Scripta Nova Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales. 
Universidad de Barcelona [ISSN 1138-9788] 
Nº 42, 15 de junio de 1999.

IMÁGENES Y PERCEPCIÓN DE LA NATURALEZA EN EL VIAJERO ILUSTRADO

Consol Freixa 



Imágenes y percepción de la naturaleza en el viajero ilustrado (Resumen)

El viajero ilustrado todavía no percibe el paisaje como lo harían los románticos, para él, el paisaje es como un libro donde leerá la historia del país que visita. Los ingleses que viajaron por España en el último tercio del siglo XVIII consideraron que las tierras yermas y despobladas eran consecuencia de largos años de mal gobierno, de la rapacidad de la Iglesia y del absentismo de los grandes propietarios. Sólo si había una profunda reforma, las ciudades dejarían de ser islas en medio del desierto.

Palabras clave: viaje, paisaje, España, Inglaterra



Image and perception of Nature in the Enlighted traveller (Abstract)

 The enlightened travellers don't perceive the landscape as the romantics will do, for them the landscape is a book where they would be able to read the history of the country. The English travellers considered that the barren and uninhabited Spanish countryside was the consequence of bad government, the Catholic Church rapacity and absentee landlords. Only if there was a deep change the Spanish cities would not be seen as islands in a desert.

Key words: travel, landscape, Spain, England


El objeto de este artículo es analizar la percepción que los viajeros ilustrados británicos tuvieron de la naturaleza y el paisaje español y, también, las ideas y teorías que la conformaron. Utilizaremos para ello la treintena larga de libros publicados en el último tercio del siglo XVIII, periodo en el que los británicos visitaron de nuevo la Península, cansados ya de repetir la ruta del " Grand Tour " e interesados por un país que, a pesar de estar tan cerca, les resultaba tan desconocido. (1)

" Una hoja de hierba es siempre una hoja de hierba tanto en un país como en otro. Si queremos conversar hablemos de algo que tenga sentido. Los hombres y las mujeres son el objeto de mi estudio, veamos si los que voy a encontrar difieren de los que he dejado ".

Esta fue la contundente respuesta que Samuel Johnson espetó a un pobre contertulio que, probablemente, con la buena intención de ser amable había preguntado al famoso escritor qué opinaba sobre los paisajes de Francia. Pero no todos sus compatriotas pensaban igual: el escocés James Boswell, amigo y biógrafo suyo, que había tenido que soportar sus sarcásticos comentarios sobre Escocia _" el mejor paisaje que un escocés puede ver nunca es el camino que le lleva a Inglaterra "_ (2), criticaba lo que él consideraba una falta de sensibilidad. " No puedo evitar pensar ", escribía Boswell, " que Johnson muestre una tal falta de buen gusto al reirse de la salvaje grandeza de la Naturaleza, que, en una mente que no está contaminada por el arte, provoca las más placenteras, terribles y sublimes emociones ".(3)

Esta pequeña anecdota nos puede ayudar a comprender la atmósfera intelectual en la que se movían los ciudadanos británicos más ilustrados del siglo XVIII: Johnson representaba la antigua tradición británica que unía viaje y estudio _" cuando estés de viaje lee con diligencia el gran libro de la humanidad ", aconsejaba_ y no comprendía que la naturaleza pudiera tener otro interés que no fuera el científico, mientras que el joven Boswell defendía los nuevos valores estéticos y emocionales que culminarían en el romanticismo.

De momento, sin embargo, la mayoría de viajeros estaban, como Johnson, interesados por el estudio del hombre y su convivencia en sociedad; en analizar la creación de riqueza y en estudiar el desarrollo de las naciones, su carácter, su apogeo y su decadencia. La naturaleza les interesaba en tanto en cuanto era el marco donde cada país desarrollaba su historia y, n consecuencia, el paisaje era para ellos el resultado, más o menos afortunado, de la intervención del hombre. Josiah Tucker, uno de los muchos autores británicos que escribieron manuales para viajeros, les recordaba, en su libro titulado Instructions for travellers, que lo que verían " eran los efectos y consecuencias de ciertas causas, causas que debían investigar y descubrir" (4). Más adelante sugería un orden de observación y estudio que les permitiría analizar las causas naturales, como el suelo y el clima; las causas artificiales, entre las que incluía la agricultura, los inventos, los abonos; y finalmente las políticas y religiosas.

La naturaleza desde el punto de vista científico también interesaba pero, desafortunadamente, pocos de los viajeros que vinieron a España estuvieron preparados para llevar a cabo estudios de este calibre y los que lo hicieron nunca trataron de escribir un tratado sino tan sólo de enriquecer sus observaciones con anotaciones científicas sobre todo relacionadas con la geología y la botánica. También hubo una apreciación artística del paisaje, pero, de momento, los viajeros no se dejaron emocionar por " paisajes sublimes " como harían más tarde los románticos, sino que se limitaron a apreciar los paisajes " pintorescos " que, como diría William Gilpin _también conocido como " Mister Picturesque "_ era la cualidad que los hacía dignos de ser pintados. (5) "

Los viajeros ilustrados británicos en la España del XVIII

Desde antiguo, tanto en Inglaterra, como en Europa, se había considerado que el viaje significaba estudio e implicaba desarrollo y mejora de la propia personalidad. " El viaje es una Academia en movimiento" (6), había sentenciado James Howell, cortesano de Carlos I. Pero, si durante el siglo XVII viajaron a Europa los hijos de los nobles para aprender lenguas, estudiar en las universidades y conocer las cortes más importantes, durante el siglo XVIII el signo del viaje cambió. El desarrollo económico, que había permitido que las clases medias se enriquecieran, hizo que los hijos de estos nuevos
ricos desearan también hacer su " Gran Tour" por Europa y, aunque el motivo aparente siguió siendo el estudio, de hecho se convirtió en un viaje de placer.

España quedó fuera del " tour " por motivos de prestigio cultural (7) y, por lo tanto, pronto se convirtió en un país desconocido. No fue hasta el último tercio del siglo que este mismo desconocimiento, el deseo de visitar nuevos lugares y la promesa de exotismo que la Península les brindaba, contribuyeron a que fuera de nuevo visitada. Sin embargo ello no hizo que se la incluyera en el famoso " tour ", sino que tan sólo fueron viajeros, que casi podríamos calificar de profesionales, los que se atrevieron a viajar por ella. Estos " viajeros filósoficos " como se les llamaba para distinguirlos de los viejos " viajeros eruditos ", interesados sólo en los restos clásicos, vinieron con la finalidad de conocer y estudiar España para luego publicar " su libro de viajes ".

