natural, geología y geografía, nacieron y comenzaron a usarse habitualmente mucho antes de que hubiera ideas claras de la diversidad de los objetos que estas ciencias debían abrazar, es decir, antes de su recíproca limitación. Es tal la influencia de una larga costumbre en las lenguas, que, en una de las naciones europeas más avanzadas en civilización, la palabra física se aplica a la medicina, en tanto que la química técnica, la geología y la astronomía, ciencias puramente experimentales, se cuentan entre los trabajos filosóficos de una Academia cuyo renombre es justamente universal.

Hase intentado con frecuencia, y casi siempre en vano, sustituir a las denominaciones antiguas, vagas indudablemente, pero en general comprendidas hoy, nuevos y más adecuados nombres. Estos cambios han sido propuestos sobre todo por los que se han ocupado en la clasificación general de los conocimientos humanos, desde la gran Enciclopedia (Margarita philosophica) de Gregorio Reisch, prior de la Cartuja de Friburgo, a fines del siglo XV, hasta el canciller Bacon, desde Bacon hasta D'Alembert, y en estos últimos tiempos, hasta el físico sagacísimo Andrés María Ampere. La elección de una nomenclatura griega, poco apropiada, ha podido ser quizás más perjudicial aún a esta última tentativa, que el abuso de las divisiones binarias y la excesiva multiplicidad de los grupos.

La descripción del mundo, considerado como objeto de los sentidos exteriores, necesita indudablemente del concurso de la física general, y de la historia natural descriptiva; pero la contemplación de las cosas creadas, enlazadas entre sí y formando un todo animado por fuerzas interiores, da a la ciencia que nos ocupa en esta obra un carácter particular. La física se detiene en las propiedades generales de los cuerpos; es el producto de la abstracción, la generalización de los fenómenos sensibles. Ya en la obra donde se consignaron las primeras bases de la física general, en los ocho libros físicos de Aristóteles, todos los fenómenos de la naturaleza se consideran como dependiendo de la acción primitiva y vital de una fuerza única, principio de todo movimiento en el Universo. La parte terrestre de la física del mundo, a la que conservaría de buen grado la antigua y perfectamente expresiva denominación de Geografía física, trata de la distribución del magnetismo en nuestro planeta, según las relaciones de intensidad y de dirección; pero no se ocupa de las leyes que ofrecen las atracciones o repulsiones de los polos, ni de los medios de producir corrientes electro-magnéticas, permanentes o pasajeras. La geografía física traza a más a grandes rasgos la configuración compacta o articulada de los Continentes, la extensión de su litoral comparado con su superficie, la división de las masas continentales en los dos hemisferios, división que ejerce una influencia poderosa sobre la diversidad de clima, y las modificaciones meteorológicas de la atmósfera; señala el carácter de las cadenas de montañas, que, levantadas en diferentes épocas, forman sistemas particulares, ya paralelos entre sí, ya divergentes y cruzados; examina la altura media de los Continentes sobre el nivel de los mares y la posición del centro de gravedad de su volumen, la relación entre el punto culminante de una cadena de montañas y la altura media de su cresta o su proximidad a un litoral cercano. Describe también las rocas de erupción como principios de movimiento, puesto que obran sobre las rocas sedimentarias que atraviesan, levantan e inclinan; contempla los volcanes ora se encuentren aislados, o colocados en series ya sencilla, ya doble, ora extiendan a diferentes distancias la esfera de su actividad, bien sea por las rocas que en estribos largos y estrechos producen, bien removiendo el suelo por círculos que aumentan o disminuyen de diámetro en la marcha de los siglos. La parte terrestre de la ciencia del Cosmos describe, por último, la lucha del elemento líquido con la tierra firme; expone cuanto tienen de común los grandes ríos en su curso superior o inferior, y en su bifurcación, cuando su cauce aún no está enteramente cerrado; presenta las corrientes de agua quebrando las más elevadas cadenas de montañas, o siguiendo durante largo tiempo un curso paralelo a ellas, ya en su pie, ya a grandes distancias, cuando el levantamiento de las capas de un sistema de montañas y la dirección del rugamiento, son conformes a la que siguen los bancos más o menos inclinados de la llanura. Los resultados generales de la Orografía y de la Hidrografía comparadas, pertenecen únicamente a la ciencia de la cual quiero determinar aquí los límites reales; pero la enumeración de las mayores alturas del globo, el cuadro de los volcanes, todavía en actividad, la división del suelo en depósitos de agua y la multitud de ríos que los surcan, todos estos detalles son del dominio de la geografía propiamente dicha. No consideramos aquí los fenómenos sino en su mutua dependencia, en las relaciones que presentan con las diferentes zonas de nuestro planeta, y su constitución física en general. Las especialidades de la materia bruta u organizada, clasificadas según la analogía de formas y dé composición, son indudablemente un estudio del mayor interés; pero están unidas a una esfera de ideas completamente distintas de las que constituyen el objeto de esta obra.

Las descripciones de países diversos ofrecen materiales muy importantes para la composición de una geografía física; sin embargo, la reunión de estas descripciones, aún ordenadas en series, no nos daría una imagen verdadera de la conformación general de la superficie poliédrica de nuestro planeta; como las floras de las diferentes regiones, colocadas las unas a continuación de las otras, tampoco formarían lo que designo bajo el nombre de Geografía de las plantas. Por la aplicación del pensamiento a las observaciones aisladas; por las miras del espíritu que compara y combina, llegamos a descubrir en la individualidad de las formas orgánicas, es decir, en la historia natural descriptiva de las plantas y de los animales, los caracteres comunes que puede presentar la distribución de los seres, según los climas; la inducción es la que nos revela las leyes numéricas según las cuales se regulan la proporción de las familias naturales con la suma total de las especies, y la latitud o posición geográfica de las zonas donde cada forma orgánica alcanza en las llanuras el máximun de su desarrollo. Estas consideraciones asignan, merced a la generalización de sus miras, un carácter más elevado a la descripción física del globo; y es efectivamente de esta repartición local de formas, del número y crecimiento más vigoroso de las que predominan en la masa total, de lo que dependen el aspecto del paisaje y la impresión que nos deja la fisonomía de la vegetación.

Los catálogos de los seres organizados, a que se daba otras veces el pomposo título de Sistemas de la Naturaleza, nos ponen de manifiesto un admirable enlace de analogías de estructura, ya en el desarrollo muy completo de esos seres, ya en las diferentes fases que recorren según una evolución en espiral, de un lado las hojas, las brácteas, el cáliz, la corola y los órganos fecundantes; de otro, con mayor o menor simetría, los tejidos celulares y fibrosos de los animales, sus partes articuladas o débilmente bosquejadas; pero todos estos pretendidos sistemas de la naturaleza, ingeniosos en sus clasificaciones, no nos hacen ver los seres distribuidos por grupos en el espacio, con respecto a las diferentes relaciones de latitud y altura a que están colocados sobre el nivel del Océano, y según las influencias climatológicas que experimentan en virtud de causas generales, y las más de las veces muy remotas. El objeto final de una geografía física, es sin embargo, como lo hemos enunciado más arriba, reconocer la unidad en la inmensa variedad de los fenómenos, descubrir, por el libre ejercicio del pensamiento y combinando las observaciones, la constancia de los fenómenos, en medio de sus variaciones aparentes. Si en la exposición de la parte terrestre del Cosmos, debe descenderse alguna vez a hechos muy especiales, es sólo para recordar la conexión que tienen las leyes de la distribución real de los seres en el espacio, con las leyes de la clasificación ideal por familias naturales, por analogía de organización interna y de evolución progresiva.

Resulta de estas discusiones sobre los límites de las ciencias, y en particular sobre la distinción necesaria entre la botánica descriptiva o morfología vegetal, y la geografía de las plantas, que, en la física del globo, la innumerable multitud de cuerpos organizados que embellecen la creación, es considerada más bien por zonas de habitación o de estaciones, por bandas isotérmicas de inflexiones diferentes, que por los principios de gradación en el desarrollo del organismo interior. Sin embargo, la botánica y la zoología, que componen la historia natural descriptiva de los cuerpos organizados, no dejan de ser manantiales fecundos que ofrecen materiales sin los cuales el estudio de las relaciones y del enlace de los fenómenos no tendría sólido fundamento.

Una observación importante hay que añadir para demostrar claramente este enlace. A primera vista, al abrazar de una ojeada la vegetación de un Continente en vastos espacios, vense las formas más desemejantes, como las gramíneas y las orquídeas, los árboles coníferos y las encinas, próximas unas a otras; y se ven por el contrario las familias naturales y los géneros, que lejos de formar asociaciones locales, están dispersos como al azar. Esta dispersión no obstante, es aparente. La descripción física del globo nos muestra que el conjunto de la vegetación presenta numéricamente en el desarrollo de sus formas y de sus tipos, relaciones constantes; que bajo iguales climas, las especies que faltan a un país están reemplazadas en el próximo por especies de una misma familia; y que esta ley de sustituciones que parece consistir en los misterios mismos del organismo originario, mantiene en las regiones limítrofes la relación numérica de las especies de talo cual gran familia, con la masa total de las fanerógamas que componen las dos floras. Así es como se revela, en la multiplicidad de las organizaciones distintas que las pueblan, un principio de unidad, un plan primitivo de distribución. Puede también reconocerse bajo cada zona diversificada, según las familias de plantas que produce, una acción lenta pero continua sobre el Océano aéreo, acción que depende de la influencia de la luz, primera condición de toda vitalidad orgánica en la superficie sólida y líquida de nuestro planeta. Diríase, valiéndonos de una bella frase de Lavoisier, que se renueva sin cesar a nuestra vista la antigua maravilla del mito de Prometeo.

