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LA HIGIENE DE LA PROSTITUCIÓN EN BARCELONA: UNA APROXIMACIÓN A LOS CONTENIDOS MÉDICO-SOCIALES DEL HIGIENISMO EN ESPAÑA DURANTE EL SIGLO XIX.

Rafael Alcaide González

Higiene y control social: la prostitución y sus relaciones con la medicina y la moral.
La reglamentación de la prostitución en España: algunos apuntes históricos.
Prudencio Sereñana y Partagás: un adalid del reglamentarismo.
La Barcelona de fin de siglo.
Los orígenes de la reglamentación en Barcelona: la creación de la Sección de Higiene Especial y la carencia de un hospital de enfermedades especiales.
La prostitución en la ciudad de Barcelona: análisis de sus contenidos.
Comentarios a la presente edición.

La obra de Prudencio Sereñana y Partagás titulada La prostitución en la ciudad de Barcelona estudiada como enfermedad social y considerada como origen de otras enfermedades dinámicas, orgánicas y morales de la población barcelonesa se publicó por primera vez en Barcelona, en 1882. Con la reedición de esta obra de Sereñana, para la colección Geo-Crítica Textos electrónicos del departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona, se intenta recuperar para el lector, una de las obras más completas de la literatura higiénica dedicada a tan áspero tema, al que trató de manera monográfica, incluyendo, además de los aspectos propiamente médicos derivados de las enfermedades venéreas y sifilíticas, los aspectos sociales relacionados con el ejercicio de la prostitución en todos sus posibles matices.

Su notable contribución, al conocimiento de las causas y los efectos médicos y sociales de la prostitución de manera concisa y amplia, en un estudio donde la prostituta es considerada, en la mayor parte de las ocasiones, como víctima de la sociedad y no como culpable, y el testimonio inmejorable que la obra presta a la evolución y al estudio del conjunto de las posturas reglamentaristas —las más desarrolladas, tanto intelectual como legalmente, en detrimento de las prohibicionistas y las abolicionistas— que se mantuvieron en España, respecto al siempre difícil y escabroso tema de la prostitución, en la época que nos ocupa, han posibilitado que, desde su primera y única edición, La prostitución en la ciudad de Barcelona se haya convertido en un clásico de la literatura higiénica respecto al tema de la prostitución y en una referencia bibliográfica de cita obligada que aparece en la gran mayoría de artículos y publicaciones que se han editado en España con posterioridad a su aparición.

 
Higiene y control social: la prostitución y sus relaciones con la medicina y la moral.

El concepto de prostitución ha variado y ha sido tratado, según las épocas y las culturas, de muy distinta manera, ya sea legal, médica o sociológicamente. Su práctica ha sido perseguida, tolerada o reglamentada a través de la historia, pero, desafortunadamente, se ha enquistado en prácticamente todas las sociedades, en todas las civilizaciones, en algunas de las cuales ha llegado a ser incluso una práctica religiosa, y ha perdurado hasta nuestros días con múltiples variantes. Respecto a su definición, existen tantas y tan diversas casi como autores han tratado el tema. Por esa razón, precisamente, no creemos oportuno citar ninguna; sólo añadiremos que, a nuestro entender, constituye, en la mayoría de ocasiones, un recurso desesperado, un grave problema personal para quien la sufre y un terrible problema social, de difícil solución desde cualquier perspectiva que se contemple (1).

Sobre el tema de la prostitución se trató ampliamente, desde diversas perspectivas, durante todo el siglo XIX, con especial relevancia por parte de autores franceses como Parent-Duchâtelet (1837) (2); Jeannel (1874) (3); Lecour (1870 y 1872) (4); Dufour (1877) (5); o Despres (1883) (6), o italianos, como Césare Lombroso (7), uno de los especialistas más importantes en antropología criminal y medicina legal de la época, entre otros. En España su inclusión figuró, de manera variada tanto en contenidos como en extensión, en todos los tratados de higiene pública y privada publicados a lo largo de toda la centuria. Mateo Seoane, Pedro Felipe Monlau y Francisco Méndez-Álvaro (8), los tres higienistas españoles pioneros en la introducción del higienismo en España, al igual que los continuadores como Juan Giné y Partagás, entre otros, consideraron el problema de la prostitución desde diversas posturas situadas entre la permisividad del ejercicio de esta profesión bajo una reglamentación destinada a la previsión y control, tanto de las enfermedades derivadas como de las prostitutas, y la prohibición de dicho ejercicio.

Otros autores españoles como Berdós y Blasco (1839) (9); De la Sagra (1850) (10); Guardia (1857) (11); Prats y Bosch (1861) (12); Vahillo (1872) (13); Carboneres (1876) (14); Rodríguez Solís (1877 y 1893) (15); González Fragoso (1887) (16); Zavala (1891) (17) y Eslava (1900) (18) trataron —durante el siglo XIX— el tema con renovado interés, al igual que ocurrió en los innumerables artículos de diversos autores publicados en algunas de las revistas especializadas en medicina e higiene de la época, tales como El Monitor de la Salud de las Familias y de la Salubridad de los pueblos, El Siglo Médico, Gaceta médica de Madrid, La España médica o La Independencia médica, entre muchas otras (19).

La doctrina higiénica conformó un proyecto intelectual de base científica, heredero directo de la Ilustración, que se gestó en los círculos médicos europeos desde finales del siglo XVII, a partir de la preocupación de la clase médica por los estragos causados por las enfermedades y epidemias que de manera periódica asolaban el viejo continente. Esta corriente de pensamiento, que se propagó activamente por los principales países de Europa y América durante el siglo XIX, aportó algunas innovaciones en la consideración y tratamiento de las enfermedades, entre las que cabe destacar, como una de las más importantes, la inclusión de los aspectos sociales causantes y derivados de la enfermedad como parte fundamental e inseparable de la misma (20).

Así, al estudio de los aspectos meramente patológicos de la enfermedad, a los avances científicos, el higienismo incorporó, en su vertiente social, una componente ética y moral intervencionista, fuertemente impregnada de un carácter burgués, basada en la prevención o profilaxis, a partir de una escala de valores que implicaba un determinado comportamiento personal y social, acorde con el optimismo racionalista y con el idealismo romántico implícitos en la doctrina higiénica (21) .

Esta dualidad médico-social generó múltiples contradicciones en el conjunto de la doctrina higiénica, ya de por sí mediatizada y condicionada, en muchas ocasiones, por los intereses políticos del momento, lejos de sus planteamientos más utópicos. De esta manera, el higienismo incorporó los aspectos referentes a la conservación del capital social, siendo utilizado, de algún modo, como método para establecer una planificación y unas directrices que, desde un punto de vista burgués temeroso de las revueltas sociales, intentaban determinar un modelo de comportamiento social destinado a fabricar una sociedad libre de agitación social, sana por idiosincrasia, pero sujeta, inevitablemente, a los dictados del capitalismo burgués.

Sin embargo, el estudio de la prostitución, al ser considerada como una enfermedad social, implicó desde la óptica higienista un renovado esfuerzo por entender no sólo las causas patológicas, sino también aquellas otras que determinaban la existencia de la prostituta, como podían ser las injustas y precarias condiciones de la vida obrera en las ciudades industriales, entre las que cabe destacar: la incultura, la falta de sustento y muy especialmente la explotación, la falta de trabajo y de emancipación, y la desigualdad de derechos respecto al hombre de que adolecía, por lo general, la mujer de clase obrera (22).

En consecuencia, el higienismo no se limitó tan sólo a teorizar, con mayor o menor acierto, sobre la prostitución, sino que acometió, a la práctica, tanto el tratamiento de sus aspectos clínico-patológicos, como una cruzada moralizadora y dirigista del comportamiento a seguir, que a modo de profilaxis, estaba destinada a prevenir y remediar sus consecuencias. El punto de contacto entre la prostitución y el higienismo, el campo de batalla donde se libró el arduo combate científico-moral contra aquella lacra social, fue la aparición de reglamentaciones específicas de control sanitario y vigilancia policial de la prostitución y, como consecuencia de estos reglamentos, la creación en algunas ciudades españolas de las llamadas Secciones de Higiene especial, bajo la responsabilidad civil y jurídica de los ayuntamientos y los gobiernos de provincia.

Todo este conjunto de medidas obedeció a la existencia de una gran preocupación tanto en los estamentos gubernamentales como en los médicos, por las terribles consecuencias respecto al contagio de enfermedades venéreas y sifilíticas derivadas del ejercicio de la prostitución. La sífilis, también llamada mal francés o mal de Venus, se constituyó en una de las enfermedades de transmisión sexual más temibles, tanto por su larga curación, como por sus efectos mortales, en el caso de no ser tratada a tiempo o de no estar bien diagnosticada. No eran menores los efectos y las complicaciones que podían presentar las enfermedades de tipo blenorrágico, aunque su tratamiento era mucho menos prolongado que el de la sífilis. Sin embargo, ambos tipos de enfermedades de transmisión sexual eran anatematizados por la sociedad en su conjunto, y el reconocimiento público o privado de padecer alguna de dichas enfermedades representaba, para la mayor parte de enfermos, una especie de condena social, una marca, de la que resultaba muy difícil liberarse con posterioridad (23).

Es necesario considerar, además, que estos tipos de enfermedades eran frecuentes en la población masculina comprendida entre los 20 y los 40 años, por lo que se comprenderá la manifiesta preocupación de los gobernantes, ante los estragos causados por la enfermedad en una población necesaria, desde todos los puntos de vista, tanto al Estado (soldados, marinos, funcionarios, etc.), como al patrono, por lo que respecta a todos los órdenes de la vida laboral (24).

Por otra parte, se trataba, también, de controlar y de racionalizar el espacio urbano y los aspectos de marginalidad que posibilitaban en él la existencia de una población compuesta por elementos peligrosos para el mantenimiento del orden social burgués. Vagabundos, criminales y prostitutas conformaban esa parte de la población —susceptible de opresión y de vigilancia a partir de un estricto e injusto control social—, a la que no se consideraba como elemento racional del sistema, sino como un elemento marginal que permitía a los gobernantes prodigarse en una cruzada moral, destinada a perpetuar el poder omnímodo de la burguesía.

"Una sociedad burguesa urbana se estaba dotando entonces de sus diversos instrumentos de intervención y control del espacio social. La reglamentación de la prostitución en la época isabelina, en sus dos dimensiones (higiénica y policial) formaba claramente parte de este dispositivo social. Se trataba de una real operación de limpieza urbana paralela a la que también se realizaba entonces con los pobres y los "vagos" para construir nuevos espacios de sociabilidad urbana. En vez de encerrar a la prostituta en una casa de corrección o de expulsarla de la ciudad como se había venido haciendo desde tiempos atrás, se la recluía en una casa de prostitución limitando su libertad de circulación y controlando periódicamente su potencial capacidad de contagio" (25).

El intervencionismo de la doctrina higiénica, en referencia a los aspectos médico-sociales de la prostitución, se evidenció a partir de tres posturas básicas en la actuación de los profesionales de la medicina; posturas, por otra parte, que podían superponerse, ya que no se hallaban excesivamente delimitadas debido a la contradicción implícita entre lo que debía ser la actuación médica y los aspectos morales de la cuestión. Estas posturas fueron las siguientes:

a) Prohibicionistas, que defendían la ineficacia de la reglamentación y proponían medidas de carácter represivo y punitivo, acompañadas de una moralización estricta de las costumbres en base a los principios de la religión católica. La prostituta era considerada mayoritariamente como reo de culpa.

b) Reglamentaristas, que consideraban la prostitución como una enfermedad social. La extensión de la prostitución y su carácter "inevitable" propiciaron que se tolerara bajo determinadas reglas o normas que, a partir de una policía sanitaria y moral pretendían impedir la propagación de las enfermedades venéreas y sifilíticas derivadas de la prostitución incorporando, tanto el control de las mujeres dedicadas a este oficio (comúnmente asociado a las actividades delictivas), como la mayor parte de los aspectos morales defendidos por los prohibicionistas, aunque algo más suavizados, especialmente por lo que se refiere a la rehabilitación de la prostituta y de su papel como víctima.

c) Abolicionistas, que se oponían a la reglamentación, tanto por su demostrada ineficacia (aumento de la prostitución clandestina) como por su carácter represivo y discriminatorio respecto a la mujer, y proponían, como medida novedosa, la moralización de ambos sexos por igual, a partir del restablecimiento de la moral y de las costumbres públicas.