La mayoría de ellos se concentraron entre 1770 y 1788, siendo la década de los setenta la que acogió mayor número de visitantes y también de ediciones. Ediciones que fueron bien acogidas por un público gran lector de libros de viaje, que según parece era el segundo tema en volumen de publicación después de los sermones (8). Por otra parte, la información de primera mano que aportaron estos aventureros ilustrados se fue incorporando poco a poco a los textos de divulgación de modo que, aunque quizás con demasiado retraso, los viejos cliches y tópicos sobre España fueron desapareciendo. (9)

El estilo de estos libros era claro y sencillo como Thomas Sprat recordaba que la Royal Society había pedido. Esta asociación científica, había escrito Sprat, " exige a todos sus miembros una manera exacta, simple y natural de expresión, frases positivas, significados claros, sencillez: acercándose tanto como sea posible a la simplicidad de las matemáticas; prefiriendo el lenguaje de los artesanos, campesinos y mercaderes al de los eruditos ". (10)

Efectivamente, los títulos de los libros no podían ser más claros: Viaje por España en los años 1775 y 1776. En el cual diversos monumentos de arquitectura romana y árabe han sido ilustrados por medio de detallados dibujos tomados al natural, de Henry Swinburne o Un viaje por España en los años 1786 y 1787; con particular atención a la agricultura, manufacturas, comercio, población, impuestos, e ingresos de este país; con anortaciones hechas al pasar por una parte de Francia de Joseph Townsend. Ni los objetivos de los viajes más concisos: " Me impuse como trabajo, durante mi estancia allí ", escribe Edward Clarke, " recoger informaciones, datos y material relativo a la situación presente de España, puesto que ello podría gratificar mi curiosidad, o resultar de utilidad para el público en general" (11). Mientras que Joseph Marshall se había propuesto observar " la situación de los pueblos " y estudiar " sus mejoras en la agricultura, el estado de las manufacturas y el progreso del comercio ". (12)

En principio, pues, todo podía ser objeto de estudio. Sin embargo, y a pesar de que las diversas ramas científicas no se habían desgajado definitivamente y no se hallaban todavía excesivamente especializadas, y aunque el viajero ilustrado era un hombre cultivado, no todos tenían los mismos intereses, ni la misma preparación. Así la mayoría de ellos estudian el paisaje como resultado de la incidencia del hombre, pero son pocos los que se interesan, o se atreven, a hacer un estudio científico de la naturaleza. Sólo el sacerdote Joseph Townsend, médico y geólogo, tendrá la preparación necesaria para observar científicamente las zonas por las que transita y analizar la influencia que la constitución del suelo puede tener en el aprovechamiento agrícola y en el crecimiento de los bosques. Mientras que John Marshall y Arthur Young se interesarán preferentemente por la agricultura y John Talbot Dillon se limitará a traducir y adaptar la Historia Natural y Geografía Física de España de Guillermo Bowles. En Menorca, entonces colonia británica, el ingeniero del ejército John Armstrong, aficionado a la recolección de fósiles, escribirá una Historia de la isla de Menorca en la que dedica uno de sus capítulos a este tema tan polémico. Y su compatriota George Cleghorn se concentrará en el estudio de las enfermedades epidémicas de la isla.

Si a este desconocimiento añadimos que el viajero ilustrado es eminentemente urbano, comprenderemos que en sus largas jornadas se limite a contemplar con tedio e impaciencia los grandes yermos españoles que con lentitud va atravesando para llegar a su ciudad de destino y que interprete el paisaje como un dato más a tener en cuenta en su análisis del país.

El viajero británico, aunque convencido como Montesquieu de que " la historia de un pueblo está determinada primero por la geografía, el clima y sus recursos, y desarrolla gradualmente a partir de ahí sus instituciones, costumbres, leyes, religiones, comercio y otras formas de actividad social, todas las cuales se influencian y, a su vez, traen una nueva evolución " (13), ha superado parte de este determinismo. Feliz testigo del progreso de su país, donde ha podido comprobar que el hombre por medio del trabajo y el esfuerzo puede hacer mucho para mejorar y enriquecer su patria, está más interesado en analizar el paisaje desde el punto de vista socio-económico que en estudiar la naturaleza científicamente.

El paisaje será para él el libro donde leer la realidad española: sus problemas, sus carencias y la historia de su decadencia. Un yermo ya no será el resultado de unos ciertos datos geográficos sino que significará mala política del gobierno, mala gestión y abandono por parte de los propietarios, falta de inversión y método equivocado en los arriendos. Por ejemplo, Young, después de haber observado los yermos de la Cataluña interior, concluye: " Esta pobreza no siendo debida a la falta de trabajo y esfuerzo, es probablemente causada por la mala política del gobierno, desatenta a los intereses del país, y probablemente, opresiva, y además a la ausencia de los propietarios de sus tierras ". (14)

El viajero ilustrado, trata de hacer un estudio exhaustivo del país que visita y el paisaje, obra del hombre, le ofrece un dato más. Sin embargo no todo queda en observación y análisis, el viajero británico, procedente de un país en plena ebullición económica, va haciendo sugerencias, ofreciendo soluciones y planes de reforma. Y, mientras fantasea, aun le queda tiempo para hacer comentarios sobre la belleza del paisaje español o sobre su pintoresquismo, primer paso en su apreciación estética de la naturaleza.

La percepción científica

Joseph Townsend, educado en Cambridge, licenciado en medicina en Edinburgo e interesado por la geología, no olvida en ningún momento su interés científico e incluso en una ocasión se siente satisfecho de haber sufrido un pequeño accidente en el camino puesto que el retraso que esto significa le permite observar la estructura geológica del lugar.

Townsend inicia su entrada a España por los Pirineos con una observación sobre la " despoblación y el yermo " que primero considera consecuencia " de la falta de trabajo, de algún vicio atribuíble al gobierno o a algún error en su política económica " pero que luego, después de examinar el suelo con atención, atribuye a la falta " de estos dos alimentadores de la vegetación, la caliza y el esquisto ". Sigue luego haciendo consideraciones sobre el granito, roca que encuentra predominante y que, a pesar de estar descompuesta, piensa que " no es buena para la vegetación, porque, aunque contiene todos los componentes de la marga, sin embargo predomina la arena, y el barro está en tan pequeñas proporciones que las lluvias y el rocío contribuyen poco a su nutrición, puesto que pasan rapidamente a través de la arena, o son rapidamente evaporadas y perdidas en el aire ".