Si aplicamos el método que tratamos de seguir en la exposición de la descripción física de la tierra, a la parte sideral de la ciencia del Cosmos, es decir, a la descripción de los espacios celestes y a los cuerpos que los pueblan, habremos simplificado en mucho nuestro trabajo. Si se quiere, siguiendo una antigua costumbre a la cual nos obligarán un día a renunciar miras más filosóficas, distinguir la física, es decir, las consideraciones generales sobre la esencia de la materia y las fuerzas que le imprimen el movimiento, de la química, que se ocupa de la heterogeneidad de las sustancias, de su composición elemental, y de atracciones que no están determinadas sólo por las relaciones de las masas, preciso es convenir en que la descripción de la tierra presenta acciones físicas y químicas a la vez. Al lado de la gravitación, que debe considerarse como la fuerza primitiva de la naturaleza, obran a nuestro alrededor, en el interior o en la superficie de nuestro planeta, atracciones de otro género. Son estas las que se ejercen entre las moléculas en contacto, o separadas a distancia infinitamente pequeñas; fuerzas de afinidad química que modificadas distintamente por la electricidad, el calórico, la condensación en los cuerpos porosos, o el contacto de una sustancia intermedia, animan igualmente el mundo inorgánico y los tejidos de los animales y de las plantas. Si exceptuamos los pequeños asteroides que se nos aparecen bajo las formas de aerolito, bólidos y estrellas errantes, los espacios celestes no ofrecen hasta ahora a nuestra observación directa, más que fenómenos físicos; aún no podemos juzgar con certeza, sino de los efectos que dependen de la cantidad de materia o de la distribución de las masas. Los fenómenos de los espacios celestes deben, por consiguiente, considerarse como sometidos a las simples leyes dinámicas del movimiento. Los efectos que podrían nacer de la diferencia específica, de la heterogeneidad de la materia, no han sido hasta aquí objeto de cálculo para la mecánica de los cielos.

El habitante de la tierra no se pone en relación con la materia que contienen los espacios celestes, ya esté diseminada, o reunida en granos esferoides, sino por dos caminos; por los fenómenos de luz (propagación de las ondas luminosas), o por la influencia que ejerce la gravitación universal (atracción de las masas). La existencia de acciones periódicas del sol y de la luna sobre el magnetismo terrestre son hasta hoy muy dudosas. Ninguna experiencia directa arroja luz sobre las propiedades o cualidades específicas de las masas que circulan por los espacios celestes, y sobre las de las materias que quizá los llenan por completo, a no ser, como acabamos de enunciar, respecto de los aerolitos o piedras meteóricas que se mezclan a las sustancias terrestres. Basta recordar aquí lo que puede deducirse de su dirección y de su enorme velocidad de proyección, velocidad esencialmente planetaria, a saber: que dichas masas, rodeadas de vapores y al llegar al estado de incandescencia, son pequeños cuerpos celestes atraídos por la acción de nuestro planeta fuera de su primitivo camino. El aspecto, tan familiar a nuestra vista, de estos asteroides, la analogía que ofrecen con los minerales que componen la corteza de nuestro globo, tienen sin duda algo de sorprendente; pero la única consecuencia que puede deducirse en mi juicio, es que en general los planetas y las otras masas que bajo la influencia de un cuerpo central se han aglomerado en anillos de vapores, y después en esferoides, son como partes integrantes de un mismo sistema y tienen un mismo origen, y pueden ofrecer también una asociación de sustancias químicamente idénticas. Hay más todavía: las experiencias del péndulo, y particularmente las hechas con tan rara precisión por Bessel, confirman el axioma newtoniano, de que los cuerpos más heterogéneos en su composición (el agua, el oro, el cuarzo, la caliza granulada y diferentes masas de aerolitos) experimentan por la atracción de la tierra, una aceleración enteramente semejante. Unense a las observaciones del péndulo pruebas obtenidas por observaciones puramente astronómicas. La casi identidad de la masa de Júpiter, deducida de la acción que ejerce este gran planeta sobre sus satélites, sobre el cometa de Encke de corto periodo, y sobre los pequeños planetas (Vesta, Juno, Ceres y Palas), da igualmente la certeza de que, en los límites de nuestras actuales observaciones, la atracción está determinada por la sola cantidad de la materia.

La carencia de percepciones sobre la heterogeneidad de la materia, que se obtiene de la observación directa y consideraciones teóricas, da a la mecánica de los cielos un alto grado de simplicidad. Sujeta la extensión inconmensurable de los espacios celestes a la sola ciencia del movimiento, la parte sideral del Cosmos bebe en las fuentes puras y fecundas de la astronomía matemática, como la parte terrestre en las de la física, química y morfología orgánica; pero el dominio de estas tres últimas ciencias abraza fenómenos de tal modo complicados, y hasta el día tan poco susceptibles de métodos rigurosos, que la física del globo no podría vanagloriarse aquí de la certeza, simplicidad en la exposición de los hechos y de su mutuo encadenamiento; que es lo que caracteriza la parte celeste del Cosmos. La diferencia que señalamos en este momento, quizás sirva de explicación al por qué, en los primeros tiempos de la cultura intelectual de los Griegos, la filosofía de la naturaleza de los Pitagóricos se dirigió con más ardor hacia los astros y los espacios celestes, que hacia la tierra y sus producciones; y cómo, merced a Philolao, y después por los deseos análogos de Aristarco de Samos, y de Seleuco de Erytrea, ha llegado a ser más provechosa al conocimiento del verdadero sistema del mundo, que haya podido serlo jamás para la física de la tierra, la filosofía de la naturaleza de la escuela jónica. Atendiendo poco a las propiedades y a las diferencias específicas de las materias que llenan los espacios, la gran escuela itálica en su gravedad dórica, miraba preferentemente cuanto se refiere a las medidas, a la configuración de los cuerpos, a las distancias de los planetas y a los números; en tanto que los físicos de Jonia se detenían en las cualidades de la materia, en sus transformaciones verdaderas o supuestas, y en sus relaciones de origen. Al poderoso genio de Aristóteles, tan profundamente especulativo y práctico a la vez, le estaba reservado el profundizar con igual éxito el mundo de las abstracciones y el mundo de las realidades materiales, que encierra fuentes inagotables de movimiento y de vida.

Muchos y de los más notables tratados de geografía física, ofrecen en sus introducciones una parte exclusivamente astronómica destinada a describir ante todo la tierra en su dependencia planetaria, y como formando parte del gran sistema que anima el cuerpo central del Sol. Esta marcha de ideas es diamentralmente opuesta a la que yo me propongo seguir. Para comprender bien la grandeza del mundo no debe subordinarse la parte sideral, llamada por Kant Historia natural del cielo, a la parte terrestre. En el Cosmos, según antigua expresión de Aristarco de Samos, que presentía el sistema de Copérnico, el Sol no es otra cosa, con sus satélites, sino una de las innumerables estrellas que llenan los espacios. La descripción de estos espacios, la física del mundo, ha de empezar por los cuerpos celestes, por el trazado gráfico del Universo, mejor dicho, por un verdadero mapa del mundo, tal como la mano atrevida de William Herschell intentó trazarlo. Si a pesar de la pequeñez de nuestro planeta, lo que le concierne exclusivamente ocupa en esta obra el lugar más importante, y se encuentra desarrollado con mayor precisión, depende ésto únicamente de la desproporción de nuestros conocimientos entre lo que es asequible a la observación y lo que de ella escapa. Esta subordinación de la parte celeste a la terrestre, se encuentra ya en la gran obra de Bernardo Varenio que apareció a mediados del siglo XVII. Fue el primero que distinguió la geografía general y la geografía especial, subdividiendo la primera en geografía absoluta, es decir, propiamente terrestre, y en geografía relativa o planetaria, según que se mire a la superficie de la tierra en sus diferentes zonas, o las relaciones de nuestro planeta con el sol y la luna. Es un justo título de gloria para Varenio, que su Geografía general y comparada pudiera fijar, como fijó, en alto grado la atención de Newton. Según el imperfecto estado de las ciencias auxiliares de que debía valerse, el resultado no podía corresponder a la magnitud de la empresa. Estaba reservado a nuestro tiempo, y a mi patria, ver trazar a Carlos Ritter el cuadro de la geografía comparada en toda su extensión, y en su íntima relación con la historia del hombre.

La enumeración de los más importantes resultados de las ciencias astronómicas y físicas, que, en el Cosmos, convergen hacia un foco común, legitima hasta cierto punto el título que he dado a mi obra. Quizás sea el título más temerario que la empresa misma, circunscrita a los límites que la he fijado. La introducción de nombres nuevos, sobre todo cuando se trata de las miras generales de una ciencia que debe estar al alcance de todos, ha sido hasta ahora muy contraria a mis costumbres; nada he añadido a la nomenclatura, sino allí donde en las especialidades de la botánica y de la zoología descriptivas, objetos reseñados por primera vez, han hecho indispensables nombres nuevos. Las denominaciones de Descripción física del mundo, o Física del mundo, de que me valgo indistintamente, están formadas sobre las de Descripción física de la tierra o Física del globo, es decir, Geografía física, desde largo tiempo tenidas en uso. Uno de los genios más poderosos, Descartes, dejó algunos fragmentos de la gran obra que pensaba publicar bajo el título de Mundo, y para la cual se había dedicado a estudios especiales, incluso el de la anatomía del hombre. La expresión poco común, pero precisa, de Ciencia del Cosmos, recuerda al espíritu del habitante de la tierra, la idea de que se trata aquí de un horizonte más vasto, de la reunión de cuanto llena el espacio, desde las más lejanas nebulosas hasta los ligeros tejidos de materia vegetal, repartidos según los climas, que tapizan y coloran diversamente las rocas.