La postura que triunfó en España fue la reglamentarista, cuyo contenido ideológico estaba basado en la tradición agustiniana del "mal menor"(26). De alguna manera, ante lo arraigada que se hallaba la práctica de la prostitución en la sociedad, se reconoció de manera implícita que no se podía erradicar, ni menos prohibir, con lo cual, aceptada como un mal inevitable, se toleró y se reglamentó: "Una reglamentación más o menos defectuosa tiende a garantir los intereses de la higiene: pero la represión, establecida en nombre de la moral, fomenta la prostitución clandestina, fuente inagotable de enfermedades venéreas" (27).

Además, con estas medidas se pretendía salvaguardar el orden social establecido y algunas de sus más representativas instituciones, tales como el matrimonio y la familia, aunque fuera de manera hipócrita, ya que la prostitución "representa una válvula de seguridad que protege las instituciones más santas, evitando el desbordamiento en el seno del matrimonio y haciendo el adulterio mucho más raro de lo que sería en el caso contrario" (28), frente a posiciones más progresistas, basadas en la libertad de elección y de acción individual, que eran consideradas socialmente peligrosas por lo que podían entrañar de ruptura, tanto con la tradición, como con los preceptos religiosos y las buenas costumbres: "Desde el punto de vista político el que tiene familia es más amante de la paz y del orden público; el que sabe vivir sometido a la disciplina del hogar, sabe también someterse a la disciplina del Estado" (29).

 
La reglamentación de la prostitución en España: algunos apuntes históricos.

Desde finales del siglo XVI hasta las primeras Reglamentaciones del XIX la prostitución fue perseguida o tolerada según las épocas y los Gobiernos, a partir de la alternancia en el poder político de partidarios de una reglamentación supuestamente adecuada y eficaz, capaz de mantener bajo control la terrible sífilis, y de acérrimos defensores de la prohibición más rigurosa. El gran apogeo espiritual que adquirió la cuestión religiosa en España a raíz de la Contrarreforma, propició, de alguna manera, la promulgación de diversas pragmáticas mediante las que se intentó abolir con extremo rigor la prostitución mediante la supresión de los burdeles. En 1623 Felipe IV ordenaba que "en adelante, en ninguna ciudad, villa ni aldea de nuestros reinos, se pueda tolerar, y que en efecto, no se tolere, lugar alguno de desorden, ninguna casa pública donde las mujeres trafiquen con sus cuerpos" (30).

Con esta prohibición y el castigo añadido de deportación para las prostitutas se consiguió que la mayoría de burdeles fueran cerrándose, durante los últimos años del reinado de Felipe IV y la minoría de edad de Carlos II, pero no se pudo evitar que el ejercicio de la prostitución pasase a la clandestinidad y se ejerciera de manera totalmente incontrolada. De esta manera "quitadas las prostitutas de sus antiguos refugios se esparramaron libremente por todos los ámbitos de las ciudades; no reconocidas como tales por las leyes, dejadas a su albedrío y sin responsabilidad ninguna inficionaron a la juventud de modo que no se había conocido antes (31).

Con posterioridad, ante las desastrosas consecuencias de la prohibición, se intentaron plasmar algunos proyectos de reforma, entre los que cabe destacar la proposición que el Conde de Cabarrús, una de las personalidades ilustradas más progresistas de su tiempo, dirigió a su amigo Jovellanos en 1792 (32), en la que se reúnen una serie de normas, tales como el restablecimiento de las mancebías, a partir de la consideración de la prostitución como un mal inevitable, susceptible de ser controlado médica y policialmente en unos lugares determinados donde se tolera su ejercicio: los burdeles, a las que hay que añadir el consiguiente capítulo punitivo, criticado por Sereñana debido al "abuso inmoderado de la pena de deportación para las mujeres públicas" (33).

En la misma línea, se produce, en 1809, la Exposición que Antonio Cibat, a la sazón Inspector de Sanidad, dirige al ministro de Policía de José Bonaparte, Pablo Arribas, sobre las medidas adecuadas para prevenir el contagio y la propagación de la sífilis. En este texto, que no fue publicado hasta 1861, pero que al parecer era conocido en los círculos médicos españoles, figuraban una serie de propuestas claramente progresistas, en las que "se reconocía claramente la utilidad social de la prostitución, considerada como un "oficio", ejercido más o menos "dignamente", y se evocaba, de modo totalmente nuevo, el papel de las casas de prostitución como lugares de sociabilidad" (34).

A estos intentos de reglamentación les siguieron otros, entre los que cabe destacar el Proyecto de Reglamento general de Sanidad, presentado por Mateo Seoane a las Cortes en 1822. Sin embargo, no será hasta la entronización de Isabel II cuando se empiecen a elaborar la mayoría de las prescripciones legales sobre la prostitución y la sanidad pública.

Efectivamente, como apunta acertadamente Jean Louis Guereña, el arranque de la reglamentación de la prostitución en España —independientemente de las Disposiciones de Zaragoza de 1845 y del Reglamento para la represión de los excesos de la prostitución en Madrid firmado por el Jefe superior político Patricio de la Escosura en 1847—, puede fecharse a partir de 1854, durante el Bienio progresista y más tarde, en 1859, con la subida al poder de la Unión Liberal. Como precedente a este apogeo reglamentarista, se había nombrado con anterioridad, por Real Decreto de 15 de septiembre de 1849, una Comisión médica, cuya presidencia estuvo a cargo de Mateo Seoane, en la que se reunió a partidarios y detractores de la reglamentación de la prostitución, con el fin de proponer un conjunto de medidas destinadas a impedir el contagio de la sífilis, a partir del control facultativo (visitas médicas periódicas) de las prostitutas. Estas medidas se plasmaron en el Reglamento de los Inspectores municipales de salubridad (35).

Buena muestra del desarrollo reglamentarista de la prostitución es el gran número de disposiciones al respecto adoptadas en muchas ciudades españolas, tales como Zaragoza (1845); Madrid (1847, 1854, 1859, 1863, 1865); Gerona (1854); Málaga (1855); Jerez de la Frontera (1855); Sevilla (1859); Alicante (1860); Cádiz (1861 y 1864); Santander (1862); Palma de Mallorca (1862); Barcelona (¿1863? y 1867); San Fernando (1864); Puerto de Santa María (1864); Valencia (1865) y Vigo (1867), entre otras (36).

En estas Reglamentaciones, cuyos contenidos no trataremos en este estudio, se incluyó, desde un primer momento, la creación de una Inspección higienista especial, también denominada Sección de Higiene Especial, que en el caso de las grandes ciudades dependió directamente del gobierno civil y en las pequeñas de los ayuntamientos, cuyo objetivo principal fue el de "prevenir y evitar los malos efectos de la prostitución; disminuir ésta en lo posible e impedir que se manifieste de un modo escandaloso afectando a la moral y salud públicas" (37). En estas Secciones se desarrolló toda la atención médico-social que los médicos higienistas adscritos a cada una de ellas prestó a las prostitutas y constaban, además del cuerpo médico propiamente dicho, de un cuerpo administrativo destinado a las tareas de recaudación de las múltiples cuotas que se exigían a la mujer prostituta, resultantes de gastos de apertura de cartilla sanitaria, de la visita, y de las multas por retrasos en dicha visita o por incumplimiento de la reglamentación, entre otras. Los médicos higienistas de las Secciones, en su conjunto, no estuvieron de acuerdo en absoluto con una actitud burocrática tan injusta. Este impuesto quedó suprimido bastantes años más tarde por el Real Decreto de 7 de abril de 1932.

Vale la pena anotar, para concluir este apartado, que la prostitución nunca fue legalmente permitida aunque se "tolerara". Hay que insistir, ante la posibilidad de equívoco, en los matices implícitos en el significado de ambos términos. En nuestra opinión, para que la prostitución se hubiera permitido, habría tenido que promulgarse una ley de ámbito nacional al respecto, adquiriendo así el carácter de actividad legal, a todos los efectos. Pero ni el Código Civil, ni la Ley general de Sanidad, ni cualquier otra disposición legal de la época de ámbito estatal, contempló el ejercicio de la prostitución de manera explícita y completa. Al contrario, las reglamentaciones que aparecieron en las diferentes ciudades españolas, "toleraron" el ejercicio de la prostitución en su ámbito de aplicación, local o provincial, sin remitir los posibles conflictos derivados de la aplicación de los reglamentos a una autoridad superior a la que los promulgó. Podría deducirse por tanto, que cada gobernador, cada alcalde, confeccionó sui generis una reglamentación que, basada por lo general en la que regía en Madrid, no era más que la plasmación de un acuerdo local, precario por lo que a respaldo legal se refiere, pero que funcionaba, porque no existía nada mejor y porque parece evidente que no se podía legalizar una cuestión que atentaba contra todo principio moral; motivo por el cual, eufemísticamente, la prostitución se "toleró".

Esta carencia legislativa, se intentó reconducir por medio de la Real Orden de 4 de enero de 1889, firmada por el ministro de Gobernación Ruiz y Capdepón, en la que se traspasaban los servicios de higiene a los ayuntamientos y en la que se demuestra, que los gobiernos de provincia nunca estuvieron legalmente facultados para dirigir las actividades higiénicas, sino que lo hicieron por su cuenta y riesgo, bajo la delegación y la permisividad implícita de los sucesivos ministros de Gobernación de la época:

"Según noticias llegadas a este Ministerio, son varios los Gobiernos de provincia en que, más bien por una costumbre hasta ahora no autorizada, que por observancia de disposición alguna legal, se hallan organizados, con más o menos formalidades, pero sin unidad alguna entre sí, servicios higiénicos y registros de cartillas obligatorias para los criados domésticos, exigiéndose por unos y otras cantidades en cuya aplicación tampoco hay uniformidad (...) Los Gobernadores, según el art. 23 de la ley Provincial, están obligados a velar muy especialmente por el exacto cumplimiento de las leyes sanitarias e higiénicas, adoptando en casos necesarios, bajo su responsabilidad, y con toda premura, las medidas que estimen convenientes para preservar a la salud pública de epidemias, enfermedades contagiosas, focos de inspección y otros riesgos análogos, dando cuenta al Gobierno; mas estas medidas urgentes, y sólo para casos necesarios, no envuelven la facultad de dirigir por sí la vigilancia ordinaria de la higiene, sobre la cual les corresponde solamente velar con cuidadoso celo para que los Ayuntamientos encargados de ella cumplan la ley".

Esta actitud política de mirar hacia otro lado, de tolerar hipócritamente una actividad que se suponía inmoral a la vez que necesaria, fue contestada por gran parte de los médicos higienistas que ejercían su profesión en las Secciones de higiene, a partir de la relación directa médico-enfermo, de la puesta en práctica de sus conocimientos científicos y de la actitud personal respecto a este estado de cosas. En el conjunto de las reclamaciones y propuestas que los integrantes de estas Secciones dirigieron a los diferentes alcaldes y gobernadores civiles, destacaron especialmente cinco: la primacía de la atención médica frente a los aspectos administrativos; la supresión de la visita domiciliaria; la inscripción voluntaria y gratuita; la eliminación del impuesto y la creación de hospitales especiales. Por todo ello, no creemos aventurado afirmar que serían estos aspectos, los que prefigurarían que tanto la atención médica, como el trato humano dispensado a las prostitutas y a los enfermos de venéreas, evolucionara hacia posiciones más comprensivas de la siempre difícil realidad social implícita en el mundo marginal de la prostitución, por encima de cualquier conceptuación moral del problema.