En su camino hacia Barcelona, Townsend sigue haciendo comentarios y cita los experimentos de Tillet según los cuales el suelo más productivo " es el que tiene barro y caliza en partes iguales, con una cuarta parte del total formado por arena silícea ". Las observaciones que hace, le siguen convenciendo de la pobreza del suelo, sin embargo pronto podrá comprobar que la industria de los habitantes intenta paliar este problema. Efectivamente, en el camino costero que le conducirá a Barcelona, se sorprende al ver " a niños, ancianos y mujeres cada uno con un pequeño capazo, recogiendo, como en el sur de Francia, el estiercol de las mulas y caballos que pasaban. Esta práctica que implica un suelo pobre, prueba evidentemente la industria de sus habitantes cosa que merece ser alabada ".

Las anotaciones científicas abundan a lo largo de todo su texto, así por ejemplo, en Guadarrama, ya cerca de Villacastín, escribe: " El país por el que pasamos no es adecuado para la agricultura, puesto que está formado por granito descompuesto o por duro granito gris, resistentes ambos a los poderosos disolventes que la naturaleza puede ofrecer, y permanecen incultos sin el menor signo de vegetación. Sin embargo en medio de este amplio yermo, se encuentran algunas zonas fértiles, algunas cubiertas de acebo y otras abiertas por el arado ". Poco después anota: " Desde San Chidrián atravesamos una vasta llanura de arena granítica, muy suelta y poco aprovechable, aunque, evidentemente podría permitir la existencia de olmos y pinos ". Y añade: " Siempre que esta arena puede llegar a ararse, produce trigo y cebada " (15).

También Armstrong en el capítulo que dedica a la " historia natural " de la isla hace observaciones parecidas. Así escribe: " El suelo de las llanuras es mucho menos fértil que el de los terrenos más elevados: es arcilloso y poco adecuado para la agricultura y el pastoreo; y produce una hierba muy desagradable para el ganado, también gran cantidad de esparto, juncos y una amplia variedad de malas hierbas ". (16)

Pero Townsend, como Armstrong, no sólo observa y estudia la geología para comprender las consecuencias que se puedan derivar para el aprovechamiento agricola, sino que también está muy interesado en su estudio para comprender la configuración y desarrollo del planeta. Efectivamente, el estudio de los fósiles y la estructura y posición de los estratos donde se hallaban era uno de los temas que, en aquel momento, más preocupaba a los naturalistas , y tanto Townsend durante su viaje por la Península, como Armstrong en Menorca, van a analizar con detenimiento cualquier yacimiento que encuentren.

El hallazgo de fósiles o petrificaciones, que según los más atrevidos podían tener origen orgánico, había abierto una de las mayores polémicas científicas, e ideológicas, del siglo. Polémicas que, indudablemente, incitaron a la investigación y al estudio ayudando de este modo a comprender el proceso de formación de la tierra.

Desde muy antiguo se habían encontrado piedras que representaban animales y tenían su misma forma y tamaño; el primer problema que los geólogos se plantearon fue si estos restos fósiles eran petrificaciones de origen orgánico o eran, como decían otros, juegos azarosos de la naturaleza, " lusus naturae ". Un tema que parecía tan simple de dilucidar, llevaba tras sí problemas tan complejos, y delicados, como la admisión o rechazo del relato bíblico y la aceptación del cambio como motor de la configuración de la tierra.

Una de las corrientes no aceptaba que estos fósiles tuvieran procedencia orgánica y los llamaba " lapides sui generis " y " lapides figurati ". Tan convencidos estaban de ello que, según veremos en la anécdota de nuestro viajero, era preferible no entablar discusión sobre el tema. En Alhama, Townsend estaba estudiando una interesante estratificación: en la parte superior había encontrado conglomerados, debajo arena silícea que contenía conchas rotas en gran abundancia, mientras que, cerca del agua, a unos 200 metros de la cima de la montaña, aparecía un estrato de cantos rodados. " Mientras estaba considerando esta singular situación y contemplando algunos fragmentos de rocas llenas de conchas, un viejo monje se me acercó y, mirando mi pequeña colección, me aseguró, como si se tratará del último descubrimiento, que lo que yo tanto admiraba no eran producciones del mar, sino tan sólo " lusus naturae ".

Tan seguro está Townsend de la inutilidad de la discusión, que lo saluda amablemente y aprovecha para preguntarle el número de habitantes de Alhama, que, según parece, consistía en 15.000 familias e incluía tres conventos. (17)

Armstrong nos plantea el tema con claridad al describirnos su colección y comentar que en ella abundan los fósiles marinos que " son llamados por los naturalistas fósiles extraños porque son nativos de otros elementos, y se alojaron en diferentes estratos de la tierra durante el Diluvio Universal, como es la opinión general en el momento presente; aunque muchas personas estudiosas opinan de otra manera y las llaman " lapides sui generis" creyendo que son resultado de un juego de la naturaleza ".

No es ésta la opinión del ingeniero británico que considera que éste es un " concepto que la simple observación de los propios cuerpos es suficiente para rehusar ". Convencido de su origen orgánico, Armstrong escribe que, según él ha podido comprobar, hay dos tipos de fósiles: " los que han preservado la substancia original del hueso o la concha, ya sea entera ya sea en parte; y los que se han formado en la concha como en un molde, y están en todos sitios impresos con las líneas de la concha que había perecido hacía tiempo ".

Pero el problema no terminaba en decidir si los fósiles eran o no orgánicos, puesto que el relato bíblico del Diluvio Universal permitía admitir que los fósiles marinos se encontraran en los estratos de las montañas; lo que desconcertaba y preocupaba extraordinariamente a los geólogos era saber por qué no todos los estratos eran horizontales.