Bajo la influencia de las limitadas aspiraciones propias de la infancia de los pueblos, las ideas de tierra y de mundo han sido confundidas desde el principio en el uso de todos los idiomas. Las vulgares expresiones: Viajes alrededor del mundo, mapa-mundi, nuevo mundo, son ejemplos de esta confusión. Las más exactas y más nobles de Sistema del mundo, mundo planetario, creación y edad del mundo, se refieren unas, a la totalidad de las materias que llenan los espacios celestes, otras, al origen del Universo entero.

Parece natural que en medio de la extremada variabilidad de los fenómenos que ofrecen la superficie del globo y el Océano aéreo que la envuelve, haya admirado al hombre el aspecto de la bóveda celeste, y los movimientos arreglados y uniformes del sol y de los planetas. También la palabra Cosmos indicaba primitivamente, en los tiempos homéricos, las ideas de adorno y orden a la vez; pasó más tarde al lenguaje científico, y se aplicó progresivamente a la armonía que se observa en los movimientos de los cuerpos celestes, al orden que reina en el Universo entero, al mundo mismo en el cual este orden ser refleja. Según la aserción de Philolao, cuyos fragmentos ha comentado M. Boeckh con rara sagacidad, y según el testimonio general de toda la antigüedad, fue Pitágoras el primero que se sirvió de la palabra Cosmos para designar el orden que reina en el Universo, y el Universo o el mundo mismo. De la escuela de la filosofía itálica, la expresión pasó en este sentido al idioma de los poetas de la naturaleza, Parménides y Empédocles, y de allí al uso de los prosistas. No discutiremos aquí cómo según estas ideas pitagóricas, distingue Philolao entre el Olimpo, Urano o el Cielo, y el Cosmos; cómo la misma palabra está empleada en plural para designar ciertos cuerpos celestes (los planetas) que circulan alrededor del foco central del mundo, o grupos de estrellas. En mi obra, la palabra Cosmos está tomada como la prescriben el uso helénico, posterior a Pitágoras, y la definición muy exacta dada en el Tratado del mundo que falsamente se ha atribuido a Aristóteles; es el conjunto del cielo y de la tierra, la universalidad de las cosas que componen el mundo sensible. Si desde largo tiempo los nombres de las ciencias no hubieran sido apartados de su verdadera significación lingüística, la obra que publico debería llevar el título de Cosmografía, y dividirse en Uranografía y Geografía. Los romanos, imitadores de los griegos, en sus débiles ensayos de filosofía, han concluido también por transportar al Universo la significación de sus mundos, que no indicaba primitivamente más que la compostura, el adorno, y no el orden o la regularidad en la disposición de las partes. Es probable que la introducción de este término técnico en el idioma del Lacio, la importación de un equivalente de la palabra Cosmos, en su doble significación, se deba a Ennio, partidario deja escuela itálica, traductor de los filosofemas pitagóricos compuestos por Epicarmo o por alguno de sus adeptos.

Distinguiremos desde luego la historia física del mundo de la descripción física del mundo. La primera, concebida en el más lato sentido de la palabra, debería, si existieran datos para escribirla, trazar las variaciones que ha experimentado el universo en el transcurso de las edades, desde las estrellas nuevas que repentinamente han aparecido y desaparecido en la bóveda del firmamento, desde las nebulosas que se disuelven o se condensan, hasta la primera capa de vegetación criptógama que ha cubierto la superficie apenas enfriada del globo, o un banco de corales levantado en el seno de los mares. La descripción física del mundo ofrece el cuadro de lo que coexiste en el espacio, de la acción simultánea de las fuerzas naturales y de los fenómenos que éstas producen. Pero para comprender bien la naturaleza, no se puede separar enteramente y de una manera absoluta la consideración del estado actual de las cosas, de la de las fases sucesivas por las cuales éstas han pasado, ni puede concebirse su esencia sin reflexionar acerca del modo de su formación. No es la materia orgánica sola la que perpetuamente se compone y se disuelve para formar nuevas combinaciones; el globo, a cada fase de su vida, nos revela también el misterio de sus estados anteriores.

No es posible fijar la vista sobre la corteza de nuestro planeta, sin encontrar las huellas de un mundo orgánico destruido. Las rocas sedimentarias presentan una sucesión de seres que se han asociado por grupos, excluidos y reemplazados mutuamente. Estos bancos superpuestos unos a los otros, nos revelan los faunos y las floras de los pasados siglos. En este sentido, la descripción de la naturaleza está íntimamente enlazada con su historia. El geólogo no puede concebir el tiempo presente sin remontarse guiado por el enlace de las observaciones, a miles de siglos transcurridos. Al trazar el cuadro físico del globo, vemos, por decirlo así, penetrarse recíprocamente el pasado y el presente; porque sucede en el dominio de la naturaleza lo mismo que en el dominio de las lenguas, en las cuales las investigaciones etimológicas nos hacen ver también un desarrollo sucesivo, y nos demuestran el estado anterior de un idioma, reflejado en las formas de que hoy nos valemos. Este reflejo del pasado se manifiesta tanto más en el estudio del mundo material, cuanto que vemos aparecer a nuestros ojos rocas de erupción y capas sedimentarias semejantes a las de edades anteriores. Para tomar un ejemplo sorprendente de las relaciones geológicas que determinan la fisonomía de un país, recordaré aquí que los promontorios traquíticos, los conos de basalto, las corrientes de amigdaloydes de poros alargados y paralelos, y los blancos depósitos de pómez mezclados con negras escorias, animan, por decirlo así, el paisaje, por los recuerdos del pasado. Estas masas obran sobre la imaginación del observador instruido, como obrarían las tradiciones de un mundo anterior; que la forma de las rocas es su historia.

El sentido en que han empleado originariamente los Griegos y los Romanos la palabra historia, prueba que tenían también la convicción íntima de que para formarse una idea completa del actual estado de las cosas, era preciso considerarlas en su sucesión. No en la definición dada por Verrio-Flaco, sino en los escritos zoológicos de Aristóteles, es donde la palabra historia se presenta como una exposición de los resultados de la experiencia y de la observación. La descripción física del mundo de Plinio el Viejo, lleva el título de Historia natural; en las cartas de su sobrino se la llama más noblemente, Historia de lo naturaleza. Los primeros historiadores griegos no separaban aún las descripciones de los países, de la narración de los sucesos de que habían sido teatro. Entre ellos, la geografía física y la historia formaron estrecha alianza; permanecieron mezcladas, de una manera sencilla y graciosa, hasta la época en que el gran desarrollo del interés político y la perpetua agitación de la vida de los ciudadanos, hicieron desaparecer de la historia de los pueblos el elemento geográfico, para formar de él una ciencia aparte.

Queda que examinar si, por obra del pensamiento, puede esperarse que la inmensidad de los fenómenos diversos que comprende el Cosmos, vengan a la unidad de un principio y a la evidencia de las verdades racionales. En el estado actual de nuestros conocimientos empíricos, no nos atrevemos a concebir tan lisonjera esperanza. Las ciencias experimentales, fundadas en la observación del mundo exterior, no pueden pretender nunca el completarse; la esencia de las cosas y la imperfección de nuestros órganos se oponen a ello igualmente. Nunca se acabará la riqueza inagotable de la naturaleza; ninguna generación podrá lisonjearse de haber abrazado la totalidad de los fenómenos. Distribuyéndolos por grupos es como se ha llegado a descubrir en algunos de éstos, el imperio de ciertas leyes de la naturaleza, sencillas y grandes como ella. La extensión de este imperio aumentará sin duda, a medida que las ciencias físicas se ensanchen y perfeccionen progresivamente. Brillantes ejemplos de este adelanto se han dado en nuestros días en los fenómenos electro-magnéticos, y en los que presentan la propagación de las ondas luminosas y el calórico radiante. Del mismo modo la fecunda doctrina de la evolución nos hace ver cómo en los desarrollos orgánicos todo lo que se forma ha sido bosquejado anteriormente, cómo los tejidos de las materias vegetales y animales nacen uniformemente de la multiplicación y de la transformación de las células.

La generalización de las leyes, no aplicada primero sino en estrecho círculo a algunos grupos aislados de fenómenos, ofrece con el tiempo gradaciones cada vez más señaladas ,ganando en extensión y en evidencia mientras se fija el razonamiento en fenómenos de naturaleza realmente análoga; pero desde el momento en que los cálculos dinámicos no son suficientes; por donde quiera que las propiedades específicas de la materia y su heterogeneidad están en juego, es de temer que obstinándonos en conocer las leyes, encontremos bajo nuestros pasos abismos infranqueables. El principio de unidad deja de hacerse sentir; el hilo se rompe do quiera que se manifieste entre las fuerzas de la naturaleza una acción de un género particular. La ley de los equivalentes y de las proporciones numéricas de composición, tan felizmente reconocida por los químicos modernos, proclamada bajo la antigua forma de símbolos atomísticos, permanece aún aislada, e independiente de las leyes matemáticas del movimiento y de la gravitación.