 
Prudencio Sereñana y Partagás: un adalid del reglamentarismo.

El autor de La prostitución en la ciudad de Barcelona nació en la población de Les Borges Blanques (Lleida) el 31 de agosto de 1842 (38). Cursó estudios de bachillerato en Huesca donde además trabajó como cajista de imprenta, al igual que en otras ciudades como Lleida, Girona y Barcelona. En esta última población estudió, en la Universidad literaria, la carrera de Medicina, licenciándose en 1874. Posteriormente ejerció de médico rural en la localidad de Sant Llorenç Savall durante cuatro años, al término de los cuales se instaló en Gracia (Barcelona). Desplegó una intensa actividad periodística, ya que entre 1881 y 1882 dirigió y editó la revista La Clientela, periódico de medicina, farmacia y veterinaria, junto con el doctor Jacques; en 1883 dirigió otra revista titulada El escrutador de la Higiene, dedicada a la publicación de temas relacionados con la prostitución, y fue, además, redactor jefe de otras publicaciones como La independencia médica y la Revista frenopática barcelonesa, firmando algunos de sus artículos con el pseudónimo S.Oicnedurp.

Aparte de su labor periodística, merecen especial mención los trabajos de traducción que llevó a cabo Sereñana de algunas de las obras de Ambroise-Auguste Tardieu, médico francés quien, junto con sus colegas Devergie y Brouardel conformó en París, durante gran parte del siglo XIX, uno de los núcleos intelectuales más importantes de la medicina legal francesa.

Ejerció como médico higienista en la Sección de Higiene Especial o de la prostitución del Gobierno civil de Barcelona desde 1880 (39). En 1884 se doctoró en Madrid con la tesis titulada Estética de los manicomios y condiciones que deben tener estos establecimientos para el mejor tratamiento de las enfermedades mentales. Desde 1887 a 1890 desempeñó el cargo de médico auxiliar del hospital de la Santa Cruz de Barcelona. En 1889, con el traspaso de algunas competencias sobre beneficencia, higiene y sanidad desde los Gobiernos civiles a los Ayuntamientos, fue nombrado médico de la Beneficencia municipal, ejerciendo también como médico interno del manicomio de Nueva Belén en Sant Gervasi de Cassoles (Barcelona), del que era director su primo Juan Giné y Partagás.

Como recompensa a los servicios prestados durante la epidemia de fiebre amarilla de 1870, Sereñana fue nombrado Caballero de la distinguida Orden española de Carlos III, tal como se reseña en la portada de la obra que transcribimos, figurando como miembro de diversas academias y sociedades, entre las que cabe destacar las siguientes: Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona; Société Royale de Medicine publique de Bélgica; Société française d'Hygiène de París; Sanidad pública de San Petersburgo y la Sociedad Económica barcelonesa de Amigos del País, siendo corresponsal de las Sociedades de Amigos del País de Málaga y Cádiz.

El vitalismo y la inquietud intelectual que caracterizaron a Sereñana a lo largo de su vida, le permitieron, además de pronunciar numerosas conferencias, combinar sus múltiples actividades profesionales, periodísticas y literarias, con la participación y asistencia a diversos congresos, entre los que cabe destacar el Primer Certamen frenopático Español celebrado en Barcelona en 1883 y el Congreso de Ciencias Médicas de 1888. Falleció el 19 de marzo de 1902, cuando apenas contaba sesenta años.

De sus numerosos escritos destacan, como ya hemos dicho, las traducciones de la obra de Tardieu que son, por orden de publicación, las siguientes:

Estudio médico-legal sobre el aborto (Barcelona,1882); Estudio médico-legal sobre los delitos contra la honestidad (Barcelona, 1882); Estudio médico-legal sobre el colgamiento, la estrangulación y la sofocación, anotado y adicionado con el importante capítulo del profesor Hofmann (de Viena) sobre "La asfixia" (Barcelona, 1883); Estudio médico-legal sobre la locura (Barcelona 1883); Estudio médico legal sobre las heridas, comprendiendo las heridas en general y las heridas por imprudencia, los golpes y el homicidio involuntario (Barcelona, 1883); Estudio médico-legal sobre las enfermedades producidas accidental o involuntariamente por imprudencia, negligencia o transmisión contagiosa, comprendiendo la historia médico-legal de la sífilis y sus diversos modos de transmisión. (Barcelona, 1884) y Estudio médico-legal sobre el infanticidio (Barcelona, 1884)

Las obras de producción propia publicadas por Sereñana, con la excepción de artículos y sueltos de prensa, fueron las siguientes:

La prostitución en la ciudad de Barcelona estudiada como enfermedad social y considerada como origen de otras enfermedades dinámicas, orgánicas y morales de la población barcelonesa. Barcelona: Imprenta de los Sucesores de Ramírez y Cía. 1882.

Estética de los manicomios y condiciones que deben tener estos establecimientos para el mejor tratamiento de las enfermedades mentales. Barcelona: Imprenta de Redondo y Xumetra, 1884. Tesis de doctorado.

La sífilis matrimonial. Barcelona: Tipo-litografía de los Sucesores de N. Ramírez y Cía., 1887.

El chancro infectante de los genitales en la meretriz en sus relaciones con la etiología sifilítica. Barcelona: Tipo-litografía de los Sucesores de N. Ramírez y Cía., 1889.

Alimentación del niño durante los primeros años de la vida. Barcelona: Imprenta de Henrich y Cía, en comandita, 1889.

 
La Barcelona de fin de siglo.

Cabe preguntarse, ante la reedición de esta obra, cuales pudieron ser los motivos, los fundamentos que impulsaron a Sereñana a escribir sobre la situación de la prostitución en la capital barcelonesa. Quizá se puedan aventurar, de manera general, algunos de ellos. En primer lugar, la observación y el análisis de los aspectos referentes a la vida cotidiana de las clases más desfavorecidas, en la ciudad de Barcelona, que eran las que proporcionaban mayor contingente a la prostitución. En segundo lugar, la pertenencia de Sereñana al Cuerpo médico facultativo de la Sección de Higiene Especial barcelonesa, con lo que ello conllevaba de conocimiento de primera mano respecto a la prostitución y a sus causas (sociales) y efectos (patológicos). Y en tercer lugar, su amplio conocimiento de la bibliografía francesa sobre el tema, gracias, en parte, a la labor de traducción de las obras de Tardieu, aspecto que ya hemos tratado en el apartado anterior.

La Barcelona de fin de siglo era la ciudad española donde el fenómeno de la industrialización había tenido lugar de manera más intensa. Tras la crisis que originara el Sexenio revolucionario (1868-1874) el advenimiento de la monarquía borbónica con la coronación del rey Alfonso XII en 1875, habían propiciado un prolongado período político, la llamada Restauración, de marcado carácter conservador que aportó una determinada estabilidad económica y social. Todo ello se tradujo en una floreciente época de prosperidad para los negocios de la pujante burguesía barcelonesa, la denominada febre d'or. Por otra parte, la población barcelonesa se había duplicado prácticamente en relación con los 189.948 habitantes de 1860, gracias sobre todo a los grandes contingentes de población, compuestos en su gran mayoría por braceros, peones o jornaleros que se trasladan a la ciudad con sus familias, atraídos por el fenómeno industrial, creyendo hallar, en las oportunidades de trabajo que ofrecía la ciudad, la solución a su penuria económica

La escasez de medios de los recién llegados no les permitió instalarse más que en las viviendas o habitaciones que pudieron permitirse pagar con sus precarios recursos económicos. En estos antros, que apenas ofrecían un mínimo de salubridad, con dependencias estrechas y faltas de luz, malvivían las capas más deprimidas de la sociedad barcelonesa, a base de una dieta alimenticia absolutamente desequilibrada, soportando, además, las penosas, inseguras e insalubres condiciones de trabajo que ofrecían las fábricas con jornadas de hasta 16 horas, trabajo de menores, despido libre y el continuo agiotaje de muchos de los productos de primera necesidad. No cabe duda que, esta explotación inhumana del obrero propiciada por los mecanismos utilitaristas del laissez-faire empleados por los patronos y basados en una feroz competencia para luchar sin trabas por el engrandecimiento privado y la acumulación de capital, había de resultar especialmente determinante, en algunos casos, para la elección de la prostitución como medio de vida.

En la excelente obra de Paco Villar sobre el Barrio Chino de Barcelona, encontramos una referencia al vivir cotidiano en la capital catalana algunos años después de la publicación de la obra de Sereñana. Pese a ese desfase temporal, creemos que puede servir para ilustrar, por una parte, la rigidez de las costumbres de la burguesía y, por otra, la miseria y la extrema pobreza que conformaban las condiciones de vida de las capas sociales más desprotegidas:

"La alta sociedad era rígida y formal, tanto en sus hábitos como en sus atuendos: siempre fiel a unas costumbres bien delimitadas y con una moral al más puro estilo victoriano, sin escándalos, sin excesos conocidos. (...) Una clase media sin muchos alicientes, y en cierta manera muy intransigente, se sostenía a base de grandes esfuerzos. En cuanto al proletariado propiamente dicho, su situación fácilmente podía calificarse de trágica.

(...) La miseria no estaba oculta a la mirada de nadie. Las calles más céntricas, en las horas punta, aparecían infestadas de mendigos. La Rambla se transformaba en verdadera corte de milagros. Allí el barcelonés contemplaba con estupor toda suerte de espectáculos dramáticos: grupos de mujeres obreras en demanda de limosna, músicos ambulantes, decenas de lisiados, niños hambrientos suplicando comida y atención.

(...) La falta de higiene y la creciente inseguridad en talleres y fábricas acentuaban la aparición, ya de por sí habitual, de enfermedades y accidentes de trabajo. Las jornadas laborales se eternizaban. Un alza sistemática en los productos de primera necesidad, sumada a unos salarios insuficientes, obligaban al trabajador a vivir en un permanente estado de sitio económico" (40).

 
Los orígenes de la reglamentación en Barcelona: la creación de la Sección de Higiene Especial y la carencia de un hospital de enfermedades especiales.

El establecimiento de una reglamentación sobre la prostitución y de su correspondiente Sección de Higiene Especial, tuvo lugar en Barcelona en 1863, cuando el gobernador civil Francisco Sepúlveda Ramos, que acababa de tomar posesión de la plaza, "deseando organizar la prostitución, al objeto de aminorar los estragos que la misma causaba en la salud pública, nombró una Comisión facultativa bajo la presidencia del distinguido práctico Dr. D. Juan Durán y Sagrera, a la sazón director de Sanidad marítima, encargándole la confección de un reglamento que, sosteniendo incólumes los principios de la moral, tendiera en lo posible a disminuir los estragos que la sífilis causaba en la población barcelonesa" (41). En febrero de 1864 le sustituyó Antonio Guerola, quien con anterioridad había ejercido las funciones de gobierno en las provincias de Sevilla, Cádiz y Málaga. Según relata el gobernador en su Memoria relativa a Barcelona, existía por aquel entonces un sistema reglamentarista que se basaba en el pago, por parte de las amas de mancebía y de las prostitutas, de los honorarios profesionales por los reconocimientos médicos que se les practicaban periódicamente. Según apunta Guereña, en 1864, —tras una reforma introducida por Guerola mediante la cual el dinero de los reconocimientos pasaba directamente a manos de los médicos, sin intermediarios—, se contaban ocho médicos dedicados a estos menesteres que se repartían una recaudación de 8.000 reales semanales (42).