Así por ejemplo Armstrong, que se confiesa un aficionado y que reconoce que hasta la aparición del libro del Dr. Hill ha sido incapaz de clasificar su colección de fósiles, no puede dejar de sorprenderse por la estructura estratográfica de la montaña de Santa Agata en Menorca y escribe : " ahora bien si esta montaña quedó así después del Diluvio, cuando se supone que las diferentes partes de la materia de las cuales la Tierra está compuesta, se separaron del agua según su grado de gravedad, y formaron estratos horizontales regulares en todos sitios; o si esta dirección inclinada de los estratos es debida a un cambio en la faz de la naturaleza, lo dejaré a la consideración de estas personas más estudiosas que debaten el origen de las montañas, y la estructura interna y contenido del globo ". (18)

Townsend, por su parte, estaba convencido de que las teorías diluvianas que King había expuesto en las Philosophical Transactions de 1767 eran ciertas pero de momento no quería definirse en relación al espinoso tema de la posición de las estratificaciones. De hecho estaba reuniendo material para un libro que pensaba escribir a la vuelta de su viaje a Suiza, ya que, en su opinión " ningún país puede resultar más interesante para un naturalista para demostrar, incluso a los más incrédulos, que el relato biblico sobre el Diluvio Universal es estrictamente y literalmente cierto".

Así las cosas, Townsend se limita a ir anotando sus observaciones. En Alhama había escrito : " la existencia de conchas marinas que abundan en todos sitios donde hay caliza, se encuentre donde se encuentre en estas altas montañas, prueba suficientemente que esta tierra estuvo en otro tiempo cubierta por el mar " (19). Pero, y ahí estaba el problema que también preocupaba a Armstrong, añadía: " Sin entrar ahora en las diferentes soluciones que se han dado a este fenómeno, observaré de paso, aunque quiero que se recuerde, que estos estratos no están en la misma posición en la que estaban cuando toda la Península estuvo cubierta por las aguas del mar ". (20)

Dillon, que a traves de Bowles también se interesa por el tema, se incorpora al debate: en Peralejos cerca del nacimiento del Tajo, escribe: " Si el mar depositó los fósiles ahí resulta difícil de explicar de qué modo lo hizo en uno de los lugares de mayor altitud en España ". Más adelante, observando el macizo de Montserrat en Cataluña, observa: " Los que consideran que las montañas se formaron a partir de sucesivos despositos sedimentarios marinos, encontrarán difícil de reconciliar esta hipótesis con la estructura de la montaña de Montserrat, puesto que no es fácil explicar de qué manera el mar pudo dar forma redondeada a la piedra o de qué modo el cuarzo, la arenisca o la piedra silícea pudieron formar un conglomerado tan firme ". Sin embargo, como antes Armstrong, concluye: " pero esto debe ser dejado para plumas más preparadas para la discusión " (21). El tema, pues, preocupaba a todos y aunque la evidencia parecía concluyente nadie se atrevía a ofrecer una hipótesis que por su heterodoxia implicaba un rompimiento total con las creencias asumidas hasta entonces. (22)

Sir John Talbot Dillon era un parlamentario escocés que había recibido de manos del emperador José II el título de barón por sus servicios en favor de los católicos. En uno de sus diversos viajes a España, tuvo ocasión de leer La Historia Natural y Geografía Física de España de Guillermo Bowles. El libro le parece interesante y, como además de estar agotado en su edición española, sólo sabe de su traducción al francés, decide hacer una versión inglesa. Sin embargo no se limita a traducirlo sino que lo adapta porque lo considera aburrido e incluye además otros textos. El resultado será Viajes por España con la finalidad de ilustrar la Historia Natural y la Geografía Física de este reino en una serie de cartas que, quizás por la novedad del tema, es muy bien acogido y se traduce al alemán.

El texto está estructurado en forma de cartas y tiene como eje narrativo dos viajes: uno de Madrid hacia el Norte y otro hacia Andalucía. El viaje le sirve como excusa para ir intercalando temas muy variados pero todos dentro de lo que en aquel momento se llamaba " historia natural". " Las investigaciones sobre la naturaleza y la admiración por la Providencia al irla descubriendo ", nos advierte Dillon en el prefacio,"ofrecen un amplio campo para el viajero filosófico ".

Dillon escribirá sobre cuestiones tan distintas como el gabinete de Historia Natural de Madrid, las minas de sal de Cardona, la oveja merina, la plaga de la langosta, el cultivo de la barrilla, las minas de hierro de Mondragón, los jardines de la Granja de San Ildefonso o el futuro canal de Castilla.

El texto, como el de Townsend, abunda en descripciones geológicas que relaciona con la botánica : " el suelo de Reinosa produce los mejores robles del reino, iguales a los europeos, y algunos miles de ellos son utilizados, ocasionalmente, para la marina. Buenos robles no vivirían tan bien en un suelo rico en caliza, que tuviera humedad, sino que, al contrario, requieren uno que sea arcilloso, duro y compacto, así como también seco, donde no sufran daños a causa de la humedad, y crezcan por medio de lentas y adecuadas graduaciones. El suelo en Reinosa está, en general, compuesto por rocas arenosas, mezcladas con cuarzo, tan grandes como castañas, cimentadas en la roca de la misma manera que en el cálido clima de Granada ".

Si Townsend, Armstrong y Dillon han tratado de hacer un análisis geológico que pueda explicar la situación de bosques, pastos y cultivos, Young y Marshall se concentraran en el aprovechamiento agrícola del suelo.

Joseph Marshall publicó un libro titulado Travels through France and Spain in the years 1770 and 1771, en el recogía el recorrido que durante unos 12 días había hecho por España y que le habían llevado desde la frontera francesa a Urgell, en la zona pirenaica, luego a Barcelona y, posteriormente, después de una pequeña desviación por Teruel, a Alicante donde había planeado embarcar hacia Livorno. Acompañado por un interprete francés que le permite relacionarse con la gente_" es curioso pero el patués de los Pirineos y el español de esta parte de Cataluña son tan parecidos que mi intérprete francés pudo entender sin dificultad a los campesinos con los que conversamos "_, Marshall trata de cumplir el objetivo que se ha marcado: " observar la situación de los pueblos en cada uno de los paises por los que he pasado, descubrir las causas de su felicidad o de su miseria y también estudiar los experimentos y mejoras de su agricultura, el estado de sus manufacturas y el progreso de su comercio ".

Marshall basa pues su estudio en la observación y en la información que obtiene de los agricultores con los que puede conversar. En Manresa, por ejemplo, anota el siguiente ciclo agrícola: " trigo plantado por San Miguel, en septiembre, y recogido a tiempo para plantar alforfón que se recogerá en agosto, posteriormente el campo será labrado y sembrado con nabos y luego seguido por maíz, sucedido por alforfón mezclado con trébol, que cortan una vez este año y al siguiente quizás cuatro veces. Pero que si sólo cortan dos, es labrado con tiempo suficiente para obtener guisantes. Por lo tanto obtienen tres cosechas el primer año, tres el segundo y dos el tercero ".