Las producciones de la naturaleza, objeto de la observación directa, pueden distribuirse lógicamente por clases, órdenes o familias. Los cuadros de estas distribuciones arrojan sin duda alguna luz sobre la historia natural descriptiva; pero el estudio de los cuerpos organizados y de su enlace lineal, a pesar de dar más unidad y sencillez a la distribución de los grupos, no pueden elevarse a una clasificación fundada sobre un solo principio de composición y organización interior. Del mismo modo que las leyes de la naturaleza presentan diferentes gradaciones según la extensión de los horizontes o de los círculos de fenómenos que abrazan, así también la exploración del mundo exterior tiene fases diversamente graduadas. El empirismo empieza por cálculos aislados que se van acercando según su analogía y su desemejanza. Al acto de la observación directa sucede, aunque muy tarde, el deseo de experimentar, es decir, de producir fenómenos bajo condiciones determinadas. El experimentador racional no obra al azar; se guía por hipótesis que se ha formado, por un presentimiento semi-instintivo, y más o menos exacto, del enlace de las cosas o de las fuerzas de la naturaleza. Los resultados debidos a la observación o al experimento, conducen, por medio del análisis y la inducción, al descubrimiento de leyes empíricas. Estas son las fases que la inteligencia humana ha recorrido, y que han caracterizado diferentes épocas en la vida de los pueblos. Siguiendo este camino es como se ha llegado a reunir el conjunto de hechos que constituyen hoy la sólida base de las ciencias de la naturaleza.

Dos formas de abstracción dominan el conjunto de nuestros conocimientos: relaciones de cantidad relativas a las ideas de número o de magnitud, y relaciones de cualidad que comprenden las propiedades específicas o la heterogeneidad de la materia. La primera de estas formas, más accesible al ejercicio del pensamiento, pertenece a las ciencias matemáticas; la segunda, más difícil de comprender y más misteriosa en apariencia, es del dominio de las ciencias químicas. Para someter los fenómenos al cálculo, hay que recurrir a una construcción hipotética de la materia por combinación de moléculas y átomos, cuyo número, forma, posición y polaridad deben determinar, modificar y variar los fenómenos. Los mitos de materias imponderables y de ciertas fuerzas vitales propias de cada organismo, han complicado los cálculos y derramado una luz dudosa sobre el camino que ha de seguirse. Bajo condiciones y formas de intuición tan diversas es como se ha acumulado, a través de los siglos, el conjunto prodigioso de nuestros conocimientos empíricos, el cual aumenta cada día con rapidez creciente. El espíritu investigador del hombre trata de tiempo en tiempo, y con éxito desigual, de romper formas anticuadas, símbolos inventados para someter la materia rebelde a las construcciones mecánicas.

Muy lejos estamos aún de la época en que será posible reducir a la unidad de un principio racional, por la obra del pensamiento, cuanto percibimos por medio de los sentidos. Puede aún dudarse si en el campo de la filosofía de la naturaleza llegará a conseguirse semejante resultado. La complicación de los fenómenos y la inmensa extensión del Cosmos parecen oponerse a este fin; pero aún cuando el problema fuera insoluble en conjunto, no por ello una solución parcial, la tendencia hacia la comprensión del mundo, dejaría de ser el objeto eterno y sublime de toda observación de la naturaleza. Fiel al carácter de las obras que he publicado hasta aquí, y a los trabajos de medidas, experiencias, e investigaciones que han llenado mi carrera, me encierro en el círculo de las concepciones empíricas.

La exposición de un conjunto de hechos observados y combinados entre sí, no excluye el deseo de agrupar los fenómenos según su racional enlace, ni generalizar lo que es susceptible de generalización en el conjunto de las observaciones particulares, ni llegar, en fin, al descubrimiento de las leyes. Concepciones del universo fundadas únicamente en la razón, en los principios de la filosofía especulativa, asignarían sin duda a la ciencia del Cosmos un objeto más elevado. Lejos estoy de censurar los esfuerzos que yo no he intentado, y de vituperarlos por el solo motivo de que hasta aquí han tenido un éxito muy dudoso. Contra la voluntad y los consejos de los profundos y poderosos pensadores que han dado una nueva vida a especulaciones con las cuales se había ya familiarizado la antigüedad, los sistemas de la filosofía de la naturaleza han alejado los ánimos durante algún tiempo en nuestra patria de los graves estudios de las ciencias matemáticas y físicas. La embriaguez de pretendidas conquistas ya hechas; un lenguaje nuevo excéntricamente simbólico; la predilección por fórmulas de racionalismo escolástico tan estrechas como nunca las conoció la edad media, han señalado, por el abuso de las fuerzas en una generosa juventud, las efímeras saturnales de una ciencia puramente ideal de la naturaleza. Repito la expresión, abuso de las fuerzas, porque espíritus superiores entregados a la vez a los estudios filosóficos y a las ciencias de observación, han sabido preservarse de estos excesos. Los resultados obtenidos por serias investigaciones en el camino de la experiencia, no pueden estar en contradicción con una verdadera filosofía de la naturaleza. Cuando hay oposición, la falta está, o en el vacío de la especulación o en las exageradas pretensiones del empirismo, que cree haber probado por la experiencia más de lo que la experiencia puede probar.

Ya se oponga la naturaleza al mundo intelectual, como si este último no estuviese comprendido en el vasto seno de la primera; o bien se oponga al arte, considerado como una manifestación del poder intelectual de la humanidad, no deben conducir estos contrastes, reflejados en las lenguas más cultivadas, a un divorcio entre la naturaleza y la inteligencia, divorcio que reduciría la física del mundo a no más que un conjunto de especialidades empíricas. La ciencia no empieza para el hombre hasta el momento en que el espíritu se apodera de la materia, en que trata de someter el conjunto de las experiencias a combinaciones racionales. La ciencia es, el espíritu aplicado a la naturaleza; pero el mundo exterior no existe para nosotros sino en tanto que por el camino de la intuición le reflejemos dentro de nosotros mismos. Así como la inteligencia y las formas del lenguaje, el pensamiento y el símbolo, están unidos por lazos secretos e indisolubles, del mismo modo también el mundo exterior se confunde, casi sin echarlo de ver, con nuestras ideas y nuestros sentimientos. Los fenómenos exteriores, dice Hegel en La filosofía de la historia, están en cierto modo traducidos en nuestras representaciones internas. El mundo objetivo pensado por nosotros y en nosotros reflejado, está sometido a las eternas y necesarias formas de nuestro ser intelectual. La actividad del espíritu se ejerce sobre los elementos que le facilita la observación sensible. Así desde la infancia de la humanidad se descubre en la simple intuición de los hechos naturales, en los primeros esfuerzos intentados para comprenderlos, el germen de la filosofía de la naturaleza. Estas tendencias ideales son diversas y más o menos fuertes, según las razas, sus disposiciones morales, y el grado de cultura que han alcanzado, merced a la naturaleza que las rodea.

La historia nos ha conservado el recuerdo del gran número de formas, bajo las cuales se ha intentado concebir racionalmente el mundo entero de los fenómenos, reconocer en el Universo la acción de una sola fuerza motriz que penetra la materia, la transforma y la vivifica. Estos ensayos datan en la antigüedad clásica, desde los tratados de la escuela jónica sobre los principios de las cosas, en que apoyándose en un corto número de observaciones, se quiso someter el conjunto de la naturaleza a temerarias especulaciones. A medida que por la influencia de grandes sucesos históricos se han desarrollado todas las ciencias auxiliándose de la observación, hase visto también enfriarse el ardor que llevaba a deducir la esencia de las cosas y su conexión, de construcciones puramente ideales y de principios racionales en un todo. En tiempos más próximos a nosotros, la parte matemática de la filosofía natural ha sido la que recibió mayores adelantos. El método y el instrumento, es decir el análisis, se han perfeccionado a la vez. Creemos que lo que fue conquistado por tan diversos medios, por la aplicación ingeniosa de las suposiciones atomísticas, por el estudio más general y más íntimo de los fenómenos y por el perfeccionamiento de nuevos aparatos, es el bien común de la humanidad, y no debe hoy como antes tampoco lo era, ser sustraído a la libre acción del pensamiento especulativo.

No puede negarse sin embargo, que en el trabajo del pensamiento hayan corrido algún peligro los resultados de la experiencia. En la perpetua vicisitud de los aspectos teóricos, no hay que admirarse mucho, como dice ingeniosamente el autor de Giordano Bruno, "si la mayor parte de los hombres no ven en la filosofía sino una sucesión de meteoros pasajeros, y si las grandes formas que ha revestido corren la suerte de los cometas, que el pueblo no coloca entre las obras eternas y permanentes de la naturaleza, sino entre la fugitivas apariciones de los vapores ígneos". Apresurémonos a añadir que el abuso del pensamiento y las equivocadas sendas en que penetra, no pueden autorizar una opinión cuyo efecto sería rebajar la inteligencia, a saber, que el mundo de las ideas no es por su naturaleza más que un mundo de fantasmas y sueños, y que las riquezas acumuladas por laboriosas observaciones tienen en la filosofía una potencia enemiga que las amenaza. No es propio del espíritu que caracteriza nuestro tiempo el rechazar con desconfianza cualquier generalización de miras, cualquier intento de profundizar las cosas por la senda del raciocinio y de la inducción. Sería desconocer la dignidad de la naturaleza humana, y la importancia relativa de nuestras facultades, el condenar, ya la razón austera que se entrega a la investigación de las causas y de su enlace, ya el vuelo de la imaginación que precede a los descubrimientos y los suscita por su poder creador.
 