En un artículo aparecido en La Independencia médica en 1878 (43), su autor, que firmaba con el pseudónimo Teophilo Bombasto (44), afirmaba que "en 1864 aparecieron entre nosotros las cartillas de las prostitutas", preguntándose qué elementos eran los que inspiraban la reglamentación de la prostitución en Barcelona: "¿será la doctrina o la moral católica? ¿Será acaso la libertad la inspiradora de nuestra reglamentación? ¿Qué memorias se han escrito? ¿Qué estadísticas se han publicado?¿Qué piensa el público?" Estas afirmaciones confirman, por una parte, la existencia de una reglamentación, o quizá de un documento de carácter interino, que posiblemente estuvo inspirado en el que en aquella época estaba vigente en Madrid y, por otra, el absoluto secretismo con que se procedía respecto estos menesteres. Cabría suponer, al igual que lo hace Juan Giné en la carta-prologo que sirve de introducción al libro de Sereñana, que ese secretismo obedecía, junto con otros aspectos, a los relacionados con el cobro del impuesto a las prostitutas, apareciendo dicha recaudación, en todos los reglamentos sobre la prostitución, bajo la sospechosa denominación de fondos de naturaleza reservada.

Hemos apuntado el posible carácter de interinidad de la reglamentación que se promulgó en 1863, ya que no hemos localizado ningún documento anterior al que, con fecha de 4 de noviembre de 1867, promulgó el Gobernador civil Romualdo Méndez de San Julián con el título de Reglamento para la vigilancia y servicio sanitario de las prostitutas de Barcelona, impreso en Barcelona por el Estudio tipográfico de M. González y Sugrañes en 1867.

Entre octubre de 1867 y diciembre de 1882, se sucedieron en Barcelona veintiséis gobernadores civiles. Durante ese mismo período se promulgaron dos nuevos reglamentos en 1870 y en 1874. Este último, que con alguna que otra modificación era el que regía en 1882, se halla reproducido en la obra de Sereñana. Con los constantes relevos de gobernadores civiles, ni la higiene ni la administración pública podían funcionar con un mínimo de continuidad. Debido a esta caótica situación, la Sección de Higiene Especial sufrió múltiples cambios tanto en su organización como en el personal facultativo, postergándose indefinidamente una de las cuestiones más reclamadas para Barcelona, como era la de la creación de un hospital de enfermedades especiales. Este conjunto de despropósitos incide en la opinión de Sereñana quien, tras lamentar la organización administrativa de la higiene barcelonesa, considera que "las actuales leyes sobre la prostitución, aún cuando proporcionen algún resultado más positivo que en los tiempos en que se hallaba aquella plaga completamente abandonada, no bastan a detener los incalculables daños que el venéreo y la sífilis están causando en la población barcelonesa" (45).

Dentro de las graves carencias que, en materia de asistencia sanitaria, afectaban a la población de la ciudad de Barcelona, figuraba, en primer lugar, la inexistencia de un hospital para enfermedades especiales. La ciudad estaba dividida en 1880, a efectos de la prostitución, en nueve distritos y en el dispensario de Sanidad, sito en la Rambla de Santa Madrona número 30, se atendían todos los martes y jueves por la tarde, las mujeres que no tenían cabida en el hospital de la Santa Cruz (46), ya que en esta institución se habilitaban, únicamente, 55 camas para mujeres enfermas de venéreo y 53 camas para hombres enfermos de dicha afección.

Esta falta de recursos asistenciales propiciaba que gran parte de las mujeres prostitutas, bien por falta de camas en el hospital de la Santa Cruz, bien por falta de medios de subsistencia, no tuvieran otro remedio que curarse en sus propios domicilios, "estas mujeres, para poder atender al pago de la manutención, vestir, cuota sanitaria y demás, se ven en la imperiosa necesidad de admitir a cuantos individuos se les presenten" (47), y esta desgraciada situación repercutía, indudablemente, en la propagación de las enfermedades venéreas.

Uno de los primeros testimonios de esta terrible situación fue el de Salvador Pinar, licenciado y antiguo alumno del Colegio de Medicina de Barcelona, quien expuso así la situación de los enfermos sifilíticos en la Ciudad Condal:

"Barcelona, capital de 200.000 almas, esencialmente mercantil e industrial, cuenta en su seno con un solo hospital, exceptuando el de Lazarinos. Este hospital (el de la Santa Cruz), de pésimas condiciones, contiene dos departamentos de dementes, hospital general, hospital clínico y hospitales especiales de enfermedades sifilíticas y de los órganos de la visión. (...)no existiendo más que un solo hospital para toda clase de enfermos, ha de quedar una pequeñísima parte para los que padecen enfermedades sifilíticas. (...) entre los departamentos de ambos sexos escasamente se cuentan 100 camas y aún éstas colocadas de tal modo y en tales salas, que no se puede penetrar impunemente en ellas, si antes no se ha tomado la precaución de airearlas convenientemente. (...) Además, como 100 camas no son número suficiente para contener todos los enfermos sifilíticos que se presentan para entrar en el hospital, tiene que establecerse un turno de espera, marchándose los enfermos a implorar la caridad pública cuando no disponen de alguna boardilla" (48).

Esta grave cuestión aparece mencionada en varios capítulos de la obra de Sereñana, al igual que su reivindicación, pero no sería hasta 1888 cuando, bajo el mandato del gobernador civil Luis Antúnez y Monzón y la presidencia de la Sección de Higiene Especial barcelonesa por Carlos Ronquillo y Morer, se creó el Hospital de Nuestra Señora de las Mercedes, pequeño sifilocomio destinado a paliar la falta de camas en el hospital de la Santa Cruz, en espera de la construcción del tan deseado hospital de enfermedades especiales, establecimiento cuyo anteproyecto de construcción corrió a cargo de Pedro García Faria —ingeniero de caminos, arquitecto y una de las personalidades más decisivas, junto con Ildefonso Cerdà, en la mejora de las condiciones de salubridad de Barcelona—pero que, desgraciadamente nunca llegó a construirse (49), quedando, tan necesaria reivindicación, postergada para mejor ocasión.

Este era, en definitiva, el estado de la cuestión higiénica y social respecto a la prostitución en la ciudad de Barcelona, durante el último tercio del siglo XIX. Una ciudad aprisionada por su dinámica industrial y urbana en la que "toda actividad cesaba poco después de la puesta del sol; la que no cesaba podía ser calificada de antemano de irregular y sospechosa sin temor a incurrir en falta. En la fantasía popular la noche estaba poblada de fantasmas y sembrada de peligros (...) En todo la noche era equiparada a la muerte y el alba a la resurrección" (50). Quizá por ello las prostitutas sólo podían exhibirse de noche, o bien en prostíbulos controlados, donde las ventanas y los balcones permanecían siempre cerrados simulando una noche sin fin, permaneciendo así ocultas a las miradas y a las conciencias.

 
La prostitución en la ciudad de Barcelona: análisis de sus contenidos.

La obra de Sereñana y Partagás que estudiamos, consta de dos grandes partes bien diferenciadas por sus contenidos, precedidas por una interesante carta-prólogo a cargo de Juan Giné y Partagás, primo de Sereñana, y uno de los profesionales de la medicina más importantes en la continuidad y divulgación de la doctrina higiénica en España.

La primera parte de la obra, que consta de seis capítulos, está dedicada a la historia y al desarrollo de la prostitución en la antigüedad (los tres primeros capítulos); al estado de la prostitución en los países más importantes del mundo (capítulo cuarto); a la historia y desarrollo legislativo de la prostitución en España (capítulo quinto) y a los errores de concepto respecto a la noción de prostitución (capítulo sexto).

En la segunda parte, que consta de siete capítulos, el autor desgrana los diferentes aspectos del tratamiento de la prostitución —considerada como enfermedad social— tales como su etiología, sintomatología, diagnóstico, complicaciones, pronóstico y tratamiento, en sendos capítulos de gran interés que constituyen la parte más interesante de la obra y que suponen un aporte intelectual pionero en los estudios sobre higiene de la prostitución llevados a cabo en España hasta aquel entonces.

Sereñana utiliza diversos tratados de referencia para la confección de La prostitución en Barcelona, resultando especialmente relevantes para el conjunto de la obra, los de los prestigiosos higienistas franceses Lecour, Parent-Duchâtelet y Jeannel, autoridades indiscutibles en la materia, cuyas obras ya han sido citadas con anterioridad (véanse las notas números 4, 2 y 3, por ese orden). De hecho, a excepción de algunos apuntes estadísticos propios, confeccionados por Sereñana durante su permanencia como médico higienista en la Sección de Higiene Especial de Barcelona, relativos al distrito de la Barceloneta, y otros facilitados por colegas del hospital barcelonés de la Santa Cruz, la mayoría de datos estadísticos proceden de las obras de los higienistas franceses ya mencionados, a los que hay que añadir otros autores a los que Sereñana cita más esporádicamente como Guardia o Giné y Partagás, entre otros. Este elenco bibliográfico constituye, en su momento, la vanguardia intelectual acerca de los temas relativos a la prostitución, aunque en algunos casos, los datos estadísticos puedan parecer desfasados, como ocurre en el cuadro comparativo de prostitutas por 10.000 habitantes en algunas de las ciudades más importantes del mundo, al final del capítulo cuarto de la primera parte.

Sereñana fue, como ya hemos indicado, un profundo conocedor de la bibliografía higienista francesa por su faceta de traductor de gran parte de la obra de Ambroise-Auguste Tardieu, con lo que resulta muy probable que seleccionara y utilizara, para la confección de La prostitución en la ciudad de Barcelona, los mejores recursos intelectuales acerca del tema que se hallaron a su alcance, siendo buena muestra de ello la minuciosidad con que procuró transcribir los textos, no exenta —en algunas ocasiones— de una innecesaria proliferación de vocablos franceses sin su correspondiente traducción al español.

 
La carta-prólogo de Juan Giné y Partagás

Volviendo a los contenidos, en la carta-prólogo que sirve de presentación a la obra, Giné y Partagás felicita a Sereñana por su iniciativa y arremete, en primer lugar, contra el secretismo con que se custodian los datos de las historias clínicas de las meretrices y, en segundo lugar, y de manera más amplia, contra el cobro del impuesto a que se somete a las prostitutas por todos los actos médicos y administrativos que derivan de su oficio, desde que quedan inscritas en el padrón de higiene especial o registro de la prostitución.

Se queja Giné de la inexistencia de una estadística extraída de los datos de las historias clínicas de las meretrices, y esta falta de información y de disponibilidad de dicha documentación la achaca a la inmoralidad del cobro del impuesto a las prostitutas, recaudación que representa "un sobresueldo que no consta en nómina y que da para pagar servicios de cualquier género y aún deja pingüe remanente" (51). Propone Giné que el servicio de vigilancia de la prostitución sea administrado por los ayuntamientos en las grandes ciudades y no por los gobiernos de provincia, y refleja en su crítica otros aspectos relacionados por una parte, con la inmoralidad de una inspección facultativa "que permite que las prostitutas se curen a domicilio, sin dejar de ocuparse", ya que "éstas pagan dos pesetas más por disfrutar de las inmunidades del domicilio propio"; y por otra parte, con la impericia profesional con la que, a menudo, los médicos adscritos al servicio de higiene de la prostitución tratan los síntomas de las enfermedades venéreas y sifilíticas.

Concluye Giné esta carta-prólogo con una dura crítica a la actitud de la sociedad respecto al seductor, para quien no se contempla castigo alguno y con un firme alegato respecto a la emancipación de la mujer, como manera de erradicar la prostitución: "el que consiguiera sacar para siempre de la esclavitud a la mujer, habilitándola, por la maravillosa virtud del trabajo, para bastarse en sus propias necesidades, podría estar cierto de haber conseguido abolir la prostitución".

 
Primera parte

De los seis capítulos de los que consta la primera parte de La prostitución en la ciudad de Barcelona, los tres primeros son de carácter introductorio y están dedicados, por el siguiente orden, a las consideraciones generales, a la prostitución en la antigüedad y a la definición de la prostitución y de la prostituta a través de la historia. El cuarto capítulo trata acerca de la prostitución en las diferentes naciones y el quinto, sobre la descripción histórica de la legislación de la prostitución en España. El sexto, lo dedica Sereñana a los errores de concepto respecto a la noción de prostitución. Destacan especialmente en esta primera parte los capítulos cuarto, quinto y sexto, los cuales pasamos a analizar a continuación.