Ya en Barcelona y siguiendo su camino hacia Tarragona, Marshall se sorprende del gran número de granjas que encuentra dispersas por el camino, observa que todas ellas están cercadas y regadas, y anota los siguientes cultivos: moreras en los terrenos elevados, viña en las colinas, olivos en los campos que conviven con cosechas de trigo y legumbres, además de huertas y prados para el ganado.

Pasado Tortosa y ya en dirección a Teruel, tiene ocasión de hablar con un campesino procedente de Sigüenza que ha arrendado 300 acres de regadío que le producen treinta libras netas al año. Este campesino le explica que, exceptuando la costa, el resto del país es poco productivo _" once de cada doce partes son yermas " le dice, y añade que los campesinos se limitan a sembrar para sus necesidades y para pagar impuestos, además de criar unas pocas ovejas y cabras en las montañas. En su opinión, nada puede plantarse allí mientras que en Valencia se obtiene " más en un acre que lo que producirían muchas millas en Castilla ".

Algo de ello puede comprobar Marshall en su pequeña incursión por Teruel. Allí observa que si hay agua todo está bien cultivado pero si no la hay se abandona la tierra. De nuevo en Valencia escribe que todo es un " continuo jardín ", mientras que , más tarde, deberá reconocer que Alicante resulta " inferior " y, que le han informado, que si siguiera hasta Gibraltar podría comprobar que los cultivos irían emporando.

La conclusión de Marshall es buena: " He viajado cerca de cuatrocientas millas y, en general, he encontrado un país bien cultivado, con un buen suelo y un clima que excede cualquier experiencia mía anterior: las cosechas abundantes, la gente rica y contenta ", aunque, él mismo reconoce " he recorrido una de sus mejores zonas ". También añade un punto que muchos otros viajeros repetirán y que pondrá en cuestión el conocido cliché sobre la pereza española y que, a su vez, negará un tópico que había adquirido carta científica: los habitantes de paises cálidos son proclives a la pereza. Marshall es tajante en este aspecto: " No hay nada en la manera de ser de los españoles que esté en contra del trabajo y del esfuerzo, una vez que se les ha puesto en el buen camino y han sido debidamente estimulados ". Es por ello que está convencido de que, si el resto del país tuviera regadío sería igual que la costa, y que si hubiera " una buena administración que fomentara la agricultura, al cabo de cincuenta años el reino cuadruplicaría su producción y doblaría la población ". (23)

Sin embargo, Arthur Young que vendría diecisiete años más tarde sería mucho menos optimista y mucho más crítico. Young, editor de Annals of Agriculture y famoso por sus libros de viaje de los cuales Travels in France during the years 1787, 1788 and 1789 es el más conocido, aprovechó uno de estos recorridos por Francia, el de 1787, para hacer una pequeña incursión por Cataluña que duró doce días. Young la publicó con el título de Tour in Catalonia primero en sus Anales de Agricultura y, posteriormente, la incorporó a su libro de viajes a Francia.

Este viajero entró por Viella y, después de visitar Barcelona, se dirigió de nuevo a Francia por la Junquera. Durante este corto recorrido, observó el estado de los campos y como Marshall, anotó el tipo de cultivos y los ciclos de producción. Young, a quien parece habían comentado que Cataluña era una de las mejores zonas de España, se lamenta : " hasta ahora, en Cataluña, no hemos visto nada que confirme el carácter que se le ha dado; encontramos poca cosa que tenga una apariencia tolerable ". Sólo al acercarse a Barcelona y después al seguir la costa hasta Gerona, llega a aceptar que la zona es rica y está bien cultivada.

Lo que le impresionará, y en ello coincide con Marshall, es que el agua es determinante en la agricultura española: " Para una persona del norte de Europa, no puede haber un espectáculo más sorprendente que el efecto del regadío en los climas del sur; convierte una zona árida y rocosa que sólo produciría viña y olivos en una tierra capaz de dar dos cosechas o más, dando lugar a un paisaje de exuberante fertilidad ". Tan impresionado está que, después de cruzar el Segre, insiste: " el agua lo es todo; donde puede ser conducida hacen buenas cosechas; pero donde no la hay, no tienen conocimiento o no pueden hacer que el
suelo, por bueno que sea, dé algo de provecho, siendo el barbecho la única respuesta y el resultado malo en todos sitios ".

Donde hay agua, encuentra los campos cercados, cada huerto con su noria, ningún terreno en barbecho y los campos trabajados a un nivel máximo con ciclos de rotación de cultivos de tres a cinco cosechas. Y ofrece estos ejemplos: maíz, trigo, trébol, alubias, otra vez este producto con cáñamo, trigo y mijo; o éste otro más sencillo: cebada, trigo y mijo o alubias, avena o cebada y maíz para el ganado.

También observa, sin embargo, que donde no la hay, que es lo más usual, se abandonan las tierras o se dejan en barbecho, que las avenidas de los ríos destruyen los campos y que no hay canales ni caminos. Su conclusión no puede ser más negativa: " sólo un acre de cada de veinte susceptibles de ser regados, o mejor de cada cuarenta, lo está " (24). Es a partir de estos datos que Young iniciará el análisis socio-económico del paisaje, señalando los problemas, buscando sus causas y ofreciendo soluciones.

Es el mismo esquema que seguirán la mayoría de viajeros: primero observarán y luego, casi siempre dando muestras de haber estudiado la historia española, analizado su economía y, en muchos casos, incluso de haber leido a los ilustrados españoles, anotarán los problemas, señalarán las causas y recomendarán las soluciones.

Efectivamente, en estas cuestiones todos parecen verse capacitados. Cosa comprensible si recordamos que Inglaterra estaba viviendo un momento de euforia tanto en el aspecto agrícola como en el industrial que propiciaba, a su vez, un gran debate sobre reformas y mejoras. Y nada puede ser más elocuente para comprender este ambiente ilustrado que saber que incluso el rey Jorge III, a quien llamaban " el granjero Jorge ", leía con asiduidad los Anales de Young y seguía con atención la producción de sus campos. Este espiritu de cambio, la creencia en el futuro y el optimismo que la acompañaba, iban unidos a una filosofía vital que creía en el esfuerzo, y en la ganacia como premio; y que consideraba el ocio como un vicio y el trabajo como una virtud. Mentalidad que chocará con la española todavía anclada en el antiguo régimen.