Introducción a la parte uranológica con una ojeada retrospectiva a los tomos precedentes (36)

Sigo el objeto que me he propuesto, y al cual no he desesperado de llegar, en la medida de mis fuerzas y según el estado actual de la ciencia. Conforme al plan que me he trazado, los dos tomos del Cosmos publicados hasta hoy consideran la Naturaleza bajo un doble punto de vista: reproduciéndola primeramente en su aspecto exterior y puramente objetivo, y después pintando su imagen reflejada en el interior del hombre por medio de los sentidos. De este modo he buscado la huella de la influencia que ha ejercido en las ideas y sentimientos de los diferentes pueblos.

Bajo la forma científica de un cuadro general de la Naturaleza, he descrito el mundo exterior en sus dos grandes esferas, la esfera celeste y la terrestre. En este cuadro se presentan a nuestra vista en primer término las estrellas que brillan entre las nebulosas, en las más apartadas regiones del espacio; pasando de esta región, y a través de nuestro sistema planetario, a la capa vegetal que cubre el esferoide terrestre y a los organismos infinitamente pequeños que a menudo flotan por los aires, escapando a la simple vista. Preciso era evitar cuidadosamente la acumulación de hechos particulares si había de aparecer sensible la existencia de ese lazo común en que todo el Universo se confunde, y el gobierno de las leyes eternas de la Naturaleza; si había de comprenderse, en cuanto sea posible hasta nuestros días, esa conexión generadora que liga grupos enteros de fenómenos. Semejante reserva se hacía principalmente necesaria en la esfera terrestre del Cosmos, donde al lado de la acción dinámica de las fuerzas motrices, se manifiesta de una manera enérgica la influencia que produce la diversidad específica de las sustancias. En la esfera sideral o uranológica, los problemas para todo lo que está al alcance de la observación tienen una sencillez admirable, y en razón a las masas enormes y a las fuerzas de atracción de la materia, se prestan a cálculos rigurosos, fundados en la teoría del movimiento. Considerando, como creo que podemos hacerlo, a los asteroides o piedras meteóricas como partes de nuestro sistema planetario, esos cuerpos son los únicos que al caer a la Tierra nos ponen en contacto con sustancias evidentemente heterogéneas que circulan en el espacio. Indico aquí las causas en cuya virtud el método matemático ha sido aplicado hasta hoy con menos generalidad y menor éxito a los fenómenos terrestres que a los movimientos de los cuerpos celestes, regidos únicamente en sus perturbaciones recíprocas y sus vueltas periódicas, por la fuerza fundamental de la materia homogénea; por lo menos, hasta donde pueden extenderse nuestras percepciones.

Al trazar el cuadro de la Tierra, he dirigido todos mis esfuerzos a disponer los fenómenos según un orden que permitiese suponer el lazo generador que entre sí los une. He descrito la configuración del cuerpo terrestre, representándole con su densidad media, con las variaciones de su temperatura creciente en razón de la profundidad, con sus corrientes electro-magnéticas y los fenómenos de la luz polar. Es el principio de la actividad volcánica, la reacción del interior contra el exterior de la Tierra; causa a que deben referirse las ondas de quebrantamiento que se propagan por círculos más o menos extensos, y los efectos de los quebrantamientos mismos, que no siempre son puramente dinámicos, como las erupciones de gas, de cieno y de agua caliente. La manifestación más genuina de las fuerzas interiores de la Tierra es el levantamiento de las montañas ignivomas. He representado los volcanes centrales y las cadenas de volcanes, no solo como elementos de destrucción, sino que también como agentes productores que continúan formando rocas de erupción a nuestra vista, y en épocas fijas las más veces. Opuestamente a las rocas de erupción he señalado las rocas de sedimento, precipitándose aún hoy del seno de los medios líquidos en los cuales flotaban, o suspendidas o disueltas, sus últimas partículas.

Esta comparación de las partes de la Tierra que se hallan en vías de desarrollo y cuya figura aún no está delineada, con aquellas otras que solidificadas desde largo tiempo constituyen las diferentes capas de la corteza terrestre, nos lleva a determinar con exactitud la serie sucesiva de las formaciones que contienen en un orden cronológico las familias extinguidas de animales y de plantas, y permiten reconocer distintamente la Fauna y la Flora del antiguo mundo. El nacimiento, la transformación y el levantamiento de las capas en las diversas épocas geológicas, son las condiciones de que dependen todos los accidentes de la superficie terrestre: la distribución del elemento líquido y del elemento sólido, como la repartición y articulación de las masas continentales en extensión y en altura. A su vez estas relaciones determinan la temperatura de las corrientes marinas, el estado meteorológico del Océano gaseoso que envuelve la Tierra y la distribución geográfica de los diferentes organismos.

Yo creo que basta recordar el lazo que une los fenómenos terrestres entre sí, y que he procurado esclarecer en la primera parte del Cosmos, para probar que es imposible reunir los resultados de la observación, tan vastos y tan complejos aparentemente, sin profundizar la conexión que liga a las causas con los efectos. Por otra parte, la significación de la Naturaleza se debilita considerablemente cuando por una excesiva acumulación de hechos aislados se roba a las descripciones, por medio de las cuales se la quiere reproducir, todo su calor vivificante.

Si no me fuera dado aspirar seriamente, por cuidado que en ello pusiese, a no omitir ninguna particularidad en el cuadro de los fenómenos exteriores, no me sería más fácil pintar todos los pormenores del reflejo de la Naturaleza en el espíritu humano; porque aquí deben estar los límites más estrictamente circunscritos. El inmenso imperio del mundo intelectual, fecundado tantos siglos ha por las fuerzas activas del pensamiento, nos muestra, en las diversas razas de hombres, y en los diferentes grados de la civilización, disposiciones de ánimo ya alegres, ya sombrías, un vivo amor de lo bello o una grosera insensibilidad. El alma del hombre se eleva en un principio al sentimiento de la Divinidad por el espectáculo de las fuerzas naturales y por ciertos objetos del mundo exterior. Solo más tarde se levanta el hombre a inspiraciones religiosas más puras y más espirituales. El reflejo del mundo exterior en el hombre, las impresiones de la Naturaleza que le rodea, y las disposiciones físicas influyen por más de un concepto en la formación misteriosa de las lenguas. Trabaja el hombre en su interior la materia que le suministran los sentidos, y los resultados de esta operación interna son tan del dominio del Cosmos, como los fenómenos sobre los cuales se realiza.

Como el impulso dado a la imaginación creadora, no permite que la imagen reflejada de la Naturaleza se conserve pura y fiel, existe aliado del mundo real o exterior, un mundo ideal o interior, lleno de mitos fantásticos y alguna vez simbólicos, y de formas animales, cuyas partes heterogéneas están tomadas del mundo actual o de los restos de las generaciones extinguidas. Formas maravillosas de árboles y de flores, crecen también sobre el suelo de la mitología, como el fresno gigantesco de los cantos del Edda, el árbol del mundo llamado Igdrasil, cuyas ramas se elevan aún más que el cielo, cuando una de sus tres raíces se hunde hasta las fuentes retumbantes del mundo subterráneo. Por ésto la región nebulosa de la mitología física está poblada, según la diferencia de las razas y los climas, de formas graciosas u horribles que de allí pasan al dominio de las ideas sabias, y durante el espacio de muchos siglos se transmiten de generación en generación.

Si el trabajo que he dado al público, no corresponde al título cuyo imprudente atrevimiento he advertido yo mismo en varias ocasiones, esta censura de insuficiencia ha de recaer principalmente en la parte que trata de la vida intelectual, y el reflejo de la Naturaleza en el sentimiento del hombre. En ella especialmente me he limitado a los objetos que más relación tenían con los estudios que han ocupado mi vida; he buscado la expresión del sentimiento de la Naturaleza entre los pueblos de la antigüedad clásica, y entre las naciones modernas, recogiendo los fragmentos de poesía descriptiva que ostentan el colorido del carácter nacional de cada una de esas razas, y de la idea que se formaban de la creación, considerada como obra de un poder único; he descrito el gracioso encanto de la pintura de paisaje, y trazado, por último, la historia de la contemplación del Mundo; es decir, la historia de los descubrimientos que, sucediéndose por espacio de veinte siglos, han permitido al observador abarcar el conjunto del Universo, y recoger la unidad que domina a todos los fenómenos.

Admitiendo que pueda tenerse la pretensión de mostrarse completo en algo, tratándose del primer ensayo de una obra tan vasta como la presente, que se propone, sin perder nada de su carácter científico, representar la imagen viviente de la Naturaleza, debe procurarse que el mayor interés de la obra estribe en las ideas que de su lectura se despierten, más que en los resultados que de ella puedan obtenerse. Un libro de la Naturaleza, verdaderamente digno de este nombre, no es dado concebirlo sino cuando las ciencias, condenadas desde el principio a quedar siempre incompletas, se hayan engrandecido y elevado por lo menos a fuerza de perseverancia, y cuando las dos esferas en que se descompone el Cosmos, el mundo exterior que los sentidos aperciben, y el mundo interior reflejado en el pensamiento del hombre, hayan ganado en luminosa claridad.