En el capítulo cuarto, el más extenso de la obra, se enumeran todos aquellos aspectos relevantes del ejercicio y la legalización de la prostitución en las naciones más importantes del mundo, con especial incidencia por lo que a Inglaterra y Francia se refiere. El apartado dedicado a Inglaterra esta constituido por la transcripción íntegra del capítulo de la obra de Lecour La prostitution à Paris et à Londres, (véase la nota nº 4) dedicado a aquella ciudad inglesa. En él abundan las descripciones respecto a los efectos de las disposiciones preventivas contra el contagio venéreo, las Acts inglesas de 1864, 1866 y 1869 y se reproducen algunos de los documentos que se utilizan para el cumplimiento de esta legislación, tales como informes, citaciones, etc., a los que acompañan diversos cuadros estadísticos referidos al tema en cuestión.

En el apartado relativo a Francia, Sereñana transcribe algunos párrafos de la obra de Lecour, resultando muy significativo el tratamiento de las cuestiones legislativas referentes a las mujeres públicas, en concreto del decreto de diciembre de 1874 promulgado por el Prefecto de la policía francesa León Renault. Por lo que hace referencia al resto de países tratados, aunque lo son de manera más somera que Inglaterra o Francia, resultan de especial interés algunas de las diferencias existentes en cuanto a los aspectos punitivos.

El capítulo quinto de esta primera parte está dedicado a España y se divide en dos grandes apartados: el primero referente a España y el segundo a Barcelona.

En el primero, Sereñana ofrece un resumen histórico del desarrollo legislativo de la prostitución, especialmente por lo que a casas de mancebía y manutención de las prostitutas se refiere, incidiendo especialmente en el período de la historia de España que comprende desde los Reyes Católicos hasta el año 1822, en que las Cortes aprobaron un proyecto de salubridad pública firmado por Mateo Seoane, "por el cual se restablecieron las casas públicas, quedando la prostitución legalmente tolerada". A continuación, Sereñana inserta algunos de los artículos del Reglamento de higiene especial de la prostitución de Madrid, vigente en la fecha de publicación de la obra que estamos analizando, sin citar su fecha de promulgación ni su autoría, haciendo un somero repaso del inicio de estas reglamentaciones en la capital de España desde 1854.

En el segundo apartado Sereñana describe la historia de la Sección de Higiene Especial de Barcelona, desde su creación, a partir de 1863, hasta las postrimerías del año 1881, a través de la enumeración de las acciones de gobierno, respecto al tema de la prostitución, llevadas a cabo por algunos de los gobernadores civiles de la provincia de Barcelona durante ese período temporal, sin hacer mención alguna del Reglamento para la vigilancia de la prostitución promulgado por el gobernador civil Romualdo Méndez de Sanjulián que, como ya hemos apuntado anteriormente, es el más antiguo que se conserva, de los pertenecientes a la ciudad de Barcelona.

Tras la breve descripción histórica a la que hemos hecho referencia, Sereñana inserta íntegro un Reglamento de higiene de la prostitución de Barcelona posterior, promulgado por el gobernador Alejo Cañas en 1874. Dicho reglamento es prácticamente el mismo que cuatro años antes (7 de mayo de 1870), promulgara el gobernador Corcuera, y sigue siendo, pese a tener ocho años de vigencia según anota el higienista ilerdense, el que rige en la fecha en que concluye la redacción del libro que estamos estudiando, debido a que "ni ha sido reformado de un modo completo, ni derogadas la mayor parte de las disposiciones en el mismo contenidas".

En el sexto y último capítulo de esta primera parte, Sereñana repasa los numerosos errores de concepto, de los que hace gala el vulgo, respecto a la prostitución. Resulta especialmente interesante en esta enumeración, la clasificación de la mujer como prostituta, no sólo por ejercer el oficio, sino también por la ausencia de sensaciones y la falta de amor en contraposición con un aumentado interés por el lujo y el dinero, ya que "considera tan prostituta a la inscrita gubernativamente y con cartilla, como a la distinguida cortesana que se entrega en brazos del marqués A o del conde B, al exclusivo objeto de participar del fastuoso lujo de su amante, como a la casada con marido rico y viejo, mientras no perciban —y es lo más común— otras sensaciones que las de un amor metalizado"

 
Segunda parte.

La segunda parte del libro es, en nuestra opinión, la más interesante, por cuanto a la descripción de los conocimientos respecto a las causas y a los efectos de la prostitución considerada como enfermedad social. Sereñana disecciona aquí, los múltiples aspectos de la enfermedad, de manera rigurosa, a través de siete capítulos de los cuales, el primero lo dedica a definir la prostitución y sus formas (prostitución inscrita, clandestina y pederastia), mientras que los seis capítulos restantes (segundo a séptimo) configuran un tratado metodológico basado, por este orden, en la etiología, sintomatología, diagnóstico, complicaciones, pronóstico y tratamiento de la enfermedad.

Del capítulo primero destaca la definición que Sereñana elabora de la prostitución, en conexión con el capítulo sexto de la primera parte, considerándola como "una enfermedad de carácter social, consistente en el comercio que la mujer ejerce con su cuerpo, la cual, mediante una remuneración en dinero o en especie, se entrega al hombre para proporcionarle un goce sensual, permaneciendo, ella, pasiva en el acto".

En el capítulo segundo, dedicado a la etiología de la prostitución, merece especial atención el tratamiento que Sereñana da a las causas de esta enfermedad, dividiéndolas en dos grandes grupos: predisponentes y determinantes u ocasionales. En todas ellas, la mujer es considerada, en gran medida, como un ser pusilánime, incapaz de reaccionar ante la adversidad o defenderse de las artimañas a que se ve sometida por el hombre.

Pertenecen al primer grupo de causas, las referentes a la escasa ilustración de la mujer, la falta de aptitud para ganarse el sustento, la falta de equidad entre la consideración hacia la seducida y el seductor, el concurso de ambos sexos en las fábricas talleres y minas y la lectura de novelas inmorales, por la incitación al erotismo que éstas pueden despertar en la mujer. El segundo grupo, denominado de causas determinantes u ocasionales, esta conformado por las siguientes: el abandono de los padres, maridos, tutores o amantes; la viudez, prole numerosa o falta de ella; la carencia de trabajo; el lujo, los bailes obscenos, el alcohol, las alcahuetas y los cafés, restaurantes, pastelerías y dulcerías. Merece especial atención el apartado dedicado al lujo, en el que Sereñana muestra su faceta más burguesa, criticando el lujo en el vestir que, "infiltrándose con insidiosa persistencia, ha concluido por invadir y confundir todas las clases sociales y basando su alegato en la forma inadecuada de vestir de algunas mujeres, con un lujo no correspondiente a su clase, lo que promueve en la prostituta el derroche de cuanto dinero posee para satisfacer las exigencias de la vanidad y de la coquetería".

Destaca en el capítulo tercero, dedicado a la sintomatología de la prostitución, la enumeración de los aspectos médico-administrativos y los morales. Entre los primeros cabe destacar la prostitución reglamentada, conformada por las mujeres públicas inscritas en el padrón de higiene especial, y la prostitución clandestina que, incontrolada desde el punto de vista sanitario, es la más peligrosa por ser la causante del mayor número de contagios de enfermedades blenorrágicas y sifilíticas. Para contrastar sus afirmaciones, Sereñana aporta algunos datos estadísticos de Jeannel (véase la nota nº 3), recogidos en Burdeos entre 1858 y 1866, en los que se especifica que las prostitutas clandestinas se hallan infectadas de enfermedades venéreas en una proporción entre 15 y 20 veces superior a las prostitutas inscritas, y concluye con una estimación de las cifras de la prostitución clandestina en Barcelona (12.264 prostitutas), que resulta de multiplicar por diez el número de prostitutas (1.022) registradas en la Sección de Higiene Especial en enero de 1881. En este mismo apartado dedicado a la prostitución clandestina, Sereñana reproduce un pasaje de la obra de Vahillo (véase la nota nº 13), incluida en los contenidos del libro de Rodríguez Solís titulado La mujer defendida por la historia, la ciencia y la moral, editada en 1877 en Madrid (véase la nota nº 15), en el que dicho autor estima para la capital de España un total de ¡34.000 prostitutas!, siendo la mitad de ellas clandestinas.

Aunque ya hemos tratado este tema con anterioridad, vale la pena resaltar uno de los aspectos en los que redundarán Sereñana y prácticamente todos los médicos componentes de la Sección de Higiene Especial de Barcelona a lo largo de su historia: el de la necesidad perentoria de la creación de un hospital especial destinado a enfermedades venéreas y sifilíticas con las suficientes camas y dotación presupuestaria, como para no permitir que algunas prostitutas enfermas se curen en sus casas, ante la falta de camas en las salas destinadas a enfermedades venéreas del hospital de la Santa Cruz. Sereñana cifra el número de estas prostitutas enfermas, que no pueden curarse en el hospital, en doscientas, denunciando en este capítulo, una vez más, la necesidad y la penuria que atenazan a estas desgraciadas mujeres.

Dentro de los aspectos morales incluidos en este capítulo acerca de la sintomatología de la prostitución, Sereñana censura, de manera especial, el escándalo que generan en la vía pública las prostitutas, la mayoría de ellas carentes de modales y educación. Obsesionado, al igual que por el lujo, por el mantenimiento de las buenas costumbres, del orden social y del principio de autoridad, el higienista ilerdense llega a expresar lo siguiente: "Si al discurrir por la calle (...) lo practicaran de una en una, sin estacionarse, y emplearan para la seducción tan sólo su mirada penetrante, que en la mayor parte de ellas es su mejor anzuelo, sería menos digno de censura", aunque más adelante, cuando se refiere al despotismo de la mayoría de amas de mancebía y al maltrato que estas infligen a sus pupilas, justifique de alguna manera el comportamiento de las mujeres públicas:

"De ahí que la prostituta, abandonada de la sociedad, víctima del egoísmo de su ama y sujeta a la vigilancia gubernativa, acabe por perder el último resto de educación que tal vez conservaba aún al ingresar en la carrera del escándalo (...) La prostitución pública presenta con tal motivo, un cariz de depravación espantoso. La ramera, al verse equiparada a una bestia de carga y tratada como una mercancía, que al hallarse averiada es arrojada al mar, alimenta en su seno el odio más concentrado contra la población honrada, a la cual mira con sangriento desprecio".

Otros aspectos de índole moral que Sereñana incluye en este capítulo son aquellos relacionados con el robo: tanto aquel que efectúa la prostituta al cliente, como el que lleva a cabo el cliente, amparado en su impunidad y en el miedo de la prostituta a un posible maltrato. Por otra parte, el número de hijos ilegítimos depositados en la Inclusa barcelonesa y la inexperiencia de los facultativos más jóvenes que ingresan en la Sección de Higiene Especial, son los indicadores que conforman el resto de síntomas de carácter moral que Sereñana incorpora al tratamiento de la prostitución.

El capítulo cuarto de la segunda parte de La prostitución en la ciudad de Barcelona, lo dedica el higienista ilerdense al diagnóstico de la prostitución. Para ello introduce, a modo de ejemplo, tres historias, a cuál más desdichada, de otras tantas mujeres que se han visto obligadas, por diversas circunstancias, a ejercer la prostitución, para concluir el capítulo con algunos apuntes acerca del aborto, acto que Sereñana considera un crimen si es provocado y que tiene mayor incidencia en el grupo de las prostitutas de carácter privado o cortesanas y del infanticidio.

En el quinto capítulo Sereñana enumera las complicaciones de la prostitución que a su juicio contribuyen a incrementar los males de la prostitución. Son éstas, las relativas al curanderismo, el desarrollo de la sífilis, las preocupaciones sociales, el celibato, el juego y robo. Si bien es cierto que estas complicaciones han sido tratadas implícitamente, en su gran mayoría, en capítulos anteriores, merecen destacarse aquí las relacionadas con el curanderismo y las preocupaciones sociales.