Análisis socio-económico del paisaje

Una de las cosas que más impresiona al viajero británico es la escasez de población, la gran cantidad de tierras sin cultivar y el poco interés que los españoles parecían mostrar por vivir en el campo, por mejorar sus tierras o por cuidar y aumentar sus bosques. Durante las largas horas de viaje todos harán pareciadas anotaciones.

Si, después de haber dejado Talavera y cruzado el Tajo en dirección a Madrid, el millonario William Bedckford comenta con cierta sorna que " nos estuvimos arrastrando por caminos polvorientos durante cinco largas horas sin ver ningún tipo de vivienda o cruzarnos con ningún animal ya fuera bípedo o cuadrúpedo, excepto piaras de cerdos que, según tengo entendido, constituyen una de las riquezas de la región " (25); Robert Semple se queja de que " desde Badajoz a Madrid ni un sólo pueblo o villa por donde hemos pasado, tiene un aspecto pulcro o floreciente. Grandes extensiones de buena tierra son dejados sin cultivar, mientras un aire de miseria se extiende por unas tierras que, si estuvieran bien administradas, podrían convertirse en las mejores de Europa " (26).

Por su parte el mayor William Dalrymble que desde Zamora va hacia el norte, comenta que estuvieron cabalgando durante once horas en las que hicieron once leguas sin ver a nadie. Mientras que Alexander Jardine escribe sobre Castilla la Vieja: " tan poco para ver, tan sólo unos cuantos rebaños de ovejas y unos pocos pueblos de barro, llenos de suciedad, pobreza y ruinas, que aparecen como si hubiesen sido sido quemados hace poco; escasamente un árbol o algo verde que ver durante la mayoría del año; a menudo escasez de agua, de leña, y de cualquier cosa confortable; sólo paja para quemar, para las camas, para las sillas ". (27)

También Henry Swinburne se queja de la falta de árboles y, cuando pasado la Carolina, encuentra algunos, comenta: " aquí y allá algunos pinos y castaños como tristes reliquias de antiguos bosques " (28). Dillon escribe: " el paisaje está desolado, debido a la singular aversión que los castellanos tienen, en general, a plantar árboles " (29). Situación que, él mismo comenta, se ve agravada por el daño que los pastores de la Mesta les infligen, puesto que al permitírseles cortar una rama de cada árbol los dejan podridos y huecos ". Clarke abunda en el tema: " algunas partes de las Castillas son agradables, pero están mal cultivadas : no hay ningún bosque. Ello hace que la leña sea extremadamente cara en Madrid ".(30)

Pero, desgraciadamente, estos yermos y desiertos no sólo se encuentran en la meseta castellana. Jardine que habla de Andalucia como de un lugar bonito y agradable, advierte sin embargo que sólo están habitados y cultivados los valles de los ríos, mientras que el resto es totalmente estéril. Son varios los viajeros que confirman esta afirmación: en su camino de Gibraltar a Sevilla, Swinburne dice que las únicas criaturas vivas que vieron fueron cigüeñas, buhos y una zorra, mientras que entre Málaga y Gibraltar, Richard Twiss escribe: " estos desiertos están sólo habitados por buitres, águilas, lobos y cabras " (31). Y Dalrymple, tan preciso en su cómputo de horas, explica que, pasado Ronda, durante las once horas que anduvieron a caballo hasta Alguzín no vieron ni una sóla casa.

Los yermos de Aragón también les impresionan. Townsend describe así el paisaje que encuentra desde Zaragoza a Madrid: " ni una casa, ni un árbol, excepto sabinas, juníperos y una especie de cedro, típico de la zona ". Y añade: " no totalmente yermo, pero sin cultivar, abandonado. Durante muchas millas no hay casas, ni árboles, ni personas, ni animales, excepto algún que otro arriero con sus mulas, y, al lado del camino, cruces de madera para señalar el lugar donde algún infortunado viajero perdió su vida ". (32)

En medio de este desolado paisaje, Robert Semple escribe: " las ciudades españolas son como islas en medio del desierto y uno viaja de una a otra sin ver ningún signo que muestre la existencia de personas ".(33)

A su asombro ante la escasez de árboles, cultivos, casas y habitantes, se une la constatación de que en ningún sitio han visto grandes casas señoriales que indiquen la presencia de nobles o de ricos propietarios en el campo. Young se queja de que en las cien millas que lleva recorridas en Cataluña " no hemos visto más que dos casas que pertenecieran claramente a caballeros ". Punto que corrobora Townsend reflexionando que, después de haber viajado ampliamente por el país, " no puedo recordar haber visto ni una sóla residencia en el campo como las que abundan en Inglaterra " (34). Esta observación hace que Young, después de considerar que a los nobles españoles les sucede como a los franceses -" sólo el destierro puede forzarlos a practicar lo que los ingleses hacen por gusto: residir y cuidar de sus propiedades "-, dictamine que uno de los más graves problemas del campo español es el absentismo.

Habiendo observado que la pequeña y media propiedad está dispuesta a cultivar las pequeñas colinas y a no regatear esfuerzos, Young deduce que los grandes yermos deben pertenecer a grandes propietarios que no desean mejorar sus tierras ni permiten que otros lo hagan ya que no quieren vender, lo cual, piensa, " perpetuará los desiertos que son una de las desgracias de este país ". Sin embargo y, a pesar de todo, no cree que un cambio en el tipo de arriendo que dejará las tierras en manos de los campesinos, fuera una solución puesto que piensa que ellos no disponen del capital necesario para iniciar las grandes inversiones que se necesitan. En su opinión las grandes reformas " sólo pueden ser hechas por el gran propietario, que comprendiera la importancia de sus inversiones, que residiera en su propiedad y que invirtiera su dinero en algo más que en las modas y placeres de la capital ". Aunque, añade: " el capital para los grandes canales de irrigación deberían ser aportados por el rey, si no en toda su totalidad si en una considerable porción". (35)

Townsend está esencialmente de acuerdo con él, pero, después de haber visto el rendimiento de las tierras en arriendo y de las que están en manos de administradores, que, en su opinión, roban a ambos, dueños y jornaleros, piensa que extender y prolongar los contratos sería bueno puesto que el arrendatario se sentiría seguro en la tierra e invertiría en ella. Sin embargo, considera como Young, que el gobierno debería impulsar con fuerza, y rapidez, las grandes obras: los regadíos, los canales y los caminos.