Creo haber indicado suficientemente las razones que necesariamente debían determinarme a no dar más extensión al Cuadro general de la Naturaleza, reservándome para el tercero y último tomo completar lo que falte y presentar reunidos los resultados de la observación en que se funda el estado actual de las opiniones científicas; resultados que aparecerán en el mismo orden que ya he seguido en la descripción de la Naturaleza, conforme en un todo a los principios de antemano establecidos. Antes, sin embargo, de que pasemos a hechos particulares y especiales, séame permitido añadir aún algunas consideraciones generales que prestarán nueva luz al objeto de este libro. El inesperado favor con que ha acogido mi empresa un público considerable, tanto en mi patria como en el extranjero, me obliga doblemente a explicarme una vez más, y de una manera más precisa, acerca del pensamiento fundamental de esta obra, y sobre las exigencias que no he intentado satisfacer porque no podía pretenderlo, según lo que personalmente pienso de nuestros conocimientos experimentales. A estas consideraciones justificativas vendrán a unirse, como por sí mismos, los recuerdos históricos de los primeros esfuerzos hechos en la investigación de la idea del Mundo; es decir, el principio único a que deben referirse todos los fenómenos, cuando se pretende descubrir su armonía generatriz.

El principio fundamental de mi libro, tal como lo he desarrollado hace más de veinte años en lecciones explicadas en francés y en alemán, en París y en Berlín, es la tendencia constante de recomponer con los fenómenos el conjunto de la Naturaleza; de mostrar en los grupos aislados de estos fenómenos las condiciones que les son comunes; es decir, las grandes leyes porque se regula el Mundo, y hacer ver, por último, cómo del conocimiento de estas leyes se llega al lazo de causalidad que las une entre sí. Para lograr desenvolver el plan del Mundo y el orden de la Naturaleza, es necesario comenzar por la generalización de los hechos particulares, por investigar las condiciones en que se reproducen uniformemente los cambios físicos. De este modo llegamos a una contemplación reflexiva de los materiales suministrados por el empirismo, y no a "miras puramente especulativas, ni a un desarrollo abstracto del pensamiento, ni a una unidad absoluta independiente de la experiencia". Digámoslo una vez más; aún estamos muy lejos de la época en que podamos lisonjearnos de que todas las percepciones sensibles compongan una idea única que abrace el conjunto de la Naturaleza. El verdadero camino se había ya trazado, un siglo antes de Francisco Bacon, y señalado en pocas palabras por Leonardo de Vinci: "cominciare dell' esperienza et per mezzo di questa scoprirne la ragione". Existen, a la verdad, grupos numerosos de fenómenos, cuyas leyes empíricas debemos contentarnos con descubrir; pero el objeto más elevado, y que se ha alcanzado las menos veces, es la investigación de las causas que ligan entre sí a todos los fenómenos. No se llega a una completa evidencia sino cuando es posible aplicar a las leyes generales el rigor del razonamiento matemático. Únicamente para ciertas partes de la ciencia puede decirse con verdad que la descripción del Mundo es la explicación del Mundo; porque generalmente hablando, estos dos términos no pueden aún considerarse como idénticos. Lo grande, lo imponente en el trabajo intelectual cuyos límites indicamos aquí, es la conciencia del esfuerzo que se hace hacia el infinito y para abrazar la inmensa e inagotable plenitud de la creación, es decir, de cuanto existe y se desarrolla [...].

Aunque el lazo de causalidad que une a todos los fenómenos no esté conocido todavía suficientemente, el estudio del Cosmos no puede considerarse como una rama aparte en el dominio de las ciencias naturales. Más bien lo abraza por completo, los fenómenos del cielo, como los de la tierra; pero los abraza bajo un cierto punto de vista que es aquél desde donde se puede recomponer mejor el Mundo. Así como para fijar los hechos verificados en la esfera moral y política, el historiador colocado bajo el punto de vista de la humanidad, no puede discernir directamente el plan sobre el cual está regulado el gobierno del Mundo, y se ve reducido a sospechar las ideas por medio de las que se manifiesta este plan; así también el observador de la Naturaleza, considerando las relaciones que unen las diferentes partes del Universo, se deja llevar al convencimiento de que el número de las fuerzas a las cuales deben los objetos movimiento, forma o existencia, está lejos de ser agotado por las que han revelado la contemplación inmediata y el análisis de los fenómenos.
 

Conclusión de la parte Uranológica (37)

Al terminar la parte uranológica de la Descripción física del Mundo, y dirigir la última mirada a la obra que he emprendido (no me atrevo a decir que he llevado a cabo), creo deber hacer presente que tan difícil trabajo no era posible más que bajo las condiciones determinadas en la introducción del tercer tomo del Cosmos. Tratábase en efecto, de trazar el cuadro de los espacios celestes y de los cuerpos que los ocupan, ya que estos cuerpos hayan llegado a afectar la forma de esferoides, ya que hayan permanecido en el estado de materia difusa. Esta cualidad distingue a esta obra esencialmente de los Tratados de Astronomía que poseen hoy todas las literaturas, y cuya materia es más variada. La Astronomía, el triunfo, como ciencia, de las teorías matemáticas, está fundada sobre la sólida base de la gravitación y en el perfeccionamiento del alto análisis; trata de los movimientos reales o aparentes, medidos en el tiempo y en el espacio; de la posición de los cuerpos celestes en los continuos cambios de sus relaciones respectivas; de la movilidad de las formas, como en los cometas de cola; de las variaciones de la luz que nace y se apaga en los lejanos soles. La cantidad de materia esparcida por el Universo es constantemente la misma; pero según los conocimientos que hoy tenemos de las leyes físicas que reinan sobre la esfera terrestre, vemos pasar la materia por combinaciones que no pueden nombrarse ni definirse, y moverse sin satisfacerse jamás, en el círculo perpetuo de sus transformaciones. Este incesante juego de las fuerzas de la materia, reconoce por causa la heterogeneidad por lo menos aparente de sus moléculas, que sosteniendo el movimiento en porciones del espacio imposibles de medida por su extremada pequeñez, complica al infinito todos los fenómenos terrestres.

Los problemas astronómicos son de naturaleza más sencilla. Libre hasta ahora de esas complicaciones, la mecánica celeste, aplicada a la consideración de que la cantidad de materia ponderable que entra en la masa de los cuerpos, y las ondulaciones de donde nacen la luz y el calor, es, en razón misma de esta sencillez que todo lo refiere al movimiento, accesible en todas sus partes al cálculo matemático. Esta ventaja da a los Tratados de Astronomía teórica un gran encanto que sólo a ellos corresponde. En ellos se ven reflejados los resultados que la actividad intelectual de los últimos siglos ha producido por el método analítico: de qué manera han sido determinadas las formas de los cuerpos y sus órbitas; cómo se concilian con los movimientos de los planetas las pequeñas oscilaciones que no interrumpen nunca su equilibrio; cómo la estructura interior del sistema planetario y las perturbaciones que sufre, llegan a ser, contrarrestándose mutuamente, una garantía de conservación y de duración.

Ni la investigación de los métodos merced a los cuales se ha abarcado el conjunto del Mundo, ni la complicación de los fenómenos celestes, entran en el plan de esta obra. El objeto de una Descripción física del Mundo es contar lo que ocupa el espacio y lleva el movimiento de la vida orgánica a las dos esferas del Cielo y la Tierra; detenerse en las leyes naturales cuyo secreto ha sido descubierto, y presentarlas como hechos adquiridos, como las consecuencias inmediatas de la inducción fundada en la experiencia. Si se quería retener una obra tal como el Cosmos en sus límites naturales, y no extenderla más allá, no podía tratarse de establecer un lazo teórico entre los fenómenos. Decidido a no pasar de esos límites, he puesto todo mi cuidado en la parte astronómica de este libro, presentando al mismo tiempo bajo su verdadero aspecto los hechos particulares, colocándolos según el orden que conviene. Después de haber considerado los espacios celestes, su temperatura y el medio resistente de que están llenos, he descendido de nuevo a las leyes de la visión natural y telescópica, a los límites de la visibilidad, a la medida, desgraciadamente incompleta, de la intensidad luminosa, a los muchos medios que suministra la óptica para discernir la luz directa de la luz reflejada. Vienen después: el Cielo de las estrellas fijas; el número y distribución probable de los Soles que brillan por sí mismos, siempre por lo menos que se ha podido determinar su posición; las estrellas variables que reaparecen, según períodos cuya duración ha sido calculada exactamente; el movimiento particular a las estrellas fijas; la hipótesis de los cuerpos oscuros y su influencia sobre el movimiento de las estrellas dobles; por último, las nebulosas que no han podido ser reducidas por el telescopio a enjambres de apretadas estrellas.

Pasar de la parte sideral de la uranología o del cielo de las estrellas, fijas a nuestro sistema solar, es sólo pasar de lo general a lo particular. En la clase de las estrellas dobles, cuerpos dotados de una luz propia se mueven alrededor de un centro de gravedad común, en nuestro sistema solar; compuesto de elementos muy heterogéneos, cuerpos oscuros gravitan alrededor de un cuerpo luminoso, o más bien alrededor de un centro de gravedad común, que está ya dentro, ya fuera del cuerpo central. Los diferentes miembros de nuestro sistema son de naturaleza más diferente de lo que pudo creerse fundadamente durante muchos siglos. El dominio solar se compone de planetas secundarios y de planetas principales, entre los cuales se distingue un grupo por sus órbitas entrelazadas, de cometas en número indeterminado, de la luz zodiacal, y muy probablemente también de asteroides meteóricos que reaparecen periódicamente.