Se queja amargamente Sereñana del engaño —respecto a la curación de la sífilis o de la blenorragia— que se perpetraba de manera continuada por parte de boticarios, charlatanes y curanderos. Ya hemos anotado, al principio de este estudio, que el hecho de estar enfermo de venéreas o de sífilis representaba para el enfermo o la enferma un terrible problema social; es por ello que no resulta extraño que, en gran número de ocasiones, se intentara ocultar la enfermedad, con el fin de no resultar socialmente marcado, y que los enfermos recurrieran a los efectos milagrosos de los depurativos y bálsamos recetados por charlatanes y profesionales sin escrúpulos, que hacían concebir falsas esperanzas de curación a los contagiados del mal venéreo.

Respecto a las preocupaciones sociales, Sereñana apunta la necesidad de no ocultar, por pudor, por hipocresía o por temor al escándalo, los peligros de la prostitución e incluso su propio ejercicio, tanto a la opinión pública como en el ámbito privado. Para ello propugna un nuevo tratamiento de las costumbres públicas a partir del empleo de la evidencia respecto al tema de la prostitución, y "la discusión amplia y razonada, por medio de la prensa, de algunos puntos velados hasta ahora por un pudor mal entendido".

El capítulo sexto lo dedica el autor al pronóstico de la enfermedad, y para ello introduce una serie de estadísticas recogidas personalmente en la Sección de Higiene Especial de Barcelona, distrito de la Barceloneta, entre abril de 1880 y marzo de 1881 y otras referentes al hospital barcelonés de la Santa Cruz, recogidas por algunos de sus colegas entre enero de 1880 y diciembre de 1881. Con ellas ilustra el estado de salud de las prostitutas barcelonesas, aunque deja bien claro que no se puede establecer un pronóstico a partir, únicamente, de la prostitución inscrita. Destaca, además, la desproporción que existe entre los enfermos que ingresan en el hospital "con relación a los que acuden a la visita particular de más de 300 médicos, a los que se entregan en brazos del curanderismo y a los que pretenden curarse, sin necesidad de segunda persona, con los específicos anunciados en los periódicos", todo ello con relación a las complicaciones reseñadas en el capítulo anterior, estimando en veinte mil individuos, o sea la duodécima parte de la población barcelonesa, atacada cada año del terrible mal de Venus.

Respecto a estas cifras es necesario anotar la existencia de algunos estudios, como el elaborado, en 1892, sobre la mortalidad en Barcelona durante el decenio 1880-1889, por Pedro García Faria (52). En dicho estudio, el autor afirma que la enfermedad que ocasiona mayor mortalidad en la Ciudad Condal es la tuberculosis, mientras que "la mortalidad por sífilis y el alcoholismo, que son las dos terminaciones fatales de la generalidad de la gente viciosa, da sólo un contingente anual respectivo de 48 y 23 fallecidos, a cuyas cifras absolutas corresponden las relativas de 16 y 7,7 por 100.000 habitantes".

En otro estudio sobre las condiciones sanitarias de Madrid, Philiph Hauser (53), autor de un gran número de topografías médicas, entre ellas la de Sevilla, apunta que la tasa de mortalidad por sífilis en el decenio 1891-1900, es de 18,5 fallecimientos por 100.000 habitantes, lo que representa una media anual de 94 defunciones por sífilis, un 0,57 por ciento de la media anual de 16.435 muertes ocasionadas por el conjunto de todas las enfermedades; por lo que estimamos que las cifras aportadas por Sereñana, pese a existir una diferencia temporal, puedan resultar manifiestamente exageradas.

El capítulo séptimo, con el que se concluye la segunda parte de La prostitución en la ciudad de Barcelona es uno de los más interesantes de toda la obra. En él Sereñana se transforma en médico-legislador estableciendo, a partir de los remedios que conforman su propuesta y que se dividen en profilácticos, curativos y paliativos, una serie de medidas de control social, —emanadas de la omnipresente ideología burguesa—, en las que imperan criterios de normalización y dignificación de las conductas, apoyados en un sistema de premios y castigos, que se contradicen con algunas de las propuestas más progresistas, especialmente por lo que respecta a la emancipación de la mujer y al retorno a la sociedad de la prostituta que abandona el oficio.

En el apartado de los remedios profilácticos cabe destacar el firme e inequívoco posicionamiento de Sereñana en la cuestión de la emancipación de la mujer, a partir de la instrucción obligatoria y gratuita y de la igualación de los salarios y de las oportunidades de trabajo, todo ello ligado a la necesaria consideración del seductor como persona susceptible de castigo y de repudio, justo al contrario de lo que realmente sucedía: "instruid a la mujer y la preservareis de caer en los escollos del libertinaje. Ensanchando la esfera de sus conocimientos, adquirirá vigor su inteligencia y sabrá guardarse de exterioridades engañosas, de palabras falaces que brindan a la joven un porvenir de felicidad, trocado luego en presente de infortunios".

Respecto a los remedios curativos que Sereñana propone, cabe destacar dos de ellos como realmente novedosos. En primer lugar la creación de cátedras públicas dominicales en las que se expliquen las ventajas del trabajo y los peligros del vicio con la pretensión de adoctrinar a los asistentes en los conceptos de la moral y del buen comportamiento social; en segundo lugar, la creación de Cajas de emancipación para las prostitutas inscritas, medida propuesta por un colega suyo, el doctor Jaime Martí y Guardia, que consiste "en solventar las deudas de las prostitutas inscritas que deseen retirarse a la vida honesta, con un fondo de reserva sacado de las cuotas sanitarias que satisfacen aquellas mujeres", aspecto que resulta debidamente controlado a partir del seguimiento de la vida y costumbres de la mujer regenerada y de un severo castigo a "la más mínima infracción que cometa por actos de libertinaje". El resto de remedios curativos está basado en el sistema de premios y castigos al que hemos aludido con anterioridad. Con referencia a la pureza de las costumbres públicas Sereñana propone medidas que van desde la exención del servicio militar, por sorteo, entre los mozos de los pueblos que demuestren que jamás han estado afectados de enfermedad venérea o sifilítica, hasta la "prohibición de ingresar en todas las carreras del Estado así civiles como militares, a todo individuo que presentara señales evidentes de padecer o haber padecido enfermedad sifilítica". También expone el higienista ilerdense algunas medidas punitivas a emplear contra las personas que se dedican a prostituir a la mujer: alcahuetas e individuos dedicados a la corrupción de menores y, por último, reclama la reclusión de los pederastas (prostitución masculina) en prisión, aun a pesar de que expresa dudas razonables sobre su estado mental, "a fin de que por medio del trabajo mecánico y de una prolongada abstención de sus actos antinaturales, se logre volverlos regenerados al seno de la sociedad".

Los remedios paliativos contemplan un conjunto de cinco medidas de carácter más técnico, pero que resultan mucho más tangibles a la vez que resolutivas. En primer lugar cabe destacar, por una parte, la creación de un hospital especial, sufragado por la recaudación de los impuestos relativos a la Higiene especial; cuyo mantenimiento se llevaría a efecto mediante la recaudación de los impuestos y, por otra parte, uno de los aspectos más interesantes del libro: el de la creación de dispensarios públicos gratuitos como medida benéfica destinada a las clases sociales más deprimidas ya que "la población obrera, en particular, no ingresa en los hospitales sino cuando, apurado todo recurso, la afección le obliga a suspender el trabajo". La creación de estos dispensarios se justifica además porque "consideraciones de orden social, impiden a muchos enfermos ingresar en un hospital de venéreos. En cambio, acudirían a un dispensario al primer síntoma de infección, si allí se les proporcionara el correspondiente servicio médico-farmacéutico gratuito", en relación con lo que afirmábamos al principio de este estudio.

Sereñana propone también, en este apartado de remedios paliativos, el reconocimiento sanitario semanal del personal del Ejército y de la Armada, y el del personal de la marina mercante, considerando la especial incidencia que tienen las enfermedades venéreas en el conjunto de esta población.

Otro de los remedios paliativos hace referencia a los aspectos corporativos de las Secciones de higiene especial. En él se pretende reglamentar el acceso al cuerpo de médicos higienistas de estas Secciones mediante oposición y no por designación política, como hasta la fecha había venido siendo habitual, intentando con ello, no tan sólo eliminar la corrupción existente en la designación de los médicos de las Secciones, sino asegurar la permanencia de los profesionales médicos en las mismas ya que, "de lo contrario, a cada cambio político —tan frecuente en España— habrá remoción de personal, y el médico higienista jamás podrá cumplir con su deber, porque la tarea de defender los principios políticos que le han facilitado la entrada en la Comisión, ha de absorberle el tiempo necesario al servicio de la Higiene".

La reforma del Reglamento sobre Higiene de la prostitución vigente por aquellas fechas en Barcelona —que el autor reproduce parcialmente en el capítulo quinto de la primera parte—, cierra el capítulo. Sereñana redacta y propone un proyecto de reglamento ideal de la prostitución. En él se recogen y se resumen todos los aspectos del tratamiento que el autor incorpora en este capítulo, a través de treinta y cuatro artículos, de los cuales treinta son de carácter administrativo, mientras que el resto agrupan aquellos aspectos morales más relevantes en consonancia con las leyes del decoro y la moral públicas. Vale la pena resaltar el artículo décimo del citado reglamento en el que, de manera novedosa se establece que "las amas de prostitución que observen con sus huéspedas una conducta inmoral y antihumanitaria, serán castigadas, por la primera vez, con una multa de 10 a 50 duros; por la segunda, de 50 a 100 duros, y por la tercera, se las someterá a los tribunales ordinarios por instancia gubernativa. En iguales penas incurrirán las mujeres públicas que sustraigan furtivamente a los hombres cualquiera cantidad de dinero, prenda de vestir o joyas; sufriendo el propio castigo los hombres que roben a las prostitutas o que las maltraten causándolas daño material". Por otra parte queda regulada en este reglamento una de las proposiciones o remedios curativos propuestos por el autor: el de las cajas de emancipación para las prostitutas inscritas. (54)

Cabe añadir que, a diferencia de otros higienistas como Giné y Partagás o Carlos Ronquillo, Sereñana nunca fue partidario de la exención del impuesto que, de manera injusta, se exigía a las prostitutas por cada acto administrativo o visita médica que se les practicaba. Como se comprueba en la lectura de La prostitución en la ciudad de Barcelona, la recaudación podía servir a diversos fines (mantenimiento del hipotético hospital especial de enfermedades venéreas y sifilíticas, o bien caja de previsión social para el pago de deudas de la prostituta redimida), pero nunca se propone la desaparición del impuesto, tema al que el citado Carlos Ronquillo, presidente de la Sección de Higiene Especial desde 1884, dedicó renovados esfuerzos y multitud de escritos.

Termina su libro el higienista ilerdense con dos páginas de conclusiones en las que no desaprovecha la oportunidad de criticar las posturas abolicionistas de la señora Butler, adoptadas en Londres desde 1881 y defendidas por otros autores como Yves Guyot, miembro del Consejo municipal de París, en base al trato inhumano que se dispensa, por parte de la policía, a las prostitutas de la capital francesa. La crítica a la que nos referimos, se acompaña con una contundente reafirmación de su postura reglamentarista:

"Deseamos como el que más, la extinción completa de la prostitución; mas, para lograr este fin, no creemos prudente el sistema represivo, ni el de una absoluta libertad, sino más bien la reglamentación higienizada, la persuasión, la práctica moral y la difusión de la enseñanza (...) Quizás mañana, cuando los rayos de una verdadera instrucción iluminen el cerebro de las naciones, nos declaremos partidarios de Miss Josefina Butler, la incansable propagandista universal contra la prostitución reglamentada. Hoy por hoy no podemos menos de formar al lado de los Parent-Duchâtelet y de los Jeannel".