Pero la política borbónica que efectivamente había iniciado estas grandes obras les parece poco adecuada. Jardine, que a lo largo de todo su relato muestra una gran beligerancia contra los franceses y la influencia que están ejerciendo en España, _" en sus obras públicas así como en las medidas siguen cada vez más a sus nuevos amigos los franceses "_, se lamentaba: " España quiere tenerlo todo grande , y en consecuencia, no terminará nada ". (36)

Townsend critica la anchura y la profundidad de los canales, que los hace excesivamente caros y lentos de construcción, y compara la mentalidad española con " el sentido común de nuestra gente en el norte de Inglaterra, que han aprendido por experiencia a hacer sus canales estrechos. Prefieren tres barcos de treinta tonelada cada uno a uno de noventa; y para acarrear treinta toneladas , construyen barcos de unos setenta pies de largo, siete de anchura en la superficie y seis en profundidad, hundiendolos cuatro pies en el agua . Pero ", concluye, " estos canales despreciables no serían satisfactorios para la ambición de los españoles, ni coincidirían con sus ideas de grandeza ".

También critica Townsend la anchura y magnificencia de los caminos reales y lo que a él le parece una obsesión por la linea recta _ " ni un giro a la derecha , ni uno a la izquierda. Si encuentran una garganta la cruzan y si una colina la cortan "._ Ello no sólo encarece la inversión sino que hace que las obras se eternicen. Ahorrador y práctico, al ver el sencillo camino de caza construido para el rey cerca del Escorial, comenta: " si los españoles se hubiesen sentido satisfechos con este tipo de caminos, donde ahora tienen una legua, tendrían veinte. Sin embargo su ambición les lleva a exigir la perfección en todo, y queriéndolo todo, a veces, se obtiene poco ". Concluyendo que si hubiesen sido menos ambiciosos tendrían ahora comunicación entre las grandes ciudades y " gran cantidad de productos que ahora se pierden habrían encontrado mercado ". (37)

La observación del paisaje es, pues, punto de partida para el debate, el análisis, la reforma y el sueño. Jardine que conocía bien a sus compatriotas comentaba que estaban " llenos de románticas ideas y, mientras viajan, hacen planes para la mejora el país ". A pesar de la crítica, él parece el más soñador de todos puesto que cree a pie juntillas los sueños de los ilustrados españoles : " se ha pensado que Castilla podría comunicarse por medio de canales con el Miño, hacia su nacimiento, y de ahí con el mar; Castilla la Nueva con el Guadalquivir, por alguna parte de Sierra Morena; así como Castilla la Nueva y Extremadura quizás podrían conectarse con el mar por medio del Tajo y el Guadiana. Una gran parte de Aragón podría conectarse con el Mediterraneo, y las zonas del interior entre ellas, por medio del Ebro; y gran parte de Andalucía por medio del Guadalquivir ", añadiendo que, con facilidad, podría ser de nuevo navegable hasta Córdoba, " lo que ayudaría enormemente a mejorar el país, porque desde este río podría suministrarse a media Europa con aceites y vinos ". (38)

Percepción estética

Pero el viajero no sólo medita reformas mientras viaja sino que también trata de valorar el efecto estético del paisaje español. De momento, sin embargo, no se va a dejar cautivar por la Naturaleza en mayúscula, por lo que pronto calificará de " sublime ", por ahora sólo le interesa lo " pintoresco ", termino recientemente acuñado y que valora el paisaje a traves de sus posibles efectos pictóricos. Al viajero británico le gusta la naturaleza controlada y hecha a la medida del hombre, uniendo siempre la idea de fertilidad a la de belleza.

Es por ello que admirarán las huertas mediterraneas que describirán como jardines: " Oh, bella Valencia ! como voy a describir tus transcendentes bellezas o hablar de las infinitas glorias que te adornan " , exclama Dillon que, siguiendo en este tono, añade que esta región " parece responder a la edad de oro de los poetas ". Pero, aunque admiran la fertilidad, no les gusta ni el clima que la ha producido, ni los cielos que éste implica. Y es lógico, para un hombre del norte acostumbrado a los cielos poblados de nubes, a las luces matizadas, a los bosques de hojas caducas, a los prados, a la fertilidad y a la presencia del hombre, el paisaje español le resulta excesivo : el cielo demasiado limpio y la luz implacable le apabullan; los bosques de hoja perenne le aburren, los desiertos le inquietan y los yermos le repugnan.

Young escribe: " Para el hombre a quien agrada un país en un clima del norte, no hay nada más agradable para su vista, ni más refrescante para su imaginación que las escenas de un paisaje natural bien cultivado y bien poblado. Hay en Inglaterra escenas que encantan e instruyen " . Y, continua, el viajero encuentra belleza " en las desigualdades del terreno no demasiado abrupto, con bosques que muestren ricas masas de sombra, con ríos que ofrezcan el contraste de sus cursos plateados, deslizándose plácidamente por valles de constante verdor que no se ven heridos por su rapidez, ni se convierten en cenagosos por su lentitud ". En estos paisajes Young espera ver cercados que indiquen la presencia de cultivos y, diseminadas entre las casas de los agricultores, que sin embargo son limpias y confortables, granjas y mansiones de señores " que encuentran vida social y placeres cultivados, sin abandonar los campos a los que dan su apoyo por medio de la abundancia y el gusto de la ciudad ".

Sin embargo, Young se lamenta, no ha podido encontrar esto en Cataluña: ni limpias casas de campo, ni casa señoriales _" buscar granjas y casa de campo es buscar en vano; y para encontrar a los grandes señores del campo hay que ir a Barcelona o a Madrid ". Sólo " un sol abrasador ", " una gran extensión de azul ", un terreno excesivamente pedregoso, bosques perennes, extensiones de " desnudo paisaje donde crece el olivo, uno de los árboles más feos que existen " y sólo el color de la viña que va variando puede ser disfrutado. " La falta de verdor ", se queja, " destruye parte de la belleza rural; el ojo deslumbrado por el constante resplandor de los rayos solares, y cansado de contemplar áridos brezos, pide escenas más frescas y tranquilas y languidece por reposar en los verdes campos ". (39)

Conclusión

El viajero que tampoco ha encontrado ni alojamiento ni comida de su agrado durante el camino, pronto podrá descansar en la ciudad, meta al fín de su viaje. Y aunque las ciudades tampoco son de su agrado _su amor por lo " pintoresco " todavía no ha llegado tan lejos_, podrá disfrutar de una sociedad cosmopolita que le hablará en francés y que, con amabilidad, le hará participar de la vida social española. Ahí, sin embargo, el viajero no dedicará todas sus horas al ocio sino que, con aplicación y utilizando sus cartas de presentación, visitará fábricas, astilleros, cuarteles, hospitales y universidades. Todo le interesa, porque todo va a resultarle útil para tomar el pulso del país.