Réstanos aún por enunciar textualmente, en razón de las relaciones directas que tienen con el objeto de este libro, las tres grandes leyes de los movimientos planetarios descubiertas por Klepero. Primera ley: las curvas descritas por los planetas son elipses, uno de cuyos focos está ocupado por el Sol. Segunda ley: Cada cuerpo planetario se mueve alrededor del Sol en una órbita plana, en que el radio vector describe áreas iguales en tiempos iguales. Tercera ley: Los cuadrados de los tiempos empleados por los planetas en verificar su revolución alrededor del Sol, están entre sí como los cubos de las distancias medias. La segunda ley es llamada a veces primera, porque fue la primeramente descubierta. Las dos primeras leyes recibirían su aplicación, aún cuando no existiese más que un sólo planeta. La tercera y la más importante, que se descubrió diez y nueve años después, supone necesariamente el movimiento de dos cuerpos planetarios. El manuscrito del Harmonice Mundi, publicado en 1619, fue acabado en 27 de Mayo de 1618.

Si las leyes de los movimientos planetarios fueron descubiertas a principios del siglo XVII; si Newton reveló primero que nadie la fuerza de que eran consecuencia inmediata las leyes de Keplero, a los fines del siglo XVIII pertenece el honor de haber demostrado la estabilidad del sistema planetario, gracias a los nuevos recursos que suministraba para la investigación de las verdades astronómicas, el perfeccionamiento del cálculo infinitesimal. Los principales elementos de esta estabilidad, son: la invariabilidad del eje mayor de las órbitas planetarias, demostrada por Laplace, por Lagrange y por Poisson; las lentas y periódicas variaciones que experimenta en estrechos límites la excentricidad de dos planetas poderosos y muy apartados del Sol, Júpiter y Saturno; la distribución de las masas repartidas de tal manera, que la masa de Júpiter no excede en 1/1018 de la del cuerpo central, al cual se subordinan todas las demás; por último, ese orden en virtud del cual todos los planetas conforme a su origen y al plan primordial de la Creación, verifican en una dirección única su doble movimiento de rotación y de revolución, describen órbitas cuya excentricidad poco considerable está sometida a Pequeños cambios, se mueven en planos próximamente igualmente inclinados, y verifican su revolución en tiempos que no tienen entre sí medida común. Esos motivos de estabilidad, que son la salvaguardia de los planetas, dependen de una acción recíproca, que se efectúa en el interior de un círculo circunscrito. Si esta condición dejase de cumplirse por la llegada de un cuerpo celeste procedente de afuera y extraño a nuestro sistema, ya determinara un choque, ya introdujera nuevas fuerzas atractivas, esta interrupción podría ser fatal al conjunto de las cosas que existen en la actualidad, hasta que al fin, después de un largo conflicto se restableciese un nuevo equilibrio. Pero la llegada posible de un cometa, describiendo a través de los espacios inmensos su órbita hiperbólica no podría, aunque la excesiva velocidad suplía a la insuficiencia de la masa, llevar la inquietud sino a una imaginación rebelde a las consideraciones consoladoras del cálculo de las probabilidades. Las nubes viajeras de los cometas de corto período no presentan más peligros para el porvenir de nuestro sistema solar que las grandes inclinaciones de las órbitas, descritas por los pequeños planetas comprendidos entre Marte y Júpiter. Lo que no puede fijarse como posible debe quedar fuera de una Descripción física del Mundo: no es permitido a la ciencia el perderse en las regiones nebulosas de las fantasías cosmológicas.
 

Magnitud y forma de la Tierra. Ojeada general (38)

Lo que todas las lenguas, aunque adoptando formas simbólicas diferentes, designan con la palabra Naturaleza, y aún puede decirse lo que todas las lenguas designan con las palabras de Naturaleza terrestre, puesto que el hombre lo refiere todo gustoso a la mansión que habita, es el resultado de un sistema de fuerzas que obran con calma y juntamente, cuya existencia conocemos sólo por los cuerpos que ponen en movimiento, que componen o descomponen, y que forman una parte de los organismos vivientes destinados a reproducirse de igual manera. El sentimiento de la naturaleza es la emoción confusa, pero generosa y fecunda, que la acción de estas fuerzas produce en el alma del hombre. El primer objeto que cautiva nuestra curiosidad, es el concepto de las dimensiones de nuestro planeta: pequeño conjunto de materia condensada, perdido en la inmensidad del Mundo. Un sistema de fuerzas obrando de acuerdo para unir o para separar, por efecto de la actividad polar, supone la dependencia recíproca de cada una de las partes de que se compone la naturaleza, ya sea en los fenómenos elementales de la formación inorgánica, o en la producción y en la conservación de la vida. De una parte la magnitud y la figura del esferoide terrestre, de la otra su masa, es decir, la cantidad de partes materiales de que está constituida, y que, comparada al volumen, da la medida de su densidad, y revela, con ciertas reservas, su constitución interior y el grado de atracción que ejerce, están entre sí en una subordinación más patente y más fácil de calcular matemáticamente, que la subordinación comprobada hasta aquí entre los fenómenos vitales, las corrientes de calórico, los estados terrestres del electro-magnetismo y las transformaciones químicas. Relaciones que la complicación de los fenómenos no ha permitido todavía formular pueden ser reales sin embargo, y llegar a ser probables por inducción.

Si en el estado actual de nuestros conocimientos, no se está todavía en condiciones de reducir a una sola y misma ley las dos especies de fuerzas atractivas: la que obra a distancias apreciables, como el peso y la gravitación, y la que no obra sino a distancias inconmensurables por su pequeñez, como la atracción molecular o atracción de contacto, lo estamos, sin embargo, para creer que la capilaridad y la endósmosis, tan importante para la ascensión de la savia y para la fisiología de los animales y de las plantas, no se hallan menos subordinadas al peso y su distribución local, que los fenómenos electro-magnéticos y las transformaciones químicas. Es preciso reconocer que si nuestro planeta, extremando las cosas, no tuviera una masa superior a la de la Luna, lo que equivale a decir que la intensidad del peso sería seis veces menor de lo que lo es en realidad, los fenómenos meteorológicos, el clima, las relaciones hipsométricas de las cadenas de montañas producidas por vía de levantamiento, la fisonomía de la vegetación, todo se encontraría completamente cambiado. La magnitud absoluta de la Tierra es importante para la economía general de la Naturaleza sólo en razón a las relaciones del volumen, a la masa y a la rotación: porque si las dimensiones de los planetas, sus masas, sus velocidades y sus distancias recíprocas, aumentasen o disminuyesen según una misma proporción, tendríamos un mundo mayor o menor, del que puede representarse la imaginación, y en el cual los fenómenos que dependen de la gravitación no experimentarían cambio alguno.
 

Reacción del interior de la Tierra sobre su superficie. Exposición general (39)

Hase visto que esta parte del Cosmos se destina especialmente a presentar el encadenamiento de los fenómenos terrestres y el conjunto de fuerzas activas que componen un sólo y mismo sistema. Para cumplir fielmente este plan, necesario es recordar aquí como, tomando por punto de partida las propiedades generales de la naturaleza y las tres direcciones principales de su actividad: la atracción, las vibraciones del calor y de la luz, los fenómenos electro-magnéticos, he considerado en la primera parte de este tomo, las dimensiones, la forma y la densidad de nuestro planeta, la distribución de su calor interior y su tensión magnética, que se ejerce por los diferentes efectos a la vez variables y regulares de la intensidad, de la inclinación y de la declinación. Las distintas direcciones de la actividad terrestre son manifestaciones íntimamente unidas de una sola y misma fuerza primordial. En la gravitación y en la atracción molecular es donde se muestran especialmente estas manifestaciones independientemente de la diversidad de las sustancias. Hemos presentado también a nuestro planeta en su relación cósmica con el cuerpo celeste, centro del sistema a que pertenece, porque el calor original, que reina en el interior del cuerpo terrestre, debido probablemente a la condensación de un anillo nebuloso que gira sobre sí mismo, está modificada por la influencia del Sol o insolación. Igual causa reconoce, según las más recientes hipótesis, la influencia periódica que ejercen sobre el magnetismo terrestre las manchas solares, es decir, las aberturas que se muestran con más o menos frecuencia en las envueltas del Sol.

La segunda parte de este tomo tratará de los fenómenos complejos que deben atribuirse a la reacción permanente del interior de la Tierra sobre su superficie. Designo este conjunto de fenómenos con el nombre general de vulcanismo, estimando que es ventajoso no separar lo que tiene una causa común, y difiere sólo en que la fuerza agente se manifiesta con intensidades diversas y por procedimientos físicos distintamente complicados. Considerados bajo este punto de vista general, fenómenos, indiferentes en apariencia, adquieren una mayor significación. El viajero que, sin estar preparado por estudios científicos, se acerca por primera vez al borde de un estanque que llena un manantial de agua caliente, y de él ve salir gases que apagan la llama de una bujía; el que marcha entre dos filas de volcanes cenagosos de conos variables que apenas sobresalen de su cabeza, no sospecha que en esos espacios hoy apacibles, han sido lanzadas llamas a muchos miles de pies de altura, que la misma fuerza interior a que se deben estos fenómenos, produce indiferentemente los cráteres gigantescos de levantamiento, los volcanes devastadores del Etna y del pico de Teide, que arrojan olas de lava, los del Cotopaxi y del Tunguragua, que despiden montones de escorias.