Los contenidos de la obra de Sereñana que hemos analizado, constituyen un valioso testimonio del tratamiento médico-social de la enfermedad durante el último tercio del siglo XIX. Sereñana, que fue un especialista en enfermedades venéreas y sifilíticas, no se conformó con elaborar un tratado de índole clínica, sino que afrontó, con una gran responsabilidad, un tema difícil e ingrato, aportando para su mejor conocimiento, toda la experiencia adquirida como médico de la Sección de higiene barcelonesa, además de aquellos aspectos inéditos o novedosos que figuraban en las obras de los grandes especialistas franceses sobre el tema.

De este modo, la plasmación del proyecto intelectual de Sereñana, comportó una labor ardua y comprometida, en la que el higienista ilerdense trascendió el ámbito de la medicina, para adentrarse en los terrenos de la sociología, en conexión con los contenidos de la nueva medicina social, surgida de la evolución de la medicina legal, como instrumento al servicio del Estado en pro de los intereses generales de la comunidad y del control social de la enfermedad.

Con el cambio de siglo, los grandes avances en materia de microbiología que ya se venían produciendo en la época de la publicación de la obra de Sereñana, la cada vez más amplia divulgación de los conocimientos médicos y la paulatina sustitución de los conceptos moralizantes implícitos en la doctrina higiénica por otros, basados en la acción eficaz de la terapéutica y de la profilaxis, determinaron que la mortalidad por estas temidas enfermedades disminuyera, a partir de los nuevos descubrimientos científicos respecto a la dermatología, venereología y sifiliografía.

Sin embargo, la prostitución, origen y causa de su transmisión, se siguió ejerciendo como hasta entonces, ya que los grandes avances en materia médica alcanzaron de manera más eficaz a la enfermedad, que a su causa. Por otra parte, las mejoras introducidas en las condiciones de salubridad de las ciudades o los avances en materia social, que se fueron produciendo con el cambio de siglo, no lograron mitigar su ejercicio.

Desde entonces, desafortunadamente, nada se ha avanzado respecto a esta cuestión, tal vez porque la prostitución sigue siendo, la mayor parte de las veces, un recurso desesperado en una sociedad cada vez más injusta e individualista, o porque, como ha sucedido siempre, la prostitución en su conjunto ha sido estigmatizada por la sociedad, absolutamente incomprendida, no ha merecido mayor consideración que la conmiseración y el desprecio y, por ello, ha quedado al margen de los avances técnicos, científicos y socio-culturales.

Esta condición de marginalidad ha facultado, paradójicamente, su pervivencia a través del tiempo, en cualquier sistema político y económico, al amparo del más rancio utilitarismo y de la doble moral implícitos en una actuación social que prefiere echar tierra al asunto a abordarlo en toda su magnitud, quizá porque la prostitución sea consustancial a la naturaleza humana, o porque siempre existen causas, o porque —y esto es lo más preocupante— apenas se ha hecho, ni se hace nada para remediarlas.

 
Comentarios a la presente edición.

La presente edición de La prostitución en la ciudad de Barcelona ha sido transcrita íntegramente del original de 242 páginas, en formato de cuarto español, publicado en 1882 por la imprenta de los Sucesores de Ramírez y Compañía, que se ubicó en el Pasaje de Escudellers número 4, de Barcelona.

En ella se ha adoptado el formato para la publicación en Internet y no se ha empleado en ningún momento el escáner, con el fin de evitar errores de transcripción frecuentes cuando se utiliza este tipo de técnica. Por otra parte, se ha intentado corregir los errores tipográficos del original al igual que determinadas faltas de acentuación. y se han repasado y rectificado, cuando ha sido necesario, los datos presentes en los diversos cuadros estadísticos que acompañan al texto escrito, respetándose en cualquier caso el texto original, incluso cuando la abundancia de palabras francesas no traducidas ha sido muy evidente.

Por lo que respecta a las notas, sólo se ha suprimido la referente a la errata tipográfica del cuadro del capítulo segundo de la segunda parte (en el original no se incluyen las alcahuetas), rectificándose algunas que remiten a otros capítulos de manera que el lector pueda localizarlas, figurando las correspondientes a cada capítulo al final del mismo, con los respectivos enlaces.

Por último, queremos agradecer desde estas páginas el interés, los consejos y las facilidades, todos ellos impagables, prestados por el doctor Horacio Capel Sáez, director de la página web de la revista Geo-Crítica, del departamento de Geografía Humana de la Universidad de Barcelona, para la elaboración y publicación de esta edición de la obra de Sereñana y Partagás. Sin su ayuda, esta edición no hubiera sido posible.

En Barcelona, Julio-Octubre de 2000.

 
Notas bibliográficas

(1) Véase ALCAIDE GONZÁLEZ, R. El higienismo y la prostitución en la ciudad de Barcelona a finales del siglo XIX. Barcelona. Mayo de 2000. Comunicación presentada al coloquio sobre La organización de la sociedad y el control de la población y el espacio en Europa y Canadá. Una perspectiva histórica, organizado por la Asociación Española de Estudios Canadienses y el Centre d'Estudis Canadencs de la Universidad de Barcelona, (en proceso de publicación).

(2) PARENT-DUCHÂTELET, A. J. B. De la prostitution dans la ville de Paris. Troisiéme edition completé par M. M. A. Trebuchet... Poirat Duval... suivie d'un precis sur la prostitution dans les principales villes d'Europe. Paris. J.B. Bailliere et fils. 1857. 2 vols.

(3) JEANNEL, J. De la prostitution dans les grandes villes au XIXe siècle et de l'extinction des maladies vénériennes. Questions générales d'hygiène, de moralité publique et de légalité. Mesures prophylactiques internationales. Réformes à opérer dans le service sanitaire. Discusión des réglements exécutés dans les principales villes d'Europe, 2e. éd. refondue et complétée par des documents nouveaux, París: J. B. Baillière et fils, 1874 (1ª ed. 1868)

(4) LECOUR, C, J. La prostitutión à Paris et à Londres (1789-1870). París: P. Asselin, 1870. y LECOUR, C, J. La prostitutión à Paris et à Londres (1789-1871). Paris: P. Asselin, 1872. No hemos localizado la edición de 1877 a la que hace referencia Sereñana en su obra.

(5) DUFOUR, P. Historia de la prostitución en todos los pueblos del mundo, desde la antigüedad más remota hasta nuestros días. Obra necesaria para los moralistas, útil para los hombres de Ciencia y Letras, e interesante para todas las clases (hasta el reinado de Luis XIV). Traducida ampliada y continuada hasta nuestros días por Amancio PERATONER. Ilustrada con láminas de Eusebio PLANAS. Barcelona: Establecimiento tipográfico-editorial de J. Pons (Biblioteca hispano-americana), 2 tomos. ¿1877?

(6) DESPRES, Armand La prostitution en France. Etudes morales et demographiques. Paris: J. B. Bailliere et fils. 1883.

(7) LOMBROSO, C. y FERRERO, G. La femme criminelle et la prostituée. París: Félix Alcan, 1896.

(8) Sobre la obra de estos autores, al igual que la de Juan Giné y Partagás, véase nuestro trabajo titulado: La introducción y el desarrollo del higienismo en España durante el siglo XIX. Precursores, continuadores y marco legal de un proyecto científico y social. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. Vol III, nº 50, octubre de 1999. Universidad de Barcelona. .

(9) BERDÓS Y BLASCO, M. Medios de contener las enfermedades sifilíticas, Memorias impresas nacionales. 1834 a 1854. (Real Academia de Medicina), 1839. sl., se., citado en GUEREÑA, J. L. Los orígenes de la reglamentación de la prostitución en la España contemporánea. De la propuesta de Cabarrús (1792) al reglamento de Madrid (1847). Dynamis, 15, 1995. p.404. y en CASTEJÓN BOLEA, R. Enfermedades venéreas en la España del último tercio del siglo XIX. Una aproximación a los fundamentos morales de la higiene pública. Dynamis, 11, 1991. p. 239-261.( p. 241).

(10) DE LA SAGRA, R. Notas para la historia de la prostitución en España. Madrid: Imprenta de Don Antonio Mateis Muñoz, 1850.

(11) GUARDIA, J. M. De la prostitution en Espagne. Compendio higiénico, estadístico y administrativo, adicionado a la obra de PARENT-DUCHÂTELET. De la prostitution dans la ville de Paris. Troisiéme edition completé par M. M. A. Trebuchet... Poirat Duval... suivie d'un precis sur la prostitution dans les principales villes d'Europe. Paris: J.B. Bailliere et fils, 1857. 2 vols.

(12) PRATS Y BOSCH, A. La prostitución y la sífilis: Ensayo acerca de las causas de la propagación de las enfermedades sifilíticas y los medios de oponerse a ella. Barcelona: Librería del Plus Ultra, 1861.

(13) VAHILLO, F. La prostitución y las casas de juego consideradas bajo el punto de vista político, legal, moral y económico según el derecho natural de los pueblos y de los ciudadanos libres. Madrid: Imprenta de Tomás Rey, 1872.

(14) CARBONERES, M. Picaronas y alcahuetes o la Mancebía de Valencia. Apuntes para la historia de la prostitución desde principios del siglo XIV hasta poco antes de la abolición de los fueros. Valencia: Imprenta de El Mercantil, 1876.140 p.

(15) RODRÍGUEZ SOLÍS, E. La mujer defendida por la historia, la ciencia y la moral: estudio crítico. Madrid: Imprenta de El Imparcial, Fernando Cao y Domingo de Val, 2 vols. 1877-1882. y RODRÍGUEZ SOLÍS, E. Historia de la prostitución en España y América. Madrid, Imprenta de Fernando Cao y Domingo, 2 Tomos, 1893.

(16) GONZALEZ FRAGOSO, R. La prostitución en las grandes ciudades. Madrid: 1887.

(17) ZAVALA, J. M. Consideraciones sobre la prostitución y sus reglamentos. Madrid: El Progreso Tipográfico, 1891.

(18) ESLAVA RAFAEL, G. La prostitución en Madrid. Apuntes para un estudio sociológico. Madrid: Vicente Rico, 1900. 100 p.

(19) Véase nuestro trabajo titulado: Las publicaciones sobre higienismo en España durante el período 1736-1939. Un estudio bibliométrico. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, vol. III, nº 39, abril de 1999. Universidad de Barcelona.

(20) En sus inicios, la higiene formó parte, junto con la medicina legal, de la denominada medicina pública. A partir de los numerosos estudios medico-sociales y estadísticos llevados a cabo durante la primera mitad del siglo XIX, entre los que cabe destacar los realizados por Turner-Thackrah (1831), Villermé (1840), Chadwick (1842), Virchow (1848) y los españoles Mateo Seoane (1827-31) y Pedro Felipe Monlau (1847), entre otros, sin olvidar los escritos de Engels (1845) relativos a la situación del proletariado industrial en Inglaterra, la doctrina higiénica adquirió un cuerpo teórico de conocimientos que la convirtieron en una disciplina médica independiente, en cuyos contenidos se aunaban todos los posibles vínculos entre la enfermedad y la sociedad. Véase ALCAIDE GONZÁLEZ, R. La introducción y el desarrollo del higienismo en España... op. cit. en nota nº 8.

(21) El médico higienista barcelonés y catedrático de la facultad de Medicina de Barcelona Rafael Rodríguez Méndez (1845-1919) elaboró una de las definiciones más didácticas acerca de la higiene, que puede servir para comprender las enormes implicaciones de la doctrina higienista en el marco de la medicina y de la sociedad del siglo XIX: "la higiene en su sentido más lato comprende el universo entero, en tanto que diversas partes de éste son capaces directa o indirectamente de obrar sobre los seres vivos. Cuanto influya en los organismos, otro tanto es objeto de su estudio; de aquí resulta la multiplicidad de materias que comprende y lo fecundas y abundantes que han de ser las fuentes de sus conocimientos (...) El objeto final de la Higiene es la perfección orgánica, y como esto no es accesible, aspira a que cada ser se desarrolle en cuanto sea dable, de la manera más completa y acabada." RODRÍGUEZ MÉNDEZ, R. Prolegómenos al Tomo II, en GINÉ Y PARTAGÁS, J. Curso elemental de Higiene Privada y Pública. Barcelona: Librería de Juan Bastinos e hijo, 1874-1876. 4 tomos. Tomo II, p. 38 (2).