De vuelta a casa y releyendo sus notas y memorandums para redactar " su libro de viajes ", el viajero tratará de poner en orden toda su información para explicar cómo es el país que ha visto, sin darse cuenta de que sólo ha visto lo que estaba preparado para ver. Como dijo una vez Johnson a un contertulio que, comentando su libro sobre las islas Hébridas, le criticaba que la mayor parte de lo que estaba en su libro estaba ya en su mente antes de dejar Londres: " Claro que sí, los temas estaban; y los libros de viaje serán buenos en proporción a lo que previamente hay en la mente del viajero; en saber qué hay que observar; en su poder de comparar una manera de vivir con otra ". (40)

Y esto es precisamente lo que le ha sucedido al viajero británico en España. Poco preparado científicamente, no ha hecho estudios especializados pero sin embargo sí ha querido participar en los grandes debates del siglo. Ha querido hablar del apogeo y decadencia de los pueblos, del carácter de las naciones y opinar sobre la creación de riqueza, los impuestos, la tenencia de tierras, los avances agrícolas o las obras públicas. Preparado para ver esto, es esto lo que ha visto en los campos, los bosques, los montes y los valles españoles. Mientras los observaba se preguntaba si estaban bien aprovechados, si la propiedad era responsable de sus tierras, si estaban poblados o bien comunicados.

Lo mismo le ha sucedido con su apreciación estética. David Hume había escrito: " La belleza no es una cualidad que existe en las cosas por sí mismas, sino que meramente existe en la mente que las contempla " (41). Y sus contemporaneos parecían darle la razón: sólo apreciaron lo que habían aprendido a admirar en su tierra natal. Sería necesario que llegara el romanticismo para que el hombre encontrara belleza en la naturaleza incontrolada: las peligrosas montañas, los solitarios yermos y las inmensas llanuras.

A través de sus libros de viaje, los viajeros británicos nos permiten saber cómo contemplaban la naturaleza los hombres ilustrados y, a la vez, comprender que cada época tiene unos intereses, unas preocupaciones y una estética que se reflejan en el modo de interpretar su propia historia y en observar el mundo en el que viven.
 
 

NOTAS

1. FREIXA,C. La imagen de España en los viajeros ingleses en el siglo XVIII. Tesis doctoral. Barcelona: Dep. Geografía Humana, 1992. Este artículo resume uno de los puntos estudiados.

2. BOSWELL,J. The life of Dr. Johnson. 1791.

3. BOSWELL. citado en nota 2.

4.TUCKER, J. Instructions for Travellers. Dublín: 1758.

5. GILPIN,W.Three essays: On Picturesque Beauty, On Picturesque Travel and On Sketching Landscape. Londres: 1794.

6. HOWELL, J. Instructions for Forreine Travel. Londres: 1642.

7. FREIXA,C. Los ingleses y el arte de viajar.Barcelona: Ediciones del Serbal,  col. Libros del buen andar, 30, 1993.

8. CRONE,G.R. y SKELTON,R.A. English Collections of Voyages and Travels, 1625-1846 In Richard Hakluyt and his succesors. Londres: E.Lynam, 1946.

9. FREIXA,C.España en las Geografías británicas del siglo XVIII. Estudios Geográficos, 214, p. 59-79, 1994.

10. JACKSON I.COPE (Ed).  SPRAT,T. History of the Royal Society. Washington: University Press, Saint Louis, 1958.

11. CLARKE,E. Letters concerning the Spanish Nation: written at Madrid during the years 1760 and 1761. Londres: 1763.

12. MARSHALL,J. Travels through Portugal and Spain in 1772 and 1773. Londres: 1778.

13. SAMBROOK,J.  The intellectual and cultural context of English Literature 1700-1789. Longman Literature in English Series.Londres: Longman, 1986, , 2a. edición.

14. YOUNG,A.Travels during the years 1787,1788 and 1789. To which is added the register of a tour into Spain. Dublín: 1793.

15. TOWNSEND, J.A journey through Spain in the years 1786 and 1787; with particular attention to the agriculture, manufactures, commerce, population, taxes, and revenue of that country; and remarks in passing through a part of France. Londres: 1791.

16. ARMSTRONG, J.The History of the Island of Minorca. Londres: 1752.

17. TOWNSEND. citado en nota 15.

18. ARMSTRONG. citado en nota 16.

19. TOWNSEND. citado en nota 15.

20. ARMSTRONG. citado en nota 16.

21. DILLON,J.T. Travels through Spain , with a view to illustrate the natural history and phisical geography of that Kingdom, in a series of letters. Dublín: 1781.

22. CAPEL,H. La física sagrada.Barcelona: Ediciones del Serbal, col.  Libros del aguazul, 1985.

23. MARSHALL. citado en nota 12.

24. YOUNG. citado en nota 14.

25. BECKFORD,W. Italy; with sketches of Spain and Portugal. Londres: 1834.

26. SEMPLE,R. Observations on a journey through Spain and Italy to Naples. Londres: 1807.

27. JARDINE,A. Letters from Barbary, France, Spain, Portugal, etc. Londres: 1799.

28. SWINBURNE,H. Travels through Spain in the years 1775 and 1776. Londres: 1799.

29. DILLON .citado en nota 21.

30. CLARKE. citado en nota 11.

31. TWISS,R.Travels through Portugal and Spain. Londres: 1775.

32. TOWNSEND. citado en nota 15.

33. SEMPLE. citado en nota 26.

34. TOWNSEND. citado en nota 15.

35. YOUNG. citado en nota 14.

36. JARDINE. citado en nota 27.

37. TOWNSEND. citado en nota 15.

38. JARDINE. citado en nota 27.

39. YOUNG. citado en nota 14.

40. YOUNG. citado en nota 14.

41. HUME, D.Of the standard of Taste. In Essays moral, political and literary. Oxford: O.U.P, 1963.
 
 

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