En ésta escala de fenómenos, producidos por la reacción del interior de la Tierra sobre su corteza exterior, elijo en primer lugar los puramente dinámicos, es decir, aquellos cuyo carácter esencial es el movimiento ondulatorio que se propaga a través de las capas sólidas de la Tierra. En este caso, la actividad volcánica no va necesariamente acompañada de transformación química, de la producción o de la eyección de una materia cualquiera. Por el contrario, en los demás fenómenos debidos a la reacción del interior al exterior de Tierra, en los volcanes de gas y de cieno, los fuegos de nafta y las salsas, como en las grandes montañas ignivomas, únicas que desde el principio y por mucho tiempo, se han denominado volcanes, no deja nunca de producirse algunas sustancia, gas elástico o cuerpo sólido. Siempre hay allí descomposición, desprendimiento de gas y formación de rocas nuevas por efecto de la cristalización. Tales son, en su mayor generalidad, los signos distintivos de la vida volcánica de la Tierra. En tanto que esta actividad resulte en su mayor parte de la elevada temperatura de las capas inferiores del globo, es probable que todos los cuerpos celestes que han sido redondeados por un inmenso desprendimiento de calor, y han pasado del estado de vapor al estado sólido, deben presentar fenómenos análogos. Lo poco que sabemos de la configuración de la Luna es una presunción más en favor de esta opinión; nada impide el que se admita, aún en un cuerpo celeste privado de aire y de agua el levantamiento de las montañas y esa actividad que transforma una masa liquefactada en rocas cristalinas.

Que las diferentes clases de fenómenos volcánicos precedentemente enumerados están unidos entre sí por un mismo origen, demuéstralo numerosas señales que acreditan también su simultaneidad, y el paso común de efectos más simples y más pequeños a efectos más fuertes y más complejos. Esta consideración justifica el orden en que he colocado las diferentes materias. La tensión del magnetismo terrestre, cuyo fundamento es preciso no buscar en las materias en fusión que llenan el interior del globo, por más que según Lenz y Riess, el hierro fundido tenga la facultad de conducir una corriente eléctrica o galvánica, produce un desarrollo en los polos magnéticos, o cuando menos en su proximidad. He terminado el primer capítulo del tomo consagrado a la parte terrestre del Cosmos con la iluminación de la Tierra. Ese fenómeno de la producción de la luz, resultante de las vibraciones del aire puesto en movimiento por las fuerzas magnéticas, será seguido de los fenómenos volcánicos que, en virtud de su propia naturaleza, no obran tampoco sino de una manera puramente dinámica, es decir, determinando oscilaciones en la corteza de la Tierra, pero sin producir ni transformar sustancia alguna. Los fenómenos secundarios que no resultan necesariamente de la actividad volcánica, tales como las llamas que se elevan durante los temblores de tierra, las eyecciones de agua y el desenvolvimiento de gas que son su consecuencia, recuerdan los efectos de las fuentes termales y de las salsas. Las salsas vomitan también llamas, lanzando a veces trozos de rocas que surgen de las profundidades de la Tierra, preparando en algún modo los fenómenos grandiosos de los volcanes propiamente dichos, que se limitan, a su vez, en los intervalos de las erupciones, como las salsas, a dejar escapar por las grietas vapores acuosos y gases. Tales son las conocidas analogías que ofrece, en sus diferentes grados, la actividad volcánica de la Tierra; tales las lecciones que aquí pueden deducirse.
 

Notas

1. El nombre completo era Federico Guillermo Enrique Alejandro de Humboldt. Nació en Berlín el 14 de septiembre de 1769 en el seno de una familia prusiana. Su padre pertenecía a la nobleza de toga y su madre a la alta burguesía. Murió en Berlín el 6 de mayo de 1859.

2. SCHAEFER, Fred, K.: Excepcionalismo en Geografía, Barcelona, Ediciones de la Universidad de Barcelona, Col. Pensamiento y método geográfico, Nº 1, 1974, pág. 51-52.

3. NÚÑEZ, Diego: La mentalidad positivista en España. Desarrollo y crisis, Madrid, Ed. Tucar, 1975, pág. 203.

4. El término episteme tiene aquí el sentido y la dimensión que le da Michael FOUCAULT en Las palabras y las cosas (ver nota Nº 9).

5. MARX, Carlos: La Sagrada Familia, Mexico, D. F., Grijalbo, 1967, pág. 193.

6. CASSIRER, Ernest: Filosofía de la Ilustración, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1972, pág. 95.

7. HUMBOLDT, Alejandro de: Cosmos. Ensayo de una descripción física del mundo, Madrid, Imprenta de Gaspar y Roig, 1874, 4 vol., tomo 11, pág. 61. Las siguientes citas del Cosmos se indicarán directamente en el texto.

8. CASSIRER: Ob. cit. pág. 23.

9. FOUCAULT, Michel: Las palabras y las cosos, México, D. F., Madrid, Buenos Aires, Siglo XXI, 1974, pág. 246-247.

10. Idem, pág. 214.

11. CASSIRER: Ob. cit., pág. 20.

12. SCHAEFER: Ob. cit., pág. 51.

13. KELLNER, L.: Alexander von Humboldt, London, Oxford University Press, 1963, pág. 202.

14. Idem, pág. 117.

15. Esta frase de Schiller está citada por Otto SCHNEIDER en la introducción a la antología de Humboldt: Océano, Atmósfera y Geomagnetismo, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1949, pág. 5.

16. ABBAGNANO, Nicolás: Historia de lo Filosofía, Barcelona, Montaner y Simón, 3 vol., 1973, tomo III, pág. 27.

17. Humboldt no especifica el nombre de dicho fisiólogo, únicamente alude a él como "un célebre fisiólogo".

18. HUMBOLDT, Alejandro de: Del Orinoco al Amazonas, Barcelona. Labor. 1967, pág. 1.

19. Idem, prefacio.

20. MEYER-ABICH, Adolf: Alejandro de Humboldt, Bad Godesberg, Inter-nationes, 1969, pág. 15. Un tal prototipo dinámico era, por ejemplo, la protoplanta de Goethe en el sentido de un modelo que se halla en la base de todas las plantas existentes como patrón común.

21. MINGUET, Charles: Alexondre de Humboldt. Historien et geographe de L'Amerique Espognole (1799-1804), Paris, Fracois Maspero, 1969, pág. 71-72.

22. ABBAGNANO y VISALBERGHI: Historia de lo Pedagogía, México. D. F., Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1976, pág. 411.

23. MEYER-ABICH: Ob. cít., pág. 15.

24. HALL, D. H.: History of the Earth Sciences during the Scientific and Industrial Revolution, Amsterdam, Elsevier Scientific Pub. Co., 1976.

25. Humboldt estudió de 1786 a 1788 en la Universidad de Francfort, de 1788 a 1789 en la de Berlín y de 1789 a 1790 en la de Gottinga.

26. MINGUET: Ob. cit., pág. 69.

27. HUMBOLDT, Alejandro de: Viaje o los Regiones Equinocciales, Madrid, Aguilar, Biblioteca Indiana, tomo IV, 1962 pág. 569.

28. HUMBOLDT: Del Orinoco al Amazonas, ob. cit., pág. 132.

29. KELLNER: Ob. cit., pág. 202.

30. Humboldt afirmaba que si "los nombres de las ciencias no hubieran sido apartados de su verdadera significación lingüística, la obra que publico debería llevar el título de Cosmografía y dividirse en Uranografía y Geografía (Cosmos, tomo 1, pág. 53).
Por otro lado, hay que destacar que Humboldt entendía la geografía como "geografía física"; por ésto, siempre que Humboldt nombra el término "geografía" lo hace desde el punto de vista señalado.

31. Recientemente H. Capel ha puesto en tela de juicio tal afirmación, manifestando que la geografía en sentido moderno empieza a partir de su institucionalización en el siglo XIX; por consiguiente, "A. de Humboldt difícilmente puede ser considerado un geógrafo en el estricto sentido de la palabra. "CAPEL, Horacio: Institucionalización de la geografía y estrategias de la comunidad científica de los geógrafos "Geocrítica", Nº 8, Barcelona, 1977, pág. 7). Esta afirmación deja pendiente una cuestión: ¿Qué diferencias a nivel científico se observan en la geografía no institucionalizada con respecto a la geografía institucionalizada?

32. KELLNER: Ob. cit., pág. 202.

33. Bernardo Giner, además del Cosmos, tradujo las siguientes obras de Humboldt: Cuadros de lo Naturaleza (1876) y Sitios de las Cordilleras y Monumentos de los pueblos indígenas de América (1878), ambas publicadas en Madrid por Imprenta y Librería de Gaspar Editores (antes Gaspar y Roig).

34. Introducción al Tomo I, págs. 1-5, 30-32 y 33-38.

35. Introducción al Tomo I, págs. 39-69.

36. Introducción al Tomo III, págs. 3-10 y 23-24.

37. Tomo III, págs. 427-431.

38. Primera parte Tomo IV, págs. 13-15.

39. Segunda parte Tomo IV, págs. 143-146.
 

© Copyright Miguel Angel Miranda,  1977
© Copyright Geocrítica, 1977


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