(22) Sobre estos aspectos, véase NASH, m. Mujer, familia y trabajo en España (1875-1936) Barcelona: Anthropos, 1983, p. 7-60. Especialmente el apartado dedicado a la prostitución. y CAPEL MARTÍNEZ, R. M. La prostitución en España: notas para un estudio socio-histórico. En Mujer y sociedad en España (1700-1975). Madrid, 1982. Para la situación de la prostitución madrileña a finales del siglo XIX, es muy recomendable la consulta de la estupenda obra de DEL MORAL RUIZ, C. La sociedad madrileña. Fin de siglo y Baroja. Madrid, Ed. Turner, 1.974.

(23) Véase sobre este tema, CASCO SOLÍS, J. La higiene sexual en el proceso de institucionalización de la sanidad pública española. Asclepio, Vol. XLII. 1990 (2). p. 223-252, (p. 231) y CASTEJÓN BOLEA, R. Enfermedades venéreas en la España del último tercio del siglo XIX. Una aproximación a los fundamentos morales de la higiene pública. Dynamis, 11, 1991. p. 239-261. (p. 241).

(24) En el capítulo dedicado a las complicaciones de la prostitución, Sereñana trata este tema en el apartado relativo al desarrollo, extensión y consecuencias de la sífilis. Tras una crítica a la actitud de algunos padres que ocultan a sus hijos jóvenes los peligros de la prostitución y de las enfermedades que de ella se derivan, cita a Parent-Duchâtelet, para quien "De todas las enfermedades que pueden afectar a la especie humana por medio del contagio, y que producen en la sociedad los mayores perjuicios, no hay otro más grave, más peligroso ni más temible que la sífilis (...) Los estragos de la sífilis no sufren interrupción y tocan de preferencia a la parte de la población que por su edad constituye la fuerza y riqueza de los estados. La sífilis enerva la población en el momento más precioso de su existencia, cuando se encuentra en aptitud de procrear vigorosos seres, los que desgraciadamente forman una raza degenerada, inepta sí para las funciones civiles, como para el servicio militar." PARENT-DUCHÂTELET, A. J. B. De la prostitution dans la ville de Paris... op. cit.

(25) GUEREÑA, J. L. Prostitución, estado y sociedad en España. La reglamentación de la prostitución bajo la monarquía de Isabel II (1854-1868) Asclepio. Vol. 49. (1997) (2) p. 101-132. (p. 132). Para la consulta del desarrollo histórico de la Reglamentación española en toda su extensión, véanse los siguientes trabajos del profesor Guereña: "La reglamentation de la prostitution en Espagne aux XIXe et XXe siècles. Répresión et réglamentarisme", en CARRASCO, R. (Ed) La prostitution en Espagne des l'époque des Rois catholiques à la IIe République, París. Les Belles Lettres (Annales Littéraires de l'Université de Besançon, 526) p. 229-257. y "De historia prostitutionis. La prostitución en la España contemporánea". Ayer, Madrid, nº 25, 1997. p. 35-72.

(26) San Agustín de Hipona (354-430), considerado uno de los Padres de la Iglesia y una de las figuras más importantes de la filosofía en los primeros tiempos del cristianismo, considera en algunas de sus obras como De ordine o De civitate Dei, entre otras, la existencia del mal como una determinada ausencia o carencia del bien, como una privación del orden, entendido éste como una de las cualidades que armonizan y permiten que todo lo creado por Dios sea bueno. Así, el mal moral, el pecado, es consecuencia del mal uso de la libertad humana, de la elección equivocada de un bien efímero, de la alteración de unos valores, de un orden; una elección humana que Dios permite, pero que en modo alguno desea. De este modo, la sensualidad —como apartamiento temporal de un orden moral que propugna la espiritualidad y la continencia—, debe ser considerada como un mal menor que se ha de soportar ya que es capaz de lograr que el hombre pierda el uso de la razón. (Véase FERRATER MORA, J. Diccionario de Filosofía. Madrid: Alianza Editorial 1979-1981; GARCIA BORRÓN, J.C. Filosofía y Ciencia. 2ª ed. Barcelona: Editorial Teide, 1973. 337 p.; PASTOR, W. F. Fundamentos de Historia de la Filosofía. Madrid: Editorial Playor, 1988. 348 p. y MARÍAS, J. Historia de la Filosofía. Madrid: Alianza Editorial, 1985. 516 p. Colección Alianza Universidad Textos, nº 92, entre otras publicaciones)

(27) SEREÑANA Y PARTAGÁS, P. La prostitución en la ciudad de Barcelona estudiada como enfermedad social y considerada como origen de otras enfermedades dinámicas, orgánicas y morales de la población barcelonesa. Barcelona: Imprenta de los Sucesores de Ramírez y Cía, 1882. 242 p. (p.81)

(28) DE MIGUEL Y VIGURI, I. Medidas de policía médica en relación con la sífilis. Discurso leído en la Academia Médica Quirúrgica española. Madrid: Imprenta de Enrique Teodoro, 1877.

(29) SÁNCHEZ DE TOCA, J. El matrimonio. Madrid, 1875, citado en CASCO SOLÍS, J. La higiene sexual... op. cit. p. 235.)

(30) SEREÑANA Y PARTAGÁS, P. La prostitución en la ciudad de Barcelona... op. cit. p. 88.

(31) CARBONERES, M. Picaronas y alcahuetes o la Mancebía de Valencia. Op. cit. p.12.

(32) CABARRÚS, Conde de. Cartas sobre los obstáculos que la naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, escritas por el Conde de Cabarrús al Sr. Don Gaspar de Jovellanos y precedidas de otra al príncipe de la Paz. Vitoria: Imprenta de Don Pedro Real, 1808.

(33) SEREÑANA Y PARTAGÁS, P. La prostitución en la ciudad de Barcelona... op. cit. p. 89.

(34) Sobre Cabarrús y Cibat véanse los excelentes trabajos de Jean Louis Guereña: Los orígenes de la reglamentación de la prostitución en la España contemporánea. De la propuesta de Cabarrús (1792) al reglamento de Madrid (1847). Dynamis, 15, 1995. p.401-441 (el texto en cursiva aparece en la p. 413); y Médicos y prostitución. Un proyecto de reglamentación de la prostitución en 1809: La "Exposición" de Antonio Cibat (1771-1811). Medicina e Historia, nº 71 (tercera época), 1998.

(35) GUEREÑA, J. L. Prostitución, estado y sociedad en España. op cit. p. 107.

(36) Ibídem, p. 131.

(37) Reglamento de Higiene especial de la provincia de Barcelona de fecha 11 de noviembre de 1874. Capítulo I, artículo 1º. Reproducido en SEREÑANA Y PARTAGÁS, P. La prostitución en la ciudad de Barcelona... op. cit. p.104).

(38) Para la elaboración del apartado sobre la biografía y la bibliografía de Sereñana y Partagás hemos utilizado las siguientes obras: ELIAS DE MOLINS, A. Diccionario biográfico y bibliográfico de escritores y artistas catalanes del siglo XIX. Barcelona (1889) reeditado por Georg Olms Verlag. Hildesheim. New York, 1972. Tomo II, p. 601-602. y CALBET CAMARASA, J. Y CORBELLA CORBELLA, J. Diccionari biogràfic de metges catalans. Barcelona: Rafael Dalmau, Universitat de Barcelona 1981-1983. Tomo III, p. 97-98.)

(39) Aunque las obras que hemos consultado citan como año de su ingreso en la Sección de Higiene Especial el de 1882, creemos, por los datos estadísticos que aporta referidos al distrito de la Barceloneta, donde él ejerció como médico higienista, (Véase el capítulo Pronóstico), que su ingreso debió producirse como mínimo en 1880).

(40) VILLAR, P. Historia y leyenda del Barrio Chino (1900-1992). Crónica y documentos de los bajos fondos de Barcelona. Barcelona: Edicions La Campana, 1996. p. 17-18. Sobre estos aspectos véase también LLORENS Y GALLARD, I. La mendicidad en Barcelona. Gaceta Sanitaria de Barcelona. Vol. IV, nº 6, junio de 1892, p. 201-217; y GONZALEZ Y SUGRAÑES, M. Mendicidad y beneficencia en Barcelona. Barcelona: Imprenta de Henrich y Cía, 1903. 415 p.

(41) SEREÑANA Y PARTAGÁS, P. La prostitución en la ciudad de Barcelona... op. cit. p.99.

(42) GUEROLA, A. Memoria de mi administración en la provincia de Barcelona como gobernador de ella desde 5 de febrero hasta 14 de julio de 1864. Madrid. Citado en GUEREÑA, J. L. Prostitución, estado y sociedad en España. ... op. cit. p. 123.

(43) La Independencia médica, Barcelona, Año XIII, nº 11. 1878. p.129-130.

(44) Teophilo Bombasto fue uno de los seudónimos que utilizo el médico higienista barcelonés Carlos Ronquillo y Morer, uno de los profesionales que más reivindicó la supresión de los impuestos, la construcción de un hospital especial (éste se instaló en 1888, siendo Ronquillo presidente de la Sección de Higiene barcelonesa) y la dignificación de la mujer prostituta.

(45) SEREÑANA Y PARTAGÁS, P. La prostitución en la ciudad de Barcelona... op. cit. p. 119.

(46) Ibídem, p. 102-103.

(47) Ibid, p. 151.

(48) PINAR, Salvador. Lcdo. Los sifilíticos en Barcelona. La España médica. Madrid, 1863. p.61-62. obra citada por CASTEJÓN BOLEA, R. Enfermedades venéreas en la España... op. cit.

(49) GARCÍA FARIA, P. Anteproyecto de un hospital para enfermedades especiales destinado a la provincia de Barcelona. 1888. Revista de Higiene y Policía Sanitaria, Barcelona. Años 1890 (p. 97-102; 134-139;167-169; 193-195;223; 278-281 y 295-296) 1891 (p. 39-40; 71-72; 100-102; y 118-120) y 1892 (p. 79-80; 124; 163 y 172).

(50) MENDOZA, E. La ciudad de los prodigios. Barcelona: Círculo de Lectores, 1994, p. 68.

(51) En adelante, con el fin de no incrementar las notas bibliográficas de este estudio, si no se indica lo contrario, las citas entrecomilladas pertenecen a cada uno de los capítulos de la obra de Sereñana que se describen.

(52) GARCÍA FARIA, P. Higiene Urbana. Disminución de la mortalidad en las grandes ciudades. Aplicación a Barcelona. Revista de Higiene y Policía Sanitaria. Barcelona, 1892. p. 135-137; 147-152; 177-178 y 191-196 (p. 177-178).

(53) HAUSER, P. Madrid bajo el punto de vista médico social. Su policía sanitaria, su climatología, su suelo y sus aguas, sus condiciones sanitarias, su demografía, su morbicidad y su mortandad. Madrid: Estudio tipográfico de Sucesores de Rivadeneyra, 2 vols. 1902. (Reedición a cargo de DEL MORAL, C. Madrid, Editora Nacional, 1979, vol. II, p. 133-135) citado por CASTEJÓN BOLEA, R. Enfermedades venéreas... op. cit. p. 245.

(54) Los capítulos titulados Diagnóstico y Tratamiento (sexto y séptimo respectivamente de la segunda parte de la obra de Sereñana), han sido reproducidos en REY GONZALEZ, A. M. Estudios médico-sociales sobre marginados en la España del siglo XIX. Madrid: Ministerio de Sanidad y Consumo. Colección de Textos Clásicos Españoles de la Salud Pública, nº 17, 1990. 238 p. También se puede consultar la reseña que elaboramos de esta obra en Llull. Revista de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas, 1990. Vol. 13 (nº 25) p. 574-576.)


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